TRES SONETOS DE GÓNGORA EN SU CONTEXTO (A PROPÓSITO DE LAS EXEQUIAS CORDOBESAS EN HONOR DE LA REINA MARGARITA, 1612)

December 1, 2016 | Author: Adolfo Martín Hidalgo | Category: N/A
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TRES SONETOS DE GÓNGORA EN SU CONTEXTO (A PROPÓSITO DE LAS EXEQUIAS CORDOBESAS EN HONOR DE LA REINA MARGARITA, 1612) JUANA TOLEDANO MOLINA

ÍES Marqués de Comares. Lucena

La reina Margarita de Austria fallece en El Escorial el día 3 de octubre de 1611, y con tal motivo una pléyade de poetas y oradores sacros lloran su muerte y enaltecen sus virtudes. Margarita había llegado a España hacía poco más de doce años, en 1599, contrayendo matrimonio el 18 de abril del año citado, y desde entonces había cumplido con sus obligaciones reales de dar numerosos herederos a la corona y dedicarse a obras pías igualmente abundantes. Tenía en el momento de su muerte veintisiete años y, desde la perspectiva actual, se nos antoja una mujer agotada por efecto de los múltiples partos. De esta forma, da a luz en Valladolid, el 22 de septiembre de 1601, a la princesa Ana Mauricia, que sería luego, a los catorce años, reina de Francia y esposa de Luis XIII, pero el contento dura poco porque la reina enferma. «Los placeres fueron grandes, pero cortos, pues a 16 de noviembre cayó la reina tan mala, que no había esperanza de vida. Logróla a fuerza de rogativas, procesiones y disciplinas, en que unos derramaban sangre, todos lágrimas, porque la reina se había hecho muy amable»,1 dice el padre Flórez, poniendo de relieve el carácter religioso de su curación. En la misma ciudad castellana, el día 1 de enero de 1603, tiene otra hija, María, que fallece a los dos meses. Otro parto se produce el día 8 de abril de 1605, el viernes santo, también en Valladolid, y en este caso el hijo es el príncipe heredero, el futuro rey Felipe IV, al que se imponen los nombres de Felipe, Domingo, Víctor de la Cruz; fue bautizado por el arzobispo de Toledo, cardenal don Bernardo de Sandoval y Rojas, mecenas de diversos ingenios de la época, entre los que se encuentra Cervantes. Otra hija, la infanta María, nace en El Escorial, el día 18 de agosto de 1606, cuando la corte se ha trasladado ya de Valladolid a Madrid. Esta hija será luego la prometida del príncipe Carlos de Gales, en 1623, aunque se casará posteriormente con Fernando, rey de Hungría e hijo del emperador, el día 23 de abril de 1629, porque el matrimonio con el príncipe inglés no se consolida debido, al parecer, a diversas diferencias de índole religiosa. La reina Margarita da a luz a un nuevo hijo, en Madrid, el 15 de septiembre de 1607, el príncipe Carlos, que alcanza la edad de 25 años, falleciendo en 1632. El sexto hijo es el infante Fernando, conocido habitualmente como el cardenal infante, nacido en El Escorial el 16 de mayo de 1609, que fue nombrado cardenal a los diez años y administrador del arzobispado de Toledo y que falleció en 1641; a pesar de su estatus religioso, el cardenal infante, don Fernando, tuvo una hija, doña Mariana de Austria, que entró religiosa en las Descalzas Reales de Madrid.2 1 Enrique Flórez de Setién, Memorias de la reinas católicas de España [1761], Madrid, Aguilar, 1964, tomo II, pág. 478. Seguimos la narración de este autor. 2 Flórez, Memorias (1964), pág. 481.

