Luis Alberto de Cuenca es uno de nuestros mejores poetas contemporáneos, un poeta imprescindible,

May 5, 2017 | Author: Victoria Correa Montoya | Category: N/A
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Fotografía: León de la Hoz

Luis Alberto DE CUECA DOSSIER

Entre los amigos, LA POESÍA y la vida

uis Alberto de Cuenca es uno de nuestros mejores poetas contemporáneos, un poeta imprescindible, con una voz personalísima que, a lo largo de los años (…) ha sido siempre fiel a sus temas, hasta consolidar un universo poético de primera magnitud. (…) es capaz de valorar todo arquetipo verdaderamente significativo de cierta relación de pugna con el destino, sin establecer jerarquías artificiosas sobre su naturaleza, y de incorporarlos como sustancia verdadera a sus poemas, nunca relegando a un segundo plano las requisitorias del día a día, el amor y el desamor, el sentimiento de otredad, el tiempo fugitivo… con mirada alegre o con regusto melancólico, con humor o con ternura, con cercanía o con extrañeza”. Por todo ello, y más, Otrolunes se honra con este dossier, que no hubiera sido posible sin el apoyo de todos los colegas y amigos que en él han colaborado, y especialmente sin la contribución de Fernando Vicente, que realizó especialmente para esta edición el retrato de la portada, y sin la batuta del escritor español Javier Vázquez Losada, que hizo verdaderos actos de magia para reunir a tantas firmas importantes en este cálido homenaje a Luis Alberto de Cuenca

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IDICE » Entrevista exclusiva para Otrolunes: -- La vida en llamas. Juan Manuel de Prada Luis Alberto de Cuenca: La voz de un poeta (Transcripción de entrevista grabada en vídeo)

» Ficha biobibliográfica » Otras entrevistas -- Luis Alberto de Cuenca, por Arturo Tendero. -- "Un poeta no debe contar nunca las sílabas de un verso”, por Carlos Ferrer para Ánika Entrelibros. -- Luis Alberto de Cuenta, en Poesiadigital.es. -- “Un buen cómic engancha más a lectura que un best seller”, en Universidad de La Rioja. -- Hablando de libros con Luis Alberto de Cuenca, por Francisco Javier Illán Vivas. -- Cuenca destaca que 'sin traducción no existiría la literatura universal', en Terra.es. -- Luis Alberto de Cuenca dice que la época de crisis es buen tiempo para la lírica, en Soitu.es. -- Luis Alberto de Cuenca: "Es un error no enseñar literatura", en Ávila digital.

» Luis Alberto de Cuenca en Internet Luis Alberto online, por Ricardo Pérez Hernández. » Escritos del Autor El vicio solitario Poemas Inéditos » Trabajos críticos sobre su obra -- L.A. de Cuenca: memoria personal a propósito de El hacha y la rosa. Agustín Calvo Galán -- Aquellos años prodigiosos. Antonio Colinas -- Imágenes, imágenes, palabras. Eduardo García -- Lo clásico y lo nuevo en Luis Alberto de Cuenca. Eduardo Gracia Trinidad -- L.A. de Cuenca: “La poesía no es una cuestión de minorías”. Enrique Villagrasa -- Rita Macau, una musa para L.A. de Cuenca. Francisco J. Peña Rodríguez -- Trazos limpios. José Luis Morante -- Epílogo del vértigo. Juan Carlos Mestre

-- Luis Alberto y el fantástico. Julián Díez -- La prueba del tiempo. Luis García Jambrina -- L.A de Cuenca disfrazado de Humphrey Bogart busca a la princesa Leia entre Serrano y Velázquez. Miguel Losada -- Luis Alberto de Cuenca: Cultura y Vida. Francisco J. Rodríguez Oquendo -- Poesía de Luis Alberto de Cuenca. Santos Domínguez Ramos -- Alta y baja cultura en L. A. C. el mundo del Cómic. Vicente Luis Mora

» Sobre Luis Alberto de Cuenca Agustín Fernández Mallo Alejandro Céspedes Álvaro Muñoz Robledano Amalia Bautista Ana Martín Puigpelat Ana Merino Ángela Vallvey Arturo Tendero Aurelio González Ovies Beatriz Villacañas Carlos Marzal Chus Visor David Torres Elvira Lindo Eloy Sánchez Rosillo Emilio Calderón Emilio Pascual Emilio Porta Enrique Gracia Trinidad Espido Freire Eugenia Rico Fernando Beltrán Fernando Sánchez Dragó Francisco Balbuena Francisco Rico Graciela Baquero Irene Zoe Alameda Javier Lostalé Javier Puebla Jesús Cotta Lobato Jesús Egido Jesús Marchamalo Jesús Urceloy Jorge de Arco

