Región y nación en Guatemala: La obra de Virgilio Rodríguez Macal

May 6, 2020 | Author: Alejandro Maidana Caballero | Category: N/A
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1 Región y nación en Guatemala: La obra de Virgilio Rodríguez Macal David Rozotto Thesis submitted ...

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Región y nación en Guatemala: La obra de Virgilio Rodríguez Macal

David Rozotto

Thesis submitted to the Faculty of Graduate and Postdoctoral Studies In partial fulfillment of the requirements For the PhD degree in Spanish

Modern Languages and Literatures Faculty of Arts University of Ottawa

 David Rozotto, Ottawa, Canada, 2013

ii Contenidos Región y nación en Guatemala: La obra de Virgilio Rodríguez Macal ....................................................................................... i Contenidos................................................................................................................................ ii Resumen .................................................................................................................................. iii Abstract ................................................................................................................................... iv Agradecimientos ...................................................................................................................... v Introducción ............................................................................................................................. 1 Primera parte .......................................................................................................................... 18 Capítulo uno Virgilio Rodríguez Macal ...................................................................................................... 18 Capítulo dos Rodríguez Macal y la tradición literaria ................................................................................. 64 Segunda parte ....................................................................................................................... 130 Capítulo tres Carazamba: Mestizaje y nación ........................................................................................... 130 Capítulo cuatro Familia, nación y región en Jinayá ...................................................................................... 176 Capítulo cinco Guayacán como romance resolutorio .................................................................................. 249 Conclusiones ........................................................................................................................ 312 Apéndice A Obras incluidas en el estudio sobre el criollismo guatemalteco .......................................... 323 Apéndice B Obras incluidas en el estudio sobre el criollismo hispanoamericano ................................... 325 Apéndice C Crónica periodística de Virgilio Rodríguez Macal .............................................................. 326 Bibliografía .......................................................................................................................... 334

iii Resumen El escritor Virgilio Rodríguez Macal participó activamente con su ensayística, narrativa y crónica periodística en los grandes debates sobre el destino de la nación guatemalteca durante y después de los gobiernos socialistas de la Revolución (1944-1954). Esta investigación indaga en una desatendida obra cuyo estudio ofrece una perspectiva original sobre un período nacional de proyección continental. El análisis de sus novelas criollistas Carazamba (1953), Jinayá (1956) y Guayacán (1962), enmarcado en la historia intelectual, literaria y sociopolítica de Guatemala y América Latina, me permite argumentar que el autor, inscrito en la tradición letrada latinoamericana de compromiso con la construcción de la nación, postula mundos narrativos que constituyen programas de integración nacional a partir de la región norte del país. Demuestro que Rodríguez Macal adopta la estética criollista para postular una esencia autóctona guatemalteca fundamentada en el discurso de narradores que fungen de discernidores de la misma gracias a un saber científico derivado de disciplinas como la antropología, la historiografía y la sociología. Por último expongo que este proyecto literario es la expresión de una trayectoria intelectual independiente preocupada con proponer proyectos alternativos de modernización y territorialización nacionales.

iv Abstract The writer Virgilio Rodríguez Macal, through his essays, narratives, and journalistic chronicles, actively participated in the great debates about the fate of the Guatemalan nation during and after the socialist governments of the Revolution (1944-1954). This thesis delves into a neglected oeuvre the study of which sheds light on an original perspective about a national period with continental repercussions. I study his regionalist novels Carazamba (1953), Jinayá (1956) and Guayacán (1962) within the framework of Guatemala and Latin America’s intellectual, literary and socio-political history. This approach, in combination with a close textual analysis, allows me to show that Rodríguez Macal, with a firm footing in the Latin American lettered tradition of political commitment to the construction of the nation, propounds narrative worlds that amount to national integration programs centered around the northern region of the country. I demonstrate that Rodríguez Macal adopts a regionalist aesthetic to postulate a Guatemalan autochthonous essence based on the discourse of narrators who act as discerners of that same essence based on a scientific knowledge derived from disciplines such as anthropology, historiography and sociology. Lastly, I reveal that this literary project is the expression of an independent intellectual trajectory preoccupied with proposing alternative projects for the modernization and territorialization of the nation.

v Agradecimientos Mis estudios doctorales se apoyaron simultáneamente en tres grandes columnas humanas para quienes debo todo mi agradecimiento y devoción. Mil gracias a mi estimado supervisor, Dr. Jorge Carlos Guerrero, por su amistad, ayuda, dedicación y perseverancia. Gracias, Jorge Carlos, por haberme guiado con palabras justas a lo largo de esta senda y por extenderme tu mano las muchas veces que tropecé. Gracias, gracias, gracias por haber creído en mí. Una gratitud eterna para Jennifer Fillingham, mi amada compañera que estuvo a mi lado en todo momento, proveyendo con su amor la motivación emocional y con sus palabras la estimulación intelectual para alentar mi alma hasta en los momentos más oscuros. Mi querida Jennifer, no hay palabras suficientes para decirte de todo corazón “Muchas Gracias.” Mi agradecimiento eterno va hacia mi adorado padre, David Rozotto Piedrasanta, cuyas enseñanzas durante mi niñez contribuyeron grandemente a mi amor por la lectura, curiosidad por saber y deseo de superación. A ti, papá, porque desde lejos y durante mi viaje de investigación estuviste conmigo. Sea este mi triunfo tuyo también. Quiero también agradecer a los miembros del comité evaluador por sus comentarios y sugerencias. Gracias profesores Rosalía Cornejo-Parriego, Cristina Perissinotto y Joerg Esleben. Gracias también a la evaluadora externa, profesora Emilia Deffis, por su tiempo y dedicación. Gracias a los profesores del Departamento de Lenguas y Literaturas Modernas, especialmente a los profesores Luis Abanto, Juana Muñoz Liceras y Agatha Schwartz. Un agradecimiento a todos mis compañeros del programa que me invistieron con su amistad. Miles de gracias a los amigos que se han ido, especialmente a Cheemo.

1 Introducción

Han pasado más de treinta años desde el inicio de mi relación con Virgilio Rodríguez Macal. Primero, tuve el feliz encuentro con todas sus obras a través de la extensa biblioteca de mis abuelos paternos en aquella Quetzaltenango del altiplano occidental de Guatemala. Fue más o menos en la misma época que el desenfreno por la lectura, legado de mi amado padre, empezó a acosarme y engullí varias veces, uno tras otro, los cuentos y las novelas del escritor. Su narrativa me llevó a mundos cautivantes y me motivó a conocer mi patria. Para ese entonces ya había viajado varias veces por el suroeste con papá, quien por el camino me entretenía contándome, entre muchas cosas, la historia familiar y la nacional; recuerdo vivamente el lugar “exacto” donde el último rey de los k’iche’s murió a manos de los conquistadores y también cómo unos tíos abuelos “se fueron” a México a la caída de un gobierno socialista. En mi adolescencia, luego de la enésima lectura de las fábulas y aventuras de Rodríguez Macal, me dirigí por primera vez a la región noreste buscando a mis familiares maternos. En ese viaje vi lo que mi novelista favorito ya me había descrito y conocí otras Guatemalas con otras personas de otras culturas similares y a la vez diferentes de las de mi resguardada ciudad que, si bien con una población de mayoría indígena, no daba cuenta de la diversidad étnica del país. Mi juventud revolucionaria me llevó al Canadá en donde volví a encontrar al autor de aquellos relatos preferidos de mi niñez, ahora ensombrecido por una crítica que lo denostaba como escritor derechista de una literatura no comprometida. No quise ceder ante esos juicios y, convencido de que había algo más detrás de sus escritos, me dispuse a investigar su vida y su obra, llegando a conocerlo de forma aun

2 más íntima. Este trabajo es el resultado de esos esfuerzos y una indulgente tentativa para reivindicar al intelectual, al prosista y, sobre todo, al constructor literario de la nación. Este estudio se centra, pues, en la obra del escritor Virgilio Rodríguez Macal. Se trata de una figura clave para entender los grandes debates sobre los destinos de la nación guatemalteca a mediados del siglo XX. Mediante su obra ensayística, narrativa y periodística, el autor ocupó un lugar central entre la intelectualidad nacional en un periodo de transformaciones socio-políticas y tensiones ideológicas en Guatemala que llegarían a tener alcance continental. A pesar del papel que desempeñó, o quizás debido a ello, el interés del campo académico en sus escritos es desdeñable. No existen estudios críticos de su obra. Además de ser uno de los autores más populares de Guatemala con una verdadera vocación de diálogo con la tradición literaria nacional y continental, su obra sobresale entre la de los escritores de su tiempo por la forma peculiar en la que combina géneros narrativos, las regiones nacionales representadas y los temas caros al movimiento literario criollista de Hispanoamérica. Por lo tanto, me propongo elucidar la Guatemala que imagina este escritor a partir del estudio de su trayectoria intelectual y obra narrativa, específicamente a través del cuidadoso análisis textual de sus novelas criollistas Carazamba (1953), Jinayá (1956) y Guayacán (1962). El estudio está organizado en dos partes. La primera parte contiene dos capítulos centrados en una reconstrucción pormenorizada del marco cultural e histórico de su obra, así como en el discernimiento de las líneas rectoras de su pensamiento. La segunda parte consta de tres capítulos y está dedicada al análisis de las tres novelas mencionadas. En el capítulo uno reconstruyo el contexto de su obra artística e intelectual dentro del marco de su evidente presencia en la cultura guatemalteca y su perspectiva sobre la Guatemala de mediados del

3 siglo XX. Debido a que no existe un apropiado registro histórico sobre su vida y carrera, en primera instancia proveo una biografía intelectual que he tenido que reconstruir a partir de textos recabados en diferentes bibliotecas y archivos (físicos y virtuales) de España, Guatemala y Norteamérica. Seguidamente hago una exposición sobre su obra, que incluye tres libros de cuentos y cuatro novelas. Examino igualmente sus crónicas y ensayos periodísticos, recopilados mediante un trabajo de investigación archivística realizado en la hemeroteca centroamericana. Este análisis está encaminado a reconstruir el pensamiento de Rodríguez Macal como intelectual nacional inmerso en los grandes debates de su época: los destinos de la nación, la identidad, la modernización, la soberanía nacional, las relaciones internacionales, así como los debates criollistas en torno a la manera de imaginar la nación a través de la narrativa. El capítulo dos está dedicado a ubicar las novelas criollistas del escritor en las literaturas continental y guatemalteca. Primeramente enmarco el criollismo dentro de las letras hispánicas, señalando sus características dentro del marco cultural e histórico en el que los literatos respondieron a la necesidad de representar a sus países con una identidad cultural distinta que encuadrara en los diversos proyectos de modernidad nacional. Abordo el movimiento criollista desde sus antecedentes en las tradiciones literarias europeas y americanas, y explico las temáticas que se desarrollaron a partir del legado de las novelas modelo de esta tendencia: La vorágine (1924) del colombiano José Eustasio Rivera, Doña Bárbara (1926) del venezolano Rómulo Gallegos y Don Segundo Sombra (1929) del argentino Ricardo Güiraldes. A continuación realizo un estudio cronológico de la novelística criollista en Guatemala que se extendió hasta la década de los años sesenta y se consideró, junto a la centroamericana, como parte de las últimas instancias de esta tendencia

4 en Hispanoamérica. Se analizan e interrelacionan treinta novelas guatemaltecas para dilucidar, además de su analogía con los temas continentales, los asuntos caros a este criollismo nacional de trasfondo fuertemente ideológico y político.1 Concluyo este capítulo revisando la escasa crítica literaria existente sobre la novelística del autor estudiado y procuro esclarecer las razones por las que se lo ha ignorado. En la segunda parte de este estudio, o sea mediante el análisis de sus novelas criollistas, planteo que este autor postula una esencia autóctona guatemalteca a partir de tres componentes interrelacionados en su narrativa: 1) la historia como registro cultural, 2) la etnografía como estudio de la sociedad y la cultura, y 3) la geografía nacional y regional como espacio natural actante y escénico. Enfocándome en esos tres componentes, voy a demostrar, entonces, la manera en la que Rodríguez Macal entreteje los eventos históricos con las representaciones socioculturales y naturales para crear una literatura regional en la que se presenta la autoctonía nacional de Guatemala. Como en otras regiones del mundo, la literatura y la historia van de la mano en las tradiciones literarias hispanoamericanas. Benedict Anderson, en Imagined Communities, examina el papel que la novela ha desempeñado en la imaginación de la nación moderna. En su evaluación, Anderson plantea que este género literario conjura un mundo narrativo en la mente del lector como un “sociological organism moving calendrically through homogeneous, empty time” que es análogo a la idea de nación concebida como “a solid community moving steadily down (or up) history” (26). El mundo narrativo de la novela, caracterizado por un tiempo vacuo, se correspondería con el de la historia de una comunidad imaginada. En Foundational Fictions, un estudio más específico de la historia y la literatura

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Véase el Apéndice A para una enumeración cronológica de las novelas guatemaltecas estudiadas como parte de la presentación de la historia literaria en que se enmarca Rodríguez Macal.

5 de la América Latina del siglo XIX, Doris Sommer plantea que la novela juega un papel importante para llenar los vacíos en el discurso histórico. La narrativa suple un trabajo que la historia no puede hacer, por lo que “literature has the capacity to intervene in history, to help construct it” (Sommer 10). En efecto, al carecerse de una historiografía profesional en las nuevas naciones del siglo XIX, los intelectuales apelaron a la ficción para crear una historia propia. El escritor fungía entonces como el historiador que narra la fundación de la nación y así contribuía a construir su historia. Por otra parte, Carlos Alonso, en The Burden of Modernity, señala: “for I believe the most rigorous account of the Spanish American discursive circumstance is necessarily indissoluble from a consideration of the precise historical conditions under which Spanish American writers and intellectuals labored to produce their works” (5). En su criterio, toda formulación crítica debe reconstruir el complejo marco histórico de producción de las obras. El análisis de Jennifer French sobre escritores regionalista de América del Sur, en Nature, Neo-Colonialism, and the Spanish American Regional Writers, va más allá al sugerir la necesidad de una teoría de la literatura que incorpore el contexto histórico nacional al internacional, basándose en el principio de “locating the specificities of Spanish American literature and history within the context of global change” (11). Todo lo anterior afirma la necesidad e importancia de situar las obras literarias, y especialmente las criollistas, dentro del contexto histórico de la nación como tal y en relación a la historia mundial. Si bien Rodríguez Macal sobresalió como cuentista, prefirió la novela como medio para plantear cuestiones nacionales. Se puede decir que su predilección por el género novelístico se basa en el hecho de que, como lo asegura Anderson, la novela –junto con el periódico- históricamente “provided the technical means for ‘re-presenting’ the kind of

6 imagined community that is the nation” (25). En América Latina, la novela vendría a desempeñar un papel fundamental no solamente en la imaginación de las nuevas naciones, sino también en la construcción de la propia historia. En efecto, dadas las pobres condiciones de producción nacional en los países latinoamericanos tras las guerras de independencia, la historia como disciplina no podía existir. Cabría entonces a la novela tanto “[to] project an ideal future” como “to fill in a history that would help to establish the legitimacy of the emerging nation” (Sommer 7). Y, efectivamente, como lo demuestra este estudio, el autor en sus novelas se imagina Guatemala no sólo como una nación con proyección histórica, sino como una nación idealmente integrada y moderna. Aunque Rodríguez Macal no escribió novela histórica, sí apeló a cierta historia nacional, generalmente desconocida, como fondo para la trama de sus novelas. Este componente histórico responde a la tradición entre los escritores regionalistas hispanoamericanos de incluir en sus textos explícita o implícitamente la historia, sea ésta de un caso particular, que incumba solamente a una región, que se expanda a lo nacional o, incluso, que abarque las relaciones históricas entre países. Por ejemplo, el uruguayo Horacio Quiroga relató la intrahistoria del colono en el inhóspito campo de la provincia argentina de Misiones; Gallegos alegorizó en doña Bárbara el caciquismo del llano venezolano; y Miguel Ángel Asturias denunció en su trilogía bananera la intervención estadounidense en Guatemala. La historia que el criollismo guatemalteco incluyó, casi siempre desde un ángulo político, se podría asumir completamente representada a través de esa tendencia literaria; al menos la perspectiva desde la cual por un lado se exaltó la Revolución socialista de 1944 y, por el otro, se denunciaron las dictaduras y se criticaron las relaciones con países

7 más desarrollados durante la primera mitad del siglo XX.2 En el caso de la narrativa de Rodríguez Macal, el escritor utiliza las vacuidades en ciertos segmentos de los anales guatemaltecos -un “empty time” similar al que señala Anderson y “vacíos” semejantes a los que se refiere Sommer-, para construir una historia nacional alternativa y complementarla narrando aquellos sucesos de los que, por alguna razón, no se ocuparon ni los registros históricos oficiales ni la literatura. El segundo componente, el etnográfico, se deriva de la estética criollista que, como se ha indicado, postulaba una cultura auténtica y distinta a través de descripciones culturales y sociales de grupos humanos considerados esencialmente nacionales. En Para decir al otro, Mercedes López-Baralt argumenta que en América Latina la traducción de culturas ha sido una tradición literaria que se extiende a lo largo de la primera mitad del siglo XX (29), precisamente durante el periodo correspondiente a la narrativa criollista. Alonso señala que el escritor regionalista, en la representación de una autenticidad nacional, tiene una posición de proximidad física e intelectual con su propia cultura, por lo que desempeña un papel parecido al del antropólogo (The Spanish American 5). Esta forma de estudiar al autor supone el contraste de sus propias nociones con los conceptos nativos para formular una idea de humanidad construida a partir de diferencias (Guber 16). Fundamentándome en estas tres premisas, examino las novelas de Rodríguez Macal como textos que presentan la perspectiva idiosincrática del autor sobre la identidad de varios grupos humanos dentro de un ambiente sociocultural determinado.

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Estos hechos históricos incluyen las dictaduras de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920) y Jorge Ubico (19311944), este último derrocado mediante la Revolución de Octubre de 1944 que permitió el ascenso democrático de los gobiernos socialistas de Juan José Arévalo (1945-1951) y Jacobo Árbenz (1951-1954), así como las relaciones internacionales consideradas neocoloniales con países como Alemania y Estados Unidos.

8 El objetivo de incluir este componente es observar los tipos de comunidades que representa en sus novelas; más específicamente a quiénes representa, cómo los representa y la manera en la cual los imagina como parte de la nación guatemalteca. En otras palabras, como lo sugiere Anderson, distinguir esas comunidades “not by their falsity/genuineness, but by the style in which they are imagined” (6). En ese proceso de imaginarse comunidades, Alonso afirma que los escritores regionalistas las construyeron tomando como base tres elementos: el lenguaje hablado, las ocupaciones y la geografía (The Spanish American 76). De éstos, los dos primeros son de interés para esta parte de mi estudio puesto que ambos, lengua y trabajo, son características importantes a observar en la representación de una comunidad. Analizo esos factores de la manera en que Alonso indica que los escritores regionalistas los incluyeron en sus novelas: la lengua oral incorporada a través de creencias populares y representación fonética del habla y las ocupaciones o profesiones mediante el uso de vocabularios especializados y la explicación de la forma en que se desempeñan (7778). El análisis de estas representaciones ayuda a definir, entre otras cosas, la etnia, la cultura y la clase social que adscribe el autor a sus personajes dentro de un mundo narrativo fuertemente conectado a la realidad etnográfica de Guatemala. El tercer elemento del que habla Alonso se relaciona al componente de región de mi investigación. Para Alonso la geografía representa todos los elementos rurales, silvestres y salvajes, detallando las características topográficas y enfatizando la orientación y organización espaciales donde se mueve la trama (The Spanish American 77-78). El aspecto más relevante en la novelística de Rodríguez Macal es el regionalista, enfocado mayormente en el territorio del norte. La región, como construcción discursiva, surge como reacción a un centro de poder hegemónico, creando una tensión entre centro y periferia. Esa tensión da

9 paso, entre muchas otras cosas, al regionalismo literario. El objetivo primordial del escritor regionalista es representar un lugar con sus idiosincrasias (cultura, economía, política, sociedad) y apartado de la hegemonía centralista (Dainotto 15). La dimensión regionalista de Rodríguez Macal pareciera romper esta tradición ya que el escritor pertenece al centro (la capital) y escribe sobre la periferia (Alta Verapaz, Izabal, Petén), y en sus novelas propone una integración nacional. La representación de regiones nacionales sirve al autor como vehículo para realizar una crítica amplia sobre la nación, o sea que “[he] envisages the nation through the region,” como lo indica Francesco Loriggio sobre la literatura regionalista estadounidense (20). A este respecto, la literatura en los Estados Unidos acompañó la saga de la territorialización, o sea que a medida que la nación ganaba terreno, se producía una literatura de región. “North Americans… imagined their country’s spirit to lie in the frontier values and its economic potential in natural resources,” señala French, mientras que “in Spanish America, on the other hand, the central metaphor of nature as national identity and source of productivity persists well beyond the early national period” (15). En América Latina, la idea de que la naturaleza era central a la identidad de la nación se perpetuaría hasta ya avanzada la época independiente y la delineación de las fronteras físicas, por lo que la literatura de ese entonces al periodo criollista constituiría la saga, ya no de la territorialización, sino de la necesidad de incrementar los esfuerzos para hacer producir las diferentes regiones nacionales. Rodríguez Macal se inserta en la tradición criollista para representar el norte nacional como una región que, si bien está dentro de la demarcación fronteriza guatemalteca, no se la ha tomado en cuenta como parte del país y los gobiernos no han realizado los esfuerzos necesarios para aprovechar sus recursos al máximo. De ahí que en sus representaciones regionales incluya

10 una propuesta de integración de esas regiones a la nación, no solamente en términos territoriales sino también culturales, económicos, políticos y sociales. En el estudio de esta literatura de región, dado el periodo histórico en el que el autor representa el aislamiento de los grupos humanos en esa naturaleza del norte guatemalteco, tomo en cuenta dos fenómenos relacionados a la incorporación de este territorio. Por un lado está el potencial económico de la región. French argumenta que “Spanish American nature writing much more directly represents the continent’s predominant economic forms and, as a result, its gradual incorporation into the international capitalist system” (13). En el caso de las representaciones regionalistas de Rodríguez Macal, examino la manera en la que se refiere a la productividad económica del norte no sólo para su integración al país sino para el desarrollo general de éste y su participación en el mercado internacional. Por otro lado, relacionadas al primer fenómeno, se plantean las relaciones neocoloniales entre Guatemala y naciones más desarrolladas, a saberse Inglaterra, Alemania y Estados Unidos. French piensa que las representaciones de la vida rural que hicieron los escritores criollistas hispanoamericanos “are informed and even motivated by changes in the international economic order that were most violently felt in the agricultural productive sector” (8). Más adelante, French indica que “nature is represented in its productive capacity, specifically as the locus of a political contest among local workers, the national elite, and the foreign capitalists” (36). En efecto, las novelas estudiadas muestran estas facetas entre guatemaltecos y extranjeros de las nacionalidades mencionadas y la manera en que la economía internacional afectaba los sectores económicos nacionales, especialmente la agricultura; los ingleses por la cercanía de la colonia británica de Belice, los alemanes

11 productores de café en Alta Verapaz y los estadounidenses en relación a las actividades de extracción de recursos naturales en las selvas del Petén. Los tres componentes discutidos interactúan entre sí en la novelística de Rodríguez Macal, como en gran parte de la literatura criollista. Esa interacción constituye la base de mi análisis sobre la manera en la que el escritor imagina una Guatemala unida al entrelazar historia, etnografía y región para postular un modelo consolidado de nación. Como Alonso sugiere, “culture and history are to some extent inflected by geography since the latter invariably leaves its characteristic imprint on the spiritual structure of a people that lives within its boundaries” (The Spanish American 60). En su propuesta para revivir la idea de la región como representativa de la nación, Loriggio afirma que “what must be rethought is not only the relation between human beings and environment, but also togetherness and social life” (23-24). A este respecto, a finales del siglo XX Sommer indicaba que “nation-builders projected an unformed history on a beckoning empty continent” (27). Tal como lo había señalado Alfonso Reyes a principios del mismo siglo: “la base bruta de la historia” descansa en “la raza de ayer, sin hablar de sangres, la comunidad del esfuerzo por domeñar nuestra naturaleza brava y fragosa” (30). Planteo entonces que, como constructor de nación, este autor hizo uso de esas partes aún no representadas de la historia del país sobre culturas y sociedades establecidas en aislados e ignorados territorios cuya naturaleza constituía, o tenía el potencial de constituir, la base de un desarrollo económico para el progreso regional y nacional. En los tres capítulos de la segunda parte de este estudio abordo cada una de las novelas criollistas del autor, haciendo hincapié en los elementos explicados con anterioridad y de acuerdo a la cronología de aparición de estas obras. Este orden obedece a que también

12 deseo demostrar la manera en que evolucionaron los textos, los temas y las propuestas del intelectual con respecto a la nación guatemalteca. Para sustentar el análisis, en cada capítulo planteo un estudio comparado con novelas criollistas guatemaltecas e hispanoamericanas. Con respecto al marco comparativo, Seymour Menton indica que “the literary critic can better perceive, analyze, interpret, and evaluate the various elements of a literary work by analyzing them in comparison with or in contrast to those of a similar work, and the more similar, the better” (Latin America’s New Historical Novel 96). Este enfoque intertextual me sirve de apoyo para dilucidar el proyecto narrativo del Rodríguez Macal y la originalidad del mismo mediante el análisis de las similitudes y diferencias existentes entre su narrativa y otras obras análogas en los ámbitos nacional y continental. En el capítulo tres sobre Carazamba observo la constitución étnica de Guatemala como elemento axial que realza el discurso regionalista sobre el Petén. Al mismo tiempo señalo la existencia de un discurso subyacente sobre la historia de este departamento. En esta novela examino la identidad cultural guatemalteca a través de la representación de una serie de tensiones entre los protagonistas, el narrador criollo y la mujer caribeña, construidos como opuestos binarios. Me sirvo de este concepto para explicar la generación de significado entre términos que se excluyen mutuamente, tales como masculino/femenino, cultura/naturaleza y civilización/barbarie, entre otros. A partir de la construcción de estos personajes cultural, biológica y psicológicamente antagónicos, me interesa analizar dos dimensiones en la construcción de la mujer: el papel que desempeña al lado del hombre y su representación como alegoría de la región. Seguidamente analizo a los protagonistas, Carazamba y el narrador, como partes de un sistema urbano socialmente estratificado dentro del mundo narrativo que refleja el tejido social de la Guatemala de mediados del siglo XX.

13 Con los medios social y natural de trasfondo, estudio la forma en que el narrador se construye a sí mismo y cómo representa el mestizaje de la mujer mediante la asignación de características dicotómicas como humano/animal, santidad/demonio, historia/leyenda y conocimiento/superstición. Este análisis revela que a la mujer caribeña se la representa como un personaje que evidencia nociones problemáticas de género, raza, sociedad y territorio. A través de mi lectura planteo que esas representaciones funcionan paralelamente en ambos protagonistas y, por lo mismo, éstos se complementan entre sí; es decir que esos opuestos regionales, étnicos y sociales aparecen como complementarios dentro de la nación guatemalteca. Por otro lado, propongo que la construcción de Carazamba la convierte en un elemento autóctono alegórico de la región selvática cuyas relaciones sociales representan la historia del territorio norte guatemalteco que, ante una amenaza inglesa, se desea integrar a la nación. Estos análisis se sustentan con un estudio comparado con Doña Bárbara de Gallegos y El tigre (1932) del guatemalteco Flavio Herrera, para examinar la manera en que Carazamba dialoga con el criollismo nacional y el continental. En el cuarto capítulo analizo Jinayá, cuya trama se desarrolla alrededor de un argumento histórico. Se trata de una parte de la historia de Guatemala que la historiografía y la literatura de la época habían ignorado: el trato que los gobiernos guatemaltecos dieron a los residentes alemanes y a sus descendientes durante y después de la Segunda Guerra Mundial. Asimismo se aborda la relación entre germanos e indígenas q’eqchi’es en el departamento de la Alta Verapaz.3 Propongo que esta novela desafía las nociones de pertenencia a la nación a partir del vínculo entre los q’eqchi’es nativos y los extranjeros

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El nombre de esta etnia maya se repite a lo largo del estudio. Se escribe de diferentes maneras: Cacché, cacche’, quecchí, quecchi’, quekchí, ketchí, kekchí, kekchi’, k’ekchi y q’eqchi’. Aquí se utiliza esta última forma y su plural ‘q’eqchi’es’ que acepta la Academia de Lenguas Mayas de Guatemala, excepto cuando otros autores citados utilicen alguna de las otras ortografías.

14 nacionalizados. Estudio esta relación mediante una comparación entre los sucesos históricos y los del mundo narrativo, haciendo hincapié en la manera en que operan los conceptos de nación y cultura como parte de la representación de la autenticidad nacional en una novela que reivindica como guatemaltecos a los indígenas y a los nacidos en el país de padres extranjeros. En la narración de esta parte de la historia, se ponen de manifiesto los sectores sociales dentro de un estado agrícola con diferentes sistemas de producción mediante el uso de imágenes ampliamente representadas en la literatura guatemalteca: los q’eqchi’es, los alemanes y el área altaverapacense. El autor da realce a las etnias principales que se encuentran en esta región mediante una representación diferente a la que tradicionalmente les otorgaban los escritores criollistas: a los indígenas como fuerza productiva con deseos de igualarse a la etnia ladina y a los extranjeros como agentes de intervenciones neocoloniales.4 En Jinayá, sin embargo, se desafían ambos estereotipos y se reclama el estatus de ciudadano para estos grupos étnicos y sus descendientes nacidos en el país. De ahí surge en la novela el discurso regionalista sobre un territorio de haciendas familiares cafetaleras. Es precisamente en este tipo de hacienda, punto alrededor del cual se desarrolló en Guatemala una agricultura basada en un modelo de producción feudal, que la convergencia armoniosa de estas dos etnias en el mundo narrativo de Jinayá da lugar a una nueva forma de producción agraria. Con base en los postulados de Margarita Saona en su Novelas familiares: Figuraciones de la nación en la novela latinoamericana contemporánea (2004), propongo que ésta es una novela familiar; es decir, una construcción imaginaria de la nación que toma como base un relato de familia. Mi lectura se centra en las representaciones 4

En Guatemala, el término “ladino,” según Heckt, se usa para referirse a personas mestizas de orígenes amerindio y español o a amerindios asimilados (323). Adams indica que “ladino” incluye a quienes no son indígenas y que no es un sinónimo exacto de “mestizo” porque se usa más con un sentido cultural (“Guatemalan Ladinization and History” 527). En este estudio se utiliza como término cultural para referirse a una persona que se identifica con poca o ninguna mezcla de sangre.

15 alegóricas nacionales en las que se promueve una nueva organización en las relaciones agrarias laborales y se propone una síntesis de clases en esa Guatemala políticamente cambiante de mediados del siglo XX, ambas basadas en la familia. Para este análisis también me apoyo en un estudio comparativo entre Jinayá y la novela guatemalteca Cuando cae la noche (1943) de Rosendo Santa Cruz, la que resume las representaciones que se hicieron en el criollismo guatemalteco sobre los alemanes en Alta Verapaz. Realizo también una comparación entre la obra de Rodríguez Macal y Don Segundo Sombra de Güiraldes sobre la representación de la nacionalidad en el criollismo hispanoamericano. Examino Guayacán en el capítulo cinco y propongo que su tema eje es la región, es decir su característica marcadamente regionalista que pone de manifiesto la importancia cultural, económica y social del territorio norte del Petén. En este departamento se representa un territorio amenazado por una nación colindante debido a la ausencia del Estado. Se critica de esta manera a los gobiernos centralistas que no vigilan la soberanía en el norte selvático del territorio nacional y controlan el destino de los habitantes de la selva sin preocuparse por el bienestar de los mismos. Considero que esta novela plantea, como otros textos del criollismo, notablemente La vorágine, las relaciones entre nación y territorio en América Latina. A través de la representación de la región en cuestión se pone de relieve su historia contemporánea a las décadas de los años cuarenta y cincuenta, sobre los obstáculos que han afrontado los pobladores de este territorio y que, al mismo tiempo, han impedido su modernización. Esa parte de la historia que narra Guayacán indica que los gobiernos se han interesado sola y parcialmente en términos pecuniarios en las actividades de extracción de materias primas, en especial del chicle, en el Petén como un territorio que ha estado

16 mayormente abandonado desde antes de la independencia. El autor encuentra en la agricultura una posible solución a los problemas de este departamento, junto a una ansiada integración nacional. Demuestro que esa solución propuesta en el mundo narrativo conjuga los métodos mayas tradicionales de producción agrícola en armonía con la naturaleza y una propuesta de modernización agroexportadora; el primero dio la base para el poderío de la civilización maya al abrir la selva para dar lugar al cultivo del maíz, mientras que el segundo puede hacer lo mismo por el Petén al ganarle terreno a la extensión selvática para practicar una agricultura moderna. Así, en Guayacán se propone la modernización del Petén con base en un modelo agroexportador que avala la inversión extranjera y que lidera un modelo de ciudadano emprendedor originario de la región. Este residente modélico fundamenta el discurso sobre la constitución étnica del Petén, puesto que representa el gran potencial de recursos humanos del departamento y mediante sus relaciones se proponen mezclas raciales para consolidar la nación. A través de mi lectura propongo que, desde lo regional, Guayacán es una ficción fundacional; es decir que la consolidación o frustración del romance entre diversos personajes con el protagonista alegoriza el proyecto de una nación guatemalteca que se desea integrar y desarrollar cultural, económica y socialmente. Efectúo un estudio comparado entre esta novela y La vorágine de Rivera dado que ambos textos abordan el tema de las regiones selváticas aisladas en donde peligran tanto la vida de sus habitantes como la soberanía nacional debido a la falta de interés del Estado. En el plano guatemalteco, se hará una comparación con Anaité (1948) de Mario Monteforte Toledo, obra que también trata del territorio norte.

17 Mediante este estudio me propongo demostrar la manera en la que Rodríguez Macal entrelaza en su narrativa una historia alternativa de la nación con las representaciones etnográficas y geográficas para producir una literatura regional en la que se presenta una autoctonía nacional. La reconstrucción de su visión del mundo, el análisis crítico de sus novelas criollistas y el estudio comparado de éstas con la tradición nacional y continental, me permiten establecer la Guatemala que imagina Rodríguez Macal como intelectual embebido en los mayores debates nacionales. La evolución de los textos, temas y propuestas del autor con respecto al mejoramiento integral de la nación hacen posible dilucidar su proyecto narrativo que se cimienta en los territorios del norte. Las regiones representadas en los mundos ficticios de Carazamba, Jinayá y Guayacán postulan, por un lado, proyectos alternativos para la construcción nacional y, por el otro, reflejan una obsesión por la inacabada territorialización de la nación y el fracaso de los proyectos de modernización en Guatemala.

18 Primera parte

Capítulo uno Virgilio Rodríguez Macal

La obra ensayística, narrativa y periodística del intelectual Virgilio Rodríguez Macal (1916-64) resulta clave para entender los debates culturales sobre la nación guatemalteca en las décadas de los años 50 y 60. Estas dos décadas son definitorias para el país, e incluso para América Latina, puesto que el temprano socialismo guatemalteco se constituyó en un marco de referencia para la historia de la segunda mitad del siglo XX en el continente. No obstante la aportación artística e intelectual de Rodríguez Macal, o quizás debido a ella, el interés del campo académico en sus escritos es desdeñable. Además de ser uno de los autores más populares de Guatemala, su obra sobresale entre la de los escritores de su tiempo por la combinación de diversos géneros novelísticos, los espacios representados y el matizado tratamiento de los temas caros al movimiento literario en boga en la Guatemala de esa época: el criollismo. Tanto sus cuentos como sus novelas tienen la particularidad de desarrollarse en las regiones agrestes del norte del país, así como también de revelar una verdadera vocación de diálogo crítico con la tradición literaria nacional y continental.1 La literatura guatemalteca sólo llegó a alcanzar una proyección internacional cuando se galardonó en 1967 a Miguel Ángel Asturias con el Premio Nobel. Este suceso despertaría el interés crítico en la narrativa de este país y llevaría al redescubrimiento de escritores como José Milla y Vidaurre (1822-1882), el precursor de la novela guatemalteca. En la misma

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Véase el Apéndice B para una enumeración cronológica de las novelas del criollismo continental estudiadas como parte de la presentación de la historia literaria en que se enmarca Rodríguez Macal.

19 Guatemala, el desarrollo del sistema literario apenas se inicia en 1917 con la inauguración de los Juegos Florales Centroamericanos en la ciudad de Quetzaltenango, seguidos por la aparición en 1946 del Certamen Permanente de Ciencias, Letras y Bellas Artes.2 Estos concursos desde sus inicios darían lugar a que la producción literaria ocupara un lugar en las polémicas intelectuales sobre la cultura y la nación guatemaltecas, aunque muchos escritores no se estudiarían posteriormente por considerárselos de menor calidad, de estilo anacrónico o de tendencia contraria a la de los autores de la época. Este es el caso de Rodríguez Macal. La falta de estudios literarios sobre su narrativa obedece, en parte, a que la literatura de Centroamérica en general ha recibido menos atención crítica. En el 2006 John Lipski aseguraba que, de las diferentes literaturas escritas en español, la centroamericana “sufre la escasez más aguda de investigaciones lingüísticas y literarias” (349). Efectivamente, así lo han planteado varios especialistas de la literatura a lo largo de las décadas: Seymour Menton en Historia crítica de la novela guatemalteca (1960), Adelaida Lorand de Olazagasti en El indio en la narrativa guatemalteca (1968), Arturo Arias en Ideologías, literatura y sociedad durante la revolución guatemalteca, 1944-1954 (1979), y Francisco Albizúrez y Catalina Barrios en Historia de la literatura guatemalteca (1981). Por otra parte, la tendencia de la crítica a privilegiar el estudio de los escritores canónicos –Flavio Herrera y Mario Monteforte Toledo en Guatemala, Asturias y el nicaragüense Rubén Darío en el plano centroamericano, por ejemplo– ha contribuido a generar un vacío en zonas amplias de la literatura. En el caso particular de Rodríguez Macal, los escasos estudios son esporádicos y consisten mayormente en breves apuntes biográficos y juicios impresionistas. Este desinterés por parte de la crítica se contrapone a la enorme popularidad que su narrativa ha tenido y continúa teniendo más de sesenta años después de 2

Por “sistema literario” me refiero al aglutinamiento del corpus literario, la crítica literaria y el público lector.

20 iniciadas sus publicaciones. El público guatemalteco ha leído sus obras, desde las primeras ediciones, tanto o más que las de aquellos canónicos consagrados por la crítica nacional e internacional. Además, sus libros se han incorporado al sistema educativo y figuran en los currículos escolares. Esta investigación procura subsanar esa escasa atención crítica y ayuda a demostrar cómo la obra de Rodríguez Macal, dentro del marco de su evidente presencia en la cultura guatemalteca, es portadora de una perspectiva esclarecedora de la Guatemala de las décadas de mediados del siglo XX. Su narrativa se caracteriza por una constante preocupación por la construcción de la nación en un período de tensiones ideológicas y transformaciones sociopolíticas. El primer paso en el estudio de una obra desatendida por la crítica es la reconstitución del contexto histórico en el que el escritor desarrolló su trayectoria artística e intelectual, así como de la propia obra literaria y periodística. A continuación se presenta una biografía intelectual del autor, su narrativa y un análisis de sus crónicas y ensayos periodísticos con el objetivo de plantear su visión del mundo.

Contexto Diversas personalidades y varios acontecimientos nacionales e internacionales influyeron en la vida de Rodríguez Macal. Su existencia, aunque breve, estuvo colmada de viajes, intercambios intelectuales y reconocimientos artísticos y periodísticos. Fue un ávido explorador de su país tanto geográfica como históricamente, como lo demuestran su ensayística, narrativa y crónica periodística. Asimismo participó en la vida cultural y política de la nación, ocupando cargos civiles y diplomáticos en los gobiernos de la

21 postrevolución, es decir a partir de 1954.3 La visión del autor, manifestada tanto en sus escritos como en sus acciones, lo llevó a abogar continua y firmemente por los derechos y las libertades ciudadanas, y a proponer un desarrollo nacional que incluyera a los habitantes de las áreas más retiradas del país. Esto obedeció a que gran parte de su vida se enmarcó en un periodo de la historia de Guatemala en el que los gobiernos se caracterizaban por un afán modernizador, basado en el progreso económico y el desarrollo de la infraestructura del país, dentro de un esquema autoritario y una administración estatal centralista e indiferente a las regiones aisladas. Nació en la Ciudad de Guatemala el 28 de junio de 1916, en el seno de una acomodada familia de rancio abolengo ladino, cuya genealogía se remonta a los tiempos de la Capitanía General de Guatemala. Su madre fue Elisa Macal Asturias, descendiente del capitán general don Francisco Álvarez de las Asturias, uno de los principales colonizadores de Guatemala en el siglo XVII. Su prosapia paterna incluye a Ignacio Jacobo de Beteta, quien durante la segunda mitad del siglo XVIII fundó la Imprenta Colonial dedicada a editar obras didácticas y fue periodista director de la Gazeta de Goathemala durante su tercera aparición entre 1797 y 1816. El padre fue el diplomático Virgilio Rodríguez Beteta, intelectual que escribió sobre la cultura maya y la historia, la política y la sociedad, influyendo grandemente en la vida de su hijo.4 Durante su niñez, Rodríguez Macal realizó estudios de primaria en el Liceo Francés. Como tantos escritores latinoamericanos que se criaron en familias de embajadores, viajó 3

El periodo revolucionario es de 1944 a 1954 e incluye las presidencias del Dr. Juan José Arévalo (1945-51) y del Cnel. Jacobo Árbenz (1951-54). Este último fue derrocado en 1954 por el Cnel. Carlos Castillo Armas, iniciando el periodo postrevolucionario que se extiende hacia 1963. 4 Entre sus libros se encuentran Evolución de las ideas en el Antiguo Reino de Guatemala (1925), Ideologías de la independencia (1926), Evolución de las ideas-La mentalidad colonial (1929), Los dos brujitos mayas (1936), Evolución de la imprenta, los libros y el periodismo coloniales (1962) y La política inglesa en Centro América durante el siglo XIX (1963).

22 por América y Europa con su padre, quien desempeñó varios cargos diplomáticos. A la edad de once años empezó su vida de viajero y su relación con la política. Se trasladó a Tegucigalpa, Honduras, acompañando a su padre en su labor diplomática como ministro plenipotenciario del gobierno liberal del Gral. Lázaro Chacón (1926-31). El objetivo de este cargo especial era representar a Guatemala ante la amenaza de una guerra con el país vecino. Las diligencias del padre evitaron el conflicto bélico gracias a su habilidad para convencer a los gobernantes de que la querella no era más que un pretexto de la Cuyamel Fruit Company, bananera que operaba en Honduras, para apoderarse de las tierras de la United Fruit Company con operaciones en Guatemala.5 Sin embargo, por la poderosa influencia que ejercía la compañía afectada en el gobierno estadounidense, éste coaccionó al presidente guatemalteco para exiliar al negociador de la paz que había revelado intereses neocoloniales. La familia se fue a vivir a Nueva York por dos años. A su retorno a Guatemala en 1930, el padre fue nombrado embajador del gobierno liberal progresista del Gral. Jorge Ubico (1931-44). Rodríguez Macal no vivió bajo esta presidencia prolongada, posteriormente denominada ubiquista, ya que acompañó a su padre en sus diferentes puestos diplomáticos en Europa y América del Sur. Sin embargo, durante sus constantes visitas a Guatemala pudo observar, como lo revelan sus escritos, la manera en que el gobierno degeneraba en dictadura. Durante un poco más de trece años, Ubico rigió el país con mano dura; hubo censura y persiguió a los intelectuales del país, quienes vivían bajo el temor de ser humillados, vapuleados y hasta asesinados. Durante el ubiquismo se aplicaron medidas severas a la población en general, especialmente a las comunidades indígenas que fueron objetos de un discurso que las tachaba de subversivas y peligrosas.

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Véase No es guerra de hermanos sino de bananos. Cómo evité la guerra en Centroamérica en 1928 (1969) de Virgilio Rodríguez Beteta.

23 En Madrid, donde el progenitor fue embajador ante la Segunda República Española, el futuro escritor continuó sus estudios de secundaria y tuvo oportunidad de visitar otros países. Su padre renunció al puesto en España en noviembre de 1936, a raíz de que Ubico había reconocido el gobierno de Francisco Franco, y se trasladó a la embajada de Santiago de Chile donde trabajó por once años. Rodríguez Macal regresaba constantemente a Guatemala y, tal como lo había hecho antes de salir al extranjero, pasaba largas épocas en las regiones de las Verapaces –en el altiplano central guatemalteco– y en Izabal –el departamento al este del país que colinda con Honduras, el Mar Caribe y Belice. A la edad de veinte años escribió y publicó cuentos en los diarios chilenos El Mercurio y La Nación. Estos primeros relatos serían compilados más tarde en dos libros, el primero de los cuales se titularía La mansión del pájaro serpiente, obra que posteriormente recibiría en 1942 el primer lugar en un certamen literario para escritores del continente. Mientras tanto en Guatemala, los sectores opositores al régimen de Ubico incitaron a una huelga de paro general que obligó al dictador a renunciar. El militar ubiquista Federico Ponce Vaides fue nombrado presidente provisional en 1944, decisión que produjo múltiples manifestaciones populares que desembocaron en la Revolución Guatemalteca del 20 de octubre de ese mismo año y la llegada del socialismo, acontecimiento definitorio para el país y marco de referencia para la historia del continente durante la segunda mitad del siglo XX. Mediante elecciones democráticas llegó al poder en 1945 el primer gobierno socialista de Juan José Arévalo. La Guatemala de 1947, a la que regresó Rodríguez Macal después de su residencia en Chile, era un país transformado por el proyecto de modernización ubiquista. También era notorio el gran progreso económico que generó el incremento de las exportaciones agrícolas,

24 para las cuales otorgó concesiones a compañías estadounidenses en la explotación bananera y a finqueros alemanes residentes en el país que se dedicaban al cultivo del café. Durante esta administración se construyó el primer sistema de carreteras que comunicó la mayoría de centros urbanos y rurales del país, pero no llegó al departamento norteño del Petén. Aun así, Rodríguez Macal observó en sus escritos que el gobierno centralizador ubiquista se caracterizó por regir el sino de la región norte que se volvería el centro de su mundo narrativo. El gobierno de Arévalo (1945-51) inició la tarea de subsanar las deficiencias en el plano social a través de su ideología del socialismo espiritual para la libertad psíquica del individuo, apoyo a la educación como la única manera en que el indígena llegaría a ser ciudadano y simpatía para con las masas del campo mediante el apoyo al obrero rural y al campesino (Gleijeses 44, 54; Valdés Ugalde 137-139). Esto último motivaría al mandatario a lanzar una campaña de colonización de las regiones aisladas del país. De esta manera se construyó en el Petén una colonia agrícola experimental que resultó demasiado costosa y terminó con el fracaso del proyecto. No sucedió lo mismo con la fundación, mayormente en el área urbana, de nuevas instituciones; entre las más importantes se pueden mencionar el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social, el Ministerio de Economía, Trabajo y Previsión Social, y el Banco de Guatemala. El magisterio del país gozó de muchas garantías y se crearon el Comité de Alfabetización, el Departamento de Educación Rural y la Primera Facultad de Humanidades en la recién declarada autónoma Universidad de San Carlos de Guatemala. Se otorgó autonomía a los tres poderes del estado, a las municipalidades y al ejército nacional. Se promovió el derecho a la organización laboral que dio paso a la creación de sindicatos en todo el país.

25 La vida de Rodríguez Macal en Guatemala no ha quedado registrada con muchos detalles desde su regreso en 1947 hasta 1954, o sea durante los gobiernos socialistas. Durante este periodo, al parecer, el escritor se dedicó mayormente a actividades de carácter social, encontrándose datos que lo relacionan con el Cnel. Francisco Arana, miembro de la Junta Revolucionaria de 1944.6 El gobierno de Arévalo sufrió varios alzamientos en su contra, los cuales se encargó de aplacar la facción del ejército al mando del coronel Árbenz. Entre estas insurrecciones, la más prominente fue la de 1949 que ocurrió a raíz del asesinato del Cnel. Arana, de quien se sospechaba que lideraba un golpe de estado para derrocar al mandatario.7 Existe una nota de Clemente Marroquín Rojas, periodista y político guatemalteco, en la que indica que se vio a Rodríguez Macal “fusil en mano en la lucha de 1949” (“Ausencia de Virgilio Rodríguez Macal”). También se encuentra una crónica que escribió el mismo Rodríguez Macal donde habla de su amistad con Arana (“El aniversario de hoy”). Asimismo, formó parte del grupo de ciudadanos que en 1951 apoyó la fundación del Cuerpo Voluntario de Bomberos, incluyendo a Jorge Toriello que fue el líder civil de la Junta Revolucionaria del 44. Rodríguez Macal actuó como el primero de los Comandantes Generales de la recién formada organización. Es decir que el escritor estuvo relacionado con dos de los tres adalides de la Revolución del 44, con cuyos principios concordaba, como se verá más adelante. Se esperaría encontrar indicios de que sostuvo alguna relación con el Cnel. Árbenz, pero no existe ningún documento que así lo indique. Por el contrario, su crónica periodística revela una tajante oposición al gobierno arbencista. Es probable que la 6

La Junta Revolucionaria de 1944 fue el triunvirato compuesto por el civil Jorge Toriello y los militares Jacobo Árbenz y Francisco Arana, quienes lideraron la Revolución Guatemalteca del 44 y estuvieron a la cabeza del país luego de la caída del régimen ubiquista hasta la inauguración de la presidencia de Arévalo. 7 Véase La esperanza rota: La revolución guatemalteca y los Estados Unidos, 1944-1954 (2005), de Piero Gleijeses, especialmente el tercer capítulo.

26 actitud del escritor se deba a las acusaciones contra Árbenz sobre su posible autoría intelectual del asesinato de Arana. A pesar de ésta y otras especulaciones sobre el uso del poder militar para salvaguardar al Primer Gobierno de la Revolución, el Cnel. Jacobo Árbenz asumió la presidencia en marzo de 1951. El Segundo Gobierno de la Revolución (1951-54) trajo más cambios de orden social, continuó la modernización del país y defendió los derechos de los sectores necesitados, especialmente de los campesinos indígenas. En 1952 puso en práctica la Ley de Reforma Agraria para distribuir tierras entre campesinos desposeídos, incluyendo terrenos ociosos de grandes terratenientes. En las regiones aisladas se limitó a crear las condiciones para la organización de sindicatos laborales. Rodríguez Macal viajó por el norte del país en excursiones de cacería y de exploración, especialmente por la región petenera. En los años 1952 y 1953 realizó una campaña a favor de los lagarteros de este departamento para que se les aumentara el pago por medida de piel.8 Los dos gobiernos revolucionarios impulsaron la cultura y las artes a través de la Editorial del Ministerio de Educación y la Dirección General de Bellas Artes. Se promovieron las actividades artísticas, se instituyó el Certamen Nacional Permanente de Ciencias, Letras y Bellas Artes y surgió una producción literaria afín a los principios de la Revolución: el criollismo guatemalteco; es decir una literatura de compromiso social y asociada con un proyecto político. Aunque se consideraba tardía en comparación al resto de Hispanoamérica, esta literatura criollista siguió la tradición continental de representar el país a través de su naturaleza, cuadros costumbristas sobre la vida de sus habitantes, la denuncia de las condiciones de los regímenes opresores y el imperialismo.

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La cacería de lagartos era una ocupación de aprovechamiento de los recursos naturales en las selvas peteneras de Guatemala y su práctica obedecía a la demanda de pieles de la industria peletera de mediados del siglo XX.

27 Durante esta misma época, Rodríguez Macal también se dedicó a la literatura. Dos de los cuentos que escribió en Chile, pertenecientes a su segunda compilación titulada Sangre y clorofila, recibieron premios en concursos nacionales en 1948 y 1950, y uno en un certamen centroamericano en el 48. Fue galardonado dos veces consecutivas por sus primeras dos novelas, Carazamba en 1950 y Jinayá en 1951, con el Primer Premio de los Juegos Florales Centroamericanos. Ingresó a la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala, para lo cual dictó la conferencia “Ensayos de interpretación sobre el Popol-Vuh y los orígenes de la civilización maya” el 12 de septiembre de 1951. Ese mismo año publicó su primer libro La mansión del pájaro serpiente. Sus logros literarios para el año 53 incluyeron la publicación de Carazamba y el recibimiento del Premio Único de Novela en el Certamen Centroamericano de Ciencias, Letras y Bellas Artes por su novela Guayacán. En 1954, por la alianza con el partido comunista, el gobierno de Árbenz enfrentó varias manifestaciones opositoras. Además, por la expropiación de las tierras de las compañías norteamericanas en nombre de la Ley Agraria, el gobierno de los EE.UU. lanzó una invasión a Guatemala al mando del Cnel. Carlos Castillo Armas. Éste llegaría a ser el primer presidente del periodo de la Contrarrevolución. Ese mismo año, Rodríguez Macal acompañó a su padre en una gira por América del Sur, que éste llevó a cabo como embajador extraordinario y plenipotenciario. El objeto era exponerles a los gobiernos sudamericanos las razones del conflicto armado que acaudilló Castillo Armas y lo llevó a la presidencia. A su retorno, el escritor se incorporó a la vida profesional como periodista, asumiendo en abril de 1955 la dirección del hoy desaparecido Nuestro Diario, periódico que en ese entonces estaba vinculado al gobierno guatemalteco. Como director, redactó editoriales sobre una

28 amplia gama de temas de interés nacional y mundial como, por ejemplo, la situación del territorio del Petén en el norte del país, la unidad centroamericana y la política internacional. A finales del año 55 partió para Buenos Aires como Agregado Cultural y de Prensa de la Embajada de Guatemala. Allí creó un instituto de intercambio argentino-guatemalteco, contribuyó con el periódico El Gran Rotativo y dictó conferencias sobre literatura y cultura guatemaltecas, incluyendo una sobre aspectos de la actividad intelectual femenina de su país y la intitulada “José Martí en Guatemala.” Durante su ausencia se publicaron en Guatemala tres de sus libros en 1956. En marzo salió a imprenta Sangre y clorofila, segunda compilación de los cuentos criollistas que había escrito a finales de su estadía en Sudamérica (como lo corrobora el prólogo firmado en Santiago de Chile en julio de 1945). También se imprimieron Jinayá y la segunda parte de La mansión del pájaro serpiente con el título El mundo del misterio verde. La primera administración postrevolucionaria (1954-57), en la cual participó Rodríguez Macal, dio inicio a un gran proyecto de viviendas y varios programas sociales, aunque no del mismo impacto y envergadura que los promovidos por los regímenes socialistas. El gobierno de la Contrarrevolución desconoció las medidas sociales de los mandatarios anteriores. Lo poco que habían ganado los pueblos aislados en cuanto a avance social se perdió cuando la nueva administración declaró ilegal las organizaciones libres de campesinos, amenazó a sus líderes y congeló sus cuentas bancarias. Se puso en vigor una nueva constitución que dio poder absoluto al presidente y disolvió los partidos políticos y los sindicatos. Castillo Armas creó en el país un clima de terror y represión al importunar, detener o aniquilar a cualquier dirigente o intelectual considerado comunista; por ejemplo, despojó a Miguel Ángel Asturias de su ciudadanía guatemalteca (Shea 87). El mandatario

29 cambió la reforma agraria por un estatuto que evitaba la división de grandes extensiones latifundistas y permitía la ocupación de terrenos baldíos. Éstas y otras acciones contribuyeron a que se conspirara contra el gobierno asesinando al gobernante en el mismo Palacio Presidencial en julio de 1957. Ese mismo año Rodríguez Macal se encontraba radicado por su propia cuenta en Madrid, donde su novela Guayacán recibió una mención honorífica en el certamen “Pedro Antonio de Alarcón.” Durante su residencia en España, publicó cuentos y artículos en los periódicos ABC y Ya. Entretanto, en Guatemala, salía elegido como presidente el Gral. Miguel Ydígoras Fuentes, representante fundador del Partido Redención. Este gobierno (1958-63) impulsó la economía nacional, mejoró las vías de comunicación, promovió la participación guatemalteca en el mercado centroamericano y se preocupó por mejorar los servicios de vivienda y salud. Su agenda también contenía un plan de territorialización como parte del esfuerzo estatal para incluir en los programas nacionales al norte del país, especialmente el abandonado departamento del Petén. Rodríguez Macal desempeñó un papel activo en este gobierno, nombrándolo el presidente mismo en 1958 como Primer Secretario de la Embajada guatemalteca en Madrid. Ese mismo año el autor recibió el Primer Premio del Certamen Nacional Permanente de Ciencias, Letras y Bellas Artes en Guatemala por su libro de cuentos El mundo del misterio verde; premio que volvería a recibir dos años más tarde con Cuatro cuentos diferentes (inédito). También terminó de escribir la novela Negrura en Madrid, donde ocupó el primer lugar en el certamen “Pedro Antonio de Alarcón” y fue publicada al año siguiente. Regresó al país en septiembre de 1959 y escribió varios artículos que aparecieron en diferentes diarios guatemaltecos. En noviembre de ese año publicó en El Imparcial su ensayo “Por qué

30 soy anticomunista.” Este escrito resultó ser controvertido para la época ya que, en el ámbito nacional, todavía había sectores que lamentaban la caída del gobierno socialista de Árbenz, en lo regional se perfilaba el triunfo de la Revolución Cubana y, en el plano internacional, escalaban las tensiones a raíz de la Guerra Fría. Por la afiliación de Rodríguez Macal a la ideología del partido oficial Redención, fue postulado en 1961 como candidato a diputado para representar al departamento del Petén; tanto el presidente como el escritor eran grandes promotores del desarrollo del norte de Guatemala. Al siguiente año Ydígoras Fuentes lo nombró director de la gaceta oficial, Diario de Centro América, en la cual editorializó temas de actualidad para la época como las acciones del comunismo internacional (la crisis de los misiles en Cuba, por ejemplo), las relaciones entre los EE.UU. y América Latina (notorios son sus editoriales sobre la Alianza para el Progreso) y la agricultura en Guatemala (con especial atención al desarrollo agrícola en la región norte del departamento del Petén). En diciembre de 1962 publicó Guayacán que sería su último libro. En 1963, siendo el Vicepresidente del Círculo Nacional de Prensa, recibió dos galardones por su carrera literaria, periodística y política. El primero fue la Orden del Mérito “Bernardo O’Higgins,” reconocimiento que confiere el gobierno de Chile a ciudadanos de otros países que se hayan distinguido tanto en la diplomacia y la política, como en las artes y otras áreas. El otro fue el “Quetzal de Oro” por su novela Guayacán y por su fecunda obra literaria; este premio lo otorga la Asociación de Periodistas de Guatemala al autor del mejor libro publicado en el año. El 13 de febrero de 1964 muere a la edad de 47 años. Póstumamente se le rindieron homenajes diversos que incluyeron desde darle su nombre a una calzada interurbana en el departamento del Petén, hasta la rapsodia Guayacán, en honor a su obra maestra, que

31 compuso el Cnel. Rafael García Reynolds, Director de la Banda Sinfónica Marcial de Guatemala.

Obra literaria Rodríguez Macal terminó su primera colección de cuentos a los 23 años. Su carrera literaria la dedicó a la narrativa -cuento y novela-, a través de la cual se interesó insistentemente en crear mundos narrativos inspirados de varias regiones del país, en especial el departamento del Petén. Su creación literaria se inscribió dentro del criollismo, aunque se considera de tendencia tardía. Las obras publicadas incluyen tres colecciones de narrativa corta y cuatro novelas. Su cuentística trata dos temas bien definidos: 1) la fauna y la flora de las regiones más aisladas de Guatemala, y 2) el ambiente laboral rural. Entre sus libros de cuentos descuellan los dedicados a la naturaleza del país, especialmente de los departamentos norteños. El primero de éstos, La mansión del pájaro serpiente (1951), es la compilación de los relatos criollistas que terminó de escribir durante su estadía en Santiago de Chile en 1939. Tres años más tarde, el autor obtuvo con este libro el Primer Premio en la categoría “Libro para la juventud” del II Certamen Literario para escritores de América que organizó la Biblioteca Nacional de Guatemala. Este concurso lo auspició la editorial neoyorquina Farrar & Reinhart a instancias de la Oficina de Cooperación Intelectual de la Unión Panamericana en Washington. El jurado para esta categoría incluía a Miguel Ángel Asturias y a Rafael Arévalo Martínez, dos de las figuras más destacadas de la literatura guatemalteca. Este galardón impulsó la producción literaria de Rodríguez Macal, tal como había hecho el primero de estos certámenes en 1941 con la

32 carrera del escritor Ciro Alegría, quien obtuvo el primer lugar en la categoría de novela con El mundo es ancho y ajeno (1941). En La mansión del pájaro serpiente el escritor pone de relieve la importancia de coexistir con el entorno y los seres naturales en “una bella lección ecológica,” como dice Luz Méndez de la Vega, “de protección a los animales y su ambiente” (Prólogo 13). En efecto, en los cuentos se denuncia la cacería furtiva en la selva para obtener beneficios con la venta de pieles o plumas. Asimismo, se observa en su tratamiento de las etnias y lenguas indígenas que la preocupación ecológica no sólo se acotaba a la naturaleza, sino que se extendía igualmente a las culturas fundacionales y su lugar en la Guatemala moderna. Indica en la introducción que las historias las narra un indígena cakchiquel que “fue también de nuestros primeros y verdaderos padres,” advirtiendo “que lo desprecie aquel que desprecie a los indios y que no trate de convivir con ellos” (17). Luego cede la voz al narrador Pedro Culán, quien utiliza vocablos de su idioma para nombrar animales, plantas y fenómenos naturales. Esta obra consta de cinco cuentos, cada uno de los cuales lleva como título el nombre de un animal. El autor hace uso de los recursos literarios de la fábula como el diálogo, la metáfora, la onomatopeya, la prosopopeya y el símil. Al estilo de Rudyard Kipling y Horacio Quiroga, Rodríguez Macal pone de relieve lo que él llama el “Mundo Verde” del país, o sea el clima, la fauna, la flora y la geografía del norte, región que llegaría a ser el eje de sus mundos narrativos. Al igual que los animales humanizados de Kipling y Quiroga, aquellos que Rodríguez Macal antropomorfiza y hace entrar en contacto con el ser humano siempre sufren alguna desventura. Las historias sobre el actuar de los seres selváticos para con sus prójimos y su medioambiente dejan al final enseñanzas que instan al lector a

33 inclinarse hacia una existencia de tranquilidad y templanza, de ayuda mutua y de respeto a la libertad. El mundo del misterio verde (1956), considerado como la segunda parte de La mansión del pájaro serpiente, es el otro libro de cuentos del género fabulístico en el que Rodríguez Macal también representa los mundos animal y vegetal de la selva tropical. En todos los relatos de esta segunda antología, el autor utiliza los mismos recursos literarios que en la primera. Da la palabra a un narrador indígena: el q’eqchi’ Lish Zenzeyul o Andrés Cuatro Ojos. Éste nombra, tanto en español como en idioma q’eqchi’ a los animales, los vegetales y conceptos abstractos. Cada una de las siete narraciones que componen este libro gira alrededor de un animal selvático, del cual se describen sus hábitos, entorno y relaciones con otros seres de la jungla. Las lecciones morales se relacionan con las acciones de los seres humanos y complementan a las dadas en la primera colección. Se alecciona sobre la vanidad, la soberbia y los odios heredados. También se valoran la abnegación, el estoicismo, el ingenio, la moderación y la valentía. Una de las moralejas que llama más la atención es la relacionada a ‘la unión hace la fuerza,’ puesto que el escritor la vincula directamente con el actuar humano: “¡Qué verdaderamente hermoso ejemplo para los pueblos menores… dominados, avasallados!” (102). Es decir que, con los ejemplos de los animales, el escritor trata temas nacionales latentes y posteriormente tratados en sus obras, como las divisiones políticas y sociales. De su estadía en América del Sur data también la colección de cuentos Sangre y clorofila (1956) que Rodríguez Macal terminó en Santiago de Chile en 1945. En esta obra el autor representa la vida de vaquería, mayormente del suroriente nacional, a través de cuadros costumbristas. Sobresalen las descripciones de las actividades para arrear, enlazar y domar

34 ganado vacuno y equino, todo muy al estilo de los gauchos que representó Ricardo Güiraldes en Don Segundo Sombra. Aparecen las imágenes del centauro, del baquiano y del rumbero, así como también sus creencias, tradiciones y lenguaje. Estos relatos ponen de manifiesto el conocimiento del autor sobre la sociedad de las fincas ganaderas de Guatemala. Se advierten dos tipos de denuncia social: 1) en contra de una dictadura, sin duda la de Ubico, que priva de su libertad a hombres y animales; y 2) sobre la condición del indígena desposeído y oprimido cuya identidad está ligada a la tierra. Con estos cuentos el autor inicia una narrativa regional que llegaría a centrarse en la selva petenera. Esta narrativa regional la vendría a explotar el escritor mucho más en su novelística que, como la de sus antecesores criollistas, aborda los temas de civilización y barbarie, la denuncia social y las relaciones entre Guatemala y países desarrollados. Sus primeras tres novelas se clasifican dentro del género denominado novela de la selva en el que ésta deviene personaje que se contrapone al progreso del hombre. Bajo este esquema, las obras del autor presentan una combinación de dos de las temáticas del criollismo: la naturaleza exuberante como protagonista y la denuncia social de las condiciones de vida de las clases desposeídas. Sin embargo, como se verá oportunamente, diverge bastante de la tradición en cuanto a la forma de tratar la presencia de extranjeros en territorio nacional. Carazamba, su primera novela, es sobre un viaje violento por la selva. El narrador homodiegético, un criollo proveniente del altiplano, evoca retrospectivamente la historia de su amor con una mujer caribeña cuyo nombre da título al libro. A ésta se la describe como un hermoso ser de sangre mezclada entre india, negra y europea. La trama consiste en que el narrador mata al amante inglés de Carazamba y, en consecuencia, se ven obligados a huir de las autoridades, yendo hacia México a través de las selvas peteneras y acompañados de

35 Pedro, amigo incondicional del protagonista. La mayor parte de la acción se desarrolla en el Petén: un lugar salvaje lleno de contrariedades para el ser humano. Al final y a punto de lograr el objetivo de fuga, los prófugos se encuentran con unos soldados, con quienes sostienen un tiroteo, el narrador cae herido y Carazamba, cegada por sus sentimientos, los confronta y es abatida. Esta primera incursión del escritor en la novelística nacional hace hincapié tanto en el entorno natural como en la constitución étnica de la nación al incluir, además de las herencias europea e indígena, el legado africano en un personaje que encarna el mestizaje nacional. Asimismo denuncia las acciones de los ingleses involucrados en contrabando al amparo de las autoridades en la inestable frontera entre Belice y Guatemala. En su segunda novela, Jinayá, Rodríguez Macal utiliza como tema central las relaciones entre guatemaltecos y extranjeros. El título, que significa ‘lugar de la mucha agua’ en q’eqchi’, es el nombre de una hacienda familiar en el departamento de Alta Verapaz, donde se desarrolla la trama principal. El relato trata de la expropiación por parte del gobierno de las posesiones alemanas en Guatemala después de la Segunda Guerra Mundial y difiere en el tratamiento del tema alemán en Guatemala de otras obras guatemaltecas, destacando las relaciones de ayuda mutua entre indígenas y extranjeros. El narrador protagonista, un abogado, cuenta en primera persona cómo llega a encargarse y resolver exitosamente un litigio en contra del gobierno de izquierda para recuperar una finca confiscada durante la dictadura. En sus investigaciones, el narrador, con la ayuda de dos indígenas q’eqchi’es, descubre la mala administración, abusos y robos en la finca intervenida. A diferencia de las otras novelas del escritor, en Jinayá la naturaleza constituye el trasfondo de la trama puesto que el ser humano ya la ha dominado y es la burocracia estatal el tema medular en que se centra la crítica.

36 Guayacán es la novela más extensa de Rodríguez Macal, en la que vuelve a la selva del norte y se centra en la necesidad de modernización de las regiones nacionales aisladas. Un narrador omnisciente relata la historia del citadino petenero Valentín Ochaeta que regresa de estudiar agricultura tropical en los Estados Unidos y tiene la idea de llevar el progreso a su departamento con técnicas agropecuarias de punta. En su afán por hacerse con el capital necesario, Valentín realiza diversas labores de extracción de recursos naturales en el Petén, tales como la tala de maderas finas, la recolección de chicle y la cacería de lagartos. Durante sus travesías por la jungla se compenetra con la vida de las diferentes etnias del departamento y se relatan los abusos que cometen los cazadores ilegales mexicanos contra los recursos humanos y naturales. Esto constituye una fuerte denuncia del abandono en el que los gobiernos centralistas han tenido a esta región y sus habitantes desde la época de la independencia. Valentín se empeña en liberar la selva guatemalteca y, al mismo tiempo, critica la política antiimperialista del gobierno socialista que ahuyenta las empresas estadounidenses que comercian en madera, chicle y pieles, así como también las que realizan estudios petroleros. A pesar de todo eso, Valentín no ceja en su objetivo de modernizar el Petén. Después de terminar su lucha contra los lagarteros mexicanos, el protagonista realiza su sueño en la finca de un terrateniente petenero y con la ayuda financiera de dos estadounidenses a quienes auxilia en la selva durante su última expedición chiclera. La cuarta y última novela de Rodríguez Macal, Negrura, es la menos conocida y representa situaciones y paisajes totalmente alejados de la realidad guatemalteca. Negrura trata de las secuelas que dejó la Segunda Guerra Mundial en los ciudadanos residentes en un puerto alemán. También aborda los traumas de los veteranos afectados por el encuentro armado. El personaje central, Fred, es un joven con formación universitaria que tuvo que

37 abandonar sus estudios por la guerra, de la cual salió físicamente ileso pero afectado emocionalmente. Su deseo de ayudar a otros excombatientes lisiados, su relación amorosa con una chica, la esperanza de llevar una existencia normal y la promesa de una vida mejor que traen los vencedores de la guerra, todo da un final optimista a la historia. Dentro de la obra del escritor, tal como lo representó en Jinayá, esta novela muestra su preocupación por lo acontecido a los alemanes luego del segundo conflicto armado global. Igualmente, debe notarse que fue su primer paso para apartarse del criollismo, que no tendrá seguimiento por su temprana muerte, y buscar nuevos temas y formas narrativas. A la fecha de su fallecimiento dejó varios trabajos inconclusos, otros inéditos y muchos que sólo se publicaron en revistas y periódicos. El último libro de narrativa corta de Rodríguez Macal que quedó sin publicar es Cuatro cuentos diferentes, galardonado en 1960. También dejó un libro inconcluso titulado José Cruz y existe una grabación que el escritor mismo hizo de otro cuento que lleva el título de “La del rincón de esmeraldas.” También se pueden encontrar otros relatos cortos que no han sido compilados, como por ejemplo “Suerte de perro,” “Yalu. Cuento lacandón” y “La voz de la montaña,” todos aparecidos en el último diario que dirigió el autor. A estas obras perdidas y desconocidas de Rodríguez Macal hay que añadir un buen número de cuentos y artículos periodísticos que salieron en diversas publicaciones de Centroamérica, Suramérica y España.

Intelectual nacional Como lo demuestra su biografía, Rodríguez Macal desempeñó el papel del clásico intelectual latinoamericano. En el influyente estudio La ciudad letrada (1984), sobre la historia cultural de la clase erudita desde tiempos de la colonia, Ángel Rama establece que el

38 trabajo del escritor de mediados del siglo XX no lo arredró “la vida política” y que la producción artística “fue percibida como alto valor, tanto o más importante para la sociedad que las actividades políticas, periodísticas, diplomáticas” (85). En el caso del autor tratado, cuya narrativa y crónica periodística van de la mano, se tiene a un escritor que estuvo al servicio del estado como diplomático y también como periodista, dedicándose a esta actividad, como muchos escritores hispanoamericanos, tanto para ganarse la vida como para continuar ejerciendo el oficio de escritor. Según Rama, desde finales del siglo XIX y principios del XX, los “periódicosempresas” fueron los de mayor éxito y terminaron siendo “los pilares del sistema y parte ostensible de la ciudad letrada” (66). Como escritor, Rodríguez Macal parece haber tenido plena consciencia de que una forma efectiva para desempeñar su papel de intelectual era la de vender su capacidad de escribir, -ya probada en el ámbito literario-, dentro de lo que Rama describe como el “mercado de la escritura” cuyos principales patronos fueron “los políticos” y “los directores de periódicos” (94). Para los primeros, la suposición tradicional de que la obra literaria “se adelanta a la política,” concedió a la literatura un carácter dual profético y rector, por lo que “la política, entonces, debía seguir de cerca a la literatura” (Lecuna 15). Esa doble perspectiva, argumenta Rama, llevó a los intelectuales a la “participación generalizada en el foro público” (85). De allí que el intelectual tuviera la capacidad de ejercer influencia tanto en la esfera política como en la ciudadanía. En especial los novelistas, como el aquí estudiado, en quienes, según Lecuna, “recaería la labor de dar cuenta de toda una sociedad en busca de su identidad,… la re-evaluación de la historia, los mitos, las políticas, la inserción de Latinoamérica en el mundo y demás agendas

39 intelectuales” (28). Es decir, desempeñar un papel social que ayudara a mostrarle al público el lugar de lo nacional en el ámbito internacional. José Eduardo González señala que los escritores conscientes de la importancia de su función social tienen la preservación de las culturas regionales latinoamericanas como objetivo principal antes que la transformación social (395). Ambas constituyen el primordial propósito para el autor estudiado en cuya época la escritura del intelectual, como lo indica Lecuna, “abandona la curiosidad regionalista [y] se hace consciente de la realidad subdesarrollada,” cambiando la perspectiva de “una visión amena del atraso (“país nuevo”) a una concepción catastrófica (“país subdesarrollado”) del mismo” (84). La visión de Rodríguez Macal no deja el regionalismo pero tampoco ignora la falta de progreso del país y, en especial, de la región norte. Tal vez por ello, como se verá, su criollismo tiene matices divergentes de los textos canónicos. Es más, intenta contribuir ideas, proyectos y soluciones a problemas para superar el subdesarrollo nacional. Esto se manifiesta, como en sus cuentos y novelas, en el acervo de escritos que constituye su crónica periodística y ensayística. La reconstrucción de la visión del autor se dilucida a continuación con el análisis de estos textos no literarios. La producción periodística de un autor, como lo afirma Aníbal González, se puede ver como un libro de anotaciones, una fuente de información sobre la manera en que desarrolló ciertos temas, así como también un índice de sus antecedentes y preferencias intelectuales (63). En cuanto a Rodríguez Macal, aunque en sus escritos la ficción precedió al trabajo periodístico, se puede tomar como un indicador de las cuestiones que le importaban y que se reflejaron tempranamente en sus narrativas. Su visión del mundo, como el libre pensador que fue, se observa en sus ensayos, en su vida profesional como agregado

40 de prensa en embajadas guatemaltecas en otros países y como director de diarios. En este último puesto, como muchos de sus homólogos escritores, estaba a cargo del contenido de los rotativos y era responsable de sus publicaciones (Franklin et. al. 67), incluyendo la redacción de la sección editorial. Durante la época en la que editorializó Rodríguez Macal, no había una división clara de los géneros periodísticos, la cual inició el periodista francés Jacques Kayser en 1952 y no se empezó a estudiar en el mundo hispano hasta la década de los sesenta (Velásquez O. 15). De esa manera se observa cómo sus editoriales, además de constituir la presentación de las ideas rectoras del periódico, constituyen más bien crónicas de acontecimientos de importancia nacional e internacional. Es decir que, estos textos son editoriales porque en ellos “se explica un hecho, se sitúa un marco teórico, se recurre a los antecedentes a fin de comprenderlo; existe también una predicción y, sobre todo, se formulan juicios” (Velásquez O. 150). También funcionan como crónicas puesto que este tipo de información, como lo señala Willy Pinto Gamboa, conjuga “la temporalidad con la narrativización de los sucesos del acontecer cotidiano” (83) y en ella tiende a “predominar, mezclada con el dato verificable, la subjetividad, impregnando, matizando y coloreando cuanto se describe o relata” (86), o sea dando un toque ficticio al tema real. En otras palabras, el estilo editorial de Rodríguez Macal conlleva su punto de vista como representante de los diarios para los que trabajó y, a la vez, informa sobre sucesos que el escritor consideró importantes, con atención al tiempo en el que se desarrollaron, apelando a las posibilidades de la ficción. Éste es el mismo estilo que Nilda Flawiá atribuye al ensayista que “prefiere el registro de la realidad a través de la información testimonial; pone énfasis en ciertos hechos o acontecimientos; selecciona citas; organiza el desarrollo temporal de la enunciación y le

41 otorga al enunciado características de crónicas… al presentarlo en su continuidad, otorgándole a los personajes o acontecimientos mencionados la vida de la ficción” (24). Es decir que el autor remite el mundo al texto desde su propia perspectiva, para luego devolverlo al mundo en forma de ensayo; un orden que es, según Liliana Weinberg, la exigencia de otras formas narrativas, en particular de la crónica (132); en otras palabras, son semejantes los procesos de redacción de crónica y ensayo, este último sin los constreñimientos de tiempo impuestos al periodista. Flawiá señala que a través del ensayo el escritor revela su posición “ideológico-social” (21). A este respecto Weinberg agrega que “la voz del ensayista… construye una representación de sí mismo a la par que una representación del mundo” (213). Siguiendo este razonamiento de relación entre periodismo y ensayística, me centraré inmediatamente en las crónicas y ensayos de Rodríguez Macal para establecer su visión del mundo. Los textos periodísticos del escritor que se han obtenido en diversos archivos incluyen una serie de editoriales que redactó durante sus funciones como director de dos periódicos guatemaltecos.9 Entre el 19 de abril y el 6 de octubre de 1955 dirigió Nuestro Diario, rotativo de carácter semioficial. El decano de la prensa centroamericana, la gaceta oficial Diario de Centro América, estuvo a su cargo desde el 7 de julio de 1962 hasta el 8 de enero de 1963. De su ensayística se incluyen cinco textos. El primero de ellos se titula “Ensayos de interpretación sobre el Popol-Vuh y los orígenes de la civilización maya” que el autor presentó el 12 de septiembre de 1951 para el acto en el que fue aceptado como miembro de la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala. Constituye una colección de 9

Como parte de este estudio, durante el verano de 2010 se realizó en Guatemala un trabajo archivístico por el cual se obtuvieron 317 documentos. Las entidades visitadas fueron: Casa de la Cultura de Quetzaltenango, Hemeroteca Nacional, Archivo General de Centro América, Academia de Geografía e Historia, Biblioteca Literaria “César Brañas,” Tipografía Nacional y las bibliotecas de los Ministerios de Educación y de Relaciones Exteriores. En el Apéndice C se enumeran estos documentos.