Actas del VII Congreso de la ABO, 2006, 597-602

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En la villa de Lerma nace el siguiente hijo de los reyes Felipe y Margarita, el 24 de mayo de l6lO, la infanta Margarita Francisca, que fallece en Madrid en 1617. El último descendiente de la real pareja viene al mundo en El Escorial, el 22 de septiembre de 1611; se le llamó Alfonso, y se le apodó el Caro, porque costó la vida a su madre; vive poco, sólo hasta el 16 de septiembre de 1612, unos meses después de la muerte de su progenitora. De esta forma, contabilizamos entre los doce años de reinado y matrimonio indicados al principio (1599-1611), ocho hijos, más algunos probables abortos, también aludidos por los historiadores, de los que se logran sólo cuatro: el rey Felipe IV de España, la reina Ana de Francia, la emperatriz María de Austria y el cardenal infante Fernando. La naturaleza de la reina Margarita, por muy fuerte que fuese, acabaña minada, agotada por tanto parto en tan poco tiempo. La noticia del fallecimiento regio llega pronto a Córdoba y aquí tiene lugar una serie de actos en los que se manifiesta el duelo y tristeza que experimenta la ciudad por la pérdida. El cabildo catedralicio manda que sus cuatro campanas doblen durante veinticuatro horas, desde el domingo 9 de octubre a medio día, hasta el siguiente, y lo mismo hacen las parroquias y conventos cordobeses, pregonándose los lutos generales como era usual en estos casos. La relación pormenorizada de los actos, con la inclusión de textos poéticos castellanos y latinos, y el sermón correspondiente, fueron objeto de una publicación, aparecida en Córdoba, en 1612, titulada Relación de las honras que se hicieron en la ciudad de Córdoba a la muerte de la Serenísima Reina Señora Nuestra, doña Margarita de Austria, que Dios haya. El volumen está dedicado al Duque de Lerma, don Francisco de Rojas y Sandoval, tanto la parte correspondiente a las honras fúnebres de carácter poético, como el sermón del canónigo Alvaro Pizaño de Palacios, que completa la publicación con paginación independiente. El promotor del impreso es don Juan de Guzmán, corregidor de la ciudad, que demuestra un conocimiento adecuado de la política del momento, al dedicar el libro al noble antes mencionado, porque el Duque de Lerma en ese momento era, además de otras titulaciones, «ayo del serenísimo príncipe don Felipe Dominico Victorio de Austria»,3 que luego sería rey con el nombre de Felipe IV. El texto tiene interés gongorino, no sólo porque Góngora publica en él tres sonetos fúnebres y tres composiciones breves más (una octava y dos décimas), sino porque en él colaboran también algunos de los más cualificados defensores y cultivadores de la nueva poesía culterana, e incluso participan en la organización de los actos que se centran en la erección del monumento fúnebre en recuerdo de la reina Margarita. De esta forma, encontramos entre los caballeros comisionados por la ciudad a don Pedro de Cárdenas y Ángulo, gran amigo de Góngora y difusor de su obra, y entre los canónigos al racionero don Francisco Fernández de Córdoba, más conocido como el Abad de Rute, defensor y apologista de las Soledades gongorinas. No está entre estos últimos el también racionero don Luis de Góngora, quizás porque entonces se encontraba de viaje, posiblemente en Granada, donde habría ido a dar la bienvenida al nuevo obispo granadino, el franciscano don Pedro González de Mendoza y Silva, de lo que puede dar fe el soneto «Consagróse el seráfico Mendoza».4 Lo más visible de la celebración es la construcción y adorno del ingente monolito o catafalco real, cuya ejecución está comandada por el corregidor don Juan de Guzmán, que también se encarga de la edición del texto y que reproduce en el mismo una amplia ilustración del admirable túmulo, que medía treinta varas de alto y que estaba coronado con un remate de seis varas, en forma de pirámide, y por la figura de la Fama, que medía a su vez tres varas y media. El artífice 3 Relación de las honras que se hicieron en la ciudad de Córdoba a la muerte de la Serenísima Reina Señora Nuestra, doña Margarita de Austria, que Dios haya, dirigida al Excmo. Sr. Duque de Lerma, etc. Impreso con licencia de don Juan de Guzmán, corregidor della, Córdoba, Viuda de Andrés Barrera, 1612, preliminares, grafía actualizada. Citamos esta obra como Relación (1612), y el folio correspondiente. 4 Véanse, al respecto, las atinadas apreciaciones de Emilio Orozco Díaz, Los sonetos de Góngora (Antología comentada), ed. José Lara Garrido, Córdoba, Diputación Provincial, 2002, págs. 215-18.