José Corredor-Matheos José Luis Morales José M. Caballero Bonald José María Merino Juan de Dios García Juan Manuel de Prada Juan Pedro Aparicio Juana Vázquez Julia Uceda Julio Martínez Mesanza León de la Hoz Lorenzo Silva Luis Antonio de Villena Luis Felipe Comendador Luis Mateo Díez Luis Muñoz Manuel Jurado López Manuel Vilas Marta Rivera de la Cruz Martín Casariego Paula Cifuentes Rafael Reig Rogelio Blanco Roger Wolfe Román Piña Túa Blesa Vicente Gallego Yolanda Castaño Yolanda Sáenz de Tejada Vanessa Monfort Clara Sánchez José Luis Gutiérrez Fernando Marías

Luis Alberto DE CUECA La voz de un POETA Entrevista exclusiva para Otrolunes.

onversar con un intelectual de cultura tan amplia y de una trayectoria tan rica como Luis Alberto de Cuenca es, más que un reto, un placer riesgoso. Dos miembros del equipo editorial de Otrolunes, Recaredo Veredas y Lorenzo Rodríguez, en dos sesiones distintas, lograron acercarse al poeta, al hombre, al ferviente pensador de su tiempo que es Luis Alberto, para abrirle a los lectores de nuestra revista una puerta que los lleve, sin regodeos ni complicaciones, a los mundos que gravitan en torno a esta figura de las letras españolas. Conversador por excelencia, comunicador de experiencia y dueño de una afabilidad inalterable incluso ante ciertos temas siempre espinosos de la cultura y la España de hoy, en estas dos partes de la entrevista que presentamos, Luis Alberto de Cuenca hace honor a esos elogios que sobre él han vertido en este dossier más de cincuenta prestigiosos colegas.

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PRIMERA PARTE

Los hombres somos fundamentalmente memoria. Por Recaredo Veredas. Comenzaré leyendo un pequeño poema tuyo como introducción a la primera pregunta: En un estanque, desnuda, te recojo. Me parece que tengo entre los brazos otro jardín Este logro de la elegancia, casi oriental, ¿proviene de una inspiración concreta o su origen es una labor concienzuda, una depuración de una idea más larga? Ese poema en concreto, el título es “El campesino y la princesa”, evoca un mundo de cuentos de hadas que es el que yo intento reflejar ahí. Hay muchos cuentos de hadas, de los Her4

Fotografía: León de la Hoz

manos Grimm, por ejemplo, en el que la princesa se enamora de una persona económica y socialmente inferior, pero que es muy listo, muy habilidoso o muy valiente. Pues lo que intento buscar ahí es la imagen de una princesa de cuento que se enamora de su jardinero. Y la verdad es que el jardinero sabe decir las cosas más hermosas que se le pueden decir a una princesa, mucho más hermosas que las que pueden urdir los príncipes. En ese caso, insisto, el origen es el cuento popular. En tu poesía se aprecia influencias y referencias múltiples, desde los mitos griegos hasta la novela negra. ¿Cuál es la importancia de la nostalgia en tu obra? Vamos a ver, nostalgia es una palabra griega y significa dolor del regreso, dolor del que vuelve. Yo creo que el volver siempre tiene algo de doliente. Porque cuando volvemos a un lugar en que hemos sido muy felices, y han pasado los años, o a un lugar en que hemos sido muy desgraciados y de repente todavía nos sigue conmoviendo por dentro. Yo creo que son sentimientos muy en la base de la creación poética. Entonces, la nostalgia tiene un valor importante en mi poesía, porque además la poesía está hecha de memoria. Sin la memoria realmente no existiría la poesía. Los hombres somos fundamentalmente memoria. Por eso me enfada especialísimamente el hecho de que la nueva pedagogía haya prescindido de la memoria porque la memoria es fundamental. Yo creo que cuando nos aprendíamos poemas de memoria en mi generación éramos mucho más felices y estábamos más en contacto con lo que es la creación literaria. Creo mucho en la memoria y por lo tanto en la nostalgia que es un ejercicio derivado de la memoria. Y en mi poesía es especial. ¿Cómo contemplas la poesía más moderna y la multiplicidad de tendencias que existen actualmente? Siempre ha habido multiplicidad de tendencias. Yo creo que eso es bueno. Decía Mao Tse Tung que se abriera la flor y que todos sus pétalos se orientaran a los cuatro puntos cardinales y que ello fertilizara la tierra. Yo creo que es bueno que haya muchas tendencias. Y la veo bien. La veo bien en general, un