42 tres documentos con los que el autor explica lo que a su parecer fue el origen del pueblo Maya Quiché, según la narrativa del libro sagrado de los mayas. El 30 de junio de 1955 presenta, a manera de discurso, su ensayo sobre la Revolución Liberal de 1871 que tituló “Ante el monumento de Justo Rufino Barrios10;” este texto trata sobre lo que Rodríguez Macal llama la verdadera revolución de Guatemala, contraponiéndola a la Revolución de 1944. Asimismo se cuenta con su ensayo más controvertido, “Por qué soy anticomunista,” que salió a luz el 10 de noviembre de 1959 en el diario El Imparcial.11 Una lectura en conjunto de la crónica y ensayística de Rodríguez Macal revela a un escritor con ideas bastante concretas sobre el país y su desarrollo económico, político y social. En la reconstrucción del pensamiento del autor sobresalen temas centrales en su obra como la identidad nacional, el norte del país, la geopolítica, así como la literatura misma.

Literatura Rodríguez Macal fue un intelectual conocedor y estudioso de otras literaturas. En sus puestos diplomáticos dictó conferencias sobre autores de la América Latina, incluyendo al cubano José Martí. Apoyó la producción de obras académicas como el tratado de historia y geografía centroamericanas del sociólogo Alberto Herrarte (ND 05/05) y creativas como la revista literaria Salón 13 (DCA 19/12). De igual manera promovió los diferentes certámenes literarios en Guatemala. Al comentar estos concursos, indica que 10

Líder militar de la Revolución Liberal de 1871 y presidente de Guatemala de 1873 hasta su muerte en 1885. Durante su gobierno inició la educación pública, se empeñó en modernizar el país, favoreció la inversión extranjera, promovió la inmigración norteamericana y europea, y luchó infructuosamente por la consecución de una Unión Centroamericana (Healy 23). Murió en Chalchuapa, El Salvador, durante una campaña de invasión en pro de la unificación ístmica. 11 Las referencias a la crónica y ensayística de Rodríguez Macal serán de la siguiente manera: Todas las citas de Nuestro Diario (ND) son de 1955, por lo que la fechas sólo incluirá día y mes, p. ej. ND 04/19. En cuanto a Diario de Centro América (DCA), solamente se proveerá el año para las escasas citas de 1963 ya que la gran mayoría son de 1962, p. ej. DCA 07/07, DCA 08/01/63. Para los ensayos, solamente el que trata del Popol-Vuh llevará paginación y para todos se utilizarán títulos abreviados para no repetirlos en su totalidad.

43 [L]a más bella expresión de la literatura [es] la novela… si bien la poesía alcanza formas de belleza sublimes, el cuento y la novela no sólo la equiparan en su estilo…, sino que presupone[n] esfuerzos mucho mayores y una expresión literaria mucho más sólida y de mayores alcances divulgativos de la cultura nacional, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras (DCA 29/08) O sea que, legitima la narrativa como discurso literario sobre la nación y como medio más propicio, por su carácter divulgativo, para propalar la cultura nacional dentro y fuera del territorio patrio. Difundió la literatura en general a través de la creación de suplementos literarios en ambos periódicos en los que laboró (ND 06/10; DCA 01/09). Es notable el suplemento del 13 de septiembre de 1962 del Diario de Centro América que incluye un “Homenaje a las letras hispanoamericanas” y donde escribe sobre el escritor colombiano José Eustasio Rivera. Rodríguez Macal considera a Rivera como “uno de los más grandes literatos de América” que legó al mundo solamente dos libros, incluyendo “la obra cumbre de la novelística americana en ‘La Vorágine’… una de las glorias más preciadas en la literatura universal” (DCA 13/09). El autor patentiza así su inclinación por el género novelesco y, más específicamente, por las novelas de la tierra. Estos textos, como se indicará, forman parte del proyecto de la literatura criollista que busca la afirmación cultural de los países hispanoamericanos en la representación estética de sus características nacionales y su deseo de constituirse en naciones modernas. Rodríguez Macal también es conocedor de otras literaturas, como lo evidencia el manifiesto diálogo intertextual de su obra con la producción literaria nacional. Su apego a la narrativa de su país se acentúa en sus ensayos sobre el Popol-Vuh, el libro sagrado de los

44 mayas considerado como obra literaria precolombina guatemalteca. En esta colección ensayística sobre la historia que relata esta obra, el autor hace hincapié en la necesidad de utilizar la imaginación para descifrarla (330, 349, 353) y la experiencia arqueológica para corroborar su contenido (344, 348). Es decir que, antes de considerarlo como puramente mítico, lee el Popol-Vuh como un documento histórico y literario, y lo explica a partir de dos procedimientos: utilizando la imaginación para interpretar la historia del imperio precolombino y realizando excursiones hacia el norte del país para corroborar las rutas migratorias mayas. En su explicación del resultado de estas migraciones, el escritor pone de relieve a los q’eqchi’s y a los lacandones, tal como lo haría en su novelística. Argumenta que estos pueblos eran independientes desde antes de la fundación del imperio maya, no pertenecieron al movimiento migratorio y permanecieron en sus lugares originales –el q’eqchi’ en el altiplano y el lacandón en el Petén- aun después de la conquista española (334-335). Del mismo modo indica que los k’iche’s, que también existieron siempre en la meseta central guatemalteca, constituyeron la etnia migratoria que llegó a amalgamar a los otros pueblos indígenas, fundando así el señorío maya con base en el cultivo del maíz (338). Se observará, entonces, que a partir de su conocimiento de otra literatura, así como de sus excursiones de investigación, el autor se torna antropólogo y sus estudios se vuelven la base de sus novelas; todo lo cual revela la postura autorial del criollismo que, como se verá más adelante, se asienta en un narrador que hace las veces de descifrador de una auténtica cultura nacional por descubrir.

45 Identidad nacional Rodríguez Macal promueve la inclusión de todas las etnias presentes en Guatemala en la identidad sociocultural nacional, como lo hace en su obra narrativa, especialmente de los grupos étnicos originarios con su propia forma de vida y creencias. Indica que los indígenas tienen “su cultura milenaria propia, su educación propia” (ND 08/09). A este respecto, declara que el “error que hemos cometido [con los indígenas] ha consistido en quererles cambiar sus ideas, su mentalidad, su espíritu milenario… hablando de ‘la incorporación’ del indio, queriendo transformarlo de la noche a la mañana en europeo… cambiándole de cuajo sus ideas religiosas, sus idiomas, sus costumbres” (ND 21/06). Para el autor, a las etnias indígenas no les interesa la cultura occidental puesto que tienen la propia y su incorporación debe basarse en la aceptación de su modo de vida por parte de las otras etnias, especialmente la ladina, antes que su aculturación y occidentalización. Es necesario hacer la observación de que la gran mayoría de las ideas intelectuales y políticas de la primera mitad del siglo XX degradaban al elemento nacional indígena. En 1923, un joven Miguel Ángel Asturias presentaba su tesis de abogacía sobre “El problema social del indio” que, según el autor, sufre una degeneración física y psíquica e impide la consecución de una Guatemala homogénea. Siete años después, en su Evolución sociológica de Guatemala (1930), Jorge García Granados sugeriría el desfasamiento del indígena y la usurpación de sus tierras como solución a ese inconveniente nacional. La dictadura ubiquista emitió la Ley contra la vagancia, por medio de la cual los peones, la mayor parte de los cuales era de etnicidad indígena, eran forzados a trabajar en latifundios o en las obras

46 viales del gobierno (Grieb 38-41). Es decir que, Rodríguez Macal se pronuncia a favor de una tolerancia interétnica contraria a las nociones discriminatorias de sus contemporáneos.12 En sus observaciones sobre la relación entre indígenas y no indígenas, señala tanto las herencias étnicas como el sometimiento sistemático de las etnias originarias en Guatemala. Como lo haría quince años más tarde Severo Martínez Peláez en La patria del criollo (1970), Rodríguez Macal subraya la subordinación económica y social del indígena durante la colonia argumentando que “nuestros abuelos por parte de España vinieron a pelear entre ellos mismos, a esclavizar a los indios y sobre todo a que éstos trabajaran para ellos” (ND 07/07). También se refiere al mestizaje resultante en la región como “la raza complicada de indios, españoles y negros con que se amasaron los sedimentos de la lenta y penosa evolución centroamericana a través de los tres siglos coloniales” (ND 05/05). Entonces, en su opinión, como la de otros escritores, la mezcla racial es el resultado de una historia violenta que se inicia con la colonización de los habitantes nativos y se agrava con la esclavitud africana. Y es que el fenómeno del mestizaje en Guatemala se diferencia del ocurrido en otras naciones del continente con mayorías indígenas. De ahí que sea pertinente repasar en forma sucinta la historia de este mestizaje, desde la separación del país en 1839 de la República Federal de Centro América hasta mediados del siglo XX. Como se ha indicado en nota 12

Otra de las pocas figuras que se destacó por sus ideas a favor de los indígenas fue el novelista y sociólogo J. Fernando Juárez Muñoz, quien escribió, entre otros, El indio guatemalteco. Ensayo de sociología nacionalista, publicando la primera parte en 1931 y la segunda en 1946. Este texto es, en efecto, una respuesta y una alternativa a lo que proponía como solución la mayoría de intelectuales de la época (mestizaje sistemático, aniquilación, segregación, explotación). Como lo señalaría más recientemente otro escritor guatemalteco, Rodrigo Rey Rosa, en su novela El material humano (2009), Juárez Muñoz, el injustamente olvidado contemporáneo de Miguel Ángel Asturias, “sostenía que los indígenas mayas no pertenecían a una raza inferior, y predicaba, ya en 1922, que para la formación de una verdadera nación positiva sería indispensable que los indígenas se incorporaran plenamente a la ciudadanía con iguales derechos y deberes que cualquier guatemalteco, que se les tomara en cuenta en su condición de elemento de riqueza” (75, 114). Es posible que esta posición haya sido la razón por la que la obra académica y creativa de Juárez Muñoz haya sido ignorada por los círculos académicos, tal como sucedió con la de Rodríguez Macal.

47 anterior, al mestizo guatemalteco se le llama ladino; término que se utilizaba en tiempos de la Colonia para identificar, primero, al que no era español pero hablaba castellano y, luego, a quienes se hubiesen asimilado culturalmente a las costumbres españolas. Esto último fue lo que había sucedido a los grupos africanos para finales del siglo XVIII, quedando en Guatemala una amplia mayoría de indígenas que rehusaban asimilarse. Durante los iniciales gobiernos conservadores (1839-1871) se dictó una política segregacionista derivada de los fraccionamientos económicos, geográficos y raciales coloniales que dividían al país en villas de ladinos y pueblos de indios, reticentes ambos a mezclarse. La Revolución Liberal de 1871 estableció la división sociocultural binaria de indígenas y ladinos, y promovió una política de homogenización que favorecía a éstos como minoría, intentaba asimilar a aquéllos como mayoría y promovía la inmigración europea para el mejoramiento nacional en términos mercantiles, técnicos y étnicos (blanqueamiento progresivo). Esa afluencia de extranjeros, especialmente de Europa, fomentada por las dictaduras de las primeras cuatro décadas del siglo, constituye el grueso de la solución que la intelectualidad de la época (incluyendo a Asturias) daba al “problema indígena,” como lo había hecho Domingo Faustino Sarmiento en la Argentina el siglo anterior. Los gobiernos socialistas continuaron persiguiendo una cultura mestiza de inclusión de las etnias indígenas en la cultura ladina por medio de, por ejemplo, la alfabetización en castellano que emprendió el gobierno de Arévalo y la reforma agraria de Árbenz que hacía al indígena partícipe de la economía ladina nacional como usufructuario de la tierra (que ya le pertenecía por herencia ancestral). Todas esas actitudes y políticas históricas de los gobiernos e intelectuales guatemaltecos llevaron al antropólogo estadounidense Richard Newbold Adams a proponer, en su Encuesta sobre la cultura de los ladinos en Guatemala (1956), la existencia de un

48 proceso de “ladinización,” es decir, la asimilación paulatina y sistemática de los indígenas a la cultura ladina. El mestizaje guatemalteco, antes de homogeneizar a la ciudadanía en términos biológicos, se basa más bien en una “mezcla social” que tiende a remover las características culturales propias de las etnias aborígenes y reemplazarlas por la cultura hegemónica de los ladinos. Con una perspectiva inclusiva de las etnias nacionales, Rodríguez Macal señalaba los aspectos negativos que habría heredado el violentamente forjado mestizaje fundacional y que podrían dañar el progreso de la nación. En “Por qué soy anticomunista,” dice que los países hispanoamericanos son “pueblos embrionarios de menos de dos siglos de libre existencia, constituidos integralmente por una pavorosa problemática antieugenesia, mezcolanza de razas inauditas en ignorancias, taras y odios” (mi énfasis). En un argumento similar expresado cuatro años antes de este ensayo, el autor indica que “aún vivimos bajo la cruel dependencia de las taras y complejos nacionales, de los grandes extravíos políticos y todos los prejuicios religiosos, raciales y sociales que a la hora de aquella emancipación de España no nos dejaron andar hacia adelante” (ND 14/09; mi énfasis). En ambas citas, especialmente en la primera, resultan problemáticos los vocablos realzados si no se enmarcan adecuadamente. No se trata de prejuicios étnicos o racistas, sino de una reflexión sobre la herencia de la conquista y la colonización en la nación guatemalteca, donde el mestizaje fue el resultado de una violencia fundacional cuyos fundamentos ideológicos no se han superado y que, por lo mismo, constituyen un obstáculo para la consolidación nacional. El autor expresa su pensamiento sobre la raza mestiza en una época en la que México había hecho del mestizaje la ideología nacional a partir de La raza cósmica (1925), texto en el cual José Vasconcelos afirma que Iberoamérica es el lugar indicado para que surja la

49 “quinta raza,” que se compone de la mezcla de los rasgos positivos de todas las razas del mundo como base de una nueva civilización. Asimismo, en el Brasil se promovía una democracia racial asimilando las ideas enmarcadas en Casa-Grande e Senzala (1933) con las que el antropólogo Gilberto Freyre exalta el papel que desempeñaron los elementos positivos de la unión de portugueses, indígenas y africanos en la formación de una cultura mestiza brasileña. A diferencia de Vasconcelos y Freyre, Rodríguez Macal señala, no los factores positivos, sino más bien los obstáculos que el legado del mestizaje colonial planteaba y las dificultades para superarlos en un país de un poco más de cien años de vida independiente donde coexistían ladinos, indígenas y extranjeros. En realidad, promueve en sus escritos periodísticos, no un mestizaje que siempre significó un progresivo blanqueamiento en América Latina, sino la aceptación de la diferencia étnica y no su disolución como resultado de políticas de aculturación, como ya se indicó anteriormente. Rodríguez Macal trata el tema de los inmigrantes europeos para completar el cuadro de las etnias que conviven en el país y contribuyen a formar la identidad nacional. Alude a su empuje y sus conocimientos técnicos en agricultura, como ya lo habían demostrado, por ejemplo, los italianos que iniciaron la colonización de los departamentos del Quiché e Izabal. En una de las muchas propuestas para el desarrollo e integración de las zonas remotas del país, sugiere al gobierno que realice “un plan de colonización para poder traer de los países más adecuados (norte de España y de Italia, de preferencia) las primeras quinientas familias para que mezclados con los colonos del país coadyuven al eficaz desarrollo del Petén, de la Zona Reina del Quiché y otros lugares donde la iniciativa y la actividad del agricultor extranjero harían milagros” (ND 21/07; mi énfasis). Años más tarde, se pronuncia a favor de un plan estatal que propone traer alemanes para colonizar el Petén, recordando “las

50 maravillas que hicieron… en Alta Verapaz” al “abrir esa región al comercio y a la actividad agrícola nacional, y a convertirla, en tiempos mejores, en una de las zonas más prósperas y ricas de la República” (DCA 22/10). Aunque las olas de inmigración podrían haber contribuido a un mestizaje nacional encaminado al blanqueamiento racial, el autor no se interesa en el potencial genético de los europeos sino en las posibilidades que sus contribuciones agrícolas representarían para el progreso de las regiones aisladas y la economía nacional en general. En resumen, la noción de identidad nacional que Rodríguez Macal promueve incluye a todos los grupos étnicos presentes en el país, tanto los nacionales como los extranjeros. Insta a la aceptación cultural recíproca entre etnias, haciendo un llamado de tolerancia a la élite ladina. A su vez exhorta a la ciudadanía ladina a superar los problemas heredados del mestizaje colonial que constituyen un obstáculo para lograr un desarrollo sociocultural saludable. Por último, impulsa la inmigración europea por su saber agrícola y tecnológico, elemento conducente en última instancia al mejoramiento de la nación.

El norte del país Rodríguez Macal aboga por el progreso de las distintas áreas de la región aislada del norte y su inclusión a la vida económica de la nación. En su crónica periodística se puede observar la inquietud del autor por la situación de abandono en que se encuentra el territorio norteño. Su visión en este respecto ayuda a comprender las razones de su literatura regionalista puesto que da cobertura a las conflictivas relaciones fronterizas entre Guatemala y otros países, y también habla sobre el desarrollo y los problemas que asolan a los departamentos de Quiché, Izabal y, especialmente, el Petén. Sobre éstos indica que “las

51 posibilidades que se están abriendo para la agricultura nacional en la zona norte del país son insospechadas” (DCA 13/07), haciendo ver la viabilidad de la región para la producción nacional. El escritor no solamente habla del potencial y los problemas de estos territorios sino que también presenta ideas para su modernización e integración económica. En el caso de las relaciones limítrofes con Belice, señala que sería ideal el rescate de este territorio clave que se encuentra ilegítimamente ocupado desde tiempos coloniales (DCA 03/08), puesto que esa ocupación “ha cerrado el progreso de toda la zona norte de nuestro país” (DCA 16/07). No obstante, más objetivamente reconoce que “Belice, por desgracia, no es hoy día parte de nuestro territorio, sino parte del Imperio Británico… otra cosa es que debería y debe ser nuestro” (ND 10/08). El escritor no se detiene en la cuestión de Belice como problema de acceso al desarrollo; más bien hace hincapié en las posibles soluciones y realza la infraestructura con la que cuenta Guatemala. A este respecto, hace destacar la necesidad de aprovechar las instalaciones de los puertos del Pacífico y de echar a andar los proyectos necesarios para desarrollar la corta costa caribeña del país en el departamento de Izabal (ND 30/05) donde, además, “las tierras son ideales e inmejorables para cultivos [tropicales]” (DCA 17/07). Rodríguez Macal recalca la importancia y los medios para lograr el desarrollo agrícola en otras regiones remotas de Guatemala. Por ejemplo, en el caso del área norte del departamento del Quiché que el gobierno desea desarrollar con ayuda de una compañía estadounidense, el autor explica en su crónica los beneficios que devendrían del capital extranjero y la manera en que se ha de llevar a cabo dicho proyecto para “habilitar e incorporar a la vida nacional una región tan extensa y rica” (ND 05/10). Tomando lo dicho sobre el departamento de Alta Verapaz en la sección anterior y sobre Izabal y el Quiché en

52 ésta, es manifiesto que el escritor apoya las iniciativas tanto del gobierno como de la empresa privada para la explotación de las zonas con potencial agropecuario, con especial atención al territorio norte que constituye el escenario de la mayor parte de sus obras. Por eso mismo, siempre apoyó la idea de que el desarrollo integral del extenso departamento norte del Petén podría llevar al progreso económico del país en general. A través de su crónica periodística en cada uno de los diarios en que laboró, realizó sendas campañas ante los gobiernos postrevolucionarios para promover la integración de esta región a la vida nacional; una empresa que “entraña hoy día uno de los afanes más dignos en que pueda empeñarse el patriotismo” (DCA 24/07). O sea que la suerte del Petén concierne a todos los ciudadanos y el escritor, en su papel del intelectual constructor de la nación, plantea a partir de la región petenera una agenda de desarrollo con miras a un futuro progreso. De esa manera, señala que, además de las industrias tradicionales de aprovechamiento de recursos naturales, el potencial del gran territorio se encuentra en la extracción de petróleo, el turismo, y especialmente la agricultura. Su desarrollo afrontaría los problemas que siempre ha encarado la región: aislamiento del resto del país, poca población, naturaleza mediterránea, impenetrabilidad de la selva y la falta de resguardo de las fronteras (ND 28/04). No se detiene solamente en señalar las posibilidades y las dificultades del norte guatemalteco, también plantea soluciones para enfrentar y superar esos obstáculos. Por ejemplo, recomienda poner reductos militares permanentes para combatir “el contrabando que viene haciéndose desde todos los tiempos a través de las fronteras con los territorios vecinos” (DCA 03/08); un problema nacional que trata en su novelística.

53 Sobre el casi inexistente transporte comercial, en varias de sus crónicas propone que se siga el ejemplo de lo que hicieron los mayas precolombinos con el transporte fluvial (ND 30/04), valorando así el saber indígena. De la misma manera, plantea la realización de un recorrido combinado terrestre/fluvial para salir al Atlántico (DCA 03/08), similar al que utilizaban los alemanes en el siglo XIX para transportar café de la Alta Verapaz al Mar Caribe. El escritor como intelectual no dominado por el eurocentrismo sino abierto a diversas ideas para su proyecto nacional, surge ahora como constructor de la nación a partir de su conocimiento de la geografía e historia de la región. De hecho, reivindica esos saberes nacionales y extranjeros en su literatura. El autor afirma que el mejoramiento económico nacional podría encontrar un estímulo substancial en el fomento del sector agrícola del Petén, por medio del impulso de la escasa producción existente como del potencial agropecuario de la región, especialmente en el cultivo del maíz. Para lograrlo, insiste en seguir el ejemplo del progreso admirable de “los más antiguos peteneros… los Mayas del Primer Imperio” (DCA 24/07). A este respecto, vuelve a reiterar lo que había expresado en sus “Ensayos de interpretación sobre el PopolVuh” sobre lo que hicieron los quichés para conquistar la selva: Introducir la agricultura del maíz entre las tribus bárbaras del Petén precolombino, marcando un nuevo orden económico y social para el progreso de la civilización maya (345-346). De ahí que tome su posición del intelectual historiador que reconstruye la historia nacional para afirmar que hay soluciones híbridas a los problemas presentes que combinan las acciones de los antepasados, los americanos así como los europeos, que lograron un alto grado de desarrollo. En su propuesta de integración nacional, el escritor insta al gobierno para que “logre la plena resurrección del enorme departamento del Petén (36.000 kilómetros cuadrados)

54 liberándolo de la amenaza de caer en manos de nuestros vecinos de los estados limítrofes y organizando sensata, práctica y eficazmente la explotación de sus infinitas riquezas para provecho, en primer lugar, de los guatemaltecos” (ND 21/07). Es decir que, el intelectual constructor de la nación, en su papel de geógrafo e historiador, construye un discurso alrededor del territorio norte; discurso con el cual exhorta tanto al gobierno como a los ciudadanos a desarrollar e integrar esa región.

Política nacional y geopolítica A Rodríguez Macal le tocó vivir un periodo político tumultuoso, no solamente en la esfera nacional sino también en el ámbito internacional. En sus textos emitió sus juicios con respecto a los acontecimientos de relevancia histórico-política como la actuación de los gobiernos socialistas en Guatemala, la presencia del comunismo internacional en el continente y las relaciones de ayuda e inversión extranjeras, especialmente las de los Estados Unidos. Los planteos vertidos en sus ensayos y crónica periodística parecieran identificarlo con el liberalismo. Su ensayo “Ante el monumento de Justo Rufino Barrios,” el único escrito donde abiertamente se declara a favor de la corriente liberal, tiene como primer objetivo conmemorar el aniversario de la Revolución Liberal de 1871. Este fue el movimiento con el que en Guatemala, siguiendo el patrón continental empezado en el segundo cuarto del siglo XIX, tomó el poder el bando liberal que perseguía la transformación social y el progreso industrial mediante una apertura al mundo (Chasteen 161). El líder del levantamiento en contra del conservadurismo, el caudillo Justo Rufino Barrios, afirmaba promover las reformas liberales como la educación pública, el laicismo del gobierno, la apertura de vías de

55 comunicación y transporte, la instauración de los códigos legislativos, la emancipación del indígena, la igualdad entre ciudadanos y la unión centroamericana. El escritor contrapone los gobiernos conservadores y liberales, señalando que uno de los dos pilares de la historia guatemalteca, a la par de la declaración de independencia, fue la gesta revolucionaria de 1871. Un segundo objetivo de este ensayo es comparar las revoluciones guatemaltecas; es decir, la liberal de 1871 y la socialista de 1944. El escritor indica que “el sueño del régimen social-comunista… era atarnos en cuerpo y alma a los pies de la doctrina preconizada por el celebérrimo cuadrilátero Engels, Karl Marx, Lenín y José Stalín” y que “durante los últimos diez años” se instó a la ciudadanía a olvidar la Revolución Liberal con el objetivo de “construir la nueva historia” con base en las reformas socialistas del movimiento del 44. Dice que esas mejoras populares ya las había conseguido Justo Rufino Barrios para el pueblo de Guatemala. Debe señalarse que Rodríguez Macal obvió dos grandes discrepancias entre ambas gestas con respecto a la situación del indígena y la tenencia de tierra. Si bien las reformas liberales apuntaban a la igualdad entre todos los guatemaltecos, su meta fue la de establecer una nación ladina subordinando a las etnias indígenas en todas las esferas nacionales (Celigueta 232). Asimismo, la política agraria liberal facilitó el despojo de tierras comunales indígenas, especialmente de las más aptas para la siembra del café y otros cultivos de importancia para la economía nacional (Guerra-Borges 37-38).13 De estos dos desafueros se encargaría la revuelta socialista que produjo la constitución de 1945, “la primera Carta Magna de América Latina en abordar la cuestión étnica, regulando los

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Estas políticas liberales tuvieron sus paralelos en otros países hispanoamericanos. El caso mexicano es el más elocuente ya que allí las condujo el primer presidente indígena del continente: Benito Juárez. Su política liberal –centrada en la igualdad y libertad de los individuos- hizo caso omiso de las preocupaciones indígenas con políticas como la Ley Lerdo que abolió la tenencia colectiva de tierras (Chasteen 156).

56 derechos indígenas” (Cabedo Mallol 211), y la Reforma Agraria de 1952 que concedía tierras a todos los campesinos que las solicitaran, la mayoría de ellos indígenas. Esta afirmación de Rodríguez Macal contradice la que presenta en su crónica periodística. En ésta propone y avala reformas sociales muy similares a las que concibieron las administraciones socialistas y hasta afirma que la Revolución del 44 se gestó para “las conquistas de la libertad ciudadana de la cual habían de emanar adelantos en todos los órdenes” (DCA 07/07). Sobre la constitución de 1945, del tiempo revolucionario y firmada por Toriello, Arana y Árbenz, indica que es “la más respetable y perpetua expresión de anhelos y nuevos ideales de libertad y democracia” (ND 02/07) y que constituye “una revisión total de todas aquellas [anteriores] y una verdadera nueva constitución” (ND 24/09). Todo esto significa, entonces, que el escritor no estuvo en contra de los principios de las reformas de la década de los cuarenta, por lo que se puede afirmar que estaban equivocados aquellos críticos que lo tacharon de ultraderechista. En todo caso, el escritor hacía hincapié en una tradición nacional liberal, traicionada a fines del siglo XIX y principios del XX, que había promovido políticas favorables a la democratización del país. Las reformas de los gobiernos socialistas se encuadran dentro de esta tradición y, por lo tanto, el autor las defiende, a pesar de su tajante afirmación inicial. Es más, la propuesta sobre tenencia de la tierra que promovía el escritor es bastante similar a la ley de reforma agraria que empezó a poner en práctica Árbenz -y que en parte provocaría su derrocamiento. La diferencia estriba en que la proposición de Rodríguez Macal hace hincapié en tres puntos: 1) que las tierras del estado se den en propiedad y no en usufructo (ND 26/09; DCA 02/01/63), 2) que sean repartidas sin expropiaciones ni intervenciones violentas (ND 30/05) y 3) que se las ofrezcan a todos aquellos que estén

57 interesados en trabajarlas (DCA 17/07). Propone, además de la obvia participación de las clases campesinas, la inserción de las personas de clase media en la agricultura, el sector con más potencial económico. Considera que la promoción de “nuevos agricultores extraídos de la clase media, personas ávidas de trabajo y de nuevas fuentes de riqueza… constituirá a breve plazo, la verdadera potencialidad agrícola” (DCA 18/07); propuesta que se advierte en su narrativa puesto que en ella se incluyen a personajes de clase media citadina que producen en el campo o la selva. Indica que, al igual que el gobierno debe desempeñar un papel activo en el mejoramiento del país, los individuos de todos los segmentos sociales deben contribuir al progreso nacional. Hace un llamado a la clase media para que “coadyuve al desarrollo económico y a la elevación de su propio nivel de vida” (DCA 10/07). Insta también a las clases acomodadas del campo y la ciudad para que compartan sus propiedades, especialmente los terrenos inactivos que podrían utilizarse para incrementar la producción agrícola (ND 14-15/06). Apoya el “estímulo a la iniciativa privada” que se trasluce en “el incremento de la producción agrícola y… aumento de los más relevantes renglones de nuestra exportación” (DCA 17/09). El escritor afirma que “nadie duda hoy de que un reparto de tierras en propiedad, justo y ordenado, determina la formación de nuevas unidades productivas de alimentos y otras materias primas, necesarios para el bienestar general” (DCA 09/11). Todo lo anterior indica que el autor favorece una reforma agraria que promueva y respete la propiedad privada y que incluya a todos los grupos sociales. A pesar de todo esto, criticó fervorosamente a los gobernantes socialistas, especialmente a Árbenz, ensañándose contra su régimen y tildándolo de “dictadura roja” (ND 16/05). El autor acusa al segundo mandatario revolucionario de intentar “arrastrar a Guatemala hacia el comunismo internacional” (ND 02/07). Estas observaciones extremas

58 llevan al escritor a expresarse con arbitrariedad puesto que declara la necesidad de expulsar del país a los comunistas (ND 16/05), se pronuncia a favor de hacer constitucionalmente ilegal el comunismo (DCA 01/10) y acusa erradamente a Árbenz de comunista (DCA 14/11).14 Se debe tener en cuenta que escribe durante el inicio de la Guerra Fría (19471991), ese conflicto internacional entre el mundo capitalista y el bloque comunista, y por eso, como muchos, temía la introducción del comunismo al continente por la isla de Cuba. Diez meses después del triunfo de la Revolución Cubana, Rodríguez Macal se pronunció de lleno contra el comunismo internacional a través de su ensayo más polémico “Por qué soy anticomunista.” En este texto expresa su juicio sobre al anticomunismo, plasmando tanto su rechazo a los gobiernos socialistas como su admiración por el sistema gubernamental estadounidense de la época. Advierte que quienes practican un verdadero anticomunismo conocen a su adversario -el comunismo-, no abusan del poder y no se identifican ni con los políticos derechistas ni con las clases acaudaladas. Es decir que, el anticomunismo del escritor no favorece ningún extremismo. Continúa indicando que el anticomunismo es “la defensa única e inquebrantable de las conquistas de la civilización” y que es sinónimo de “democracia” en los Estados Unidos, donde se estimula “el afán de superación individual y colectiva.” Ésta es una forma de sociedad que el escritor guatemalteco admira y manifiesta haberla “absorbido a raudales a fuerza de vivir en países libres desde mi infancia.” Sin embargo no se detecta un deseo de emular a la potencia norteamericana sino más bien de seguir su sistema de gobierno democrático y liberal. Su

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Como ya mencioné anteriormente, este exacerbado sentimiento anticomunista del escritor, que dirigió principalmente hacia el paladín de la reforma agraria y se extendería después al ámbito mundial, solamente se puede explicar por el hecho de que se sospechaba que el mismo Árbenz fue el autor intelectual del asesinato de Arana, amigo de Rodríguez Macal.

59 rechazo al comunismo y a los extremismos de derecha se fundamenta en el riesgo que éstos significaban para los sistemas democráticos. Su admiración por el sistema norteamericano lo lleva a promover una relación de ayuda mutua entre Guatemala y países desarrollados, especialmente los Estados Unidos, con el objetivo de recibir apoyo financiero y tecnológico. Esto se evidencia en los casos comentados con anterioridad con respecto a los capitales alemanes que se utilizaron productivamente en Alta Verapaz, la participación de la compañía norteamericana en el desarrollo del Quiché y, una vez más, el potencial del capital alemán como base para el progreso del Petén. El autor incluye también las inversiones provenientes de otros países centroamericanos y latinoamericanos, y aboga repetidamente por la ayuda financiera para Guatemala por parte de los EE.UU. Todas estas ideas y soluciones para los problemas que afronta el proyecto de nación promovido por Rodríguez Macal se encuentran incorporadas en su obra literaria. Esta posición del autor contribuyó a que se lo tachara de defensor de relaciones neocoloniales, pues el avance que había conseguido la Revolución Cubana por esa época traía sinsabores a aquellos guatemaltecos que todavía lamentaban el golpe de estado dado a Árbenz con financiamiento estadounidense. Es necesario hacer resaltar que apoya y promueve la inversión y protección del capital nacional frente al extranjero (ND 02/06) y está en contra de entregar los territorios guatemaltecos a intereses foráneos (ND 06/08). Está consciente de lo que implica esa relación, indicando que “la política internacional de los Estados Unidos con nuestra América se rige principalmente por el factor económico y los intereses mutuos” (ND 28/09). O sea que, al igual que promueve los vínculos con el país del

60 norte, advierte sobre los riesgos y, tal vez por su experiencia diplomática, insiste en los intereses que priman sobre todo en las relaciones internacionales.15 Para la década de los años sesenta surge, como si fuera un seguimiento a la idea del autor, la ayuda estadounidense para los países americanos a través de la Alianza para el Progreso. Éste fue un programa de ayuda económica que los EE.UU. concibieron con dos fines: 1) prestar ayuda financiera y social a las naciones latinoamericanas y 2) realzar la presencia estadounidense en el continente para contrarrestar la influencia del comunismo cubano. Estos objetivos eran compatibles con la política anticomunista del escritor, por lo que constantemente hace hincapié en las ventajas para Guatemala de contar con el apoyo económico del programa. En varios de sus escritos insta al órgano legislativo para que ratifique la ley de garantías a las inversiones extranjeras, único medio por el cual la Alianza para el Progreso podría echarse a andar en Guatemala. Advierte al gobierno sobre la posibilidad de que, si esa ley no se aprueba, se reduzca el monto total asignado o incluso que se corte la ayuda al país (DCA 21/09), con el consecuente enlentecimiento o paro completo de los proyectos de desarrollo nacional. Rodríguez Macal aboga constantemente por construir una nación moderna y próspera con base en el trabajo y el capital de los guatemaltecos, recurriendo a la inversión extranjera cuando fuese necesario, por los beneficios antes que por los riesgos que ésta implica. El escritor, en cualquiera de sus papeles como intelectual, siempre tuvo presente el progreso económico y social y, como se ha rebatido, ni perteneció a la extrema derecha ni cultivó ningún tipo de relaciones neocoloniales con potencias extranjeras.

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Su propia familia, en la figura de su padre, había denunciado el neocolonialismo de las bananeras norteamericanas, sobre lo cual incluso publicó un libro.

61 Recapitulación de perspectivas A pesar de las contradicciones señaladas en la ensayística y crónica de Rodríguez Macal, es evidente que el análisis sopesado de sus ideas revela un intelectual con una perspectiva original que, empero, tiene puntos en común con la de sus coetáneos. La lectura en conjunto de su crónica editorializada y ensayística complementa la reconstrucción de su visión de la Guatemala y el mundo de la época. Asimismo, estos documentos atestan sobre los asuntos de interés nacional que eran caros al escritor, habían surgido previamente en su narrativa y hacen posible una mejor comprensión de su pensamiento sobre los temas centrales de su obra. Resaltan su interés y conocimiento sobre las literaturas contemporánea y precolombina, así como su predilección por el género novelesco y más específicamente por la novela de la tierra. Dado su interés por los asuntos regionales y vernáculos en sus novelas, no sorprende que más tarde sus ensayos y crónicas aborden, por un lado, los temas de identidad cultural y raza y, por el otro, la naturaleza del norte guatemalteco y la modernización nacional. La consecución de una identidad cultural guatemalteca para el escritor incluye la tolerancia y convivencia entre grupos étnicos antes que su aculturación. Aboga por una superación de los problemas “psíquicos” que impiden el progreso de la sociedad y la evolución de las relaciones interétnicas. En sus textos ensayísticos y periodísticos propone una investigación histórica y socio-psicológica encaminada a describir el carácter nacional. Este tipo de estudios estaba muy de moda en la primera parte del siglo XX. Los escritos de Rodríguez Macal hacen pensar en el clásico Radiografía de la pampa (1933), de Ezequiel Martínez Estrada, que llegó a representar un marco de referencia clave dentro de la literatura argentina. Así como lo hace el sudamericano con la Argentina, el escritor centroamericano

62 trata de captar la esencia de la nacionalidad guatemalteca a través del diagnóstico de los males sociales heredados de los tiempos coloniales. No obstante su aceptación plena de las distintas etnias guatemaltecas y teniendo en cuenta la experiencia positiva con inmigrantes europeos, apoya la inmigración europea no solamente como deseable sino también como necesaria para la modernización del país; especialmente porque su pericia y capital pueden ayudar a la incorporación del gran territorio del norte a la economía nacional. Esta preocupación del autor por la territorialización de la región norteña explica en gran parte las razones de su literatura regionalista puesto que en su crónica aborda temas sobre el desarrollo de toda la zona guatemalteca que va desde la meseta central hasta las fronteras con México y Belice. El autor señala el potencial de esos territorios y propone iniciativas para integrarlos a la vida económica del país. Opina que el progreso de Guatemala debe basarse en el fomento de los insumos agrícolas del país y en el desarrollo de las vías de comunicación y transporte. Convoca a todos los sectores de la sociedad y a los diferentes gobiernos para que cooperen en el mejoramiento de la economía nacional, cuya realidad no puede prescindir de las inversiones y ayuda extranjeras. Hace hincapié en las oportunidades que ofrecen los Estados Unidos, país modélico en la opinión del escritor, y en especial en el plan de la Alianza para el Progreso. Recalca los beneficios que se derivan de la asistencia obtenida a través de este programa. Es precisamente por el hecho de que el escritor estuviera de acuerdo con los principios del programa Alianza para el Progreso (ayuda financiera y política anticomunista) que se lo ha visto como no comprometido, derechista, racista y simpatizante de los

63 extranjeros. Sus transgresiones en contra del pensamiento de la época fueron la crítica extrema a los gobiernos socialistas de Guatemala, la oposición a la ideología comunista y su convicción de que el capital extranjero podría complementar los recursos nacionales para modernizar la nación. Como se ha demostrado a través del análisis de sus crónicas periodísticas y ensayos, este autor también abogó por una integración sociocultural, la modernización regional y la promoción de una identidad nacional propia, tal como lo hicieron otros intelectuales en Guatemala e Hispanoamérica. Rodríguez Macal, como intelectual constructor de la nación, fue más allá de los letrados a los que alude Rama, puesto que estaba vinculado al poder, pero retenía una independencia de criterio en un medio sociopolítico intolerante como el de la Guatemala de mediados del siglo XX. En otras palabras, como lo demuestra su matizada crónica periodística, se expresaba con franqueza y sin ambages desde adentro del poder sobre el desarrollo social y material que precisaba el país. A este respecto, sus representaciones de la nación parecieran ser más las del intelectual con consciencia social que vendría a describir Edward Said: Aquél cuyas acciones no apuntan ni a la fama ni al poder, sino a la misma actividad intelectual concientizada, comprometida y dedicada a la investigación racional y al criterio moral (20). De esa manera, es inequívoco considerar a Rodríguez Macal como un intelectual comprometido, puesto que, por un lado, formuló críticas al poder de turno y planteó proyectos nacionales concretos en la prensa y, por el otro, los promovió mediante una narrativa criollista de estilo híbrido y alcance popular.

64 Capítulo dos Rodríguez Macal y la tradición literaria

Rodríguez Macal se inserta plenamente en las polémicas sobre la nación guatemalteca. Como ya expliqué, la crítica ha hecho caso omiso de sus obras literarias, a pesar de que –o quizás porque- siempre ha ocupado un lugar privilegiado en la recepción popular de Guatemala. Estos libros se asocian con las propuestas estéticas y políticas del criollismo hispanoamericano. Como lo plantearé a continuación y se demostrará ampliamente, Rodríguez Macal inserta su narrativa tardíamente en esta tradición, pero lo hace para mantener un diálogo crítico con las vertientes continentales y nacionales de este movimiento literario. Con el objetivo de ubicar el lugar del escritor en las letras de Guatemala y el continente, a continuación se presentan el marco histórico del movimiento criollista en Hispanoamérica y un estudio de las novelas guatemaltecas de esta tendencia, seguido de una revisión de la escasa crítica literaria existente sobre la novelística del autor estudiado.1

El criollismo en Hispanoamérica El criollismo fue un movimiento literario que emergió durante la segunda década del siglo XX –al cumplir las nuevas naciones sus primeros cien años de vida independiente–, y duró hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En un momento de reflexión continental sobre las trayectorias nacionales y como parte de un impulso de refundación cultural, esta tendencia postuló la representación de una cultura auténtica y distinta a través de la

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Los appendices A y B enumeran las obras estudiadas en esta historia literaria para enmarcar la obra de Rodríguez Macal.

65 descripción de costumbres, espacios y grupos humanos considerados esencialmente hispanoamericanos. También fue una reacción a las grandes transformaciones experimentadas en el continente desde el inicio del siglo: modernización, democratización, incorporación de inmigrantes como nuevos sujetos políticos, integración económica internacional y relaciones neocoloniales con naciones de mayor envergadura (Inglaterra y Estados Unidos). La meta del criollismo era resaltar la identidad del continente en respuesta a la necesidad de representarlo culturalmente diferente al resto del mundo, en una época en la que el centenario suscitaba reflexión sobre la identidad nacional y los países se veían avasallados por las transformaciones generadas por la hegemonía de una modernidad importada y del ingreso masivo de inmigrantes mayormente europeos. Es precisamente a través de la representación de variantes culturales, lingüísticas y sociales, que los escritores criollistas intentaron capturar una esencia autóctona que ayudara a forjar identidades nacionales modernas y originales. La representación de los jóvenes países del nuevo continente era el objetivo declarado de los escritores. Jean Franco define la tendencia literaria como la expresión de un americanismo para una literatura de integración nacional que toma en cuenta las variantes regionales y presenta nuevos valores para una nueva civilización a partir de la experiencia americana (193-194). Por su parte, Kessel Schwartz afirma que el escritor criollista “attempts to present the New World, interpret its inhabitants in relation to the American cosmos, and give expression to authentic national spirit and aspirations” (144). Más tarde, en The Spanish American Regional Novel. Modernity and Autochthony, obra insigne de la nueva atención crítica hacia el criollismo, Carlos J. Alonso indica que una crisis histórica de identidad fue lo que determinó el surgimiento y la viabilidad de esta corriente como

66 instrumento de afirmación cultural en Latinoamérica (44). Es decir que, al representar las culturas nacionales americanas –su gente, su fauna, su flora, su geografía– como auténticas y únicas, el criollismo vendría a plantear una afirmación cultural como salida a la crisis identitaria del centenario.

Antecedentes del criollismo El criollismo, sin embargo, no surgió espontáneamente de la crisis del centenario. De hecho el nativismo que lo caracteriza se remonta al mismo momento fundacional de las repúblicas hispanoamericanas. El deseo de introducir lo americano en la literatura surgió desde principios del siglo XIX, cuando las intelectualidades nacionales sintieron la necesidad de representar como propios y diferentes la historia, las costumbres sociales y el trasfondo paisajístico de los nuevos países. Las primeras obras nacionales alcanzaron este objetivo a través de la adopción de las corrientes artísticas heredadas de España y Europa, que luego inspirarían las tradiciones literarias del Nuevo Continente, incluyendo el criollismo. Esta tendencia tiene sus antecedentes, por un lado, en el costumbrismo romántico y el realismo y el naturalismo europeos. Por otro lado, encuentra su estímulo en las culturas, motivos y personajes propiamente hispanoamericanos. La variedad de corrientes literarias y material de inspiración en la que se basó el criollismo condujo a la imprecisión de esta tendencia y por mucho tiempo se le confundió con el movimiento costumbrista. El costumbrismo y el romanticismo fueron dos tendencias literarias que influenciaron la nueva literatura del continente. Por una parte, el costumbrismo en la península, con sus mayores exponentes Serafín Estébanez Calderón, Ramón de Mesoneros Romanos y Mariano

67 José de Larra, proveyó el modelo para presentar tipos humanos, ambientes culturales y costumbres del pueblo, a manera de crónicas de sociedad, y señalar retazos rápidos de la actualidad ciudadana (Provencio 24). Se cultivó en todos los países hispanoamericanos, entre cuyos escritores despuntan Fernández de Lizardi en México, Milla y Vidaurre en Guatemala y Ricardo Palma en Perú. Este último, con sus Tradiciones peruanas (18721910), apuntaba más allá del costumbrismo habitual para incluir la intrahistoria peruana (Villanes Cairo 39), es decir, la representación de la vida tradicional que no queda inscrita en la historia oficial. Por otra parte, la subjetividad y el individualismo del romanticismo para distinguir al sujeto en el mundo físico y social que lo rodea (Kirkpatrick 20) tuvieron una fuerte influencia en las letras hispanoamericanas, especialmente en la representación del amor y el sacrificio como máxima expresión del individuo. Este género se propagó en América desde la tercera década del siglo XIX, representando temas generales de interés nacional (legado colonial, independencia y unidad), así como temas más específicos que devendrían centrales en el criollismo, tales como la sociedad, el indígena y el esclavo africano.2 El cuento “El matadero” (1871), del argentino Esteban Echeverría, representa la frontera ciudad/campo como el punto de oposición entre civilización y barbarie, introduciendo así una dicotomía que también llegaría a ser tema central en las letras criollistas.3 Domingo Faustino Sarmiento en su Civilización y barbarie: Vida de Juan Facundo Quiroga (1845) hace un esbozo de la estructura social y política de su país, con base en la 2

Temas tratados en obras como Sab (1841) de la cubano-española Gómez de Avellaneda sobre la situación de la mujer en la sociedad y la esclavitud en las colonias españolas; Soledad (1847) del argentino Bartolomé Mitre, con tema de identidad nacional; María (1867), la novela romántica latinoamericana por excelencia, del colombiano Jorge Isaacs; Cumandá (1871), del ecuatoriano Juan León Mera, que trata del contacto entre indígenas y europeos en tiempos postcoloniales; y Aves sin nido (1889), la primera novela indianista, de la peruana Clorinda Matto de Turner. 3 Echeverría escribió este cuento entre 1838 y 1940, pero no se publicó hasta 1871.

68 ideología positivista sobre el progreso de la sociedad dentro de un marco evolucionista (Falce 61). Sarmiento representa al gaucho de la pampa, con sus costumbres y forma de vida, como un ente resultante de las tradiciones retrógradas españolas e indígenas que adoptó durante el período colonial, y como producto de la naturaleza bárbara del suelo americano. Según Sarmiento, no era posible construir una nueva nación bajo la amenaza salvaje de ese elemento indígena (la barbarie), solamente su aniquilamiento y la inmigración europea (la civilización) podrían traer la modernidad y hacer evolucionar a los pueblos americanos. Esta representación –aunque negativa– del componente autóctono en la figura del gaucho también constituye uno de los antecedentes fundamentales del criollismo. Sin embargo, la figura del gaucho en la literatura como precedente del criollismo hispanoamericano no es nueva cuando se publica el tratado de Sarmiento. Alrededor de las décadas de 1810 y 1820 aparece la poesía política que representa la cultura popular gaucha en los ‘cielitos’ del uruguayo Bartolomé Hidalgo y se inicia lo que llega a llamarse literatura gauchesca (Rama, Los gauchipolíticos rioplatenses 60). Esta forma literaria, que se extiende a lo largo del siglo XIX, aborda su tema de manera más cercana a lo autóctono al cederle la voz al gaucho desposeído, quien canta sus penas y alegrías. A diferencia de Sarmiento, en la gauchesca no se desea aniquilar al gaucho, sino hacer una denuncia sobre sus condiciones de vida y trabajo, para luego domesticarlo y encaminarlo hacia la modernidad. En su ensayo “La poesía gauchesca,” Jorge Luis Borges afirma que esta literatura tiene su “obra máxima” en el Martín Fierro (1879) del argentino José Hernández, cuando la gauchesca deja de ser panfleto político para volverse más un medio de denuncia de las circunstancias de los sectores marginados de la sociedad. En El género gauchesco: Un

69 tratado sobre la patria, Josefina Ludmer argumenta que la literatura gauchesca, al llevar la representación de la sociedad campestre a las urbes, se convierte en un pacto por la nación (73), o sea una alianza entre dos patrias: la urbana y la rural. Ludmer señala una característica de la gauchesca que resulta sumamente importante para abordar el criollismo: El ventriloquismo del intelectual que habla por el gaucho. Dentro de ese pacto patriótico, los agentes letrados de la urbe crean la voz del gaucho del campo y le otorgan la palabra escrita para pedir justicia e igualdad dentro de la nueva nación. Por lo tanto, lo que representan no es una esencia autóctona sino una construcción literaria desde una voz y visión intelectuales citadinas. La gauchesca es también una de las literaturas precursoras del criollismo y, como éste, se caracteriza por la construcción de una esencia autóctona que se plantea como fundamento de una diferencia nacional. En ambos casos, los cultores del género son intelectuales de la ciudad que abogan por esa diferencia imaginada.

Génesis del criollismo Al finalizar el siglo XIX, Hispanoamérica se encuentra bajo gobiernos liberales para los que el progreso se modela en Europa –especialmente Inglaterra y Francia– y los Estados Unidos, con los cuales las naciones hispanoamericanas sostienen relaciones comerciales (Chasteen 175). Algunos países americanos consideran negativas estas relaciones y ven su influencia como parte de un nuevo tipo de invasión extranjera que constituye una amenaza para las identidades nacionales. Otros las ven como relaciones deseadas al abrir sus puertas a la inmigración europea para colonizar las regiones aisladas del continente, especialmente en Sudamérica. La influencia extranjera llega a ser tan dominante que los historiadores acuñan el término neocolonialismo para referirse al periodo de 1880 a 1930 en la historia del

70 continente (Chasteen 182). A través de esta forma “neocolonial” de relaciones internacionales, los países más poderosos subordinan de manera económica (y militar) a las naciones menos desarrolladas, aunque éstas mantengan la apariencia de gozar autonomía y sufran los resultados deplorables de esas relaciones, como la dependencia de productos manufacturados en el exterior y la devastación de sus recursos naturales (French 6). Dentro de este contexto se inicia la representación criollista del nuevo continente con la novela mexicana Los de abajo (1916) de Mariano Azuela y la cuentística del uruguayo Horacio Quiroga. En México, el gobierno dictatorial de Porfirio Díaz y su vinculación neocolonial con EE.UU. y potencias europeas precipita la Revolución Mexicana (1910-17). Esta gesta se ve plagada de conflictos internos que terminan dejando el poder en las manos de la facción más urbana y de clase media (Chasteen 221-22). En Los de abajo, además de iniciar la tradición del relato de la Revolución Mexicana, Azuela da voz al protagonista campesino, Demetrio Macías, así como a otros personajes que representan el sector rural del país –emulando lo que habían hecho con el gaucho los escritores de la gauchesca–, como participantes de una experiencia americana propia y les asigna diferencias culturales, sociales y lingüísticas. En esta obra pionera del criollismo hay que realzar también la denuncia social que se hace de los resultados de la revuelta nacional que dejaron a ‘los de abajo’ igual o en peores circunstancias. En la América del Sur, el influjo de inmigrantes europeos incita la expansión territorial en Argentina, Uruguay y Chile, lo que los coloca como colonos en la frontera entre progreso y naturaleza. Las tierras del Cono Sur los atraen por su similitud a las condiciones de producción en Europa y por haber escapado a los peores legados de explotación colonial,

71 como la servidumbre por deudas y el monocultivo extenso (Chasteen 211). A diferencia de Los de abajo, Quiroga hace de la naturaleza inexplorada de América un protagonista más en el desarrollo de sus cuentos criollistas. A partir de su cuarto libro, Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), según Rodríguez Monegal, aparece “el precursor de toda una literatura de la tierra americana” (106); en otras palabras, surge la simiente sureña de la narración criollista hispanoamericana. Con esta colección de relatos, Quiroga inicia una tradición narrativa sobre la conquista de la geografía del nuevo continente, en la que el colono civilizado lucha contra la naturaleza bárbara, añadiendo así otra dimensión a la dicotomía civilización y barbarie. Este tema se propaga hasta llegar a ser parte central de las novelas de los sudamericanos que se volvieron las más representativas del criollismo en el canon de la literatura hispanoamericana.

El canon criollista En los años veinte aparecen las obras criollistas por excelencia. En Colombia La vorágine (1924), de José Eustasio Rivera, narra en primera persona el viaje de Arturo Cova por los llanos colombianos y la selva amazónica, hacia los cuales ha huido de los preceptos sociales de la ciudad. Durante su travesía se relatan la violencia de la naturaleza y las desgracias que acosan a los extractores de caucho. Doña Bárbara (1926), del venezolano Rómulo Gallegos, es el arquetipo de la novela sobre el conflicto entre civilización y barbarie. Es la historia de Santos Luzardo que regresa de la ciudad al campo para hacerse cargo de la hacienda familiar. Su intención es llevar el progreso al llano venezolano, labor que obstaculizan el caciquismo, los gobernantes corruptos y los abusos de la intervención extranjera. El gaucho es el protagonista de la novela argentina Don Segundo Sombra (1929),

72 de Ricardo Güiraldes, en la que el narrador, Fabio Cáceres, cuenta la manera en que escapa de su vida de huérfano y aprende a vivir como gaucho bajo el apadrinamiento de don Segundo Sombra. Éste es la personificación de las destrezas y valores gauchos: honrado, paciente, trabajador y amigo. Contrario a lo que hace Hernández en su obra Martín Fierro, en la que se da a entender que el gaucho debe domesticarse para ser parte de la nación, el gaucho de Güiraldes se representa como un ser legendario que deambula las pampas en busca de trabajo y sobrevive a las contrariedades de su entorno; es decir que aún no se ha domesticado. Estas tres novelas fundadoras del criollismo son similares en cuanto al espacio en el cual se desenvuelven sus tramas. La interpretación de la naturaleza americana hace que la misma sea otro personaje más; un personaje gigantesco contra el cual el hombre sostiene una lucha para moldearlo, domarlo y hacerlo producir para beneficio propio. En Don Segundo Sombra el gaucho sobrevive en la aridez de la pampa y trabaja en la doma de caballos cerreros. En Doña Bárbara el llano es el entorno natural en el que se arrea ganado vacuno montaraz. La selva es el medio en el que se desarrollan las actividades caucheras en La vorágine. En todas se consigue la representación del medio agreste a través de una descripción detallada que hace hincapié en la belleza seductora de la naturaleza bárbara y la amenaza que constituye para los seres humanos civilizados que se compenetran con ella. En La vorágine se realiza una denuncia social cuando el protagonista, mediante la técnica de la caja china, cede la palabra a un trabajador rural, Clemente Silva, quien describe las circunstancias deplorables en las que viven y laboran los caucheros colombianos. En Doña Bárbara también se imputa a los caciques del llano venezolano la explotación del peón llanero. En esta misma novela, Gallegos plantea una crítica del neocolonialismo en la

73 figura de Mr. Danger, el estadounidense que se beneficia de sus relaciones con la clase alta del llano y de la corrupción de los políticos locales para apoderarse de tierras y ganado. La influencia extranjera se representa también en Don Segundo Sombra, en la que se identifica a los dueños de estancias en la figura de un ‘inglés acriollado’ a quien hay que agraciar para conseguir trabajo. Como este británico en la novela de Güiraldes, en las otras dos obras también se encuentran personajes que se asocian con la propiedad privada y la explotación de la naturaleza como expresión de la modernidad. La vorágine, Doña Bárbara y Don Segundo Sobra constituyen el canon del criollismo y, dadas sus características diferenciadoras, se establecen como los referentes básicos para valorar críticamente a todas las demás.

Características del criollismo La diversidad de propuestas novelísticas del criollismo se debe a sus características internas, las cuales se pueden discernir al considerar lo que se ha denominado antecedentes y génesis de esta tendencia, así como las obras criollistas modelo. Se identifican tres grandes divisiones temáticas que a la vez agrupan las distintas características que a lo largo del tiempo se han observado en esta producción literaria: 1) la naturaleza como protagonista, 2) la denuncia social y 3) el rechazo del neocolonialismo. El primer tema, el más obvio, ya había preponderado en el romanticismo hispanoamericano sin más intención que presentar el paisaje natural como fondo poético. En el criollismo se convierte en el tema de civilización y barbarie y se centra específicamente en la lucha del hombre contra la naturaleza para hacerla producir a su favor y asentar de esta manera las bases de la modernidad. Esta dualidad que introduce Quiroga se consolida en

74 Doña Bárbara, en la cual se plantea la lucha del ente civilizado proveniente de la ciudad, Santos Luzardo, en contra de las condiciones primitivas de la naturaleza y del caciquismo bárbaro del llano venezolano que se personifican en doña Bárbara. Además, dada la fuerte influencia del entorno sobre sus habitantes, la naturaleza también se representa como parte fundamental de la identidad hispanoamericana. Es una temática sobresaliente en toda la novelística criollista que se concentra más en la relación del ser humano y el ambiente natural americano, -aquellas obras que se denominan novelas de la tierra, novelas de la selva o novelas telúricas-, y que da un valor de protagonista a la naturaleza hasta el punto de humanizarla. Seguidamente está la cuestión de los desposeídos, es decir aquéllos que se encuentran en la base de la pirámide social, derivada de las tendencias literarias indianistas y antiesclavistas del siglo XIX, cuyos textos fundadores son obras como Sab y Aves sin nido. Alonso argumenta que los escritores criollistas adoptaron una voz narrativa similar a la de los etnógrafos y lingüistas dentro de un esfuerzo para representar las costumbres e identidades nacionales como culturalmente auténticas (The Spanish American 77-78). De esta manera se vuelve a repetir lo que ya habían hecho los escritores de la gauchesca y Azuela: Darle voz ‘escrita’ a aquél cuya voz ‘oral’ no se escucha. Es decir que se repite otra vez ese tipo de construcción literaria del habla de los sectores nacionales desamparados. Es un intento de representar la esencia autóctona de esos segmentos sociales, como lo hace Rivera en La vorágine al darle la palabra al cauchero Silva para que describa sus condiciones laborales. Bajo este tema se agrupan las novelas rurales, campesinas, gauchescas, negristas e indigenistas; o sea toda la novelística que describe la vida, las costumbres y las condiciones de aquellos seres humanos que, aunque desarticulados de la médula social hegemónica

75 nacional, sirvieron más forzosa que voluntariamente para modernizar las nuevas naciones y realzar las economías nacionales. La denuncia social enlaza esta temática con la siguiente, en la cual aparece la preocupación por la intervención extranjera. A diferencia de la fascinación por lo europeo que se percibe en las corrientes anteriores, en el criollismo se observa el rechazo al extranjero. Por ejemplo, en el inglés de Don Segundo Sombra, no sólo se representa al terrateniente que conduce a la modernidad al establecer la propiedad privada, como ya se explicó, sino que también se muestra la manera en que se trata de someter al gaucho tradicionalmente nómada al sedentarismo del forastero. De aquí que surja la novela antiimperialista que condena el abuso y la explotación por parte de residentes foráneos con base en el argumento de la superioridad cultural y económica, o sea el rechazo al sistema neocolonial. Esta división, como toda clasificación de la literatura, no es rígida ya que la combinación de estas características confluye en la corriente criollista en general. En otras palabras, es posible encontrar elementos de las tres, o al menos dos, de estas temáticas en las obras del criollismo, salpicadas todas de cuadros costumbristas, tradiciones culturales y episodios claramente regionales que diferencian y marcan la individualidad de cada país. Esta tendencia literaria se enmarca, en términos generales, entre los finales de las dos guerras mundiales –aproximadamente veinticinco años–; aunque no hay que olvidar su temprana aparición en México y el Cono Sur, así como tampoco se debe dejar de tener en cuenta el hecho de que se extendió hasta la década de los sesenta en la región centroamericana, como se verá más adelante.

76 Continuidad de la corriente criollista Franco indica que los escritores criollistas ven en la novela el instrumento cultural capaz de efectuar un impacto positivo en sus respectivas naciones, a través de su papel integrador al llamar la atención hacia regiones y personajes nacionales olvidados (208, 224). Es así que, a la par del intento por representar la topografía con su flora y fauna, los escritores regionalistas tratan también de hacer - manejándose con un criterio de mímesis entendido como imitación y no poiesis- una representación realista de la geografía humana de sus países.4 Se empieza a escribir sobre otros segmentos de la sociedad que no han sido parte central de la novela hispanoamericana anterior, tal como lo hacen las obras fundadoras con el llanero, el cauchero y el gaucho (aunque este último ya es parte de la tradición literaria gauchesca). Aparecen entonces personajes de otros estratos como el peón, el campesino, el indígena y el afroamericano, tanto en las regiones rurales como urbanas. El objetivo de esta representación, como una respuesta a la crisis del centenario, es hacer de esos personajes parte de una tradición inventada sobre el folklore y la autenticidad propios, y contribuir así al patrimonio ancestral con la creación de un imaginario colectivo nacional. Es decir, como lo sugiere Hobsbawn, una práctica de “invención de tradiciones” que inculca valores y normas sugerentes de una continuidad con el pasado (1). De esta manera, la representación de esos personajes está encaminada hacia aquéllos que desconocen su existencia, principalmente los inmigrantes, a través de la descripción de sus particularidades físicas, la reproducción fonética de su habla con sus peculiaridades lingüísticas y sus características psicológicas, y darles voz para expresarse y pronunciarse sobre temas de interés local, regional y nacional. En otras palabras, la literatura del 4

Esta será una de las grandes críticas formulada por muchos cultivadores del Boom que, como indica Shaw, rechazaron el realismo mimético del criollismo y lo sustituyeron por la fantasía y la imaginación creativa (5), contribuyendo así al desinterés de los círculos críticos por las obras criollistas hasta los años noventa.

77 continente da un giro con respecto al siglo anterior puesto que las obras que antecedieron al centenario condenaban con su eurocentrismo estas figuras autóctonas por considerarlas un obstáculo al progreso (El Facundo de Sarmiento es el ejemplo perfecto). Al llegar la época del criollismo, la literatura transforma en esencia cultural o en tradición aquello que antes había condenado como inviable para la nación imaginada. Los autores criollistas quieren que los inmigrantes se identifiquen con una tradición que están inventando. Dado que las producciones regionalistas tienen que ver principalmente con las áreas rurales y sus habitantes, la mayoría de las cuales se encuentran en situaciones de pobreza, surge el tema de la necesidad de cambio social. En esta tendencia sobresale el uruguayo Enrique Amorím, cuya producción literaria, como su obra La carreta (1929), representa las transformaciones del campo del Uruguay debido a la inmigración, la industrialización, las luchas políticas, la pobreza y la explotación (Franco 228). Este tipo de criollismo prevalece durante los años treinta y se extiende hasta las últimas instancias de esta corriente. Las narrativas realistas del Ecuador y Chile también profundizan sobre el tema de denuncia social, lo cual da lugar a contenidos que tratan la lucha de clases y la dominación extranjera. Entre éstas se tienen como ejemplos la novela chilena Lanchas en la bahía (1931), de Manuel Rojas, sobre los vicios sociales que genera el capitalismo moderno entre los lancheros del puerto de Valparaíso, y La isla virgen (1942), del ecuatoriano Demetrio Aguilera Malta, en la que se representa la manera en que la modernización afecta la identidad de los habitantes de una isla. Ya no se trata solamente de representar la naturaleza y la gente, sino también las diferentes realidades sociales que surgen en el plano continental desde finales del siglo XIX debido a las relaciones neocoloniales con naciones más desarrolladas y el afán modernizador

78 de los gobiernos. El criollismo coincide con una etapa de industrializaciones nacionales en el continente que, como lo indica Larraín, produjo una necesidad de cambio para “afirmar una identidad latinoamericana contra la modernidad” (321). Es decir que, a la inversa de considerar la autoctonía como obstáculo al desarrollo, los esfuerzos modernizadores se perciben como una amenaza para aquellas tradiciones inventadas que estaban contribuyendo a forjar las identidades nacionales. Como parte de esta construcción identitaria, florece la novela indigenista que, a diferencia de la indianista, es una narrativa realista de denuncia social sobre las condiciones de vida y trabajo del indígena en las áreas rurales (Prieto 139).5 Obviamente sobresalen las novelas de países con mayor población indígena –México, Guatemala, Ecuador, Bolivia y Perú–, aunque los escritores de este tipo de literatura no son indígenas (como no eran gauchos los escritores de la gauchesca). Entre las obras criollistas que mejor representan la tendencia indigenista se encuentran Huasipungo (1934) del ecuatoriano Jorge Icaza, que trata sobre la explotación del indio serrano; El mundo es ancho y ajeno (1941) de Ciro Alegría sobre el problema de tenencia de la tierra que afronta una comunidad indígena andina; Entre la piedra y la cruz (1948) del guatemalteco Mario Monteforte Toledo, que relata la vida de los indios zutuhiles y aborda la problemática alrededor de la diferencia racial entre indígenas y no indígenas; y la novela sociológica mexicana Juan Pérez Jolote (1952) de Ricardo Pozas, en la que el tema central es la identidad del indio chamula, la cual se deteriora por la influencia no indígena que viene del exterior de sus comunidades. La denuncia de la influencia y explotación por parte de entes ajenos a la cultura, ahora en el plano nacional, es el tema central en la novela criollista antiimperialista. Este 5

Se separa la narración indigenista realista de aquéllas que abordan el tema del indígena desde su cosmogonía, creencias y leyendas, como Balún Canán (1957) de Rosario Castellanos, Hombres de maíz (1949) de Miguel Ángel Asturias y Todas las sangres (1954) de José María Arguedas.

79 tipo de narrativa encuentra sus antecedentes en Sub terra (1904), una colección de cuentos naturalistas de Baldomero Lillo en la que se describen las condiciones laborales de los mineros, víctimas de la explotación en las minas chilenas que operan los británicos a finales del siglo XIX y principios del XX. Al denunciar y condenar los abusos que perpetran las compañías extranjeras con el apoyo tanto de sus gobiernos como de los gobiernos locales, los escritores de este tipo de criollismo impugnan las relaciones neocoloniales que se forjan entre los países del continente y naciones económica y militarmente más poderosas. El argentino Benito Lynch, en su novela El inglés de los güesos (1924), contemporánea de La vorágine, hace una representación del imperialismo informal de Gran Bretaña y sus efectos en la clase trabajadora argentina. El tungsteno (1931) de César Vallejo denuncia las injusticias perpetradas contra los trabajadores peruanos, mayormente indígenas, en una mina de administración norteamericana y el despotismo de los representantes nacionales a su servicio. En Mancha de aceite (1935), el colombiano César Uribe Piedrahita representa el inicio de la era petrolera en Venezuela y la explotación del campesinado por parte de las transnacionales inglesas, estadounidenses y holandesas en las regiones petrolíferas de Zulia y Falcón. Se destacan en este tipo de criollismo las novelas que forman la trilogía bananera del guatemalteco Miguel Ángel Asturias: Viento fuerte (1950), El papa verde (1954) y Los ojos de los enterrados (1960). Todas juntas relatan los abusos que sufrió la nación guatemalteca a manos de la multinacional estadounidense United Fruit Company. Por su fecha de publicación, estas novelas de Asturias, especialmente la última y otras de sus coetáneos centroamericanos, se deben incluir en las etapas postreras de la corriente criollista.

80 Últimas instancias del criollismo Hacia la mitad de la década de los cuarenta, como se indicó, el criollismo empieza a perder fuerza en la mayor parte del continente. La mengua de la narrativa criollista no se debió a que mermara el deseo de tratar el tema de la identidad nacional o se pensara que los países habían superado los obstáculos a la modernidad y la prosperidad económicas, ni que se empezara a hacer caso omiso de la influencia mercantil y cultural del extranjero, o que se pensara que ésta había disminuido o desaparecido. El criollismo aparentemente cedió ante la búsqueda de nuevas formas de novelar del llamado Boom de la ficción hispanoamericana. Uno de los argumentos principales del Boom era que antes de esta década no habían encontrado precursores dignos en la pobre tradición narrativa Hispanoamericana, afirmación que algunos críticos han considerado como una argucia promocional (p. ej. Sommer 1). Es decir que la proyección internacional de este movimiento durante los años sesenta eclipsó las corrientes literarias anteriores en el continente. El atraso general en el proceso de democratización y modernización en algunos países conllevó al rezago en el surgimiento y desarrollo de un sistema literario pleno y, consecuentemente, a la persistencia de la tendencia criollista. En el caso de Centroamérica, con excepción de Costa Rica, las largas dictaduras militares que rigieron los países del istmo, avaladas por el gobierno estadounidense en defensa de sus intereses comerciales, obstaculizaronn las publicaciones literarias consideradas subversivas.6 Con el advenimiento de las doctrinas socialistas, cualquier ataque a las hegemonías nacionales era calificado de comunista (Foster 202), provocando una fuga de cerebros hacia un exilio autoimpuesto o

6

Los dictadores centroamericanos de este periodo fueron el Gral. Jorge Ubico en Guatemala (1931-44), el Gral. Maximiliano Hernández Martínez en El Salvador (1931-44), en Honduras el Gral. Tiburcio Carías Andino (1932-48) y el Gral. Anastasio Somoza en Nicaragua (1934-56).

81 forzoso. En otras palabras, la literatura que tenía la mínima intención de denuncia era censurada. Por otra parte, los países centroamericanos se caracterizaban por el rezago en materia de educación. Por ejemplo, el índice de alfabetización en la década de 1920 no llegaba al tres por ciento en la región centroamericana –sin incluir Belice y Panamá (Foster 188), lo que significaba un extremadamente reducido público lector. Asimismo, en Centroamérica predominaban las condiciones rurales hasta ya avanzado el siglo XX. En el caso de Guatemala, Albizúrez y Barrios señalan que este país “sigue siendo esencialmente agrario, pese a los resplandores de una falsa y endeble industrialización” (37). En Costa Rica, la economía nacional continúa basándose en los pequeños latifundios familiares de la oligarquía cafetalera (Foster 184). Si generalizamos estos casos en el istmo, se puede afirmar entonces que los escritores seguirían tomando sus temas de las realidades campestres nacionales, por lo que el criollismo se extendió hasta fechas en las que se llegó a considerar anacrónico y tardío en relación al resto del continente hispanoamericano.

El criollismo guatemalteco El estudio del criollismo guatemalteco debe basarse en gran medida en un conocimiento de la historia del país. Arturo Arias, estudioso de la cultura y literatura guatemaltecas, afirma que es necesario observar “la problemática de la relación entre un texto literario y las estructuras socio-históricas que operan en el mismo lugar y tiempo del surgimiento del texto” (10). Por lo tanto, es imprescindible entender las diversas ideologías políticas que constituyeron el trasfondo de la producción criollista en Guatemala. Consecuentemente se observará que, en cada periodo de la novela criollista guatemalteca, la

82 literatura se hace eco de los grandes temas políticos de los gobiernos sucesivos y se constituye así en comentario de las políticas gubernamentales. Los escritores, si deseaban desenvolverse como tales, tenían que atender a las censuras que imponían los regímenes del momento. Por esa razón, el criollismo en Guatemala se caracterizó mayormente por sus cuadros costumbristas y la obsesiva representación de la naturaleza y su impacto en los seres humanos. La denuncia social o crítica a los gobiernos no era permisible, especialmente durante las dictaduras de Estrada Cabrera (1898-1920) y Ubico (1931-44). Igualmente, la mayor parte del tiempo no era aconsejable pronunciarse en contra de los abusos que perpetraban las potencias extranjeras en territorio guatemalteco. Por consiguiente, hubo pocos autores criollistas que denunciaron esos problemas sociales y lo hicieron en forma solapada. La mayoría de los escritores se inspiraron y encontraron en el pasado nacional un refugio del presente dictatorial. De ahí que durante el siglo XIX y principios del siguiente se cultivara la narrativa histórica en Guatemala. A partir del primer cuarto del siglo XX inició el desarrollo de la novela criollista que abarca cuatro etapas. La primera es la etapa de los fundadores del criollismo nacional que publicaron alrededor de las mismas fechas en que la tendencia empezó en Hispanoamérica. La segunda consiste en una fase costumbrista que ocurrió durante la dictadura del Gral. Jorge Ubico. El tercer periodo, ya moroso en comparación con el resto del continente, corresponde al del socialismo democrático entre 1945 y 1954, en el cual floreció el relato criollista. La última etapa es la que la crítica literaria ha denominado de criollismo tardío y anacrónico ya que fue entre 1955 y principios de la década del sesenta cuando se produjeron

83 los últimos relatos de este estilo. El análisis cronológico de esta literatura dilucida los temas caros a este movimiento.