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de la construcción fue Blas de Masabel, del que se dice que es «maestro mayor de fábricas en esta ciudad y su obispado, insigne hombre en el arte que profesa».5 En total, la obra, que puede considerarse un magno ejemplo de arquitectura efímera, alcanzó la altura de treinta y nueve varas y media, y tenía incorporados numerosos adornos de pilastras, capiteles y cornisas, escudos nobiliarios y carteles con textos poéticos. Góngora se burla en sendos sonetos de los túmulos irrisorios que se hacen en otras ciudades andaluzas, como Jaén, Écija o Baeza. Al de Écija dedica aquellos divulgados versos: «fcaro de bayeta, si de pino / cíclope no, tamaño como el rollo, / ¿volar quieres con alas a lo pollo, / estando en cuatro pies a lo pollino?».6 Sin embargo, los tres sonetos de Góngora, que encabezan la numerosa serie de poemas en lengua castellana, figuran entre los más conseguidos y perfectos de los pertenecientes a la poesía áulica de este autor.7 El conjunto de los poemas ofrece una notable variedad y calidad en cuanto a los textos se refiere. Además los mismos producían un curioso efecto óptico, de contraste, entre las tarjetas blancas que contenían los poemas, y el luto de las colgaduras. Así se describe en la introducción: «Pero lo que más llevó tras sí los ojos de todos, fue la muchedumbre de obras poéticas vulgares y latinas, que ocupaban parte de las pilastras del túmulo y todo el campo de la colgadura, haciendo tan agradable labor sobre lo negro della lo blanco de los papeles».8 Todo ello le hace recordar al prologuista la grandeza de los ingenios de Córdoba, patentes desde la antigüedad, con figuras como Séneca, Lucano o Juan de Mena. Ciñéndonos ya a las composiciones españolas, hay que señalar que se trata de una mediana colección poética fúnebre, de más de cuarenta poemas, integrada por treinta y seis sonetos, los tres iniciales de Góngora, como se ha dicho, dos canciones, dos estancias u octavas reales, la primera de don Luis, y dos composiciones más en décimas, la primera de ellas igualmente obra gongorina. Aunque hay muchos poemas anónimos, en gran parte de ellos se indica el autor de los mismos, con lo que podemos determinar que en cierta medida resultan incluibles en lo que suele llamarse tendencia cultista, aunque también los hay que se alejan ostensiblemente del estilo indicado. Por estos años, no ha tenido lugar todavía la difusión de las Soledades en la corte, y es posible que Góngora las estuviese componiendo en torno a estas fechas, por lo que el gran atractivo y revulsivo que supusieron para la poesía española los grandes poemas gongorinos, y las secuelas y rechazos consecutivos que acarrearon, no se deja notar todavía con especial intensidad. No obstante, en el círculo inmediato de Góngora, entre sus amigos más fieles, muchos de los cuales colaboran en estas honras fúnebres (y que, por otra parte, bien pudieron conocer ciertos fragmentos de la creación del eminente paisano), se encuentran ya algunos elementos que pudieran tomarse como resultado del influjo y magisterio poético del lírico cordobés. De esta forma, en el cuarteto inicial del soneto de don Antonio de las Infantes, encontramos el juego sintáctico entre el si y el no, en una contraposición que recuerda el estilo cultista, igualmente marcado por el hipérbaton: «Esta de horror ceñida, si luciente / que dos mundos asombra nube oscura / crepúsculos oculta, no luz pura / del mejor sol que a España ornó la frente».9 Igual sucede en el soneto siguiente de don Pedro de Cárdenas y Ángulo («no es del tiempo pirámide triunfante... muro sí»,10 etc.), cuyo primer cuarteto está lleno de alusiones y figuras mitológicas: 5

Relación (1612), fol. 1 v. Luis de Góngora, «Al túmulo en Écija, en las honras de la Señora Reina doña Margarita», Obras completas, ed. Antonio Carreira, Madrid, Fundación Castro, 2000, tomo I; pág. 322; el otro soneto, en pág. 3237 Sobre el tema, véase Antonio Cruz Casado, «Góngora poeta áulico: la visita del Príncipe de Gales», en Saggi in onore di Giovanni Allegra, ed. Paolo Caucci Von Saucken, Perugia, Universitá degli Studi di Perugia, 1995, págs. 169-85. 8 Relación (1612), fol. 4 v. 9 Relación (1612), fol. 5 v. 10 Relación (1612), fol. 6 r. La siguiente referencia en el mismo folio. 6

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Éste que ves en la grandeza Atlante, Etna en el fuego, que atrevido envía su llama al Sol, y de los vientos fía de los aromas el olor fragante.