estado nada comatoso, sino muy activo, muy espabilado y de gran calidad estética. Soy optimista en relación con el presente de la poesía, y con el futuro también lo soy. Estoy en algunos tribunales de premios poéticos y veo que los muy jóvenes, hablo de gente de veinte, veintidós, veinticinco años, pues están funcionando muy bien, y creo en su futuro y por tanto creo en el futuro de la poesía española. Hay en tu obra influencia considerable tanto del cómic como la historieta. ¿Qué piensas del estallido de este arte a nivel nacional o internacional? Yo soy un grandísimo aficionado al cómic, al tebeo, a la historieta, como queramos llamarlo. Y lo soy fundamentalmente ciñéndome a la edad de oro de la historieta, que para mí empieza con Little emo in Slumberland en 1905 y se clausura en torno a 1950. La historieta y el cómic que me interesa, en paralelo a mis intereses cinematográficos, pues es la historieta clásica, entonces yo me muevo sobre todo como pez en el agua en las primeras décadas del siglo XX. A partir de los años sesenta, setenta me encuentro más incómodo en el mundo de la historieta. Me ha parecido interpretar en la lectura que he hecho de la introducción a su Poesía Completa que opina que el cine y la novela negra forman parte de los últimos vestigios de la épica. Los últimos no, pero yo creo que la épica seguirá viva, enmascarada debajo de otros rostros, pero es imposible que muera porque la épica es la voz del espíritu popular, el Volk Geist que llamaban los alemanes, y sobre todo los románticos, y eso no puede morir nunca. Lo que ocurre es que en este momento la poesía es fundamentalmente lírica, pero la gran poesía, la poesía con mayúscula es la poesía épica. Entonces, se enmascara, se disfraza, es una especie como de proceso de complicación, casi como si fuera un travestido, ¿no?, de la épica con respecto al cine o con respecto al cómic. Yo creo que son reductos o espacios en los que la épica permanece. ¿Por qué su relación con la música popular, con artistas que lo admiran, como Loquillo? ¿Cómo ha podido compaginar su aparente clasicismo con un mundo tan aparentemente transgresor? Porque mi poesía, mi vida y mi manera de ver el mundo compagina lo popular y lo culto. Me parece tan importante uno de los extremos como el otro. Y porque nunca he creído que existe una cultura más importante que la otra si no que se complementan admirablemente. Y en realidad la relación que tengo con la música no es excesiva, lo que ocurre es que ha habido la ocasión de colaborar con algunos grandes músicos, es el caso de Loquillo, por ejemplo. Vamos a sacar un disco muy pronto con poemas míos. Pero yo no soy un gran experto en música, ni en música moderna ni en música clásica. En música clásica me quedé casi hasta Mozart. Lo demás me parece tal vez demasiado moderno. Lo que pasa es que a los rockeros