Antecedentes e inicios del criollismo guatemalteco, finales del siglo XIX a 1930 La novelística guatemalteca se inicia con la narrativa histórica y los cuadros de costumbres de José Milla y Vidaurre durante la segunda mitad del siglo XIX. En 1898 aparece el antecedente de la narración criollista en la obra Conflictos, de Ramón Salazar, en la que aparece por primera vez “una preocupación por los problemas sociales” del país, como lo indica Menton (177). En efecto, esta obra presenta de manera realista, a través de la historia de dos amantes diferenciados por la alcurnia y la política, los “conflictos” que se desarrollaron alrededor de la Revolución Liberal de 1871 que puso fin al régimen conservador. También muestra varias características que más tarde se observarían en el criollismo, tal como la representación de la naturaleza como fondo de la trama –con dejos de romanticismo-, el deseo de modernizar el país, la crítica de los gobiernos (conservador y liberal) y de los miembros de la sociedad que admiran lo extranjero, así como la denuncia social de las condiciones de vida de los campesinos y los indígenas. La falta de relatos que se ocuparan de los temas nacionales al inicio del siglo XX obedeció al clima de opresión estatal. Coincidiendo con el año de publicación de la novela del Dr. Salazar, Guatemala empezó a padecer la dictadura de Manuel Estrada Cabrera, una de las más largas del continente que se extendió hasta 1920. Este régimen se vio plagado de asesinatos políticos y antagonismo hacia los intelectuales, por lo que la producción literaria de ese periodo refleja una tendencia hacia los temas históricos. Aunque los gobiernos opresivos siguieron dominando el espacio político en las siguientes dos décadas, el

84 criollismo en Guatemala no se hizo esperar. El germen de la narrativa criollista en este país se encuentra en dos novelas: El solar de los Gonzagas de Carlos Wyld Ospina que apareció en 1924 -contemporánea de la novela de Rivera en Colombia y la de Lynch en Argentina-, y En el corazón de la montaña (1930) de Clemente Marroquín Rojas. En la primera obra, Wyld Ospina representa un país de producción agrícola feudal que encabeza la clase alta en la que, como en Conflictos, prevalece el linaje que ahora se ve amenazado por la nueva aristocracia adinerada sin pureza de sangre. Con varios cuadros costumbristas de fondo, la trama de El solar de los Gonzagas se desarrolla en una ciudad pequeña y anónima cuyos habitantes también tienen posesiones en el campo. Los viajes de los personajes a la campiña sirven de fondo para describir el entorno natural y explicar la forma de vida de “las razas que ahora sufren la ominosa tiranía de la civilización del Occidente” (34), refiriéndose tanto a los indígenas como a otras etnias dominadas. A pesar de esa explicación sobre las clases oprimidas, la denuncia social en esta obra se presenta como un discurso de boca de uno de los “borrachines” del pueblo que alude a “ciertos tópicos socialistas” y propone la publicación de un periódico intelectual opositor al gobierno (82); o sea que esta crítica se oculta detrás de una diatriba que provoca el abuso del alcohol del ficticio orador. Al final, la prolongación de la clase alta dominante se consigue en el matrimonio por interés y complementación entre los protagonistas que representan la alcurnia y la riqueza. En esta obra pionera del criollismo nacional, el autor exhorta a los poetas a “cantar nuestra naturaleza” (31), en lugar de cultivar literaturas de contenidos extranjeros. Esa incitación a buscar temas guatemaltecos colocados dentro de la riqueza geográfica del país también fue la preocupación de Clemente Marroquín Rojas. En el

85 prólogo de En el corazón de la montaña, este escritor puso de relieve el hecho de que la naturaleza de Guatemala fuera una veta no explotada y ofreciera temas y motivos para la producción de una literatura guatemalteca, diferente a la europea (8-12). Marroquín Rojas afirma que no hace literatura, sino que apenas relata experiencias de juventud (12-15), por lo que, efectivamente, predomina el contenido sobre violencia rural y agresividad sexual entre jóvenes. Ubicada en el departamento oriental de Jutiapa -adyacente a El Salvador-, se relata la manera en la que un chico jutiapaneco seduce a una capitalina y la lleva a su casa en la montaña. Se hacen descripciones bastante detalladas del campo oriental, los volcanes y el medio ambiente boscoso. El autor de esta novela, como su antecesor, instó a otros escritores a tomar la vida y la geografía rurales de Guatemala como fuente de inspiración para producir obras creativas verdaderamente nacionales. Tanto la novela de Wyld Ospina como la de Marroquín Rojas constituyen el nacimiento del criollismo guatemalteco por los temas que tratan y su intento expreso de motivar la producción de un tipo de narrativa que representara la nación guatemalteca con sus rasgos geográficos y sociales. Esta etapa, que medió entre las dos dictaduras más largas del siglo XX en el país, deja marcados los derroteros que seguirían los cultores nacionales del género en Guatemala.

El criollismo de la dictadura ubiquista, 1931-1944 Con respecto a la producción criollista en el continente, durante este periodo se popularizaron las novelas modélicas del criollismo sudamericano, se siguió cultivando la Novela de la Revolución Mexicana y florecieron otros relatos regionalistas en el continente. En Centroamérica, debido a la aversión que tenían los dictadores de la época hacia los

86 intelectuales, los escritores encontraron en la historia una manera de esquivar el presente. No obstante esta autocensura, sobresalió Salvador Salazar Arrué (Salarrué) con Cuentos de barro (1933), relatos de la vida rural de El Salvador, que estaba bajo el régimen dictatorial del Gral. Maximiliano Hernández Martínez. En Guatemala, el dictador Ubico, aunque no ocultó su animosidad contra la intelectualidad, sí impulsó la cultura y respaldó la publicación de obras históricas a través de la editorial de la Biblioteca Nacional. En esos casi catorce años ubiquistas también se produjeron novelas criollistas que abundaban en cuadros costumbristas y trataban sobre la influencia de la naturaleza en las acciones de los seres humanos. A diferencia de las obras modelo de esta tendencia, las guatemaltecas no incluían ni denuncia social ni crítica al gobierno y representaban la presencia de extranjeros en suelo patrio como parte de la vida nacional. Esto no sorprende puesto que el mismo presidente, durante su régimen dictatorial, fue el terrateniente más poderoso, propició operaciones comerciales de extranjeros en el país y emitió leyes que favorecieron la explotación de los estratos más bajos de la sociedad (especialmente de los indígenas). En esta etapa del criollismo guatemalteco son prominentes las novelas de Flavio Herrera y las del pionero Wyld Ospina. Herrera escribió tres novelas durante este periodo: El tigre (1932), La tempestad (1935) y Poniente de sirenas (1937). Las tres se desarrollan principalmente en la región costera del Pacífico. El autor cultivó un criollismo psicológico tendiente al naturalismo, o sea que sus novelas se caracterizan por una representación más detallada de la manera en que el medio afecta el comportamiento de los personajes en los mundos narrativos (Palmsiano 1). La exuberancia del trópico en El tigre se representa como un medio propicio para el machismo en los hombres y un entorno en el que la barbarie se sobrepone a la civilización.

87 Por otro lado, las mujeres sufren los abusos y violaciones de los hombres, -tema que se observará en la mayoría de las obras-, y son relegadas a un papel pasivo de sumisión que, al parecer, ellas mismas deben aceptar. Con La tempestad, Herrera hace una de las descripciones más tempranas sobre la sociedad cafetalera de Guatemala y los problemas que aquejan al caficultor nacional, describiendo en detalle su agonía frente a las dificultades de esa agroindustria. Poniente de sirenas puede considerarse criollista solamente por las descripciones de lugares y personas. Por una parte sobresalen la naturaleza marina que abruma al ser humano y los dilemas éticos que atormentan al protagonista, pero, por otra, no hay ninguna intención de tratar la realidad social nacional. No así en El tigre y La tempestad que tratan los temas recurrentes de la raza y la influencia extranjera. Los indígenas y los mestizos son obstáculos para el progreso del país. En El tigre, el narrador dogmático es contundente: el indio y el mestizo son “dos masas sin relación íntima… sin esa vinculación ideal de intereses y aspiraciones que afirma el sentimiento nacional,” lo que “defrauda esa heroica, esa inmensa promesa del triunfo del mestizaje iberoamericano” (48). Estas líneas son obvias referencias a La raza cósmica de Vasconcelos que, como dice Miller, dio base a una utopía de conciliación que percibía el mestizaje como componente vital para el progreso y desarrollo de las naciones hispanoamericanas (3-4). Tres años más tarde en La tempestad, la discordancia entre las dos etnias devendría uno de los temas centrales ya que en uno de los personajes se encarnan los supuestos sentimientos del mestizo: rencor por el blanco y desprecio por el indígena; insistiendo, asimismo, en la solidaridad como clave del triunfo racial.7

7

Es posible que la personificación unificada de conquistador y conquistado en la figura del mestizo haya sido la razón por la que Herrera tituló su obra como la shakesperiana, ya que, como indica Joanna O’Connell, “Many writers in English, French and Spanish have read Shakespeare’s play The Tempest as a powerful analogy for the relations between colonizer and colonized, most often to enunciate anticolonialist ideas” (6).

88 Estas afirmaciones en la novela son puestas en boca de los mismos mestizos, quienes aseveran tener una “grotesca superstición” por lo que no es nacional (244). A este respecto, El tigre presenta al extranjero como sinónimo de la expoliación neocolonial, aunque se percibe la xenofilia del protagonista y de algunos personajes. La tempestad profundiza más en este tema puesto que se habla sobre la desidia del guatemalteco al permitir que el extranjero cometa abusos en el territorio nacional. Este texto hace la distinción entre el extranjero arraigado en Guatemala y el que explota los productos nacionales en beneficio de otros países. Se indica también que el mejoramiento de la raza guatemalteca radica en el blanqueamiento de la población a través del mestizaje. Alrededor de las fechas de publicación de El tigre y La tempestad, aparecieron las obras de Wyld Ospina: La tierra de las nahuyacas (1933) y La gringa (1935). Éstas estarían en tensión ideológica con aquéllas. Publicada un año antes de Huasipungo de Icaza, La tierra de las nahuyacas se considera la obra iniciadora en Guatemala de la narrativa indigenista, es decir aquella literatura que, como lo comenta Ramón Máiz, “desafía la oficial invisibilidad del indio en la idea de Nación de los Estados latinoamericanos” (113). En efecto, el relato gira alrededor de la vida de Sebastián Ax, un indígena q’eqchi’ de un pueblo en el altiplano central guatemalteco en Alta Verapaz. Paralelamente se narran las costumbres de los habitantes de esta región y los abusos de los ladinos. En contraste con los mestizos xenófilos de Herrera, el personaje q’eqchi’ de Wyld Ospina expresa su odio hacia el extranjero, tanto el que conquistó a su pueblo como el que lo mantiene oprimido. El indigenismo fundador de La tierra de las nahuyacas apunta a una nación heterogénea que apuesta a la diversidad, ya que contiene entre líneas un mensaje de aceptación con doble destinatario: Por un lado indica que el ladino debe dejar de atormentar al indígena y, por el

89 otro, que el corazón de los q’eqchi’es sanará solamente cuando se expulse el veneno del aborrecimiento hacia el extranjero (52-54). Con esta recomendación al final del texto, Wyld Ospina vuelve al tema de las razas oprimidas que había iniciado diez años antes en su pionera novela criollista. A Wyld Ospina, además de la iniciación del criollismo y el género indigenista en Guatemala, también se le deben adjudicar los antecedentes de la novela nacional, un género que reafirma, como lo señala Lecuna, la definición del sujeto y la nación (52). En su obra La gringa (1935), el autor presenta una variedad de temas guatemaltecos que se podrían trabajar provechosamente en la narrativa. En esta novela se cuenta la historia de la relación entre el criollo Eduardo y Magda, una mujer liberada de descendencia europea a quien llaman “la gringa” y que no encaja con el modelo nacional de mujer sumisa. El escritor, a pesar de la existencia de El tigre de Herrera, indica que la realidad del trópico no ha sido representada y que la novela es la forma literaria para expresar la América tropical (La gringa 236). La trama se desarrolla en varias regiones del país, que el autor aprovecha para describir a sus habitantes y los diferentes climas y topografías. Wyld Ospina coloca temporalmente a su protagonista en las monterías madereras del Petén, siendo el primero que escribe, aunque brevemente, sobre este departamento y también el primero que incluye a los afroamericanos en la literatura guatemalteca. En La gringa llama la atención el hecho de que su autor criticara la dictadura de Estrada Cabrera durante el periodo dictatorial de Ubico, especialmente porque el libro fue publicado por un programa gubernamental y el autor mismo se refiere al “General don Jorge Ubico” que promueve “obras de autores guatemalenses” (3). Otra característica de La gringa, que también está ligada al presidente de turno, es su referencia a la inversión

90 alemana en la industria del café del país con el aval del gobierno (284-287), referencia sin lugar a dudas del incondicional apoyo ubiquista que recibían las operaciones cafetaleras germanas en territorio guatemalteco. Es posible que la alta posición social de Wyld Ospina, junto a su ascendencia inglesa y colombiana, lo hayan eximido de padecer acoso alguno por parte del gobernante. De cualquier manera, este autor, fundador del relato criollista y de las novelas indigenista y nacional, dejó sembradas las semillas de varios temas que luego retomarían las obras del criollismo. Unos meses antes de que se derrumbara la dictadura ubiquista salió la novela de Rosendo Santa Cruz, Cuando cae la noche (1943),8 en la cual el autor aprovecha uno de los temas que había introducido Herrera y vuelto a proponer Wyld Ospina la década anterior: los conflictos de los cafetaleros frente a las operaciones alemanas de mayor producción y capital extranjero. Esta novela, como muchas otras del continente, expresa una gran animadversión contra las empresas transnacionales que conllevan excesos capitalistas (Ramos-Harthun 5). La obra recae en la fórmula criollista del joven provinciano que vuelve a la finca de su familia después de educarse en un centro urbano; es decir el inicialmente incivilizado que se refina a través de la educación y regresa a la barbarie con intenciones de hacerla prosperar. Así Ricardo vuelve a las plantaciones cafetaleras de su padre, don Mariano, en la Alta Verapaz después de quince años de despilfarrar la fortuna familiar. A su regreso se encuentra con que Mariano, debido a la crisis económica internacional que empezó en 1929, está pasando dificultades financieras y no desea solucionarlas vendiendo su tierra. Como medida temporal pide una prórroga sobre una hipoteca que tiene con un prestamista local. Luego, con alguna ayuda del gobierno, padre e hijo logran un poco de prosperidad. Al final, 8

Esta obra ocupó en 1942 el primer lugar en la selección guatemalteca del Segundo Concurso Literario Panamericano organizado por la Unión Panamericana y la editorial Farrar & Rinehart de Nueva York; el mismo certamen en el que Rodríguez Macal obtuvo el primer lugar en la rama de Libro para la Juventud.

91 cuando muere Mariano, el prestamista desea que se liquide la deuda, para lo cual Ricardo termina vendiendo todos sus terrenos a un alemán. La representación de los alemanes como seres sedientos de poder económico y territorial a expensas de las desgracias de los caficultores guatemaltecos sirve al autor como fondo para representar también los problemas de la nación y sus posibles soluciones. En boca de un hondureño se amonesta a la juventud guatemalteca, instándola a crear sus propias oportunidades en la provincia y no esperar a que se les ofrezca algo de fuera o salir corriendo para la capital (Santa Cruz 92-93). Asimismo, se sugiere que la reivindicación de la sociedad rural se logrará, siguiendo el modelo de las ficciones fundacionales latinoamericanas, a través de la unión de indígenas y mestizos. Ricardo, a pesar de las recriminaciones del padre, encuentra la felicidad conyugal con la indígena Chusita y piensa en los hijos que “hablarían la sonora y extraña lengua de su madre y estarían llenos de esa poética del mestizo” para vindicar “el prestigio de las ricas tradiciones indias” (144). Desafortunadamente, la alianza no sucede pues un alemán pretendiente de Chusita la mata por celos; es decir que, en esta novela, el alemán frustra todo deseo de consolidación nacional. Con la obra de Santa Cruz termina el periodo de la novela criollista guatemalteca durante la dictadura ubiquista. Como se ha podido observar, el criollismo de esta época presenta dos características bien marcadas: 1) La abundancia del costumbrismo y de las descripciones naturalistas, en especial sobre el efecto del medio ambiente (geografía y clima) en los seres humanos; y 2) la casi total ausencia de denuncia social y de crítica al gobierno. La caída del dictador dio paso al establecimiento de gobiernos democráticos, durante los cuales la novelística nacional se ocupó en continuar presentando no sólo las costumbres sino

92 también las condiciones de vida de los pobladores de otras regiones del país. Estos mismos gobiernos dieron la oportunidad para que los literatos se desbordaran en fuertes críticas tanto a los dictadores anteriores como a los nuevos gobernantes.

El criollismo tardío del socialismo guatemalteco, 1945-1954 El derrumbe de las dictaduras centroamericanas empezó en 1944 con la del Gral. Hernández Martínez en El Salvador, donde vuelve a aparecer la figura de Salarrué con Cuentos de cipotes (1945) de narrativa costumbrista. El derrocamiento de Ubico en Guatemala a raíz de la Revolución de octubre de 1944 y el consecuente ascenso democrático de los gobernantes socialistas dio paso a “un ímpetu nacionalista [… que] se encarna en la práctica literaria,” como lo señalan Albizúrez y Barrios (5). Durante esta etapa floreció el relato criollista, ideológicamente afín a los principios del socialismo. Dentro de esta tendencia hubo en la novelística nacional una explosión creativa, de la cual surgieron principalmente las obras de Mario Monteforte Toledo y la última de Herrera. Además, hubo varias producciones de otros escritores que, dice Menton, “emprendieron la tarea de completar el mapa novelístico de su país” con obras supeditadas al costumbrismo (322). También se publicaron en el extranjero y llegaron a Guatemala las novelas de Miguel Ángel Asturias, entre las cuales sobresalen en cuanto a la tendencia criollista los dos primeros tomos de su trilogía bananera de corte antiimperialista durante el segundo gobierno de la Revolución. A estas alturas del siglo el criollismo ya había menguado en el continente, pero aumentaba en el país dado el nuevo aire de libertad de expresión. El criollismo que representa la Guatemala de este periodo sigue utilizando el entorno natural y la relación de éste con diferentes ciudadanos guatemaltecos. Al mismo

93 tiempo se observa en esta literatura, como en toda la que desafía algún tipo de poder, un rechazo del sistema político que represiva y violentamente degrada al ser humano (Maldonado Alemán 7). A este respecto, el criollismo de este periodo implica una pertinaz denuncia social que se centra en los sistemas dictatoriales y la intervención extranjera en el país. En 1946 Amalia Cheves publicó la novela Mah Rap bajo el seudónimo de Malín D’Echevers (Meza Márquez 11). Esta obra se caracteriza por el costumbrismo que presenta la vida finquera y las prácticas de los indígenas q’eqchi’es en la región de Alta Verapaz (estos indígenas y este departamento, al parecer, llegarían a ser temas predominantes en el criollismo guatemalteco). No es un relato totalmente criollista puesto que las acciones se narran desde la perspectiva del terrateniente, o sea desde un punto de vista hegemónico. En otras palabras, no hay una nota de denuncia social fuerte, más bien el texto naturaliza el sistema de clases. El protagonista central Mah Rap, de etnicidad indeterminada, tiene un conocimiento profundo de la vida de los indígenas q’eqchi’es, pero admira grandemente a sus patrones ladinos. En todo caso, Mah Rap ocupa un lugar privilegiado en la novelística del país pues es la única obra del criollismo que escribió una mujer y la primera de esta tendencia durante el periodo socialista. No es una novela muy conocida ya que, entre otras cosas, en el mismo año salió a imprenta en el exterior y llegó al país la obra maestra de Miguel Ángel Asturias, El señor presidente (1946). Aunque no es criollista, destaca en ella una gran crítica al sistema dictatorial -al desarrollarse durante el régimen de Estrada Cabrera (1898-1920) -, y una denuncia del trato que reciben los estratos inferiores de la sociedad bajo una dictadura.

94 Al año siguiente Carlos Manuel Pellecer publicó en Guatemala un libro criollista de denuncia similar a la de Asturias, solamente que ahora se trataba abiertamente del régimen de Ubico contra el que se prescribe una revolución socialista. En Llamarada en la montaña (1947), escrita en 1941 con una nota preliminar de 1945, Pellecer expone los medios de terror que utilizó el ubiquismo. Como en otras obras, aparece la figura de un alemán que representa los abusos que cometen los extranjeros con los habitantes del campo. También hace alusión a las revoluciones de otros países y continentes y se refiere al hecho de que el levantamiento de las masas es la única solución para acabar con la dictadura. Pellecer afirma en la introducción que, aunque el libro “fué escrito tres años antes de que la revolución guatemalteca se anunciara, la visión fué cabal y por ello tuvo algo de profecía” (8); es decir que el prólogo se plantea como programa. En efecto, como obra criollista, Llamarada en la montaña abunda en denuncia social y crítica política, y quizás por el ahínco en ello no trate la geografía y la naturaleza del país. Un año después de aparecer el libro de Pellecer, se publicaron dos obras ricas en descripciones de los medios naturales y sociales: Anaité (1948) y Entre la piedra y la cruz (1948) de Mario Monteforte Toledo. En Anaité, el autor retoma el tema de las monterías del Petén que propuso la década anterior Wyld Ospina en un episodio de La gringa. Anaité, escrita en 1938, cuenta la historia del citadino Jorge cuyo único objetivo es hacerse rico con la explotación maderera que le concesionó el gobierno, y así poder regresar a la capital para casarse con su novia. Sobresale la lucha entre la civilización de Jorge y la barbarie de la selva y de los hombres que la habitan. Se describen también las condiciones de vida de los monteros en una de las regiones más aisladas del país, señalando que el trato que reciben de los patrones es menos severo que el que recibían en los tiempos dictatoriales anteriores.

95 Anaité es una denuncia de las condiciones laborales de los peones peteneros y la situación del aislado departamento del Petén. Este territorio, representado como tierra de nadie, es el lugar al cual se dirigen los nacionales y extranjeros que desean escapar de algo – sea la realidad de sus vidas o la justicia, por ejemplo. El aislamiento de la región sirve al autor para contrastar el aparente progreso que se ha conseguido en el lado mexicano de la frontera vis-á-vis el retraso de la parte guatemalteca. Abundan los personajes de nacionalidades extranjeras, e. g. un inglés beliceño y un estadounidense en tierra mexicana. No falta la presencia del alemán siempre en relaciones tensas con los guatemaltecos. El personaje de Otto Friesen es conservador y, hablando de política liberal con Jorge, insinúa que éste pronto se hará comunista si aún no lo es. También se aborda el tema de la pérdida del patrimonio nacional a manos de los extranjeros con el aval de las autoridades nacionales pues “pronto se irán… más joyas mayas, bajo la supervisión de los guatemaltecos” (Monteforte Toledo, Anaité 280). El autor critica estas acciones que se dan por el aislamiento de esa parte de Guatemala y pone de relieve la vida recluida que llevan los indígenas lacandones en el Petén. Esta etnia, en ese entonces bastante desconocida, se describe como una raza primitiva de costumbres sencillas y prácticas comunitarias. Jorge visita a los lacandones porque le parece raro que exista gente a la que no le interesa entrar en contacto con la civilización. Cuando Jorge regresa a la capital y encuentra que su novia se ha casado, el ladino decide regresar a la jungla del Petén a llevar una vida sencilla con los lacandones. El revés de esta novela se encuentra en la trama de Entre la piedra y la cruz,9 obra en la que Monteforte Toledo vuelve a tomar el ejemplo de Wyld Ospina y amalgama los temas que éste propuso para la novela nacional en La gringa y para el indigenismo en La tierra de las nahuyacas. 9

Esta novela se publica el mismo año que Anaité que fue escrita mucho antes de su publicación.

96 Entre la piedra y la cruz es una novela indigenista que hace una representación geográfica, histórica y social de Guatemala y se desarrolla alrededor del protagonista indígena Lu Matzar que desea educarse como ladino para contribuir a cerrar la brecha entre indígenas y blancos. A diferencia del indigenismo de Wyld Ospina, el de Monteforte Toledo se centra en un mestizaje que promueve una nación homogénea a partir de la ladinización. Entre la piedra y la cruz relata la vida de los indios zutuhiles en la meseta central guatemalteca y aborda la problemática alrededor de la diferencia racial entre indígenas y no indígenas, especialmente porque éstos no aceptan a aquéllos. Recurre en la novela el tema de las plantaciones cafetaleras en la costa sur –incluyendo las de propiedad alemana– adonde van a trabajar los indígenas del altiplano. Es allí donde Lu conoce al ladino Teófilo que simpatiza con los indígenas y lo lleva a su casa en la capital para que vaya a la escuela. Le dan el nombre de Pedro, con lo que empieza el proceso de ladinización que le recriminan en su pueblo. Ahora desea ser maestro para enseñarle a su propia gente a progresar. En una escuela para indígenas del departamento del Quiché, Lu trabaja y se da cuenta de que el gobierno no contribuye a la educación del indígena. Deja la profesión para volverse militar de carrera porque quiere ser superior, escapar de la inercia de seguir el camino del indio, y expresa su desdén por los de su raza. En la milicia viaja por los cuatro puntos cardinales de Guatemala hasta que, al caer Ubico e instaurarse el gobierno provisional de Ponce, lo meten a la cárcel y lo sentencian a muerte por sus ideas de tendencia comunista. El día antes de su ejecución estalla la revolución; Lu es puesto al mando de un retén subversivo. Cae herido en la revuelta, despierta en el hospital y encuentra a Margarita, la hija de su ladino protector. Además de comprender que indígenas y ladinos lucharon hombro con hombro en la insurrección, Lu piensa que se topa otra vez con Margarita, con

97 quien se casa, en el preciso momento en el que renace Guatemala. A través de Entre la piedra y la cruz, Monteforte Toledo presenta el dilema del aborigen guatemalteco que se encuentra entre la cultura tradicional de sus ancestros y la nueva cultura ladina que se considera tanto civilizada como civilizadora. Plantea que el proceso de ladinización se merma porque la mayoría de ladinos y blancos extranjeros rechazan las etnias indígenas. Propone que la educación sea el medio para ladinizar e integrar a los indígenas a la nación, procedimiento que evitaba el gobierno dictatorial para mantener al indígena ignorante y que, como se insinúa, promoverá el gobierno de la revolución. El encuentro de Lu y Margarita postula que el nuevo país se basará en un mestizaje a favor del blanqueamiento racial, ya no sólo del que produce la violación de la mujer indígena por parte del ladino sino que también de la unión consensual del hombre indígena con la ladina. En otras palabras, se propone una ficción fundacional, como las que plantea Doris Sommer, “for resolving continuing conflicts[,…] recognizing former enemies as allies” (12). De esta manera, Entre la piedra y la cruz aboga por la eliminación de la diferencia mediante una mezcla de sangres en una nueva nación, donde los indígenas dejan de serlo al abandonar sus prácticas tradicionales y de esa manera logran su participación en la sociedad ladina. En las dos obras de Monteforte Toledo se propone de alguna manera la conjunción de las etnias nacionales, sea mediante la reclusión del ladino civilizado en la barbarie del indio o la integración del indígena en la civilización ladina. Cuando aparecieron Anaité y Entre la piedra y la cruz, Augusto Liuti también publicó La antesala del cielo (1948), que parece contraponerse a la aleación racial que propone Monteforte Toledo. El narrador protagonista, quien acaba de volver de Europa, cuenta la manera en la que su curiosidad por conocer a un grupo aislado de indígenas resulta en desgracia para éstos y para el narrador

98 mismo. En contra del consejo de su guía, un aborigen medio asimilado, el narrador trata de convivir con la etnia a través de métodos que recuerdan el primer contacto entre españoles y nativos, es decir, procurando a los indígenas cosas sin valor práctico. La sublevación de la tribu debido a los regalos del narrador produce la muerte del guía y del perro del narrador, quien termina viviendo atormentado por el recuerdo. Cuando la literatura indigenista realista proliferaba en el continente, en Buenos Aires se publicó y luego apareció en Guatemala la obra neoindigenista de Asturias, Hombres de maíz (1949), marcando una nueva forma de aproximarse al tema del indígena de Hispanoamérica a partir de sus orígenes míticos, sus religiones y sus leyendas, como se ha indicado en una nota previa. Monteforte Toledo continúa publicando indigenismo realista sólo que tiende más a la narrativa corta, como en los cuentos de La cueva sin quietud (1949), y volvería a publicar otra novela criollista un lustro después. Paralelamente a las dos obras anteriores, Herrera sacó su tercera novela: Caos (1949). Éste es el último libro del autor con dejos criollistas ya que se preocupa más por representar la psicosis del protagonista y el desdoblamiento de sus diferentes personalidades. La trama se centra alrededor de Adolfo, el personaje central dueño de finca, que sufre de personalidad múltiple, padece de alcoholismo y lo acomplejan las relaciones sexuales. Los temas de naturaleza y denuncia quedan relegados a un papel secundario. Por un lado, como en El tigre, el trópico es el fondo sobre el cual se desarrolla la historia de Caos. Sobresalen las sequías de abril que proveen las condiciones ideales para que se produzca un incendio que destruye la finca de Adolfo. Aunque parece que una de las personalidades del protagonista actúa bajo la influencia del medio, no se observa que la naturaleza tenga algún efecto en los personajes. Por otro lado, la crítica social está supeditada a lo que dicen Adolfo y sus alter egos que, como acotación al

99 margen, señalan brevemente los abusos que otros cometen con los indígenas. Los peones que trabajan en la finca de Adolfo no tienen esos problemas porque están en mejores condiciones y reciben un trato bastante justo. Sólo cuando se cuestiona la jerarquía del patrón ladino sobre los peones indios estalla la violencia: uno de éstos trata de matar a aquél y muere de un balazo, perpetuándose así la hegemonía ladina sobre los indígenas. Ese mismo año en que los consagrados de la narrativa guatemalteca -Asturias, Herrera y Monteforte Toledo- publicaron obras simultáneamente, también salió a imprenta la del poco conocido Leopoldo Zeissig, titulada Amor y cascajo (1949). Zeissig es el único que escribió sobre la minería en Guatemala y sobre el departamento oriental de El Progreso. Como lo indica el subtítulo, ésta es una colección de “Romances de la montaña” que se desarrollan en una mina de cuarzo, todo representado a través de cuadros costumbristas. Don Bautista, el protagonista civilizado y civilizador, decide aislarse en la Sierra de las Minas pues lo motiva la prosperidad financiera que promete la provisión de materia prima a los EE.UU. al entrar en la Segunda Guerra Mundial. Como obra criollista, Amor y cascajo denuncia los abusos del “gringo [que] compra lo que necesita y paga por ello lo que quiere… [y] no se conforma con llevarse nuestro banano” (85-86). Es la primera obra que menciona al estadounidense como explotador de la materia prima proveniente de Guatemala en una región ladina. El hilo de la trama es la relación entre los personajes principales que conlleva el tema de la civilización urbana frente a la barbarie campestre. Don Bautista apoya los esfuerzos de su amante Carmela, quien funda una escuela para niños, -que motiva a los mayores a aprender-, y construye una iglesia para la redención de los habitantes del asentamiento minero y de los pueblos vecinos.

100 Si en La antesala del cielo de Liuti se percibe cierta religiosidad, en Amor y cascajo se hace patente ya que el protagonista ayuda a sus mozos con base en enseñanzas bíblicas. Don Bautista regresa sin mayores problemas a la capital una vez que hace su fortuna y, casualmente, termina su trabajo civilizador; es decir que la civilización triunfa sobre la barbarie. No así en La brama (1950) de Álvaro Hugo Salguero, que parece sostener un diálogo bastante crítico con la obra de Zeissig, fundamentándose en un desdoblamiento de identidades similar al que presentó Herrera en Caos. Las similitudes entre las obras de Salguero y Zeissig se limitan a la zona geográfica oriental, los cuadros costumbristas y la falta de indígenas como parte de esa región. La diferencia principal estriba en que La brama realza la barbarie que triunfa sobre la civilización. En otras palabras, Salguero tiene la tesis de que un medio aislado y agreste influye y cambia al hombre, no al revés. Es más, la novela parece afirmar que cualquier ente civilizado tiene el potencial de volverse bárbaro bajo el influjo de un tipo cerril de sociedad. La brama se desarrolla en el departamento de Jutiapa, como En el corazón de la montaña del iniciador Marroquín Rojas. Salguero presenta principalmente los llanos orientales; el entorno montañosos jutiapaneco se menciona sólo como parte de los viajes que realiza el protagonista. Como en otras obras criollistas, el hijo de un finquero, Aníbal Castaño, que ha estado en la capital estudiando, regresa a hacerse cargo de la hacienda ganadera familiar cuando muere su padre. Tanto la naturaleza aislante como el trabajo rudo y el clima tropical afectan el comportamiento de Aníbal, aunque constantemente recuerda su vida en la capital. El protagonista de La brama incluso se da cuenta de que los sencillos hombres de Oriente se conforman con lo básico y solamente les falta una chispa de motivación para lograr sus pequeñas ambiciones –que crecerán cuando se civilicen (48). Se

101 representa la temporada de calor que mantiene inactivos a los hombres y, a la vez, incita al deseo sexual o “la brama” en todas las especies animales. Aníbal se cuida de no caer en tal barbaridad, pero su personalidad se desdobla cuando posee a una muchacha a quien salvó de ser raptada. Cuando se da cuenta de que se está barbarizando, el protagonista se pregunta si debería tener un papel civilizador frente a la gente de la hacienda. Al final el comportamiento de Aníbal degenera al mismo ritmo en que decae su hacienda, marcando el triunfo rotundo de la barbarie sobre la civilización. Tanto Amor y cascajo como La brama funcionan alrededor de la dicotomía civilización/barbarie, que pusieron en boga varios escritores hispanoamericanos, incluyendo, como ya se dijo, Sarmiento. En su deseo de llevar la modernidad a la Argentina, este estadista buscaba civilizar o eliminar al elemento bárbaro del campo. A este respecto, Carlos Alonso declara que en ese proceso “we always despise others-in Sarmiento’s case the ‘barbarian Indian’-who remind us of those weaknesses we cannot bear to recognize in ourselves” (The Burden of Modernity: The Rhetoric of Cultural Discourse in Spanish America 62); o sea que la insistencia en el proceso civilizador solamente viene a recalcar en forma subyacente las características inciviles de ese mismo proceso. En las obras guatemaltecas, el que una postule la superioridad de la civilización y la otra la supremacía de la barbarie muestra cómo lo construido como civilizado tiene mucho de bárbaro o, en otras palabras, acaban demostrando de hecho que la barbarie está en lo que se construye como civilizado, contradiciendo así su mensaje explícito. El primer año de la década de los cincuenta marca el final del primer Gobierno Revolucionario en Guatemala y el inicio de la trilogía bananera de Asturias con Viento fuerte (1950). Una feliz coincidencia ya que la novela de Asturias pareciera anunciar los desafíos

102 que presentaría el régimen socialista a los intereses estadounidenses al llegar Árbenz al poder. Con esta novela, el compromiso social del autor “no sólo se convierte en crítica,” señala Ramos-Harthun, “sino que pretende, al mismo tiempo, inspirar en las pequeñas repúblicas el dinamismo revolucionario y la responsabilidad política para el entendimiento genuino de la democracia popular que produzca su liberación del imperialismo extranjero” (159). De ahí que, el ligero ejemplo antiimperialista nacional presentado en Amor y cascajo, junto al antiimperialismo de Puerto Limón (1950) del costarricense Joaquín Gutiérrez, al lado de los modelos continentales como El tungsteno y Mancha de aceite, encuentran una expresión guatemalteca más intensa en Viento fuerte. Ésta es la historia de Lester Stoner, millonario de Estados Unidos y accionista principal de la corporación que se llega a conocer como la Tropical Platanera, una bananera estadounidense que opera en la costa sur guatemalteca y percibe el socialismo como una plaga. Lester desea cambiar la forma en que la compañía lleva a cabo sus operaciones y trata de interceder por los productores independientes. Las acciones del protagonista sirven para presentar los abusos contra los peones nacionales y la violación de la naturaleza que perpetran los norteamericanos en el país centroamericano. La forma de vida de los personajes Lester y su esposa Leland sirven para conectar y contrastar la condición oprimida de los obreros y la existencia opulenta de los gringos. Por un sentido humanitario, Lester inicia una asociación de bananeros independientes, utilizando el nombre de Lester Mead y llamando a la compañía Mead-Lucero-Cojubul-Ayuc-Gaitán. Aunque el protagonista muere al final en un ciclón –el viento fuerte–, el libro termina con la nota positiva de que la sociedad fundada por éste, como empresa nacional, puede hacerle frente a la firma gigantesca que dirige el Papa Verde desde los Estados Unidos.

103 Viento fuerte se distingue entre las antiimperialistas porque el personaje central es estadounidense, como nota Menton (252), y también porque es él quien aboga por los agricultores nacionales y lucha para que éstos puedan tener algo de lo mucho que se llevan los norteamericanos. Se puede decir, entonces, que esta novela es sobre un extranjero con conciencia social, muy diferente al Mr. Danger de Doña Bárbara o a los alemanes de muchas obras guatemaltecas. Durante la administración de Árbenz se siguieron publicando diversas obras, aunque menos que en el sexenio anterior. En la literatura del continente descuella la novela indigenista Juan Pérez Jolote (1952), del mexicano Pozas, que presenta un estudio sociológico de los indios chiapanecos ante la influencia exterior. La literatura indigenista en Guatemala tenía a sus representantes en Asturias y Monteforte Toledo. Otros escritores criollistas de menos renombre se restringieron geográficamente a la región oriental del país, posiblemente por ser el territorio de menor población indígena. Dos pequeñas obras de criollismo oriental aparecen el mismo año: El milagro (1952) de Fernando Juárez y Aragón y Tierra nuestra (1952) de Rafael Zea Ruano. Ambas constan de menos de 85 páginas y sus hilos novelescos son un poco entreverados. En El milagro, Juárez y Aragón continuó explotando la veta oriental. Presenta la naturaleza y las haciendas ganaderas y cañeras cerca de El Salvador y Honduras. La novela pareciera tener un tono sexista y varía la fórmula criollista. El protagonista, don Chico, nunca ha salido del campo. Es un buen patrón, sus peones lo quieren y respetan. No ha tenido descendencia y, cuando embaraza a su vecina, Vicenta, se obsesiona con tener un varón. Se supone que ése será el ‘milagro’ ya que ambos padres ruegan a sus santos para que así sea, pero nace una niña. Don Chico culpa a la madre por el “error” y se resiente

104 contra las mujeres. Vicenta mata al bebé para complacerlo y don Chico se siente culpable. Hace una peregrinación en la que consigue el verdadero milagro: perdonarse a sí mismo. Regresa a su hacienda a celebrar y muere del corazón por los excesos de la fiesta. Sus peones piensan que fue la brujería de Vicenta y la queman en un ritual inquisitorio. En El milagro sobresalen las descripciones de la naturaleza oriental, los cuadros costumbristas y la reproducción del habla regional. La bondad de Chico como patrón y la religiosidad alrededor del nacimiento del descendiente parecen no hacer posible la denuncia social. Sin embargo, la obsesión por un hijo, el rechazo de la hija y la muerte de ésta y su madre parecieran indicar una crítica a la sociedad patriarcal del oriente del país. Como complemento al criollismo de El milagro apareció la obra Tierra nuestra (1952), de Zea Ruano, la cual carece de la representación del medio ambiente pero abunda en la crítica del problema de la tenencia de tierras. Tierra nuestra se desarrolla en el departamento de Zacapa, también en el oriente, sólo que trata sobre una comunidad de indígenas chortíes que reclaman su derecho ancestral a la tierra, como en El mundo es ancho y ajeno de Alegría. La trama se desarrolla alrededor del líder comunitario, Pablo Interiano, que pelea porque se reconozcan los títulos de propiedad de sus comuneros. Se denuncian las trabas burocráticas que se imponen a los indígenas durante los trámites, así como los problemas que les causan los militares, todo encaminado a entorpecer la legitimidad de sus derechos. Por su papel de líder y tramitador de los títulos, Pablo es puesto en prisión, de donde sale al triunfar la revolución que, como en otras obras criollistas, provee una nota de optimismo a la situación de los indígenas. El mensaje optimista que conllevó la Revolución alegaba tomar en cuenta a los indígenas ya que, al abogar por su reconocimiento como ciudadanos, reafirmaba el apoyo a

105 una nación multiétnica integrada. Aunque los dos novelistas criollistas más sobresalientes de la Revolución guatemalteca, Asturias y Monteforte Toledo, representan en sus obras el mestizaje nacional, se puede decir que el último apoyó más esta noción con sus primeras novelas de realismo indigenista en las que indígenas y ladinos comparten el mundo del otro. Sin embargo, en la última novela criollista de Monteforte Toledo, Donde acaban los caminos (1953) se afirma la noción de que el indio y el ladino llevan vidas totalmente distintas. El ladino protagonista, Raúl Zamora, obtiene una visión del mundo indio; así como su amante india, María Xahil, observa y aprende del mundo blanco. Se representa con muchos detalles el tabú social de la mezcla racial, dentro de los círculos sociales tanto indígenas como ladinos. Aunque ambas comunidades son implacables con respecto a las parejas interraciales, al final se presenta la ladina como más indulgente que la indígena. A pesar de los preceptos sociales, Raúl sigue su relación con María pues, además de ser la única mujer que le permite afirmarse en su identidad masculina, está seguro de que ella le pertenece y se siente como nunca se ha sentido con una ladina. Se propone una ficción fundacional para consolidar la nación en la unión de ambas etnias, pero el ideal se frustra por las presiones de la sociedad: Raúl finalmente abandona a María. Él vuelve al redil ladino donde se casa con una blanca y lo tratan como si nada hubiera pasado, mientras que ella regresa a su pueblo a sufrir el desprecio de los suyos porque está embarazada. Raúl insiste en hacerse cargo del que llama un “nuevo mestizo,” –como en la síntesis de razas que propone Vasconcelos en La raza cósmica (43)–, pero María no se lo permite. El niño nace blanco, su madre lo bautiza a la usanza ladina, los líderes de la tribu de María tratan de quedarse con él pero ella los rechaza, y luego se marcha de su pueblo. Es decir que, al final, los lazos entre indígenas y ladinos no funcionan aunque sigan produciendo descendencia. El

106 tono pesimista del desenlace contrasta con el de Entre la piedra y la cruz, la obra anterior del autor, puesto que no da lugar a que se consolide la nación a través de la unión entre indígenas y ladinos. En otras palabras, al frustrarse la unión amorosa entre representantes de bandos contrarios, se frustra también la fundación de la nueva nación. Esto puede deberse a que, como dice Menton, “ya se habían defraudado las ilusiones despertadas por la Revolución de 1944” (289), que todavía estaba más o menos a un año de caer. Durante los gobiernos revolucionarios, como ya se explicó, Virgilio Rodríguez Macal solamente publicó una novela. Este escritor hace su aparición tardía en la novelística del criollismo nacional en 1953 con Carazamba. En este relato, el autor coloca a sus protagonistas –Carazamba, el narrador homodiegético y su servidor y amigo Pedro– mayormente en las selvas del Petén. Como las obras criollistas anteriores, el tono de denuncia en Carazamba no cambia pues se critica la dictadura de un “señor presidente” que ordena la persecución de los protagonistas tras la muerte del extranjero inglés. Podría decirse que repite el tema de las junglas peteneras como lo hizo Monteforte Toledo en Anaité, donde se presenta la región noroeste colindante con México. Sin embargo, dado que el Petén es un territorio muy extenso, el autor de Carazamba representó la parte sur del departamento que difiere en ciertos aspectos del área norteña. La novela de Rodríguez Macal también se diferencia en el tipo de mujer que representa puesto que ya no es la indígena sumisa ni la ladina oriental dócil y fiel ni la ladina urbana con las prerrogativas de la ciudad, mucho menos la extranjera liberada. La protagonista de Carazamba es una caribeña mestiza de carácter fuerte que contiene sus sentimientos. Es ella la que domina a los hombres que se someten a su belleza. En el mestizaje de Carazamba se unen no sólo las sangres india y europea sino también la herencia

107 africana, generalmente ignorada en otras obras criollistas. Asimismo, la trama de esta obra rompe con la fórmula general criollista en la que el hijo del patrón, formado en el extranjero o en la capital, regresa a la propiedad familiar rural a reclamar su lugar y su riqueza. No así el narrador de Carazamba que renuncia a su alcurnia, deja los estudios, trata de conseguir su riqueza a través de su propio esfuerzo y no está a la expectativa de una herencia. En otras palabras, el escritor presenta un cuadro diferente en cuanto a personajes y región. Marcar una diferencia parecería también ser lo que otro joven novelista estaba intentando por esas mismas fechas. Enrique Wyld Echevers, hijo de los escritores criollistas Carlos Wyld Ospina y Amalia Cheves, publicó en 1953 Con el alma a cuestas. Esta novela, la única del autor, también varía el tema criollista y, además, da un giro a la novela como anunciando el cambio en el estilo y la temática de la narrativa nacional y continental. Con el alma a cuestas presenta la vida de Tomás Gómez, un vástago ilegítimo de la hija del dueño de una finca, ahora en el occidente guatemalteco. De bebé, Tomás es dado a los indígenas para ser criado, y descubre su verdadero origen a los diecisiete años. Se presentan los maltratos a los peones finqueros, pero el texto no hace hincapié en la denuncia social. Incluso cuando Tomás es arrestado sin motivo aparente y hay crítica en cuanto a la forma en que se administra la justicia, no se percibe ningún tipo de protesta. Desde esta parte se nota el cambio en la narrativa de Wyld Echevers pues solamente los capítulos iniciales se apegan a la tendencia criollista. En efecto, Con el alma a cuestas principia como novela regionalista al representar varias partes del occidente del país y luego se vuelve narración urbana al describir ciudades tanto nacionales (Quetzaltenango, la Capital) como internacionales (México, Acapulco, Nueva Orleans, Miami). La trama en general está supeditada al afán del protagonista por

108 encontrar una vida mejor después de salir de su lugar de origen; incluso la revolución, aunque se describe, no tiene tanta importancia como en otras obras criollistas. Después de recibir una herencia inesperada, Tomás viaja y se involucra amorosamente con varias mujeres, episodios que proveen el marco para que el autor profundice en la psicología de sus personajes, como lo hizo Herrera en sus novelas tropicales. Albizúrez y Barrios observan que Wyld Echevers inicia con esta novela un cambio en los narradores nacionales (74), mientras que Menton señala que Con el alma a cuestas representa el deseo de romper con el criollismo (342).10 Es decir, la novela de este autor es sintomática del cambio en la narrativa guatemalteca, aunque se seguirán produciendo obras criollistas en la región centroamericana, como el relato negrista Ébano (1954) del nicaragüense Alberto Ordóñez Argüello. Ese mismo año de la caída del gobierno de Jacobo Árbenz, el impulsor de la reforma agraria en Guatemala, llegó al país, proveniente de Argentina, el segundo libro de la trilogía bananera de Asturias. El Papa Verde (1954) vuelve a poner de protagonista a un estadounidense, Geo Maker Thompson, y a narrar la historia de éste, su trabajo en la Tropical Platanera y su deseo de llegar a dirigir la compañía y ser el Papa Verde. A diferencia de la disposición de Lester Stoner para ayudar a los guatemaltecos en Viento fuerte, Geo Maker representa la otra cara del norteamericano bananero y los métodos que utiliza para apoderarse de más terrenos con la ayuda de las autoridades nacionales. El presidente mismo hace a Geo Maker concesiones portuarias y ferrocarrileras, tal como sucedió en la realidad entre Ubico y las empresas norteamericanas. Dada la magnitud del

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Es interesante notar el pionerismo en los miembros de esta familia. El padre, Carlos Wyld Ospina, fue el iniciador del criollismo guatemalteco en sus diferentes facetas: la naturaleza, los indígenas y la nación. Amalia Cheves (Malin d’Echevers) fue la única escritora criollista en Guatemala y una de las pocas narradoras guatemaltecas y centroamericanas de la época. El hijo de estos dos literatos, Enrique Wyld Echevers, se cuenta entre los primeros escritores guatemaltecos que tratan de romper con la narrativa criollista, ya considerada anacrónica en los círculos hispanoamericanos durante la década de los años cincuenta.

109 poder de la compañía, varios personajes de los Estados Unidos hablan sobre la anexión de la nación centroamericana como protectorado de los EE.UU., pero acuerdan no realizarla porque ya tienen las ventajas económicas y también por evitar el conflicto con los británicos presentes en Belice y los alemanes caficultores del país. El alcance de la influencia estadounidense en la vida de los guatemaltecos y la resistencia de éstos ante los robos de tierra son las dos características principales de El Papa Verde. Se observa, por ejemplo, cómo el béisbol, deporte norteamericano, se vuelve parte de la vida cotidiana de la juventud del país. Del mismo modo, cuando los socios guatemaltecos de Lester Stoner reciben la gran herencia que éste les ha dejado, la mayoría son convencidos fácilmente de que deben viajar como la gente rica, abandonando sus plantaciones. Solamente el socio Lino Lucero se queda, representando así la poca resistencia del ciudadano rural pudiente en contra de los intereses extranjeros. La mayoría de campesinos son pobres e intentan unirse para exigir la repartición de las tierras que se ha apropiado la compañía extranjera. La nota de denuncia social se queda en el grito de “repártanlas” puesto que en la novela no se soluciona el conflicto sino que, al contrario, queda claro el poderío de los estadounidenses en Guatemala. Es más, ese poder trasciende fronteras pues los problemas limítrofes con otra bananera en Honduras se resuelven al elegirse a Geo Maker Thompson como Papa Verde. De la misma manera que la primera novela antiimperialista de Asturias anunció la afrenta de la Revolución Guatemalteca a las compañías estadounidenses, la segunda llegó en el momento en que los desafiados hicieron uso de su poderío económico y militar para derrocar a Árbenz y detener lo que consideraban una amenaza comunista en el continente. Con el fin de la promesa revolucionaria también termina el grueso de la producción literaria

110 del criollismo guatemalteco. Por su concomitancia con el socialismo de la época, en esta tendencia literaria abunda la denuncia contra las dictaduras de Estrada Cabrera y Ubico. También se manifestó una aguda protesta social que hizo visibles a los sectores más bajos de la sociedad que residían en otros lares del país. Las tendencias paisajísticas y costumbristas develaron esas otras partes del territorio nacional a las cuales la mayoría de ciudadanos no hubieran tenido acceso si no fuera por el criollismo de este periodo: la región del norte, los recurrentes campos orientales, el altiplano central, la costa sur y, en menor escala, algunos escenarios rurales y urbanos del occidente. El nacionalismo de los gobiernos socialistas también encendió el sentimiento de antiextranjerismo en los escritores criollistas guatemaltecos. Éstos se pronunciaron fuertemente en contra de los intereses económicos foráneos, particularmente de alemanes y estadounidenses, en los recursos naturales y la mano de obra del país. Este tipo de protesta conjugó bien con la crítica política puesto que fueron los regímenes dictatoriales anteriores los que permitieron una mayor penetración de individuos y compañías extranjeras que en su gran mayoría contribuían poco o nada a la economía nacional. La deposición de Árbenz y los subsecuentes gobiernos militares volvieron a incidir en la libertad de expresión, censurando también la producción narrativa guatemalteca. Mientras tanto, los literatos del continente –Marco Denevi, Juan Rulfo, García Márquez, por ejemplo– experimentaban con un nuevo estilo narrativo. A pesar del cambio continental que se incubaba fuera de Centroamérica, el criollismo persistía en Guatemala y en la región.

111 Las novelas guatemaltecas de criollismo tardío y anacrónico, después de 1955 La narrativa criollista guatemalteca que se restringió a la representación de la naturaleza, en sus inicios y en el régimen de Ubico, y que luego alcanzó su apogeo y se desbordó en denuncia social durante los gobiernos socialistas, empezó a menguar en Guatemala hacia mediados de la década de los cincuenta. Sin embargo, las condiciones socioeconómicas de la región todavía correspondían en gran medida a un estado agrícola y rural que se prestaba para seguir literaturizando temas telúricos y vernáculos. Asimismo, el movimiento contrarrevolucionario que hizo fracasar el experimento socialista en Guatemala permeó al país de las corrientes literarias continentales. Todo esto explica la continuación de cierto criollismo en las letras nacionales; un criollismo que aún tenía materia para completar la representación del país en temas regionales, sociales y de la presencia de extranjeros en el suelo patrio. La actitud prepotente del gobierno de Castillo Armas para con los intelectuales no alineados con su doctrina anticomunista y pro estadounidense impuso una censura en la literatura nacional. Dadas estas condiciones, hubo una gran fuga de cerebros, incluyendo a Asturias a quien el primer mandatario despojaría de la ciudadanía guatemalteca. La novelística se volcó en los temas de amor e historia, alejándose de la naturaleza y dejando al margen la protesta social conspicua. Pocas son las obras de este periodo que se pueden considerar criollistas por los temas que abordan. La novela Jinayá (1956) de Rodríguez Macal es una de ellas. El criollismo de Jinayá se observa en su costumbrismo, la denuncia social contra los gobiernos, la inclusión del tema sobre el extranjero y la representación de la naturaleza. El entorno natural que incorpora es la parte oriental del altiplano central de la Alta Verapaz, departamento cuya región medular

112 ya habían representado Santa Cruz en Cuando cae la noche y D’Echevers en Mah-Rap. A través de cuadros costumbristas se revela la estructura social de las fincas cafetaleras en donde se relacionan extranjeros, indígenas, ladinos, mestizos y mulatos, haciendo hincapié en las relaciones fructíferas entre los residentes de la etnia q’eqchi’ y los inmigrantes alemanes. Los descendientes de estos dos grupos étnicos y la manera en que los trataron los gobiernos guatemaltecos durante y después de la Segunda Guerra Mundial, –es decir el ubiquismo y los gobiernos revolucionarios–, dan forma a la denuncia social en Jinayá. Aunque el autor escribió esta novela en 1951, no la publicó sino hasta dos años después de caer el socialismo, puesto que incluía la crítica al proceder del gobierno socialista con respecto a las posesiones que Ubico confiscó a los alemanes. La forma poco convencional en la que se representa a estos inmigrantes europeos difiere mucho de los que aparecen en otras obras criollistas. El alemán de Jinayá no sólo es un residente antiguo del país, sino que también tiene un gran arraigo familiar y social y una fuerte presencia productiva en la sociedad caficultora de la época. Al parecer, tal como lo hizo antes con la representación de región y género en Carazamba, Rodríguez Macal, en su segunda novela, intenta presentar una imagen diferente del territorio cafetalero y la influencia germana. O sea que, regionalmente presenta otra parte del departamento verapacense, como ya se explicó, y los alemanes que aparecen son muy distintos a los representados en las obras criollistas de Wyld Ospina, Herrera, Santa Cruz, Pellecer y Monteforte Toledo. El mismo año de Jinayá, 1956, y en 1957 se continuaron produciendo novelas que apelaban al romance y lo ambientaban en distintos escenarios. El criollismo perdía fuerza en Guatemala, pero aún así saldrían obras cuyos autores, como el de Jinayá, no habían podido publicar en el pasado ni durante el gobierno de Castillo Armas –cuya muerte en el 57 ofreció

113 esa oportunidad de publicación. La última colección de cuentos de Wyld Ospina se publicó póstumamente en 1958, incluyendo una narración larga titulada Los lares apagados (1958), la que el autor llama “noveleta.” Se trata de una pequeña obra indigenista que, al igual que La tierra de las nahuyacas, aborda el tema de la diferencia entre indígenas y ladinos, sólo que el intento en Los lares apagados es que se asimile el indígena q’eqchi’ a la cultura ladina. El protagonista Bartolomé Yat desea vivir como ladino, renuncia al oficio paterno de carpintería y va a trabajar a las plantaciones de los alemanes. Su amorío frustrado con una mestiza y la destrucción del bosque para cultivar café hacen que regrese a su tierra, donde se casa y se dedica a la agricultura. Vive apegado a la tierra ancestral cuando un vendaval azota la región, pierde la cosecha y varios animales; hasta su esposa pierde un hijo. Luego del desastre, encubre el crimen de un compadre, por lo que es arrestado. Con esta nota, Wyld Ospina pone énfasis en la diferencia de los indígenas y en el hecho de que no hay justicia para ellos en una sociedad ladina. Tal como ocurría en los tiempos de Ubico, Bartolomé sale de la cárcel por un indulto dado con motivo del cumpleaños del “señor presidente.” En una pelea mata a un ladino y sale huyendo hacia la frontera con Belice. La “noveleta” termina con la sentencia “no volváis hasta que la tierra sea vuestra,” con lo cual queda claro que el indígena no puede asimilarse a una etnia que lo ha mantenido –y continúa manteniendo– en la indigencia. Este criollismo, como se ha indicado, ya se consideraba demasiado tardío en la esfera continental. Sin embargo, en el plano regional, aunque se percibía el deseo de los escritores por cambiar la expresión narrativa, seguían produciéndose obras criollistas, como En la cumbre se pierden los caminos (1957) del panameño Julio Bautista Sosa y las novelas Tinajas (1956) y Barbasco (1960), ambas del salvadoreño Ramón González Montalvo. En

114 Guatemala, Argentina Díaz Lozano publicó la novela, … Y tenemos que vivir (1959), que toca temas del criollismo, pero cuya narrativa se aparta de la tendencia. Otros dos escritores que sí publicaron obras criollistas y que también muestran su alejamiento de dicho movimiento literario son Rodríguez Macal con el relato Negrura (1959), como ya se indicó, y Zea Ruano con Ñor Julián (1959) en la que mezcla temas esotéricos y paranormales. Fue también por esta época que Asturias terminaría en el extranjero su trilogía bananera con Los ojos de los enterrados (1960), con dejos del criollismo de las dos primeras obras y otros temas que apuntan a una protesta social más enfática. La premisa vernácula de esta novela se basa en que, según las creencias indígenas, los muertos tienen los ojos abiertos y los podrán cerrar cuando llegue el día de la justicia en que caerán el opresor nacional y el internacional, refiriéndose a Ubico y a la United Fruit Company, lo que relaciona la obra con Viento fuerte y El Papa Verde. Los ojos de los enterrados trata de los preparativos para una huelga en las bananeras del norte y del sur del país que llevarán a cabo los campesinos indígenas a instancias de agitadores elocuentes. Sobresale el protagonista de triple identidad que cambia nombre según su edad y nivel revolucionario. Empieza con el apelativo de Octavio Sansur cuando era un niño pobre e ignorante, adopta el calificativo de Juan Pablo Mondragón durante su adolescencia en la que realiza los primeros actos rebeldes, y de adulto termina llamándose Tabío San: el líder y liberador de las masas. En esto queda acotado el criollismo de Los ojos de los enterrados puesto que la obra tiene un tono diferente a las otras de la trilogía bananera debido a una combinación de neoindigenismo, protesta social realista y crítica del neocolonialismo de los Estados Unidos. La presencia estadounidense en Guatemala no parece rerpresentar un problema en Guayacán (1962) de Rodríguez Macal, puesto que en ella se sugiere que el capital extranjero es la

115 respuesta para el progreso del país. Esa sugerencia en la última novela criollista de este escritor se contrapone al rechazo del imperialismo estadounidense que prevalece en las otras novelas del criollismo guatemalteco –en especial las de Asturias. Y, sin embargo, en Guayacán sobresalen las representaciones de la naturaleza y de los gremios laborales peteneros. El Petén, centro del mundo narrativo de Rodríguez Macal, ya lo había representado él mismo en Carazamba y Monteforte Toledo en Anaité, sólo que Guayacán va más allá del uso de este territorio para aislarse o solamente para extraerle sus riquezas. Guayacán viene a completar la representación regional del Petén puesto que Valentín, el protagonista, lo cruza desde la larga zona fronteriza con México, a la de Belice, y hacia el sur colindante con la Alta Verapaz. Además, Guayacán completa el cuadro de los trabajadores del Petén, representados a través del estilo costumbrista. La representación del maderero petenero que empezaron Wyld Ospina y Monteforte Toledo, Rodríguez Macal la amplía al tratar no sólo sobre los riesgos de esta ocupación sino también sobre la gran posibilidad de fracasar en tales empresas. Además se representan a los cazadores de lagartos y a los extractores de chicle, dos tipos de ocupaciones que no habían sido incluidas en las etapas anteriores del criollismo. El autor aboga por el progreso y denuncia el abandono de ese territorio olvidado. Esa crítica es la responsable de que Guayacán no se haya publicado sino hasta diez años después de que Rodríguez Macal la hubiese escrito. Por un lado, el autor critica a los gobiernos ubiquista y a los socialistas por centralizadores puesto que los destinos del Petén se dirigían desde la Capital. Por el otro, aunque se perciba una actitud a favor de EE.UU., propone la unión de los trabajadores peteneros como forma alternativa de producción. Esto no hubiera estado en sintonía con el régimen de Castillo Armas que consideraba comunista cualquier forma de

116 organización laboral. Y, como punto final, expone la idea de desarrollar las regiones aisladas con ayuda de capital estadounidense; una perspectiva controvertida en la literatura criollista que denunciaba el neocolonialismo. Las obras de Wyld Ospina, Asturias y Rodríguez Macal cierran el último periodo del criollismo guatemalteco. Se trata de una narrativa que no salió a luz en el momento en que los escritores las terminaron de escribir, pero que era necesario publicar para completar las representaciones literarias de Guatemala. De esa manera se observa que la publicación póstuma del Los lares apagados de Wyld Ospina completó la representación del indígena, presentando al que voluntariamente deseaba ladinizarse, tema que faltaba en las letras criollistas nacionales. Por su parte, Asturias dedicó siete años a completar Los ojos de los enterrados, según las fechas que el autor provee al firmarla primeramente en Buenos Aires en 1952 y en la misma ciudad en 1959. En este caso, a Asturias le faltaba finalizar su trilogía, tratar de terminarla con una nota optimista puesto que se encaminaba a la expulsión del dictador y de los explotadores extranjeros. No tuvo el mismo resultado con Dos veces bastardo que, dado el giro que tomó la historia del país, hubiera sido la cuarta entrega bananera de Asturias, pero que dejó sin terminar e inédita.11 De igual manera, Rodríguez Macal todavía tenía que publicar esas dos obras por las que había sido galardonado en distintos certámenes durante el gobierno de Árbenz. Jinayá y Guayacán, como las novelas de Wyld Ospina y Asturias, vinieron a complementar la Guatemala representada por el criollismo anterior. Con Jinayá muestra una faceta que no había sido señalada sobre los alemanes residentes en el país y el sesgo democrático de los

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Jean-Philippe Barnabé indica que Viernes de dolores (1972) de Asturias puede haber representado una primera entrega de Dos veces bastardo (496). Menton señala que la obra trata sobre “la traición de los ideales revolucionarios y el pacto de los pequeños comerciantes con los invasores que resultó en la quiebra de aquéllos frente al poder de las empresas multinacionales” (261).

117 gobiernos socialistas. Guayacán amplía el retrato del departamento del Petén, que había sido limitado en obras anteriores, dándole realce a la importancia económica de este territorio durante el gobierno de Ydígoras Fuentes, el cual el autor consideró el indicado para hacerlo por la importancia que este mandatario dio al norte guatemalteco. Con esta última obra parece concluirse la representación criollista del país. Como ocurrió en el resto de Hispanoamérica, no es que se hayan acabado las cuestiones nacionales que pudieran tratarse. En todo caso, el criollismo guatemalteco revela un claro afán de territorialización literaria de la nación. Allá donde no llega la administración estatal o donde peligra el territorio nacional, la literatura criollista se hace presente. Se trata, en resumidas cuentas, de una territorialización imaginada de Guatemala.

Síntesis de los temas del criollismo guatemalteco Guayacán marca en 1962 el final del criollismo guatemalteco que se extendió a lo largo de cuatro etapas distintas que empezaron en 1924 con El solar de los Gonzagas, o sea, un poco menos de cuarenta años. Esporádica tanto en sus primeras instancias como en las últimas, su elongación obedeció a su acotado sistema literario, las características agrarias y la variable situación política del país. Este último elemento coadyuvó a que las obras criollistas dialogaran entre sí, a veces mostrando tensión ideológica y otras veces complementándose. Como se ha podido ver, en las novelas criollistas guatemaltecas sobresalen varios temas que reflejan la historia sociopolítica de Guatemala durante la primera mitad del siglo XX. El tema regionalista en las letras guatemaltecas se advierte desde que los pioneros Wyld Ospina y Marroquín Rojas instaron a los literatos guatemaltecos a inspirarse en la

118 geografía nacional para producir una literatura de territorialización; es decir, la creación de una literatura que colonizara aquellos territorios que el estado había desdeñado. De ahí que la temática de la naturaleza haya sido predominante en la narrativa de todos los criollistas que trataron de representar las diferentes regiones del país. Así, por ejemplo, la imagen de la costa del Pacífico que se observa en las obras del criollismo psicológico de Herrera se complementa en las obras antiimperialistas de Asturias. De igual manera, la presentación breve que hace Wyld Ospina del Petén se completa en Anaité de Monteforte Toledo y se consuma en Guayacán de Rodríguez Macal. Otras regiones que sobresalen en el criollismo de Guatemala son el Oriente colindante con Honduras y El Salvador (Amor y cascajo, La brama, El milagro, Tierra nuestra), así como el departamento de la Alta Verapaz en la meseta central (La tierra de las nahuyacas, Cuando cae la noche, Mah-Rap, Jinayá). También se encuentran representados el altiplano occidental (La gringa, La antesala del cielo y Con el alma a cuestas), la Ciudad Capital (Entre la piedra y la cruz, El señor presidente y Guayacán) y el departamento de Izabal sobre la costa caribeña entre Honduras y Belice (El Papa Verde y Carazamba). Las representaciones de las distintas regiones del territorio nacional conllevaron a la inminente descripción de los grupos étnicos presentes en el país. Es decir que surgió, como lo describe Octávio Ianni para el caso brasileño, toda una constelación de tipos nacionales producidos por la literatura; el criollismo guatemalteco “focaliza a realidade social ou história do país em termos principalmente culturais, com nítidos ingredientes psicossociais” (180). De esta manera, los escritores criollistas tematizaron la raza y los nexos interraciales. El afroguatemalteco fue poco representado y apareció solamente en las obras de Wyld Ospina, Asturias y Rodríguez Macal. Destaca como tema la interrelación de las etnias

119 indígena y ladina. De la primera predomina el q’eqchi’ del altiplano central que representaron Wyld Ospina en sus dos obras indigenistas, D’Echevers en Mah-Rap y Rodríguez Macal en Jinayá. También aparecen los zutuhiles del valle central (Entre la piedra y la cruz), los chortíes de la región semiárida del nororiente (Tierra nuestra) y los lacandones de la selva petenera (Anaité y Guayacán). Por otra parte, los ladinos siempre aparecen como la etnia nacional dominante que representa la parte civilizada de los mestizos y encarnan una de las soluciones a los problemas raciales que existen en Guatemala. De ahí que surja el tema de raza con el que se hacen dos proposiciones para superar los obstáculos interraciales que afronta el proyecto de nación. Por un lado está la ladinización del indígena con la que se desea lograr una sociedad nacional homogénea y que proponen en sus obras Herrera y Monteforte Toledo. Como otros proyectos de nación en América Latina, esa homogeneización, junto al blanqueamiento racial por medio de la inmigración europea, intentaba esconder la realidad de exclusión racista detrás de una máscara de inclusión (Wade 240). Por el otro lado, otras obras criollista instaban a los ladinos a aceptar a los indígenas y viceversa (para los que entre éstos pudieran leer), aspirando a la heterogeneidad racial y la tolerancia étnica en el país, como ocurrió en las obras de Wyld Ospina y Rodríguez Macal. La aceptación entre las diferentes etnias que componían el país se perfilaba como uno de los pasos hacia la consolidación de la sociedad nacional. El otro, como ya se dijo, era la mezcla racial por la cual abogaron fuertemente los escritores del criollismo guatemalteco a través del género del romance nacional que postula entrelazar sentimentalmente a los grupos en pugna. Dos tipos de mestizaje biológico se promovían: el ya mencionado entre indígenas y ladinos, y el más deseado entre indígenas y extranjeros. Debe entenderse que el “mestizaje

120 constructivo” con que se enmascaraba la ideología del blanqueamiento racial, según lo explica Stepan, era una noción prevalente entre los intelectuales latinoamericanos de la primera mitad del siglo XX (160). El primero de los escritores guatemaltecos que propuso el “mejoramiento de la raza” a partir de la inmigración europea fue Herrera en La tempestad, seguido de otras obras que, aunque no hicieran tal propuesta, sí representaban al mestizo de padre europeo. Así, por ejemplo, está la protagonista de La gringa cuyo progenitor es de Europa, sin especificar nacionalidad. El epítome del mestizaje, aunque, como veremos, no planteado dentro de la perspectiva de blanqueamientro progresivo, lo presenta Rodríguez Macal en Carazamba cuya protagonista sintetiza las tres razas históricas de América. En Los lares apagados, la amante de Bartolomé es hija de una ladina y un alemán. Y Jinayá tiene personajes de madres q’eqchi’es y padres germanos: los residentes de la finca Jinayá de padre belga y el mestizo defendido cuyo padre es alemán. La existencia de alemanes residentes en Guatemala también resalta dentro del tema de la intervención extranjera en el criollismo de tendencia fuertemente nacionalista. Los inmigrantes europeos, un gran número de Alemania, llegaron a Guatemala por las políticas positivistas de los gobiernos liberales de la segunda mitad del siglo XIX. Muchos inmigrantes germanos se dedicaron con bastante éxito al cultivo del café, que el mismo periodo liberal fomentó hasta el punto de que el país dependía económicamente de la producción, comercialización y exportación de este producto, creando así una República Cafetalera. Hasta su expulsión durante la Segunda Guerra Mundial, la presencia alemana representó en el discurso nacionalista, como lo plantean las obras criollistas de Wyld Ospina, Herrera, Santa Cruz, Pellecer, Monteforte Toledo y Rodríguez Macal, la invasión del suelo patrio por entes extranjeros. Al alemán como invasor y al café como monocultivo los

121 sustituyeron los estadounidenses y el banano, respectivamente. De ahí que surja el sentimiento antiimperialista yanqui que representó mayormente Asturias en su trilogía, en la que denuncia los abusos que la United Fruit Company perpetró en Guatemala. La transformación del país en República Bananera se dio a partir de las concesiones territoriales y económicas que se hicieran a los norteamericanos durante las dictaduras de Estrada Cabrera y Ubico. Estos dos periodos dictatoriales, que juntos abarcan treinta y cinco años de la historia nacional, también constituyen una parte importante de la temática del criollismo guatemalteco. Durante las dos dictaduras la infraestructura y la economía agraria del país se construyeron con base en el trabajo forzado que se imponía a los indígenas, además de otros atropellos contra los derechos civiles de los guatemaltecos. Los abusos que cometieron los dictadores contra sus propios ciudadanos proveyeron el tema del compromiso social. Los escritores criollistas, sin embargo, no lo expresarían hasta después de que cayera Ubico. Las excepciones durante el ubiquismo serían las denuncias contra el gobierno de Estrada Cabrera en las obras de Wyld Ospina y Santa Cruz. La llegada de los gobiernos socialistas daría a los literatos la libertad necesaria para pronunciarse en contra de las injusticias que perpetraron y las operaciones extranjeras que avalaron estos déspotas. Estrada Cabrera y Ubico permanecerían en la literatura y en la cultura popular guatemaltecas, éste por ser el dictador que la Revolución depuso y aquél porque quedaría inmortalizado en la más famosa de las obras de Asturias. Cuando la literatura guatemalteca alcanzó cierto auge con la concesión del Premio Nobel al autor de El señor presidente y la trilogía bananera, el criollismo parecía haber concluido como tendencia literaria en Guatemala y en la región. Los escritores

122 centroamericanos continuarían en su afán de representar a la nación, sólo que ahora, siguiendo la tradición continental, tratarían de encontrar otras formas de novelar. Y sin embargo, hubo otros que seguirían escribiendo novela criolla, como el costarricense Joaquín Gutiérrez que publicó La hoja de aire en 1968. Incluso en Guatemala cierta estética criollista se desbordaría hasta mediados de la década de los setenta con la aparición de Lo que no tiene nombre (1974) de Raúl Carrillo Meza y La semilla del fuego (1976) de Miguel Ángel Vázquez, demostrando así la gran trascendencia del movimiento criollista en este país y América Central.

La obra de Rodríguez Macal ante la crítica literaria La producción literaria de Rodríguez Macal hoy en día es prácticamente desconocida en el ámbito académico internacional. Esa falta de estudios críticos obedece a varios factores, entre los cuales, por un lado, se pueden mencionar su truncada producción literaria, su falta de adhesión a asociaciones intelectuales de tendencia socialista y la publicación de su obra paralelamente a la de otros escritores guatemaltecos que sí pertenecieron a ese tipo de asociaciones (Asturias sería el más notable entre ellos). En efecto, su ideología política demuestra una afiliación contraria a la de los escritores de su tiempo, lo que al parecer influyó y socavó el interés de la crítica literaria. Rodríguez Macal desentona con los programas hegemónicos culturales y políticos de ese entonces y de todo el siglo XX en América Latina. Sus propuestas, de hecho, podrían ser representativas de una época posterior a su tiempo en la que se ha visto el desplome de esa hegemonía.

123 Los pocos estudios que incluyen a este prosista son en su mayoría antologías y compilaciones históricas de literatura.12 Joan Estelle Ciruti, en su disertación doctoral de 1959, “The Guatemalan Novel: A Critical Bibliography,” advierte que en ese entonces Rodríguez Macal se encontraba entre los novelistas más prometedores de Guatemala (97). Sobre las dos novelas que este autor había publicado para esa fecha, Ciruti las clasifica de novelas de las selva e indica que son “to a certain extent, adventure stories” y que su estilo es “dramatic and emotional... [and prone to] presenting violent passions” (98-99). Es decir que desde las primeras críticas se lo asocia con los géneros de novelas de aventuras y de la selva. Ésta es la única fuente que se acerca a la crítica literaria profesional antes de que falleciera el autor. En marzo de 1964, María Albertina Gálvez, directora de la Biblioteca Nacional de Guatemala, publicó Virgilio Rodríguez Macal: Ameritado exponente de la intelectualidad guatemalteca, libro en el que compiló las notas periodísticas que aparecieron en diversos diarios guatemaltecos a raíz de la muerte del escritor. En esta recopilación se reproducen retazos de la trayectoria vital del autor y diversos comentarios sobre sus libros, hechos antes y alrededor de la fecha en que falleció. Varios señalan que sus obras han dado realce a la literatura guatemalteca, tanto en el plano nacional como en el internacional. No obstante, se debe tener en cuenta que, como bien lo señala Arturo Arias, “hasta la década de los años sesenta, la crítica guatemalteca tendía a limitarse a la nota laudatoria para los amigos íntimos y al silencio para los que no lo eran” y las polémicas eran “más el resultado de querellas privadas o diferencias políticas que una crítica responsable del producto literario” (9). Esta situación cambió cuando la literatura

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Las antologías que incluyen la narrativa de Rodríguez Macal son: Antología de prosistas guatemaltecos. Leyenda, tradición, novela y cuento (1968) de Amílcar Echeverría, Breve antología de escritores guatemaltecos (1980) de José Luis Leal G. y Antología del cuento guatemalteco. Cincuenta cuentistas guatemaltecos (1984) de Luis Antonio Díaz Vasconcelos.