Pero junto a esta tendencia estilística apuntada, representada por los autores señalados y por otros, como el licenciado Enrique Vaca de Alfaro, se aprecia otra, menos dificultosa y culta, en la que podríamos encuadrar a diversos poetas religiosos, como el mercedario fray Hernando de Lujan o el agustino fray Andrés Márquez, autores de correctos sonetos. Por lo que respecta a los sonetos gongorinos, parecen estar escritos en un tono desengañado marcado por la pérdida real de Margarita de Austria, motivo inmediato obvio, y por una situación personal de apartamiento forzoso de las mal fundadas esperanzas cortesanas, como sabemos por su biografía, y como se aprecia en el conocido soneto de 1611, -El conde mi señor se fue a Ñapóles».11 Para Robert Jammes,12 todo ello está compendiado en un soneto de estos años, el que comienza «Urnas plebeyas, túmulos reales»,13 también de claro contenido fúnebre y moralizante. En el primero de ellos14 se refiere al túmulo regio, al que se dirige calificándolo como «melancólica aguja», sin embargo luciente, que compite en brillo con las piedras preciosas más valoradas, como el diamante o el rubí. Además el monolito es una muestra majestuosa del dolor que siente España por la muerte de la reina, a la que se define como la «perla católica», jugando con el significado latino del nombre Margarita. Todo ello es signo igualmente de la vanidad humana, de lo que también es ejemplo el humo que desprenden los aromas (el incienso) y las numerosas luces que adornan la construcción. Al final, con un sentido exclamativo y exhortativo, el poeta se dirige a la ambición humana que debe actuar como el prudente pavón o pavo real, el cual, orgulloso con cien ojos que circundan su hermosa cola, la repliega cuando mira sus pies imperfectos, imagen con frecuencia utilizada en la poesía de la época; de tal manera que una actitud humana adecuada debe estar marcada por el desengaño, por no dejarse llevar de la ambición, y por el llanto que implica el arrepentimiento. En cuanto a los recursos estilísticos empleados hay que destacar el acentuado hipérbaton, puesto que sólo en el verso 8, y mediante el empleo del vocativo, sabemos que se está refiriendo al monumento directamente, en segunda persona. Hay también en el verso 5 un acusativo griego, «obscura el vuelo», un recurso clásico que provoca la extrañeza del lector actual, pero que fue empleado con alguna frecuencia por Góngora, por ejemplo, en el «Romance de Angélica y Medoro»: «Desnuda el pecho anda ella»,15 se dice allí.

Góngora, Obras completas (2000), pág. 319. Robert Jammes, La obra poética de don luis de Góngora y Argote, Madrid, Castalia, 1987, pág. 195, nota 20. Góngora, Obras completas (2000), pág. 333. No de fino diamante, o rubí ardiente, luces brillando aquél, éste centellas, crespo volumen vio de plumas bellas nacer la gala más vistosamente que, obscura el vuelo y con razón doliente, de la perla católica que sellas], a besar te levantas las estrellas, melancólica aguja, si luciente. Pompa eres de dolor, seña no vana de nuestra vanidad; dígalo el viento, que ya de aromas, ya de luces, tanto humo te debe. ¡Ay!, ambición humana, prudente pavón hoy con ojos ciento, si al desengaño se los das y al llanto. Relación (1612), fol. 5 r. Góngora, Obras completas (2000), pág. 207.

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El poema segundo,16 en el orden del libro, también está dirigido en principio al monumento, al que califica como «máquina funeral», «pira», «bajel», «farol luciente» y «obscura concha», y es el que actúa como receptor de la palabra poética. El catafalco es aquí un ejemplo o lección de la inestabilidad de las cosas humanas, como expresa en los versos iniciales («nos decís la mudanza estando queda»), verso en el que se advierte un eco de la égloga primera de Garcilaso («y su mudanza ves estando queda»), referido allí a la muerte de la amada Elisa, que pisa el cielo y ve la mudanza del mismo, aunque ella ya es inmutable, queda. También es una pira u hoguera no construida de aromáticas maderas sino resultado del tránsito a otra vida de una ave Fénix gloriosa, la reina Margarita, imagen cultural basada en la leyenda del ave citada que renacía de sus cenizas y que aquí puede entenderse como una lección de pervivencia del alma, que enlazaría así con las palabras finales del poema. Igual que el Fénix renace, también lo hace Margarita, aunque ahora ya se encuentre en un nuevo cielo amaneciente, que hay que identificar con el cielo, el otro mundo. La idea del bajel nos parece igualmente un símbolo de lo inestable de la vida, aunque en su gavia lucen los fuegos de Santelmo, que se interpretan como anuncio de que la borrasca amaina, la tormenta marítima se serena, entendiendo que la existencia deja de estar expuesta a la rueda de la fortuna, siempre voluble, idea grata a muchos barrocos, como Mira de Amescua, en el momento en que llega la muerte. Claro que en lugar de nombrar directamente a esta especie de fuegos fatuos, por su nombre cristiano, dice de ellos, mediante una perífrasis culta, que son «estrellas hijas de otra mejor Leda», en alusión a los héroes hijos de la anterior amante de Júpiter, Castor y Pólux, convertida en cisne. Al mismo tiempo, el catafalco es también un faro luciente, quizás por lo adornado de luces, que actúa como si fuera la razón que guía al náufrago entre los escollos hasta hacerlo llegar al puerto; nótese aquí referentes que aparecerán también en el comienzo de las Soledades, un náufrago, unos escollos, una tormenta marítima, etc. Claro que el faro es, a pesar de su brillo, de lo luciente, la concha obscura de una Margarita, el monumento oscuro que se dedica a recordar a la reina y que funciona como la concha con relación a la perla, aludiendo de nuevo al significado del nombre real. Los últimos versos son alabanzas regias: Margarita fue un rubí en caridad, puesto que el amor al prójimo, o cualquier tipo de amor intenso, tiende a identificarse con el color rojo, que lo simboliza; e igual sucede con la identificación de la fe cristiana, inalterable, con la dureza proverbial del diamante. Como ya se ha indicado, en el verso final, se encuentra la referencia a que Margarita goza ya del cielo, renacida como un sol nuevo en un oriente nuevo. El tercer soneto gongorino17 es una variación sobre temas y motivos de los anteriores, aunque insistiendo más en la figura de la reina. En el primer cuarteto se hace eco de la grandeza de la Máquina funeral, que desta vida nos decís la mudanza estando queda, pira, no de aromática arboleda si a más gloriosa Fénix construida; bajel, en cuya gavia esclarecida estrellas, hijas de otra mejor Leda, serenan la fortuna de su rueda la volubilidad reconocida. Faro luciente sois, que solicita la razón entre escollos naufragante al puerto, y a pesar de lo luciente obscura concha de una Margarita, que, rubí en caridad, en fe diamante, renace a nuevo sol ya en nuevo oriente. Relación (1612), fol. 5 r-v. A la que España toda humilde estado y su horizonte fue de sol apenas, el Betis esta urna en sus arenas majestuosa[mente ha levantado].