les gusta lo que escribo, que se conoce que debe ser una especie de mezcla de estilos que les divierte. Y en concreto, en el caso de José María Sanz, Loquillo, es que él es un gran lector de poesía, es un gran conocedor del medio y entonces le divierte mi poesía. Y coincido con él, por ejemplo, en otras profesiones de fe poética, pues nos encanta Juan Eduardo Cirlota, a los dos, y eso nos une mucho, Jaime Gil de Biedma. Todo eso hace que exista una camaradería real entre ambos. ¿Y la tentación de la narrativa, de la novela? Sí, hubo tentaciones serias. Ríete tú de San Antonio, cuando le tentaban aquellas damas tan provocativas en los cuadros de la pintura flamenca italiana. Pues a mí me tentaron con un suculento contrato para escribir una novela. Decían que mi poesía era muy narrativa y que tenía que trasladarlo a la novela. Entonces empecé una novela, luego publiqué un librito que se llama Fragmento de novela, en colaboración con Alex de la Iglesia, que se abría por delante y por detrás con un fragmento de Alex y otro mío, y en ese libro pues se iban los ocho únicos folios que yo escribí de esa novela, pues me pasaba el día corrigiendo cada frase, y eso no lo puede hacer el novelista. El novelista debe dejar que fluya el discurso y yo no soy capaz de escribir novelas. Yo soy de un perfeccionismo enfermizo que me impide avanzar en el curso del relato, por tanto me voy a quedar como poeta, y como ensayista, y como productor, y como aficionado al cómic, y como bibliófilo, y como partidario del Real Madrid, son algunas de mis señas de identidad. ¿Volvería a la política? Hay una película de James Bond que decía “Nunca digas nunca, jamás”. Como admirador de James Bond pues ¿por qué voy a decir ahora que no volvería? Probablemente no vuelva, pero tampoco me voy a complicar la vida diciendo que no pienso volver a la política. La política es una actividad como cualquier otra, tampoco hay que darle demasiada importancia. Y desde luego que se puede volver o no volver. ¿Cómo se puede pasar por la política y mantener tantos amigos en todos los lados? Pues poniéndose al teléfono, contestando los mails, contestando las cartas. No he dejado una sola llamada sin contestar ni un solo mail sin responder. Y he mantenido a mis amigos, me parece lo normal. Todos los políticos deberían hacer lo mismo, si no lo hacen es su problema. ¿En qué grupo o tendencia situaría su poesía? Pues no lo sé, porque tendría que actuar sobre mi propia poesía como un crítico literario de la misma. Hay un libro publicado en Renacimiento, de Sevilla, que se llama La poesía postmoderna de Luis Alberto de Cuenca. Lo argumenta muy bien el autor, que es Javier Letrán, un gran experto en mi obra, pero la verdad es que yo no sé muy bien en qué consiste tam-

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poco lo de la postmodernidad. Dicen que soy un poeta postmoderno. Debe ser la postmodernidad para algunos esa fusión entre lo popular y lo culto, o quizás que la modernidad se ha agostado o se ha ido a la porra y entonces hay que fundar un espacio nuevo sobre las ruinas o las cenizas de la modernidad, no lo sé. Yo no tengo mucho interés por la modernidad, de modo que a lo mejor es que soy postmoderno; si de repente le gusto a los rockeros y no me interesa la modernidad a lo mejor es que soy postmoderno. ¿Cómo cree que ha evolucionado su poesía a lo largo de los años? Sí, evolucionamos. Da tiempo a evolucionar poco porque nuestras vidas son muy breves, pero sí, estamos continuamente cambiando de módulos estéticos y diferenciándonos del anterior que escribió aquello que a veces nos parece que ha escrito otra persona y no nosotros mismos. Mi poesía ha evolucionado de un marco culturalista más cerrado, más hermético, más influido por la vanguardia histórica a un marco de estructuras más cerradas, más compactas, de una construcción más rigurosa del poema y mayor comunicabilidad. Ha ido de un mayor hermetismo a una mayor comunicabilidad. Para finalizar ¿cuáles son sus próximos proyectos en el ámbito literario? Tengo ya un libro que no quiero publicar hasta el 2010, porque no tengo tiempo para prepararlo, a ver si este verano me meto con él. Se llama El reino blanco y pues tendrá los poemas que he escrito a partir del 2006, que serán como siempre unos treinta, cuarenta, cincuenta poemas, tampoco muchos. Con el curso de la vida se va haciendo un poquitín menos luminosa la poesía porque la vida también se va haciendo menos luminosa con los años.

SEGUDA PARTE

La disciplina la dejo para los prosistas. Por Lorenzo Rodríguez

illiam Faulkner escribió que un escritor es un noventa por ciento de talento, noventa por ciento de inspiración y noventa por ciento de disciplina, y que la combinación de dos de estas tres cualidades bastaba para ser un escritor. ¿Cuáles serían las dos cualidades de Luis Alberto de Cuenca? Pues yo defendería siempre la segunda, la inspiración. La disciplina para los poetas no te vayas a creer que es tan importante, porque un poema se escribe en un lapso de tiempo muy reducido y no exige la disciplina que exige la prosa y exige la novela. De modo que yo diría que de las tres cualidades que dice Faulkner que deben concurrir, al menos dos de ellas en un escritor, me quedaría primero en mi caso como poeta, con la inspiración y después con que Dios me haya dado un poquitín de talento. La disciplina la dejo para los prosistas.