124 guatemalteca alcanzó una proyección internacional al galardonarse en 1967 con el Premio Nobel a Miguel Ángel Asturias (Morales 7). Es decir que tanto la crítica nacional empezó a realizar estudios más formales sobre la literatura de sus conciudadanos, como la internacional comenzó a interesarse por la misma. En 1968, Adelaida Lorand de Olazagasti de la Universidad de Puerto Rico publicó El indio en la narrativa guatemalteca (1968), donde hace destacar “el aspecto psicologista” en las obras de Rodríguez Macal e indica que sus personajes son “producto o están influenciados por las condiciones ambientales y sociales” (185). Lorand de Olazagasti concluye que este autor es más criollista que indigenista porque los indígenas, aunque presentes, no constituyen el centro de su narrativa novelesca. En este libro, dado que lo escribió una crítica literaria profesional, se aprecia un cambio hacia estudios más formales. Durante los años setenta ningún estudio se ocupa de la narrativa de Rodríguez Macal. En 1982, Francisco Albizúrez Palma, probablemente el historiador literario que más se ha dedicado a las letras de Guatemala, escribió un prólogo para la segunda novela del autor, Jinayá, donde provee un marco resumido de la trayectoria vital y literaria de éste, su posición política en base a su ensayo “Por qué soy anticomunista” y un pequeña reseña sobre la obra prologada. Aunque poco se puede decir en once páginas, Albizúrez Palma escribe el primer estudio crítico sobre este autor. No obstante esta labor pionera, Albizúrez Palma ofrece una perspectiva sesgada del escritor y lo presenta como racista y sin compromiso social. Esto se debe a que el crítico trata de explicar la tendencia política de Rodríguez Macal utilizando retazos escogidos arbitrariamente del mencionado ensayo. Esta crítica puede haber sido el producto de un desacuerdo ideológico en un tiempo en el que todavía era difícil abstraerse del debate político. Un año más tarde, Albizúrez Palma señala en Grandes

125 momentos de la literatura guatemalteca (1983) que el modelo criollista de Rodríguez Macal, aunque de estilo anacrónico, es el preferido de los lectores nacionales (45), dados los datos editoriales que adjudicaban al escritor un gran número de tiradas. A mediados de la década, Seymour Menton publica la segunda edición de su Historia crítica de la novela guatemalteca (1985), cuya primera impresión apareció en 1960. En esta nueva tirada, Menton incluye un párrafo sobre Guayacán, que no había sido publicada en la primera edición, y un artículo suyo de 1984 como un nuevo capítulo, titulado “Los señores presidentes y los guerrilleros: la nueva y vieja novela guatemalteca (1976-82) y sus antecedentes (1955-75).” A lo largo de cinco páginas, como parte del capítulo “La novela guatemalteca entre 1930 y 1963: El anacronismo de las obras menores,” Menton da cuenta de las cuatro novelas de Rodríguez Macal. En general, Menton considera que el autor capta el espíritu criollista pero no se preocupa por “la construcción novelesca de sus obras” (334). Asimismo, indica que “sabe urdir tramas llenas de aventura y narrarlas con un estilo dinámico” y que su novelística, compuesta de obras menores, representa “la decadencia de la novela criollista” en Guatemala (340). Menton también esgrime tres juicios de valor en cuanto a la obra del escritor cuando expresa que: 1) este autor “defiende tenazmente el poderío yanqui” (336), 2) transforma al extranjero en un “personaje simpático” (339) y 3) sus novelas se determinan por una influencia “hollywoodesca” (340). Como plantea Northrop Frye, la aventura es el elemento esencial de la trama romanesca (romance), que se caracteriza por la exaltación del héroe en su peligrosa travesía para lograr un objetivo (Anatomy of Criticism 186-187). Las novelas de este estudio, como todas las del movimiento criollista, enmarcadas parcialmente en el género del romance, reúnen las características del género de novela de aventuras. El uso del

126 vocablo hollywoodesco de Menton tiene una evidente intención peyorativa puesto que enmarca la obra de Rodríguez Macal en la tradición cinemática. Sin embargo, la obra del escritor se inspira de fuentes exclusivamente literarias de cultuores del género, como Rudyard Kipling, autor cuyas novelas de la selva son, entre otras, una referencia para el autor estudiado. Como plantearé extensamente en los capítulos sobre las novelas, con frecuencia los narradores de las novelas de Rodríguez Macal son aventureros, por azar o por vocación, y cuentan una aventura vivida. Los juicios de Menton, al parecer, influenciaron y socavaron el interés de los círculos críticos posteriores, ya que o no estudian a Rodríguez Macal o, cuando lo incluyen en un estudio, se hacen eco de lo que Menton expresó sobre el autor. Es así que el mismo Albizúrez Palma, en coautoría con Catalina Barrios y Barrios en el tomo tercero de su Historia de la literatura guatemalteca (1987), provee en menos de dos páginas un recuento de todas las obras del escritor, citando mayormente a Menton. Es necesario notar que el historiador literario guatemalteco celebra las colecciones de cuentos fabulísticos del autor, mientras que no se explaya mucho en sus novelas criollistas. De estas últimas hace hincapié en el anacronismo del que adolecen y la manera en que representan un rezago en la “evolución universal del relato” en Guatemala (61). Así como Albizúrez Palma, al parecer, está influenciado por Menton, la misma influencia se nota en el crítico guatemalteco Juan Fernando Cifuentes Herrera cuando aborda la obra del escritor en Los Tepeus: Generación literaria de 1930 en Guatemala (2003). No obstante, es preciso aclarar que Cifuentes Herrera adopta una perspectiva equidistante a Menton en un aspecto: considera que el autor es el criollista más relevante en el país y su narrativa sirvió de enlace con la siguiente generación de escritores guatemaltecos (237-8). También afirma que es “el más joven de la

127 generación [de los Tepeus]” (238), aunque se debe aclarar que éste no participó en ningún círculo literario temático o generacional. Por otro lado, Cifuentes Herrera sigue muy de cerca los juicios de Menton cuando indica que Rodríguez Macal “defiende con tenacidad al imperialismo yanqui” (238), que “representa la decadencia de la narrativa criollista” (244) y que sus héroes son “al estilo de los clisés de los protagonistas de las películas de Hollywood” (244). Se hace clara, entonces, la influencia que el crítico norteamericano tuvo sobre los críticos guatemaltecos que estudiaron la obra de Rodríguez Macal. La falta de interés por parte de la crítica en las obras de ciertos autores es un defecto que Arias ha señalado en los estudios literarios en Guatemala: “si un autor nacional –cuyos méritos literarios no pueden cuestionarse– era canonizado por los centros internacionales de decisión cultural, absolutamente toda la crítica se volcaba sobre sus textos” (10), como sucedió con los libros de Asturias después del 67. Sobre el plano nacional se puede decir lo mismo, ya que un autor en el pasado, aunque no obtuviera renombre internacional, sí lo obtendría a nivel interno del país si la crítica lo elevaban a categoría de literato; p. ej. Flavio Herrera como criollista en el periodo ubiquista y Mario Monteforte Toledo como indigenista durante las administraciones socialistas. Esta situación, como lo indica Arias, condenaba a varios autores de gran valor al olvido (10), como sucedió con otros escritores guatemaltecos como Rosendo Santa Cruz cuya única novela nunca fue de mayor interés para los estudios críticos literarios. A pesar de que las obras de Rodríguez Macal contaban ya con el favor de los lectores nacionales, los juicios arbitrarios de los críticos posteriores de la década de los años ochenta las desacreditaron. Esto quizás haya sido el efecto de una propaganda política antes que una crítica literaria responsable entre los estudiosos guatemaltecos, además de haber sido

128 influenciados, al parecer, por el académico norteamericano hasta el punto de utilizarlo como la mayor fuente de información y llegar a citarlo, a veces hasta literalmente. Además, la posición anticomunista del escritor, que se observa en gran medida en su crónica y ensayística, era opuesta al sentimiento y pensar de la intelectualidad de la época. Esa perspectiva no contribuyó de manera positiva ni a su fama como escritor ni al prestigio de sus libros en los círculos literarios. Es preciso tener en cuenta que la producción literaria regionalista de Rodríguez Macal estaba saliendo a la luz en un periodo en el que la Revolución Cubana fue un punto de cohesión para muchos intelectuales hispanoamericanos; varios de éstos apoyaban los ideales revolucionarios socialistas y en la década siguiente se constituirían en los escritores del llamado Boom de la novela latinoamericana (Williams 56). A estos sucesos internacionales, políticos y literarios, se añade la concesión del Nobel a Asturias por sus novelas de protesta social antiimperialista que se dan a conocer, como lo asegura Menton, precisamente cuando “se intensificaba por todo el mundo la oposición a la intervención de los Estados Unidos en Vietnam” (252). Albizúrez indica que “Asturias no es un novelista que capture desde el primer momento el mercado de lectores, el auge de su novelística, al menos en Guatemala, se produce a partir de la concesión del Premio Nobel” (Grandes momentos 45). Es decir que la influencia del socialismo cubano y latinoamericano y del sentimiento antiimperialista, que se extendió a la esfera nacional en la figura de Asturias, llega en el preciso momento en el que la obra criollista poco ortodoxa de Rodríguez Macal se estaba consolidando. En otras palabras, este autor y su obra quedaron emparedados entre ideologías políticas similares y movimientos literarios cambiantes. Por un lado estaba el auge de los mayores escritores criollistas nacionales –Flavio Herrera y Mario Monteforte Toledo– que

129 publicaron sus novelas principalmente durante los diez años de gobiernos socialistas en Guatemala. Por otro lado, como ya se explicó, estaba tanto la adhesión al socialismo de los escritores hispanoamericanos del futuro Boom como la influencia de Asturias. Esta situación colocó a Rodríguez Macal entre generaciones. Es decir que, al mismo tiempo que se encuentra políticamente entre ideologías socialistas, queda entre los movimientos literarios del criollismo y la nueva novela, tanto en el plano continental como en el nacional.13 Es posible, entonces, que la posición política de Rodríguez Macal y el momento histórico en el que se publicaron sus libros hayan contribuido a que se le restara importancia académica en el pasado, mas no se puede seguir postergando su estudio. Sus obras lo ameritan por el interés que sostienen entre el público nacional, por el lugar que han ocupado en el currículum educativo guatemalteco y por la Guatemala que representan, en la que se reflejan los cambios sociales y políticos nacionales de mediados del siglo XX. Pero, principalmente, su narrativa merece que se le preste atención porque se inserta en los debates sobre la nación guatemalteca y presenta mundos narrativos de inspiración resolutoria de la encrucijada en que se encontraba Guatemala en la época. Por ello este estudio se centra en el rescate de la visión que postula la narrativa de Rodríguez Macal en sus tres novelas criollistas y la comparación de éstas con las producciones literarias de sus contemporáneos nacionales e hispanoamericanos que cultivaron el criollismo.

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El movimiento llamado Boom de la novela latinoamericana rechazó el criollismo, especialmente el de tema rural, y favoreció las novelas que se calificarían de neoindigenistas (Shaw 4), como Hombres de maíz (1949) de Asturias.

130 Segunda parte

Capítulo tres Carazamba: Mestizaje y nación

Hasta mediados del siglo XX, la tradición literaria latinoamericana exhibe numerosas obras con títulos de mujer. Las del género novelesco –a menudo conocidas como nacionales- protagonizan a mujeres en tramas amorosas entrelazadas con los destinos políticos de las naciones. Así lo revelan las primeras novelas de los países independientes de norte a sur del continente; por ejemplo, Cecilia Valdés o la loma del ángel (1839) de Cirilo Villaverde (de una Cuba aún por independizarse), La tía Mariana (1841) del mexicano Justo Sierra O’Reilly, Amalia (1844) y Soledad (1847) de los argentinos José Mármol y Bartolomé Mitre respectivamente.1 Merece la pena preguntarse el por qué de esta larga tradición. Según Sommer, las heroínas que se representan en las novelas del romanticismo latinoamericano cumplen un papel simbólico clave. Su función es representar los aspectos físicos y naturales de un territorio nacional que es objeto del amor de los héroes protagónicos (Sommer 264-265). Ya con anterioridad, Sharon Magnarelli había señalado que, en las obras del criollismo que celebran la naturaleza americana, incluyendo aquéllas con títulos 1

El gran repertorio dentro de esta categoría incluye, además, las siguientes novelas: Siglo XIX: Doña Felipa de Zanabria (1841-1842) de Justo Sierra O’Reilly (México), Manuela (1856) de Eugenio Díaz Castro (Colombia), Esther (1858) de Miguel Cané (Argentina), Lucía Miranda (1858) de Rosa Guerra (Argentina), Julia o Escenas de la vida en Lima (1861) de Luis Benjamín Cisneros (Perú), María (1867) de Jorge Isaacs (Colombia), Clemencia (1869) del mexicano Ignacio Manuel Altamirano, Cumandá (1879) del ecuatoriano Juan León Mera, Blanca Sol (1886) de la peruana Mercedes Cabello de Carbonera, Brenda (1886) del argentino Eduardo Acevedo Díaz, Emelina (1887) coescrita por el chileno Eduardo Poirier y el nicaragüense Rubén Darío, Angelina (1893) de Rafael Delgado (México), Amalia Montiel (1895) y Adriana y Margarita (1897) de la hondureña Lucila Gamero de Medina. Siglo XX: Juana Lucero (1902) del chileno Augusto D’Halmar, María Luisa (1907) del mexicano Mariano Azuela, Lorenza Cisneros (1913) de Adrián Meléndez Arévalo (El Salvador), Nacha Regules (1919) de Manuel Gálvez (Argentina), Ifigenia (1924) de la venezolana Teresa de la Parra, Doña Bárbara (1929) de Rómulo Gallegos (Venezuela), Concha Bretón (1936) y Rosenda (1946) de los mexicanos Mauricio Magdaleno y José Rubén Romero respectivamente.

131 femeninos, “women and nature are not only closely linked but often presented as mirror reflections of each other” (The Lost Rib 38). La onomástica de personajes femeninos y títulos se refiere tanto a una mujer como a la naturaleza de una región o nación, ambas receptoras del afecto masculino. No sorprende entonces que, siguiendo la tradición, Rodríguez Macal haya acuñado un nombre para el personaje femenino del título de su primera novela, Carazamba, el cual, como plantearé a continuación, no es solamente el nombre de la protagonista, sino también la metáfora de una región que se desea integrar a la nación guatemalteca. En efecto, Carazamba es la historia de amor por un territorio desdeñado; o, dicho de otra forma, si el personaje Carazamba es el objeto de amor del protagonista narrador, lo que ella simboliza es también el objeto de preocupación del intelectual guatemalteco, a saber una región cuyo aislamiento hace peligrar su desarrollo, soberanía e incorporación plena a la nación. Para esclarecer esta lectura de la novela, adopto un acercamiento que toma como base dos estudios contemporáneos de la literatura latinoamericana. Alonso argumenta que la novela criollista “purports to write a literary text that incorporates the autochthonous essence, but it also writes alongside it a parallel critical discourse that comments on the legitimacy and validity of the formulation of autochthony that it advances” (The Spanish American 66). Es decir que, en la producción de su narrativa, el escritor pretende incorporar una esencia autóctona a partir de una representación etnográfica, geográfica, histórica y lingüística de su propia cultura, validando al mismo tiempo su propuesta sobre esas particularidades telúricas y culturales. Por otro lado, Sommer señala que, en las novelas fundacionales de las naciones latinoamericanas, “eroticism and nationalism become figures for each other” mediante “a mutual allegory, as if each discourse were grounded in the

132 allegedly stable other” (31). O sea que son textos que contienen una narración que alegoriza otra: una historia inaugural nacional imaginada a través de un relato de amor de cuya estabilidad depende el origen de la nueva nación. Desde esta perspectiva, me propongo poner de manifiesto el afán antropológico de Rodríguez Macal en las representaciones autóctonas de su primera novela, las mismas que validan el carácter alegórico de los personajes. Por alegoría me refiero aquí a la estrategia narrativa mediante la cual los escritores se las ingenian para que los agentes, las acciones y los escenarios tengan un sentido literal coherente y, al mismo tiempo, comuniquen un significado secundario (Abrams y Harpham 7). En el caso de Carazamba, el plano literal trata sobre una mujer caribeña que, después de una larga historia de relaciones eróticas heterosexuales que se iniciaron con una experiencia sexual violenta, encuentra en el narrador criollo a alguien con quien se siente emocional y físicamente segura, pero, debido a su misma historia, no puede consolidar un amor recíproco. En el plano alegórico, las relaciones socioculturales y con la naturaleza de la protagonista la asemejan al aislado y desconocido departamento del Petén, el cual un segmento de la sociedad desea integrar a la nación, pero su aislamiento imposibilita la tarea. Al leerla de esta manera, se revela en la novela un discurso histórico subyacente en el que se presenta la relación entre la sociedad masculina hegemónica (española, criolla, ladina, extranjera) y el territorio mestizo femenino del norte de Guatemala. Es así que los hombres con quienes se relaciona Carazamba representan la historia de una serie de esfuerzos masculinos por conquistar, colonizar, civilizar y, en última instancia, tratar de integrar la región del Petén a la vida nacional de Guatemala. Esta obra es un relato corto con una trama de cronología linear que desde su primera edición se difundió entre un grupo lector más bien popular que intelectual o académico, muy

133 probablemente porque se encuadra, sin dejar de ser novela criollista o, más precisamente, de la selva, dentro del género de novela de aventuras.2 Efectivamente, Carazamba es la historia de amor entre el narrador que se construye en oposición a la representación de la controvertida mestiza. En esta primera novela de Rodríguez Macal, Carazamba y el narrador comparten el protagonismo de la trama. Es más, la obra, aunque focalizada desde la perspectiva del hombre, trata más sobre la protagonista titular –y la selva- que sobre el narrador. Los pocos críticos que comentaron la novela así lo consideraron repetidas veces. Ciruti explica que el mestizaje de Carazamba la convierte en “a creature of violent emotions and desires” y que la selva hace surgir en la chica “animal characteristics” y “untamed forces” (98). Albizúrez y Barrios dicen que el objetivo del escritor es representar el espíritu tropical del Petén (61) y Lorand de Olazagasti afirma que la novela “tiene como propósito único resaltar la violencia de la región” (185). Menton comenta que “la violencia en la naturaleza engendra la violencia en los seres humanos” (334), mientras que Cifuentes indica que en la obra “[el] espíritu tropical es más auténtico… [en un] escenario menos civilizado” y que tiene como trasfondo “el entorno selvático y… los peligros,” cuya “violencia atrapa a los protagonistas” (239-240). La escasa crítica sobre Carazamba hace hincapié en el protagonismo del mestizaje tropical, encarnado en Carazamba, y de la selva como una región incivilizada y violenta. No discrepo de estas opiniones puesto que, además de referirse a las características más evidentes de la obra, reafirman que la mujer y la jungla se reflejan mutuamente. Estas aseveraciones y la focalización de la narración responden al hecho de que, como se ha indicado, la novela es tanto la expresión del autor por esa región inaccesible (por la que siente apego y conoce bien), como la narración del protagonista sobre su amor por una mujer 2

Véase la explicación sobre el género novela de aventuras en la página 125.

134 complicada que confió en él lo único legítimo que poseía, su verdadero nombre: María. El narrador reconoce desde el inicio su perspectiva subjetiva sobre la protagonista al indicar que “es la historia que trataré de contar, nada más que relatar, sin ahondar en la profundidad misteriosa del alma del ser que se llamó Carazamba” (Rodríguez Macal 1). Cuando habla de no “ahondar,” el texto ya está apuntando a su preocupación central: hablar no de la mujer en sí, sino de la mujer como región en la nación. Pero para lograrlo, el texto debe construir al personaje como mujer. Para poder apreciar la dimensión alegórica de Carazamba y el discurso subyacente que la sustenta, es necesario analizar la manera en que el texto construye a los protagonistas y a los personajes secundarios. En primer lugar, los protagonistas son representados como antagónicos. El texto genera su significado mediante la construcción de opuestos binarios, utilizando parejas de términos, -p. ej. masculino/ femenino, cultura/naturaleza y civilización/barbarie-, que coexisten en una relación de constante comparación y mutua exclusión. Los opuestos binarios son inseparables en su oposición, como lo explica Mary Klages, porque cada término se opone, y solamente tiene significado, en relación al otro (54-55). De esta manera, si para que uno exista necesita la presencia del otro, es posible afirmar también que uno completa la existencia del otro. De ahí que, al comparar la representación del narrador con la de Carazamba, la construcción de ésta pareciera evidenciar nociones conflictivas de etnia, género, región, clase social y nivel cultural; nociones mismas que convierten a la mestiza en un complemento de la nación guatemalteca. La comprensión de estas construcciones en el mundo narrativo debe partir de la identificación del marco histórico representado. Éste se infiere a partir de la alusión constante a un presidente caprichoso y el deseo del narrador de viajar por el mundo “alejado

135 de la guerra de Europa” (Rodríguez Macal 40). Se trata de la presidencia de Ubico (193144) y la Segunda Guerra Mundial (1939-45), colocando temporalmente la trama más o menos a principios de los años cuarenta. Según las cifras demográficas del censo para esa década, la composición étnica de la nación guatemalteca estaba constituida por un 55% de indígenas, 44% ladinos y alrededor de 0.2% garífunas afrocaribeños (Dirección General de Estadística, Quinto Censo 48). El grupo ladino se ha localizado mayormente en los centros urbanos, las regiones costeras del país y las fronteras con Honduras y El Salvador, mientras que los grupos indígenas han estado dispersos y habitan en su gran mayoría en el campo del altiplano occidental. El pueblo garífuna ha sido generalmente obviado en la literatura, a pesar de que existen, como señala Richard Jackson sobre el elemento afroguatemalteco, “visible racial strains and recent black immigration” (74). Los garífunas, posiblemente para evitar el denuesto de la sociedad guatemalteca, han concentrado sus poblaciones en la corta costa caribeña y en la frontera con Belice. Entre los aspectos sociales se observa que los roles de género se rigen mediante un sistema patriarcal que tiende al sexismo, característico de los países de la región, por lo que siempre se ha limitado la participación activa de la mujer en las diferentes esferas públicas (O’Kane 52). Con relación a clases sociales, Guatemala es un país clasista, especialmente cuando la brecha entre ricos y pobres se ensancha a través de las divisiones étnico-culturales; cada grupo racial tiene un lugar asignado en la escala social. Tal como Cutz y Chandler lo expresan, hasta para el más casual de los visitantes en Guatemala, “it is an obvious fact that Mayans and Ladinos live in different economic worlds, the former rurally and meagrely and the latter urban and sophisticated” (60). Por esa misma situación, Pinkerton indica que hay poca movilidad social y el poder se concentra en manos de los ladinos (690). Todo lo

136 anterior deja claro que en la sociedad guatemalteca existen diferencias marcadas de género, etnia, medios económicos y posición social. Dentro del escenario espaciotemporal de la novela, la Guatemala de la década de 1940, prevalecían los conflictos raciales entre indígena y ladinos. Antes de este periodo, la pequeña población afrocaribeña era generalmente incluida como parte de la etnia ladina. El Quinto Censo fue el primero en el que se reconoció que “los negros importados forman un elemento constitutivo de la población, y de la mezcla de las tres razas [indígena, garífuna y ladina] han surgido una porción de tipos, cada uno de los cuales lleva su nombre especial” (Dirección General de Estadística 48). Marylee Vandiver reporta que el censo de ese año incluyó la designación general de “negro” (143); primera instancia de inclusión de esta etnia que hace de esta clasificación censal al menos más detallada que la usual contraposición entre ladino e indígena. Sin embargo, para el siguiente censo se tomaron a “los habitantes pertenecientes a las razas amarilla y negra… como ladinos” (Dirección General de Estadística, Sexto Censo II; XII), volviendo de esta manera a la categorización anterior. Las discrepancias étnicas censales de la época son indicativas de los conflictos prevalentes en una sociedad pluriétnica en la que la mezcla de sangres se ha generalizado. Es justamente en función del mestizaje que en Carazamba se construye la primera oposición binaria entre la protagonista y el narrador. Al mismo tiempo que se delínea la composición demográfica de Guatemala en todos los personajes, como se verá en detalle más adelante, los protagonistas proveen los elementos antagónicos en relación a región y etnia. El narrador es originario de la ciudad de Quetzaltenango, llamada la “Cuna de la Cultura,” en el altiplano occidental guatemalteco3

3

Esta región abarca los departamentos de Sololá, El Quiché, Totonicapán, Quetzaltenango, San Marcos, y Huehuetenango.

137 (Rodríguez Macal 19); una parte del país considerada culta y localizada en las tierras templadas de las montañas. Carazamba tiene orígenes desconocidos y sólo se sabe que al parecer nació “en un poblado ribereño del Motagua” (3), a inmediaciones de un río caudaloso. Aquí se detecta un enlace geográfico-temperamental ya que el Río Motagua nace en la apacible altiplanicie occidental del país y desemboca torrencialmente en las costas del Mar Caribe en el departamento oriental de Izabal, con lo cual el texto ya anuncia una oposición no solamente entre regiones y entre principio y fin, sino también entre calma e impetuosidad. El narrador indica que en la diferencia de origen regional “principió mi contraste con Carazamba, la oriental arquetipo” (19; mi énfasis). La descripción que el narrador hace de la chica está basada en la idea de los tipos nacionales que pervive en el imaginario guatemalteco, -cuyos orígenes literarios he planteado en el capítulo dos-, sobre el carácter explosivo de los habitantes del oriente nacional, el mismo que la define irremediablemente indisociable de una naturaleza regional violenta. De la contraposición regional se desprende la diferencia étnica. Aunque para la época determinada en la novela quedaban en Guatemala pocos descendientes directos de españoles, el narrador se describe como criollo para sugerir con este término una pureza racial adscrita a la élite de Quetzaltenango, sede del Estado de los Altos que fundaron los criollos.4 Por otro lado, define a Carazamba como una mujer de mestizaje exacerbado: … la mujer tropical, en donde la diversidad de sangres se mueven en un cuerpo para darle vida pero sin mezclarse en una cosa afin [sic]; corriendo por iguales vertientes pero guardando su paralelismo sin homogeneizarse jamás; 4

El Estado de los Altos, creado por los criollos que se oponían a la política de la Ciudad de Guatemala, fue un país independiente (1838-40) de la República Federal de Centro América y comprendía la región occidental de Guatemala y una parte del estado mexicano de Chiapas. Fue incorporado por la fuerza a Guatemala luego de la desintegración de la federación. Véase Invención criolla, sueño ladino, pesadilla indígena: Los Altos de Guatemala: de región a estado, 1740-1871 de Taracena Arriola.

138 llorando unas con el ímpetu ancestral del indio, cual desbordamiento de chirimías y marimbas; gritando enloquecidas otras en vértigo de maracas y caracolas negroides; riendo, amando y odiando las otras con la fuerza insolente o la sublime euforia de España. (1) Se la construye así como originaria de una región mestiza donde han coexistido los habitantes indígenas, los colonizadores españoles y los esclavos africanos. Este mestizaje se aprecia también en la connotación onomástica y descripción de la chica: “el sobrenombre lo debió a su aspecto físico… casi llegando al tinte de mulata,… morenísima de color, con facciones de europea y cabello largo, liso y sedoso como de india quecchí” (3-4). La mujer encarna así la diversidad étnica de la región y del país. Además, el texto va más allá al describir el perfil psicológico de la mezcla de sangres: “estos torrentes juntos imprimen sacudidas espasmódicas de incertidumbre, de pasión y de sentimientos antitéticos en aquel pobre cuerpo… [de] sangres inoculadas bárbaramente… un cuerpo en que latieran en vida juntos Ariel y Calibán” (1-2). La mención de los personajes de la obra de Shakespeare evoca el debate intelectual de la época sobre la amalgama racial entre opresor y oprimido y la afirmación de que el mestizaje latinoamericano fue el producto de la violencia del conquistador (español/portugués) sobre el conquistado indígena, en una historia que se exacerba con la participación africana. Hay que recordar que, por otro lado, Rodríguez Macal opinaba que esa historia violenta seguía constituyendo un obstáculo insuperado que impedía la consolidación de Guatemala como nación. Considerando todo esto, el mestizaje de la mujer representa en primera instancia una noción racialmente problemática.

139 De la misma manera en que se representan los opuestos regionales y étnicos, se alude también a una disparidad social entre la mestiza caribeña indómita y el narrador criollo culto. La construcción del protagonista se diferencia del modelo que estableció Gallegos en Doña Bárbara, en el plano continental, y que siguieron otros novelistas como el guatemalteco Herrera en El tigre, con la excepción de que es homodiegético como el de la novela venezolana.5 En el capítulo anterior se ha explicado que Carazamba rompe con la fórmula criollista ya que el narrador protagonista renuncia a los beneficios que le ofrece su estirpe y se vuelve trabajador rural para amasar fortuna y así poder viajar por el mundo. Este hombre, además de asignársele un linaje conocido y más puro, se construye socialmente como de clase media y con alguna educación superior, trabajador dedicado que ha acaudalado fortuna, producto de su ardua labor, y con capacidad de control sobre sí mismo (18-19; 33-34; 76; 86-87). El texto insiste en contraponer al narrador con la mujer al explicar que los caprichos del destino lo unieron a ella “usando siempre del contraste como símbolo de todo lo que hizo y fue Carazamba” (18). La mujer socialmente representa todo lo contrario a lo que es el narrador. En este aspecto, Carazamba sí se parece a la Bárbara sudamericana, pero, como ésta, se diferencia de las mujeres en El tigre porque no se somete a la voluntad masculina. Carazamba se representa con orígenes humildes (3), desconoce su progenie (32) y vive de los hombres que conquista (7-8; 11-17; 22, 27). Se sabe que ha logrado un nivel culto aceptable para deleite de sus amantes, razón por la que el narrador expresa que “ya hasta se había educado aquella hembra cerril, vástago espurio del anonimato más humilde” (22; mi énfasis). Es decir que, tal como el problema que presenta el origen regional y la etnicidad de la chica, su comportamiento para mejorar nivel socioeconómico también la hacen fallar como miembro de la sociedad. 5

Las novelas Doña Bárbara y El tigre se han comentado en el capítulo dos.

140 Esa misma sociedad descalifica a Carazamba como mujer tradicional. Se le reprocha su hermosura física en la voz de otras mujeres a quienes “la mórbida esbeltez de su cuerpo hacía santiguarse” y “se quedaban boquiabiertas,” espetando que “esta mujer debe ser hechura misma del diablo pa perdición de los hombres” (3; 7). Desde una perspectiva religiosa y apelando a los rasgos femeninos arquetípicos asociados con Eva, a su cuerpo se atribuyen rasgos negativos que aturden la razón masculina. Por su forma de actuar, también falla como esposa ante esa sociedad. Aunque en unión marital con el inglés Míster Burguess, busca un encuentro a solas con el narrador, por lo que, cuando la gente los ve en público, “llegaba el murmullo de sus comentarios” (38). Asimismo, se alude a su indiferencia por la muerte violenta de su supuesto esposo y el favoritismo que muestra por el asesino de éste, el narrador (50). Este tipo de mujer no es el modelo social aceptable al considerársele una tentación lasciva para los hombres y recriminársele su proceder libertino. La impudicia de la protagonista desborda todo límite social puesto que invierte los roles masculino y femenino. Como doña Bárbara, Carazamba es quien conquista, usa, abusa y se desentiende de sus amantes, tal como lo señala Menton: “Carazamba es la mujer del trópico que odia a los hombres [y s]u parentesco con doña Bárbara es obvio” (335). En efecto, el narrador retrata a una mujer legendaria que enloquece a los hombres, los descarrila emocional y moralmente, y, tras alcanzar sus objetivos, se ven condenados a muerte como consecuencia de acciones desatadas por la relación. En su primera experiencia carnal aprende que al hombre se lo puede manipular por medio del sexo porque el violador se descuida cuando “daba por terminada la batalla” (5), momento que aprovecha la chica para matarlo. Carazamba es el producto de una iniciación sexual violenta –igual que la de la protagonista de Doña Bárbara y la que sufren las mujeres de El tigre-; se trata de un

141 episodio en su vida que ha definido tanto su actuar para con los hombres como sus preferencias sexuales. El texto presenta pruebas suficientes de amantes desventurados para condenar a Carazamba como homóloga guatemalteca de la venezolana devoradora de hombres. El coronel que salva a la chica de la cárcel deja abandonados trabajo y familia (7-8), un capitán se resigna a asesinar al coronel y luego muere a manos de la mestiza (14), otros se matan o se entregan a la bebida (16). Hasta el narrador, hombre racional, templado y culto que mantiene su entereza –como la mayoría de héroes en la tradición criollista-, pierde el temple por esta mujer cuando mata al amante de ella en un bar y cuando se deja seducir en la jungla (43; 111). Carazamba aprovecha su capacidad de seducción para manipular a sus amantes y hacer que se maten entre sí (14; 16; 43). En fin, se la retrata en sus aspectos humano y natural como peligrosa para la contraparte masculina. Como ya se dijo, por el lado humano se asemeja a la bíblica Eva, la tentadora de hombres par excellence, típicamente descrita como “attractively wicked [whose] primary function is to tempt Adam” (McColley 47-48). Como parte de la naturaleza, se parece al arácnido llamado “viuda negra,” cuyo nombre femenino se deriva del hábito que tiene la hembra de matar al macho después del apareamiento. Todas estas vilezas la invalidan socialmente tanto en su capacidad como compañera, como en su papel de amante. En suma, su sensualidad provocadora y su sexualidad agresiva la descalifican como miembro de la sociedad puesto que la definen muy diferente al modelo femenino y la construyen como noción problemática en términos sociales. Es que Carazamba es un personaje que desencaja con las costumbres, normas y valores imperantes en la sociedad del mundo narrativo. De su herencia mestiza regional se

142 derivan sus faltas sociales y femeninas, las cuales representan un obstáculo para el apropiado comportamiento del narrador como hombre culto. Se trata de civilización versus barbarie, tema caro al movimiento criollista. Como Santos Luzardo de Doña Bárbara que lucha contra el caciquismo salvaje del llano venezolano, y como el Luis civilizado de El tigre que se enfrenta a la brutalidad de la finca campesina guatemalteca, en Carazamba se observa la contienda entre el hombre civilizado y la mujer bárbara. De ahí que a la protagonista se la asemeje más a la naturaleza de la región que a la humanidad de las ciudades, en especial por sus ojos y su proceder similares a los del tigre montaraz; basten unos cuantos ejemplos: … dos inmensos ojos verdes y felinos… despidiendo el mismo fuego hipnótico y maligno del tigre real (4) / [sus] ojos magníficos brillaron con… la fosforescencia de los del tigre (75) / aquellos ojos que sabían transformarse en los del tigre (86) / Si hubiera sido animal, de seguro habría sido un tigre real (155) / Hasta el último instante tuvo la vitalidad y la resistencia del tigre real (197). Se representa de esta manera a la caribeña como extensión de la naturaleza selvática petenera, con una femineidad voraz que abruma al hombre. Esa relación indisociable entre mujer y naturaleza manifiesta la dimensión alegórica de la protagonista, que inicia en la ciudad y se exacerba en la selva. Carazamba sigue la tradición de las novelas terrígenas que, como lo afirma Magnarelli, presentan al ser femenino como reflejo de la naturaleza, y viceversa (The Lost Rib 38). Desde el espacio civilizado, es ella quien, como la selva, subyuga y atemoriza a los hombres por su falta de subordinación. A semejanza de doña Bárbara, la leyenda que se ha formado alrededor de Carazamba la convierte en un ser poderoso que reduce la humanidad de los personajes masculinos. Éstos

143 aceptan sumisamente su destino, aun aquellos que ya saben el final trágico que los espera. Esa actitud masculina frente a la mestiza simboliza una resignación semejante a la que siente el hombre ante la selva al aceptar las restricciones físicas y psicológicas del entorno natural; la naturaleza limita al ser masculino exactamente como el narrador y otros se sienten limitados ante la presencia, las acciones y el ser de Carazamba. Aquí prevalece la oposición binaria en las nociones de naturaleza y cultura que respectivamente se asignan a la protagonista y al narrador. En relación al vínculo sociocultural entre los representantes de esas dos nociones, Sherry Ortner indica que “proper relations between human existence and natural forces depend upon culture’s employing its special powers to regulate the overall processes of the world and life” (72). El representante cultural, generalmente hombre como Santos y Luis, moldea y somete la naturaleza femenina para darle forma y satisfacer las necesidades de la civilización. No obstante, esa representación de la naturaleza resulta problemática en Carazamba porque la misma chica sugiere y ayuda al narrador culto a escapar del poblado a la barbarie de la selva (Rodríguez Macal 53). Al mismo tiempo que se reafirman las nociones tradicionales de género, se presenta una inversión de la trama tradicional del triunfo de la cultura sobre la naturaleza. Por un lado, no hay intento civilizador por parte del hombre, como ocurre en las otras obras criollistas aquí consideradas, ya que el hombre, a partir del acto al que lo induce la representante de la barbarie, busca el amparo de ésta. El hombre, entonces, presenta una duplicidad de personalidad pues, a pesar de ser civilizado, también es capaz de utilizar los métodos de la barbarie, especialmente cuando se compenetra con la chica y ambos se adentran en la inmensa e inhóspita selva del Petén. Así el hombre se interna en la frondosidad natural porque huye de la civilización después de cometer un delito. Esto indica

144 que ya desde la ciudad actúa en contra de su civilidad citadina. La situación se ahonda a medida que se adentran en esa geografía salvaje, donde el hombre deja de serlo para convertirse en otro animal que tiene que matar para sobrevivir en “aquella maraña inmensa [que] no estaba hecha para espíritus civilizados” (Rodríguez Macal 141). Se plantea así una relación íntima entre hombre y mujer/selva, entre civilización y barbarie, que el narrador repudia porque lo torna agresivo como la propia naturaleza descrita. Por otro lado, de la misma manera en que, como ya se indicó, la existencia conjunta del Ariel y el Calibán representan duplicidad en el aspecto psicológico de la mestiza, el narrador advierte que los ojos de Carazamba, que la conectan con la naturaleza, también le dan la dualidad entre el ser salvaje y la mujer social. Aquí se hace hincapié en un contraste apelativo, ya que el narrador se refiere a ella como María cuando se comporta como mujer tradicional y la llama Carazamba cuando rompe con el papel femenino de sumisión y demuestra su violencia y crueldad. Esto se patentiza en la contraposición de varias escenas. Por ejemplo, cuando un predador acecha al grupo de fugitivos en la selva, el narrador indica que “María se arrimó a mí, como siempre hacía en cualquier momento de incertidumbre” (Rodríguez Macal 150). Más adelante, cuando el mayordomo del narrador sufre la mordida de una serpiente y se cercena el pie para no morir envenenado, la chica lo observa “con un silencio frío, de dolor ajeno e indiferente” (162). En esta escena el narrador afirma que la chica tiene la capacidad de desdoblar su personalidad: “¡No hay duda que, en aquel instante, era Carazamba! Carazamba y no María la que observaba en silencio la más espantosa de las escenas” (162). De esta manera, al igual que el hombre, la representante de la barbarie tiene una doble personalidad en su frialdad bárbara y su deseo de integrarse a la sociedad.

145 La misma barbarie, o sea la mujer, trata de hacerse socialmente más atractiva desde su primer encuentro con el narrador en la civilización. Si bien es diferente a las mujeres sumisas de El tigre, aunque semejante a doña Bárbara, la protagonista guatemalteca, señala Menton, “al enamorarse de un hombre de cultura superior, se vuelve más femenina pero pierde su estatura épica” (335). Éste es el caso en algunos episodios, pero no en toda la trama pues en Carazamba, como se verá, no se disipa la magnitud bárbara. Es más, no puede desaparecer porque entonces fallaría la dimensión alegórica en la novela. En otras palabras, si la mujer perdiera totalmente “su estatura épica” en el plano literal, a pesar de su historia, podría realizarse como mujer tradicional mediante la consolidación de una relación recíproca con el narrador. Por esto mismo, en el plano alegórico, el autor apuntaría a que, pese a su aislamiento, el territorio del Petén que simboliza Carazamba podría integrarse plenamente a la vida nacional. Pero no es así porque, de la misma forma en que las condiciones inhóspitas de la selva petenera impiden la completa incorporación del departamento norteño a la nación, la personalidad bárbara de la chica no hace posible que se la considere como mujer social. La protagonista como ser salvaje que desea incorporarse a la sociedad, en oposición al narrador civilizado que utiliza los medios de la barbarie, muestra la dualidad de personalidades en la construcción de estos personajes como opuestos binarios, representando también otro impedimento para la consecución de una cultura masculina plena. La contraposición en la construcción de los protagonistas revela que en el texto se pondera la identidad guatemalteca a partir de dos elementos diferenciados que, al estar presentes en la sociedad y dentro de las fronteras nacionales, pertenecen a la misma nación, al parecer uno preferible al otro. Sin embargo, todos los opuestos binarios que se presentan en relación a etnia, género, región, clase social y nivel cultural no aparecen aislados los unos

146 de los otros, más bien se complementan entre sí. Edgar y Sedgwick afirman que los términos de una oposición binaria “may be seen to describe a complete system, by reference to two basic states in which the elements in that system can exist” (27). En el mismo sentido, Alonso señala que la oposición entre civilización y barbarie “no ha sido sino un agitado diálogo entre contrincantes que se asemejan más de lo que ellos mismos lograrían admitir… las dos categorías son capaces de abarcar toda la realidad en el marco conceptual que ambas comprenden” (“Civilización y barbarie” 257). En Carazamba es esto lo que se representa en la obsesión del narrador por la chica y la insistencia de ésta en ser la compañera de aquél. Como parte del esfuerzo del autor por representar lo autóctono, el contraste entre estos dos protagonistas simboliza una serie de oposiciones que se enfrentan constantemente en la sociedad guatemalteca y que, al mismo tiempo, se complementan entre sí; tal como desde la perspectiva alegórica se podría considerar el Petén como un complemento del territorio nacional. Esas características contrapuestas de los protagonistas se legitiman a través del trasfondo sociocultural que articula el texto o, mejor dicho, el aspecto antropológico de la obra. Aunque esta dimensión esté presente en toda la novela, se manifiesta más en la descripción del poblado donde se encuentran por primera vez los protagonistas. El narrador no sólo cuenta la historia que comparte con la chica, sino que además lo hace ocupando la figura del etnógrafo. De ahí que, más allá de una diáfana trama de novela de aventuras, Carazamba presenta un sofisticado entramado en el que personajes, espacios y relaciones cobran una significación que se hace patente en su hibridez genérica. El texto construye un mundo narrativo que tiene principalmente dos espacios geográficos referenciales en dos regiones aisladas, una urbana y otra selvática. La historia entre los protagonistas principia en

147 la corta costa caribeña del departamento de Izabal, al sur de Belice, en la villa portuaria de Livingston. Este poblado ha sido el mayor asentamiento afrocaribeño en el país e históricamente constituía la frontera con la selva del norte guatemalteco. Con la obsesión criollista de construir una autenticidad nacional, los personajes en Livingston representan los grupos étnicos y las capas sociales de la Guatemala de la primera mitad del siglo XX. Como se explicó con anterioridad y se observó parcialmente en la construcción de los protagonistas, en la sociedad guatemalteca existen brechas conducentes a una marcada distinción sociocultural entre los grupos e individuos del país en términos de clase, etnia, género y región. A continuación analizo la construcción de la identidad cultural que presenta el espacio urbano de la novela. El Livingston de Carazamba, como el real, contrasta con los asentamientos urbanos del resto del país en sus aspectos físico, demográfico e histórico -este último es de mayor relevancia para demostrar las dimensiones antropológica y alegórica de la novela. Con una extensión de cinco kilómetros cuadrados y una escasa población,6 Livingston está sobre el estuario del río Dulce que nace en el lago de Izabal y desemboca en el Mar Caribe. Se encuentra aislado de otros poblados por su vegetación y mayormente por el agua, por lo que solamente se puede entrar y salir por vía fluvial o marítima; así lo representa la novela en la primera parte de la fuga que el narrador deber realizar en una lancha (57-58). También difiere de otras poblaciones por no tener un pasado colonial. Sus fundadores, procedentes de la isla de Roatán en lo que hoy es Honduras, fueron descendientes de indígenas arahuacos y caribes y de africanos occidentales llevados a las Antillas como esclavos. A principios del

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En la década de los cuarenta Livingston contaba con una población de solamente 2,500 habitantes.

148 siglo XIX, grupos de estos afrocaribeños se establecieron en diversos lugares a lo largo de las costas centroamericanas, llegándose a conocer como garífunas. Los españoles hicieron visitas irregulares al área desde el siglo XVI, principalmente para conquistar a los mayas de la etnia chol, pero sus intentos para radicarse fracasaron debido a enfermedades tropicales. Se establecieron en el área un poco antes de que Guatemala declarara su independencia en 1821, para defender el comercio fluvial que transportaba mercancías desde el lago de Izabal al mar Caribe. Para la década de 1880, Livingston era un puerto comercial de gran envergadura. El gobierno liberal reformador de Justo Rufino Barrios lo declaró zona franca en 1883. Esto atrajo a muchas compañías extranjeras con operaciones en Guatemala, incluyendo las casas británicas que se dedicaban al sector transporte y operaban en el país desde la época de la colonia. Más tarde, entre el tercer y cuarto decenios del siglo XX, llegaron a la región los indígenas q’eqchi’ en busca de tierras y huyendo de las leyes con las que el gobierno de Ubico los sometía a trabajos forzosos. En Carazamba se pone de relieve la diversidad racial de este poblado como una muestra de la constitución étnica de la nación que incluye tanto las herencias europea e indígena como el legado afrocaribeño. El narrador protagonista describe los diversos tipos de guatemaltecos. Hace hincapié en los lugareños, refiriéndose al poblado como el “heterogéneo Livingston” donde deambulaba perdido entre “la muchedumbre negra, mulata y zamba” (37). En efecto, debido a que allí se encontraba la mayor población de garífunas del país para el tiempo de la acción de la novela, no sorprende que la población de piel obscura haya sido la más abundante. La obra representa esas tres designaciones étnicas garífunas en, por ejemplo, un “criado negro” que sirve en un barco (27), los “negros” que entran a una cantina (41), el mulato que el

149 narrador invita a beber (40-41) y en la misma Carazamba. Se debe notar que de esos tres apelativos, solamente el de “zambo,” que se refiere al descendiente de negro e indígena, como lo indica Martínez Peláez (168), podría describir al pueblo garífuna. Al lenguaje de éstos también se refiere el narrador cuando expresa que en ese poblado “los idiomas se mezclaban y degeneraban bárbaramente en una babel de español, inglés pésimo, quecchí y caribe” (Rodríguez Macal 37).7 De las descripciones etnográficas de pobladores e idioma, se deduce entonces la importancia explícita que el texto da al mestizaje que caracteriza a la sociedad de Livingston. A los personajes secundarios del poblado, que simbolizan los diferentes grupos étnicos por sus prácticas culturales y comportamientos, se les adscriben determinadas clases sociales por su etnia, ingresos y/o prestigio. La etnia garífuna está representada en la figura del mulato Lino que pasa el tiempo en el muelle o merodeando por cantinas y bares (Rodríguez Macal 40, 41, 46). El narrador lo describe como fiel, manso, sentimental y rudimentario (41, 56, 57). La q’eqchi’ Cantel representa a los indígenas y se la define como compleja, noble, tradicional y misteriosa (47, 56, 57). Estas dos etnias ocupan los estratos más bajos de la sociedad. Se los retrata como pobres, ganándose la vida mediante actividades de lucro inseguro: Lino es guía de excursiones de caza (40) y Cantel es curandera (50). A lo largo de la trama en el pueblo de Livingston, aparece también una clase laboral de extracción social baja que simboliza a la mayoría de la población (maquinistas, cantineros, criados, sirvientes). Entre éstos se encuentra Pedro, el fiel amigo y servidor del narrador, que se construye como un mestizo petenero de descendencia principalmente amerindia y asimilado a la etnia ladina, como trabajador bueno y fuerte, y como hombre 7

De acuerdo a estudios lingüísticos, como lo afirma Hilary Khan, “Garifuna is an Amerindian language derived mainly from Arawak and Carib language branches with French, English, Spanish, and minimal African influence” (17).

150 honrado, apacible, leal y sabio (19, 23, 46, 56). Debe notarse que, en su papel de etnógrafo, el narrador señala que la fidelidad es una característica común entre los estratos sociales bajos representados. En Guatemala, como en otros países del istmo, no ha existido lo que se podría llamar una clase social media (Acemoğlu y Robinson 39-40). Las capas más altas de la sociedad han incluido mayormente a los tipos raciales denominados criollos y ladinos, que toman en cuenta origen, posesiones y/o logros. A este grupo pertenece el narrador desde todo punto de vista puesto que, como ya se ha indicado, se describe a sí mismo como un criollo de costumbres burguesas, posición más que mediana y formación académica. Por otro lado, la pertenencia a la clase alta también ocurre por la posesión y acceso a la riqueza o por afiliación a grupos elitistas. A este segmento corresponde Carazamba que, a pesar de pertenecer a los estratos bajos de la sociedad por su género y su exuberante mestizaje (1-3), ha logrado una vida cómoda mediante sus relaciones con miembros de las distintas élites étnicas y sociales como los criollos, los ladinos, los extranjeros y los militares (7, 10, 16, 20). Los representantes del ejército nacional se destacan como miembros del grupo social a la cabeza política de la nación. El régimen político surge a través de la persistente mención del Señor Presidente, es decir el dictador Ubico cuyo gobierno “honesto” se basaba en regir con mano dura, empleando un sistema de espías e informantes que abarcaba a toda la sociedad (Handy 95-96). Este sistema dictatorial fungía en detrimento de los grupos sociales bajos, situación que se exacerbaba por los beneficios económicos asignados a las élites criolla, ladina, militar y extranjera (Adams 528). De ahí que, en Carazamba, el afán etnográfico evidente en el texto lleve a incluir personajes de otras nacionalidades y

151 representativos de los castrenses que se aprovechan de su estatus y abusan del sistema. En primera instancia aparece el Coronel que se lleva a Carazamba como amante, con la excusa de haberla salvado de la cárcel (Rodríguez Macal 7). Asimismo aparecen el Jefe Político de Izabal, que utiliza el barco guardacostas del Estado para la diversión propia y de sus invitados (25-26), y el Mayor Juárez, jefe de aduanas portuarias de Livingston en las que permite la realización de negocios ilícitos, especialmente los de sus socios extranjeros (2021). Aparecen tres personajes con nacionalidades de países anglófonos y radicados en Guatemala. Su presencia es significativa en el retrato de la sociedad –y, como se verá más adelante, el momento histórico- de la época representada. Mrs. Bailey es una estadounidense mayor de edad, amante de la pesca, con relaciones amistosas con individuos de la clase militar (28). El más sobresaliente entre ellos es el amante de turno de Carazamba, Míster Burguess, un rico e influyente empresario inglés que se dedica al comercio legal e ilegal entre Belice y Guatemala (20). El beliceño John, “un negro de todo fiar,” es el sirviente del británico y su papel se limita a obedecer a Carazamba cuando ésta ofrece ayuda al narrador para alcanzar el Petén vía fluvial (56-57). Debe observarse que entre los extranjeros también hay distinciones de clase basadas en la etnia, ya que los blancos -el británico y los estadounidenses- gozan de una vida mucho más holgada, igual o mejor que la de las clases altas nacionales, mientras que John está relegado a seguir instrucciones tanto de un extranjero como de la protagonista mestiza. EL afán antropológico criollista se extiende en la novela a la sociología. El narrador nos presenta el cuadro sociológico de las relaciones entre los distintos grupos de Livingston. En primera instancia, se observa que la etnia y la clase social son la base de una

152 estratificación vertical bien definida, donde los estratos altos dominan a los bajos y éstos se someten a las clases superiores. Esto ocurre incluso dentro de la misma clase baja. El mestizo Pedro manda al garífuna y a la indígena a traer noticias y comprar comida (48). El mulato Lino envía a la indígena a conseguir medicamentos cuando están curando al narrador (47). La q’eqchi’ Cantel -la de estrato más inferior entre las clases bajas por su género, medios económicos y raza-, obedece a los personajes de las otras etnias que la acosan de diferentes maneras para que les responda. Los hombres la coaccionan verbal y silenciosamente para que confiese si ha dado a conocer el paradero del narrador: Éste y Pedro con amenazas, Lino con la mirada (51-52). Carazamba, otra mujer de sangre menos india, intimida físicamente a la indígena jalándole el pelo para que revele el paradero del narrador (52). Además de éstas, se notan otras relaciones que reflejan tratos verticales. Por ejemplo, Lino pide permiso al narrador y a Pedro “para tomarse un trago” (55), y a un cantinero lo trata con autoridad el narrador cuando sus acciones hacen que otros clientes abandonen el local sin pagar (41). Se debe señalar que las otras etnias nacionales -garífunas, indígenas y mestizosabogan por el bienestar y la salvación del protagonista criollo cuando está en la ciudad, quizás debido a esa fidelidad que el texto ha atribuido a los miembros de los estratos bajos. Los criollos como los ladinos siempre han gozado de una mejor posición económica y social en relación a otros grupos étnicos, especialmente de los indígenas (van den Berghe 516). El mismo narrador lo demuestra cuando explica su situación antes y después de su aventura selvática: su propia descripción y sus sueños de viajar por el mundo, como ya se mencionó, así como también por el dinero que lo ayuda a salir libre de la cárcel y sus planes para ir a los Estados Unidos con su mayordomo para que a éste le pongan un pie ortopédico

153 (Rodríguez Macal 194; 199). Esta construcción textual de la sociedad guatemalteca coloca en la cúspide de la pirámide social al personaje central criollo, quien goza de todas las prerrogativas derivadas de su clase, su etnia, sus ingresos y sus logros personales. Al lado de las relaciones verticales, el cuadro sociológico también contiene los vínculos horizontales. En el estrato inferior, el vínculo entre la indígena Cantel y el mulato Lino –como el que aparece en Sab entre el protagonista afrocubano y la indígena Martinarepresenta una alianza de amor entre las etnias oprimidas con creencias tradicionales y actitudes sumisas frente a la alta sociedad. En oposición a esa concordancia entre aborigen y garífuna aparece la explosiva relación que se desarrolla entre dos miembros de la clase baja que se han ladinizado: Pedro y Carazamba. A lo largo de la trama, el personaje secundario Pedro, como un Sancho que aboga por el bienestar de don Quijote, ruega a su patrón que no se inmiscuya con la legendaria mujer pues ella significa la perdición de los hombres. Mientras tanto, la chica está obsesionada con lograr que el protagonista la ame y, para ello, hace uso de todos sus encantos femeninos. La competencia por el afecto del narrador entre estas dos figuras hace patente el deseo que tienen los ladinos de las clases populares de afiliarse con miembros de la alta sociedad con la esperanza de mejorar su nivel de vida. Éste es el caso de Carazamba que ha mejorado su situación social en relación a las otras clases bajas porque, como ya se dijo, se codea con la clase alta por afiliación y se relaciona con los militares y con los extranjeros, como su amante inglés. La descripción sociológica que hace el autor también se manifiesta en la descripción de las relaciones horizontales entre los estratos altos de la sociedad guatemalteca. El narrador criollo tiene relaciones comerciales y amistosas con los norteamericanos y es conocido del Jefe Político del departamento. Éste también se conoce con Mr. Burguess, quien además se relaciona con

154 los norteamericanos y con el Mayor Juárez, comandante de las instalaciones portuarias. Así como se señaló una característica común entre las clases bajas, entre los miembros del estrato social alto se puede advertir que las relaciones horizontales son generalmente por conveniencia. Por ejemplo, ser la pareja de un extranjero garantiza a la protagonista un lugar en la esfera de la alta sociedad. Asimismo, la amistad entre el administrador departamental y el narrador conviene más a este último porque no cuenta con los medios locales para realizar actividades recreativas. Quizás el mejor ejemplo de esas relaciones oportunistas sea la que existe entre Mr. Burguess y el Mayor Juárez ya que aluda a las relaciones entre Inglaterra y los militares guatemaltecos y, al mismo tiempo, como otras obras del criollismo, realiza una denuncia del neocolonialismo. Esa relación en Carazamba está basada en los negocios de contrabando en los que el británico se enriquece mediante actividades ilícitas con la venia del militar, quien recibe algún beneficio por ignorar el delito. Esto constituye una crítica de las garantías que otorgaba el alto mando del ejército, que estaba por encima de todas las clases nacionales, para proteger los intereses de las élites extranjeras. De ahí que, en la novela, a la muerte del británico Míster Burguess, Pedro cuenta al narrador que “el cónsul inglés puso el grito en el cielo… está furioso… desde los pleitos por Belice, está echando leche como los sapos y dice que exige que lo cauturen a usté” (Rodríguez Macal 49). O sea que el texto denuncia el favoritismo del gobierno por los extranjeros, en especial por los ingleses a raíz de presiones geopolíticas. Con esa voluntad etnográfica que Alonso ha establecido en el criollismo hispanoamericano en general y que constituye también una voluntad de legitimar el lugar de la literatura mediante una objetividad científica, en el Livingston que elabora Rodríguez

155 Macal como microcosmos narrativo se perfilan los diferentes grupos étnicos nacionales y extranjeros. Con ellos se construye una sociedad dentro de la cual se establece la jerarquía que rige las relaciones socioculturales entre etnias, emulando así el lenguaje de las ciencias sociales y representando las condiciones históricas de la Guatemala de mediados del siglo XX. La pirámide demográfica resultante de esa construcción literaria también es representativa de las divisiones sociales que se exacerban al sumarse las diferencias étnicoculturales: la mayoría de los grupos raciales –indígenas, afroguatemaltecos y otros mestizospor debajo de los ladinos y criollos –como el narrador-, y éstos subyugados a los militares que velan por los intereses extranjeros. Apuntando a tener una participación activa en esa denuncia social tan cara al criollismo nacional y continental, el autor de Carazamba intercala dos comentarios críticos en la trama de aventuras. Como muchos de sus coetáneos, realiza una crítica al régimen ubiquista, haciendo hincapié en las injusticias cometidas contra la economía nacional mediante las garantías que se otorgaban a los ingleses y el peligro que los abusos de éstos representaban para la ciudadanía y la soberanía del país. Esa presencia británica neocolonial que avalaba la dictadura no se había abordado abiertamente en la literatura guatemalteca, posiblemente porque Gran Bretaña ejercía un imperialismo tan informal que era imperceptible, como indica French que ocurrió en otras partes del continente (7). Al mismo tiempo, reconoce como parte de la nación guatemalteca a los afrocaribeños a quienes generalmente se omiten como protagonistas y parte de la sociedad guatemalteca en otras obras criollistas. Del mestizaje extremo de la protagonista -legitimado mediante la dimensión antropológica de la novela-, y de su construcción como reflejo de la naturaleza -validada a

156 través de la dimensión alegórica en la obra-, se desprenden todos los factores que proveen el marco para el discurso subyacente que contiene Carazamba. Las características de la mestiza la excluyen de la sociedad y la asocian con el entorno natural, encarnando así una alegoría del agreste territorio petenero. Detrás de la dimensión alegórica y mediante las relaciones entre la mujer/selva y los hombres cultos que obran irracionalmente cuando se compenetran con ella, el texto elabora un discurso paralelo sobre la historia de las tentativas para dominar el departamento del Petén. Esto se evidencia desde la alusión inicial a la compleja significación de la mezcla racial y el mito que se ha construido alrededor de la mujer mestiza. Carazamba se asocia con el Petén en primer lugar por su “diversidad de sangres,” como ya se vio en la descripción de su exacerbado mestizaje. Que el texto hable de ‘sangres’ en plural no es sólo por las tres vertientes -indígena, española y africana-, sino también porque hubo diversidad en cada una de ellas. La constitución étnica del Petén presenta la diversidad racial del país que en el departamento ha devenido un mestizaje generalizado, sin que se dejen de percibir diferencias biológicas y culturales, como en el caso de algunas tribus indígenas. Históricamente existían en el territorio una variedad de etnias mayas como chinamitas, choles, itzaes, lacandones, mopanes, petenes, queaches y otros (Arrivillaga 52). Éstas prevalecieron en el territorio más de ciento cincuenta años después de la llegada de los españoles, quienes eran de distintos orígenes, como Extremadura y Andalucía (Elliot 21, 59), y sus descendientes criollos en América. La cultura africana también ha sido de importancia para el Petén, sabiéndose de la presencia de africanos occidentales originarios, por ejemplo, de lo que hoy es Liberia, Benín y Nigeria. Éstos empezaron a llegar en 1720 huyendo de la esclavitud británica en Belice (Schwartz 66),

157 acelerándose su migración después de abolida la esclavitud en Guatemala en 1823, año en que también empezaron a arribar los garífunas del Caribe (Arrivillaga 55). Todos estos expatriados han contribuido a la diversidad étnica del Petén y su historia sirvió a Rodríguez Macal para construir a la protagonista mestiza. En la construcción de la mujer caribeña, el narrador también la relaciona con el “trópico receptor de todas las simientes, en donde todo es absurdo por su volumen, monstruosamente vivo y monstruosamente muerto” (Rodríguez Macal 1-2). Ella, como la bárbara selva tropical, es un monstruo, una aberración que solamente puede existir en un imaginario cultural específico (p. ej. el Minotauro entre los griegos y los dragones en la mitología china) o temporal (p. ej. los hombres lobo en el Medioevo o los vampiros humanos en el siglo XVIII). La “aureola de leyenda que rodeaba a esta mujer única,” una “leyenda de odio y de muerte” (Rodríguez Macal 16, 104), asocia a Carazamba con la lejana selva del Petén que permaneció en el imaginario nacional guatemalteco del siglo XIX y gran parte del siguiente como un lugar legendario colmado tanto de excesos y peligros como de riquezas naturales (Schwartz 168). En efecto, advertido ya por la exigua crítica literaria sobre Carazamba, la selva petenera, donde se desarrolla la mayor parte de la trama, se construye como una región salvaje y riesgosa por sus peculiaridades fáunicas y geográficas. El Petén se distingue de otros departamentos ya que, a pesar de ocupar una tercera parte del territorio nacional, ha permanecido aislado del resto del país debido a la impenetrabilidad de la jungla. Según Schwartz, desde la conquista española del último reducto maya de la región en 1697 hasta la década de los setenta del siglo XX, el aspecto físico del Petén, bosque tropical denso en su mayoría, no varió mucho (10). Esto ha constituido una limitación para su desarrollo y su escasa población mestiza ha sobrevivido de la abundancia del entorno natural. Como la

158 legendaria Carazamba lujuriosa, la abundancia de recursos naturales del Petén ha capturado la atención de muchos, pero solamente unos pocos mostraban su valentía y osaban penetrar en la entrañas de la jungla. En efecto, desde que Hernán Cortés atravesó la selva petenera en 1525, sin más objetivo que cruzarla para solventar una traición a la Corona Española que se sucedía en la región de Honduras, Arrivillaga reporta que por mucho tiempo “se mantuvo como un territorio sin colonizar entre Guatemala y Yucatán” (52). Esa temprana y rápida incursión española a través de la jungla guatemalteca se representa en el discurso subyacente de la novela mediante la relación entre una Carazamba adolescente y su violador. “Rape as both right and rite,” como señala bell hooks, “was also an apt metaphor for European imperialist colonization” (57).8 De ahí que el hombre que abusa a Carazamba se asemeja a Cortés por ser “audaz” y “baquiano”; adjetivos que resaltan la osadía y pericia para abrir senderos y hacerlos transitables. La imagen del conquistador también reverbera en la descripción del personaje novelesco antes de cometer la violación: la daga (espada) al cinto, el pañuelo blanco al cuello (collar) y fumando tabaco (que se especula fue llevado a Europa por Cortés). El transgresor, atraído por la belleza de Carazamba, la posee como un “garañón salvaje,” sin que la agresión fructifique más allá de la satisfacción inmediata de invadir (Rodríguez Macal 5). Es decir que tanto mujer como región son territorio de exploración y conquista. El acto de vejación también tiene significado paralelo entre las historias de la selva petenera y de la chica. El texto indica que la violación sucede como una “lucha silenciosa en que nada había qué decir… como la estéril lucha de la yeguada contra el garañón salvaje… [en la que] Carazamba conoció el dolor y después mordió con lujurioso anhelo los labios del hombre que la rindió” (5; mi énfasis). El acto de defenderse, el silencio y la 8

Nótese que esta escritora no utiliza mayúscula en su nombre y apellido.

159 entrega de la adolescente frente a su atacante reflejan el hecho histórico del sometimiento de la zona en tiempos coloniales. El pueblo Itzá, establecido en la región selvática, la defendió tenazmente contra conquistadores y religiosos. Don Martín de Urzúa y Arismendi se dio a la tarea de abrir una ruta de comercio desde la península de Yucatán, que pertenecía al Virreinato de la Nueva España, hasta la Capitanía General de Guatemala. A su paso por la selva, Urzúa y Arismendi no encontró ninguna resistencia. Los mismos habitantes indígenas propiciaron la conquista del territorio en cumplimiento de sus profecías religiosas contenidas en el Chilam Balam, colección de libros sobre la historia de la civilización maya (Arrivillaga 52-53). En efecto, según lo explica Victoria Bricker, ese libro sagrado indicaba cada 256 años un Katun 8 Ahau que en la cosmogonía maya equivalía al tiempo en que el pueblo Itzá abandonaba o era desplazado de su asentamiento (7). Precisamente en el penúltimo Katun 8 Ahau que vaticina el Chilam Balam para 1697 llega Urzúa y Arismendi a la región del Petén. Ésta queda finalmente inscrita bajo la Capitanía General de Guatemala dos años más tarde al mando del General Melchor de Mencos (Jones 356). La presencia castrense española en el territorio durante el periodo colonial, que se extendió hasta la temprana época independiente, corresponde en la historia de Carazamba a sus relaciones con miembros del ejército. Primero aparece la intervención del que salva a la chica de ir a la cárcel por darle muerte a su violador. El texto indica que ella “pareció agradecer y el coronel fue feliz por mucho tiempo” (Rodríguez Macal 7). En realidad se la lleva con la excusa de haberla salvado de la muerte y ella acepta esa condición. El hombre reclama el cuerpo femenino como retribución por haberla rescatado. Cuando ella se cansa de vivir encerrada en la casa de su “salvador,” Carazamba seduce a un capitán al que promete irse a vivir con él si la ayuda a deshacerse del coronel. Ha aprendido a dejarse

160 considerar como una recompensa para los castrenses. Así como la mujer de la novela es el premio para estos oficiales del ejército, el territorio del Petén, como lo señala Margarita Hurtado, siempre fue un medio para recompensar con tierras a gobernantes y militares por servicios prestados a la patria (560). De hecho, esta modalidad se practicó por mucho tiempo, hasta ya avanzado el siglo XX, aunque ninguno de los premiados verdaderamente llegara a conocer o se interesara en sus terrenos. La realidad es que el acceso al Petén siempre fue difícil, especialmente por el sur, por lo que estuvo más en contacto con la Península de Yucatán al norte y Honduras Británica al este. “Siempre se prefirió hacer el viaje de la península a la capital guatemalteca por Belice,” dice Arrivillaga, para entrar al país por el oriente (53). Esa relación entre el Petén y los países vecinos, máxime cuando se inicio la era del chicle a finales del siglo XIX, también se manifestó en la circulación de monedas extranjeras (mexicana, beliceña, hondureña, salvadoreña) ya que había una falta de moneda nacional (Arrivillaga 56). Esta realidad histórica se relaciona con el período “más obscuro” de la vida de Carazamba, durante el cual se dice que “viajó por Centro América y México” (Rodríguez Macal 15-16); alusión a una época en la historia del Petén en la que ciudadanos de otros países, especialmente los aledaños, ejercían negocios y prácticas depredadores de los recursos naturales del departamento. Por eso, en la novela aparecen varios personajes masculinos que desean un encuentro erótico con la caribeña, pero son pocos los que llegan a tener algún tipo de relación con ella. Solamente los pocos oriundos del Petén cuidan su hogar. La casi nula importancia que se ha dado al territorio, su aislamiento y difícil acceso, y la escasa y étnicamente variada población fueron todos factores que contribuyeron a la coexistencia y autosuficiencia de los

161 habitantes del Petén, incluyendo múltiples uniones mixtas que con el tiempo produjeron una mezcla étnica fenotípicamente diferente a las etnias que le dieron origen (Schwartz 55). Debido al mestizaje generalizado del que ya se ha hablado, la denominación gentilicia de petenero vino a reemplazar a las denominaciones raciales. La descripción de los peteneros y las relaciones sociales en la selva son parte del Petén que el texto crea para conectar la alegoría, el discurso subyacente y ese afán antropológico. El texto entabla un vínculo alegórico entre mujer y selva para describir ésta como un lugar que dominan los hombres y, al mismo tiempo, hacer hincapié en las relaciones sicalípticas de aquélla: “en la inmensidad inhóspita del Petén… el hombre manda… el macho es amo y señor” (Rodríguez Macal 68). De ahí que, aludiendo a la heterosexualidad de la protagonista, solamente aparecen personajes secundarios varones en el espacio selvático de Carazamba. En efecto, según los roles de género que asigna esta sociedad forestal, es tradicional que las mujeres se relacionen con la familia y la comunidad, y no tengan oportunidades de progreso económico (Reining y Soza 382; Nations 261). Estas son las razones por las que ellas no deambulan por los bosques en busca de trabajo. Carazamba, rompiendo con el papel femenino tradicional en todos los ámbitos, es la única mujer que recorre la selva y su presencia perturba a la comunidad masculina, tanto a los que vienen del exterior como a los mismos peteneros. Entre los originarios del Petén, sobresalen los chicleros, hombres sencillos y respetuosos que el narrador describe como ese tipo raro y único del petenero, hombres de pelo en pecho que se juegan la vida constantemente en medio de las selvas, en el ingrato trabajo de las chiclerías… No les interesa nada más que su trabajo y, por instinto innato, odian a las autoridades que los explotan y los castigan en las poblaciones

162 cuando, ávidos de sociedad y placer, llegan a gastar el dinero ganado, no ya sólo con el sudor de sus frentes, sino con la sangre y la salud de sus cuerpos (Rodríguez Macal 93) Son seres humanos selváticos que se distinguen tanto por su hombría y la rudeza del trabajo que desempeñan como por su trato hacia otros y la naturaleza. Los peteneros tienen en todas sus prácticas cotidianas una tradición cultural ecológica que emergió a partir de sus contextos social, histórico y espacial, y la reciprocidad con la naturaleza (Reining y Soza 366; Sundberg 59-60). El petenero tradicional ha creado una relación importante con la selva, donde vive en armonía con otros seres humanos. El narrador hace alusión a este comportamiento cuando se refiere a los chicleros, su proceder amistoso, confidencial y templado ante su trabajo y ante otros, incluyendo a la perturbadora Carazamba (Rodríguez Macal 90-93). A ella, aunque provoque lascivia en los hombres, los chicleros sólo la “contemplaron largamente iluminándose sus semblantes” y para saludarla “limitáronse a hacerlo con un movimiento de cabeza y un ‘buenas tardes’ tímido” (91). El comportamiento respetuoso de esos peteneros tradicionales ante Carazamba refleja su deferencia ante la grandeza de la selva. El petenero Pedro es el único que desestabiliza su relación con la naturaleza, que se refleja en la forma en la que se trata con Carazamba. Estos dos personajes no sólo comparten su apego por el narrador, su etnicidad mestiza y aversión recíproca, sino también sus creencias agoreras. Como lo indica el narrador, la superstición de Pedro el habitante se debe a “su alma sencilla y montaraz” y la de la chica por ser “primitiva y salvaje” como la región (137, 139). El que Pedro no honre a la mujer naturaleza no conforma con la vida petenera, provocando el irrespeto del entorno natural: Pedro dice que sería mejor si ella

163 muriera (152), a lo que Carazamba responde que no piensa darle gusto y que llegará al final mejor que él (160). La predicción de ella se cumple pues Carazamba no muere durante la travesía, mientras que Pedro tiene que amputarse el pie. El que en el desenlace el petenero se tenga que rendir y la protagonista caiga abatida por la acción estatal simboliza el abandono del territorio y sus habitantes debido a la indiferencia gubernamental. De hecho, por su poca población y altos costos de transporte, ninguno de los gobiernos que fungieron desde la independencia se ocupó verdaderamente de incorporar a la vida nacional guatemalteca al Petén, que continuó significando “algo exótico, lejano, inhóspito y digno de aventurar” para quienes no vivían allí (Corzo 1-2). La relación entre la selva y sus habitantes con otros guatemaltecos ajenos a la región se representa en el personaje de Hermenegildo J. Fuentes Ramírez. Éste es un caminante solitario de quien se infiere que no es petenero porque presume de linaje indicando dos apellidos, alardea de ser rico e influyente, y trata de deslumbrar a otros con “un palabrerío rebuscado y pedante” (132-133). Su locuacidad cautiva a Pedro y en especial a Carazamba, quien escucha morbosamente las leyendas que Hermenegildo cuenta apelando a la naturaleza supersticiosa de la chica (136). Por esa razón, ella intercede para que se le permita pasar la noche en el campamento de los fugados. Este otro trotamundos de la selva que no es petenero, se lo compara con dos tipos urbanos: el largo pueblerino que se gana la vida engañando astutamente a otros y el lana de la capital que pertenece a la plebe (138). En efecto, Hermenegildo termina siendo un mentiroso, un ladrón y, como el protagonista que tampoco es petenero, otro prófugo de la justicia que busca amparo y protección en la inmensidad de la selva petenera.

164 La imagen del Petén en Carazamba no se diferencia de la que presentan otras obras criollistas guatemaltecas, como Anaité de Monteforte Toledo, sino que más bien sigue la tradición de tratar de representarlo como un territorio que ha olvidado el resto del país y hasta el Estado. El descuido en que se encontraba este departamento dio lugar a que los ingleses se interesaran por crear vías de acceso y comercio desde Belice. Al igual que otras repúblicas del continente, Guatemala también se vio involucrada en lo que French describe como “[a] forcible economic subordination to Great Britain from the immediate postindependence period till the 1920s[, performing] functions as Britain’s official colonies elsewhere... [and suffering] growing debt and... devastating exploitation of workers and the natural environment” (6). En efecto, a partir de una concesión para la explotación maderera otorgada por la Corona Española en el siglo XVIII, la presencia de los ingleses y sus esclavos africanos en Belice daría paso a una disputa territorial con Guatemala.9 De aquí se desprende la relación entre Carazamba y el inglés Míster Burguess, o sea la representación de la intervención extranjera europea que se diferencia de la perpetrada por países vecinos puesto que los ingleses, sin estar metidos en la selva, se aprovechaban del Petén dirigiendo operaciones ilícitas entre éste y la Honduras Británica. Como Burguess que, desde la comodidad que le provee el poblado de Livingston, se enriquece mediante el contrabando entre Belice y Guatemala, se asocia con los militares para proteger sus negocios y no tiene buenas relaciones con los guatemaltecos como el narrador (Rodríguez Macal 2021); un personaje que, como ya se indicó, representa ese imperialismo informal e invisible que ejercía Gran Bretaña en el país. Con respecto a su trato con la chica, Míster Burguess se presenta como posesivo y celoso, con deseo de que ella sea sólo para él, pero sin verbalizarlo

9

Véase “The Formation of a Colonial Society: Belize, from Conquest to Crown Colony” de O. Nigel Bolland y “British Honduras: From Public Meeting to Crown Colony” de Herbert F. Curry Jr.

165 abiertamente (21; 27; 29; 33-35). La actitud del inglés para con la zona que representa la caribeña se asemeja a la postura de Inglaterra en relación a Belice que, como lo indica Curry, nunca fue “of great importance, and no one-except, possibly, Guatemala-cared much about it. Certainly England herself evinced little concern. The government has published little information about Belize, and English legislators have seldom discussed it” (32). En otras palabras, los británicos se quedaron ocupando el territorio beliceño sin hacer mucho ruido y siempre introduciéndose en la región norte guatemalteca.10 Similar a la actitud silenciosa de Burguess en el poblado de Livingston, los británicos dirigían sigilosamente desde los centros urbanos sus negocios ilegales a lo largo de la frontera entre Belice y la selva petenera para no contrariar su presencia en la región, especialmente por las relaciones escabrosas que Inglaterra tenía con el gobierno de Ubico. El asesinato del personaje inglés y su socio militar cuando están en compañía de Carazamba, sugiere la necesidad de liberar a la selva mediante la eliminación de la intervención inglesa y la complicidad que ésta encuentra en la dictadura de la época. Este régimen surge en Carazamba a través de la intervención del Señor Presidente; el único hombre de la novela que no sufre al relacionarse con la protagonista ya que dicha relación no es presencial sino a distancia. Con ello se simboliza el largo brazo militar que intenta controlar la selva y a sus habitantes desde su lejana posición citadina. El texto señala que “el Presidente mismo, que en todo estaba metido, había ordenado la captura” de los fugados (Rodríguez Macal 113). La constante mención de este Señor que nunca se materializa representa el dominio in absentia de Ubico sobre todas las esferas de la sociedad, además de que, como indica Piero Gleijeses, el dictador detestaba los delitos comunes y aplicaba castigos despiadados a cualquiera que fuera considerado criminal (13-14). En efecto, el 10

Véase “The Anglo-Guatemalan Dispute” (1948) de R. A. Humphreys.

166 régimen ubiquista se caracterizó por controlar todos los espacios sociales a través de la militarización generalizada de los puestos burocráticos y la delegación de funciones civiles de importancia a oficiales del ejército (Grieb 47). El dictador controlaba el país mediante un sistema panóptico que alcanzaba los rincones más apartados como el Petén. Ubico, por otro lado, que a lo largo de su gobierno tuvo la obsesión de conectar a todo el país mediante un sistema de caminos, hizo de la carretera hacia el Petén uno de sus mayores proyectos (Grieb 132-135), el cual nunca llegó a realizarse. En relación a ese aislado norte de la nación, tuvo dos oportunidades para recalcar su nacionalismo: En 1932 intenta promover la colonización del Petén para contrarrestar las incursiones de mexicanos en la selva y, en 1933, prolonga las negociaciones con los británicos para delinear la frontera de Belice (Corzo 5; Grieb 220). Si bien el reclamo persistente del territorio beliceño por parte del dictador fomentó relaciones ásperas entre la Gran Bretaña y Guatemala, el mismo Ubico desistió del asunto en 1941 debido principalmente a la influencia estadounidense y la simpatía que el dictador alegaba tener por la causa de los ingleses en la Segunda Guerra Mundial (Simmons 95). De ahí que “el Presidente” de la novela parezca obsesionado con aprehender a Carazamba, emulando de esa manera el deseo de Ubico por mostrarle al gobierno británico esa “simpatía” en el ámbito nacional y también, desde su puesto urbano, por alcanzar y controlar la región selvática. La Carazamba protagonista como alegoría del Petén encuentra al liberador de la mujer/selva en la figura del criollo narrador. Desaparecida la intervención inglesa y su consorcio militar local, el discurso subyacente indica que aumentan las probabilidades de incorporar el norte a la vida nacional, así como también crecen las esperanzas de la chica de integrarse a la sociedad. No obstante los esfuerzos iniciales del narrador, para lograr esa

167 integración todavía quedan dos tareas. La primera de ellas es escapar del control centralista de la dictadura que se empeña en capturar a los fugitivos, deshaciéndose del brazo autoritario de Ubico que expresamente quería dominar todo el territorio y a toda la sociedad. La segunda tarea es lograr que el resto de Guatemala se sobreponga a las ideas preconcebidas sobre la región del Petén y la acepten no solamente como parte del territorio nacional sino también por lo que puede significar para la nación. Paralelamente, el narrador protagonista de Carazamba debe superar lo que se dice de la mujer para poder consolidar su relación con ella. Como se dijo antes, alrededor de Carazamba se ha tejido una leyenda que la convierte en una “viuda negra.” Aunque el texto revele que en su juventud la chica tuvo relaciones complicadas con varios hombres, el resto de la información sobre ella se obtiene a partir de especulaciones que otros hacen basadas principalmente en esas primeras experiencias; muy similar al mito que se forma alrededor de doña Bárbara, cuyo texto la condena a partir de habladurías sobre su comportamiento. En el caso de la mestiza guatemalteca, se la construye como legendaria a partir de los abundantes cuentos populares sobre sus andanzas. La construcción de la leyenda empieza con su apelativo ya que así fue “como la bautizó su pueblo y como lo escribió la historia… con letras luciferinas” y “la llamaron Carazamba las lenguas malévolas” (Rodríguez Macal 3-4, mi énfasis). Cuando la chica es joven se siguen acumulando los rumores entre los que la rodean: las mismas viejas de la finca de su primer amante “decían” que era creación diabólica (7) y hasta “algo se habló de ella” en un asesinato en el que no tenía nada que ver (16). El protagonista mismo no la conoce personalmente y se queda anonadado ante la belleza de la mujer al verla por primera vez. Cuando Pedro le silabea el nombre del objeto de su contemplación, “¡CA-RA-ZAM-

168 BA!,” el narrador se pregunta si “era ella la mujer-demonio de quien tanto había oído hablar” (22, mi énfasis). Al igual que los criollos decimonónicos, aquellos que lograron la independencia de Guatemala, desdeñaron el territorio petenero no por saber cómo era sino por las noticias que les llegaban (Schwartz 78), el narrador desprecia a Carazamba por lo que sabía sobre ella sin que nadie se la hubiera presentado y sin haberla tratado nunca antes. El narrador toma una posición defensiva ante ese ser desconocido de quien ha oído tanto. Como el temor que causaba entre la población nacional la idea de un Petén lejano y exótico pero enfermizo y salvaje, el narrador expresa que tiene temor y, al mismo tiempo, se siente atraído hacia ella, “como siente el cazador… tras del tigre… conciencia de un peligro mortal y deseos de vencerlo: deseo tan vivo y arrollador que se sobrepone al miedo y aún a la prudencia” (Rodríguez Macal 23).11 A pesar de su curiosidad, adopta una actitud de indiferencia frente a la legendaria mujer como mecanismo de defensa, pero al mismo tiempo cuestiona su proceder, “[¿]defensa de qué?,” y se recrimina ese “temor vago e indefinido” que le causaba la muchacha (24). Esta contradicción en los sentimientos del protagonista obedece a que la receptora de sus emociones es tan controvertida como la misma selva petenera de la que es indisociable. La imagen idílica de la naturaleza que se crea al inicio de la travesía por la selva, con sus sonidos, colores y sensaciones (64-65, 69), provee el marco de las bondades que ese espacio natural representa para la subsistencia del ser humano (72, 74, 84, 89), dando a entender que la jungla puede ser una aliada. A medida que el grupo se adentra en la selva, el viaje se hace progresivamente más incómodo por las constantes nubes de zancudos, las serpientes venenosas difíciles de detectar y los carnívoros constantemente al acecho (118, 11

La situación del Petén no cambió mucho del periodo colonial a la época independiente. Hubo varios casos de epidemias (viruela, tos ferina, cólera morbo, malaria) y escasez de alimentos, y se comentaba la intranquilidad continua que causaban los indígenas que merodeaban por los bosques (Schwartz 65, 90).