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misma, de sus ingentes posesiones, de las que España fue solamente una pequeña porción, un humilde estado, idea que hay que conectar con el verso 11, «más coronas ceñida que vio años», es decir, que tenía más coronas que la edad que alcanzó (veintisiete años), si a cada año correspondiese una corona distinta. En el monumento cordobés se incluyen efectivamente escudos de todas y cada una de sus posesiones, o al menos de las más relevantes, y un recuento aproximado de los mismos nos da la cifra de treinta y dos escudos, en la parte netamente española, y dieciséis en la que se refiere a las posesiones alemanas. Por eso, a pesar de lo grandioso del catafalco, levantado a orillas del Betis, como si este mismo mediante una personificación retórica hubiera sido el constructor, aparece calificado como «urna», un recipiente fúnebre pequeño, aunque construida majestuosamente. El estado real, como el estado humano en general, aparece calificado a continuación como peligroso y lisonjero, y mediante metáforas aposicionales se le relaciona con un golfo lleno de escollos y una playa de sirenas, imágenes odiseicas en las cuales tanto los escollos (Scila y Caribdis) como las sirenas son los obstáculos y engaños de que está llena la existencia. En estos golfos y playas han naufragado mil barcos (en sinécdoque, «mil entenas», la parte por el todo), que aunque están destrozados, muertos, porque el barco se identifica con la persona, el autor no sabe si han «recordado», si han despertado efectivamente, es decir, si se han salvado, porque el sueño también se identifica con el pecado. La idea expresada en el comienzo de las coplas manriqueñas («Recuerde el alma dormida») puede estar gravitando todavía sobre estos versos gongorinos. El primer terceto está lleno de alabanzas a la reina, a la que califica de luciente gloria del sol de Austria, es decir del rey, su esposo, y de la concha de Baviera, porque Margarita procedía efectivamente de aquel estado alemán, como hija del archiduque Carlos de Estiria y María de Baviera. En la parte final nos parece percibir una nueva referencia al rey Felipe III, igualmente joven cuando fallece Margarita, aunque con algunos años más (unos treinta), el cual, antes de tener el cabello blanco y peinar canas ha sido objeto ya del desengaño producido por la desaparición de la regia consorte; el monarca está igualmente amenazado, como todos los humanos, por la llamada del clarín siempre sonante que anuncia el fin de la existencia. Como hemos podido ver, aunque el motivo inmediato sea la muerte regia y la fastuosidad del monumento, los poemas se resuelven en un mensaje moral, desengañado, que afecta también al lector, al receptor formal de la composición, y que se transforman en avisos cristianos y ejemplares.

¡Oh peligroso, oh lisonjero estado, golfo de escollos, playa de sirenas! Trofeos son del agua mil entenas, que aun rompidas no sé si han recordado. La Margarita, pues, luciente gloria del sol de Austria y la concha de Babiera, más coronas ceñida que vio años, en polvo ya el clarín final espera siempre sonante a aquel cuya memoria antes peinó que canas desengaños. Relación (1612), fol. 5 v.

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