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Ya que dices que la inspiración para un poeta es lo más importante. ¿Cuándo te llega a ti la inspiración? ¿Cómo la buscas? No la busco jamás. La inspiración si se busca es cuando no aparece, es lo mismo que el amor. Cuando tú estás buscando novia nunca acabas encontrándola. Tiene que ser todo azaroso, regido por las leyes del azar. En ese sentido yo me encuentro la inspiración porque yo creo que desde mi nacimiento, como todos los poetas, tenemos una manera de ver el mundo que es una manera poética de ver el mundo y en ese sentido ese don innato muchas veces se transparenta en momentos de inspiración, pero no lo buscamos, lo encontramos. Interpreto que no tienes un horario fijo para escribir o sí te esfuerzas un poquito… Sólo me esfuerzo para escribir cuestiones de ensayo, investigación; la poesía, jamás. La poesía… es ella la que dicta sus propias normas y la que me dice desde dentro “quiero salir”, “quiero que escribas este poema”. Esto ocurre de noche, de día, al despertar de un sueño –los sueños son siempre para mí una fuente de inspiración importante, o conduciendo hacia el trabajo, o en casa. No tengo una hora determinada para tener la inspiración, es la inspiración la que elige el momento. ¿Cuándo surge la vocación? ¿Cuándo empieza Luis Alberto de Cuenca a escribir poesía? La vocación de poeta yo creo que empieza muy pronto, porque a los doce o los trece años ya emborronaba un álbum de tapas rojas que me regaló mi madre y ahí escribía poemas que se parecían sospechosamente mucho a poemas de Juan Ramón Jiménez y de Rabindranath Tagore traducidos por Juan Ramón

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Jiménez, que eran mis lecturas de entonces. Nunca me he convertido en un escritor profesional porque la palabra profesional no me ha gustado mucho y me sigue siendo una cosa como para rechazar, ¿no? Pero en cambio, a partir de determinado momento, cuando me dieron un premio en el año 1970, un premio que se llamaba el Premio Puente Cultural Café Gijón, me di cuenta que podía seguir emborronando cuartillas y consiguiendo que alguien me las publicara. ¿Cuál crees tú que es la utilidad de la poesía y en concreto de tu poesía? Decía Platón que cuando más inútiles eran las cosas, más altas estaban en un plano ontológico. Sin embargo, yo creo en la utilidad de la poesía. Lo más cómodo, lo más poético aparentemente hubiera podido ser decir “mi poesía es perfectamente inútil”. Yo creo que es útil porque me ha comentado mucha gente que la utiliza para calmar una ansiedad o para desarrollar una relación amistosa o amorosa, pues eso a mí me llena de orgullo, que sea útil. ¿Has utilizado tu poesía muchas veces, o la poesía de otros, para conquistar a las mujeres? En mi caso, como también escribo poesía, no he tenido la necesidad decir que el soneto tal de Neruda o la oda tal de Horacio, eran mías para cautivar corazones. Pero no caben dudas que en las situaciones amorosas es lógico que surjan los poemas, pero no los he utilizado para conquistar. Yo creo que realmente la conquista de una mujer, del corazón de una mujer se realiza con dedicación, con celo y con mucho tiempo. La variable es el tiempo. ¿Qué grado de sinceridad autobiográfica hay en tu poesía? En los poemas que parecen menos autobiográficos, un grado de autobiografía máximo; en los que parecen autobiográficos, prácticamente ninguno. Es muy curioso, los que parece que el yo ficcionalizado que aparece en el poema es el poeta es cuando menos es el poeta, y viceversa. os has contado que empezaste a escribir poesía a los trece o catorce años, a emborronar cuadernos. ¿Podrías contarnos un poco tu trayectoria vital desde que eras un niño hasta que te conviertes en adulto? ¿Tú crees que ya me he convertido en adulto? Estoy en proceso Estás en proceso. La trayectoria de cualquier otra persona. No me diferencio en lo absoluto de cualquier otra persona que haya escrito versos, que haya ido conquistando ciertas cotas mínimas como ganar un pequeño premio que te da una seguridad en ti mismo para seguir escribiendo, para luego tener acceso a unas editoriales que tienen una implantación de distribución en todo el país. Ha ido poco a poco, tampoco lo he buscado; lo he ido encontrando, como la inspiración.