169 153, 179). La geografía abrupta produce sentimientos negativos y esa naturaleza, placentera al principio, se torna abrumadora y agobiante. La selva antagoniza con el hombre y termina convirtiéndose en una pesadilla caótica donde todo lo monstruoso de su exuberancia complica la existencia humana. De manera similar, el criollo encuentra en la mestiza caribeña una belleza inicial que le provee el placer que se había negado a sí mismo. Pero, como sucede al internarse en la jungla, su compenetración con la chica gradualmente se vuelve un problema cada vez mayor. Dentro del ambiente agreste, la civilización del narrador, de la cual está muy orgulloso, se deteriora tanto por su interacción con la selva como por su relación con Carazamba. Arremete contra la naturaleza selvática puesto que su civilidad no le permite hacerlo en contra de la mujer. Por ejemplo, cuando tiene que abrir camino con el machete, expresa que sentía “un raro placer a cada golpe… como si la furia de mi alma fuera manejando mi mano vengadora… [h]acíame la ilusión de que pronto la reluciente hoja del vizcaíno iba a aparecer roja de sangre” (158). Sin embargo, esa herida no perdura pues, como señala el petenero Pedro, “dentro de tres días esta trocha estará cerrada de nuevo, como si nadie hubiera rumbiado por aquí” (158). El texto indica que la selva responde implacablemente a este tipo de acciones ya que engulle a los viajeros como “míseros gusanos” y “lo más que puede hacer el hombre mísero es doblegarse humildemente ante ella” (157, 159). Es decir que, como el sentimiento del criollo que en la Carazamba devoradora de hombres ve primero una amante y luego una antagonista, la selva también es una aliada que puede llegar a ser adversaria. El narrador indica que, a pesar de sus sentimientos encontrados, su relación con Carazamba podría significar la redención de ésta y su integración a la sociedad, en analogía

170 con la incorporación del Petén a la vida nacional. En su intento por aceptarla, el criollo surge en defensa de la mestiza ya que se siente responsable de ella y hasta le oculta que “la buscan con mas juerzas [sic]… que es orden directa del presidente... que dispuso que tal vez será mejor tenerla bien guardadita” porque ya ha provocado muchas desgracias (92-93). Por esta actitud del narrador criollo, el discurso subyacente lo promueve como redentor potencial de la mujer y la tierra que ella representa. Ese precisamente habría podido ser el caso con el Petén si los criollos acomodados se hubieran interesado en hacer prosperar la selva con su propio trabajo. En lugar de esto, como el mismo “presidente,” se limitaron a residir en los grandes centros urbanos -la Capital y Quetzaltenango- u otros asentamientos menores -Livingston y Flores-, desde donde pretendían solucionar las necesidades de los peteneros (Schwartz 121). No se compenetraban con la región selvática porque, a pesar de que la podían imaginar por lo mucho que habían escuchado sobre ella, desde su posición urbana no la podían comprender. Además, esos criollos históricos no podían aprovechar las riquezas de la selva petenera por la dificultad de penetrar en ella. De igual manera, el narrador criollo no puede estar seguro del amor de Carazamba porque no conoce por completo sus pensamientos. El texto mismo afirma ambas narraciones paralelas pues, por un lado, indica que los fugitivos se encuentran en una parte del Petén que es tan bella como peligrosa porque en esos tiempos todavía no había llegado el ser humano (101-02). Por otro lado, unas líneas más adelante, el narrador expresa su desconcierto por la manera en que Carazamba se comporta “mustia y callada” ante la muerte de un venado y cuestiona el “extraño y complejo laberinto de su alma atormentada y misteriosa, de cuyas recónditas profundidades brotaban tan pronto el fuego destructor y el vaho de la pasión morbosa y desenfrenada, como el dulce aroma de la piedad

171 y el amor” (104). Los aspectos controvertidos y misteriosos de la selva/mujer hacen que se torne difícil explorar la naturaleza tropical para unos y los pensamientos de Carazamba para el otro. La dificultad de acceso a la forma de pensar femenina hace que falle la integración de la chica a la sociedad. En el plano alegórico, no se consolida la alianza entre hombre y naturaleza, tal como el discurso subyacente refleja el fracaso histórico de los criollos en la incorporación del Petén a la nación. Además, no se debe olvidar que la figura del “presidente” también ensombrece la unión de los protagonistas y, por ende, la unificación nacional. Sommer señala que, en la doble narrativa de las novelas fundacionales, se da “una asociación metonímica entre el amor romántico, que necesita la bendición del Estado, y la legitimidad política que necesita fundarse sobre el amor” (59). En Carazamba fallan ambas condiciones. Por una parte, la búsqueda militar que ordena el mandatario refleja que el Estado no permite que se consolide el amor entre el narrador y Carazamba; tanto por la presión que sienten durante la travesía como por el violento desenlace de la trama que culmina con la muerte de la joven. Por otra parte, el narrador siente que no hizo lo suficiente por ella, se siente culpable porque Carazamba le había dado su amor y “[¡]le negué la limosna del mío, que para ella habría sido, quizá, la gloria!” (Rodríguez Macal 196), admitiendo así que la relación no se legitima porque no hay correspondencia sentimental. El criollo siente que ha fallado a ese elemento que se considera malogrado en la sociedad guatemalteca. Este planteamiento se refleja en la historia del Petén en la cual, como señala Corzo, desde el periodo republicano hasta la década de 1950 se sucede una serie de “intentos frustrados de integración del departamento al territorio nacional” debido tanto a su difícil acceso como al poco interés de

172 los gobiernos por lograr una verdadera colonización (4-5). A diferencia de Doña Bárbara en la que el civilizador Luzardo logra la unificación de sus terrenos, pero similar a El tigre donde la muerte de Luis evita la llegada de la civilización de la ciudad a la finca rural, en Carazamba el narrador criollo cuenta su frustración ante la impotencia de integrar la mujer/selva a la sociedad/nación. Desde esta perspectiva, el narrador explica su fracaso a partir de su tortura que “iba ida y vuelta tras la huella de un amor que se perdió en la sublimidad trágica de la selva” (Rodríguez Macal 193). Sin embargo, no se detiene en la autocompasión por lo sufrido sino que, a la par de haberse pronunciado contra las disposiciones que el gobierno centralista dicta para la región selvática, justifica ese fracaso porque le permitió conocer parcialmente a Carazamba y sobreponerse de esa manera a la leyenda. De la misma manera en que el narrador, luego de recuperarse de la terrible experiencia, y a pesar de la misma, expresa su deseo de volver al departamento del norte para seguir explorándolo (199), el autor insiste en la necesidad de que tanto gobierno como ciudadanía deben sobreponerse a las nociones preconcebidas sobre el Petén para hacer posible su integración a la nación guatemalteca. En suma, Rodríguez Macal presenta en Carazamba su preocupación por los problemas nacionales a partir de una región que representa amalgamando el género de novela de aventuras y las tradicionales características criollistas de naturaleza, denuncia social y rechazo al neocolonialismo. Dentro de estas últimas, se repudian las acciones de los británicos que, aprovechándose de la inestable relación entre Guatemala e Inglaterra por el caso Belice, llevaban a cabo negocios ilícitos al amparo de las autoridades nacionales. Se denuncia el gobierno dictatorial de un “Señor Presidente” que desde su centro citadino extiende su brazo hacia todas las regiones del país para dirigir los destinos de los

173 ciudadanos. De ahí que, a partir del afán antropológico presente en el criollismo, se pone énfasis en la pluralidad étnica y sociocultural del país al incluir el legado africano junto al europeo e indígena. Las tres vertientes heredadas sirvieron al autor para construir una protagonista femenina que personifica el mestizaje nacional. Asimismo, el cuadro sociológico revela una sociedad guatemalteca en la que se impone una élite militar por encima de todos los otros estratos sociales nacionales. En la figura de esta mujer, el escritor establece paralelos entre género, mestizaje y región para tratar de un territorio cuyo sino le preocupa. La construcción múltiple de la mestiza Carazamba en contraposición a la representación del narrador criollo sirve para resaltar una serie de características en la caribeña que resultan problemáticas para él, pero que, al mismo tiempo, la convierten en complemento de la sociedad guatemalteca. La situación amorosa entre estos seres disímiles provee el marco para construir a la mujer como un componente que parece fallar en el ámbito social nacional. La femineidad voraz y las múltiples relaciones carnales de la mestiza ponen en peligro la cultura masculina y, a la vez, la plantean como indisociable del ambiente de la región tropical del Petén, uno de los departamentos más mestizos, más inaccesibles y más peligrosos de Guatemala. Este paralelo sostenido en la novela da lugar a dos historias: una explícita sobre el amor del protagonista por la conflictiva Carazamba, a quien rechaza la sociedad, y la otra implícita acerca de la preocupación del autor por la selva del norte que, aunque desdeñada por el resto del país, forma parte y complementa a la nación guatemalteca. La preocupación del intelectual por el Petén se manifiesta más profundamente en el discurso subyacente que se desprende de las relaciones eróticas heterosexuales de la protagonista como alegoría de la selva petenera. La historia de los tratos entre la legendaria

174 Carazamba y sus diferentes amantes narra la historia del mítico Petén: la travesía de los españoles por la selva, las penetraciones militares, las intrusiones extranjeras y las tentativas para insertar el departamento a la nación. Estas últimas, representadas en el vínculo que se forma entre la chica y el narrador, proponen que una exitosa integración del territorio norte dependerá de un esfuerzo de los grupos dominantes por desmitificar la selva petenera y de esa manera promover su colonización. No obstante esta noción integradora, la muerte de la protagonista simboliza que la incorporación de esa región a la nación ha quedado en intentos fallidos debido tanto al miedo que produce su aislamiento y peligrosidad, como a la persistente negligencia de los gobernantes de la época. Las preocupaciones por las diferentes regiones nacionales, junto con los problemas que las aquejan, son otra faceta del criollismo hispanoamericano que se demuestra en el diálogo crítico que sostiene Carazamba con las novelas de Gallegos y Herrera. La protagonista guatemalteca y doña Bárbara se representan como aliadas de la naturaleza y como obstáculos para el hombre civilizado. Sin embargo, la venezolana, aunque en alianza con el entorno natural, aparece como alegoría del caciquismo endémico de la región llanera; es decir que se construye un personaje para representar un grupo de seres humanos. Mientras tanto, Carazamba representa la mezcla racial del país, pero alegoriza la naturaleza exuberante de la selva petenera. En otras palabras, el triunfo de Santos Luzardo sobre Bárbara es el triunfo de la civilización sobre la barbarie humana en el llano venezolano. Por otra parte, la destrucción de Carazamba simboliza las limitaciones que afronta el Petén en relación a su aceptación como parte de la nación guatemalteca; o sea que, como ya se indicó, no hay victoria sino frustración. En este sentido Carazamba es similar a El tigre porque en ésta falla el intento civilizador del protagonista Luis en las fincas rurales del sur

175 guatemalteco, mientras que en aquélla se destruyen las esperanzas de civilizar la selva del norte nacional. Estas novelas, como la mayoría de obras criollistas, están encaminadas a presentar a un lector nacional, generalmente de la élite citadina, las inquietudes de sus autores por regiones rurales que son desconocidas para ese mismo grupo dominante. La diferencia en Carazamba es que el escritor apunta a una audiencia más amplia por apelar a diferentes géneros literarios, creando una literatura popular que no se reduce a un público elitista. Al igual que con su participación en el periodismo trató de llegar a una mayor audiencia mediante una crónica de temática variada e importante en el ámbito nacional, con su primera novela también intenta acaparar a un número mayor de lectores. Es más, entre mayo y septiembre de 1955 la vuelve a publicar en forma de folletín en el periódico Nuestro Diario. Quizá esto explique la popularidad de esta novela –y, de hecho, toda su narrativa- ante una audiencia nacional generalmente reacia a la lectura de libros de ficción. Además, no es una diáfana novela de aventuras, como llegó a señalar Menton, sino que va acompañada de una obsesión pedagógica y política, razón por la cual fue celebrada tanto por la cultura popular como la oficial. En el fondo, Rodríguez Macal divierte enseñando puesto que Carazamba, más allá de entretener, encierra en su trama una preocupación por los problemas nacionales, encuadrando la propuesta literaria del autor en el imaginario criollista nacional y continental, y respondiendo a los debates artísticos e intelectuales de la Guatemala de mediados del siglo XX.

176 Capítulo cuatro Familia, nación y región en Jinayá

El espacio geográfico representado en Jinayá se encuentra en el departamento de Alta Verapaz. Esta región fue la matriz de la etnia indígena q’eqchi’1 en tiempos precolombinos, se caracterizó por su impenetrabilidad –como otras regiones norteñasdurante la colonia y tuvo una gran relevancia económica para la modernización del país en los siglos XIX y XX. Los esfuerzos por hacer de Guatemala una nación moderna llevaron a los gobiernos a adoptar las estrategias que se estilaban en otras partes del continente. Los gobernantes decimonónicos, -tanto conservadores como liberales, pero especialmente estos últimos tras la Revolución de 1871-, promovieron la inmigración europea para colonizar las regiones aisladas del territorio nacional. Entre los grupos migratorios se encontraban varios ciudadanos de la antigua Confederación Germánica, que luego sería la Alemania unificada de Otto von Bismarck y más tarde beligerante principal en las dos guerras mundiales. Los alemanes como nuevos sujetos nacionales llegarían a ocupar un papel preponderante en la economía guatemalteca, principalmente en operaciones relacionadas al comercio del café. El cultivo de este producto también se practicó en el altiplano central de Alta Verapaz, en cuyas haciendas entraron en contacto q’eqchi’es y germanos. Jinayá utiliza la historia regional para representar la variedad de familias que se originaron en esa aislada geografía verapacense y pone de relieve las relaciones laborales y familiares entre etnias indígenas y germánicas. Al mismo tiempo, contiene un discurso crítico sobre la forma en la que los

1

Este nombre se escribe de diferentes maneras: Cacché, cacche’, quecchí, quecchi’, quekchí, ketchí, kekchí, kekchi’, k’ekchi y q’eqchi’. Aquí se utiliza esta última y su plural ‘q’eqchi’es’ que acepta la Academia de Lenguas Mayas de Guatemala, excepto cuando otros autores citados utilicen alguna de las otras ortografías.

177 gobiernos dictatoriales y socialistas trataron a los alemanes y sus descendientes de ciudadanía puesta en entredicho a raíz de la Segunda Guerra Mundial. La Revolución socialista llegó a Guatemala al mismo tiempo en que los ejércitos Aliados empezaban a cercar a la Alemania de Hitler. Concluida la guerra, la caída de los gobiernos europeos fascistas terminó de desenmascarar lo que ya se sospechaba de las acciones nazis con respecto a la limpieza étnica en los campos de concentración. Esa autoproclamada superioridad racial y la idea expansionista germanas dieron paso a que los diferentes sectores internacionales lejanos al conflicto se crearan una idea generalizada del alemán como imperialista, racista y genocida. Una generalización similar se dio en Guatemala, especialmente por la larga historia de la colonización alemana en regiones indígenas y su dominio en los sectores agrícolas, comerciales y de transporte. El nuevo aire de libertad que propiciaba la Revolución también proveía las condiciones para enunciarse en contra de las operaciones de los alemanes, muchas de las cuales se consideraban abusos neocolonialistas, especialmente en el cultivo del café. En Guatemala había una comunidad alemana de larga residencia e identificada con el país. Mientras que la mayoría de las obras criollistas contemporáneas se pronunciaban en contra del alemán residente en Guatemala, tachándolo de neocolonialista y saqueador de los recursos patrios, Rodríguez Macal plantea en Jinayá otra perspectiva sobre esta comunidad. A partir de la geografía y de la historia regionales, la novela presenta un mundo narrativo caracterizado por la cultura idiosincrática que surgió en la Alta Verapaz mediante la unión laboral, afectuosa y marital entre la mayoría indígena q’eqchi’ y la minoría europea no española. Al mismo tiempo, plantea la existencia de la etnia mestiza resultante de dicha unión, -en relación al mestizaje del ladino-, y explora la solapada historia del tratamiento de

178 los descendientes de alemanes y q’eqchi’es durante y después de la Segunda Guerra Mundial a manos de los gobiernos dictatoriales de Ubico y Ponce, y de los socialistas de Arévalo y Árbenz. La novela se desarrolla durante la administración socialista y tiene un narrador homodiegético de etnicidad ladina, residente de la capital, abogado de profesión y físicamente fuerte, llamado Ricardo. Éste, apelando a la legislación histórica, se hace cargo del desembargo de una finca confiscada durante la guerra contra Alemania. Mientras que el caso se ventila en las cortes capitalinas, la mayor parte de la trama ocurre en la región cafetalera del suroriente del departamento de Alta Verapaz (entre el río Polochic y la Sierra de las Minas) donde se encuentran las fincas Jinayá -objeto material del litigio- y Baviera -centro operativo de Ricardo. Jinayá contiene cuarenta y dos capítulos en los que el narrador da cuenta de seis viajes que hace entre la ciudad capital y Alta Verapaz. A este respecto Menton comenta que “Además de su marcado espíritu regionalista, Jinayá tiene una movilidad desconocida en las novelas costumbristas” (336). En efecto, es una novela criollista que contiene muchos cuadros de costumbres y un amplio campo de acción puesto que el narrador se desplaza por muchos lugares. Por su costumbrismo y espacialización, sostiene una gran similitud con Don Segundo Sombra del argentino Güiraldes y Cuando cae la noche del guatemalteco Santa Cruz, novelas que se comparan con esta segunda obra analizada de Rodríguez Macal para relacionarla con los criollismos continental y nacional.2 El protagonista hace su primer viaje al altiplano verapacense a instancias del belga don Claudio Lizard, dueño de la hacienda Jinayá. Allí sostiene discusiones sobre la historia local, regional y nacional con los habitantes de la finca. Entre ellos están Felipe y Patricia, 2

En el capítulo dos se han comentado ambas novelas, Don Segundo Sombra y Cuando cae la noche.

179 hijos del primer matrimonio de don Claudio con María, una indígena q’eqchi’. La criolla Elena es la segunda señora de Lizard, con quien tiene dos niños varones. Éstos se educan en inglés con Miss Betty, institutriz estadounidense de Missouri. En un viaje de cacería, el abogado conoce a Benito, el caporal mulato de Jinayá que más tarde se casa con Betty, y a los q’eqchi’es Manú y Xuguán con quienes cultiva una excelente relación. Es en esta parte donde se discute la actuación de Guatemala en la Segunda Guerra Mundial y la intervención de las fincas cafetaleras de dueños alemanes y la expulsión de éstos del país por parte del gobierno. Ése es el caso de unos amigos de los Lizard, Kurt Ziegele y su hijo Franz nacido en Guatemala, de quienes no se sabe nada desde que fueron deportados a Alemania. Franz ha informado desde Europa sobre la muerte de su padre y pide que lo ayuden a recuperar su finca Baviera que está a punto de ser expropiada porque no se lo considera legalmente guatemalteco. De ahí la segunda visita de Ricardo a Jinayá durante la cual don Claudio, haciendo del despojo de los Ziegele una causa familiar por haber estado el hijo comprometido con Patricia, pide al abogado que se encargue del desembargo de sus bienes. Ricardo decide emprender el pleito judicial contra el gobierno socialista y traza un plan de acción con su colega Guillermo Torres. Las siguientes tres visitas de Ricardo a Alta Verapaz parecieran derivarse de un thriller jurídico; es decir aquellas novelas en las que hay uno o varios abogados protagonistas que investigan en persona los hechos de un caso para solucionarlo dentro del marco del sistema judicial. El protagonista narra el proceso que emprende, recurriendo a la historia regional y el lenguaje legalista. Mejor dicho, hace uso del estilo notarial para fundamentar una parte de la historia nacional, reflejando a mediados del siglo XX la aplicación de la retórica legal oficial que, en la época colonial, como sugiere Roberto

180 González Echevarría, constituyó el modelo de la historiografía y la narrativa.3 Desde que Ricardo toma el asunto de los Ziegele, la trama principal se desarrolla alrededor del litigio y las investigaciones de campo que realiza el abogado en los terrenos de Baviera. De esa manera conoce e investiga a quienes el gobierno socialista ha nombrado como nuevos administradores de la hacienda intervenida. Uno de ellos es propietario de una pequeña finca en la que se almacena café robado de Baviera. Al descubrir el hurto, se obtiene un recurso de amparo que retrasa la expropiación del inmueble y provee el tiempo necesario para probar la nacionalidad guatemalteca de Franz y así recuperar sus propiedades. Entrelazados a los sucesos del juicio se presentan las historias familiares de los personajes, los idilios amorosos del visitante citadino y las residentes de la hacienda, diversos pasajes costumbristas regionales y varias escenas de aventuras relacionadas a viajes de pesca y cacería por los territorios de los Ziegele y los Lizard. En su última estadía en Jinayá, Ricardo pide la mano de Patricia a Claudio. El patriarca Lizard accede y la obra termina con el juramento de volver que Ricardo hace a su prometida. Con la promesa de unión entre esos dos tipos diferentes de mestizos, sugiero que en Jinayá se propone la integración de los diferentes grupos familiares que componían la sociedad guatemalteca de esa época. Para explicarlo, presento en primer lugar un esbozo histórico de las relaciones productivas y afectivas que se dieron entre alemanes y q’eqchi’es en el altiplano central guatemalteco. A continuación me concentro en la trama principal sobre el maltrato que el Estado dio a los alemanes y a sus herederos durante y después de la Segunda Guerra Mundial, estableciendo el enlace entre el relato de Rodríguez Macal y esa parte omitida de la historia nacional. Esa revelación iguala las acciones del ubiquismo con

3

Véase Myth and Archive: A Theory of Latin American Narrative de González Echevarría, especialmente el capítulo dos, “The Law of the Letter: Garcilaso’s Comentarios.”

181 las del socialismo, razón por la cual la poca crítica desestima la obra y al autor. Luego, utilizando las propuestas de Margarita Saona y Sigmund Freud, analizo la novela como un relato familiar donde el sujeto narrativo, como niño en sus juegos imaginarios, se considera parte de una familia mediante la cual también se imagina la nación. Argumento que Jinayá imagina la región a través de un sistema de familias y plantea los procesos sociales que se dieron en Alta Verapaz como un reflejo de la situación general del país. En última instancia, arguyo que en la novela se promueve una familia nacional que sintetiza las clases sociales y las etnias en esa Guatemala políticamente cambiante de mediados del siglo XX.

Región, café y amor: Productividad y afectividad en Alta Verapaz El narrador capitalino de Jinayá tiene que recurrir a la geografía histórica –estudio de la geografía humana y física del pasado- para relacionarse personal y profesionalmente con el entorno y los habitantes del altiplano central guatemalteco. Se trata de la región de la Alta Verapaz que comparte su frontera norte con el Petén y está entre los departamentos de Quiché e Izabal. En uno de los primeros estudios sobre las relaciones entre alemanes y q’eqchies en el área verapacense, Arden King señala que “in order to understand later Verapaz history, especially Alta Verapaz, one must note the isolated character of the region” (14),4 una peculiaridad fundamental, como veremos más adelante, para la novela. Por su característica de meseta central, la geografía altaverapacense es montañosa, sus tierras son fértiles debido a depósitos de ceniza volcánica y tiene un clima húmedo con altos niveles de precipitación; todas condiciones ideales que aprovecharon los germanos para la producción de café. La hidrografía departamental incluye el río Polochic que drena la cordillera oriental 4

Las investigaciones del libro Coban and the Verapaz. History and Cultural Process in Northern Guatemala (1974) fueron realizadas por King entre 1950 y 1956, años que median entre la redacción y la publicación de Jinayá.

182 hacia el lago de Izabal, conectando por el río Dulce con el puerto de Livingston en el Mar Caribe. La geografía y el clima de este aislado departamento son fundamentales para la historia de las relaciones laborales productivas y los vínculos románticos reproductivos entre dos grupos étnicos de la región: los indígenas q’eqchi’es y los inmigrantes germánicos. La orografía constituye parte esencial de la identidad q’eqchi’ ya que las montañas están ligadas tanto a su imaginario religioso, como a su historia precolombina y colonial. La piedra angular de la identidad tradicional de las comunidades indígenas ha sido su ubicación geográfica, como lo indica el antropólogo Richard Wilson (52). La creencia tradicional de los q’eqchi’es es el culto a los espíritus de las montañas que ellos llaman tzuultaq’a. Estas deidades, según las describe Wilson, son una representación colectiva, una imagen central de la comunidad, y en el pensamiento q’eqchi’ constituyen una serie de dualidades como, por ejemplo, cerro/valle, masculino/ femenino, espíritu/materia y singular/múltiple (53). Los individuos y las comunidades q’eqchi’es sostienen una relación íntima con los cerros a los cuales consideran preservadores de su etnia y dueños del mundo, les brindan ofrendas para pedirles protección y permiso para realizar cualquier actividad relacionada con la tierra, como por ejemplo siembra y cosecha de cultivos, cacería de animales, tala de árboles y recolección de piedras (Estrada Ochoa 104). Las montañas de la Alta Verapaz vendrían siendo para la identidad q’eqchi’ tanto su fuente de espiritualidad como un refugio material donde resguardar su cultura. Desde antes de la llegada de los españoles, los habitantes de la región no se involucraban con otras etnias aledañas o foráneas y evitaban el contacto yendo hacia las cumbres de las serranías altaverapacenses y escondiéndose en ellas para defender su identidad cultural. El aislamiento en los cerros los forzaba a llevar una vida independiente,

183 sobreviviendo de la caza y la agricultura, especialmente del cultivo del maíz, gracias a la fertilidad de los suelos en la mayoría del territorio. Con el tiempo, esa reclusión los volvió reacios a mezclarse con otras culturas. King reporta que hay evidencia a este respecto desde el 700 A.D. cuando la población abandona sus asentamientos y huye hacia las alturas debido a la presencia de pipiles nicaraos provenientes de Teotihuacán (hoy México) (14). Además, el pueblo q’eqchi’ defendió con tenacidad su territorio que llegó a conocerse como Tezulutlán o “tierra de guerra” (Wilson 160). Durante la colonia, este grupo maya fue uno de los pocos pueblos indígenas en América Latina que derrotaron repetidamente a los españoles. El difícil acceso a la región y férrea defensa de la autonomía q’eqchi’ fueron las mayores razones por las que los conquistadores tuvieron serias dificultades para someter este territorio mediante las prácticas de la invasión militar que habían utilizado en el centro y sur de lo que hoy es Guatemala. La verdadera conquista de esta región no requirió de intervenciones violentas, por lo que se le puso el nombre de Verapaz. Mediante un acuerdo con el representante de la Corona Española para cristianizar las regiones al norte de la ciudad de Santiago de Guatemala, Bartolomé de las Casas, el conocido defensor de la evangelización pacífica de los indígenas, estableció la primera reducción en la Verapaz a finales de 1537. Sin embargo, la intervención de las Casas no fomentó la integración de los indígenas a la vida española, sino que más bien los mantuvo aislados. “By early 17th century the Dominicans had made the Alta Verapaz area economically independent,” afirma King, “Indians were skilled at very many crafts that little was traded from outside of the area” (24). Los q’eqchi’es continuarían su aislamiento en un estado de autarquía a lo largo de la colonia, incluso durante las primeras décadas del periodo independiente. Los criollos y los ladinos, que para el siglo XIX habían

184 colonizado otras regiones del país, encontraron el territorio altaverapacense demasiado aislado y escarpado para el desarrollo agrícola (27). Mientras tanto, los indígenas vivían de la cacería, practicaban la agricultura de subsistencia y efectuaban esporádicas transacciones comerciales con otras etnias. Cuando se inició el desarrollo de la producción de café en la década de 1840, algunos q’eqchi’es también lo cultivaron en sus tierras comunitarias para comercializarlo (Kahn 38). Sin embargo, la mayoría de ellos no estaban acostumbrados al sistema de trabajo forzoso en plantaciones cafetaleras ajenas que les trataba de imponer el gobierno conservador nacional. Hubo varias revueltas indígenas que aplacó el ejército de los conservadores y, al fallar cada sublevación, los indígenas se ocultaban nuevamente en los cerros como lo habían hecho por siglos (Wilson 162-163). No fue sino hasta el último cuarto del siglo XIX que la etnia q’eqchi’ salió de su reclusión serrana cuando empezó a correr peligro su supervivencia alimenticia y autonomía mercantil. Esa independencia que caracterizó tanto a los q’eqchi’es se truncó debido a las políticas económicas nacionales y a catástrofes naturales. El gobierno conservador despojó la mayoría de tierras comunales indígenas, acción que continuarían los liberales además de pasar la ley de habilitación mediante la cual todo ciudadano debía prestar su fuerza laboral para la nación en trabajos relacionados a la economía y la infraestructura del país (Kahn 39), léase agricultura cafetera alemana y construcción de caminos estatales. A finales del siglo XIX, la economía de la etnia q’eqchi’, que dependía de la acumulación de plata a manera de ahorros, se vio afectada cuando Guatemala empezó a basar su unidad monetaria en el patrón oro y se introdujo el papel moneda (31). Los últimos q’eqchi’es independientes perdieron sus cosechas de subsistencia debido a una serie de heladas que afectaron el altiplano altaverapacense y, para empeorar la situación, la erupción de un volcán al suroeste nacional

185 que cubrió con ceniza una gran parte del país. La fuente de su sobrevivencia terminaría siendo la aceptación de trabajo forzoso semiasalariado, del cual en otros tiempos huían hacia las sierras para no caer bajo el dominio de gobernantes y extranjeros. Los q’eqchi’es se integraron a la fuerza laboral como peones en fincas agrícolas, incluyendo las plantaciones cafetaleras de los alemanes en la Alta Verapaz. Los germanos se interesaron en emigrar a los países de América Latina desde mediados del siglo XIX. Hacia las décadas de 1880 y 1890, el gobierno liberal guatemalteco abrió las fronteras a inmigrantes europeos, hizo concesiones arancelarias para la fácil circulación de capital, bienes y servicios, y ofreció tierras baratas que incluían recursos humanos. Regina Wagner explica que la “disponibilidad y facilidad de adquirir tierras para iniciar plantaciones de café fueron uno de los mayores incentivos para la inmigración alemana a la Alta Verapaz” y que la “población indígena residente… constituía un elemento valioso en la provisión de mano de obra, sin la cual la empresa no prometía éxito alguno” (Los alemanes 181). Sin embargo, todas esas facilidades no eran suficientes para lograr el bienestar, pues en las montañas altaverapacenses “las tierras ganadas a la jungla y puestas bajo cultivo significaban, además del trabajo, la inversión y los gastos de operaciones, esperar seis años hasta poder obtener un excedente de la producción del café” (183). Los alemanes que se aventuraron en este territorio tuvieron que hacer producir la tierra con ahínco y perseverancia trabajando a la par de los moradores indígenas. Es irrefutable que, como lo demuestran los registros y estudios históricos, en la región de la Alta Verapaz, “[d]urante las dictaduras de las primeras décadas de este siglo [XX] hasta 1944, los kekchíes fueron obligados a trabajar para los latifundios y fincas estatales” (Pedroni 15); un trabajo impuesto al indígena que ya ocurría desde mediados del

186 siglo anterior en beneficio de los mayores terratenientes del país: el Estado y los extranjeros, incluyendo a los primeros alemanes. Por otra parte, también es cierto que hubo finqueros germanos que, además de destacarse en la producción de café de alta calidad, también se distinguieron por enseñarles las labores de producción, tener una buena relación y tratar bien a sus trabajadores colonos, la mayoría de ellos indígenas de la etnia q’eqchi’.5 Los alemanes en Alta Verapaz dependieron de sus connacionales que llegaron después tanto como de los q’eqchi’es con quienes inicialmente comerciaban y luego trabajarían para desarrollar las plantaciones de café. King reporta que “early Germans depended heavily on the Indian trade, importing cotton cloth, machetes, other hardware, jewelry, and huipil and skirt cloth… skilled workers and technicians were imported from Germany” (93). Luego el indígena regional proveería la mano de obra tan necesaria en la producción cafetalera. Con respecto al q’eqchi’ como trabajador, Wagner cita un artículo periodístico de Julio Rossignon, empresario belga radicado en la región desde mediados del 5

Son numerosas las contribuciones de los alemanes en la Alta Verapaz al proceso total de la producción del café. Primero están los pioneros que lucharon para expandir la frontera colonizadora en la aislada y agreste geografía de la región. Les sucedieron muchos, en general familiares y amigos de los primeros, que se preocuparon por encontrar las condiciones óptimas para el cultivo de los cafetos (selección de semilla, viveros, siembra, manejo de plantíos y cosecha). Otros se dedicaron a la fabricación, mantenimiento e invención de maquinaria para facilitar el procesamiento del fruto (beneficio húmedo y seco del café cereza, obtención de los granos en pergamino y oro). También vinieron expertos en varias ramas, como por ejemplo botanistas y comerciantes especializados en importaciones y exportaciones. Asimismo, hubo varios que se preocuparon por el elemento humano mayormente indígena. Entre varios ejemplos destacan dos. El primero es el de los hermanos Richard y Karl Sapper y su primo David Sapper. Richard aprendió el negocio y se dedicó no sólo a supervisar sino también a trabajar en sus plantaciones en todas las etapas de producción del grano; Karl aplicó sus conocimientos científicos para seleccionar los mejores suelos para la siembra; y David estudió el idioma y la forma de vida de los q’eqchi’es para organizar las labores productivas (Wagner, Los alemanes 184-187). También sobresale el caso de Erwin Paul Dieseldorff que se dedicó al cultivo del café en todos sus aspectos, empezó con poco capital, realizó varios trabajos -de peón a administrador- y finalmente adquirió su propia finca donde “vivió solitario por varios años con los indios… llegó a dominar la lengua de los nativos, conoció sus costumbres, religión y folklore” y produjo café mediante un “estilo de administración basado en una planificación sistemática y rigurosa y en una organización eficiente y bien calculada” (191-192). Dieseldorff dejó plasmadas sus experiencias en er a ee aum ra tisc e r a run en er seine e an lun im n r lic en uatemala [El cafeto, experiencia práctica sobre su cultivo en el norte de Guatemala] (1908). Así como los Sapper y Dieseldorf, hubo muchos finqueros germanos dedicados de lleno a sus empresas para producir un buen café en el altiplano central de Guatemala por medio de la aplicación de estudios técnicos agrícolas y el fomento de buenas relaciones con sus trabajadores q’eqchi’es, cuya labor contribuía grandemente al desarrollo exitoso de las fincas cafetaleras altaverapacenses.

187 siglo XIX, en el cual éste escribe que “el indio de Alta Verapaz es sobrio, dócil e inteligente… que no se hurtan ni un solo lazo [y] Su jornal lo reciben al fin de semana. Se les paga con medallones y aceptan gustosos” (El café 61). De acuerdo a ese testimonio de época, se observa una relación entre desiguales en la que la persona en posición de poder describe un intercambio ideal para sí mismo: El indígena es sumiso y paciente y el europeo sabe sacar ventaja de esas características q’eqchi’es. De ahí que se les reconociera su faena de acuerdo a su costumbre: esos medallones muy probablemente eran de plata (Sanz 75-76), metal que en ese entonces los q’eqchi’es guardaban como sistema de ahorro. El nuevo entorno económico y laboral forzó al q’eqchi’ a aprender y utilizar como lingua franca un castellano elemental para comunicarse con comerciantes y finqueros europeos no españoles. Además de los conocimientos técnicos aplicados, algunos alemanes y otros europeos decidieron aprender el idioma y la forma de vivir de los q’eqchi’es para administrar de una mejor manera la fuerza laboral en las plantaciones cafetaleras. “En la región de Alta Verapaz, la mayor parte aprendió la lengua kekchí,” señala Wagner, “para comunicarse bien con los mozos y darles órdenes correctas… pues del buen trato con los trabajadores dependía en mucho el desenvolvimiento y el éxito de la empresa” (El café 117). Debido al deseo de conocer más sobre el indígena, no sorprende que hayan sido alemanes quienes produjeron los estudios más detallados de ese entonces sobre la cultura q’eqchi’; como por ejemplo Die Kekchi Indianer (1890) de Karl Sapper y Kunst und religion der Maya Völker [Arte y religión de los Pueblos Mayas] (1926) de Erwin Paul Dieseldorff. Mediante ese conocimiento cultural, éstos y otros finqueros comprendieron la importancia que tenía para los q’eqchi’es el conservar su lengua y cultura.

188 Con el propósito de integrar a los mozos colonos indígenas a su sistema socioeconómico, esos finqueros germanos les permitieron realizar sus prácticas religiosas y les cedieron terreno para que continuaran sembrando sus milpas y otros cultivos, además de ofrecerles otras prestaciones y beneficios como jornales superiores, adelantos sobre salarios y pago para eximirlos del servicio militar (Wagner, Los alemanes 193-196). A este respecto, Kahn explica que algunos q’eqchi’es todavía recuerdan con respeto a los alemanes como patrones buenos y afectuosos (62). Dado que estos propietarios y administradores hablaban el idioma de esta etnia, los trataban humanamente y les permitían conservar sus tradiciones culturales, sus fincas eran las preferidas de los q’eqchi’es para trabajar. La realidad es que, a diferencia de sus homólogos españoles, criollos y ladinos guatemaltecos, los cafetaleros alemanes y algunos otros europeos estaban más dispuestos a relacionarse con las culturas indígenas. En la Alta Verapaz se dieron todos los factores necesarios para la fusión entre las etnias q’eqchi’ y germanas: El aislamiento de unos y la disposición de aislarse de los otros, el deseo de superación de los finqueros y la necesidad de sobrevivir de los indígenas, y la buena voluntad de ambos para mezclarse entre sí en todos los aspectos de la vida. Los inmigrantes alemanes “[d]ecían que había que conocer primero al indígena guatemalteco,” explica Wagner, “escuchar sus quejas y deseos, ya que como cualquier ser humano quería ser tratado como persona” (El café 157-158). Con el tiempo, esta compenetración intensa entre ambos grupos llegaría a producir uniones heterosexuales entre alemanes y q’eqchi’es basadas en la reciprocidad romántica, muy diferente a las ocurridas forzosa y violentamente por parte de extranjeros y ladinos sobre las indígenas en el resto del país.

189 Esas relaciones entre hombres germanos y mujeres indígenas en el altiplano verapacense también surgieron a partir de circunstancias significativas que convergieron en la región. Por una parte, según King, la mujer q’eqchi’ era muy diferente a la de otros pueblos mayas dada su independencia y libertad de escoger compañero (59). Por otra parte, debido a su aislamiento, el finquero extranjero tenía pocas posibilidades de conseguir una pareja de su misma etnicidad; por ejemplo, en el primer cuarto del siglo XX había un total de 122 alemanes en la región y solamente 18 alemanas, que generalmente vivían en algún asentamiento urbano o muy cerca de él (36). Ambos factores coinciden en el hecho de que los finqueros alemanes preferían residir en sus plantaciones, -otra diferencia en relación a los cafetaleros españoles, criollos y ladinos-, brindándoles la oportunidad de cultivar relaciones más permanentes con las indígenas. De ahí que la mayoría de uniones maridables mixtas ocurrieran en el área rural y produjeran una descendencia mestiza que proliferó en las montañas de Alta Verapaz. En el recluido altiplano verapacense, la adaptación de los inmigrantes germanos y sus buenas relaciones con los q’eqchi’es significaron el éxito de sus plantaciones cafetaleras.6 El esfuerzo de los productores alemanes en Guatemala se mantendría constante aun durante la Primera Guerra Mundial (1914-18) y la Gran Depresión de los años treinta. El primer conflicto global significó para los alemanes en Guatemala la dificultad de acceso al comercio 6

Para finales del siglo XIX y principios del siguiente, los empresarios alemanes producían una tercera parte del café del país y dos tercios de la producción total se exportaban a Alemania (Wagner, El café 120). En 1913 en todo el país, 1,657 productores guatemaltecos, en 4,158 caballerías de terreno, produjeron 525,356 quintales de café; un promedio de 317 quintales por productor. En el mismo año, en una extensión de 2,118 caballerías, 170 finqueros alemanes cosecharon 358,353 quintales de café o un promedio de 2,108 quintales por productor (del total nacional, 46,586 quintales (13%) eran de alemanes en Alta Verapaz) (145-146). Fue también en esa época que el café suave guatemalteco alcanzó prestigio internacional y era el más gustado entre los consumidores europeos, especialmente en el mercado alemán que pagaba mejores precios. La comparación cualitativa es por la suavidad de sabor frente a otros cafés de mayor presencia en el mercado internacional pero de gusto más fuerte, como el de Brasil. En Alta Verapaz, el rendimiento productivo de las fincas alemanas llegó a representar el 80% de las exportaciones de la región y al café allí producido se le asignó una clasificación especial de calidad y origen (Wagner, Los alemanes 208; El café 167).

190 europeo, la elaboración de “listas negras” por parte de los británicos y sus aliados, y la intervención de las empresas de propiedad germana, especialmente de aquellas que tuvieran sus sedes comerciales en Alemania (Wagner El café 147). Esto, aparte de la baja en los precios del café, no afectó a los productores residentes en los países de América Latina. Sus altas producciones para la exportación fueron absorbidas por el mercado estadounidense que reemplazó al alemán. La década de 1920 fue favorable para todas las naciones productoras del grano por el alza de su valor por quintal; en la Alta Verapaz aumentó tanto la producción cafetera como la inmigración alemana (King 100). El desplome de los precios del café y la caída de la bolsa de valores en 1929 dieron paso a los efectos negativos de la crisis económica global del siguiente decenio. Durante los años treinta, el comercio cafetero guatemalteco se vio afectado, pero también tuvo alicientes. Por un lado, bajó el precio del café y disminuyeron las importaciones hacia Estados Unidos. Por el otro, dado que el país dependía de este monocultivo, el gobierno dictatorial de Ubico protegió la caficultura nacional a través de medidas extraordinarias en las políticas agrarias, bancarias y crediticias (Grieb 145-146). En ese tiempo también surgió un renovado interés por el café suave de Guatemala en los mercados europeos, incluyendo el grano especial de Alta Verapaz, principalmente entre los consumidores germanos. Por la misma época, en Alemania llegaba al poder Adolf Hitler con una política nacionalsocialista de protección a su comercio internacional. Guatemala, como tercer país importador hacia Alemania y 45.3% de importaciones de café, sintió el peso de la estrategia económica hitleriana y los caficultores redujeron sus envíos hacia puertos alemanes (Wagner, El café 169). Cuando empezó la Segunda Guerra Mundial en 1939, se redujeron aun más las exportaciones de café hacia Alemania, aunque Guatemala

191 permaneciera neutra debido en parte a la silenciosa simpatía que sentía el dictador guatemalteco hacia el líder alemán. La entrada de los Estados Unidos en la conflagración hizo que Ubico se alineara con la causa Aliada, declarando la guerra a Alemania en diciembre de 1941. Repitiendo el modelo de los británicos en la primera contienda mundial, el gobierno estadounidense emitió listas negras de ciudadanos alemanes residentes en países de América Latina porque se los consideraba una amenaza nazi en el continente. Ubico intervino todas las operaciones germanas en Guatemala, congeló sus cuentas bancarias, embargó las fincas cafetaleras y procedió inmediatamente a la gradual deportación de alemanes inmigrantes y sus descendientes, incluso aquéllos de familias formadas con ciudadanas guatemaltecas. Estas acciones pusieron fin a más de cien años de presencia alemana en Guatemala y el consiguiente decaimiento de sus plantaciones cafetaleras. Los efectos fueron mayores en las fincas que se encontraban en regiones aisladas como la Alta Verapaz puesto que, como señala Guillermo Pedroni, en este departamento, “con el inicio del período revolucionario en 1944… el Estado se concentró en el desarrollo de colonias agrícolas nacionales y fincas nacionales en concesión de dominio útil” (15). Toda extensión de tierras que estaba en las manos del gobierno pasaría a servir a la causa de la Revolución. Es precisamente dentro de esos contextos históricos, el distante y mucho más el reciente, que el protagonista de Jinayá encuadra su narración y critica la forma en que los gobiernos guatemaltecos, dictatoriales y socialistas, trataron a los descendientes de los alemanes deportados y mujeres q’eqchi’es guatemaltecas. O sea que la novela se desarrolla cuando ya se ha truncado el progreso que llevaron los alemanes a la región verapacense y se han puesto sus operaciones cafetaleras, herencia para sus sucesores, al servicio de la reforma

192 agraria revolucionaria. Debido a esta denuncia poco ortodoxa, la crítica no se ha ocupado de esta obra puesto que se ha enfocado más en la tradición criollista guatemalteca que trata al extranjero, especialmente al alemán, como amenaza a la soberanía nacional.

La denuncia de Jinayá ante la historia en Guatemala La confluencia de indígenas y europeos en el país, especialmente de q’eqchi’es y alemanes en Alta Verapaz, es uno de los temas caros del criollismo guatemalteco. Ya se ha explicado la característica neocolonial que atribuyó la mayoría de escritores criollistas a la presencia alemana en Guatemala. Con el tiempo y la exacerbada propaganda anti-nazi proveniente de los Estados Unidos, el influjo germano en Guatemala y el continente llegó a ser objeto de variadas discusiones en medios académicos e intelectuales. Desde antes del segundo conflicto global, empezaron a proliferar las opiniones sobre la influencia nazi en Guatemala debido al alto número de alemanes, sus abrumadoras inversiones y posesiones, con las que prácticamente dominaban la economía y la vida del país, y la producción y comercio del café de sus fincas que les permitía controlar una buena parte de las exportaciones guatemaltecas (véase, por ejemplo, Inman 183-184; Rippy 217; Britnell 469; Pearson 12; King 33; Smith 206). La crítica literaria, de conformidad con el debate generalizado sobre el peligro germano en el ámbito continental, exaltó las obras que denunciaban la actitud neocolonial alemana y se distanciaron de cualquier expresión de vindicación de la etnia germánica, como sucede con Jinayá. Sólo hacia finales del siglo XX y principios del XXI se empezaría a reivindicar la participación del alemán en la vida económica de los países latinoamericanos. En Nazis and Good Neighbors: The United States Campaign against the Germans of Latin America in

193 World War II (2003), Max Paul Friedman argumenta que Washington temía tanto la invasión militar de Alemania como su ofensiva económica en el continente, y convirtió en chivo expiatorio a los alemanes residentes en América Latina que habían alcanzado una posición financiera significativa. En el caso guatemalteco, Regina Wagner relata la larga historia de la presencia de Los alemanes en Guatemala, 1828-1944 (1991) y pone de relieve su participación en la economía del país en La historia del café de Guatemala (2001).7 En ambos libros, Wagner expone, por una parte, que las operaciones alemanas proliferaron y que sus dueños llegaron a controlar ciertos sectores socioeconómicos nacionales, así como también pone de manifiesto la existencia de un grupo alemán pro nazi que se hizo visible en la década de los años treinta. Por otra parte, como lo hace Friedman, Wagner también deja claro en sus libros el hecho de que hubo alemanes cuya único vínculo con Alemania era su ancestral nacionalidad de origen y su arraigo en Guatemala se debía a su prolongada residencia y al hecho de tener familia en este país. Como se demostrará, Jinayá reivindica precisamente a estos germanos. Las comunidades nacionales que organizaron tales inmigrantes fueron diezmadas por los embargos y exilios impuestos por la dictadura ubiquista a instancias del gobierno estadounidense. Los gobiernos socialistas concluirían las prácticas de expropiación de los bienes que deberían haber heredado los descendientes guatemaltecos de los germanos. La obra detalla la influencia que tuvieron los alemanes en el territorio altaverapacense y sus logros modernizadores en la región. 7

En 1996, el historiador guatemalteco Julio Castellanos Cambranes publicó ¿Pioneros alemanes? ¿Civilizadores? Consideraciones sobre los neocolonialistas alemanes en Guatemala, 1828-1996, como parte de la serie de cuadernillos titulada Documentos para la historia de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Es una reseña crítica de ese primer libro de Wagner. Al inicio se consideró incluirlo en este estudio, pero luego se estimó de poca seriedad por los constantes ataques personales a la Dra. Wagner, el abuso de expresiones sarcásticas en cuanto a su libro y la falta de pruebas científicas a la mayor parte de sus refutaciones sobre los enunciados de la autora.

194 En las primeras páginas de la novela se hace alusión a una modernidad cuyo avance ha sido detenido. Al igual que otras obras que utilizan la imagen del ferrocarril como símbolo de progreso, el narrador de Jinayá describe la forma en la que el ser humano de otra época había ganado terreno a la naturaleza verapacense: “El pito estridente de la locomotora taladró la quietud augusta de la cañada del río Polochic… El trencito corría por el declive pronunciado… emborronando la nitidez del cielo mañanero con la humareda de leña… transportando su esmirriada carga… como único saldo de la prosperidad de otros tiempos” (1). Ese desarrollo no es producto de los tiempos de la colonia, como sucedió en la Capital y otras ciudades, ni mucho menos es legado del criollo decimonónico (el que critica Rodríguez Macal en Carazamba) que se limitó a vivir en las urbes. Tampoco proviene del típico ciudadano nacional ladino que prefería las regiones más accesibles como las del oriente o la costa sur. El texto indica que esa bonanza de antaño proviene de los “[v]isionarios alemanes que en tiempos anteriores se volcaron sobre la opulencia de la Verapaz con la certidumbre de que aquellas tierras les brindarían generosamente sus maravillosos dones” (1). La novela empieza recalcando la participación de los alemanes en la colonización de una región aislada. Base del éxito de las empresas alemanas en Alta Verapaz fue la modernización del sistema de transporte en una región de grandes accidentes geográficos. Sin ese desarrollo, el café del área –y otros productos-, a pesar de su alta calidad, no habría alcanzado reputación internacional. El narrador acentúa este hecho al iniciar la novela indicando que los rubios germanos concibieron aquella pequeña vía férrea para abrir las puertas de las abruptas serranías de Alta Verapaz a la libertad del mar... Y así, seguros del destino, construyeron aquel ferrocarril, siguiendo paso a paso el

195 curso del Polochic, observando su crecimiento con ávidos ojos, esperando el momento en que aquel bullanguero arroyuelo se convirtiera, en el andar de los cerros y cañadas, en un membrudo caudal capaz de arrastrarles su carga, sobre cristalinas espaldas, hasta la anchurosa puerta del mar. (1-2) En efecto, dado que el transporte de mercadería en la región era mular y tomaba demasiado tiempo, los mismos productores alemanes organizaron dos consorcios dedicados a la construcción de un sistema de transportación terrestre y su conexión con el fluvial durante la última década del siglo XIX (Wagner, Historia del café, 123-124). Tanto el ferrocarril como los buques a vapor en el río Polochic tuvieron gran relevancia para trasladar en ambas direcciones productos e insumos agrarios y personas de los puertos del mar Caribe hacia las sierras altaverapacenses. Las montañas de la Alta Verapaz, sitio de reclusión del q’eqchi’ y obstáculo para la conquista española, serían dominadas por los colonizadores germánicos. De ahí que la naturaleza que presenta Jinayá sea solamente el fondo sobre el cual se cuenta la historia de las relaciones entre q’eqchi’es y europeos de origen germano. El entorno “no deviene ni tema central ni personaje fundamental,” como indica Albizúrez Palma, sino que “[p]ermanece, más bien, en la función de marco para la acción” (Reflexiones críticas, xiii). En este sentido, Menton señala que “[e]l paisaje es bello sin constituir un peligro para el hombre que ya ha domado la naturaleza, sembrando café, cazando y pescando” (336). Estas representaciones del mundo natural muestran la tendencia de Rodríguez Macal a dialogar con otras obras criollistas. Las descripciones de la colonizada área verapacense se asemejan a las que hace el argentino Güiraldes en Don Segundo Sombra, donde aparece la naturaleza tranquila de la pampa argentina que ya ha dominado el gaucho. En el marco guatemalteco, la calma de la meseta central verapacense

196 la describe por primera vez Santa Cruz en Cuando cae la noche, poniendo de relieve los problemas financieros del caficultor ladino y el fracaso de su dominio sobre la tierra. En la obra aquí analizada no deja de ser importante el ambiente natural, pero éste pasa a segundo plano puesto que el énfasis es sobre el tema de las propiedades alemanas confiscadas durante la Segunda Guerra Mundial y la devolución de las mismas a sus legítimos herederos, cuya nacionalidad está en entredicho. Los juicios de la parca crítica tradicional en torno a Jinayá parecen haber obedecido tanto al sentimiento de solidaridad para con la causa socialista en el continente, como a la corriente anti-alemana que se diseminó desde el final de la guerra hasta la década de los años noventa. Tal como lo habían hecho los escritores criollistas con la imagen del alemán en la literatura durante las administraciones de Arévalo y Árbenz, los críticos literarios posteriores hacen del sentimiento negativo contra los germanos una razón para justificar la total expropiación de sus fincas en pro de la causa revolucionaria de la reforma agraria. Sólo el planteamiento de un cuadro socio-histórico permitirá esclarecer el afán de denuncia de Jinayá ante la historia del tratamiento de las comunidades alemanas por parte de los gobiernos dictatoriales y socialistas. El germano que aparece en la novela, por su relación con una indígena q’eqchi’ y su enraizamiento en la región, difiere grandemente de los que se representan en otras obras criollistas guatemaltecas. A este respecto, Ciruti señala que “[t]he author’s attitude toward Germans is interesting for its contrast to the position the foreigner has previously held in the Guatemalan novel” (99), como otros extranjeros en la novela continental. Por ejemplo, Güiraldes en Don Segundo Sombra hace una crítica social mediante el contraste entre el ente nacional cuyas condiciones de vida son malas y los ingleses que están bien alimentados y

197 limpios, son comerciantes y dueños de haciendas a quienes los gauchos tienen que agraciar para conseguir trabajo (44, 63, 165, 182, 184). De los alemanes en la obra de Rodríguez Macal, Menton comenta que se parecen poco a los representados en las novelas de Herrera y Monteforte Toledo (339). En efecto, como se ha visto en el capítulo dos, los escritores simpatizantes del socialismo han representado un tipo de alemán fascista y explotador tanto de la tierra como de las etnias nacionales. Ya antes de las administraciones socialistas, Santa Cruz representaba en Cuando cae la noche a ese alemán estereotipado de “ciudad militar… [con] esa corrección marcial de su raza… [y] con la misma tenacidad que su nación ha puesto en la conquista del mundo… y su espíritu de teutón conquistador” y se generalizaba el que los alemanes anduvieran “medrando, enriqueciéndose validos de la indolencia aldeana… [y] exprimiendo vitales jugos que nutrían su insaciada ambición de raza absorbente y dominadora” (102, 116). En Jinayá, al mismo tiempo que se alude a los alemanes abusadores y a los que más tarde estarían a favor de Hitler en la guerra, se pone de relieve el inmigrante alemán de larga residencia en el país que ya no tiene lazos con Alemania más que los comerciales y mucho menos con la Alemania nazi de los años treinta. Tres son las opiniones que se dan a lo largo de la novela acerca de los alemanes expulsados en general y sobre el caso Ziegele en particular. Esos juicios representan tres voces nacionales que se pronuncian con respecto a los acontecimientos históricos y políticos de la nación: la voz del belga Claudio Lizard como residente extranjero originario de un país aliado durante la guerra, la de Patricia como ciudadana mestiza regional y la de Ricardo como ciudadano ladino capitalino. La obra escenifica una amplia heterofonía para dar un equilibrio de perspectivas sobre la situación de los alemanes en Guatemala. Para el narrador,

198 el tema en el ámbito regional le resulta curioso por ser “de gran actualidad y que se debatía a la sazón en [la Ciudad de] Guatemala con enconado apasionamiento, unos en apoyo de la ley que el Congreso pronto emitiría, nacionalizando en definitiva estas propiedades y otras defendiendo la causa de los alemanes” (Rodríguez Macal, Jinayá 37). Al mismo tiempo, indica que le interesa “la opinión de los señores de Jinayá… sobre el problema de las tierras alemanas” (38). A partir de la heterofonía adoptada, se ponen en diálogo perspectivas sobre las políticas gubernamentales. Patricia está de acuerdo en que “[se ha] hecho bien en intervenir las fincas alemanas” puesto que había “algunos que se lo han merecido y hasta merecían que se les hubiera hecho más” (35). Desde esa perspectiva regional, sí había germanos –algunos, no todos- cuyo comportamiento en beneficio de la nación era cuestionable. A este respecto, don Claudio, como homólogo y contemporáneo de los expulsados, es más claro al indicar que “hubo muchos alemanes extorsionistas y casas alemanas explotadoras… en su mayoría comerciantes en café y no sus sembradores y cultivadores” (40). El extranjero se pronuncia entonces a favor del alemán apegado a la tierra y en contra del comerciante especulador. Asimismo se habla del germano nazi. En una conversación con Patricia, Ricardo sugiere, según la creencia urbana, que Kurt y Franz, como otros alemanes, eran “germanófilos cien por ciento y adoradores de Hitler… ¿No es así?” (31). Ella le responde que los susodichos “se sentían tan guatemaltecos como usted o como yo” (31), y más tarde se explaya en el asunto de la influencia nazi en Guatemala: … alemanes hubo que se volvían locos de entusiasmo con cada revés de los aliados en Europa o en el Pacífico y las cosas que decían que iban a hacer en Guatemala y con los guatemaltecos cuando triunfara Hitler… los que más

199 propaganda hicieron en favor de Alemania eran venidos de la capital, agentes de grandes casas cafetaleras y hasta algunos que ni siquiera hablaban español, como si hubieran llegado recientemente sólo para hacer propaganda. (35) La novela presenta así esos dos tipos indeseables de alemanes que había en Guatemala antes de la Segunda Guerra Mundial: el usurero y el nazi.8 La diferencia entre los tipos de germanos la recalca Patricia al referir que, “Así como había esa clase de alemanes, también había otra, como la familia de Franz, y que probablemente era la más numerosa, que no querían sino la tranquilidad del país y el bienestar de sus hijos, nacidos ya en Guatemala, de madre criolla o india pura y que son los que hicieron la verdadera grandeza de las Verapaces” (Rodríguez Macal 35). Por otro lado, el extranjero dueño de Jinayá presenta la larga historia que comparte con su viejo amigo Kurt Ziegele y otros germanos en el contexto regional de la Alta Verapaz: … la situación de estas tierras lejanas, que estarían aún en el más completo abandono, a pesar de su feracidad, si no hubiera sido por ese enjambre de locos o ilusos… que, como yo, nos venimos a enterrar de por vida en estas soledades y que luchando, luchando incansablemente contra la más completa adversidad y la más completa indiferencia de las autoridades y del país en general, culturizamos hasta donde hoy se encuentran estas regiones, abriendo 8

Las antiguas y recientes investigaciones históricas ayudan a dilucidar esa variedad de germanos en territorio guatemalteco. Wagner presenta, por ejemplo, el caso del alemán Ferdinand von Weyhe que se rehusó a aprender el idioma de los peones colonos q’eqchi’es, no se relacionaba directamente con ellos y los maltrataba de tal forma que los hacía huir de su finca hacia territorios selváticos (Los alemanes 185-186). Así también, King habla sobre “The rise of the Nazi Germans” que reorientaron la vida social alemana en Guatemala y se dedicaron a incrementar “political action and the promulgation of German nationalism” (222). Friedman corrobora esa presencia del germano nazi mediante la historia de Otto Retting Bohnenberger que “joined the Party in 1937, used his position… to push for thorough nazification of the curriculum [of the German school in Guatemala]… [and later] responded from [his] distant residence in Latin America to the Nazis’ call for transnational allegiance to the Fatherland” (192). Wagner, por otra parte, también hace ver que “[l]a mayoría de los alemanes residentes en Guatemala, de cierta edad - que llamaremos aquí los antiguos - sólo conocían la Alemania de la preguerra,” es decir la anterior a la Primera Guerra Mundial, “razón por la cual tenían una actitud diferente hacia el nacionalsocialismo que surgió en la postguerra” (Los alemanes 350).

200 caminos, haciendo ciudades, ferrocarriles y carreteras y amansando al quecchí, el indio de más personalidad y el más bravío de Guatemala!… Y así como yo eran ellos, los finqueros alemanes, y sus hijos como los míos… que han nacido y han crecido al amparo de estas montañas y cuyo idioma materno y natural ha sido antes que ninguno, antes que el castellano mismo, el quecchí… Y la única diferencia que hay entre mi caso personal y de mis hijos y el de la familia Ziegele, o de tantos otros como ellos, es que eran alemanes de ascendencia, que era Alemania la que estaba en guerra con las potencias occidentales y no Bélgica y que, finalmente, Alemania había sido derrotada… (39-40) Las palabras de Lizard reflejan el caso particular de los inmigrantes emprendedores avalados por las políticas liberales de finales del siglo XIX y principios del XX. Si bien es una opinión desde una perspectiva colonialista y eurocéntrica, comparada a la de los gobiernos de la época, el juicio del residente belga también busca justificar la laboriosidad y larga residencia de sus homólogos alemanes, así como la aceptación de la lengua de los ‘culturizados’ indígenas. Incluso desde la voz del actante oponente se revela el tipo de alemán que componía la mayoría de inmigrantes germanos en Alta Verapaz. Uno de los nuevos administradores socialistas de la finca intervenida culpa a los antiguos dueños alemanes por la magra producción cafetera en la finca. Dice que el bajo rendimiento de café se debe a que los colonos indígenas q’eqchi’es “tienen demasiada tierra [y] cada uno es un finquero en pequeño… todos tienen sus cuerdecitas de café, sus cuerdecitas de caña y su trapichito de mano… [l]os alemanes brutos, dueños de todo esto, los acostumbraron así y hay que

201 aguantarlos” (117, mi énfasis). Jinayá es pues sobre ese “alemán antiguo”; se trata de aquellos europeos que, instigados por los gobiernos nacionales, vinieron a colonizar las montañas verapacenses y, a pesar de las plenas contradicciones, tuvieron un involucramiento progresivo con la cultura indígena, mucho mejor que el que ofrecían las comunidades criollas y ladinas. Desafortunadamente, para la gran mayoría de los ciudadanos y en definitiva para los gobiernos del país, como en la mayoría del continente, alemán y nazi invasor fueron sinónimos durante y después de la Segunda Guerra Mundial.9 Tal comparación era suficiente para que tomaran medidas drásticas en contra de todos los alemanes, sus descendientes y sus propiedades. Las opiniones de los personajes difieren sobre las acciones gubernamentales con respecto al acervo material de los germanos. La mestiza regional piensa que los nuevos gobernantes “no quieren que las cosas queden como en la pasada guerra y desean que ahora sí se beneficie Guatemala con los bienes del enemigo” (34). Para el narrador ladino, las expulsiones y expropiaciones están encaminadas a “que el país se beneficie en algo positivo y de que las penalidades y zozobras de la guerra no hayan sido en balde” (43). Las jóvenes voces mestizas, en especial la citadina, parecieran tratar de justificar las acciones del nuevo Estado socialista, como lo habían hecho en sus obras los escritores criollistas guatemaltecos. Por otra parte, Claudio Lizard expresa que la indemnización de guerra que se tomó de los alemanes, en especial de los antiguos, no fue justa: “no creo que las pérdidas de guerra de aquí asciendan siquiera al valor de una sola de las fincas confiscadas, si tomamos en cuenta los beneficios que el conflicto le aportó a [la] economía [nacional] en general… [pues 9

Incluso mucho después, baste el ejemplo de Castellanos Cambranes que en 1996 afirmaba, sin proveer pruebas, que “a mediados de la década de 1930 todos los alemanes que vivían en Guatemala eran nazis, incluyendo a los descendientes de los primeros inmigrantes y a judíos alemanes” (20, mi énfasis).

202 nada se puede decir de] las pérdidas de los súbditos guatemaltecos achacables a los alemanes y de los gastos de movilización de tropas y pérdida de vidas guatemaltecas” (39). La voz del extranjero belga residente está en sintonía con las revelaciones históricas recientes sobre la injusticia cometida contra los alemanes al expropiarlos de sus bienes materiales. “A veteran of the German coffee business in Guatemala observed,” según la investigación de Friedman, “that the value of the confiscated Axis property and assets ‘ought to be higher than Guatemala’s national debt’” (186). Que se puedan comprobar o no dichos testimonios -del personaje belga de Jinayá o del informante de Friedman- con respecto al valor relativo de las fincas confiscadas, no deja de desmentir el hecho de que el Estado guatemalteco, que se encontraba en el proceso de cambiar la agenda política liberal por la socialista, se apropió de un botín proveniente de una guerra en la que verdaderamente no había participado. El embargo de los bienes materiales de los germanos y su gradual deportación hacia su tierra natal fueron una injusticia que significó incalculables pérdidas económicas.10 La actitud del Estado guatemalteco pondría fin a una era que había favorecido el progreso del país anfitrión y de los germanos que habían inmigrado a finales del siglo XIX y principios del XX. Pero, si la expropiación y expatriación fueron injustas para los alemanes antiguos, sería peor el desafuero social que el gobierno perpetraría contra sus descendientes, que también fueron condenados al destierro. Estos herederos alemanes eran personas nacidas en el país y muchas de ellas de mestizaje q’eqchi’-europeo. Ya no se trataba del antiguo alemán que no tenía conexión con Alemania ni con los nazis, sino de sus hijos de irrefutable

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Wagner dice que toda disposición estatal derivada de la Segunda Guerra Mundial en detrimento de los alemanes “concluyó una etapa importante de su existencia en Guatemala, dedicada al trabajo, la inversión y producción de café, en un país que les había dado acogida, un excelente clima y oportunidades para desarrollar sus actividades” (Los alemanes 383).

203 nacionalidad guatemalteca, en cuyo caso no fueron deportados sino expatriados.11 En el mundo narrativo de Jinayá, Franz Ziegele envía a Lizard desde Alemania una carta en la que revela el trato que recibieron los desterrados: se encuentra solo y abandonado… que las tropas de ocupación no lo molestan… pues desde su llegada a Alemania, cuando fue hechado [sic.] de Guatemala, se le miró con recelo por su renuencia al régimen Nazi, hasta el punto de que los últimos meses de guerra los pasó en un campo de concentración. Que no lo consideraron nunca como a un alemán verdadero, ya que él jamás quiso negar el origen americano suyo y de su madre. (Rodríguez Macal 63) El caso del mestizo de padres q’eqchi’ y alemán de la novela de Rodríguez Macal constituye un planteo sobre lo acontecido a aquellos descendientes de alemanes expatriados al desconocido país de origen del padre.12 Las voces de Jinayá se pronuncian sobre la injusticia de esas expatriaciones. Patricia reconoce que “la medida contra ellos fue tomada en una forma muy injusta, pues sin

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Friedman presenta los casos históricos de Helmuth Sapper y los hermanos Karl y Kurt Nottebohm que, a pesar de haber nacido en Guatemala y sin evidencia de pertenecer al partido nazi, sufrieron expatriación ilegal hacia campos de internamiento en Estados Unidos (167). El Estado nacional seguiría la fórmula de poner a todos los alemanes bajo una misma etiqueta sin miramientos sobre el lugar de nacimiento de los desterrados. Casos similares contrastan con el más conocido Caso Nottebohm que se decidió en la Corte Internacional de la Haya en 1955. En resumen, el Principado de Liechtenstein quiso forzar, sin éxito, al Estado guatemalteco a reconocer la ciudadanía liechtensteiniana que el alemán Friedrich Nottebohm había adquirido después de empezada la Segunda Guerra Mundial. Friedrich había residido cerca de 40 años en Guatemala donde alcanzó una gran influencia en la economía y el comercio. A pesar de su larga residencia y éxito, nunca se naturalizó y el gobierno lo declaró ciudadano alemán para efectos de intervención de sus bienes durante y después de la guerra. 12 Más funestos fueron casos como el de Gerardo Arturo Bohnenberger, guatemalteco de ascendencia alemana sin relación alguna con las acciones pro nazi de su padre. Durante la guerra, Gerardo fue enviado primero al Campo Kennedy en Texas y luego a Cöppingen en Alemania, el pueblo de origen de su progenitor. Gerardo, en una entrevista con Friedman, recuerda que “‘Life there was horrible for a Guatemalan… One remains a stranger. They treat you like this,’ he says today, pushing out his palms to indicate standoffishness. ‘I could never warm up to anyone in Germany, never… I was there for twelve years and they never accepted me’” (193).

204 salvedad alguna, les dieron a todos por parejo,” pero que para muchos como Franz Guatemala era “la única patria en que creía y la única que conocía como suya” (31, 35). La ciudadana regional simpatiza con los desterrados, muy probablemente porque su mestizaje es similar al de los descendientes de germanos. Para el ladino Ricardo, “sí se hizo justicia al expulsar a muchos alemanes… [pues] no es fácil juzgar cada caso en particular, y, menos aún, legislar para cada uno de ellos” (43). La generalización había sido, en la opinión del abogado citadino, la forma más adecuada y factible de aplicar la ley, aunque sólo fue justa para muchos, no para todos. Es el extranjero Lizard el que, en una conversación con el narrador, expresa la verdadera iniquidad respecto a los casos similares al de su amigo Ziegele: “me da tristeza el comprobar la ingratitud humana, pues ya se dará usted cuenta…, y con usted el resto de los guatemaltecos, del error que han cometido en muchos de los alemanes, que, por descender de alemanes… tuvieron que pagar la culpa de una patria que a muchos de ellos ya ni les pertenecía, ni la tomaban en cuenta como tal” (40). El sentimiento de Lizard, la simpatía de Patricia y la generalización del narrador explican la injusticia que cometió el Estado contra los hijos de los alemanes, especialmente los de las Verapaces, porque los expatrió a todos con base en una ciudadanía alemana adscrita en teoría, mas no en la práctica. La negación de este estatus conllevó a que el Estado también les negara el derecho a su herencia material de muebles e inmuebles que incluía a las grandes haciendas cafetaleras fundadas por sus progenitores. La crítica literaria así pareciera reconocerlo pues afirma que Jinayá trata sobre la recuperación de una finca intervenida durante la Segunda Guerra Mundial para su dueño “alemán” (Ciruti 98; Albizúrez XI; Cifuentes 244; Menton 339). Los juicios de la crítica crean la ilusión de que la obra defiende el deseo expansionista nazi y,

205 consecuentemente, la presencia neocolonial alemana en suelo patrio. Solamente los críticos extranjeros hacen referencia al lugar de nacimiento del heredero de la finca Baviera. Ciruti señala en el argumento del abogado narrador que “the German involved is a native-born Guatemalan, [and] the government’s action was unjust” (98), mientras que Menton indica que el “alemán Franz Ziegele… nacido en Guatemala, fue expulsado del país cuando estalló la Segunda Guerra Mundial” (339); es decir que reconocen, a diferencia de los críticos guatemaltecos, que este “alemán” es oriundo del país centroamericano. El gentilicio que se aplica a Franz y su verdadero lugar de nacimiento producen el error generalizado de confundir los conceptos de nacionalidad y ciudadanía. Entre los dos términos, debido a las diversas maneras en las que se adquiere, el más complejo vendría siendo el de nacionalidad, mientras que de ésta se deriva la ciudadanía. La nacionalidad se entiende como “los vínculos que caracterizan [a aquellos] que están ligados a determinada tierra, tradiciones, costumbres, religión, lengua, etc., según el pensar tradicional” y se obtiene por tres razones derivadas del Derecho romano (Ortiz 86). El jus sanguinis con el cual los individuos adquieren la nacionalidad por el vínculo sanguíneo con los padres y, si éstos fueren de diferente origen, obtendrán la del padre (86), no tomándose en cuenta la consanguinidad con la madre. El jus soli en el que el lugar de nacimiento del individuo le asigna su nacionalidad (87), principio nativista de separación entre entes nacionales y extranjeros. Y el jus domicili con el que se la determina por el establecimiento y permanencia domiciliar (87), medio por el cual los extranjeros se identifican con una cierta nación bajo un cierto Estado. Cuando una persona nacional alcanza la mayoría de edad, entonces obtiene la ciudadanía o el “estatus o situación de capacidad del individuo frente al Estado” (91), condición que le da, por ejemplo, el derecho al voto y la obligación (moral,

206 hoy en día) de prestar servicio militar. Es entonces el significado de nacionalidad en Guatemala el que presenta la mayor dificultad del pleito judicial en Jinayá. La nacionalidad de Franz es el meollo del litigio debido a que, mientras hubo una fuerte presencia alemana en Guatemala, se redactaron tres constituciones nacionales (1879, 1921, 1945) y, entre la primera y la segunda, el gobierno firmó un tratado de amistad y cooperación con Alemania que estuvo vigente entre 1887 y 1915. De ahí que el caso Ziegele constituya la trama principal de la novela y que el abogado narrador a cargo de la demanda contra el gobierno utilice un lenguaje legalista para fundamentar tanto la historia nacional como la narrativa misma. “Luciendo sus conocimientos del derecho,” dice Menton, “el autor reproduce más de cuatro páginas de la documentación legal empleada para recobrar la finca de Franz” (340); y podrían ser más si se añaden las discusiones entre los abogados litigantes y otros legajos descritos en el texto. Sin embargo, en Jinayá se utilizan el vocabulario procesal y el largo documento transcrito, junto al tiempo de más de doce meses que tomó el juicio, para representar un sistema judicial complicado debido tanto a la idiosincrasia de la legislación guatemalteca como a la inestabilidad política que se vivía en una nación que, a partir de una revolución, acababa de proclamar una nueva constitución. De otra manera, sin importar las leyes constitucionales vigentes y con o sin acuerdo amistoso con el Imperio Alemán, el caso del ficticio Franz quedaría zanjado rápidamente. Él tiene la nacionalidad guatemalteca por jus soli, tal como lo expresan las tres constituciones mencionadas. La de 1879 que se originó de la Revolución Libera de 1871, en su Inciso 1º, Art. 5º del Tít. I, establece que son naturales “Todas las personas nacidas o que nazcan en territorio de la República, cualquiera que sea la nacionalidad del padre.” La Constitución de 1879 es la que estaba en efecto cuando nació Franz y la que utiliza el abogado narrador para

207 determinar su nacionalidad (Rodríguez Macal 129). En 1921 se declara una Constitución Política de la República de Centroamérica que indica la obtención de nacionalidad por nacimiento para “[l]os nacidos o que nazcan en territorio de la Federación, aunque sean de padre extranjero” (Art. 1º, Cap. I, Tít. III).13 La Carta Magna emanada de la Revolución de 1944 es más específica pues dedica dos incisos bajo el Art. 6º del Tít. II, mediante los cuales decreta que son naturales “1º-Los nacidos en el territorio de la República, hijos de padre o madre guatemaltecos” (jus sanguinis incluyente de la consanguinidad maternal) y “2º-Los hijos de padres extranjeros que nazcan en el territorio de la República.” Todo apunta a que Franz, el heredero de la finca intervenida en el mundo narrativo, tiene la nacionalidad guatemalteca por el simple hecho de haber nacido en el territorio nacional. El abogado demuestra que Franz es un guatemalteco mestizo descendiente de un oriundo de Alemania y una indígena q’eqchi’ guatemalteca: “la inscripción de nacimiento en el Registro Civil de Cobán [indica que] Franz había nacido el 7 de marzo de 1914 y fue inscrito por su padre, como hijo de Kurt Ziegele y de María Contreras” (Rodríguez Macal 105). No obstante la prueba del jus soli especificada en todas las constituciones y la del jus sanguinis por parte de la madre que legalizó la Constitución Revolucionaria, el Ministerio Público hace ver que no se puede aplicar la ley retroactivamente y muestra la necesidad de hacer cumplir las leyes vigentes al momento de la deportación de Franz. De ahí que se cuestiona también la ciudadanía del litigante puesto que a su nacimiento estaba vigente el tratado conocido como Montúfar-von Bergen entre el Emperador Alemán y la República de Guatemala. Este acuerdo basaba la nacionalidad en el jus sanguinis romano y establecía, en su Art. 10º Inciso 2, que los hijos nacidos en Guatemala de padre alemán serían considerados

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Guatemala, Honduras y El Salvador son los Estados signatarios de esta constitución que fue un intento de política liberal para conseguir, una vez más, la unión centroamericana.

208 alemanes. Y, sin embargo, en el siguiente inciso se indicaba que esos hijos, al llegar a la mayoría de edad, deberían declarar su ciudadanía alemana mediante el cumplimiento del servicio militar de su nación. En caso contrario, un año después de llegar a la mayoría de edad, se considerarían ciudadanos del país de nacimiento, o sea que se les reconocería la nacionalidad por jus soli y jus domicili y por ende la respectiva ciudadanía. A través del texto se sabe que Franz, como mayor de edad, ha tomado la decisión de ser ciudadano guatemalteco según las estipulaciones del tratado Montúfar-von Bergen. Su nacimiento en 1914 y expulsión en 1942 indican que tenía 28 años cuando salió del país. Según la constitución de 1879, bajo la cual se establece su nacionalidad guatemalteca, obtienen ciudadanía los “mayores de 21 años que tengan renta, oficio, industria o profesión.” Franz llegó a la mayoría de edad, pasó un año sin prestar el servicio militar alemán y trabajó en la finca cafetalera de su padre en Alta Verapaz, habiendo residido en el país como guatemalteco a lo largo de seis años. Su disposición de servir en el ejército nacional así lo indica cuando afirma a Patricia Lizard, su antigua novia, que “yo, como guatemalteco, tendré que ir a matar gente de la raza de mi padre” ante la posibilidad de que Guatemala se involucrara militarmente en la Segunda Guerra Mundial (Rodríguez Macal 31). A pesar de las pruebas de nacionalidad y ciudadanía según las constituciones y el acuerdo entre los gobiernos guatemalteco y alemán, el Ministerio Público argumenta que Franz, “aun en el remoto caso de que fuera guatemalteco,… fue colaboracionista eficaz del nacismo” (196, mi énfasis), insistiendo con esto en negarle su ciudadanía y nacionalidad guatemaltecas. La ciudadanía se perdía, según las leyes de ese entonces, cuando se prestara algún servicio militar a potencia ajena. La Constitución de 1879 refiere los casos a las leyes vigentes en el Código civil de 1877. En éste se estipula que pierden la ciudadanía los

209 guatemaltecos que “sin licencia del Gobierno, sirven en la marina de guerra extranjera, ó en buque armado en corso por gobierno extrangero [sic.]” (6). Para 1921 el ciudadano deja de serlo “[p]or desempeñar, sin la licencia debida, empleo de nación extranjera, del ramo militar o de carácter político” (62); tal pérdida se extiende más allá de participar en alguna flota militar foránea. Es importante resaltar que en la Constitución que firmó la Junta Revolucionaria de Gobierno en 1945 se menciona, antes que la pérdida de ciudadanía, la pérdida de nacionalidad: “Artículo 12-La nacionalidad guatemalteca se pierde: […] 2º-Por prestación voluntaria de servicios a Estados enemigos de Guatemala o a los aliados de éstos en tiempos de guerra, siempre que tales servicios impliquen traición a la patria; […] Artículo 16-La ciudadanía se pierde: 1º-Por pérdida de la nacionalidad” (82). Mediante esta cláusula constitucional, el Fiscal General del mundo narrativo pretende refutar el estatus de guatemalteco de Franz, pero falla al final puesto que, como ya se ha advertido, la misma ley no permite su aplicación retroactiva. Esas estipulaciones de la nueva Constitución de 1945 son una obvia reacción a los ciudadanos alemanes por el dominio que tenían sobre gran parte de la economía nacional y, en el plano internacional, por la actuación de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Esta actitud del sistema socialista, implantado tras la Revolución de 1944, continuaría lo que inició el gobierno dictatorial anterior. La novela de Rodríguez Macal detalla esta política en el análisis que hacen el narrador y su socio, el Lic. Torres, sobre el caso Ziegele y el proceso de expropiación de las fincas. Ambos protagonistas hablan sobre el hecho de que el gobierno de Ubico proclamó las listas negras estadounidenses “para quitarse el sanbenito de pro Eje” y luego deportó “sin discriminación, por el simple hecho de un lejano olor a teutón” (Rodríguez Macal 104). Torres expone que “en los tiempos de Ponce,” discípulo de Ubico,

210 el gobierno “vislumbraba El Dorado ante la posibilidad de nacionalizar las fincas pertenecientes a los miembros de las listas negras” y que el régimen socialista, aunque en sus inicios se logra la “justicia para algunas familias de descendencia alemana,” posteriormente decide expropiar las fincas por concepto de “indemnización de guerra” al finalizar el conflicto bélico internacional (104). Este discurso literario resultó inusitado para la época. Además de revelar la originalidad de la perspectiva del autor, el análisis en Jinayá no difiere mucho de la situación planteada posteriormente por la historiografía que estudia ese periodo. Muchos de los residentes antiguos alemanes y sus descendientes tuvieron que someterse al Estado después de declarada la guerra, cuando “Ubico permitió que el FBI deportara a los Estados Unidos a cientos de ciudadanos alemanes y guatemaltecos de origen alemán” (Gleijeses 18). Desde el 23 de diciembre de 1941, se emprendió “la deportación de los nacionales alemanes que figuraban en las ‘listas negras’, aun cuando muchos de ellos nunca fueron miembros del partido nazi en Guatemala ni simpatizaron con el mismo” (Wagner, Los alemanes 373). Para junio de 1942, Ubico había intervenido las propiedades de los alemanes y había deportado a muchos a campos de concentración en Florida, Oklahoma y Texas, desde los cuales fueron enviados a Nueva York y de ahí a Alemania. La deportación trasatlántica da inicio a la injusticia real puesto que para muchos alemanes antiguos o sus descendientes nacidos en América, afiliados o no al nazismo, “it was only once they were repatriated that they got their first true picture of Nazi Germany” (Friedman 205). Fueron deportados unos hacia un país que ya no era el mismo del que habían salido y otros a una nación que ni siquiera conocían. Mientras tanto en Guatemala, el efímero gobierno del general Ponce Vaides, corta prolongación del ubiquismo, creó en 1944 el Departamento de Fincas Rústicas Nacionales e Intervenidas para tomar el control de las

211 haciendas de los alemanes deportados (King 38; Wagner, Los alemanes 374-375). El objetivo alegado de tal intervención era el beneficio económico que proveería al Estado la nacionalización de esas fincas consideradas botín de guerra por haber pertenecido a ciudadanos del país enemigo durante el conflicto global. El fin de la Segunda Guerra Mundial coincidió con el advenimiento del socialismo guatemalteco y el mandato de la Junta Revolucionaria de Gobierno compuesta por Toriello, Arana y Árbenz. Entre la caída del dictador y el mandato de Arévalo, como indica King, fueron muy pocos los alemanes y aun menos los descendientes germanos que recuperaron las fincas confiscadas (38). En este corto periodo, “los alemanes que traspasaron en tiempo los títulos de propiedad de sus fincas a parientes o ciudadanos de otras nacionalidades,” según reporta Wagner, “lograron recuperarlas más adelante [hasta que] el Primer Gobierno de la Revolución… decidió no devolver tales propiedades a sus legítimos dueños” (Historia del café 174). En resumidas cuentas, hubo reparación para este segmento de la sociedad durante los meses que mediaron entre la Revolución del 20 de Octubre de 1944 y la investidura del primer presidente socialista de Guatemala el siguiente año. La administración de Arévalo celebraría la derrota militar y la rendición de Alemania en Europa y, en Guatemala, continuaría la recaudación del botín de guerra pues, tras las demandas de los trabajadores de las fincas nacionales intervenidas, se vio forzado a “not to return the German properties to their former owners… [which] [i]n a few instances… [foster] the formation of experimental cooperatives” (Handy, Revolution in the Countryside 81). Según las cifras que reporta Gleijeses, de las 130 fincas nacionales que administraba el nuevo Estado socialista, la mayoría eran las antiguas “haciendas cafetaleras de la comunidad alemana” (51). En vista de la presión popular, la existencia de tierras y la deportación de

212 germanos, Arévalo legalizaría la expropiación definitiva de las antiguas operaciones alemanas en territorio nacional. Cien de las fincas nacionales que controlaba el gobierno habían sido propiedad de alemanes y serían oficialmente expropiadas en 1951 (Handy Revolution 69), durante el segundo gobierno Revolucionario. “Jacobo Arbenz took land reform a step further,” explica Friedman, pues “[i]n June 1952, an agrarian reform law redistributed much of the fincas nacionales to landless peasants” (187). El Cnel. Árbenz pondría todas las propiedades nacionales a disposición del Decreto 900 de Reforma Agraria para establecer granjas comunitarias bajo la supervisión de representantes gubernamentales pertenecientes al partido en el poder. La crítica siempre fue muy severa con la novela de Rodríguez Macal debido a la denuncia que hace de la historia de Guatemala. “Jinayá es una novela de intención política,” indica Albizúrez, “en donde Rodríguez Macal dejó el testimonio de su actitud ante la Revolución de 1944” (“Reflexiones críticas, xiii); Menton señala que “La Revolución de 1944, tan exaltada por Monteforte, es criticada severamente por el protagonista” de la obra (339); y Cifuentes afirma que el litigio por la finca intervenida “le sirve al autor para criticar severamente a la revolución de 1944” (244). Desafortunadamente, ninguna de estas perspectivas críticas hurga en el pasado sobre la propiedad alemana en Guatemala ni presenta explicación alguna sobre Jinayá, la segunda novela del autor. En ella, de hecho, aunque se critican ciertos aspectos de los gobiernos resultantes de la Revolución, también se evalúan de manera positiva algunas de sus políticas. En un comentario con visos autobiográficos que reproducen el pensamiento expresado por Rodríguez Macal en su crónica, el abogado narrador expresa que “había execrado siempre las dictaduras” y “durante casi el período entero de Ubico había

213 permanecido en el extranjero,” donde me sorprendió “la revolución del 20 de Octubre… y volví a mi país soñando con el advenimiento de una nueva era basada en la más completa libertad democrática” (37). El protagonista también habla a favor del régimen socialista al exaltar la libre emisión del pensamiento e indicar que la obra del nuevo gobierno “era grande y benéfica por excelencia, de una bondad y de una eficacia salvadoras, loable” (38). Incluso cuando se gana el caso judicial, indica que el éxito en el pleito se debe “a la libertad que existe hoy en Guatemala” (refiriéndose a ese entonces) y que “los tribunales se portaron magníficamente” (224). De esa manera se observa que en Jinayá no sólo se critica al gobierno socialista sino que también se hacen resaltar aspectos muy positivos del régimen instaurado por la Revolución de 1944. De ahí que también se explique que el escritor no está en contra de la Revolución ni de sus principios, sino que, al contrario, reconoce sus beneficios, tal como lo haría más tarde en sus crónicas. Esa misma independencia de criterio con la que Rodríguez Macal critica a cualquier poder político en su obra ensayística y periodística, también lo lleva a construir en su novela un discurso crítico que rescata diferentes aspectos de las administraciones socialistas. A través de su personaje extranjero afirma que “el desacierto del gobierno que extraditó a los alemanes es tan malo como el que los expropió” (41), igualando así la actuación del socialismo y las de Ubico y Ponce ante este grupo social guatemalteco. Por esa razón, sorprende hoy en día encontrar una obra guatemalteca escrita en los tiempos del socialismo que haya desafiado la tradicional representación nacionalista y se haya apartado de la literatura nacional. La tendencia criollista en Guatemala se preocupó por denostar a todos los inmigrantes alemanes. El cuestionamiento de los juicios de los críticos anteriores y el

214 contraste entre la ficción y la historia demuestran que Jinayá contiene dos lecturas históricas que resultan poco ortodoxas para el criollismo guatemalteco. Por un lado, no representa al típico alemán explotador y nazi, sino al residente antiguo que invirtió e hizo prosperar un cultivo de importancia económica para Guatemala y, asimismo, creó relaciones de producción y reproducción con los indígenas q’eqchi’es de la Alta Verapaz. Por el otro, denuncia las políticas gubernamentales que llevaron a la expropiación de las propiedades alemanas y la expulsión de los dueños y sus herederos guatemaltecos. En última instancia, la novela plantea el tema de quién es considerado ciudadano guatemalteco y promueve una visión amplia de nacionalidad que incorpora también a los inmigrantes y a sus descendientes como auténticos sujetos nacionales.

La genealogía nacional y las familias regionales El trasfondo histórico de Jinayá revela el desarrollo que se había alcanzado en Alta Verapaz desde el último cuarto del siglo XIX hasta la década de l940, cuando cae el ubiquismo y ascienden los gobiernos de la Revolución del 44. La novela sugiere que durante los gobiernos socialistas el progreso regional –y por tanto el de la nación- se encuentra en un estancamiento económico y político que afecta la base misma de la sociedad: la familia. Mediante la representación de los grupos familiares que se forjaron en el altiplano central guatemalteco, la novela recrea la organización de una comunidad armoniosa y productiva. La imagen de esta comunidad truncada por las políticas gubernamentales es el punto de partida del cual surge el narrador con el objetivo de hacer justicia y construir un modelo de familia fundamentado en el presente de las relaciones familiares regionales y en la historia de las familias contemporáneas y remotas.

215 Específicamente, la lectura alegórica de la novela revela una nación compuesta por las diferentes familias que se sucedieron en la región verapacense. Se plantea una unión que dará origen a una nueva familia como reflejo de una nación moderna en la que se sintetizan las diferentes etnias y clases sociales de la Guatemala de mediados del siglo XX. La familia ha desempeñado un papel fundamental en la conceptualización de la nación guatemalteca. La unión familiar constituye el fundamento social de las naciones que se reclaman como Estados modernos. Pero surge la pregunta sobre qué acontece con el concepto de familia a medida que va cambiando la agenda política del Estado, como sucedió en Guatemala entre las dos grandes revoluciones: la Liberal de 1871 y la Socialista de 1944. Los gobiernos guatemaltecos han definido de diferentes formas la importancia de la familia como base de la nación. “Las naciones latinoamericanas se han imaginado y se siguen imaginando a través de la familia,” indica Saona, citando el Código Civil argentino de 1871 y la Constitución vigente en el Perú (19). El análisis de la legislación guatemalteca contribuye a comprender la manera en la que ha definido a la familia y cómo ha utilizado o no esa definición para forjar el concepto de nación. Guatemala, al igual que otros países americanos, no hace mención de la familia en su Acta de Declaración de Independencia de 1821 que compartió con los otros estados de América Central. Este hecho resulta relevante por tratarse de un documento fundacional que no incluye a la familia como base de la nación (quizá esto explique en parte el fracaso de la unión centroamericana y otros intentos unificadores en el continente). En el primer Código Civil de la República de Guatemala de 1877, que data de la Revolución Liberal, se da protección al matrimonio como contrato civil, pero no se define claramente cuál es la importancia que la nación otorga a las relaciones familiares. Tampoco se encuentra nada al

216 respecto en la Constitución de 1879, emanada también de los principios revolucionarios liberales decimonónicos.14 Ya entrado el siglo XX, “el matrimonio y la familia” (en ese orden y sin mayores definiciones) reciben protección de la República y del Estado como parte de las Reformas Sociales de la Constitución Política de la República de Centroamérica de 1921; es decir que se reconoce, antes que nada, el matrimonio como base de la familia, dejando de lado cualquier otro tipo de filiaciones familiares. El siguiente Código Civil guatemalteco se redactó en 1937 durante el régimen ubiquista, tomando como base el anterior y definiendo a la familia una vez más como el producto del contrato social del matrimonio. No es sino hasta la Constitución de la República de 1945, la redactada a partir de la Revolución de 1944, que “la familia, la maternidad y el matrimonio, tienen la protección del Estado, quien velará también, en forma especial, por el estricto cumplimiento de las obligaciones que de ellos se derivan” (86). En otras palabras, se reconoce primeramente cualquier filiación que se pueda considerar familiar y se da la debida importancia a la consanguinidad materna, y por último se incluye el contrato social como forma de afiliación que se había tomado como base de la familia por más de cien años. En esta última constitución, que en su crónica periodística Rodríguez Macal llama respetable, perpetua, verdadera y nueva (“En el aniversario del triunfo de la Liberación” 1955), se hace claro que la base de la sociedad nacional es la familia, aunque las leyes relacionadas no cambiarían sino hasta el Código Civil de 1963. Entonces, en estas circunstancias estatales resulta confusa la idea de familia ya que cambió constitucionalmente bajo el Estado socialista, pero se siguió rigiendo por la legislación que instituyera la 14

Es importante hacer la observación de que el tema de la familia no ocupa lugar primordial en los documentos de los acontecimientos que Rodríguez Macal describe en su ensayística como los dos pilares de la historia nacional: la Independencia de 1821 y la Revolución de 1871.

217 dictadura ubiquista. La situación se torna más compleja cuando se trata de definir el modelo familiar en un país con una realidad social agravada por la diversidad étnica, la complejidad del mestizaje nacional y la tensión entre indígenas y ladinos. Es posible que aquí se encuentre la explicación sobre la recurrencia del fracaso de la familia nacional que se refleja en la literatura de la época. Los escritores criollistas que publicaron durante las administraciones socialistas, como ya se ha visto, hicieron uso del género del romance para promover una integración étnica en términos culturales y/o biológicos. La mayoría de esas obras tienen un final desventurado, siendo la gran excepción Entre la piedra y la cruz (1948), de Monteforte Toledo, que reúne felizmente a las etnias indígena y ladina en el momento preciso en que triunfa la Revolución del 44. En Jinayá, escrita durante la época del socialismo pero publicada con posterioridad, se construye la imagen de una familia regional y se proyecta su inserción en la esfera nacional. Las relaciones familiares en esta obra no se centran en la manida dicotomía indígena/ladino -que deriva en otras comparaciones como pobre/rico, sucio/limpio y salvaje/civilizado-, sino que trata de una variedad de familias resultantes de los vínculos entre personajes de diferentes etnias y estratos sociales a lo largo de la historia sociopolítica del país. Por esa razón, analizo Jinayá como una novela familiar de familias; mejor dicho, como una novela en la que se describe el árbol genealógico de las familias regionales y nacionales dentro de esa Guatemala políticamente inestable de la época. Derivo este análisis de los postulados de Margarita Saona sobre la novela familiar, que a la vez se basan parcialmente en las ideas psicoanalíticas contenidas en el artículo “Family Romances” (1909) de Sigmund Freud. Saona argumenta que, así como Freud sugiere que el niño en sus juegos se considera parte de una familia imaginaria que compara con la real, el sujeto

218 narrativo de la novela familiar se construye a sí mismo en el interior de una familia, y que la forma de esa familia constituye una imagen de la nación (11). Dada su característica homodiegética, el narrador de Jinayá, como mostraré, proyecta en las familias, la que tiene y las que encuentra, una figuración de la nación guatemalteca. Ese sujeto narrativo representa un ciudadano refinado que pertenece a una estirpe privilegiada e incompleta. En sus viajes a Alta Verapaz se encuentra y describe a varios grupos familiares y busca integrarse a algunos y rechaza otros. Descubre en la historia local el prototipo de la familia que simboliza la imagen de la región. Sus relaciones con los habitantes departamentales y los vínculos entre éstos, al igual que la relación de independencia o dependencia entre los personajes y el Estado, reproducen una sociedad cafetalera de base familiar. La afiliación que finalmente consigue el narrador urbano con la familia provincial que considera idónea representa una nueva síntesis de clases y etnias para su Guatemala imaginada. El estudio se centra en la alegoría familiar en Jinayá y abordo primeramente las características del sujeto narrativo que apela a la geografía histórica regional en sus relaciones con los personajes que habitan ese medio montañoso y aislado. Luego analizo la dimensión alegórica de las diferentes familias representadas en la novela, y concluyo examinando las relaciones familiares que contribuyen a formar la imagen de nación que se postula a través de ese sujeto narrativo. Alrededor de esa figura protagónica surgen varias interrogantes sobre quién es ese narrador, cómo es su familia y qué proyecciones familiares tiene. El sujeto narrativo de Jinayá pertenece a una fragmentada familia citadina de la clase ladina acomodada y desea imaginarse como parte del grupo familiar guatemalteco. Este protagonista se define a través de la manera de representarse a sí mismo y a su familia. Primeramente, como individuo

219 tiene un nombre: Ricardo; y tiene una educación superior y profesión: abogacía. Se sabe que es un ladino capitalino que ha vuelto a Guatemala después de una larga residencia en el extranjero. Es un hombre que cumple su palabra, afronta los desafíos que se le presentan y triunfa en todos. Sobresale en conocimientos (leyes, historia, naturaleza), comunicación (es trilingüe: español, inglés y q’eqchi’) y fuerza física (caminante y nadador perseverante, peleador a puño y pistola). En el plano familiar, la madre le confiere un estatus social alto. Esta mujer tiene dinero y propiedades en la capital y en la costa sur del país. En ambos lugares se desplaza el narrador, vive en la ciudad y se distiende en el campo (Rodríguez Macal 59). No menciona ni una sola vez al padre, pero se jacta de un “implacable vicio de la caza, que en mis venas corría con la fuerza de la herencia” (13). Dado a que no se refiere a una madre cazadora, se infiere que se trata de un legado paterno, único modelo que parece tener el narrador de un supuesto progenitor. El padre está ausente en esta familia y la misma sólo tiene dos miembros: madre e hijo. Con base en los principios legales romanos sobre progenitura, mater semper certa est y pater semper incertus est, Freud indica que el niño, como miembro de la familia ficticia de sus juegos, no duda de su origen maternal y continuamente exalta a un padre incierto (239).15 El sujeto narrativo de Jinayá, por una parte, está seguro y expresa afecto por su origen maternal personificado en la Ciudad Capital y, por la otra, no tiene certeza de su ascendencia paterna simbolizada en el Estado. Ese narrador vendría a encarnar al ladino elitista como un sujeto nacional que es producto tanto de la ciudad acaudalada como de la tumultuosa política estatal de mediados del siglo XX. Ricardo representa un ciudadano muy diferente a Ramiro Montenegro, el 15

Nótese que estos principios eran válidos para la época de Jinayá, aunque ya no sean aplicables hoy en día debido a las prácticas de concepción (fertilización en vitro) y establecimiento de la paternidad (pruebas de ADN) del último cuarto del siglo XX.

220 protagonista de Cuando cae la noche, puesto que Ramiro es un provinciano que pertenece a una familia adinerada de Alta Verapaz, pero decide alejarse de la región e ir a estudiar a la ciudad, donde permanece por largo tiempo, aun después de abandonar sus estudios. Mientras que Ricardo va en busca de la aceptación regional, Ramiro desdeña la manera en la que los ciudadanos provinciales son marginados por los capitalinos. En Jinayá, la vida urbana del narrador lo integra socialmente a la nación y está orgulloso de esa madre/Capital que es cierta, le provee comodidad, posesiones materiales y, por lo mismo, la oportunidad de divertirse en el área rural de más fácil acceso del país. Este legado citadino tiene una doble lectura en (1) el desarrollo que impulsó Ubico en las regiones cafetaleras, la mayoría de las cuales estaban en la costa sur y cuyos dueños generalmente se encontraban en la ciudad, y la enorme obra material que realizó el dictador en la urbe capitalina, y (2) las diferentes obras sociales que impulsaron los gobiernos de izquierda y que, si bien estaban destinadas a beneficiar a todos los guatemaltecos, favorecieron mayormente a los ciudadanos que habitaban o tenían mejor acceso a los centros urbanos. De ahí también la relación y exaltación que el sujeto narrativo/nacional tiene para con un incierto padre/Estado. Esa incertidumbre se observa en primer lugar en la falta de identificación directa del sujeto narrativo con un padre; por ejemplo, no revela ningún apellido que identifique su linaje.16 O sea que el individuo nacional no se siente seguro ante la inestabilidad política y cambiantes doctrinas estatales en la Guatemala de las décadas del cuarenta y cincuenta. Asimismo, hace observaciones sobre los aspectos que rechaza del padre/Estado socialista actual: su demagogia, partidismo político y centralismo gubernamental (103, 159). Por otro

16

La asignación de apellidos en Guatemala es patrilineal. Aunque los guatemaltecos en general se identifican con el primer apellido, tradicionalmente y para efectos legales llevan dos apellidos derivados del primer apellido de los dos padres; el primero es el primer apellido del padre y el segundo el primer apellido de la madre. Es decir que todos los apellidos siempre provienen del linaje paterno.

221 lado, lo enaltece en sus referencias a los muchos beneficios que la ciudadanía – especialmente la urbana- ha recibido de los gobiernos tendientes al socialismo, exaltando particularmente el respeto a la libre expresión y el sistema judicial (38, 158, 224). Ese titubeo entre juicios de inseguridad y elogio hace más patente la incertidumbre del narrador sobre el padre/Estado y acentúa su deseo por pertenecer a un grupo familiar. En este aspecto, Ricardo se asemeja a Fabio, el narrador de Don Segundo Sombra, cuyo deseo de integrarse a una familia lo lleva a buscar la compañía de los gauchos y a ver en don Segundo al padre que nunca tuvo. Ambos narradores, por sentirse incompletos con los pocos parientes que tienen y por su orfandad, abandonan su vida de ciudad y buscan afiliarse a un grupo asociado con las ideas prevalecientes sobre la nación. Ricardo, como sujeto narrativo/nacional, sale constantemente de la capital huyendo de su “vida burguesa y monótona” y prefiriendo antes que nada las excursiones de cacería en la costa sur donde sentía “el placer completo de ser, de existir bajo aquel sol rutilante de incubadora monstruo” (Rodríguez Macal 2). No siente mucho apego por su existencia en la ciudad y reconoce que el sur, que lo satisface, tiene el potencial de procrear aberraciones indeseables (quizás una referencia a esos personajes pervertidos que se desplazan en la costa pacífica del país en las obras de Flavio Herrera). En su viaje hacia el departamento norte de Alta Verapaz se encuentra con otras familias nacionales. Con ellas tiene la oportunidad de adoptar y ser adoptado por algún padre que le provea el ejemplo necesario sobre la manera de encauzar a la nación. Los diferentes grupos familiares de esa región del país forman parte de un árbol genealógico de familias guatemaltecas que amplían las opciones de afiliación del narrador como ciudadano de Guatemala.

222 El guatemalteco ladino citadino del marco histórico de la novela generalmente obvia su mestizaje y por consiguiente niega su ascendencia indígena, igualando los conceptos “ladino” y “no indígena.” Sin embargo, la etnia mestiza en Guatemala lleva sangre de antepasados mayas que habitaban la región. Esa familia ancestral a la llegada de los españoles ya se había dividido en 21 grupos étnica y lingüísticamente distintos.17 En Jinayá los indígenas mayas en general no son el tema central, pero el indígena q’eqchi’ como etnia singular de la familia maya desempeña un papel importante en la trama. Rodríguez Macal, en su “Ensayos de interpretación sobre el Popol-Vuh y los orígenes de la civilización maya” (1951), ya había puesto de manifiesto la independencia del pueblo q’eqchi’ en relación a otras etnias mayas. Los q’eqchi’es como personajes coadyuvantes del protagonista narrador de Jinayá representan esa familia que los ladinos de la ciudad evitan incluir en la genealogía guatemalteca. Apelando a esa historia de aislamiento y autonomía de los q’eqchi’es, y subyacentemente a la independencia de la mujer de esta etnia, Jinayá incorpora las tradiciones de la ancestral familia aborigen para construir el mito del indígena q’eqchi’ como parte del pasado nacional. Según clasificaciones etnolingüísticas, el q’eqchi’ es una de las dos ramas independientes de la subfamilia maya quicheana-mameana desde mediados del primer milenio A.D.18 Mientras que la mayoría de pueblos mayas han utilizado el traje (vestimenta distintiva) para reafirmar su diferencia y autonomía, tanto de las otras etnias indígenas como de las que no lo son, los q’eqchi’es lo han hecho en términos lingüísticos. A este respecto Kahn indica que “language is also less visible than traje, and perhaps that much 17

Éstos son achi’, akateka, awakateka (chalchiteka), ch’orti’, chuj, itza’ixil, jakalteka, kaqchikel, k’iche’, mam, mopán, poqomam, poqomchi’, q’anjob’al, q’eqchi’, sakapulteka, sipakapense, tekiteka, tz’utujil y uspanteka. 18 La otra es la uspanteka que hoy en día cuenta con muy pocos hablantes localizados mayormente en dos comunidades del departamento del Quiché. En contraste, el q’eqchi’ es ahora la segunda lengua maya más hablada y la etnia de mayor distribución geográfica en Guatemala.

223 more powerful as a cohesive medium of identification” (155). De ahí que en la obra, aunque se mencionen “los tonos rojos de los huipiles de las indias y las chillonas camisas de los mozos” (85) y del “colorido de sus trajes típicos” (135), se dé mucha más relevancia a la lengua q’eqchi’. Si bien los “indios kechíes… no son protagonistas de la novela,” como afirma Lorand de Olazagasti (186), sí devienen personajes importantes porque, ya sea como individuos o como grupo familiar, la etnia q’eqchi’ se representa como parte del árbol genealógico de las familias guatemaltecas. En el mundo narrativo se establece el predominio de la lengua y la cultura de la etnia q’eqchi’ en la región de Alta Verapaz. Wilson explica que, “because of their numerical superiority, Q’eqchi’s can usually avoid speaking Castilian even in urban areas” (23). Ese aspecto lingüístico se lo explica Felipe al narrador cuando señala que los indígenas del área “No hablan castellano” puesto que “Sólo entienden quecchí y aquí todos lo hablamos” (Rodríguez Macal 3). Así como los extranjeros alemanes se dispusieron a aprender la lengua de los habitantes indígenas, también lo hicieron otras personas venidas de regiones extranjeras y nacionales. Por ejemplo, el mulato Benito, el caporal de Jinayá, “al igual que todos los [habitantes] de la región, hablaba el quecchí casi mejor que el español” (15). El idioma q’eqchi’ vendría a ser no solamente la lengua regional predominante antes que el español durante la primera mitad del siglo XX, sino que también sería uno de los idiomas mayas más usados, tanto por hablantes nativos como por otras etnias. En la novela también se explica con claridad la actitud autónoma de los q’eqchi’s frente al racismo ladino imperante en la época, marcando así la diferencia de esta etnia entre los pueblos mayas:

224 Lo más peculiar en ellos era su manera de hablar. Claramente se notaba que no lo hacían en la sumisa y servil forma con que lo hace el resto de la indiada compatriota, agobiada por siglos de tiranía blanca y mestiza, y peor de esta última, ya que el mestizo lo patea para demostrar que no es indio, guardando siempre, en el fondo de su ser, el odio al blanco, por no sentirse blanco… [los q’eqchi’s] hablaban majestuosamente, sirviéndose de amplios ademanes y con la vista fija en sus interlocutores, como de igual a igual. (15) Es importante notar que se representa la ascendencia indígena de la familia guatemalteca a través de la etnia maya que nunca se sometió al conquistador, sino que mantuvo su autonomía cultural hasta el periodo independiente.19 El comportamiento q’eqchi’, diferente al de las otras etnias mayas, se explica por su aislamiento geográfico. Entre las prácticas culturales que la etnia q’eqchi’ conservó junto a su idioma se encuentra su relación íntima con los tzuultaq’a que los mantuvieron aislados por mucho tiempo. Ese vínculo está representado en las largas caminatas serranas que siempre lideran el joven Xuguán y Manú de mayor edad, ambos colonos q’eqchi’es de la hacienda Jinayá, que siempre dirigen las excursiones hacia ben tzul [la cumbre]. A su llegada a la región, el narrador indica sentirse en “un país extraño al oír el lenguaje de aquella gente” y, a la vez, observa como algo habitual la existencia de mozos indígenas prestos a servir a sus amos mestizos o extranjeros (Rodríguez Macal 2-4, 10, 13). En su primera excursión de cacería por la Sierra de las Minas, el narrador se da cuenta de su inferioridad lingüística y física pues depende de otros para comprender el idioma y hace un esfuerzo que considera sobrehumano

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En la realidad, los q’eqchi’es “do not accept Ladino depiction of them as stupid or dirty,” como expresa Wilson, “[u]nlike many other indigenous groups, most Q’eqchi’s are proud of their language, religion and customs [… and] disdain Ladinos as people without na’le ’, or moral values” (30).

225 para mantener el paso de los guías (12-14).20 A partir de esa experiencia, comprende que la superioridad étnica del ladino es ficticia y hace el esfuerzo por integrarse al grupo familiar regional. Es en esta cepa de la genealogía de familias guatemaltecas que el sujeto narrativo encuentra a un padre putativo. El narrador admira la fuerza cultural y física de los dos cazadores indígenas por su determinación de hablar solamente su idioma y su gran resistencia durante la larga caminata (Rodríguez Macal 15). En esa misma excursión, Ricardo tiene la oportunidad de demostrar sus habilidades de cazador al matar a un tigre que estaba a punto de atacar a Xuguán y Manú. Cuando éstos cuentan lo acontecido al resto del grupo, Felipe traduce y dice al narrador que “se ha ganado la admiración de los quecchíes” (23). Esa doble admiración entre el sujeto narrativo y los indígenas se manifiesta más con Manú, el indígena de mayor edad. Manú es quien empieza a enseñarle el idioma q’eqchi’, a invitarlo a más excursiones de caza, se interesa por saber de él y de su vida, y está a su lado cuando resulta herido. Por su parte, el narrador se empeña y consigue aprender el q’eqchi’, prefiere la compañía de Manú en cacerías y especialmente en sus investigaciones de campo por Baviera, y lo visita en su rancho en los terrenos de Jinayá. Es mediante la adopción recíproca entre Manú padre y Ricardo hijo que éste reconoce su origen indígena y se compenetra con esa rama ancestral de la familia nacional. Otra representación de las tradiciones culturales q’eqchi’es es la figura del ilonel o brujo/curandero. El ilonel es una persona que vive en los cerros, es generalmente de edad avanzada y tiene poderes de curación que venera la comunidad; incluso los finqueros que no son indígenas creen en el poder del brujo/curandero para remediar ciertas enfermedades 20

Es posible que esa parte haya sido la única que tomó en cuenta Cifuentes para afirmar que los “habitantes indígenas de la etnia kekchí, representan [en Jinayá] el elemento humano correspondiente, con sus actitudes incomprensibles para el ladino civilizado” (244).

226 (King 189). Esa parte de la colectividad familiar indígena está representada en Cotzojay y su compañera Yán, quienes reciben y curan enfermos en las montañas verapacenses del mundo narrativo de Jinayá. El q’eqchi’ Manú relata al narrador cómo esos personajes le salvan la vida después de salir herido en un encuentro armado: “bien metidos entre el monte, Má Cotzojay… [s]e jue al monte y regresó con un manojo de hojas… calentó agua y metió unos fierros entre el fuego” y con Ná Yán “cuidaron muy bien [al narrador…] y dieron a tomar muchas bebidas encantadas” (Rodríguez Macal 172). Ricardo, al verse curado de una herida mortal, dice que Cotzojay le prestó “un servicio médico de calidad… con la habilidad de un expertísimo cirujano” (176). Más tarde se entera que todos los habitantes de Jinayá confían en las prácticas del ilonel y con más vehemencia el patriarca Lizard que “había acudido siempre que hubo algún enfermo en la finca [a Cotzojay, quien…] poseía secretos que don Claudio habría pagado grandes sumas por conocer” (180). Es decir que el médico tradicional indígena es aceptado y respetado en los círculos familiares de las etnias de la región y así lo interioriza el sujeto narrativo ladino que acaba de aceptar su legado indígena. Quizás la práctica cultural q’eqchi’ de mayor significación para la novela sea la independencia femenina al escoger pareja y formar una familia. Esto no significa la inexistencia de una diferencia entre géneros, sino que, como señala Wilson, “[m]en and women are ideologically equal, though the dominance of each is contextual” (41). Desde la perspectiva q’eqchi’, todos tienen los mismos derechos y el contexto define la diferencia entre las responsabilidades femeninas y masculinas. Los hombres cazan y también cultivan los productos alimenticios básicos, mientras que las mujeres toman las decisiones sobre el consumo de alimentos pues de ellas, nunca de los hombres, depende el cocinar la cacera y sembrar huertas cuyo producto complementa la dieta de la familia (Wilson 41). Es una

227 división convencional del trabajo por género, pero, en el contexto de la familia, la autonomía de la mujer q’eqchi’ se diferencia a la de las mujeres de otras etnias mayas. Los asuntos familiares son responsabilidad de la mujer q’eqchi’ hasta el punto que “rural Kekchi kinship is traced in a matrilineal fashion” (King 61). Entonces, es diferente a la tradición ladina de identificar a los ciudadanos con apellidos que muestran el linaje paterno, pero similar al principio romano de mater semper certa est. Por esa razón, como se ha visto, las q’eqchi’es son las que deciden aceptar o no a un hombre como compañero o esposo. Esa independencia femenina es la que se encuentra detrás de las extensamente analizadas uniones maritales entre mujeres q’eqchi’es y hombres alemanes que formaron grupos mestizos como la familia original de la finca Baviera en el mundo narrativo de Jinayá. Este grupo hogareño lo formaron el padre alemán Kurt Ziegele y la madre q’eqchi’ María Contreras, quienes procrearon a Franz. Él es el único hijo de esa familia histórica y en su mestizaje se ve favorecida la genética paterna pues el sujeto narrativo lo describe como blanco, velludo, de cabello castaño, ojos azules y alto (Rodríguez Macal 158); es un físico que se desvía del usual fenotipo altaverapacense de fuerte influencia indígena. Sin embargo, esa estirpe antigua ya no existe y se representa solamente como un pariente finado de la genealogía guatemalteca. Los Ziegele son una familia desmembrada y destituida por la muerte, la injusticia y el exilio. El descendiente es el único representante vivo, un individuo sin familia que ya no tiene lazos consanguíneos ni verticales ni horizontales. Si los indígenas q’eqchi’es son los representantes del pasado indígena familiar y los alemanes dejaron en la región un legado material de progreso, similarmente Franz es un vestigio humano de esas relaciones productivas y reproductivas entre alemanes y q’eqchi’es que en

228 otros tiempos fructificaron en las aisladas montañas verapacenses.21 Franz es ahora un huérfano total. Sólo el recuerdo de la única patria que ha conocido y la amistad con la familia Lizard lo mantienen atado a Guatemala. El fuerte vínculo con los Lizard se debe a la similitud entre los Ziegele y la primera familia mestiza de Jinayá. Es en la hacienda titular donde el sujeto narrativo encuentra a otras dos familias de la historia genealógica regional. Esos dos grupos familiares, derivados de los matrimonios del patriarca Lizard, vendrían a ser un calco de la situación de la familia en el departamento de la Alta Verapaz y, por extensión, de la Guatemala que colonizaron europeos no españoles durante el periodo independiente. La primera familia de finales del siglo XIX y principios del XX está representada en el clan Lizard original: la relación entre la q’eqchi’ María y el belga Claudio que procrearon a Felipe y Patricia. Este grupo se representa como un modelo de linaje mestizo similar al producido entre alemanes e indígenas, pero diferente al ladino. Ya antes de conocer la historia de Claudio, el narrador afirma tener curiosidad por “aquel hombre que había enterrado sus recuerdos de civilización europea en lo más apartado de las montañas de la Verapaz” (Rodríguez Macal 3). El mismo progenitor de los Lizard, en la sala de la casa principal de la hacienda, relata a Ricardo sus experiencias iniciales en la región: Aquí, en este mismo lugar, hace cincuenta años, cuando yo era muy joven, maté mi primer puma! Estaba hachando los árboles para limpiar esta cumbre, con la madre de Felipe a mi lado, pensando ya en construir mi hogar, cuando oí gran griterío de monos… empuñé mi viejo [rifle] 44 y me fui corriendo… buscando el motivo del pánico… Allí lo vi… imponente y magnífico… Me quedé mudo e inmóvil de admiración… hasta que María… me dijo que

21

Así lo nota Kahn cuando hace la observación de que, todavía hoy en día, existen “in Alta Verapaz… many naturales [indigenous people] who look German, with blonde hair and blue eyes” (61).

229 disparara. Al trueno del rifle, el león se vino abajo… Decidí hacer mi casa en ese mismo punto, y el palo de donde cayó el puma se levantaba aquí donde estamos ahora platicando. (7) Este momento fundacional de la hacienda familiar ilustra la similitud entre los colonizadores alemanes antiguos y el belga, la admiración de los europeos por la naturaleza inexplorada de la región, sus esfuerzos por dominar el ambiente natural, y las relaciones de producción y reproducción entre germanos e indígenas en Alta Verapaz. Como se ha visto, la historia de la región unió a los inmigrantes europeos no españoles y a los q’eqchi’s en una relación simbiótica y, a la vez, romántica que se dio en la reclusión de las montañas del altiplano central. Aunque en el área rural altaverapacense también coexistieron otros grupos étnicos nacionales y extranjeras, predominó la mezcla entre las etnias q’eqchi’ y germánica que produjo una sociedad mestiza bastante distinta a la del resto del país (King 268).22 En la novela, así como aparecen inmigrantes europeos e indígenas diferenciados de sus respectivas corrientes dominantes, se representa también un tipo de mestizo diferente al ladino. La etnia ladina se originó del contacto violento entre los españoles y los indígenas que no evadieron al conquistador y fueron sometidos por la fuerza o hicieron de la cooperación un medio para sobrevivir. Además, para mediados del siglo XIX, cuando los europeos germánicos arribaron a Guatemala, el mestizaje ladino ya se encontraba exacerbado, había una variedad de mezclas de sangres en diferentes proporciones y pululaba entre la población el racismo del criollo y del ladino hacia el indígena y el mestizo de sangre menos española y percibida como menos pura. Por otro lado, al menos en

22

Además de los q’eqchi’es, había un porcentaje bastante bajo de ladinos y otros grupos indígenas de menor influencia, como los poqomchi’es. Entre los extranjeros, aparte de las etnias germánicas con una minoría pionera belga y la mayoría alemana, también habían llegado a la región ingleses, italianos, franceses, austriacos, españoles y estadounidenses en menor escala.

230 lo que respecta a la primera generación, el descendiente de q’eqchi’s y germanos constituyó una combinación equilibrada de sangres (50/50), razón probable por la cual hubo una mayoría que no discriminó ni contra otros mestizos ni contra las etnias indígenas, especialmente la q’eqchi’. Las descripciones físicas y conductuales de la descendencia q’eqchi’-belga representan las particularidades de esa nueva etnia mestiza, similar al mestizaje q’eqchi’-alemán y en contraste con la etnicidad ladina del narrador. El epítome de ese mestizaje está encarnado en Patricia Lizard. Su corta vida, la mayor parte de la cual ha pasado en la reclusión de la hacienda familiar, se relaciona al aislamiento regional y la relativa juventud de su familia como parte del árbol genealógico guatemalteco. Al describirla, el narrador alude a “su cultura vasta, sin afectaciones, proveniente sin duda de una clarísima inteligencia natural y de un esfuerzo de superación en aquel ambiente cerril” (Rodríguez Macal 8); descripción que concuerda con el esfuerzo conjunto de indígenas y europeos no españoles para lograr con empeño el progreso de una región aislada. Patricia es el personaje femenino principal, la primera mujer que el sujeto narrativo describe y también la primera mestiza de la región con la que el narrador ladino sostiene una plática a solas (8-9, 30-36). El asombro de Ricardo ante ella se patentiza en su descripción de esa conversación pues observa la emotividad y, al mismo tiempo, la autonomía y franqueza que caracterizan a su interlocutora (35-36). Esa idiosincrasia hace resaltar que la composición étnica de Patricia va más allá de la mezcla biológica pues, “por herencia paterna, tenía el don de gentes y la exquisita amabilidad flamenca” y era, al igual que su madre antes de morir, “el alma sentimental de aquella casa y el grande y fuerte arraigo ancestral que mantenía la unidad de la familia” (8-9). Patricia resume en su mestizaje las personalidades de sus progenitores, pues la heredad que recibe del padre le

231 permite relacionarse con el mundo exterior y sustenta la cohesión íntima familiar mediante su atavismo materno. La estirpe Lizard comparte con la de los Ziegele la historia de progreso material, el origen germánico de los padres y el indígena de las madres y, por ende, el mestizaje de sus descendientes. Por esa razón, ambas familias veían natural el matrimonio entre Patricia y Franz, pues vendría a amalgamar las familias, unificar las riquezas y expandir el territorio (Rodríguez Macal 31). De esa manera unirían todo lo que tienen y todo lo que son, perpetuando también el linaje mestizo regional como rama de la genealogía nacional. Sin embargo, Patricia decide y expresa que no desea casarse con Franz, ejerciendo así la honestidad de su legado paterno y la independencia de género que heredó de su madre q’eqchi’. La ruptura de esa alianza implica también la pérdida de ese mestizaje exclusivo que se produjo en la región, especialmente cuando el otro personaje con quien Patricia comparte ese legado genético es su hermano carnal. Patricia y Felipe, según las observaciones del narrador ladino, tienen el mismo rasgo dominante: la piel morena. Ella es de un moreno “tan claro que más bien era de un mate tostado” y él tiene “el moreno inconfundible del indio, pero con facciones de europeo” (3, 8). Es importante recalcar aquí que, como lo indica Marta Elena Casaús Arzú, para muchos guatemaltecos “son sus lejanos antepasados europeos los que les confieren identidad como blancos… [por lo que la] obsesión por la pigmentación de la piel y por la pureza de sangre es un elemento significativo y reiterativo a lo largo de los siglos” (51). En Guatemala se ponen al mismo nivel el color de la piel y el origen étnico, favoreciéndose en el espectro racial al blanco. De ahí que Patricia, bromeando sobre la defensa de los descendientes de alemanes, dice al narrador que él “no necesita que lo defienda nadie” (36), proyectando detrás de la

232 broma las verdades irrefutables de que el ladino, que ignora su origen indígena, encabeza la escala social y que, cuanto más blanco sea el ladino, más pura se considerará su sangre y más alto será su estatus en la sociedad. Si más blanco indica más sangre europea, entonces más moreno significa más sangre indígena, lo que muestra que el color es indicativo de la pureza étnica hacia ambos extremos del mestizaje guatemalteco. El moreno de Felipe da un semblante más similar al de su ascendencia q’eqchi’. Y, sin embargo, Ricardo lo describe con una actitud diferente a la de Patricia. De los dos hermanos, Felipe es el único que habla de la muerte de su madre, está orgulloso de ser parte de la familia actual de su padre y es bastante presuntuoso por saberse heredero de Jinayá (Rodríguez Macal 4-5). A pesar de tener un mestizaje con iguales proporciones de sangres europea e indígena, no quiere ser igual a los “indios” y los trata de “babosos” (14, 18). Se contraponen así los dos mestizos: el ladino que acaba de descubrir su legado indígena y el descendiente de q’eqchi’ y belga que rechaza la sangre de su madre. Felipe también presenta un comportamiento contradictorio hacia el narrador: es amistoso y respetuoso con él pero al mismo tiempo lo desafía, parece rechazarlo y tiene un sentimiento de superioridad frente al ladino (14, 18, 56). El narrador siente el acoso de Felipe y, aunque no le da importancia al principio, llega a sentir aversión por el mestizo de Jinayá. La reciprocidad de sentimientos negativos entre ambos se consolida cuando Ricardo siente que tendrá que rehusar la ayuda del hijo de su anfitrión pues “[n]o podría haber explicado el porqué de esa repulsión hacia Felipe, que siempre se mostraba tan atento y deferente para mi persona, pero intuía que con él a la zaga no iba a desenvolverme con toda la confianza que necesitaba” (112). Los resquemores entre ambos personajes vendrían a

233 representar los conflictos dicotómicos de la época que ocurrían entre campo y ciudad, entre provincia y capital, y entre región y nación. Ese doble rasero no lo tiene el narrador por su apego al campo de la provincia nacional. A pesar de ello, en su primera visita a la región no puede evitar su comentario sobre el aislamiento del departamento y la lejanía de la hacienda de sus anfitriones. Eso lo lleva a preguntarle a Felipe si no se siente abandonado en la reclusión de su finca, a lo que Felipe responde: ¡No lo crea! Ya verá cuando conozca a mi familia. En Jinayá vivimos muy alegres. Mi madre murió hace tiempo; mi padre se casó de nuevo. Está[n] mi hermana… la señora de mi papá… [m]is dos hermanitos… una gringa jovencita que les enseña inglés… tenemos muchos empleados[,] todos de gran confianza y[,] como mi papá se estableció aquí hace ya más de cincuenta años, los naturales nos quieren mucho y consideran a mi viejo como a su “principal”, que es como ellos llaman a sus caciques… a mí hay muchos patojos de las rancherías que me dicen “tata”… la forma cariñosa y de respeto que ellos tienen para tratarnos… (Rodríguez Macal 4) El mestizo describe como propia y muy feliz a la familia actual de Jinayá que del clan original sólo incluye a los hijos y al padre. Habla de la desaparición física de la rama materna sin indicar su etnicidad indígena. También hace resaltar el papel fundador del padre europeo y pone énfasis en la sumisión de los q’eqchi’es colonos ante los miembros masculinos de esa nueva familia. Este nuevo grupo familiar representa otra rama del árbol genealógico guatemalteco y marca un cambio en las relaciones sociales regionales hacia mediados del siglo XX. La

234 actual familia guatemalteca de la región mantiene al padre extranjero que se había unido a la Guatemala indígena. Cuando ésta desaparece, el europeo se desposa con una Guatemala criolla simbolizada en el personaje de Elena. La etnicidad de la segunda señora de Lizard representa una estirpe que ya estaba en decadencia en el país, -como se notó respecto al narrador criollo de Carazamba-, pero que se sigue utilizando para reclamar una pureza de sangre, especialmente entre los ladinos blancos. Físicamente Elena es una “belleza criolla, bravía y salvaje… ojos medio claros… de un color indefinible, con la suavidad sinuosa del felino y, a veces, la audaz violencia magnífica de las águilas” (9). O sea que, por la imprecisión de su origen étnico, similar al mestizaje ladino que es difícil de definir, el narrador la describe apelando a rasgos animalescos. La descripción de su historia personal revela una cruel ambición egoísta: “De origen modesto, no cabía duda que, casi niña, se había unido a Lizard por interés. Le había dado dos hijos… se había asegurado para siempre una vida regalada… [con] espíritu calculador… esperaba confiada y paciente el día de la liberación total, en forma de una viudez joven y opulenta… mientras tanto, manejaba Jinayá a su antojo” (10). No es secreto el que haya afianzando la relación y un futuro de condiciones económicas desahogadas a cambio de proveerle una nueva descendencia al viejo Lizard. La codicia de Elena y los hijos que procrea con el belga pareciera contar la historia de la migración de criollos y ladinos hacia la meseta central nacional después de la expulsión de los alemanes de Guatemala. Las etnias del país que no tenían o creían no tener sangre indígena no desempeñaron un papel importante en el desarrollo de Alta Verapaz durante el periodo independiente. No fue sino hasta después de la Segunda Guerra Mundial, como lo afirma King, que creció la participación de esas etnias en las actividades productivas del

235 departamento (39). Los criollos y los ladinos que históricamente habían pasado por alto la montañosa meseta central y optado por las regiones más accesibles del oriente y la costa sur, se volcaron sobre la Alta Verapaz con el anhelo de conseguir una bonanza similar a la de los germanos. Deseaban aprovechar una región que otros ya habían hecho viable, pero no tomaron en cuenta que para hacer producir la tierra era necesario contar con capital y trabajar con fuerza y constancia. La procreación resultante de la nueva unión del belga y la criolla se relaciona a esa vana ilusión de progreso material. Los dos hijos de Claudio y Elena no se definen, son dos entes asexuales por su escasa edad y no tienen nada de importancia para la trama. Para el sujeto narrativo, esa descendencia no es representante regional puesto que, contrario al pasado reciente, su existencia apunta a un blanqueamiento genético que difiere del mestizaje q’eqchi’-germano. De las relaciones entre el sujeto narrativo y la criolla, y entre ella y las etnias regionales, se desprenden otras facetas de la sociedad cafetalera. Elena sólo se relaciona con los q’eqchi’es como patrona y nunca se la ve en términos amigables con ninguno de ellos. El narrador inicialmente encuentra inexplicable “la franca cordialidad que existía entre Patricia y su madrastra, muy pocos años mayor que ella,… porque Elena de Lizard era la antítesis de Patricia,” y, aun así, ambas “sabían mantener aquella casa en el orden más exquisito” y “en perfecta marcha… los asuntos domésticos de aquella mansión” (9-10). La incomprensión de Ricardo estaría basada en la historia tumultuosa de las relaciones entre criollos y mestizos en el ámbito nacional. Sin embargo, más tarde se dará cuenta de que su presencia como profesional ladino joven de la ciudad capital devendrá un punto de competencia entre las dos mujeres Lizard. Descubrirá que esa “franca cordialidad” entre

236 ellas no es tan real como se observa al inicio, al igual que no es verdadera la camaradería fraternal que hay entre madrastra e hijastro. La relación entre Elena y Felipe se basa en la falta de honestidad, por un lado, y en un deseo incestuoso, por el otro. La criolla Elena, al verse en un lugar tan aislado, rodeada de sirvientes indígenas y con un esposo que le triplica la edad, encuentra en el mestizo Felipe a un compañero con quien remediar su soledad. El deseo del hijastro por la esposa de su padre es de tipo edípico. Felipe, sintiéndose culpable por la forma en que se comporta ante el recuerdo de esa madre que murió cuando él era niño, encuentra en Elena la figura materna en la que puede confiar y, al mismo tiempo, lo incita a desahogar sus deseos sexuales. Tanto Felipe como Elena esperan pacientemente a que el curso natural de la vida les ofrezca la libertad que esperan ya que, después de la muerte del patriarca Lizard, no habrá obstáculo para que madrastra e hijastro formen una unión familiar. El problema está en que Felipe ignora que su deseo no se corresponde con el de ella. Elena no está interesada en quedarse a vivir aislada en la montaña. Como buena criolla se inclina por residir en la ciudad y ser parte de una sociedad urbana. Cuando llega a Jinayá el citadino Ricardo, Elena piensa que ha encontrado la oportunidad para salir de la finca e irse a residir a la capital. Ni el ladino ni la criolla niegan la atracción que sienten por el otro. Ricardo se interesa por la belleza sensual y el apasionamiento de ella. Elena, más desenfrenada, se encapricha por poseer a Ricardo, quien es joven, conoce el mundo y tiene una personalidad aventurera. El respeto del narrador hacia la familia del patriarca Lizard no le permite actuar de acuerdo a sus sentimientos. Es precisamente en un evento familiar en el que ambos actúan de forma irrespetuosa. Durante una excursión de pesca a la que asiste toda la familia, Elena es arrastrada por el caudal del río y Ricardo la salva nadando con frenesí y

237 abrazándola con fuerza para sacarla del agua en la ribera opuesta al resto del grupo. El aislamiento y la cercanía entre cuerpos los anima a declararse (Rodríguez Macal 90-94). Con esta escena, pareciera que Jinayá denota dos aspectos de la historia sociocultural nacional: 1) los criollos preferían relacionarse con el ladino blanco capitalino antes que con otros mestizos de sangre más indígena y provenientes de poblados menores; y 2) a pesar de la atracción mutua, era una relación sin posibilidad de madurar pues era tan turbulenta como la escena (el río) donde significativamente ocurre la primera relación entre Elena y Ricardo. Por eso, todo contacto entre los dos personajes acontecerá al margen de los valores de la familia hacendada regional. En efecto, el sujeto narrativo y la esposa del belga siempre tendrán sus encuentros románticos alejados de todos los Lizard. La relación entre estos personajes, por basarse en una mentira, sólo puede expresarse en términos carnales y no puede fructificar; es decir que no tiene potencial para perpetuarse y producir descendencia. Por esa razón, es simplemente un idilio caótico similar al que existía entre criollos y ladinos acomodados de la época. Es una relación de amor y odio puesto que, por un lado, el criollo siente afecto hacia ese ladino por tener sangre española y posición social, pero lo detesta por haber alcanzado esa posición por sus bienes materiales y no por su alcurnia. Por otro lado, ese tipo de ladino corteja al criollo por creerse racialmente más cercano a él, pero le reprocha su racismo hacia el lado indio de la etnia ladina. En el mundo narrativo la situación se invierte puesto que es la criolla quien, por su deseo de ir a la ciudad, seduce al ladino. Él se siente halagado por el favor de aquélla, pero no corresponde pues se interpone la figura del jefe de familia. El contacto físico es púdico, hasta que Ricardo se entera de que ella ha sido infiel a Lizard con el hijo de éste. La única vez que Ricardo y la criolla tienen relaciones íntimas sucede

238 precisamente durante una fiesta familiar, pero protegidos por la lejanía de las bodegas de café de Jinayá (144). La aventura con Elena hace que el narrador, por decoro, temporalmente deje de ver en ese patriarca a otro posible padre putativo; afiliación que tendrá que esperar la reciprocidad de Lizard. Esa simpatía del narrador se debe a la admiración que siente por el belga y todo lo que representa su presencia en la Alta Verapaz. Claudio Lizard es una de las figuras más prominentes de la novela y, como ya lo había advertido Albizúrez, “es el personaje que mejor diseña Rodríguez Macal” (xii). De hecho, es el que enlaza la trama novelesca con la historia regional, nacional e internacional. Su nacionalidad no es arbitraria pues lo hace originario de una nación que ha tenido importancia histórica en Europa y en Guatemala. Bélgica, -al igual que Luxemburgo y Suiza-, ha sido un país puente entre las Europas latina y germánica por su posicionamiento geográfico entre Alemania y Francia, y por sus variados idiomas derivados del latín y diversas lenguas teutónicas. Asimismo, la región que hoy se conoce como el Reino de Bélgica fue ocupada en diferentes épocas, hasta su independencia de Holanda en 1830, por francos y romanos (Cook 2-4). El belga de Jinayá representa una conexión entre guatemaltecos y alemanes; en otras palabras, entre los de habla latina y los de habla germana. Este enlace también es importante para la historia más reciente sobre la Segunda Guerra Mundial. Al principio de este conflicto global, la nación belga declaró su neutralidad, pero se alineó con la facción de los Aliados debido a que Alemania invadió su territorio a mediados de 1940. A pesar de ello, el mundo narrativo reúne a Claudio con los alemanes antiguos, apelando a la larga historia de colonización de europeos del norte en el altiplano guatemalteco.

239 En el plano nacional, los registros históricos indican la existencia de una Compañía Belga de Colonización que se instaló en el puerto de entrada en las costas de Izabal. Miguel Ángel Valle señala que esos colonos se radicaron en el puerto de Santo Tomás de Castilla a razón de un tratado entre Guatemala y el Rey Leopoldo de Bélgica a principios de la década de 1840 (“Colonización belga en Guatemala”). Así lo mostraría un siglo más tarde Asturias en Hombres de maíz (1949), como indica Víctor Valembois, al introducir un personaje belga que eslabonara su novela con la realidad histórica (22). Ese marco histórico también es relevante en Jinayá dadas las características de la migración belga y alemana en el norte guatemalteco. Wagner incluye la historia de la Compañía Belga de Colonización en su estudio sobre los alemanes en Guatemala. Esa empresa la adquirieron los belgas de los ingleses que, como en varias partes del continente, tenían fama de especuladores y estafadores (Wagner Los alemanes 23). No hay duda que la historia hubiera sido diferente si no hubieran adquirido los derechos de colonización los belgas. Éstos, según Wagner, formaron una asociación para establecer una colonia comunal con un “reglamento orgánico,” -que aprobó el mismo rey de Bélgica-, de “principios socialistas utópicos, que se estaban discutiendo en esa época en Europa” con el objetivo de hacer “más factible experimentar tales ideas comunistas en un lugar alejado del Viejo Mundo y de otros poblados y sin ninguna intromisión gubernamental” y bajo el mando de “un director, con la asistencia de un secretario general y un consejo colonial” (26). Esa es, en esencia, la organización que se observa en la hacienda Jinayá cuando, por ejemplo, todos los miembros discuten en el “seno de la familia” el caso de Franz Ziegele, con Claudio como director, Felipe su secretario general y el resto de la familia como concejales (Rodríguez Macal 66-67). Con ese tipo de

240 estructura en mente, los empresarios belgas del siglo XIX reclutaron ciudadanos de diferentes países de la entonces sobrepoblada y empobrecida Europa, entre los cuales se encontraban varios alemanes (Wagner Los alemanes 27). Los proyectos socialistas de los colonizadores belgas sufrieron desgracias debido a la inexperiencia empresarial, la mala administración y la falta de fondos, todo lo cual hizo fracasar “una colonización europea en un lugar tropical y lejos de todo vestigio de la civilización occidental” (34). Muchos colonos murieron de enfermedades tropicales, otros regresaron a Europa y fueron pocos los que se interesaron en quedarse a residir en Guatemala (Valle). Los que se quedaron intentarían sobrevivir en otras partes del país. Entre ellos se encontraría el belga Peder Günther Winter que sería el primer colonizador no español de la región verapacense y el único sobreviviente verificable del fracaso de la colonia en Izabal (King 29), indicativo de que la inmigración de la fracasada empresa se haya extendido por el norte central guatemalteco. El contrato de la Compañía Belga de Colonización se extendía por buena parte del territorio izabaleño, desde la costa caribeña hasta el poblado de Gualán (departamento de Zacapa) al sur y las confluencias de los ríos Polochic y Cahabón al norte, en los linderos departamentales con la Alta Verapaz (Wagner, Los alemanes, 20); precisamente el área que constituye la espacialización departamental en el mundo narrativo de Jinayá. Entonces, Claudio Lizard representa la participación de ciudadanos belgas en la historia nacional y las relaciones armónicas en la hacienda familiar Jinayá simbolizan una producción capitalista con principios de esa utopía socialista de la empresa belga, similar al socialismo de la política gubernamental de ese entonces en Guatemala.

241 El socialismo de los gobiernos de mediados del siglo XX no sólo vino a cambiar el concepto constitucional de familia, -aunque entreverado con la legislación anterior-, sino que también trató de instituir un nuevo grupo familiar en la genealogía guatemalteca. Las familias de indígenas y extranjeros que se forjaron en la región cafetalera de la Alta Verapaz a partir de las políticas liberales de la Revolución de 1871 serían sustituidas por comunidades basadas en vínculos de afiliación entre individuos y entre éstos y el Estado que instauró la Revolución de 1944. En las familias que promueven los movimientos revolucionarios, “[e]l linaje erigido sobre principios de filiación,” dice Saona, “es sustituido por una fraternidad donde lo que prima es la afiliación, relaciones de tipo horizontal [en las que] [l]a familia, como tal, debe ser dejada atrás” (170). Los Estados socialistas niegan la usual organización familiar jerárquica y la reemplazan por un sistema ideológico mediante el cual se desea igualar a todos los individuos de la sociedad. Este nuevo tipo de familia en Guatemala se encargaría de dirigir las operaciones agrícolas de las fincas nacionales heredadas del régimen anterior, muchas de las cuales, como ya se vio, habían sido confiscadas a los descendientes q’eqchi’-alemanes. Ese intento de expansión genealógica del socialismo también se alegoriza en el mundo de Jinayá y las tres voces de los principales sujetos nacionales (Claudio, Patricia y Ricardo) que se pronuncian sobre la administración y el estado de la propiedad que confiscó el gobierno a los Ziegele. En primer lugar, se habla de las actividades y de los cuantiosos miembros de la nueva familia socialista que se instala en la finca intervenida. La mestiza regional señala que “parece un pueblo importante y todos son empleados [no peones], unos de menor y otros de mayor importancia… [h]ay cantinas y hasta un club de una especie de sindicato… [c]ada uno se cree el jefe y trata de mandar y disponer a su antojo… hay

242 empleados de la capital y de los pueblos como para llenar un ministerio” (33-34). Con esa numerosa organización familiar, se alude al deseo del Estado socialista de incluir en su política a todos los guatemaltecos, pero, por la misma novedad del afán democrático, las actividades productivas se encuentran en una desorganización que difiere mucho de la situación en la que estaban en los tiempos de los alemanes antiguos. Como la joven generación que creía en la benevolencia de la causa revolucionaria, el narrador expresa su incredulidad: “Habrá que ver todo eso… el camino de una verdadera revolución, tan necesaria en un país que despierta del feudalismo a la democracia, sin transiciones, es… muy difícil” (34). Ricardo parece tratar de justificar las acciones del nuevo gobierno, pero Patricia y don Claudio lo instan para que compruebe “el estado en el que está Baviera” y “lo que están haciendo allí los interventores” (33, 44). Los sujetos regionales exhortan al narrador a corroborar por sí mismo el caos que ha creado la política estatal proveniente de la urbe capitalina. El sujeto narrativo reevalúa al incierto pero enaltecido padre/Estado y a los hermanos ciudadanos con los que comparte progenitor y la madre/Capital con alcance rural. Cuando Ricardo decide visitar Baviera y se encuentra con ese nuevo linaje, se da cuenta de que ese padre tiene predilección por los hijos que, como el narrador mismo, son ciudadanos ladinos y citadinos, pero diferentes en cuanto a su nivel económico antes de la Revolución. Las descripciones de los nuevos dirigentes de la finca confiscada así lo representan. Rubén Morales, el administrador principal que describe Patricia, “era un profesorucho fracasado… [que] a gritón, ladrón y abusivo no hay quién le gane y… está muy bien conectado en su partido y en el Departamento de Fincas Intervenidas” (34). Cuando Ricardo lo conoce en persona, señala que Rubén es un capitalino “interesante” de “cara morena” y “una sonrisa

243 simpática,” pero “charlatán” (117). De ahí que Rubén es uno de los típicos portavoces ladinos gubernamentales que el texto identifica desde el inicio como “predicadores políticos que han arruinado la vida del campo de Guatemala” (4). También está Macario Ordóñez, “que hacía como de segundo administrador entre aquella pléyade de empleados” y venía de la ciudad oriental de “Zacapa” cuya población es mayoritariamente ladina (118). El narrador lo describe como un hombre de altura extraña que parecía “más bien un zancudo,” “más blanco que moreno,” de “maneras escurridizas,” con ojos como “un par de hendiduras” con “pupilas de un verde amarillento… en un fondo colorado” y “una voz que salía silbando de entre sus escasos y negruzcos dientes” (118). Es otra descripción zoomorfa del ladino debido a la dificultad de definir su mestizaje. Las descripciones de Rubén y Macario son representaciones ladinas exageradas que no indican su situación económica anterior, pero que se utilizan para anunciar los abusos que cometen los hijos/ciudadanos del padre/Estado socialista. Bajo la dirección de Rubén y Macario, según Patricia, “la finca está hecha un desastre” (34) y para don Claudio la mala gerencia en Baviera explica las cuantiosas bajas en la producción de esa hacienda (112, 116).23 En sus investigaciones, el narrador descubre un desfalco y lo denuncia “directamente a[l Departamento de] Fincas Intervenidas y ponía de manifiesto la manera cómo estaban administrando las fincas… [n]o sólo mermaban las cosechas por la pésima administración, sino que se las robaban, en gran escala” (Rodríguez Macal 159). El sujeto narrativo, a pesar de su encomio hacia el padre/Estado, pone en 23

Para la autosuficiencia de las fincas, el comercio de la región y la economía nacional fueron desastrosas las verdaderas bajas que oscilaban entre el 25% al 75% en relación a lo que producían los alemanes (Wagner, Los alemanes 382). De acuerdo a varios registros históricos, sí hubo una disminución considerable en la producción de las operaciones confiscadas debido a la mala administración de los encargados estatales que nombraron los gobiernos socialistas, incluyendo entre ellos al hermano del Presidente Arévalo, pero ninguno habla de que se hayan cometido robos (Friedman 184; Gleijeses 51; Handy, Revolution 69; King 38; Wagner, Los alemanes 382; Wagner, El café 180).

244 evidencia los abusos que cometen sus hermanos ciudadanos nombrados por ese mismo progenitor. Las acciones de Rubén y Macario demuestran al narrador que detrás de las buenas intenciones paternales del gobierno [h]abía brotado una nueva clase en Guatemala, una clase de zánganos explotadores del pueblo que antes se había mantenido en el más obscuro anonimato, de acuerdo con sus capacidades, y que ahora, gracias a los gritos de “reivindicaciones sociales” que exhalaban a voz en cuello entre los sindicatos y el obrerismo, se habían elevado a la categoría de “señores” de automóvil último modelo, chalets en las principales avenidas de la ciudad y una magnífica cuenta corriente en los bancos… Era la clase recién “brotada” que un amigo irónico había bautizado como la que “brincó del petate al Cadillac”. (157-158) Esos parientes, con los que el narrador hasta el momento compartía su fe en la figura paterna, antes de la Revolución contaban con bajos medios económicos, razón probable por la cual se aprovechaban del sistema democrático aún novedoso para la familia guatemalteca. Sin embargo, como bajo el socialismo no importa el acervo material del ciudadano, y análogamente deja de importar el estado financiero de los hermanos en la familia socialista, se esperaría que ciudadanos y parentela compartieran al menos valores sociales/familiares. Sin embargo, en una organización socialista que se basa en las afiliaciones entre individuos, Saona afirma que “los vínculos familiares son secundarios, o incluso nocivos para la revolución” (23). Así sucede en la Baviera de Jinayá, donde no existe la lealtad entre hermanos/ciudadanos dado a que “hay rivalidad a muerte entre ellos, pues unos pertenecen a

245 un partido y otros a otro… [¡]Allí no se entiende nadie! Los paganos, como es lógico, han sido los antiguos colonos” (33). Incluso entre los mismos jefes no hay honor: Macario culpa al difunto Rubén de planear el asesinato de Ricardo (194). Esa actitud desleal también ocurre en otras relaciones en las que se interpone el socialismo estatal. En el plano gubernativo, la jefatura local no quiere problemas con la administración central. Cuando el alcalde del pueblo de la Tinta levanta el acta sobre el robo de café en Baviera, indica que solamente está cumpliendo su deber y pide al abogado que lo disocie de las investigaciones, advirtiéndole que Macario es un tipo peligroso por su relación con el partido en el poder (150-154). Luego del descubrimiento y publicación del robo, el gobierno sólo despide a los administradores de la finca intervenida y la deja abandonada (160). No hay colaboración por parte del Estado para con otros dueños de haciendas familiares. Patricia cuenta a Ricardo que su padre, como otros europeos germánicos antes de él, desea mejorar el transporte abriendo un camino que debe pasar por el territorio intervenido, pero “no ha conseguido que el gobierno quiera abrir la parte que le corresponde a esa finca, ni siquiera consentir que mi papá lo haga por su cuenta” (33). La nueva familia implantada por el Estado socialista vendría a representar una rama disfuncional de la genealogía de familias guatemaltecas. El nuevo entendimiento que ha obtenido el narrador marca un cambio en su concepto sobre la familia socialista: “mi decepción iba en aumento sobre lo que yo tanto había creído en un principio… Aquella ‘democracia’ y libertad que reinaba en mi patria no eran sino la pantalla con que se encubría la más calamitosa burocracia, la demagogia más desenfrenada y la inmoralidad más absoluta en todos los negocios públicos” (Rodríguez Macal 157). En la reevaluación de sus progenitores, el narrador ve que la madre/Capital es el centro donde se han gestado los hijos/ciudadanos predilectos que el padre/Estado envía al área rural para

246 controlar la vida regional; es decir que reniega de aquélla por la que ya no sentía tanto apego y culpa a la prosapia paterna de la falla familiar. Desilusionado por sus progenitores simbólicos, el sujeto narrativo se propone construir una familia nueva y encuentra varios modelos regionales que forman parte de la genealogía de familias nacionales. Por el hecho de que mater semper certa est, el ladino citadino no puede negar a su madre y aprende a reconocer su origen indígena a través de la adopción de Manú como un padre proveniente de la ancestral estirpe maya. Así como obtiene la admiración y comparte muchas experiencias con ese padre adoptivo, también lo hace con el patrón de Jinayá. En sus viajes a la hacienda, Ricardo descubre la existencia de otras tres familias regionales. Entre ellas, el mestizaje q’eqchi’-germánico parece atraerlo. Ayuda a recobrar la herencia material de Franz Ziegele que en la novela aparece como el único descendiente de guatemaltecas q’eqchi’es y residentes alemanes antiguos, representando así una rama extinta del árbol genealógico nacional. También estima que el clan original Lizard de mestizaje q’eqchi’-belga representa el mejor modelo familiar a seguir en la construcción de su propio linaje. Pero esa familia original ha perdido a la madre indígena y la ha sustituido por una criolla, resultando en un nuevo tipo de familia. El narrador, como hijo único sin padre biológico, encuentra en la actual familia de Jinayá la rivalidad de hermanos con Felipe, la compañía inteligente en Patricia, la pasión juvenil de la segunda señora de Lizard y en don Claudio a una figura paterna. Esa progenitura putativa ha quedado en suspenso debido en parte a la relación que Ricardo ha mantenido con la joven esposa del hacendado de Jinayá. Don Claudio, a pesar de sus sospechas, desde el inicio reconoce en el narrador a un hombre emprendedor a quien confiarle el caso de su amigo Ziegele y con quien colaborar a lo largo de todo el proceso

247 judicial para concluirlo exitosamente (64-65, 106, 112, 122, 126, 133, 149, 154, 159, 179180, 188, 201, 207). La participación en las excursiones cinegéticas, el interés que suscita entre los indígenas locales y su desempeño con los trámites legales en la capital y durante las investigaciones de campo en los terrenos cafetaleros de Alta Verapaz, hacen que el ciudadano urbano nacional sea al fin adoptado por el patriarca extranjero residente de la región. El sujeto narrativo cuenta ahora, no con uno, sino con dos modelos de paternidad para formar su propia familia. Con esa segunda adopción, el narrador es figurativamente igual a las familias regionales antiguas de progenitores germánicos y q’eqchi’es. Con su nuevo mestizaje simbólico, Ricardo pretende a la mestiza regional. Patricia, quien ya ha rechazado a un mestizo de genética similar a la suya, accede a la relación romántica con Ricardo para procrear una nueva familia nacional. La unión matrimonial entre Patricia y Ricardo reflejan una visión que apunta a una integración de las sangres heredadas y de las clases sociales existentes en el país a mediados del siglo XX. Ambos también portan en su historia personal las herencias materiales y políticas que darán forma a la nueva sociedad del país. En el aspecto étnico, la mestiza encarna el legado europeo germánico y la herencia singular de la indígena q’eqchi’ que se unieron en las aisladas montañas del norte verapacense; mientras que el ladino simboliza el mestizaje convencional guatemalteco entre españoles y otras etnias mayas que coexistieron en el resto del territorio nacional. En términos de clases sociales, Patricia es de la élite rural capitalista y Ricardo pertenece a un estrato citadino profesional de corte socialista; unión que con respecto al acervo material también significa la unificación de la riqueza provinciana mestiza y las instituciones ladinas de la ciudad. En cuestiones políticas, estos dos personajes unen los principios –generalmente contradictorios- del socialismo y del capitalismo que

248 beneficiarán a toda la ciudadanía sin distinción de etnia, nivel económico o afiliación política. Por esa razón, en el momento que toman la decisión de unirse, se hace claro que la pareja fundamenta su alianza en una libertad basada en el respeto, la comunicación y la honestidad. Asimismo, todas estas disposiciones acordadas entre los ciudadanos del campo y de la urbe se extenderán, sin distinciones, hacia toda la descendencia ciudadana. En la configuración de esta nueva familia guatemalteca, Rodríguez Macal pone en las manos de los mestizos nacionales el potencial de guiar al país, imaginándose así la manera de proyectar en Guatemala el perfil de una ansiada nación moderna.