Pero las primeras lecturas que marcaron… Ah, las primeras lecturas poéticas…

te

Sí, poéticas o en general. He hablado antes de Juan Ramón Jiménez. Yo diría que la lectura que más me ha marcado en toda mi vida, sin lugar a ninguna duda, es la lectura a lo largo de dos años y medio, entre los doce y los catorce años, de las obras completas de Shakespeare, en la traducción de Astrana Marín, de Aguilar. Esa es la lectura, con mucho, que más me ha marcado en toda mi vida y creo que ha sido uno de los momentos más importantes que ha habido en mi existencia, el leer a William Shakespeare. Estamos en tu biblioteca, rodeado de maravillosos libros. ¿Cuáles rescatarías por encima de todos? De estos libros que hay aquí, si tuvieras que elegir cinco o seis, ¿cuáles serían? Hombre, pues elegiría… ¡qué sé yo! Hay libros interesantes, no cabe duda. Hace poco me hicieron una entrevista en ABC, en relación con mi biblioteca, Jesús Marchamalo, y elegí como uno de los libros fetiche que están aquí, la edición príncipe de El diablo enamorado, de Jacques Cazotte, de 1772, pone Nápoles, Naples, en portada, pero es mentira, es París. Una sucesión de preguntas cortas. Una película. Hatari, de Howard Hawks. Un lugar. Madrid, a pesar de todo. Un recuerdo de la niñez y otro de la adolescencia. De la niñez, un niño sentado en las escaleras de un chalet, entonces lo llamábamos hotel, en Pozuelo de Alarcón, un sitio muy cercano a Madrid, donde se veraneaba, leyendo un Pulgarcito. Un niño cabezón, es decir, yo. Y de la adolescencia, el primer amor, una mujer muy cálida que se fue al otro mundo antes de tiempo. Un personaje. Sherlock Holmes Un defecto tuyo. La falta de pasión Una virtud. El sentido de la amistad. El momento más feliz en tu ámbito profesional. Me hizo mucha ilusión, fíjate, parece una tontería, el día que me hicieran catedrático del Consejo Superior de Investigacio7

nes Científicas. Yo lo de la carrera universitaria me lo he tomado relativamente en serio; digo relativamente pero ahora no veo que sea tan relativamente porque te digo que fue el momento más feliz. El otro día nos hablaste de tu próximo libro de poesía, que seguramente saldrá a primeros del año que viene… Sí, más o menos en el primer semestre, diríamos antes de la Feria del Libro. ¿Y qué te gustaría que se dijera de él? Pues que se dijeran cosas buenas, sobre todo que la gente se divirtiera con él. Yo creo que la poesía tiene muy poca fama de ser un género distraído, divertido. Yo creo que puede llegar a ser simpático y que puede entretener igual que el género de la novela. Entonces me gustaría que dijeran que era divertido. ¿Hay algo de tu poesía que te gustaría que se dijera que todavía no se ha dicho? Yo creo que se han dicho muchísimas cosas. Es más, creo que se han dicho muchas más cosas que las que yo haya podido imaginar, urdir o aventurar acerca de mi poesía, de modo que creo que ninguna. Me gustaría que nos recitaras un poema de tu próximo libro para concluir esta entrevista… Pues “casualmente”, como todos los poetas, traía aquí mi cartapacio. Siempre de todo poeta hay que desconfiar mucho cuando tiene una carpetilla o algo porque tiene poemas dentro que quiere leer. Pero ya que me lo pides, me das la coartada. Voy a leer un poema que se llama “Las cuatro heridas”, escrito hace cuatro meses y que se incorporará al libro El reino blanco. Supongo, perdona, que saldrá en Visor. Sí, yo soy muy fiel en eso de las editoriales. Cuando dejé de publicar en Renacimiento fue porque el propio director de Renacimiento, Abelardo Linares, gran amigo mío, me dijo: “yo distribuyo muy mal, tienes que irte de esta editorial”, y con Chus Visor estoy muy contento.

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Las cuatro heridas Hagas lo que hagas, pienses lo que pienses, vas a acabar rindiéndote ante mí. Cómo no ibas a hacerlo. Nuestro caso es de los que aparecen en los libros: un tipo como tú, tan pusilánime, tan apocado, con tan poca sangre en las venas, tan sobrio, tan sereno, tan constante en afectos y en rencores (a la misma mujer), tan aburrido de sí mismo y de todo, tan maníaco de la limpieza y la puntualidad, y una hembra como yo, con dos cobayas, dos niñas casi adolescentes, una hipoteca, un marido y un bufete dedicado a cargarse matrimonios, formamos juntos una conjunción astral irresistible, un cataclismo, un tornado de amor (como el que sale en El mago de Oz), una hecatombe (o sea, un sacrificio de cien bueyes) que echa por tierra nuestras existencias, un torpedo cargado de explosivos en nuestra línea de navegación. Y prefiero no hablarte de las cuatro deplorables costuras que atraviesan la parte baja de mi tripa, fruto de cuatro operaciones sucesivas, porque eso ya te volvería loco de deseo, y no quiero que te pierdas en unas cicatrices cuando tengo cuatro heridas guardadas para ti.