249 Capítulo cinco Guayacán como romance resolutorio

En la literatura guatemalteca ha persistido una tendencia al exotismo en la cual prima la visión de un Petén como selva recluida, aterradora y habitada por una fauna peligrosa y seres humanos rústicos. Así la representan numerosos escritores –en su gran mayoría desconocedores de la región- a inicio del siglo XX, en cuyas obras prevalece un punto de vista foráneo. Su territorio se presta al enriquecimiento y la expoliación de todos aquellos, extranjeros o nacionales, que pueden sobreponerse a los obstáculos de su exuberante naturaleza. Es también refugio de todos los que, por sus actos o sencillo hastío, necesitan distanciarse de la convivencia social. De esa manera, se ha perpetuado la idea de que la zona petenera es atrasada y primitiva. La falta de desarrollo de la región y el abandono en el que el Estado la ha tenido han contribuido a afianzar esa perspectiva generalizada en el país. Las incursiones en la jungla del norte, la desidia ciudadana y la negligencia estatal dan forma al discurso subyacente en Carazamba, novela en la que Rodríguez Macal esboza las fallas de la incorporación de la región petenera a la vida de la nación, desde los tiempos de la conquista hasta finales de la dictadura ubiquista. Su última novela criollista, Guayacán, inscribe la misma perspectiva del escritor e intelectual preocupado con la nación y la región, revelando un claro carácter programático en el planteamiento de proyectos de territorialización y desarrollo para el Petén y presentando la historia departamental contemporánea a los años del socialismo. La Guatemala socialista de finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta se perfilaba como un país progresista, muy por delante de sus vecinos centroamericanos. Era

250 una nación que se encaminaba hacia la modernidad gracias a las políticas económicas de los gobiernos de la Revolución del 44. Los programas sociales iniciados a finales de la década de 1940 se implementaban, según el discurso oficial, para beneficiar al ciudadano común. Tales beneficios se daban mayormente en las áreas urbanas, aunque gran parte de la economía nacional estaba basada en una agricultura fuertemente regida por un sistema latifundista semifeudal. Esa fue una de las razones por las cuales la administración de Árbenz dio prioridad al Decreto 900 ó Ley de Reforma Agraria, promulgado en 1952. Tal legislación pretendía tomar el control de los latifundios –especialmente los de propiedad extranjera- y distribuirlos entre la clase campesina. La revolucionaria transformación del sector agrícola se concentró en las dos terceras partes del territorio nacional donde se encontraba la mayoría de la tierra arable ya productiva o con potencial de serlo. El otro tercio lo constituye el Petén con sus aproximadamente 36,000 kilómetros cuadrados de selva impenetrable que no estaba nada desarrollada y cuyos habitantes constituían menos del 0.6% de la población total del país. Rodríguez Macal expresa una vez más sus inquietudes por el futuro de la región petenera apelando a los recursos genéricos del criollismo clásico y su carga alegórica, la cual se evidencia en personajes que representan grupos de comunidades nacionales en pugna y la imaginación de soluciones a los puntos muertos de la historia nacional. La tendencia criollista anacrónica, con la cual se identifica hoy al escritor, obedece a que la literatura en Guatemala no había resuelto los problemas que se habían solucionado en otros países. Los intelectuales que en el siglo XIX escribieron ficciones fundacionales luego de ocurridas las guerras de independencia, según Sommer, “developed a narrative formula for resolving continuing conflicts, a postepic conciliatory genre that consolidated survivors by recognizing

251 former enemies as allies” (12). Las repúblicas nacientes tuvieron una novelística resolutoria de las dificultades heredadas del periodo colonial. Ya entrado el siglo XX, el criollismo trataría de solucionar literariamente aquellos obstáculos que seguían imperando después de un siglo de independencia, tales como la explotación de los seres humanos y la naturaleza, la falta de modernidad y el neocolonialismo. Algunas de las naciones de América Latina habían evolucionado y esas transformaciones se reflejarían en sus literaturas. Por ejemplo, México parecía haber resuelto las diferencias étnicas con el ascenso del indígena Benito Juárez a la presidencia en 1857, razón por la cual las obras que tratan sobre la Revolución Mexicana presentan un país mestizo por antonomasia. Así también, el criollismo argentino ayudaría a cerrar la brecha entre tradición y modernidad al presentarles a los inmigrantes europeos al gaucho, en otros tiempos condenado, ahora como parte de una esencia cultural nacional con la cual habría que identificarse. En la Guatemala de los años cuarenta y cincuenta, a pesar de la Revolución del 44, todavía quedaban pendientes algunas discrepancias históricas cuya resolución podría plantearse a través de una estética criollista; por ejemplo, el racismo contra los indígenas, las tensiones entre campo y ciudad, las diferencias entre clases sociales, la tenencia de la tierra y la influencia extranjera. De ahí que en el Petén de Guayacán, similar a las novelas fundacionales donde se promueve la alianza de grupos que en general estaban distanciados, Rodríguez Macal junta sectores nacionales cuya unión estaba pendiente en Guatemala -algunas incluso todavía lo están hasta la fecha- y provee soluciones posibles a los conflictos culturales, económicos, políticos y sociales de la nación. Dada la importancia que el intelectual ha conferido al departamento norteño, tanto en sus obras como en su ensayística y crónica periodística, fundamenta su tercera novela en la realidad de abandono, aislamiento y

252 atraso del Petén y postula proyectos de integración nacional. Propone, por un lado, la territorialización o reclamo del territorio norte, que por legado histórico pertenece a Guatemala; o sea, lo contrario a su obra Carazamba en la que falla la inclusión del Petén a la vida nacional al segregar a la protagonista/selva de la sociedad/territorio guatemalteco. Por otro lado, Guayacán plantea posibles alianzas que podrían permitir la incorporación de la región selvática a la nación y la conciliación entre grupos nacionales históricamente separados. Guayacán es la obra maestra de Rodríguez Macal puesto que con ella consolida y enmarca por completo su ficción en ese mundo selvático que, como también lo advierte en sus escritos no ficticios, considera un territorio con potencial productivo y económico para lograr el desarrollo regional y nacional. El autor, quien con el género fabulístico representa la naturaleza del norte, empieza a centrar su narrativa en el Petén con un relato de la colección Sangre y clorofila. Su cuento “El janano” se desarrolla en las inmediaciones de la jungla y relata la historia de cooperación entre un chiclero y los ganaderos de una finca bovina. Luego, en la ya analizada Carazamba, los protagonistas perseguidos atraviesan las sabanas y los bosques tropicales del sur petenero; una travesía semejante a la que narra el colombiano Rivera en La vorágine. De la parte noroeste del departamento guatemalteco se encargaría Monteforte Toledo en su novela Anaité, que narra la vida de los madereros en una montería de la frontera con México. A diferencia de todos esos relatos, Guayacán no trata solamente de una parte limitada del Petén o del instinto de supervivencia del ser humano en un ambiente agreste o de la explotación de los recursos naturales. Representa, además, todo el territorio petenero, las labores tradicionales de sus habitantes y plantea la necesidad de llevar el progreso a las regiones más aisladas del país.

253 Principio el estudio del magnum opus del autor centrándome en aquellos aspectos que están ausentes o son diferentes a los de sus obras anteriores, como el prólogo y el narrador heterodiegético. Seguidamente examino la construcción del protagonista de la obra como otro ciudadano ejemplar –con similitudes y a la vez diferente de los que propone Rodríguez Macal en sus otras dos novelas- y hago hincapié en su historia familiar y psicología. Por último analizo la obra como una ficción de posibilidades fundacionales para la región, las cuales se desprenden de las diferentes relaciones entre el personaje central y las mujeres con las que se encuentra en sus viajes por el departamento del Petén. Dentro del marco de esas probables alianzas, argumento que el texto plantea uniones resolutorias de los conflictos históricos entre grupos sociales del país, las cuales apuntan tanto al desarrollo regional como a la armonía nacional.

Un programa ciudadano para la fundación regional y la conciliación nacional La fabricación literaria de Guayacán, si bien no deja de apelar a la novela de aventuras como en las obras anteriores del autor, se enmarca plenamente en el género de la novela fundacional. Desde el prólogo se despliega el programa de la obra. Alberto Porqueras Mayo, en su estudio sobre el prólogo, indica que este tipo de paratexto es un “vehículo expresivo con características propias… [que e]stablece un contacto que a veces puede ser implícito con el futuro lector… [y sirve] como un instrumento dramático que nos introduce en el conocimiento de los personajes” (39). En efecto, los escritores del criollismo utilizan esta estrategia literaria para validar sus narraciones. Por ejemplo, en el prólogo de La vorágine, Rivera presenta el texto como los verdaderos escritos de Arturo Cova o, mejor dicho, el autor real presenta el escrito del autor implícito como un relato verídico que puede

254 comprobarse. El criollista guatemalteco Monteforte Toledo dedica Anaité a varios amigos “[c]on quienes viví la increíble aventura que origina este libro” e indica que, cuando lo quiso publicar, “la dictadura imperante no lo permitió” y por eso lo hizo en fecha posterior “a título de documento histórico para que se compruebe su «peligrosidad»” (5, 7-8). La inclusión de un proemio vendría a conferir autenticidad a las obras, ya sea porque los escritores informan hechos reales, porque ellos mismos vivieron la experiencia o porque la enlazan a la realidad histórica de su época. El texto introductorio de la novela, que el autor escribió y firmó diez años antes de publicarla, presenta los aspectos idiosincráticos que regulan su lectura. En primer lugar, reclama su veracidad al asegurar que él mismo ha estado en la selva, ha visto lo que relata y ha convivido con los peteneros. Asevera la similitud histórica y contemporánea de los hechos indicando que “[l]as circunstancias, los bajos fondos, los escenarios y los hechos esporádicos son verídicos y fehacientes” y que solamente “[e]l episodio de la ‘guerra de lagarteros’ es lo único que no ha sucedido… todavía” (Guayacán 5). Con esto apela a la curiosidad del lector y le indica que se apresura a “darle realidad y apariencia de hecho consumado” al conflicto entre lagarteros para “que se trate de evitar” porque si se materializa “no tendría el fácil desenlace que le he dado” (5). Entonces, el programa de la novela incluiría una advertencia y uno de sus objetivos extratextuales sería evitar una catástrofe que solamente se gesta en el mundo narrativo de Guayacán. Asimismo, aparece una dedicatoria especial para “los hijos del olvidado e incomprendido Petén, cuna de la Civilización Maya” (4), que establece desde el inicio un enlace en el que se hará hincapié a lo largo de la novela: la conexión entre los antiguos

255 habitantes de la región y los peteneros modernos. Son estos últimos los que el prologuista indica utilizar como modelo para los personajes: … los hombres que nacen para ustedes en estas páginas hace tiempo que están vivos o desaparecidos, y las hazañas anónimas que protagonizaron viven en el recuerdo de los peteneros o están guardadas modestamente dentro de sus propios espíritus. Para ellos, los que aún viven en las selvas peteneras… debatiéndose con heroica indiferencia entre la vida y la muerte, son estas páginas principalmente… [y] para todos los guatemaltecos y centroamericanos enamorados de su tierra y que aún no la conocen bien. (4) Es decir que también reclama la veracidad de la narración cuando asegura a los lectores ajenos al territorio norteño la autenticidad de los hechos y los actantes. Es más, cede la palabra al “Petén maravilloso” para representarse como “patrimonio inalienable y esperanza cierta de las futuras generaciones de mi patria” (5). A diferencia de los narradores homodiegéticos de las novelas anteriores del escritor, el departamento del norte es el narrador omnisciente de su tercera obra criollista. Ésta es otra diferencia bastante marcada que también da indicios del cambio en la narrativa del autor.1 Así como los escritores de la gauchesca proporcionan al gaucho la escritura para contar su vida, Rodríguez Macal da la palabra a la región petenera para que se presente como un territorio que tiene el potencial de contribuir a la prosperidad futura de la nación. Ya en sus colecciones fabulísticas había abierto el espacio para que un humano narrara su entorno. En Guayacán pareciera ser al revés porque da voz al entorno para presentarse y narrar la existencia de los humanos. Es, pues, el mismo Petén el que cuenta la vida y la relaciones entre los diferentes personajes del mundo narrativo que se desplazan por su extensa geografía. 1

En su cuarta novela, Negrura (1959), Rodríguez Macal también evita utilizar un narrador homodiegético.

256 El prólogo también advierte que “cualquier parecido o afinidad entre los seres vivos y mis personajes, debe tomarse como una coincidencia, por desagradable o halagüeña que ésta sea” (3). Sin embargo, treinta y cinco años después de la publicación de Guayacán y la muerte del autor, se comprobó que el protagonista de la novela fue tomado de la vida real. Horacio Valle informaba en 1996 que “Pablo Sixto Ochaeta Trujillo” fue el modelo para el protagonista de Rodríguez Macal, puesto que se conocieron en 1952 en una excursión por las selvas del Petén y que desde entonces se hicieron amigos (58). Un año después de ese reportaje, el mismo petenero Pablo Ochaeta Trujillo, a la edad de 90 años, escribía su testimonio sobre los hechos que había informado Valle. Ochaeta cuenta cómo el autor de Guayacán, aludiendo a lo que aquél había relatado a éste sobre su vida petenera, le pidió permiso para que su personaje central se llamara “Pablo Ochaeta,” accediendo don Pablo a que solamente llevara su apellido (72-73). También indica que esto ocurrió durante el último viaje del escritor al Petén en el verano guatemalteco de 1962, año de publicación de la obra.2 Este aspecto pareciera evocar muchos casos semejantes en el criollismo, siendo quizás el más conocido el de Güiraldes que modeló a su don Segundo Sombra según la figura real de don Segundo Ramírez (Lancha 277). Hay que recordar el afán científico de los escritores que adoptaban la voz del antropólogo, del etnógrafo, del lingüista o del ingeniero, entre otros, y que la modelación de personajes en seres de la vida real era parte del proyecto criollista expresado mediante un realismo mimético, sin recurrir a la fantasía, al igual que la representación de la naturaleza se basaba en describir el existente entorno natural.

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El verano o temporada seca en Guatemala es de noviembre a abril. Guayacán se publicó en diciembre de 1962.

257 El protagonista y la naturaleza tienen una conexión que se patentiza desde el título. No se refiere al nombre inventado de una persona (Carazamba) ni a un lugar (Jinayá o Anaité) ni a un fenómeno natural (La vorágine). Guayacán es el nombre de un árbol florido que alude directamente a la naturaleza y también constituye una metáfora para referirse al protagonista. Éste, como se explicará más adelante, pasa por un proceso de maduración que lleva tiempo e incluye una serie de altibajos que se asemejan a los acontecidos al petenero moderno real que sirvió de modelo (Valle Dawson 58-59; Ochaeta 72-73). Esa es la razón del título ya que el árbol de guayacán (Tabebuia chrysantha) es una especie nativa del Petén que tarda en crecer, pero cuando alcanza la madurez tiene una de las maderas tropicales más fuertes, comparable a la caoba (Swietenia macrophylla) y el matilisguate (Tabebuia rosea). El texto mismo establece el símil al final del capítulo XV al afirmar que Valentín tiene “[u]n corazón fuerte y duro como la piedra… como el puro guayacán” (Rodríguez Macal 140). En el exordio se refuerza esa asociación que el nombre de la obra hace entre Valentín Ochaeta y el entorno natural. “Quizás encontréis un poco exagerada la figura central,” indica Rodríguez Macal en el prólogo, pero “estad seguros que en sí encarna la ambición, la resignación fatal, el ansia de superación, el desesperado impulso de supervivencia, la crueldad y la bondad primitivas y la fuerza sublime de muchos hombres del Petén” y constituye “un sencillo monumento esculpido en letras de molde, para el maderero, el chiclero y el lagartero” (Rodríguez Macal 4-5). En otras palabras, la posible hipérbole en la construcción del protagonista se explica por ser el representante y receptáculo de todas las características y todos los problemas de los seres humanos que viven en la jungla. Por otro lado, el escritor advierte que “[t]odas estas páginas… no sólo están escritas aquí, con los caracteres de mi máquina de escribir,

258 sino que encuéntranse impresas profundamente en el ancho libro de la selva… [que] tiene paciencia de milenios y nunca precipita los hechos” (3-4). La naturaleza selvática vendría a ser el lienzo sobre el cual se pintan personajes y escenas, y también otro protagonista que a través del tiempo influencia la forma en la que se desarrolla la vida de los que en ella habitan. De ahí que el hilo conductor a lo largo de la novela se componga de dos hebras: Valentín y la selva. La trama de Guayacán se distingue de Carazamba y Jinayá puesto que el texto se divide explícitamente en tres partes. Esa división contribuye a representar el cambio paulatino de Valentín y su relación con la selva, así como a presentar la manera en la que se podrían cambiar los sistemas de producción en el Petén para integrarlo a la nación. La novela narra la historia del protagonista, un joven floreño; es decir, originario de la ciudad de Flores, la Cabecera departamental. Se representan las actividades laborales tradicionales del petenero, ecosistemas diferentes del entorno selvático, relaciones económicas y sociales, así como la evolución psicológica del protagonista a medida que se compenetra con la selva. La descripción de la trama se abordará más adelante junto al análisis de la transformación de Valentín y sus relaciones con otros personajes, vínculos que, como se demostrará, aluden a procesos de territorialización y desarrollo. Valentín Ochaeta, se construye como un ejemplar de habitante regional industrioso cuyo liderazgo contribuirá a sobrepasar los obstáculos que impiden el desarrollo del Petén. Representa otro modelo de ciudadano de los que propone el autor, con similitudes y diferencias respecto a los protagonistas de sus novelas anteriores. Con éstos comparte su pertenencia a una élite por tener un linaje notable y ser originario de la Cabecera departamental, pero ya no se trata del criollo del altiplano que huye por la selva de

259 Carazamba ni del ladino capitalino que se identifica con la región cafetalera de Jinayá. Valentín es el petenero que salió de su tierra con intenciones de volver a ella y trabajarla para hacerla progresar. Es un joven de “estatura un poco más que mediana… anchos hombros” y “rostro moreno, obscuro como el de un árabe y de facciones correctísimas” (Rodríguez Macal 8); o sea que su aspecto físico, además de denotar a un mestizo promedio, añade el legado medio-oriental que llegó a Flores con los empresarios sirios a principios del siglo XX (Reina 266, 268). Valentín también ha tenido la oportunidad de estudiar en el extranjero, experiencia que lo diferencia de sus contemporáneos peteneros y guatemaltecos. Ha hecho la “carrera de ingeniero agrónomo” y un año más de “agricultura tropical experimental y aplicada” en los Estados Unidos (Rodríguez Macal 9-10). Sus estudios en un país desarrollado lo colocan en una posición privilegiada, puesto que la educación en Guatemala, como en otros países, era un medio para estratificar a los ciudadanos a mediados del siglo XX. En esa época, el nivel educativo de los individuos estaba directamente relacionado a la economía familiar.3 Los estudios escolares abrían mejores oportunidades laborales y el ansiado ascenso en la escala social, pero en general se consideraba que los estudios más allá de la escuela primaria eran para las clases afluentes (151). Se tiene el caso del mandatario socialista Juan José Arévalo que era de clase media, se graduó de maestro y obtuvo una beca para estudios universitarios en Argentina. La oportunidad educativa que su clase social le concedió y el consecuente éxito profesional como catedrático universitario fueron factores decisivos para que Renovación Nacional, el entonces partido de los maestros, lo escogiera como candidato a la presidencia y las masas populares lo eligieran en las votaciones de finales de 1944, aun cuando había servido por un corto periodo en el gobierno

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Dada esa correlación, no sorprende que Guatemala, con uno de los ingresos más bajos per cápita de América Latina, fuera un país con poca educación académica en las décadas de 1940 y 1950 (Roberts 150).

260 de Ubico y había estado ausente de Guatemala por trece años (Gleijeses 36-41). La educación sería un medio de diferenciación entre las clases sociales y una escolaridad adquirida en un país más desarrollado otorgaba un prestigio desmesurado y el respeto de todos los segmentos sociales. Esa es la razón por la que Valentín, al igual que el primer presidente de la Revolución, se perfila como un líder popular. El texto indica que su “recia e innata personalidad… pronto lo convertía en el centro de cualquier congregación humana donde se encontrara” (252). Su carisma y liderazgo entre grupos de diversas etnicidades y clases sociales resuena en toda la obra y acompañan la marcada evolución psicológica del protagonista. Su proceso de maduración es simultáneo a las relaciones que sostiene con la selva y los personajes femeninos, y se refleja en la manera en que resuelve las aparentes situaciones sin salida que va encontrando. De citadino culto e instruido se vuelve habitante de la selva que hace uso tanto de la violencia bárbara como de los conocimientos científicos para defender y desarrollar el Petén. El estudio de Valentín, su proceso evolutivo y sus relaciones con el sexo opuesto conllevan el descubrimiento de un protagonista que lucha contra el sino que le es prescrito como individuo, como parte de una familia específica y como petenero. En primer lugar, lleva el apellido de un individuo que el autor conoció y, dado que le había relatado su historia, a quien pidió permiso para nombrarlo en la novela. Además, el apellido Ochaeta tiene una significación añadida: prolifera y tiene arraigo histórico en el departamento. El texto así lo muestra señalando que el personaje central es uno de los Ochaetas que habitaban “por todos los ámbitos peteneros desde que su familia se arraigó en aquella anchurosa tierra el mismo lejano siglo en que don Martín de Urzúa logró acabar con

261 los últimos supervivientes de los mayas” (Rodríguez Macal 10). En efecto, Ochaeta es una adaptación de Ozaeta, apellido proveniente del País Vasco y llevado a Guatemala en el siglo XVII por alguna familia colonial, de hecho aparece por primera vez en una lista de expedicionarios que llegaron al Petén vía Tabasco, México (Schwartz 69; Jones 499-500). El mismo protagonista, cuando se le pregunta a qué familia pertenece, responde que a “todos los Ochaetas peteneros… Todos somos de la misma familia y andamos desperdigados por las selvas, por los pueblos y las sabanas” (Rodríguez Macal 206). Ese apellido cumple dos funciones en la novela: confiere a Valentín un linaje que prescribe su destino y conecta el mundo narrativo con la historia y la realidad demográfica de la sociedad petenera. El nombre de Valentín también tiene importancia en la construcción del protagonista. Es un apelativo de doble significado. Por un lado, deriva del latín Valentinus y éste de valens que significa “fuerte,” “saludable,” “valiente” y “valioso,” aludiendo a la misma robustez del personaje -que ya anuncia el título de la novela- y, como se verá más adelante, a las cualidades que lo definen como líder. Por el otro, se refiere al santo de los enamorados, San Valentín, que tiene significado en el catolicismo y la cultura popular. Como se observará, el Valentín de Guayacán siente que una relación amorosa estable no le está permitida, aunque se vincula platónica o románticamente con distintas mujeres. La renuencia del protagonista a establecer un idilio romántico puede adscribírsele a su historia familiar. Valentín es el único hijo de Encarnación Ochaeta, hombre enérgico, honesto y severo. Encarnación se preocupa por el futuro del hijo e insiste en que tome decisiones que, en la opinión paterna, le ayudarán a salir adelante como hombre y profesional (Rodríguez Macal 9-10, 140, 299-300, 303, 307-308, 312, 322). Hasta le ha arreglado el futuro matrimonial con una parienta desde que era pequeño (306). El

262 protagonista también tiene a su tío Fidel, más templado que su hermano Encarnación. Fidel tiene un vínculo tan fuerte con su sobrino que era comentario pueblerino “el hecho de que no se sabía quien quería más a Valentín, si su propio padre o su tío” (302). Es más, parece que Fidel ejerce una gran influencia sobre su ahijado. Así lo demuestra el incesante deambular del sobrino por la selva que se asemeja al “constante viajar entre las poblaciones de Belice y las del Petén en un comercio activo de maderas en las épocas de [la] juventud [de Fidel]” (301). La novela construye un protagonista con dos modelos paternales de la misma cepa Ochaeta, con diferentes temperamentos y conductas. A pesar de ese doble legado paterno, la añeja alcurnia y las virtudes que le asigna su onomástica, Valentín se ve afectado por la falta de madre; aspecto que difiere de los otros protagonistas anteriores de Rodríguez Macal. De la madre del protagonista de Guayacán sólo se sabe que era “una angelical mujer” que murió cuando él todavía era pequeño y que el padre lo puso al cuidado de una indígena (236, 302). El texto mismo refleja en el mundo animal una conexión materno-infantil que impacta al joven Ochaeta cuando decide dedicarse a la caza de lagartos. El lagartero atrae a su presa emitiendo un sonido “labio-linguo-dental” que se asemeja al que usan “los saurios en su infancia” para comunicarse con la lagarta madre (179). En el caso de Valentín, la falta de ese vínculo le impide hablar sobre su progenitora, pero su proceder da cuenta de su nostalgia ante la ausencia materna. Por ejemplo, en un incendio forestal, observa a los animales huyendo y repara en “el afán con que los gamichuelos seguían a sus madres a través de aquella corriente que hervía de seres de la selva en un éxodo alocado” (396). No obstante la existencia de una madre putativa, los lapsus y sueños del protagonista revelan que extraña el nexo biológico maternal.

263 El análisis de esas relaciones familiares bajo la lente de la psicología revela en Valentín características que desde la cuna le van a obstaculizar el conseguir una relación estable de pareja. El psicólogo Bruce D. Perry señala que el comportamiento de las personas al cuidado de los niños juega un papel crucial en el futuro social de éstos. Perry opina, como muchos investigadores, que un apego saludable entre madre e hijo, -precisamente lo que hizo falta a Valentín-, es determinante puesto que “provides the working framework for all subsequent relationships that the child will develop” (2). Asimismo, indica que “interfering parents,” -como Encarnación Ochaeta-, “tend to have children that avoid emotional intimacy” (5). A estos problemas habrá que añadir lo que Perry llama “transgenerational nature of attachment problems” (6), es decir los problemas de apego que pasan de una generación a otra, como la manera en la que el padre cría a Valentín y, en especial, a lo que éste aprende del tío, a quien sus constantes viajes “no le dieron tiempo para fundar un hogar sólido y sus amores fueron siempre tempestuosos, aventureros y volátiles” (Rodríguez Macal 301-302, mi énfasis). De ahí que esta historia familiar -ausencia maternal, interferencia paterna y nomadismo/donjuanismo de una figura modelo- contribuye a la renuencia de Valentín para formar lazos afectivos, situación que se extiende a su relación con la selva. El joven Ochaeta representa, como se identifica desde el prólogo, toda la humanidad que habita en el Petén. Al traspasar esa representación a un plano alegórico análogo al de las otras novelas del autor, se observa que este protagonista se diferencia del Ricardo de Jinayá en el aspecto familiar. Mientras que Ricardo se siente seguro de su madre/Capital, Valentín no tiene progenitora, no puede contar con la urbe capitalina para subsanar sus problemas. En su lugar, debe depender de la Cabecera departamental y otras poblaciones menores, al igual

264 que el personaje depende afectivamente del recuerdo de su madre putativa y las mujeres con las que se relaciona. En Jinayá el protagonista duda de la inestabilidad política del padre/Estado, el mismo que rige la vida de los peteneros y obstaculiza su pleno desarrollo. Por otro lado, Guayacán permite la misma alegoría de Carazamba: en ambas las protagonistas encarnan el territorio nacional; en esta tercera novela varios personajes femeninos son asociados a distintas regiones selváticas que están prestas a producir. Esas representaciones giran alrededor de Valentín como un tipo de petenero ejemplar que, antes de decidirse por la mejor forma de obtener y trabajar la tierra, tendrá que fortalecer su relación con la selva y oponerse al destino que le deparan su apellido y gentilicio. La lectura alegórica de Guayacán revela las diferentes posibilidades que podrían dar pie a la fundación del Petén como parte integral de la nación. Se analiza la obra como una ficción fundacional regional, como las que postula Sommer en el plano nacional a partir de las novelas latinoamericanas del siglo XIX. Las nuevas naciones, según Sommer, encontraron un discurso para autolegitimarse en el deseo heterosexual entre un héroe y una heroína nacionales de diferentes clases sociales, etnias y/o posiciones políticas (5, 35). El texto de Rodríguez Macal hace uso de diferenciaciones similares en las relaciones entre varias mujeres y el héroe protagonista. En efecto, el petenero Valentín Ochaeta, mediante sus relaciones heterosexuales, busca legitimar la existencia del departamento norte e incorporarlo a la vida nacional y consolidar, al mismo tiempo, su relación con la selva como otro personaje femenino del mundo narrativo. En las ficciones fundacionales que estudia Sommer, la crítica propone que el relato de amor entre personajes desiguales presenta simultánea y alegóricamente la historia que da inicio a la nación, poniendo de relieve que el éxito o fracaso de ambas narraciones depende, por un lado, de que el Estado acepte el amor

265 de los héroes y, por el otro, que esa relación fundamente la legitimidad política de la nación (41). En Guayacán se presenta el ahínco de un ciudadano emprendedor por llevar el progreso a una región que no cuenta con la venia del Estado; factor que obstaculiza la afirmación del amor de ese ciudadano por la jungla del norte, alegorizando en sus amoríos las posibilidades para establecer la región como parte del territorio nacional. No obstante la falta de apoyo estatal, el protagonista y la pareja con quien alcanza la intimidad romántica harán posible que el Petén se incorpore a la República, proveyendo en el proceso la solución a problemas sociales que han impedido la consolidación socioeconómica y política de Guatemala. A lo largo de las tres partes de la novela se presenta el desarrollo psicológico del personaje central como ente civilizado que encuentra obstáculos en medio de la jungla y cómo esa psicología influye en sus relaciones con la selva y los otros personajes del mundo narrativo. En la primera parte se representa al protagonista como un petenero de la élite floreña que ha terminado sus estudios en el extranjero y acaba de volver a su tierra. Además de su linaje antiguo y lugar de residencia, su reciente nivel de educación lo colocan en una posición distinguida con respecto al resto de los habitantes del departamento. “In Flores, wealth, power, and prestige were tightly interconnected,” señala Schwartz, “one reinforcing or leading to the others” (120). Es exactamente el caso de Valentín cuyo apellido le concede un prestigio histórico y un poder social que se reconoce en la Cabecera y todo el Petén (Rodríguez Macal 8, 206, 379). Por desgracia, la fortuna familiar casi ha desaparecido con el costo de la formación de Valentín. La familia tiene la esperanza de que esa inversión fructifique con el trabajo que el descendiente pueda realizar en la capital regional o en la nacional. Pero el verdadero deseo de Valentín es “llevar sus conocimientos al suelo patrio y

266 redimirlo con una ciencia práctica y aplicable a su medio pobre y sin recursos” (10, mi énfasis), dando a entender que, más allá de su familia, piensa en desarrollar el malhadado territorio para el bien nacional. Las mismas circunstancias de pobreza y falta de bienes se oponen a esa ambición del protagonista y al anhelo de su padre y tío. La situación sin salida de Valentín refleja la realidad de los peteneros cuyo desarrollo depende de lo que el Estado y la administración departamental puedan ofrecerle. Todas las oportunidades que se presentan al protagonista parecen forzarlo a seguir la suerte asignada por heredad a su parentela y por tradición a los peteneros. En el caso familiar, el padre ha hecho arreglos de matrimonio para Valentín desde que éste era niño. Desea casarlo con una prima, Rosalía, cuyos padres tienen recursos económicos. De esa manera seguiría el destino de su cepa: abrir un negocio, casarse y perpetuar la especie en su lugar de residencia (Rodríguez Macal 10), prolongando así el prestigio, el poder y la riqueza de los Ochaeta en Flores. Pese a las posibilidades de esa unión, por el momento Valentín no tiene la intención ni de casarse con su prima ni de quedarse en la ciudad, puesto que Rosalía simboliza esa Cabecera petenera, aquella tierra que ha sido urbanizada para el beneficio de la élite económica, las jerarquías de prestigio y el monopolio comercial (Schwartz 217). Flores vendría a representar para el Petén el centro de poder en el ámbito departamental, como lo es la Capital para Guatemala en el plano nacional. Ambos ejes hegemónicos proveen el capital y los insumos que Valentín piensa utilizar para poner en marcha sus planes y escapar el sino petenero. A semejanza de los pocos intentos de ayuda al departamento norte, el apoyo que Valentín recibe es exiguo y viene acompañado de una serie de condiciones. De Flores recibe la ayuda financiera del padre y, del tío, un terreno abandonado en un área de bosques

267 lluviosos en la parte oeste del departamento.4 Allí puede extraer caoba y venderla, condición necesaria para conseguir el capital inicial y aplicar lo que aprendió en el extranjero. Se resiente ante la idea de haber estudiado tanto para terminar de maderero en medio de la selva. El padre lo manda a la Capital a pedirle a un primo, funcionario del gobierno central socialista, un préstamo para sufragar el equipo para cortar madera (Rodríguez Macal 10-11). Ante la oportunidad de conseguir fondos gubernamentales, Valentín piensa que podría invertirlo en echar a andar sus planes en el Petén. Lo que menos se imagina es que la entidad capitalina requiere como garantía la propiedad del tío y que el empréstito se utilice sólo para extraer la caoba de dicha propiedad (16-17). Esta situación enfada al protagonista aun más pues la siente “como un sino fatal” ya que tanto su padre y tío como el gobierno central “querían que sacara madera y todos sus argumentos, todas sus argucias y maquinaciones para desviar aquel destino montaraz habían fracasado” (17). Aunque el protagonista trata de llevar a cabo sus sueños de desarrollo y escapar así de un destino selvático, las circunstancias que se le presentan en los centros de poder lo empujan a ser otro petenero tradicional que sobrevive mediante la extracción de recursos naturales. No obstante su resentimiento ante una situación en la que no se avizora un futuro, Valentín inicia la empresa maderera. Esta industria de materias primas fue el foco de la novela Anaité en la que Monteforte Toledo describe la explotación de la selva basándose, de acuerdo al prólogo, en sus vivencias en los bosques maderables peteneros aledaños a Tabasco y Chiapas, México. El protagonista de Anaité es de la capital y no encuentra ningún problema en la organización de sus operaciones que resultan exitosas pues cuenta con ayuda de otros empresarios guatemaltecos y varios socios mexicanos. La experiencia 4

Esta área, según las indicaciones geográficas de la novela, se encuentra entre la parte sur por donde escapan los protagonistas de Carazamba y las monterías madereras de la región occidental del Petén que representa Monteforte Toledo en Anaité.

268 del petenero de Guayacán es muy diferente. Celebra un contrato con una compañía norteamericana y se compromete a entregar las trozas vía fluvial en la ciudad de Tenosique, Tabasco. Emplea a un grupo de taladores, -la mayoría peteneros, pocos con esposa, unos de otras partes del país y algunos de otra nacionalidad-, entre los cuales destacan sus capataces: el petenero Carmen y el beliceño Jorge. La conducta de Valentín en la montería muestra el doble significado de “valor” que conlleva su nombre –que resonará en el resto de la obra- y refuerza la construcción del personaje como líder ejemplar. Por un lado es un patrón y un trabajador de mucha “valía” por lo bien que trata a todos en el campamento, su constante presencia en el área de trabajo y el ejemplo que con su liderazgo da a todos los peones madereros (Rodríguez Macal 21-23, 26, 31). Por otro, también tiene la cualidad de “valiente” porque, sin experiencia previa, hace frente a una empresa peligrosa, tanto por la práctica como por el medio en el que se realiza la misma. En esta primera parte, la selva de Guayacán aparece como antagonista del hombre puesto que supedita su actuar cuando se siente amenazada. Hay que tener en cuenta que es la primera vez que Valentín desafía a la jungla. De hecho, cuando arriba al terreno de su tío “se sentía como un conquistador” y en su imaginación “vio pilas y más pilas de trozas de caoba, que relucían… como enormes lingotes de oro” (19). De esa forma, el valioso y valeroso protagonista adopta una actitud de invasor frente a esa naturaleza que él hará producir con su propio esfuerzo y acepta la tarea como un medio para lograr su objetivo de desarrollar el Petén. El tiempo lejos de la ciudad y la dura labor selvática van aclimatando a Valentín a su nuevo ámbito. Ha adquirido “algo de fiereza de la selva, de la pasión por la lucha […y] determinación” de sobrevivir (Rodríguez Macal 22), iniciando así su proceso de adaptación a

269 la jungla. Cuando compara su existencia citadina y su vida presente, recapacita sobre la realidad de pobreza del área rural y condena la destrucción de la naturaleza (25-26, 29, 31). Estos pensamientos ilustran el círculo vicioso del esfuerzo maderero de Valentín: sanciona la devastación del entorno que emprende para alcanzar el progreso departamental, el cual no podrá llevarse a cabo sin el capital que obtendrá destruyendo la selva. Cuando su labor le parece fútil, se convence de que debe volver a la realidad de su medio ya que, por su origen, le corresponde trabajar en la selva y dejar los sueños de grandeza que adquirió en el extranjero (37). Ante las circunstancias, Valentín continúa su labor en la selva y se resigna a su destino de petenero tradicional, de trabajo montaraz, en un entorno agreste y solitario. El aislamiento se aúna al cariño con el que las pocas mujeres de la montería reciben a sus esposos para hacer que el protagonista extrañe la compañía femenina y se olvide de “soñar con mujeres rubias” (Rodríguez Macal 25, 37). Si al inicio siente que su condición de profesional citadino no es para estar trabajando en la selva, piensa que lo es mucho menos para encontrar una pareja en donde no había mujeres solteras de su estatus (caso parecido al de los alemanes en Alta Verapaz a principios del siglo XX). El mismo destino que lo lleva a trabajar un terreno que no le pertenece lejos de su vida urbana, también le señala un camino semejante en cuestiones de relaciones amorosas. Valentín no desea abandonar el campamento por temor a que surja alguna contrariedad durante su ausencia. A instancias de Jorge, sale de excursión para distraerse y conoce a otros habitantes de la selva que viven recluidos y solos. A su regreso, encuentra que dos peones se han peleado porque la esposa de uno, Micaila, ha tenido relaciones sexuales con el otro. El ofensor sale huyendo y el ofendido es enviado a trabajar a una sección apartada del campamento central. Cuando el marido se encuentra lejos, Micaila busca a Valentín para explicarle en tono seductor que “es

270 esta soledá la que tiene la culpa… que vuelve locos a los hombres, cuando no tienen mujer” (78). La explicación tentadora surte efecto pues el protagonista y Micaila se hacen amantes, reflejando la forma en que el Valentín conquistador llega a laborar el campo abandonado de su tío en el recluido entorno selvático. De ahí que Micaila simbolice la tierra ajena y desatendida que podría aprovecharse, aunque no represente ninguna posibilidad de fundar la región. Valentín se siente culpable porque actuó “sin exponer nada… más que el instinto de macho… sin espiritualidad de ninguna clase… había tomado aquello, lo había arrebatado cuando los dos rivales estaban lejos” (Rodríguez Macal 82). La reflexión del protagonista también sugiere la manera en que llega a explotar el terreno del familiar ausente, sin ningún afecto por la selva, sólo porque es lo que le depara el destino. A pesar de su sentimiento de culpabilidad, Valentín se deshace de prejuicios y, sobre esa relación con Micaila, se señala en estilo indirecto libre que “[é]l era hombre y ella, un pedacito moreno y primitivo de su tierra ultraamada” (85, mi énfasis); todo ello evidentemente apuntala el plano alegórico. O sea que, en medio de la selva, el hombre se toma el derecho de poseer a la mujer desamparada, así como el petenero ambicioso se siente el legítimo productor en ese territorio desdeñado. Es importante señalar que la propiedad de tierras no ha significado mucho problema en el Petén puesto que era de poco interés durante el siglo XIX -porque no se derivaban artículos comercializables- y las propiedades que otorgaron los dictadores de principios del siglo XX no sobrepasaban el 2% del territorio (Schwartz 92-93).5 La falta de parcelación y vías de comunicación en el departamento norte han contribuido a que el petenero no dé mucha importancia a la tenencia de tierra, a pesar de la abundancia de ésta. Según Schwartz,

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Según Rodstrom, Olivieri y Tangley, la cuestión de la tenencia de tierra en el Petén todavía no se había resuelto a finales del siglo XX (16).

271 ni siquiera la élite regional tenía la motivación para desarrollar el territorio, aunque contara con los recursos financieros para hacerlo (244). Incluso la Revolución del 44, informa Schwartz, no alteró esta situación ni “Arbenz’s land reforms, important as they were elsewhere in Guatemala, had no effect on underpopulated Petén [… where] access to land was based on usufruct” (256). Es decir que la tenencia de tierras del Petén junto a la manera en que Valentín aprovecha la tierra que encarna Micaila se asemeja al sistema de la Reforma Agraria que estaba basado en el usufructo de tierras expropiadas. Ya en su crónica periodística el autor había señalado la condición usufructuaria y la expropiación de tierras como las fallas de la transformación agrícola que postulaba la administración arbencista. Estas notas históricas están en sintonía con el comportamiento de Valentín (como parte de la élite de Flores) para con Micaila (la desatendida tierra que está presta a ser trabajada): una relación que alegoriza el esfuerzo del ciudadano emprendedor de clase media que da importancia temporal a la tierra abandonada y la usufructúa con el objeto de obtener beneficios financieros para invertir en la producción de otros terrenos. Sin embargo, en concordancia con la visión del autor sobre las condiciones usufructuarias que frustraron la reforma agraria de Árbenz, el protagonista fracasa en la empresa maderera debido a su inexperiencia. A lo largo de la temporada seca se ha logrado obtener una cantidad nada despreciable de caoba. Los cálculos de Valentín sobre el valor de la madera lo hacen recordar su “ambición [… de] tener dinero para hacer la grandeza del Petén” (Rodríguez Macal 102). Sólo espera que las lluvias aumenten el caudal del río para transportar las trozas acumuladas. Su actitud celebratoria hace que ignore la sabiduría petenera en los presagios del capataz Carmen, quien le advierte sobre los riesgos de una inundación. En efecto, se desata una correntada subterránea y se pierden tres cuartas partes

272 de la caoba recolectada. Parece como si la selva, amenazada ante la destrucción que lidera Valentín, decidiera reclamar lo que le pertenece y advertir así sobre los riesgos que se corren cuando se abusa de ella. De regreso en la Capital para afrontar su compromiso financiero, el protagonista evoca “los meses de encierro en aquel solitario claustro verde, donde había tenido la más amarga de las experiencias y donde la vida aprovechó para darle una de sus más crueles lecciones” (131), refiriéndose a la futilidad de escabullirse del sino petenero que incluye una relación íntima con la selva. La falla de su primera experiencia en la jungla deja a Valentín recuerdos desagradables que asocia con el de Micaila. La confusión que crea el desastre natural hace que ambos personajes tomen diferentes rumbos. Cuando Valentín rememora ese fracaso, resuena en su mente “el rostro moreno, agridulce en el recuerdo, de la Micaila” (Rodríguez Macal 176). Es que ella se enamoró del patrón y, a pesar de estar casada, quería seguirlo, pero él no tenía intenciones de llevársela. Pareciera como si ese pedazo de tierra selvática deseara compenetrarse con el hombre que la ha trabajado, a quien, sin embargo, sólo le interesaba aprovechar sus recursos y dejarla tan abandonada como la había encontrado. El caudal catastrófico corta el torrente de pasiones de Micaila, alejándola de Valentín y evitando así la continuidad de una alianza usufructuaria entre el petenero emprendedor y la tierra desertada. Ese tipo de relación, entonces, no constituiría un esfuerzo fundacional para la región puesto que, por su característica transitoria, no podría ser la respuesta al progreso del departamento norte. La rendición del protagonista ante el destino que debe seguir también lo hace apartarse de la Cabecera departamental y, por consiguiente, de lo que las élites floreñas, según el texto, podrían considerar la mejor posibilidad de desarrollo para el Petén. Valentín

273 decide volver a la selva a trabajar y envía una nota a su prima/prometida Rosalía indicándole que no regresará a Flores y que “los proyectos tienen que posponerse… si tiene otros mejores, no vacile en ponerlos en práctica” (Rodríguez Macal 139). Con esas palabras se desentiende por el momento de ese compromiso para con la cepa Ochaeta y el centro regional de poder. Eso no significa que no haya contemplado la posibilidad de esa unión. El texto muestra que Valentín alguna vez “había soñado con los enormes espacios abiertos, cultivados por su ingenio y su trabajo; con un hogar risueño en el que Rosalía plantara, para siempre, la semilla de su raza en aquel suelo petenero” (176).6 Dado que la producción agrícola es, en esencia, lo que Valentín tiene en mente para desarrollar la economía del Petén, el matrimonio con su prima lo hubiera alejado más de sus planes. De ahí que, en el plano alegórico, el protagonista rehúya otro posible momento fundacional en el que el ciudadano citadino uniría fuerzas con la urbe departamental. Sería, sin embargo, una unión innecesaria ya que la élite floreña siempre ha gozado beneficios mayores que los concedidos a otros peteneros y nunca se ha preocupado por el bienestar del resto del departamento (Reina 274). En otras palabras, el matrimonio entre dos Ochaetas sólo vendría a reforzar la hegemonía de la ciudad de Flores y no promovería la inclusión del Petén a la nación. Por otro lado, pese a la poca importancia que la Cabecera la ha concedido a otros poblados departamentales, Flores ha sido el constante centro urbano en la vida de los ciudadanos peteneros desde tiempos coloniales (Reina 266).7 Esa es la razón por la cual Rosalía seguirá apareciendo en el mundo narrativo como uno de los personajes femeninos de más presencia en la vida del protagonista.

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Schwartz afirma la que las familias peteneras de los estratos altos “have usually derived more wealth from trade, [gum] contracting, and politics than from farm production” (226-227). 7 Esta ciudad fue fundada en 1697 como “la villa de Nuestra Señora de los Remedios y San Pablo de Itzá,” nombre que se cambió a “Ciudad Flores” en 1831 (Arrivillaga 53-54).

274 Valentín, como ciudadano responsable, siente el deber de pagar sus deudas y recuperar la propiedad del tío. Como todo petenero, sabe que hay posibilidades económicas en la cacería de lagartos y la extracción de chicle. Reconoce que esas labores implican “un trabajo de sacrificios y duro” y son “para hombres de la selva y no para estudiantes ni para profesionales como él” (Rodríguez Macal 138). Continúa sintiéndose distinto a sus conterráneos, no por su alcurnia –que no significa mucho en la selva- ni peculio -que no tiene-, sino por sus conocimientos “civilizados.” Al protagonista le gustaría que se valorara esa educación que adquirió en el extranjero en un medio en el que escaceará hasta finales del siglo XX (Carr 100). Y, sin embargo, sabe que esa formación no vale nada sin el capital necesario para ponerla en práctica. Pareciera no tener otra alternativa en este aparente punto muerto más que ejercer las labores tradicionales peteneras de extracción de recursos naturales, para lo cual deberá obtener los saberes de la selva. Aunque le sigue repugnando la jungla, Valentín “sentía algo dentro de su ser que lo inclinaba a desafiarla de nuevo, a internarse en sus verdes ámbitos y sacarle de una manera u otra, sus tesoros” (Rodríguez Macal 138). Acepta así su suerte petenera pero como conquistador, sin una relación íntima con la selva. Su responsabilidad social, necesidad financiera y convicción de vencer a la naturaleza hacen que Valentín una su fuerza laboral con la de sus antiguos capataces, Jorge y Carmen, y con los sobrinos de éste; todos ellos con los conocimientos necesarios sobre la recolección de materias primas. Se dedican primero a lagartear en los sistemas hidrográficos noroccidentales, comerciando las pieles que obtienen con un estadounidense que reside en la Capital. También deciden chiclear en lo más recóndito de las selvas tropicales del norte y este del territorio petenero, vendiendo la goma extraída en forma directa o indirecta a la empresa norteamericana Chicle Development

275 Company radicada en Flores. Este nuevo capítulo en la vida del protagonista apunta una vez más a que el comercio del producto laboral del petenero se hará con extranjeros y dependerá de los centros hegemónicos de poder, sólo que ahora tendrá que adquirir los saberes de aquellos cuya universidad ha sido la naturaleza silvestre del Petén. El texto mismo reclama a Valentín como “otro hijo anónimo de las grandes y solitarias regiones” (176), sellando así su inexorable destino en la selva. La segunda parte de Guayacán, la más extensa de las tres, muestra cómo el aislamiento y realidad del Petén y las arduas labores selváticas, que el texto describe en detalle, operan más cambios en el protagonista. Empieza a aborrecer la caza cuando encuentra un gran número de lagartos desollados pudriéndose bajo el sol. Es el resultado de las acciones de cazadores furtivos mexicanos. Valentín lamenta ese hecho no sólo porque es ilegal y sanguinario sino también porque, contrario a lo que estipula la legislación, hay animales de todos los tamaños. Observa que la extracción indiscriminada que perpetran los foráneos constriñe la renovación de recursos naturales y, en consecuencia, la supervivencia de los peteneros. Le parece increíble que él y sus coterráneos, los habitantes de la selva, “estuvieran tan abandonados y tan a merced de un puñado de desalmados, debido al descuido del Gobierno y a la absoluta indiferencia que mostraban por el Petén” (Rodríguez Macal 191), empezando así a cuestionar al Estado que no se preocupa por sus ciudadanos peteneros ni por la soberanía nacional. Al mismo tiempo se pregunta “¿Qué derecho tiene el hombre para –por unos cuantos quetzales- esquilmar a la naturaleza privándola de sus hijos?” (197)8. La forma en que sobreviene a sus necesidades económicas hacen que el protagonista se sienta en otra situación sin salida cuando trata de razonar sobre su propio

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El quetzal es la unidad monetaria en Guatemala.

276 proceder. Aunque la actividad peletera presenta mejores perspectivas financieras, Valentín toma la decisión de dejar de lagartear para dedicarse a la chiclería. Es en la industria chiclera, tan distintiva del departamento norte, que el protagonista encuentra un aparente balance para su existencia selvática pues, como lo declara el texto, los chicleros “sangraban a los árboles y los zancudos a ellos,” intercambio que representa “la ley compensadora de la selva” (Rodríguez Macal 202). Además, Valentín se identifica con ese estilo autónomo de vida en el que la subsistencia depende tanto de la fortaleza como del sentido común del chiclero. Éste ha llegado a constituir parte integral de la tipología nacional. “[T]he chicle industry created an archetype for the Petén -the independent, rowdy, and forest-savvy chiclero-,” señala Nations, “much the way the American West produced the archetype of the cowboy… In the mind of outsiders, and in that of many Guatemalans, a Petenero is… tough, independent… [and] wise in the ways of the Maya Tropical Forest” (186). Las características del chiclero, su habilidad de sobrevivir en la selva y conexión geográfica con la civilización maya llegarían a extenderse al resto de la ciudadanía departamental, creando así esa percepción del petenero que persiste en el imaginario nacional. En la difícil ventura de la chiclería, el protagonista sufre dos transformaciones paralelas. En su físico “[y]a ni la plaga de zancudos le hacía mayor mella y sentía que su piel se iba metamorfoseando defensivamente en un grueso cuero de animal salvaje, tostado por la intemperie y lleno de cicatrices y arañazos” (Rodríguez Macal 203). La nueva apariencia del Valentín templado por el entorno protege al Valentín citadino. Es una protección que se desarrolla en forma simultánea a su cambio psicológico: “Todos los remilgos de su vida pasada habían desaparecido y poco a poco tornábase en un hombre de

277 las selvas, duro y silencioso” (203). El hombre de la ciudad, con sus quejas y aspiraciones, pareciera quedar oculto bajo ese fuerte tegumento que el hombre selvático desarrolla a partir de la aceptación callada del destino petenero. Como chiclero, el petenero emprendedor encuentra otras relaciones afectuosas heterosexuales que alegorizan posibilidades de fundar y desarrollar la región. Al retornar de su primera intervención en la chiclería, Valentín se topa con Floripe Rivera, un personaje femenino que lo desconcierta por su origen y mucho más por su género. El que sea una mujer que deambula las selvas es algo sorprendente, como la protagonista de Carazamba, y mucho más asombroso el que no tenga amante en un mundo de hombres. El que sea chiclera (un oficio masculino en general) y se vista y actúe como tal es algo insólito y más aun el que dirija su propia operación de extracción de chicle. Además, es extranjera, del estado mexicano de Tabasco que colinda con el noroeste de Guatemala. Ante el desconcierto de Valentín, Floripe explica que tiene afecto por el suelo guatemalteco, que tanto ella como sus peones mexicanos trabajan legalmente en territorio petenero y más tarde le cuenta que desde pequeña ha laborado en el oficio del chicle que le legara su difunto padre (Rodríguez Macal 206, 218). Cuando la mexicana interpela sobre su procedencia a Valentín, éste responde ser “Guatemalteco puro, señora, y petenero, para mayor abundamiento” (205). Es la primera vez en la novela que el protagonista se encuentra cara a cara con una persona de México – después de ver los abusos que cometen los lagarteros extranjeros- y la única vez que se le pregunta sobre su lugar de nacimiento. De ahí que conteste no sólo confirmando su nacionalidad sino que también poniendo énfasis en su origen regional para reafirmarse como habitante del norte guatemalteco ante la sureña mexicana.

278 La atracción entre Floripe y Valentín es mutua sin importar la diferencia de origen y edad -la mexicana es mayor. Ambos son enérgicos, saludables y guapos: ella acentúa su feminidad y el petenero su gallardía. Floripe admira en él su respeto, su infatigable labor en la chiclería y, ya que conoce a los Ochaeta floreños, su empeño en trabajar en la selva a pesar de su alcurnia. Valentín estima en ella su liderazgo e impecable administración de un campamento de mayoría masculina, su deferencia por las leyes guatemaltecas y la cordialidad con que lo trata. Asimismo, la asistencia entre los dos es recíproca: La tabasqueña le ofrece comprarle chicle a buen precio y él contribuye con su trabajo en la operación chiclera. El texto especifica que llegan a tener buenas relaciones laborales y afectuosas, reflejando la fraternidad del campamento donde compartían “chicleros mejicanos y guatemaltecos” en “la mayor armonía” (Rodríguez Macal 207). La confidencia entre la tabasqueña y el petenero alcanza la intimidad emocional, pero nunca llegan a relacionarse de forma erótica (215-219). Sus intercambios íntimos revelan que Floripe es la versión femenina de Valentín; razón probable por la cual ella tiene un nombre sin marca de género definida y se describe con rasgos andróginos. Es decir que, como Valentín es el representante de la humanidad del Petén, ella representa la parte humana de una región mexicana con una historia parecida a la del territorio petenero. De ahí que, contrario a las posibilidades de desarrollo para el Petén, la alianza entre ambos no puede pasar más allá de los lazos amistosos y comerciales. Esta relación constituye una alegoría interesante en Guayacán cuando se analizan los diferentes vínculos entre naciones y regiones y entre éstas con sus correspondientes Estados. Por un lado, Guatemala y México comparten una historia caótica desde las respectivas independencias hasta la década de 1970, periodo en el que “rompieron varias veces sus

279 relaciones, pero siempre lograron tolerar los desplantes de la otra parte” (Romero 331). La situación entre naciones contrasta con la que, por otro lado, se ha dado en el plano regional puesto que el Petén ha estado más en contacto y tiene “más en común con sus vecinos transnacionales que con su propio país” (Arrivillaga 58-59). En efecto, los peteneros se han vinculado más con los estados mexicanos sureños de Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo que con el resto de Guatemala. No sorprende, entonces, que Tabasco represente esa conexión y aparezca en la obra de Rodríguez Macal, de manera indirecta como el lugar desde el cual llegó el primer Ozaeta al Petén y de forma directa como el estado en el que se realizan transacciones madereras (como también lo narra Monteforte Toledo en Anaité) y como el origen de la contraparte femenina mexicana de Valentín. De hecho, la semejanza entre los personajes refleja la situación casi idéntica entre el Petén y Tabasco; incluso la diferencia de edades alude implícitamente a que éste se convirtió en estado mexicano en 1824, antes de que aquél hubiera alcanzado la categoría de departamento guatemalteco en 1866. La realidad de Tabasco es tan parecida a la petenera, no sólo por su proximidad geográfica, sino también por su composición étnica, su clima y su aislamiento, así como por el estado de abandono y la poca importancia que ha representado para el gobierno federal mexicano (Eugenio 24-25, 53; Macías y Serrat 70). Esta última similitud convierte el lindero entre Tabasco y el Petén en “un escenario fronterizo lejano y olvidado de los centros políticos de México y Guatemala,” por lo que hasta la fecha se conoce esa zona como “la frontera olvidada” (Vautravers 14). A pesar de que la unión entre ambas regiones podría significar una ventaja para el Petén, porque estrecharía lazos con un antiguo aliado mercantil y obtendría acceso al comercio marino por el Golfo de México, asimismo sería perjudicial puesto que se aceleraría la pérdida de sus recursos naturales dadas

280 las necesidades que han ocasionado la desertificación y erosión del suelo en el lado mexicano de la frontera.9 Análogamente, pese al bienestar financiero y físico que el protagonista encuentra en compartir el trabajo y alojarse con la mexicana, decide separarse del campamento de ella para que la relación no pueda enraizarlo (Rodríguez Macal 217). Floripe confiesa buscar esa alianza con el petenero porque él es “muy joven y tiene todo por delante” y ella posee “una bonita quinta en Tenosique” (ciudad de Tabasco), le “hace falta compañía para habitarla” y tiene dinero para trabajarla (218-219). Con esos recursos, Valentín podría echar a andar de inmediato sus proyectos agrícolas sin preocupaciones monetarias, pero tendría que hacerlo en tierra mexicana y con fortuna ajena. Debido a su propia independencia laboral y al hecho de que los planes que ha imaginado son para el desarrollo de su propio territorio, debe resistir a los avances de la tabasqueña. Más tarde rechazará con cortesía otros tres intentos de Floripe: uno para seducirlo, otro para retenerlo junto a ella y el último para llevarlo a México sólo como pareja sin necesidad de trabajar (279, 325, 347). Por consiguiente, la imposibilidad del nexo romántico entre Floripe y Valentín alegoriza la inviabilidad de la alianza Tabasco-Petén como medio para desarrollar el departamento norte guatemalteco y el obvio inconveniente que dicha unión representaría para integrarlo a Guatemala. Y, sin embargo, Valentín seguirá sosteniendo con Floripe un amor platónico que simboliza la amistad con esa región hermana del sur mexicano, aquella con la que el Petén comparte una historia de armoniosas relaciones comerciales. La utópica relación amorosa con Floripe no es la única razón por la que el protagonista, junto con Jorge, regresa a la jungla a chiclear en forma independiente. Desde 9

En 1988, NASA produjo una imagen satelital de la frontera entre Guatemala y México, mostrando la casi total deforestación del lado de Tabasco y la aún densa selva petenera en el lado guatemalteco (Nations 194). La imagen puede ser vista en http://earthobservatory.nasa.gov/Features/Maya/.

281 antes de conocer a la tabasqueña, Valentín se siente atraído por las “ignoradas serranías del Ceibo, casi inexploradas,” hacia las cuales “algo extraño y poderoso… lo llamaba” y, al mismo tiempo, “pensaba, con razón, que por allí habría muchos árboles de chicle intocados” (Rodríguez Macal 200). En su razonamiento, el petenero, que ha aceptado su suerte sin compenetrarse con el entorno, confunde el llamado de la selva con la sospecha de una oportunidad financiera. Cuando lo comenta con su amiga mexicana, ésta le dice que por esos parajes “no hay gente, ni siquiera chicleros… [s]ólo tigres y culebras, y hasta indios salvajes… peligrosos” (216), corroborando la desolación y, además, la inexistencia de seres humanos civilizados en esa zona. Se trata de un área que permaneció casi inexplorada hasta finales del siglo XX en el noroeste del Petén, colindante con el estado mexicano de Chiapas (Nations 188). Es donde queda la Sierra del Lacandón, la cual recibe su nombre de la etnia maya que la habitaba y que por su aislamiento no tuvo mucho contacto con otros grupos étnicos, similar al caso de los q’eqchi’es de la Alta Verapaz. Por eso se pensaba que los lacandones eran aborígenes indómitos. El protagonista asegura que ya no hay “indios salvajes” porque esos indígenas ya han estado “en contacto con los blancos” y “son pacíficos cuando no se los molesta” (Rodríguez Macal 217). Para el Valentín conquistador, el contacto con la etnia dominante en Guatemala es suficiente para apaciguar al ser humano considerado incivilizado. También argumenta que, “por lo mismo que no hay chicleros, deben haber muy buenos árboles para picar” (217). Calcula correctamente pues él y Jorge no tienen necesidad de llegar hasta la serranía. Ya bastante encaminados hacia ella, pero mucho antes de alcanzarla, han encontrado cuantiosos árboles de chicle y se dedican a trabajar. Los anticipados beneficios se han materializado. El beliceño regresa al campamento de Floripe a pedir ayuda para transportar la gran cantidad

282 de producto que han recolectado en poco tiempo. Mientras tanto, Valentín va en busca de más árboles y decide ir hasta la sierra del Ceibo. Allí contempla, como lo afirma el texto, “una desolación absoluta […de] selva compacta, hermética,… el reino vegetal en su máxima exponencia y poderío, absoluto, incontestable y aplastante” (224). La escena es tan abrumadora que “[u]n sobrecogimiento sacudió a Valentín y se sintió solo, inmensa e irremisiblemente solo en un mundo perdido y caótico” (224). El protagonista, con la excusa consciente de extraer más tesoros de la naturaleza, responde inconscientemente al llamado de la selva para consolidar su relación con ella. El hermetismo y monotonía del entorno hacen que Valentín pierda el rumbo. Se arrepiente de su decisión de explorar esos parajes: “¿Qué tenía qué [sic.] venir hasta aquí…? ¡Caprichos, caprichos…! Mis caprichos me friegan siempre” (Rodríguez Macal 226, mi énfasis). Luego se enferma por la larga caminata, la carencia de agua y la falta de experiencia en ese ambiente tan extremo. Como el narrador de Carazamba, Valentín también se ensaña contra esa naturaleza que parece devorarlo y se asemeja a la jungla de La vorágine, aquella que engulle a Cova y compañía. En un momento de delirio, tiene su encuentro más íntimo con la selva y consigo mismo. Primero se da cuenta de la similitud entre él y “la naturaleza extraña y caprichosa” y recuerda que fue en la ciudad donde de niño escuchó por primera vez sobre la “madre naturaleza” (230, mi énfasis). El destino que debe cumplir Valentín y su historia familiar hacen más enfático el uso de esa expresión. Con ella inicia un apóstrofe “lleno de furor” y “odio” en contra de “aquella patraña aprendida en sonsonete desde la escuela: ¡la madre naturaleza!” (230), pronunciando así todo su enojo y afrontando al mismo tiempo su orfandad y sino petenero.

283 Es en realidad una imprecación a la jungla cuya agobiante existencia se contrapone a la ausencia de la madre biológica. Cuando Valentín habla a la “madre naturaleza… que engendras la monstruosidad” (Rodríguez Macal 230), se refiere a sí mismo como una aberración originada de esa progenitora cuya desaparición contribuyó a la anormalidad en su desarrollo emocional. El que implore a ese ‘reino vegetal’ para que lo libere y le recrimine que “no haces más que sonreír burlonamente por los labios cetrinos de tus frondas y cloqueas tu carcajada en el eterno traquido de tus ramas” (231), no es sino la expresión de su deseo de escapar de un destino selvático que pone en ridículo sus aspiraciones de progreso. El protagonista estalla en execraciones a esa “madre maldita de la selva” (231), vituperando con ello a esas dos madres que lo subyugan, el recuerdo de la humana y la opresión tangible de la vegetal. Valentín anhela huir de ambas, mas en el fondo debe aprender a convivir con la memoria de aquélla y la abrumadora presencia de ésta. Valentín está perdido en el corazón de esa selva maternal, de cuyos “pezones opulentos, magníficos y eternos” succiona con miseria “la vida, la agonía y la muerte” (Rodríguez Macal 231). Se encuentra en un limbo mortal por haber alcanzado el límite de su fuerza física, tan deplorable como su condición mental. Cuando está a punto de perecer, experimenta una muerte simbólica que conllevará a su renacimiento y otra posibilidad de fundar la región petenera. Antes de desvanecerse le parece ver un ser fantasmal que luego se identificará como el jefe Ramón Marenco. Es uno de los legendarios indígenas lacandones que rescata al protagonista y lo lleva a su aldea. Las primeras percepciones de Valentín al volver en sí le parecen “un lejanísimo llamamiento de la vida para que volviera a ella” (235). Primero escucha unas “voces que sonaban familiares en el arcano de su memoria” y que le recuerdan “aquella su ‘nana’ india… que lo cuidó desde su infancia, desde que murió su

284 madre” (236). En lo más entrañable de la jungla, el protagonista renace con esa memoria recóndita de la madre indígena putativa. Enseguida ve a una mujer joven que en el mismo lenguaje le informa que se llama “Nicté,” que significa ‘flor’ en idioma lacandón, y también “Amalia,” nombre con el que la “bautizaron los ladinos” (237).10 Nicté, de madre y cultura lacandonas y padre ladino, cuida a Valentín durante su convalecencia y deviene clave para la vida de éste y su relación con esa aislada tierra selvática que habitan los lacandones. Este grupo indígena, que Rodríguez Macal identifica en sus ensayos sobre el PopolVuh como uno de los pueblos originales del Imperio Maya junto a los k’iche’s y q’eqchi’es, conecta al petenero contemporáneo con la antigua civilización mesoamericana de la cual han quedado múltiples vestigios en el Petén. Ésa puede ser la razón por la que el nombre ladino de la lacandona se relaciona al del sitio arqueológico llamado Amelia donde se encontraba localizada la ciudad maya de B’ahlam descubierta en 1937, veinticinco años antes de publicarse la novela.11 Incluso la selección del nombre Nicté es relevante porque existe un asentamiento que los mayas antiguos llamaban Sak Nikte’ o Flor Blanca (hoy conocido entre los arqueólogos como La Corona), aunque curiosamente no fue descubierto sino hasta 1996 (Nations 200-201). No se puede esperar que el autor haya sabido algo sobre este sitio, desconocido en su época, pero no cabe duda de que estaba compenetrado con la situación de los lacandones a mediados del siglo XX. El texto de Guayacán afirma que Valentín sabe que estos indígenas son “los últimos descendientes directos, en completa decadencia ya, de los mayas” (239), como lo demuestran los registros históricos recientes. El etnólogo mexicano Enrique Eroza Solana señala que los lacandones se diseminaron en las selvas del este de Chiapas y el oeste del Petén a partir de la caída del 10

También como la heroína y título de otra novela fundacional – una verdaderamente clásica por ser la primera novela romántica: Amalia (1844) de José Mármol. 11 Véase The Inscriptions of Peten de Sylvanus Morley.

285 Imperio Maya en el siglo XIV y que formaron, en lugar de comunidades, núcleos independientes basados en un sistema de linajes (6-7). Esa forma de vida independiente y dispersa, así como el refugio del medio selvático, fueron fundamentales para que los lacandones resistieran cualquier incursión militar o misionera durante la colonia y las primeras décadas del periodo independiente (Eroza 8); así como lo hicieron los q’eqchi’es en las montañas de la Alta Verapaz. Hoy en día, los lacandones viven sólo en la selva mexicana pues, como indica Nations, las sesenta familias que habitaban en Guatemala emigraron hacia Chiapas a mediados de los años cuarenta y para la década de 1950, según el testimonio de un anciano petenero, solamente quedaban tres mujeres y dos hombres de esa etnia en la Sierra del Lacandón (182). De acuerdo a la evidencia que registró Nations, uno de los hombres llevaba el nombre de ‘Ramón’ como el lacandón que rescató a Valentín y una de las mujeres se llamaba como su curadora lacandona, ‘Amalia’ (182).12 Estas notas históricas confirman que el mundo narrativo de Guayacán está fuertemente entrelazado a la historia de los últimos lacandones del Petén. Monteforte Toledo en su novela Anaité fue el primero en incluir a la etnia lacandona al criollismo nacional. En esa obra, el autor describe las costumbres de estos indígenas, fundamentándose en sus experiencias personales a finales de los años treinta.13 La crítica portorriqueña Lorand de Olazagasti encontró bastante similitud en las descripciones de los lacandones que se hacen en Anaité y Guayacán, publicadas catorce años aparte. En ambas novelas se hace hincapié en la existencia aislada del lacandón, sin contacto alguno con el resto del país para escapar de los abusos que con ellos cometen quienes no son indígenas.

12

Las otras dos llevaban cada una el nombre de María y el otro hombre se llamaba Domingo (Nations 182). “Esta raza constituye para los guatemaltecos un motivo de maravilla,” indica Lorand de Olazagasti, “pues según hemos sabido, Monteforte Toledo trajo un lacandón para exhibirlo en una feria y fue él la mayor atracción en ésta. Aún la gente de Guatemala habla del incidente con gran entusiasmo” (188). 13

286 “Valentín sintió por toda aquella sencilla gente una admiración y un cariño profundos,” narra el texto de Guayacán, “y maldijo la dejadez de los gobiernos, que los mantenían olvidados, sin protección alguna y sin el menor auxilio económico y sanitario, condenándolos a desaparecer irremisiblemente” (251). Es decir que culpa al Estado por la decadencia de los lacandones y adopta una postura paternalista cuando asume que estos indígenas necesitan ayuda. Con esa actitud, Valentín idea un plan para ayudar al grupo lacandón y, paralelamente, se aventura en otro posible momento fundacional para el Petén. Nicté, cuyas atenciones han sido esenciales para la recuperación del protagonista, se ha convertido en su inseparable compañía; le enseña sobre las costumbres de su etnia y la existencia en la selva. Con sus acciones, la lacandona pareciera llenar dos vacíos en la vida de Valentín. Por un lado, sus funciones de cuidadora y educadora la convierten en madre y la igualan a la progenitora putativa de ese petenero huérfano que acaba de renacer en medio de la jungla. Por otro, Valentín considera que Nicté es una buena compañera por su disposición de estar a su lado e instruirlo sobre la coexistencia y sobrevivencia en el solitario entorno selvático. El trato diario aumenta la afinidad entre ambos personajes que se sienten felices y dichosos de estar juntos (Rodríguez Macal 256, 261). En su primer acercamiento íntimo, Nicté está “trémula y emocionada al contacto” de Valentín y éste ve en ella a “una mujer, una hembra virgen y maravillosa” (258). La relación que se forma entre ellos corresponderá en la lectura alegórica al intento del joven emprendedor por desarrollar esa portentosa e intocada parte del territorio petenero. Nicté ejerce en Valentín un atractivo poderoso, parecido a la atracción que sentía por la serranía del Ceibo. Ahora que su travesía hacia esos montes lo ha ayudado a hacer frente

287 a su orfandad, no se intimida ante la relación con Nicté, la mujer que le ha enseñado a compenetrarse con la selva. Es más, acepta casarse y vivir con ella según las prácticas indígenas y, al mismo tiempo, la instruye en las costumbres ladinas y le enseña castellano en espera del día en que salgan juntos de la jungla. Los miembros de la aldea, quienes sienten la “gran atracción que el joven blanco ejercía sobre todo aquel que entraba en contacto con él,” aprueban esa unión, en especial el jefe Ramón que bendice a la pareja e, incluso, ‘la madre naturaleza’ que en la noche de bodas “lanzaba, en efluvios, bocanadas de fecundidad” (Rodríguez Macal 252, 259-260). O sea que, la aprobación de la selva anuncia la venida de un nuevo tipo de petenero como producto de la alianza entre el citadino carismático y los indígenas selváticos que lo adoptan como miembro de su linaje lacandón. Valentín reconoce y agradece el trato que le dan los lacandones y, en un gesto entusiástico y paternalista, les promete mejorar su situación económica mediante “el trabajo del chicle… en los alrededores de la tribu,… donde los árboles vírgenes abundaban” (266). De ahí que la tierra lacandona y su viabilidad productiva se representen en la figura de Nicté. En el mundo narrativo, ella es la virgen silvestre que ayudó a Valentín a aceptar su relación con la selva y es objeto de los esfuerzos de éste para ladinizarla y llevársela fuera de la jungla. En el plano alegórico, representa esa parte del departamento norte en la que el petenero trabajador puede apreciar el potencial del territorio, donde los intocados bosques chicleros de la Sierra del Lacandón están listos para ser explotados y su latente producto comercializado en el exterior. Valentín decide emprender el proyecto con la ayuda de sus compañeros de labores. Abandona la aldea de Nicté con la promesa de volver y se dirige al campamento de Floripe. A su arribo, “[a]quella gente, sencilla y montaraz,” dice el texto sobre los chicleros, “sabía lo que significa un hombre a quien la selva devuelve... poco más o menos, como un

288 resucitado,” por lo que más tarde “en el poblado del Naranjo hubo fiesta general” (Rodríguez Macal 274, 284). El petenero extraviado, a pesar de las condiciones que lo llevaron a la tierra lacandona, celebra su renacimiento, el regreso a los suyos y su nueva relación con la selva. Ahora siente con optimismo que el cumplimiento de su sino petenero tiene un objetivo: ayudar a los lacandones mediante la industria petenera tradicional de extracción de chicle y, con ello, llevar el desarrollo a una región apartada. Sabe que la tarea es difícil. Por sus cualidades de líder, no le preocupa el convencer a Carmen y a Jorge para que lo apoyen en las operaciones chicleras ni el enseñar a los lacandones a extraer la materia prima. Su verdadera preocupación es la reclusión de la tierra lacandona que, como en otras regiones peteneras, presenta el más difícil de los obstáculos a vencer para transportar el producto al mercado. Es una inquietud parecida a la que siente con respecto a su esposa, cuya cultura indígena y proceso de ladinización no considera un problema, sino que el desafío más bien se encuentra en llevarla de la selva a la urbe floreña. Carmen, al enterarse del nuevo estado marital y sentimental de Valentín, le aconseja que no lleve a Nicté a Flores porque su padre y su tío “piensan siempre en usté y la nía Rosalía… [y n]o le perdonarían el que les llevara una caribe cimarrona” (Rodríguez Macal 285). Dada su historia familiar, no sorprende que la familia del protagonista todavía considere la posibilidad de unir al petenero emprendedor con la urbe elitista, descartándose la posibilidad de una relación con cualquiera que no sea de la ciudad y, mucho menos, con alguien de la jungla. La unión entre el floreño culto y la indígena selvática indocta no podría constituir la fundación del Petén como región nacional; situación que concuerda con la historia de la sociedad departamental. Para los peteneros, según Schwartz, el estatus social depende más del lugar de nacimiento que de la etnicidad, tomando en cuenta sólo a los

289 nacidos en Flores como la élite petenera y a los originarios de otras poblaciones menores como una clase más humilde (122-123). Es un sistema que incluye a aquellos que tienen la existencia registrada en algún tipo de asentamiento urbano y no a quienes, como los lacandones, nacen y viven indocumentados en la selva. En el mundo narrativo de Guayacán, Valentín trata de obviar esas circunstancias sociales porque, sin importar la posición que pueda ocupar Nicté en la sociedad urbana, considera que ella es la pareja ideal por haberlo ayudado a sobreponerse a sus problemas emocionales. Las limitaciones de clase son sólo el principio de todo lo que se interpone en el idilio entre la lacandona y el petenero, pues se presentan otras situaciones que actúan en contra de ese momento fundacional para el Petén. Antes de volver a la aldea de Nicté, Valentín debe hacerse cargo de solventar su deuda con el gobierno central y así recuperar el terreno de su tío ante las autoridades de la Capital nacional. Cuando dispone el viaje hacia territorio lacandón, recibe una carta del padre pidiéndole que regrese a Flores a encargarse de algunos asuntos familiares. Frente al dilema entre el juramento hecho a su nueva familia selvática y el llamado de la estirpe floreña, el protagonista resuelve encargarse de los asuntos de la ciudad. En Flores se confirma lo que dice Carmen sobre la esperanza de Encarnación y Fidel con respecto a Rosalía. Ahora ella tiene un noviazgo informal con alguien de la clase pudiente, el hijo del farmacéutico, pero asegura que es a Valentín a quien está esperando. El protagonista, quien ha encontrado pareja en la selva y no tiene interés de volver a la ciudad, rompe el compromiso con su prima y aprueba la nueva relación que ella ha conseguido. Él sabe que para ella, antes que un esposo de linaje y sin dinero, es mejor un pretendiente rico y residente en la Cabecera, condiciones que dotan al nuevo novio de ese prestigio tan

290 importante para la sociedad floreña (Schwartz 205). El texto permite corroborar así la interpretación sobre la redundancia de la unión entre el petenero emprendedor y la élite urbana, puesto que el progreso de la ya desarrollada capital departamental no constituiría la incorporación del Petén a la nación. Las obligaciones financieras y familiares para con los centros de poder han retrasado el que Valentín cumpla la promesa que había hecho a Nicté. Es como si se hubieran aliado las hegemonías de las ciudades, -que lo obligaron a trabajar en la selva-, y la responsabilidad marital que le impone su cepa urbana, -la cual no le interesa consumar-, para impedir al protagonista regresar al lado de su esposa indígena en el seno de la naturaleza. Cuando por fin se ha sobrepuesto a todos los obstáculos urbanos, Valentín retorna a la tierra lacandona, en cuya vegetación se gesta el producto con el que piensa mejorar la situación económica de su parentela adoptiva. A su arribo descubre otros factores que imposibilitan esos planes de desarrollo en la selva. En el sendero hacia la aldea observa huellas de un grupo numeroso y encuentra en pie de guerra a la familia de Ramón. Éste le informa que una cuadrilla de chicleros ilegales los ha atacado y matado a Nicté que, para colmo de males, estaba embarazada. La noticia de la masacre y el tiempo que tomó a Valentín asimilarla “quedaron marcados a fuego en su alma y habían de influir poderosamente en la metamorfosis de su espiritualidad” (Rodríguez Macal 337). La descendencia habría estrechado más los lazos entre los peteneros modernos y los descendientes de los antiguos mayas. Pero las acciones más radicales de esos otros habitantes selváticos se unen a los atrasos que provocan los compromisos citadinos para truncar la unión que podría haber significado la fundación de la región petenera. Por eso fracasa el intento de unir a los indígenas y los ladinos en el mundo narrativo; una unión que,

291 según la visión expresada por el autor en su crónica y ensayística, constituye un error puesto que las etnias mayas tienen su propia cultura y el ladino no debería tratar de cambiarlas. Valentín jura vengar la muerte de su esposa. Ya no podrá llevarse consigo, fuera de la selva, a la mujer con quien logra tener una verdadera relación romántica y reafirmar su masculinidad; aquella tan significativa en su vida porque lo ayudó a afrontar su orfandad y consolidar su relación con la madre naturaleza. La situación del protagonista alude al proyecto del ciudadano emprendedor que no podrá trabajar esa tierra y sacar su fruto al exterior, a pesar de su afán por beneficiar a los lacandones y desarrollar el Petén. No se han dado las condiciones para el momento fundacional del departamento y, como en la realidad, nunca se darán para la etnia lacandona. El texto ya había advertido sobre las circunstancias deplorables de estos indígenas y, luego del ataque de los chicleros, insiste en que son “una raza que está condenada irremisiblemente a la desaparición y al exterminio” (Rodríguez Macal 338). Estos indígenas no fueron exterminados totalmente en Guatemala pues, antes de serlo, emigraron hacia México. Allí fueron objeto de estudio desde el siglo XVIII, su contacto con otras etnias fue positivo, con algunas excepciones, y sobrevivieron en la selva como lo habían hecho por siglos hasta la década de los años setenta cuando el Estado mexicano se preocupó por ellos (Trench 48-49). Por esa razón, en Guayacán vuelve a aparecer Floripe que reprocha a Valentín el no haberle contado sobre Nicté y la idea de chiclear en tierra lacandona (Rodríguez Macal 345-346). Siguiendo esos lazos afectivos y comerciales que unen los territorios selváticos de México y Guatemala, el petenero se habría podido beneficiar de la experiencia mexicana en la extracción y comercio del chicle en la jungla.