otras ENTREVISTAS

LUIS ALBERTO de Cuenca Por Arturo Tendero

n su despacho de Director de la Biblioteca Nacional, Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) insiste en que el poeta no es un bicho raro y que lo único que lo diferencia de las demás personas es su manera de mirar el mundo. Acaba de publicar en Visor una antología de su obra poética, recogida bajo el titulo de Los mundos y los dias1. Fiel a su formación clásica, cree a pies juntillas en esa forma posmoderna del destino que es el azar. “Somos”, dice, “como un ciego con una pistola; podemos usarla para el bien o para el mal. Pero, como todo es azaroso, no depende siquiera de nosotros mísmos”.

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En la Poética con la que abre su participación en la Antología consultada de Visor2, asegura que la poesía solo ocupa una parte de su vida. ¿Qué importancia tiene esa parte? Siempre he experimentado un cierto rechazo hacia aquellos poetas que iban de poetas desde que se levantaban hasta que se acostaban, que suelen ser gente bastante insoportable, con unos tics muy determinados y con una manera de ver el mundo bastante enfermiza. A mí los poetas que más me importan de la literatura universal eran personas normales y corrientes que además tenían el don de escribir versos. Pero no creo que la tarea, la función, o el oficio de poeta lo distinga de los demás seres humanos. Todos tienen virtualmente todas las posibilidades que se puedan desarrollar: todo el mundo tiene un científico dentro, un maravilloso electricista, un albañil formidable y un poeta, y me parecen actividades igualmente respetables. No me parece que el hecho de ser poeta me distancie de los demás mortales. En ese sentido decía que la poesía no es toda mi vida. Porque cuando va uno de poeta, se pone pesado. Se advierte en esa Poética un afán de desmítificar no sólo el oficio, sino la poesía en sí, de acercarla a la gente de la calle. Es que la poesía siempre ha estado del lado de la gente de la calle, no es una cosa que se haya inventado la poesía social. Imaginemos por ejemplo la poesía épica, que a mí es la que más me importa y más me interesa, mucho más que la poesía lírica, que al fin y al cabo es una advenediza muy posterior en el tiempo; pues a los poetas épicos los escuchaba toda la tribu

y era una especie de sucedáneo de la televisión y de todos los medios de comunicación que ahora tenemos. Para mí la poesía está muy enraizada en la vida de los pueblos y en la gente. No creo que sea el siglo XX el que se haya enterado de esto. Otra cosa es que haya habido poetas extraordinarios que hayan planteado problemas de comunicación puesto que exigían del lector o del receptor un esfuerzo mayor. Pero, a mi modo de ver, también acaban incidiendo en la gente. Estoy pensando en un Mallarmé, o en un Perse, por ejemplo. Al final, si uno se esfuerza, acaba convirtiéndolos en mensajes propios. La poesía, si no está enraizada con la vida, con qué va a estar. El mundo es el mismo para todos. Lo que cambia es la mirada, tal vez. La mirada poética es una mirada de cierto privilegio, de cierta distinción y es una mirada que no todos los hombres tienen. Una forma de mirar, igual que los pintores tienen la suya. ¿Qué grado de sinceridad autobiográfica hay en su propia poesía? Hay que hablar de una sinceridad en lo que es literatura y de una sinceridad en lo que no es literatura. Yo puedo ser un perfecto mentiroso en mi vida y sin embargo ser muy sincero en literatura, y viceversa. Yo creo que la literatura, con estar muy próxima a la vida y con beber de sus fuentes, sin embargo sigue un recorrido paralelo y no llega a juntarse nunca con ella. La ficción es su constituyente fundamental. En ese sentido, el personaje que habita en mis versos no soy yo, es un personaje ficticio; lo que ocurre es que, evidentemente, tiene muchísimas características o rasgos del poeta que lo ha diseñado o que lo ha inventado. Pero conviene hablar siempre de un yo ficcionalizado, o un yo inventado, para referirse al protagonista de los poemas. En la misma Poética a la que nos estamos refiriendo, habla de sinceridad en otro sentido, en el sentido de necesidad del poema. Ese concepto es muy importante. No entiendo cómo se puede hacer un poema que no sea estrictamente obligatorio, estrictamente necesario. Los poemas no se escriben porque uno esté aburrido o porque llueve o porque tiene un par de horitas en que no sabe qué hacer antes de ir al cine. Los poemas se escriben a pesar de uno. Hay un vínculo de obligatoriedad entre el poeta y su poema. Los poemas surgen en los momentos menos pensados. Pueden surgir cuando estás en el autobús, camino del trabajo; pueden venirte cuando estás durmiendo. Cuántas veces me he levantado sobresaltado y he tomado unas notas y de ahí ha surgido un poema. Mi libro El otro sueño 3, del 87, es un libro realmente inspirado en el sueño. ¿Cree entonces que es imprescindible un impulso que viene de fuera, al que podemos llamar inspiración, y que usted asocia literariamente con una brisa que sopla en su calle? El concepto de inspiración, que es un concepto romántico y que se ha puesto en tela de juicio, yo sigo pensando que existe. 9