292 Dada su impotencia ante la desgracia de los lacandones guatemaltecos, Valentín culpa a “las malditas autoridades… por no protegerlos… [por decir] que no son ciudadanos” y se pregunta “qué autoridad hay aquí en este inmenso y desolado Petén para castigar estos crímenes horrendos” (Rodríguez Macal 341-342). Por su larga trayectoria en la chiclería, Floripe reconoce las descripciones de los líderes del grupo que atacó la aldea lacandona y, por su amistad con el protagonista, proporciona a éste la información. Son un mexicano y un petenero que merodean los lugares apartados robando y contrabandeando chicle, lo que da a entender que no son sólo mexicanos los criminales que actúan en esa parte del departamento. Consciente de que el cambio contundente en la psicología de su amigo lo hará tomar represalias, Floripe también le habla sobre la paradoja de la selva en la que “[u]n hombre puede ser malo… pero al mismo tiempo, muy bueno… y lo relativos que aquí son los conceptos del bien y el mal” (349). Advertido sobre la dualidad del ser humano selvático, Valentín combina sus virtudes y defectos al volcar todo el amor por Nicté en su juramento de venganza y disponerse a dar caza a los perpetradores de la vida en las tierras aisladas. En resumidas cuentas, debido a la falta de protección gubernamental y ante el círculo vicioso de matar para defender la vida, el ciudadano emprendedor debe fungir él mismo como autoridad para imponer el orden en las jurisdicciones abandonadas del Petén. Y, por lo mismo, sus sentimientos y actitud protectora se extenderán hacia toda la selva. En la última parte de la novela aparece un Valentín que se ha metamorfoseado corporal y psicológicamente de manera tal que ahora es uno con el entorno natural. El texto señala que el protagonista [n]o se había dado cuenta, pero un cambio sustancial se operaba en su estructura anímica y aun física. Poco a poco sus sueños de antaño, sus anhelos

293 profesionales y su ambición se iban esfumando tras una espesa cortina verde, del mismo color que el de la eterna y murmuradora selva… habíase ido convirtiendo en otro hijo de las soledades… bajo aquella inmensa montaña que había comenzado a amar, admirar y respetar… los milenios de su estirpe habíanlo reclamado de nuevo, asimilándolo a la vida petenera y su recia contextura física y espiritual se había endurecido y estaba entonces, más que nunca, identificado con aquel árbol de su tierra llamado guayacán (Rodríguez Macal 368) Los proyectos citadinos del protagonista han desaparecido tras la aceptación del sino petenero, la identificación con los antiguos mayas y el amor por la naturaleza. La selva milenaria subrepticiamente ha llevando a término la transformación del ente urbano en habitante selvático. Durante esa evolución, Valentín sigue laborando en la chiclería y conoce a los García que se dedican a la extracción en el invierno y trabajan en su finca durante el verano. Se gana el afecto de todos los miembros de esa familia petenera. Don Julio, español de origen lo invita a su propiedad para compartir ideas agropecuarias. Le cuenta que, después de la muerte de su esposa indígena, debe llevar a sus hijos a todos lados y por eso han andado con él chicleando desde que eran pequeños (Rodríguez Macal 382). Toño, el hijo menor, admira a Valentín y lo considera un hermano mayor. Y la hija Rosa María, como Floripe, es otra chiclera de las selvas peteneras con quien el protagonista llega a sentirse tan tranquilo como se había sentido alguna vez con Nicté (384). Su afecto por la nueva amistad femenina y las características de ella señalan que la relación puede ser una oportunidad para que el ciudadano emprendedor funde la región. Sin embargo, por el momento Valentín no puede

294 pensar en relaciones amorosas por su deseo de vengar la muerte violenta de su esposa lacandona. Por eso, el momento fundacional para el departamento tiene que esperar, puesto que todavía no se han dado las condiciones idóneas para lograrlo; es decir, la defensa del territorio que constituirá la región a fundar, la consecución de fondos para desarrollarla y el renacimiento de los sueños de progreso del ciudadano emprendedor. Los sucesos recientes en la vida de Valentín lo han hecho consciente de los factores que impiden el pleno desarrollo del territorio petenero. Desde sus primeras experiencias en la selva, Valentín ha advertido la ausencia del Estado y la consecuente falta de control en la extensa frontera del departamento norte. También ha observado que, a pesar de esa conexión amistosa con los estados limítrofes de México y la existencia de mexicanos arraigados en suelo petenero, como Floripe, también hay otros que ven en la carencia de vigilancia fronteriza una oportunidad financiera en la extracción ilegal de materias primas. El contrabando ha sido la realidad de las fronteras peteneras, como en el caso de las acciones ilícitas entre Belice y Guatemala que se presenta en el análisis de Carazamba. En la imprecisa demarcación entre el Petén y los territorios del sur mexicano siempre ha existido el tráfico de, entre otras cosas, animales silvestres y sus derivados, madera, chicle y reliquias mayas (Dugelby 172-173). Esto siempre ha representado un problema nacional e internacional para Guatemala. El paso ilegal por la frontera mexicana de piezas arqueológicas de sitios mayas guatemaltecos fue objeto de denuncia en Anaité de Monteforte Toledo. En el mundo narrativo de Rodríguez Macal se muestra un escenario que se asemeja más al de la jungla representada en La vorágine, en la que Rivera critica la inexistencia de autoridad estatal en las porosas fronteras entre Colombia y sus vecinos (Venezuela, Perú, Brasil), donde se cometen crímenes y se viola la soberanía colombiana.

295 En Guayacán, la falta de control fronterizo por parte del Estado y el que éste se desentienda de las transgresiones de los mexicanos para evitar conflictos internacionales despiertan en el protagonista un sentimiento nacionalista. Valentín, con su liderazgo idiosincrático, organiza a chicleros y cazadores peteneros para declarar “la guerra de lagarteros.” Este episodio, -el único ficticio según afirma el prólogo-, se da a raíz de un incendio forestal provocado por contrabandistas de pieles; la misma catástrofe en la que el protagonista repara en la relación entre “los gamichuelos” y sus madres (Rodríguez Macal 396). Esa observación hace que el conflicto se vuelva una campaña personal para Valentín con el propósito de proteger a la madre naturaleza y, para todos los peteneros, una guerra en defensa de la selva contra los chicleros, lagarteros y madereros furtivos. Es también una lucha patriótica porque tiene el objetivo de expulsar a los extranjeros ilegales y resguardar la soberanía de Guatemala. La voluntad de los habitantes selváticos para actuar como autoridad por afecto a la jungla sugiere que, en el plano nacional, la ciudadanía en general está dispuesta por apego a la patria a cumplir con aquellas obligaciones renegadas por el Estado. Las acciones de Valentín y sus seguidores para restituir el orden en el Petén representan un círculo vicioso y se hacen eco del actuar dicotómico del ser humano en la jungla. El deseo de expeler a los asesinos, saqueadores e invasores extranjeros tiene como objetivo conseguir el respeto por la vida humana, los recursos naturales y el acervo material del territorio, luchando contra el mal para lograr el bien. Sin embargo, para alcanzar ese cometido, el grupo guatemalteco adopta los medios del enemigo, asaltando campamentos de mexicanos, matando a los infractores y persiguiéndolos en ambos lados de la frontera (Rodríguez Macal 355-356, 411-412, 453-456). El caro tema criollista de civilización y

296 barbarie se evidencia en esa conducta, que se exacerba en las acciones del protagonista. La victoria del bando guatemalteco pone fin al conflicto, pero no a los problemas internos del territorio simbolizados en el petenero que contribuyó a la masacre de los lacandones. Valentín decide buscar a su coterráneo problemático, situación que enfrenta a dos hombres que han recibido sus enseñanzas de la jungla y, por lo mismo, son dos seres humanos que actúan como predador y presa (460-466). El momentáneo actuar animalesco del protagonista marca el punto máximo de su dualidad como habitante de la selva. En otras palabras, el petenero culto y trabajador, que inicialmente deseaba utilizar la ciencia en pro del progreso departamental, se vuelve líder de una fuerza parapolicial que restablece la tranquilidad en el territorio aislado y se transforma en un animal salvaje que depura la estirpe de la madre naturaleza. La falta de atención estatal en el Petén y la consecuente guerra que emprenden los peteneros abandonados reflejan un conflicto interno nacional antes que internacional. Las relaciones entre Guatemala y México eran tensas y tolerantes a la vez, como ya se explicó, y cualquier insatisfacción de uno u otro país no pasaba de una simple querella. “Una eventual guerra con México,” como bien señala Romero, “hubiera dañado por completo a Guatemala” (319). Por esa razón, la reyerta de la obra de Rodríguez Macal parece más representar el descontento de un sector social ante la inestabilidad del Estado y anunciar una consecuencia posible de esa insatisfacción. Si la política dictatorial ubiquista había favorecido a la élite terrateniente y empresarial y los gobiernos socialistas vendrían a beneficiar a los grupos desposeídos de obreros y campesinos, ninguno pondría atención a la clase media educada que tenía la capacidad de liderar un alzamiento subversivo con el apoyo del pueblo en general. Rodríguez Macal junta en su obra a las clases media y baja al mando de un caudillo

297 de la élite citadina e instruido en el extranjero para representar un levantamiento similar al que condujo a la Revolución de 1944. De hecho, la historia subsecuente a la caída de Árbenz así lo mostraría. En la década de 1960 se vería el surgimiento de una guerrilla que, semejante a la representada en Guayacán, estaría acaudillada por oficiales jóvenes del ejército guatemalteco, pertenecientes a la clase media y con estudios en los Estados Unidos.14 A diferencia de la historia futura de Guatemala, en el mundo narrativo vuelven a la normalidad Valentín y el Petén luego de expulsar a los extranjeros ilegales y extirpar a los ciudadanos corrompidos. El departamento ha sido liberado de criminales y está listo para ser fundado como región nacional, pero el petenero regresa a sus ocupaciones tradicionales por las necesidades económicas que apremian a toda la ciudadanía. En una expedición de caza por el norte del departamento, el protagonista y su amigo beliceño encuentran a dos hombres que han sido asaltados. Los ayudan de la misma manera en que los lacandones lo hicieron con Valentín. Esos personajes son dos estadounidenses adinerados y arqueólogos aficionados que comparten sus conocimientos sobre la civilización maya. Ante el interés que muestra el protagonista por el tema, le hablan sobre sus experiencias en las ruinas de Tikal que acababan de ser redescubiertas.15 El protagonista, a su vez, les cuenta sobre sus estudios en los Estados Unidos y las contrariedades que en Guatemala y el Petén se han

14

En 1960, durante el régimen de Ydígoras Fuentes (1958-1963) –presidencia bajo la cual laboró Rodríguez Macal-, se sublevaron los oficiales Luis Augusto Turcios Lima, Marco Antonio Yon Sosa, Luis Trejo Esquivel y Alejandro de León, quienes formaron el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre. Este grupo inició una guerra de guerrillas en contra del gobierno y dio origen a varias facciones que participaron en una guerra civil que duraría treinta y seis años. El único aspecto que falla en la clarividencia del autor por su posición anticomunista es el hecho de que esos grupos guerrilleros se declararían socialistas o comunistas. 15 Tikal fue una ciudad importante de la civilización maya precolombina. Fue descubierta en 1848 en medio de la selva del Petén y, debido al difícil acceso, permaneció indocumentada hasta finales del siglo XIX. Las investigaciones modernas iniciaron en 1951 a partir de la construcción de una pista de aterrizaje cerca del sitio arqueológico, siendo las mayores excavaciones las conducidas por la Universidad de Pensilvania a mediados de los años cincuenta. En 1979 la UNESCO declaró Tikal como Patrimonio de la Humanidad.

298 opuesto a sus sueños de desarrollo departamental. Explica que ha olvidado sus ideales pues “su amor a la selva” lo ha convertido en “un hijo erra[n]te de la montaña y así pensaba continuar toda su vida y morir allí, bajo aquel inmenso y murmurador techo verde” (Rodríguez Macal 489). Pareciera ser que se ha conformado con cumplir el sino petenero dictado desde los centros de poder y que los sufrimientos de esa vida precaria han debilitado su voluntad de progresar. Al ver la resignación de su salvador ante la falta de apoyo nacional para “financiar las empresas de los hombres jóvenes y emprendedores,” los norteamericanos ofrecen a Valentín un empréstito a largo plazo y con una tasa baja de intereses para que realice sus proyectos agropecuarios (Rodríguez Macal 490-491). Aunque le explican que el ofrecimiento no es un pago sino un planteamiento “estrictamente comercial,” el protagonista les asegura que “lo que he hecho por ustedes, lo habría hecho por cualquiera” y “agradezco su tentadora oferta… [l]o pensaré… [a]unque creo que no la utilizaré” (491-492). La conversación muestra, además de la precaución del protagonista, las posibilidades que representa esa asistencia económica para el desarrollo regional y nacional. Siguiendo con la perspicacia que el autor ha mostrado en las relaciones que construye en su narrativa, Rodríguez Macal reúne en medio de la selva a los representantes de la ciudadanía industriosa y la inversión extranjera como anunciando la ayuda que los Estados Unidos ofrecería en los años sesenta mediante la Alianza para el Progreso. Es importante recordar que el autor, en su crónica periodística, se pronuncia a favor de ese programa norteamericano, poniendo énfasis en las ventajas que el apoyo financiero y técnico podría significar para Guatemala y también haciendo hincapié en la importancia de ejercer cautela para proteger los bienes nacionales de los intereses foráneos.

299 La oferta de financiamiento extranjero a utilizar en el desarrollo del territorio liberado mejora las posibilidades para fundar la región e integrarla a la nación, pero el ciudadano emprendedor debe encontrar el medio físico para lograr esos cometidos. En el mundo narrativo, Valentín lleva a los estadounidenses a Flores, da por terminada la temporada laboral y visita a su familia. La aversión por la ciudad y el apego a la naturaleza lo motivan a realizar un viaje de placer por la jungla. Desea corresponder a la invitación que hace tiempo le había hecho don Julio García para visitar su finca en la parte noreste del departamento. En el camino reflexiona sobre su vida, cuestiona su actuar esquivo frente al sexo opuesto y medita sobre las relaciones que ha tenido. Ha dejado en los recuerdos de juventud aquella aventura con Micaila y sabe que su amistad con Floripe perdurará. Piensa en Rosalía que se encuentra felizmente casada y esperando bebé. Compara la felicidad de su prima con su truncada relación con Nicté, quien igualmente estaba embarazada. También recapacita sobre su nexo con “[l]a selva, a quien él tanto odiara en un principio… [y] amaba ahora con toda la fuerza de su ser” (Rodríguez Macal 506). La recapitulación de las uniones improcedentes del protagonista afirma que, en el plano alegórico, con ninguna hubiera podido sentar las bases para la fundación regional y que, por sus lazos afectivos con el entorno natural, sólo la selva tiene cabida en el proceso de desarrollar el Petén como parte integral de Guatemala. Entre sus cavilaciones, Valentín también piensa en la hija de don Julio y recuerda que “entre todas las criaturas humanas, era Rosa María la única que lo hacía sentirse feliz, con la única que pasó momentos de tranquila felicidad… [y evoca] su hermosísimo cuerpo de hembra joven y apasionada, hecho para el amor y la caricia” (Rodríguez Macal 506). Esta mujer, cuya compañía sosiega al protagonista y cuyo cuerpo le permitiría volver a reafirmar

300 su masculinidad, alegoriza la tierra idónea en medio de la selva que el petenero industrioso podría desarrollar para fundar la región. Esa tierra también está lista para ser trabajada y producir los frutos que conllevarán a la integración del Petén a la vida nacional. El texto ya había explicado que la unión de estos dos personajes también significaría la alianza entre un tipo especial de líder petenero y un finquero con tierras propias. En efecto, Valentín Ochaeta y Julio García simpatizaron y se tuvieron confianza desde aquella primera vez que habían conversado en la jungla. El español arraigado en el departamento se enteró de la vida, los estudios y los planes fallidos de Valentín y escuchó sus “consejos… en materia de cultivos,” mientras que el petenero instruido “conoció todo lo concerniente a aquella singular y agradable familia,” sobre sus “[t]errenos espléndidos para la agricultura” y los problemas de “la falta de vías de comunicación [que] no permitía ningún desarrollo” (380-382). Guayacán reúne a estos dos segmentos de la sociedad petenera para darle solución a un conflicto que también se suscita a escala nacional entre los terratenientes y la clase media. Valentín rememora sus conversaciones previas con los García durante las cuales se ha dado cuenta de que sus ideas sobre el departamento y los proyectos para desarrollarlo concuerdan con la visión progresista de don Julio y las prácticas agrícolas de su finca. El finquero “era de la opinión de que el éxito y la redención del Petén estaba en la agricultura… [pues] es el Petén quien sostendrá la mayor parte de la economía nacional” (Rodríguez Macal 526). Por eso, don Julio motiva a los que con él trabajan y juntos “se dedicaban a labrar la tierra, a retirar la selva más y más de los fértiles campos y a sembrar maíz, frijol y caña” y “[h]asta el ganado principiaba a entusiasmar a los colonos [de la finca…] que tenían en Julio García su mejor ejemplo y cuya constancia y fe en la tierra alentaba a todos a perseverar en la agricultura” (526-527). El patrón está seguro de que cuando haya “buenos

301 caminos… el Petén será el inmenso granero de la República” (527). O sea que el estanciero trabajador y el petenero emprendedor no sólo coinciden en perspectivas, sino también en la capacidad de liderazgo y, en especial, el significado del potencial productivo del territorio para la economía nacional. El vínculo de estos dos personajes representa una solución al desarrollo nacional parecida a la que Rodríguez Macal vendría a proponer más tarde en su crónica periodística. En ella, el autor sugiere que la base del progreso de la nación se encuentra en el incremento de la producción agrícola, la promoción de la iniciativa privada, la contribución de todos los segmentos sociales al desarrollo nacional, la extracción de nuevos agricultores de la clase media y la aportación de tierras por parte del sector acomodado. Esas son las razones por las que la unión del protagonista con la hija de don Julio significaría la fusión de visiones y la satisfacción de necesidades, tanto del finquero con tierras que requiere de conocimientos técnicos como del ciudadano trabajador que necesita acceso a terrenos productivos. También por eso, el texto insiste en que la relación amorosa entre Valentín y Rosa María es la mejor oportunidad para que el ciudadano emprendedor funde la región. El sentimiento es recíproco puesto que ella misma se lo expresó a él cuando estaba concentrado en la liberación del territorio. Las dos mujeres de más presencia en la vida del protagonista le hacen ver que Rosa María es la pareja que le conviene. Al inicio de la guerra de lagarteros, Floripe le pide que no sacrifique “el amor de una muchacha por la sed de sangre y de venganza” y, luego de concluido el conflicto, Rosalía le recuerda que “esa linda muchacha estaba loca por ti… ¿Por qué no te casaste con ella?” (Rodríguez Macal 448, 500). Alegóricamente, tanto la vecina región mexicana como la tierra urbanizada de la

302 Cabecera aprueban la unión entre el ciudadano emprendedor y ese terreno listo para ser desarrollado. Incluso Nicté y la selva dan su aprobación a través de una revelación onírica. Durante su viaje a la finca de los García, Valentín visita Tikal y tiene una experiencia visionaria. La ciudad maya en el “corazón mismo de la selva… que ahora tenía para él un nuevo y misterioso encanto… [lo invitaba a] meditar frente a sus muros, que habían resistido a la selva durante dos mil años” (Rodríguez Macal 508). Tikal, de más interés desde las pláticas con los norteamericanos, representa para él la conexión entre los peteneros pasados y presentes. Valentín también piensa en Nicté como parte de esa conexión y la recuerda “más intensamente que nunca, sabiéndola cerca de él en aquellos momentos… en aquellas sempiternas ruinas… de aquellos maravillosos hombres mayas” (513). Con esos pensamientos, el protagonista pasa la noche en una de las pirámides. Allí sueña que la selva le muestra el potencial de la naturaleza y aparece Nicté que se convierte en Rosa María, pero sigue usando la voz de la lacandona. Ese ser doble lo lleva ante un gigante que le revela la forma en que vivían los mayas inmemoriales y cómo vencían a la selva para cultivar el maíz, el grano sagrado. El gigante dice a Nicté/Rosa María “[l]lévate al mortal, cásate con él y enséñale a talar la selva y a sembrar” (522). Luego la figura femenina besa al soñador y él corresponde. Al despertar, Valentín interpreta el sueño como un anuncio de su esposa fenecida: “Es Nicté, que me avisa que su amor debe vivir en Rosa María… ella será mi liberación y mi salvación y que… tengo que sembrar, tengo que hacer de estas selvas algo fecundo, como los mayas… Bendito sueño, que revive los míos de antaño” (524). Entonces, la revelación onírica le muestra la aquiescencia de Nicté respecto a su relación con Rosa María, el consentimiento de la madre naturaleza para que lleve a cabo el desarrollo de la selva y la similitud entre las prácticas de los antiguos mayas y las ideas de producción de los

303 agricultores selváticos modernos como don Julio García y Valentín. Asimismo, y quizás de más importancia, la experiencia hace que en el protagonista resurjan los proyectos de desarrollo del Petén. Las posibilidades fundacionales que significa Rosa María, como símbolo de la tierra selvática que redimirá al petenero emprendedor, se reiteran en las palabras y los recuerdos, reales o soñados, de todas las mujeres con quienes se ha relacionado Valentín. De hecho, Rosa María resume las cualidades de todas ellas. El texto la construye culta y sofisticada como Rosalía; coqueta y deseable como Micaila; trabajadora y enérgica como Floripe; selvática y mestiza como Nicté. Semejante a esos otros tipos de tierra, Rosa María está lista para ser desarrollada, pero se diferencia de la tierra Micaila, ajena, abandonada y usufructuada, puesto que el propietario (don Julio) está dispuesto a trabajarla junto al ciudadano industrioso (Valentín). Aunque es muy similar al homólogo territorio mexicano representado en Floripe, se distingue de él porque es una tierra que se puede trabajar en el Petén para beneficiar a los peteneros, no a los mexicanos, e integrar el territorio a la nación guatemalteca. Asimismo, al igual que la tierra que es Nicté, se encuentra en medio de la selva y tiene potencial económico para el desarrollo regional y nacional. Como la tierra Rosalía, urbanizada y elitista, los terrenos de los patrones García están semiurbanizados ya que en ellos habitan varias familias colonas. Además, Rosa María tiene educación capitalina y una familia que está interesada en conseguirle un buen matrimonio. Considerando todo lo anterior, dado que Valentín resume en su ser todas las características de los peteneros y la tierra que encarna Rosa María sintetiza los aspectos deseables de las diferentes tierras alegorizadas, tiene sentido que la unión de ambos represente el verdadero momento

304 fundacional para el Petén. Y, sin embargo, tendrán que sobreponerse a un último obstáculo que les presentan los centros de poder. Debido a la negligencia y las demoras del petenero emprendedor, Rosa María “va a casarse” con un comerciante floreño de “bastante dinero” que “sacó una licitación pública” y “va a emprender un gran negocio… con un potentado político de la capital” (Rodríguez Macal 501-502); es decir que la Capital y la Cabecera han puesto su atención en el potencial de la tierra privada petenera. Si bien el mayor interés de Flores y de la Capital en el resto del departamento se restringía al comercio del chicle, no faltaban individuos que, como Valentín al inicio, se interesaban en explotar otras materias primas. Las hegemonías floreña y capitalina, en especial esta última, sobre el Petén ya habían sido representadas en otras obras. En Anaité prevalece el capitalino que, con la ayuda departamental, explota con éxito las maderas finas del Petén. En Carazamba se representa el alcance del Estado dictatorial de Ubico quien, apelando a su nacionalismo, trató de construir la carretera hacia el norte y defender las fronteras internacionales con México y Belice. Los finales trágicos de ambas novelas, -el protagonista de Anaité se queda en la jungla pues su novia se casó con otro y el centralismo ubiquista da muerte a Carazamba para regir el territorio sin llegar a dominarlo-, muestran que los esfuerzos provenientes de afuera del departamento para desarrollarlo son falaces e infructuosos. Guayacán plantea los esfuerzos fallidos que realizaron en el Petén los gobiernos socialistas, junto a las posibilidades que significaba para el departamento la ayuda financiera y técnica de los Estados Unidos; planteamientos que Menton considera paradójicas con respecto a la narrativa centroamericana de la época (“Los señores presidentes” 112). Sin embargo, las intervenciones de los gobiernos de la Revolución en realidad no fueron muy

305 productivas. El gobierno de Arévalo intentó en 1945 impulsar la agricultura nacional mediante el establecimiento de una colonia agrícola en el municipio petenero de Poptún, con la colaboración de expertos argentinos en colonización. Aunque se gastaron miles de dólares, la iniciativa nunca produjo resultados fructíferos y fue abandonada en 1952 (Handy Revolution 80). Ese mismo año de la Reforma Agraria de Árbenz, a pesar del desinterés de esta administración, el Instituto de Fomento de Producción (INFOP) fue la entidad gubernamental encargada de otorgarles crédito a los chicleros y comprarles el producto recolectado para comercializarlo. El INFOP resultó ser un fiasco en la chiclería porque utilizaba criterios políticos en la asignación crediticia, no era eficiente en la distribución de fondos y los mismos empleados defraudaban al Estado en detrimento del desarrollo departamental (Schwartz 157-158). Esos fracasados intentos estatales para intervenir en los asuntos peteneros, en especial el entremetimiento del INFOP, produjo el retiro de las firmas extranjeras del departamento. A esas fallas del Estado se debe añadir la política antiestadounidense del gobierno de Árbenz que conllevaban las buenas intenciones de, como lo indica Foster, “force large landholders to rent their fallow land to peasants at low prices,” especialmente cuando esos terratenientes eran compañías estadounidenses, y “passed laws that protected workers’ rights” en los casos en los que se abusaba de la mano de obra barata en Guatemala (208). Estas medidas eran aplicables a la situación de las regiones desarrolladas del país, p. ej. las explotaciones bananeras de la United Fruit Company en la costa sur y el departamento de Izabal. Pero éste no era el caso en el Petén donde la dinámica de peonaje en la selva era diferente a la de los cultivos tradicionales (maíz, frijoles, café, bananos) y la propiedad privada de tierras era insignificante (Schwartz 164, 256). Dados los dictámenes capitalinos,

306 la desaparición de las empresas norteamericanas resultó en la merma del financiamiento que ayudaba a la subsistencia de los habitantes de este departamento, trayendo la inestabilidad económica en los gremios laborales peteneros. Todo eso contribuyó a la desaparición del capital estadounidense de arranque, -semejante al que recibiera Valentín de individuos y empresas norteamericanas-, tan esencial durante el inicio de las temporadas laborales peteneras de la cacería, la tala y, en especial, la chiclería. Asimismo se evaporó la ayuda tecnológica estadounidense que, entre muchas otras cosas, podría haber contribuido a explotar el petróleo en el Petén. El aprovechamiento de este hidrocarburo habría significado una bonanza para todo el departamento y mucho más para los trabajadores selváticos que habrían cambiado las labores nómadas peligrosas por trabajos sedentarios y relativamente más seguros. Esas representaciones del mundo narrativo se asemejan a los beneficios que las empresas estadounidenses otorgaron a los peteneros en la vida real en términos económicos, de infraestructura y servicios para facilitar las labores en la selva (Schwartz 238-240). El texto alude directamente a esa fuga de fondos y tecnologías estadounidenses: Los gringos se iban, se marchaban del país, dejando tan sólo señalados los pozos… pronto cundió la noticia desalentadora… [e]l Gobierno no aceptaba las condiciones de las compañías extranjeras por halagüeñas que éstas fueran, porque estaban combatiendo el “imperialismo”… se iban las compañías chicleras norteamericanas que por años y años laboraron en el Petén, y los chicleros contemplábanse unos a otros con muda interrogación… también las grandes compañías madereras se ausentaron del territorio, víctimas de aquella fobia “antiimperialista”… llevándose con ellas los grandes capitales y los

307 anticipos… Era la lucha libertadora de la capital de la República contra el ¡“imperialismo yanki”…! (Rodríguez Macal 476-478) O sea que, tal como lo haría más tarde en su crónica periodística, Rodríguez Macal hace hincapié en la relevancia de la aportación financiera de las operaciones extranjeras y lo que tal ayuda podría implicar para los peteneros industriosos como Valentín. Ante las condiciones en las que los centros de poder mantenían al Petén, en particular durante los gobiernos socialistas, resulta desacertada la unión de la hija de don Julio, el terrateniente regional, con el comerciante floreño que respalda la política capitalina. Cuando Valentín llega por fin a la finca de los García, encuentra que se está celebrando la fiesta de compromiso de la pareja. También se da cuenta de que la prometida no está interesada en ese matrimonio, sino que le gustaría evadirlo y escaparse con el petenero. Por esa razón, Guayacán concluye con la fuga de Valentín y Rosa María, auxiliados por el hermano de ésta, Toño, quien admira a aquél y sabe que su padre aprobará la acción. Dejan una nota en la que Valentín explica a su futuro suegro que “no había venido por Rosa María hasta ser digno de ella… al cumplir ciertos compromisos ineludibles, me presenté a reclamar lo que era mío… quería asegurar… el porvenir de ella… ahora… su hija no carecerá de nada” (Rodríguez Macal 557-558). En el plano alegórico, la conclusión de la obra revela un doble significado. Por un lado, dados los precedentes de los proyectos estatales que se han intentado en el Petén, cualquier intervención en el departamento por parte de las hegemonías nacional y regional se considera improcedente. Y, por el otro, el ciudadano emprendedor, seguro del financiamiento extranjero que se le ha ofrecido y con el apoyo de una nueva generación que lo emula, afirma el derecho de trabajar la tierra del hacendado dispuesto a compartirla.

308 Dadas las preocupaciones del escritor por esa región que considera la mejor alternativa para el desarrollo nacional, Rodríguez Macal construye en su obra maestra un mundo narrativo fuertemente enlazado a las realidades del Petén y de la Guatemala de los años posteriores a la Revolución de 1944. Desde el prólogo, en el que se reclama la veracidad de los hechos -exceptuando la guerra de lagarteros-, el escritor establece el programa de la novela que incluye la conexión entre los mayas antiguos y los peteneros modernos, considerando a los primeros ancestros de los otros, a partir de los cuales da forma a sus personajes. Es más, un petenero real de apellido Ochaeta es el modelo para el protagonista que encarna toda la humanidad que habita en la selva petenera. Ésta, como en muchas otras obras criollistas, deviene otro personaje poderoso que influye en la vida de sus habitantes y se contrapone a la figura principal. Valentín se representa como un líder popular de la élite floreña con estudios en el extranjero, los cuales desea aplicar al desarrollo agropecuario del Petén para alcanzar la prosperidad departamental y nacional. Al mismo tiempo se construye con problemas emocionales debido a la ausencia temprana de madre biológica, la interferencia constante del padre en los asuntos del hijo y el ejemplo bohemio de un tío consentidor. La educación y el ansia de progreso del protagonista le impiden, como petenero y trabajador selvático, consolidar su relación con la jungla, mientras que su historia familiar le dificulta entablar una relación heterosexual estable. A lo largo de la novela se desarrollan las relaciones entre Valentín y diferentes personajes femeninos, reuniendo a la vez a diferentes sectores sociales distanciados con el propósito de darle solución a aquellos problemas nacionales que se encontraban histórica y literariamente irresueltos. Sobresale la relación de Valentín con la jungla que lo transforma de conquistador del entrono natural a otro hijo de las selvas que defiende a la madre

309 naturaleza. En el territorio norte, el protagonista encuentra a varias mujeres que simbolizan diversos tipos de tierras peteneras y los vínculos con ellas alegorizan las aparentes posibilidades que se presentan al petenero emprendedor para fundar la región como parte integral de la nación. En la búsqueda de esa tierra ideal, el ciudadano industrioso encuentra tres proyectos, todos juzgados improcedentes, para el desarrollo regional. Desde el inicio, el protagonista evita y más tarde logra romper el compromiso de casarse con su prima Rosalía que simboliza la Cabecera departamental, puesto que, en el plano alegórico, tal unión sólo vendría a reforzar el poder, el prestigio y la riqueza del centro hegemónico de la región. En su primera incursión en la selva como maderero, Valentín acepta pero luego rechaza la relación con Micaila, la esposa de uno de sus peones, porque ella representa las tierras bajo la reforma agraria socialista que el autor repudia porque ese sistema está basado en el usufructo de terrenos expropiados. Asimismo, ya más compenetrado con la selva como lagartero y chiclero, no puede unirse con la tabasqueña Floripe puesto que ella, por su edad, origen y rasgos andróginos, es homóloga de Valentín y representa la humanidad de un territorio del sur mexicano análogo al norte guatemalteco. Aunque comparten relaciones amistosas y comerciales, la alianza entre Valentín y Floripe resultaría inviable tanto para el desarrollo del Petén como para su inclusión a la vida nacional. La novela procura una heroína adecuada en términos regionales y nacionales. Por otra parte, al petenero emprendedor se le presentan dos posibilidades que él estima acertadas para fundar la región. En el mismo momento en que Valentín, perdido y enfermo en la selva, enfrenta su orfandad materna y consolida su relación con la madre naturaleza, también encuentra en la lacandona Nicté una compañía que afirma su

310 masculinidad y cuya fecundidad promete una progenie necesaria para estrechar los lazos entre los antiguos mayas y los peteneros modernos. Nicté representa una tierra selvática con un alto potencial productivo que sólo el aislamiento obstaculiza su aprovechamiento. Esa misma reclusión se aúna a la indiferencia estatal por el Petén para que transeúntes ilegales, tanto mexicanos como guatemaltecos, comentan robos y atropellos en contra de los habitantes legítimos de la selva, como sucede con el asesinato de Nicté que estaba embarazada. Esa es la razón principal por la que Valentín declara la guerra de lagarteros en contra de los criminales que deambulan las selvas. El ciudadano industrioso se vuelve autoridad que impone orden y libera la región de malhechores extranjeros, ejerciendo la defensa de la soberanía nacional, de la cual se desentiende el Estado, y protegiendo el patrimonio natural de la nación. Esas acciones defensivas le impiden ver la posibilidad de otro momento fundacional en la figura de Rosa María, quien sintetiza las características de todas las mujeres anteriores y, en la alegoría, resume las condiciones necesarias de la tierra en la que se fundará el desarrollo regional. Una vez que se ha defendido el territorio, Valentín encuentra ayuda financiera en dos extranjeros a los que rescata en la selva. Ahora el ciudadano emprendedor de la región liberada cuenta con el capital necesario para desarrollar la tierra. Por eso, cuando sabe que Rosa María se ha comprometido con un representante de los centros hegemónicos de poder, va a buscarla para reclamar su derecho a la tierra que ella representa. En el camino tiene una visión onírica en la que la bendición del nuevo interés romántico del protagonista por parte de Nicté y la selva se une a la aprobación de Rosalía/Cabecera y Floripe/región mexicana, todo lo cual hacen renacer los sueños de Valentín para desarrollar el Petén. En la estrecha relación entre el petenero industrioso y la tierra petenera promisoria, el escritor alegoriza,

311 como lo postularía más tarde en otros escritos, su mejor proposición para cerrar las brechas entre grupos sociales y conseguir así el desarrollo regional y el progreso nacional. Rodríguez Macal, insertándose en la tradición criollista nacional y continental, aboga por el irresuelto progreso del Petén, al que le ha faltado atención gubernamental por su aislamiento, y postula un modelo ecléctico para desarrollarlo. Su propuesta está encaminada al aumento de las producciones agropecuarias en tierras productivas que sean o puedan ser dadas en propiedad privada, con el apoyo de la ayuda financiera y la transferencia tecnológica de países desarrollados y sin la intervención del Estado. Las operaciones productivas deberán girar alrededor del trabajo conjunto de ciudadanos emprendedores provenientes de todos los niveles sociales, incluyendo a los de las clases laborales bajo el liderazgo justo de los representantes del estrato medio que poseen los conocimientos pertinentes y con quienes la capa terrateniente tiene la disposición de compartir sus tierras. Todas esas acciones en el mayor departamento del país podrían conducir, según la visión del autor, a un progreso material nacional resolutorio de los problemas socioeconómicos y políticos de aquella Guatemala conflictiva de las décadas de los años cuarenta y cincuenta.

312 Conclusiones Virgilio Rodríguez Macal participó activamente con su obra ensayística, narrativa y periodística en los grandes debates sobre el destino de la nación a mediados del siglo XX en Guatemala. La historia sociopolítica de ese país es determinante en el continente puesto que allí se gesta en 1944 la primera revolución socialista exitosa de América Latina, que más tarde truncaría la intervención estadounidense. Ese experimento revolucionario serviría de ejemplo para otras naciones (Bolivia en 1952 y Cuba en 1959) y reforzaría el establecimiento de una hegemonía de izquierdas antinorteamericana. Dada su propia trayectoria vital, la visión del mundo de Rodríguez Macal se encuadra dentro de una política liberal que concuerda con los postulados democráticos de la Revolución, pero rechaza las tendencias de extrema izquierda y aprueba las propuestas de ayuda que ofrecen países más desarrollados. Es una perspectiva poco ortodoxa entre los intelectuales de la época y la principal razón del desfavor que muestra la escasa crítica literaria sobre su obra. Y, sin embargo, debido a la evidente presencia del autor en la cultura nacional, sus escritos son esclarecedores de la Guatemala de ese entonces, en especial sus novelas criollistas Carazamba (1953), Jinayá (1956) y Guayacán (1962), que en conjunto constituyen un programa regional para el desarrollo nacional y revelan la preocupación de un intelectual comprometido en la construcción de la nación guatemalteca. Como muchos de sus contemporáneos pertenecientes a la intelectualidad, en especial por tener un padre embajador durante el periodo previo a la Revolución de 1944, Rodríguez Macal tuvo una vida privilegiada de tratos con personalidades del ámbito social y político, así como también de viajes por América y Europa. La lejanía y el extrañamiento de su tierra natal, la cual visitaba de manera continua, fueron la motivación principal de su cuentística

313 con la que empezó a insertarse en la tendencia criollista. Sus cuentos, la mayor parte de estilo fabulístico, se ocupan de describir la fauna y la flora del norte y el ambiente laboral del campo. De regreso a la Guatemala bajo los gobiernos socialistas, se dedicó a la labor social, la exploración de los territorios aislados y la producción intelectual y literaria con la que obtuvo varios premios en el ámbito nacional e internacional. Durante esas mismas administraciones, por su afiliación al movimiento anticomunista, no le fue posible publicar más que una colección de cuentos y una novela. El resto de sus libros no saldrían a luz sino hasta la instauración de los llamados gobiernos de la Contrarrevolución (1954-1963), para los cuales trabajó como delegado gubernamental en el exterior y director de los diarios oficiales. Todas sus novelas criollistas se centran en el norte del país y entrelazan representaciones históricas y etnográficas para producir una literatura regional con la que el autor postula una esencia autóctona guatemalteca y plantea proyectos alternativos de modernización y territorialización nacionales, como también lo haría en su ensayística y crónica periodística. Es una narrativa con la que, por un lado, aborda los temas caros al criollismo tradicional guatemalteco y continental -como lo atestigua el constante diálogo con los respectivos cánones criollistas– y, por otro, apela a diversos géneros novelísticos como la novela de aventuras, el thriller jurídico, el relato familiar y el romance nacional. Conocedor de otras literaturas nacionales e internacionales, el escritor favorece la narrativa criollista en una época de cambios en la literatura continental. Su predilección por la prosa se explica tanto por su producción literaria como por el hecho de que la considera el medio más adecuado para la difusión de la cultura nacional dentro y fuera del país. Se inclina por la novela de la tierra puesto que este género es parte del proyecto criollista que, a

314 partir del centenario de la independencia, busca la reafirmación de las culturas hispanoamericanas mediante una representación estética del carácter idiosincrático de las nuevas naciones en camino a la modernidad. De ahí que esa corriente literaria se ocupe de asuntos de suma importancia para los países de América Latina; tal como la naturaleza exuberante que hay que dominar para modernizar las naciones, la denuncia social como medio para representar y darles voz a los segmentos desposeídos de la sociedad y el preocupante neocolonialismo de intervenciones extranjeras que hacen peligrar las soberanías nacionales. Mientras que el criollismo declina en la mayor parte del continente ante la aparición de nuevas formas de novelar hacia mediados de la década de los años cuarenta, en Centroamérica continúa en boga debido al atraso del sistema democrático, la falta de educación ciudadana y el predominio de las condiciones rurales en la región. El advenimiento de la democracia en Guatemala a raíz de la Revolución de 1944 hace florecer el relato criollista de ideología afín a los principios socialistas y de fuerte temática sociopolítica en la que sobresale el mestizaje nacional, la dicotomía social indígena/ladino, la crítica a los sistemas dictatoriales y las representaciones regionalistas. Como muchos de sus contemporáneos, Rodríguez Macal apela a los temas del criollismo para tratar de subsanar los problemas que estaban afrontando sus conciudadanos y dialoga con las obras criollistas continentales y guatemaltecas para representar la nación. Esa dimensión comparada permite una lectura crítica que pone en relación al autor con los clásicos criollistas, revelando su inserción consciente en una tradición y marcando, a su vez, sus diferencias tanto estéticas como políticas.

315 El análisis textual de sus novelas criollistas muestra la manera en la que este intelectual nacional, a partir de su preocupación por la región norte, se imagina Guatemala y se esfuerza por participar en la construcción de la nación. Como historiador del país, rellena con su escritura los vacíos que la historiografía nacional olvidó, no supo o no quiso atestar. Este aspecto en la narrativa del escritor permanece en estado subyacente en Carazamba. Es una novela con una trama romántica y de aventuras donde las relaciones eróticas entre la protagonista y los personajes masculinos representan la historia de intervenciones infructíferas que se realizaron en el territorio del norte desde los tiempos de la conquista hasta la dictadura ubiquista. Contiene una crítica a ese régimen que desde la Capital dirigía el destino de la región y, por presiones geopolíticas, amparaba la presencia británica y sus negocios ilícitos entre Belice y el Petén. Por tratarse de un departamento que por mucho tiempo no contó con un registro histórico pleno, Rodríguez Macal lo complementa literariamente en su obra Guayacán. En ella aborda el tema de las ocupaciones tradicionales de los peteneros (extracción de materias primas) y las posibilidades que representaban para ellos las explotaciones petrolíferas, actividades que por demás dependían del apoyo financiero y tecnológico del extranjero, la mayoría proveniente de los Estados Unidos. También narra los sucesos que minaron la economía de esos ciudadanos durante las décadas de los años cuarenta y cincuenta debido a la expulsión de las compañías norteamericanas a raíz de las proclamas antiestadounidenses de los gobiernos socialistas. El comportamiento del Estado frente a un sector social de la nación constituye el centro de la trama histórica de Jinayá. Esta novela criollista tiene visos de thriller jurídico mediante el cual el autor, utilizando la historia legalista del país, hurga de forma más profunda en el pasado y narrar en manera explícita o implícita hechos remotos y recientes.

316 Por una parte, habla sobre temas de los que ya se habían preocupado la historiografía, la literatura y otras ciencias sociales: la cultura q’eqchi’ -la etnia maya original de la región verapacense-, la llegada de inmigrantes alemanes a finales del siglo XIX y principios del XX, su participación en la producción de café –en especial en Alta Verapaz- y la economía nacional, el deseo expansionista germano so pretexto de una supuesta superioridad racial y el adoctrinamiento nazi durante la Segunda Guerra Mundial entre las comunidades alemanas radicadas en América Latina. Por otra parte, da cuenta de hechos que los historiadores obviaron o no explicaron a cabalidad, como la existencia de relaciones afectivas y románticas, además de productivas, entre hombres alemanes de larga residencia en Guatemala y mujeres q’eqchi’es, los descendientes de tales uniones y el trato que éstos recibieron del gobierno durante y después del segundo conflicto global, cuestionándoles su nacionalidad, embargando sus bienes y expatriándolos hacia un país que les era ajeno, interrumpiendo en el proceso ese desarrollo que habían llevado los alemanes a la región. Además, revela no sólo la mala administración de las operaciones cafetaleras expropiadas sino también el robo de café por parte de los delegados gubernamentales. En Jinayá se critican las acciones del gobierno sin importar su agenda política y se iguala el proceder de las administraciones que truncaron el desarrollo regional. Efectivamente, la dictadura ubiquista, por haberle declarado la guerra a Alemania, embargó los bienes alemanes alegando el derecho a una indemnización de guerra y, luego, los gobiernos socialistas concluirían la expropiación a favor de una reforma agraria, acciones que en conjunto perjudicaron a los ciudadanos guatemaltecos de descendencia alemana-q’eqchi’. El trasfondo histórico que el autor utiliza en sus novelas revela su deseo de completar la historia de la nación -la oficial y la literaria- y la manera en la que se imagina la

317 proyección futura de Guatemala, apuntando a la coexistencia intercultural como medio para lograr la modernización nacional. Con ese afán caracterizador de los escritores criollistas de darle a su narrativa una validez científica, Rodríguez Macal actúa como etnógrafo para describir las culturas del país y reproducir en sus mundos narrativos una autoctonía nacional que emula las relaciones entre las diferentes etnias, apostando a una tolerancia interétnica de cooperación. A pesar de compartir el pensamiento de otros intelectuales sobre la violencia fundacional del mestizaje en el continente, disiente de la solución que la mayoría de sus connacionales daban al considerado ‘problema del indio’ mediante la inmigración europea masiva encaminada al blanqueamiento genético, la supresión gradual y asimilación de las culturas indígenas a la etnia ladina dominante. Además, dado que las divisiones étnicas se recrudecen a partir de las divisiones socioculturales, en su narrativa también postula que el trabajo conjunto entre clases sociales podría conllevar al progreso del país. El escritor considera que todos esos grupos étnicos y estratos sociales no se excluyen mutuamente, como en el eterno conflicto entre indígenas y ladinos que se traduce en la lucha entre desposeídos y pudientes. Para él, todas las etnias sin distinción de medios económicos se complementan entre sí y son, por ende, parte integral de la ciudadanía. Ésta es una perspectiva recurrente desde sus primeros cuentos que instan al lector a escuchar a los narradores mayas y aprender a convivir con las etnias indígenas. También es parte esencial de su novela Carazamba donde se construye una sociedad en la que, si bien priman la jerarquía social y las divisiones culturales, también apunta a la aceptación entre grupos étnicos. Con el afán antropológico característico de los escritores criollistas para representar la esencia autóctona nacional, la primera novela del autor reproduce el entramado de relaciones verticales y horizontales entre diferentes sectores sociales y

318 presenta una serie de personajes que simbolizan la composición demográfica del país, incluyendo a los poco representados afroguatemaltecos. La protagonista Carazamba encarna tanto la selva norteña como el mestizaje tropical del oriente, en el que confluyen la genética y la psicología de las etnias africanas, españolas e indígenas. Ella se contrapone y parece limitar la existencia del narrador que se representa como un criollo mesurado del altiplano occidental. La oposición de estos dos seres disímiles dentro de una relación romántica enfatiza la necesidad recíproca del uno por el otro y sirve al escritor para hacer hincapié en el carácter complementario de las etnias nacionales. El que ese amor no se consolide debido a la inseguridad del criollo y la muerte de la mestiza a manos de los enviados gubernamentales significa que no cambia el estado de abandono y atraso de la región del norte, que el escritor considera clave para completar el desarrollo económico nacional. El intelectual como constructor de la nación se aventura en persona por las regiones aisladas del país, donde advierte su potencial productivo. Propone el desarrollo y modernización del espacio nacional, con un enfoque especial en los departamentos del norte. Su marcado regionalismo rompe con la tradición puesto que proviene del centro hegemónico y realza la región periférica norteña, planteando una integración territorial de la nación que incluye tanto territorio como culturas, economía, política y grupos sociales. En Carazamba se advierte la larga historia de atraso y falta de atención al Petén, situación que podría subsanarse, según el autor, si aquellos de fuera de la región pudieran sobreponerse al mito petenero como lugar enfermizo y peligroso; al igual que el protagonista podría haber consolidado su amor con Carazamba si hubiera hecho caso omiso de la leyenda que precede a la mujer. En sus otras dos novelas ocurre lo contrario porque el trabajo conjunto entre

319 diversos grupos socioculturales apunta a un progreso regional que deviene clave para el desarrollo nacional. Parte del objetivo de su segunda novela, Jinayá, es mostrar un modelo histórico de modernización en una región semejante a la petenera. Aunque los departamentos del Petén y la Alta Verapaz tienen diferentes topografías, son similares en su historia y geografía social (relación entre sociedad y territorio) desde tiempos precolombinos. En ellos han habitado dos de los tres grupos mayas originales que tenían una conexión íntima con los accidentes geográficos de los territorios que ocupaban y los aprovecharon durante la conquista, la colonia y principios del periodo independiente para hacer frente y escapar al avance foráneo. Los lacandones se ampararon en la densidad de la jungla petenera con la cual mantenían una relación ecológica y espiritual, mientras que los q’eqchi’es se refugiaron en las alturas de las montañas altaverapacenses que consideraban tanto deidades como lugares sagrados. La aislada orografía de Alta Verapaz sirve de escenario para el relato familiar que es Jinayá. En ella el autor representa la genealogía de familias regionales como reflejo de la situación de la familia nacional y hace hincapié en las relaciones laborales y afectivas entre indígenas e inmigrantes no españoles, en especial los alemanes de larga residencia en el país. Resalta, por un lado, que el trabajo conjunto de germanos y q’eqchi’es, aunque en gran parte de corte colonialista, fue fundamental para el progreso regional basado en la producción de café y su intensa participación en los mercados internacionales. Por otro lado, acentúa el mestizaje regional resultante de esos nexos afectuosos y lo relaciona a la mezcla cultural del ladino capitalino, delegando en los mestizos nacionales la promoción de la tolerancia interétnica y poniendo en sus manos la integración cultural, económica, política y social del país.

320 La intención programática de la novelística de Rodríguez Macal se manifiesta más claramente en el romance fundacional que es su tercera novela criollista. De hecho, el autor postula en Guayacán proyectos concretos de territorialización y desarrollo de la aislada región norte para hacerla parte integral de la nación. Al mismo tiempo, reúne a lo largo de la trama a distintos grupos nacionales que se encontraban históricamente en pugna y plantea soluciones literarias para los diferentes conflictos culturales y sociopolíticos. Complementa tanto la historia del Petén como la representación de su geografía física y social que había empezado en Carazamba; es decir que representa otros ecosistemas donde habitan diversos grupos sociales, como los lacandones y los trabajadores selváticos, que el Estado ha abandonado debido a la poca importancia que da a la jungla. Advierte sobre el peligro que corre la soberanía nacional por el descuido de la larga frontera con los estados colindantes de México. A semejanza de Jinayá, pone en manos de los mestizos regionales -los peteneros en este caso- la defensa y el progreso del territorio. El autor propone un programa de desarrollo para el Petén modelado en el ejemplo de los avances alcanzados en la Alta Verapaz mediante el financiamiento alemán y a partir del trabajo conjunto de los habitantes de la región. Su propuesta incluye tres pasos fundamentales: 1) concertar los saberes sobre la antigua agricultura maya y los conocimientos agrícolas modernos, 2) instar a los diferentes sectores sociales a participar, según su capacidad, en el impulso de las labores tradicionales de extracción de materias primas y el fomento de la agricultura regional y 3) financiar las actividades con la ayuda económica proveniente de los Estado Unidos. El objetivo primordial es conseguir que la producción agraria petenera contribuya primero a suplir las necesidades domésticas y, con el tiempo, logre una participación plena en los mercados internacionales para impulsar el progreso económico nacional. De la misma manera que

321 Rodríguez Macal territorializa en sus mundos narrativos los espacios aislados y amenazados de dominio nacional, también postula las bases de una familia en una nación amenazada por las cambiantes doctrinas estatales. Sus novelas en conjunto presentan la preocupación del intelectual por la familia y el territorio como pilares de la nación – he aquí todo un proyecto literario de compromiso nacional. A pesar de que las novelas del autor –y de hecho toda su prosa literaria, ensayística y periodística- reflejan a un intelectual preocupado por el destino de Guatemala y postulan programas para territorializar y modernizar la nación, son obras prácticamente desconocidas en el ámbito académico. La escasa crítica literaria sobre su narrativa es explicable a la luz de una ideología contraria a la de la intelectualidad de la época que no sabía cómo abstraerse de las batallas ideológicas y políticas. Su producción literaria se estaba consolidando en el preciso momento en que la izquierda guatemalteca todavía recordaba la deposición del gobierno socialista de Árbenz mediante un golpe de estado financiado por los Estados Unidos, la influencia comunista empezaba a proliferar en el continente tratando de emular a la Revolución Cubana y el género criollista se había eclipsado ante las nuevas formas novelísticas que se convertirían en las obras del Boom latinoamericano. O sea que, su obra poco ortodoxa quedó entre ideologías izquierdistas -la nacional y la continental-, así como en medio del cambio en la tendencia literaria del continente. No obstante el férreo anticomunismo del escritor y su inclinación por la ayuda extranjera, se debe tener en cuenta que no estuvo en contra de los principios de la Revolución Guatemalteca de 1944 y tampoco tenía la intención de ceder el país a intereses neocoloniales. Más bien se interesó por examinar y criticar sin ambages la actuación de los gobiernos centralistas, sin distinción de agendas políticas, y señalar vías factibles para el progreso del país.

322 Como lo he demostrado en este estudio, la visión del mundo de Rodríguez Macal va más allá de la de sus contemporáneos, en especial por haber estado relacionado al poder y aun así retener una posición independiente dentro de la intolerancia política de su tiempo. El análisis crítico que hago de sus obras ha mostrado la manera en que las representaciones regionales que hace el autor en sus novelas más importantes –Carazamba (1953), Jinayá (1956) y Guayacán (1962)- reflejan una obsesión con la incompleta territorialización de la nación y el fracaso del proyecto modernizador en Guatemala. Asimismo, revelo a un intelectual que actúa como historiador, etnógrafo y constructor de la nación y plantea mundos narrativos con proyectos alternativos para el desarrollo nacional. En última instancia, pienso que mis esfuerzos críticos esclarecen una visión literaria de perspectiva original que aparece en un momento fundamental de la historia continental y guatemalteca del siglo XX.

323 Apéndice A Obras incluidas en el estudio sobre el criollismo guatemalteco (En orden cronológico) Conflictos (1898), Ramón A. Salazar El solar de los Gonzagas (1924), Carlos Wyld Ospina En el corazón de la montaña (1930), Clemente Marroquín Rojas El tigre (1932), Flavio Herrera La tierra de las nahuyacas (1933), Carlos Wyld Ospina La gringa (1935), Carlos Wyld Ospina La tempestad (1935), Flavio Herrera Poniente de sirenas (9137), Flavio Herrera Cuando cae la noche (1943), Rosendo Santa Cruz Mah-Rap (1946), Amalia Cheves (Malín D’Echevers) El Señor Presidente (1946), Miguel Ángel Asturias Llamarada en la montaña (1947), Carlos Manuel Pellecer Anaité (1948), Mario Monteforte Toledo Entre la piedra y la cruz (1948), Mario Monteforte Toledo La antesala del cielo (1948), Augusto Luiti Hombres de maíz (1949), Miguel Ángel Asturias La cueva sin quietud (1949), Mario Monteforte Toledo Caos (1949), Flavio Herrera Amor y cascajo (1949), Leopoldo Zeissig La brama (1950), Álvaro Hugo Salguero Viento fuerte (1950), Miguel Ángel Asturias El milagro (1952), Fernando Juárez y Aragón Tierra nuestra (1952), Rafael Zea Ruano

324 Donde acaban los caminos (1953), Mario Monteforte Toledo Carazamba (1953), Virgilio Rodríguez Macal Con el alma a cuestas (1953), Enrique Wyld Echevers El papa verde (1954), Miguel Ángel Asturias Jianayá (1956), Virgilio Rodríguez Macal Los lares apagados (1958), Carlos Wyld Ospina … Y tenemos que vivir (1959), Argentina Díaz Lozano (hondureña radicada en Guatemala) Negrura (1959), Virgilio Rodríguez Macal Ñor Julián (1959), Rafael Zea Ruano Los ojos de los enterrados (1960), Miguel Ángel Asturias Guayacán (1962), Virgilio Rodríguez Macal Lo que no tiene nombre (1974), Raúl Carrillo Meza La semilla del fuego (1976), Miguel Ángel Vázquez

325 Apéndice B Obras incluidas en el estudio sobre el criollismo hispanoamericano (En orden cronológico y con el país de origen) Los de abajo (1916), Mariano Azuela, México Cuentos de amor, locura y muerte (1917), Horacio Quiroga, Uruguay La vorágine (1924), José Eustasio Rivera, Colombia El inglés de los güesos (1924), Benito Lynch, Argentina Doña Bárbara (1926), Rómulo Gallegos, Venezuela Don Segundo Sombra (1929), Ricardo Güiraldes, Argentina La carreta (1929), Enrique Amorím, Uruguay El tungsteno (1931), César Vallejo, Perú Lanchas en la bahía (1931), Manuel Rojas, Chile Cuentos de barro (1933), Salvador Salazar Arrué, El Salvador Huasipungo (1934), Jorge Icaza, Ecuador Mancha de aceite (1935), César Uribe Piedrahita, Colombia El mundo es ancho y ajeno (1941), Ciro Alegría, Perú La isla virgen (1942), Demetrio Aguilera Malta, Ecuador Cuentos de cipotes (1945), Salvador Salazar Arrué, El Salvador Puerto Limón (1950), Joaquín Gutiérrez, Costa Rica Juan Pérez Jolote (1952), Ricardo Pozas, México Ébano (1954), Alberto Ordóñez Argüello, Nicaragua Tinajas (1956), Ramón González Montalvo, El Salvador En la cumbre se pierden los caminos (1957), Julio Bautista Sosa, Panamá Barbasco (1960), Ramón González Montalvo, El Salvador La hoja de aire (1968), Joaquín Gutiérrez, Costa Rica

326 Apéndice C Crónica periodística de Virgilio Rodríguez Macal Nuestro Diario: Director del 19 de abril al 6 de octubre de 1955 Abril 19 El festival de la Cruz Roja 20 Causa principal de la derrota de Nottebohm 21 Aumento de ayuda técnica para Guatemala 22 La resurrección de la ODECA y la clave de su éxito futuro 23 Trascendencia de la carretera a Esquipulas y sus prolongaciones 25 Conductores de autobuses enemigos del pasajero 26 Origen de incendios peteneros 27 Organización del turismo como una gran industria 28 El problema del Petén y sus posibles soluciones 29 “El pobre también paga” es el lema del nuevo banco (popular de Colombia) 30 Peligros nacionales si no acudimos a la defensa del Petén Mayo 2 Historia trágica y primeras vislumbres del Petén 3 Bolas destructivas (mala información que afecta a la nación) 5 Libro que hace época en nuestra literatura histórica 6 El río Sarstún, primera clave del porvenir petenero 9 Sólo la industria podrá hacer el milagro centroamericano 10 Alcalde de New Orleans pide un viaje a Guatemala (informe del alcalde Morrison sobre una pequeña nación centroamericana que acaba de sacar el comunismo) 12 Centroamérica y el concepto de la soberanía 14 Una industria en cada país centroamericano para abastecerlos en común 16 Poco a poco van volviendo (las publicaciones de izquierda y los comunistas) 17 Las hermanas de Centroamérica y las “cuestiones de límites” 18 El aeropuerto quezalteco 19 Advertencia oportuna 21 La salida menos costosa del Petén al mar 23 Más teléfonos, más vida… 24 El reconocimiento [del gobierno guatemalteco por parte] de Uruguay y Ecuador constituye un verdadero fallo internacional 25 Dos tesis interamericanas contrarias en asunto de reconocimiento 26 El empleado público también tiene derecho 27 Credo del periodista (Walter Williams) 28 Derechos del empleado público 30 Puertos y muelles nacionales 31 Con o sin constitución… (política nacional) Junio 1 Proposiciones de la Unión Soviética a la ONU 2 Algo sobre la ley de petróleos 4 El desarrollo nacional y las instituciones de crédito que no dan créditos

327 6 Gratas perspectivas camineras en todo el país 7 En el día de la libertad de expresión 8 Algo más sobre la ley de petróleos 9 “El Santuario de los Tiempos” (templo multi-religioso en Colorado) 10 Bolívar, Madariaga y la Historia 11 El banco nacional agrario entra por nuevas sendas 13 Los directores de diarios y el presidente 14 Los mejores aliados de las nefastas doctrinas exóticas 15 Avaros del campo y de la ciudad 16 Necesidad de una reforma educacional a fondo 17 El presidente Perón, la sublevación y la lucha religiosa 18 Cambiando de rumbos a la escuela primaria 20 La reforma educacional que se necesita en toda Centro América 21 La escuela-granja y un nuevo aspecto en la enseñanza 22 Una luz en el naufragio universal (evitar la tercera guerra mundial) 23 Camino democrático del Movimiento de Liberación 24 Escuela Normal Centroamericana y su ideal ubicación 25 Nuestro saludo a las Naciones Unidas 27 Al margen del discurso del ministro de relaciones exteriores 28 La ONU es informada del vasto contenido de la ODECA [Organización de Estados Centroamericanos] 29 Cooperación internacional significa sinceridad 30 1871 Treinta de Junio 1955 (aniversario de la Revolución Liberal de 1871) Julio 1 Ensayo: Ante el monumento de Justo Rufino Barrios 2 En el aniversario del triunfo de la Liberación 4 Asteriscos culminantes de la celebración 5 La salud del pueblo y la primera enseñanza en las escuelas 6 La libertad de los Estados Unidos de Norte América 7 Cablegrama sobre un nuevo programa y un nuevo centroamericanismo 8 Una mirada a los acontecimientos de Chile 9 La oportunidad de la creación de un banco interamericano 11 El petróleo y sus beneficios para la nación 12 El cuerpo voluntario de bomberos 13 Banco interamericano, verdadero desarrollo nacional y falsas industrias 14 La idea centroamericana y medio siglo de evolución 15 Por un digno y futuro parque central 16 La Argentina y la democracia como elemento de paz y estabilidad 18 El aniversario de hoy (el asesinato de Arana) 20 Un gran diplomático guatemalteco, ciudadano de Colombia 21 Un programa nacional de buenas orientaciones 22 Almacenes del estado, controladores del precio 23 Ginebra (guerra fría, poderío del Nuevo Mundo, los EE.UU.) 25 Alemania, nuevamente en la gran balanza 26 Libro salvadoreño sobre el movimiento de liberación

328 27 Los “camaradas” y sus nuevas ideas sobre centroamericanismo 28 La reacción de Centro América contra los “camaradas” 29 A la hora de la discusión de la nueva constitución 30 La constitución y la necesidad de más concreción internacional Agosto 1 Historias que la resurrección de la ODECA evoca 2 Triple alianza presidencial y la Legión del Caribe 3 El Diario de Centro América y sus 75 años de edad 4 Peligrosa doctrina periodística 6 Sesión de la constituyente y el recuerdo de dolosas influencias extrañas 8 La delincuencia y los tribunales de justicia 9 Al margen de una carta del doctor Ramiro H. Alfaro (libertad de prensa) 10 Aspectos de la “Cuestión Belice”, de interés actual en la constituyente 11 Nueva manera de ver en el asunto Belice 12 El problema de Belice y la universidad 13 La clausura de “El Tiempo” e indicios de tempestades (cierre de diario colombiano) 16 ¿Proletariado intelectual? 17 La feria de la Asunción 18 Proclamar el estatuto de familia es deber principal de la O.D.E.C.A. 19 El estatuto de familia de la América Central 20 Las amargas lecciones del pasado centroamericano 22 El “secreto profesional” periodístico 23 Alrededor del secretariado de la ODECA 24 Belice, deuda de toda Centroamérica 25 La ODECA y la clave de su éxito futuro 31 Dos procedimientos ejemplares en los negocios públicos ------------------------------------------------------------26 de agosto – 1º de septiembre: Texto exacto y completo de las declaraciones del doctor Roberto García Peña, Director de “El Tiempo” de Bogotá (diario cerrado por el presidente de Colombia) [A favor de la libre expresión] --------------------------------------------------------------Septiembre 2 Importancia económica, internacional y turística de la carretera a Esquipulas 3 La plusvalía y los propietarios 5 La constitución y los derechos humanos 6 Exposición de motivos sobre “El Estudiante” (pasquín de izquierda) 7 Consecuencia de los abusos de la libertad de prensa 8 Los dos millones para la universidad 9 Del momento de la constituyente 10 Guatemala electa como sede del tercer congreso anticomunista 12 Antecedentes de la ponencia guatemalteca en Brasil (ante el II congreso anticomunista) 13 Texto de la ponencia de Guatemala en Río de Janeiro (ante el II congreso anticomunista) 14 Reflexiones en el día de la patria 16 Las celebraciones de ayer

329 17 Palabras democráticas al inaugurarse el Banco Popular Colombiano 19 Sobre comentarios en Washington 20 La familia humana 21 Razones y sinrazones de la familia humana 22 El peligroso juego del general Perón 23 Quisicosas y falta de cosas en la constituyente 24 Constituciones que entrañan todo un programa nacional 26 Otros artículos constitucionales perfectamente definidos 27 Puntos de vista sobre el general Perón 28 La enfermedad de Eisenhower 29 Los insultos y ofensas a los jefes de estado 30 Ya están volviendo a retozar los camaradas Octubre 1 Los grandes problemas actuales de Argentina 3 Una institución de crédito y sus bodas de plata (el Crédito Hipotecario Nacional) 4 Nuestra democracia 5 La explotación del Valle del Ixcán (Departamento del Quiché) 6 Despidiendo a “Nuestro Diario” y sus lectores Diario de Centro América: Director del 07 de julio de 1962 al 08 de enero de 1963 Julio 7 Monumentos históricos con fondos populares 9 Tierras en arrendamiento para los campesinos 10 Declaraciones del presidente Ydígoras a la revista “Life” (Alianza para el Progreso) 11 El caso del reportero Cabrera 12 Costa Rica en el carril centroamericanista 13 Nuestro incremento agrícola 16 Saludo de Guatemala para Ruanda y Burundi 17 Cultivos en la zona norte 18 Créditos supervisados en el caso de la clase media 19 El mercado común europeo y su repercusión en América Latina 20 Dramática historia y primeras vislumbres del Petén 21 Vislumbres de los problemas peteneros 23 Debemos consumir solamente productos centroamericanos 24 Peligros nacionales: Hay que defender el Petén 25 Efemérides nacional 26 Guatemala: Venecia centroamericana (anegamiento por las lluvias en la Capital) 27 “Operación Amigo” (estudiantes guatemaltecos en Miami) 28 Ley de garantías a las inversiones extranjeras 30 Sintomáticas celebraciones (anticomunismo) 31 Crecimiento peligroso de la ciudad (inmigración del campo a la ciudad) Agosto 1 Nuestro saludo a la prensa del istmo 3 El ejército en el Petén

330 4 La justicia a paso de tortuga 6 La culpabilidad de los jueces 7 No se vendió talidomida en nuestro país 8 ¿Se votará hoy por la reunión de cancilleres? 9 Bloque centroamericano ante el comunismo 10 Cancelación de asociaciones estudiantiles 11 La casa de la cultura 13 Peligros en las carreteras 14 Ridículo mensaje estudiantil 16 La oposición y el convenio de garantías 17 La Alianza para el Progreso 18 De producción en América Latina[,] EE.UU. y el socializar los medios (discurso de J.F. Kennedy) 20 Ley de impuestos a tierras ociosas 21 Los bajos sueldos de algunos “periodistas” 22 La integración en el campo de la salud 23 Convenio de garantías 24 Cuando el congreso le es adverso, el presidente de EE.UU. va hacia el pueblo (acciones de J.F. Kennedy) 25 Crisis promovida por Cuba en el mercado común latinoamericano 27 Guatemala fuera del convenio cafetalero 28 Mantener incólumes las garantías nacionales 29 Nuestros certámenes literarios 30 La destitución de maestros pro-castristas en El Salvador 31 Inventario forestal en el Petén Septiembre 1 Cuba fuera de la ALALC [Asociación Latinoamericana de Libre Comercio] 3 La nueva trayectoria de la asociación de [mujeres] universitarias 4 Cuestión urgente el invadir Cuba 5 Penosa situación laboral en Cuba 6 Observaciones del presidente sobre la obra de los diputados 7 La grave situación cubana 8 Kennedy acepta sugerencia del presidente de Guatemala 10 Cautela frente al ingreso de Centro América a la ALALC 11 Sede del gobierno en Quetzaltenango 12 La “operación fraternidad” (entrenamiento militar combinado C.A.-EE.UU.) 13 15 de septiembre de 1962 17 Auge en los productos agrícolas exportables 18 El rotundo fracaso de los agitadores del estudiantado 19 La carta del episcopado 20 Fundamentos de la política del gobierno en mensaje a diputados 21 Serio peligro para los pueblos hispanoamericanos (reducción ayuda Alianza para el Progreso) 22 Los ingresos fiscales y las declaraciones del presidente 24 La gran lucha contra el subdesarrollo

331 25 Crecimiento demográfico y esfuerzo gubernamental 26 Un discurso del canciller Unda Murillo en las NN.UU. 27 Guatemala propone en la ONU desarraigo del “apartheid” 28 La muerte de los gatos y los telegramas del presidente 29 Alud de muerte intenta detener el presidente Octubre 1 Ley anticomunista en El Salvador 2 Intercambio político con Alemania Occidental 3 Aprobación de las leyes requeridas por la “Alianza” 4 Los ataques a “Redención” (partido oficial) 5 La clemencia, espada de dos filos 6 Colecta pública que realiza el decano 8 Alentadoras palabras del embajador Bell (Alianza para el Progreso) 9 Trabajadores recomiendan la pena de muerte en Colombia 10 El concilio ecuménico (Vaticano II) 11 Uso de químicos en la campaña antimalárica 15 Recriminación pública a los de “El Derecho” 16 Insuficiencia en ingresos fiscales 17 Poderosa orientación económica mediante las listas del banco 18 Las sinrazones de la cámara de comercio 19 Ninguna “elite” monopolizará el mercado de divisas libre 22 La colonización alemana 23 Licitaciones no afectarán la paridad quetzal-dólar 24 El alerta oportuno de Ydígoras Fuentes 25 La ONU en el caso cubano 26 América en pie de guerra 27 Castro en el poder será siempre un peligro 29 El gobierno de Castro debe ser eliminado radicalmente 30 La OEA debe decir la última palabra Noviembre 1 New York Times secunda deducciones del decano 2 Contraproducentes dilatorias al impuesto sobre la renta 3 Relieve del evento electoral de mañana 6 Montenegro Sierra, alcalde de Guatemala 7 Lecciones provechosas de las últimas elecciones 8 El caso de los cañeros 9 Reforma social y no violencia en la producción de riqueza 10 La respuesta a Nehru 12 Descentralización de la capital 13 El antejuicio que pretende la AEU (Asociación de Estudiantes Universitarios) 14 Retención de las armas ofensivas en Cuba 15 La existencia de brigadas internacionales en Cuba 16 EE.UU. atiende la voz de Hispanoamérica 17 Propaganda roja para la AEU

332 La vanidad y el lujo de los eclesiásticos El dramático encuentro de Lucius Clay-Archie Moore 19 Sabotaje castrista en Estados Unidos La “operación amigo” de Ydígoras Fuentes Comunistas asesinan a un maestro venezolano 20 Acción cultural del ejército Aumento del poder defensivo de la OTAN Hegemonía del futbol capitalino finaliza 21 Bonos del tesoro para gastos presupuestales Bases subterráneas soviéticas en Cuba Entrenamiento de la selección de fútbol 22 Repercusión de la situación cubana La conferencia sobre pesticidas Revitalización de la “Alianza” 23 Barrios Peña pide la renuncia del presidente 24 ¿Es Castro quien ha ganado? La gran derrota de la China Comunista 26 El enésimo golpe de Fidel Castro contra Guatemala Tesis de Ydígoras triunfa en la OEA 27 El impuesto a la renta y la “Alianza” Las predicciones de Ydígoras Fuentes 28 La unidad del instituto armado Adjudicación del campeonato a Xelajú M.C. URSS: Potencia colonialista 29 La crisis no es sólo de Guatemala Los nuevos billetes cubanos 30 El típico sofista rojo Diciembre 1 Repercusiones del alzamiento Despierta la OEA Un millón para la feria de Nueva York 3 La entrevista Villeda-Kennedy Señala lineamientos a la OEA Las asignaciones a la universidad 4 Cirugía radical contra Castro La elección de U Thant 5 Misión diplomática de Costa Rica La salud como función social (60 aniversario Organización Panamericana de la Salud) 6 Revisión de la política financiera de la universidad 7 La adquisición de zapatos en Cuba Falta de iniciativa en el mejoramiento de Mixco 8 Encomiable labor del crédito hipotecario No satisface propuesta solución del caso cubano (Kennedy-Khrushchev) 10 El congreso de congresos El viaje del presidente

333 11 Reconocimiento para UNICEF Prosigue la obra constructiva 12 Subversión como arma Las justas atléticas 13 Quebraderos de cabeza de Castro 14 La actitud de los congresistas ticos Caja de ahorros en el decano 15 Clamor público: no más terrorismo en Navidad Suprimen pasaportes para centroamericanos Apoyo a la industria 17 Ydígoras, adalid del unionismo El aporte maya al nuevo lenguaje universal 18 La falsedad de la ayuda europea a la América Latina La incultura en nuestros paseos 19 Ydígoras construye las bases para la visita de Kennedy El deber de la empresa privada para con la cultura 20 Los dos cánceres de Centro América Los sitios vacíos en el Concilio 21 Despidiendo a “Salón 13” Irresponsabilidad en aduana central 22 La Navidad en Cuba El choque de trenes 24 Navidad 26 Esta Navidad fue diferente 27 Calma y paz para 1963 Atención de Kennedy para Centro América 28 Guerrillas en Nicaragua Las tarifas de la IRCA ¿Bienquistarse con Mao Tse Tung? 29 Preocupación de la OEA por Cuba Enero de 1963 2 ¿Cayeron en una trampa los transportistas? Reforma agraria 3 ¿CRISIS? 4 Definitivamente Europa discrimina nuestro café 5 Labor del gobierno de Ydígoras Fuentes 6 La nueva carta de la ODECA 7 Mi despedida como director del decano Países centroamericanos en la feria de Nueva York Multifamiliares para 40 hogares 8 Contraste entre Guatemala y Cuba La FAG [Fuerza Aérea Guatemalteca] mantendrá la constitucionalidad

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