Lo que ocurre es que luego también existe el trabajo. Con inspiración y sin trabajo no se hacen versos. Se suele emplear en estos casos una frase muy conocida: “la musa te regala el primer verso, tú tienes que escribir los demás”. Eso está claro. ¿Cuándo le ataca a usted la inspiración? Yo creo que eso va en biorritmos. Lo mismo que un día tienes ganas de llorar, otro día estás exultante, otro estás escéptico, otro día estás apasionado, el poema responde también a estados de ánimo. Pero curiosamente no a un determinado estado de ánimo, sino que en momentos de exultación puede surgir el poema, pero también en momentos de abatimiento. En cambio hay momentos de exaltación en que no surge el poema y momentos de abatimiento en que tampoco. No hay una regla general en mi caso. Surge cuando le da la gana. Es un tirano, un personaje arbitrario, un individuo lamentable. Le será entonces difícil tener manías, como la de escribir con pluma... No, yo no tengo ninguna manía. Suelo escribir en lo que tenga a mano, con lo que tenga a mano. Tomo algunas notas, pero luego inmediatamente me voy a ponerlas en el ordenador. Donde surge el poema, en mí caso es, horror, en la pantalla del ordenador. ¿Y cuándo lo da por terminado? ¿ha cambiado de costumbres desde que, hace quince años, más o menos, escribe con estructuras cerradas? Depende del poema. Hay poemas como uno que escribí, recuerdo, en una reunión científica hace años y que realmente me salió armado desde el primer verso hasta el final. Estaban los conferenciantes aburridos y opté por escribir un poema, o me vino el poema y me dijo: escríbeme. Ese poema nació armado, se llama El bosquell3. No tuve que corregir una sola letra. Sin embargo, en otros, viene como una idea vaga, como unos seis versos trenzados y luego hay que escribir catorce o dieciocho porque es lo que pide. Entonces se gesta en diferentes sesiones, incluso cuatro o cinco. No más tampoco porque, claro, cuando un poema se resiste tanto, es mejor escribir uno nuevo o esperar a que venga, ya que ese no ha venido bien, ha venido con síndrome de Down o con problemas, o ha venido mutante, yo que sé. Valora también en su Poética, que es muy completa, la necesidad del poema, la claridad, la sensibilidad, la técnica con que está hecho. ¿Son las referencias que utiliza en su faceta de crítico? La verdad es que no. Una cosa es lo que yo explicito en mi Poética y otra cosa son los conceptos que utilizo para la crítica. No hago mucha crítica de poesía; habré hecho ocho o diez críticas de autores contemporáneos, porque no es el territorio en el que me encuentro más a gusto. Prefiero hacer crítica de clásicos o de ensayo, de filología o de cómic, que es otro de mis géneros favoritos. 10

O de novela policiaca. La novela de género en general también me fascina. Pero en las críticas de poesía no utilizo las mismas varas de medir que utilizo al hablar de mi propia poesía. Yo creo que se puede hacer una poesía extraordinariamente interesante, atractiva y buenísima que no sea sincera, que no sea obligatoria, que sea artificiosa, oscura, qué sé yo, todo lo contrario de lo que digo en mi Poética. Creo que los caminos del Señor son múltiples y que la verdad no existe, sino que nos aproximamos a ella por diferentes conductos. Y creo que, a la hora de hacer crítica... Mire, el viernes vamos a fallar el Premio de la Crítica de este año, y para ello voy a guiarme por criterios de lo que yo entiendo que es la calidad literaria, que son mucho más amplios por supuesto. A lo mejor su objetivo tiene más que ver con lo que propone en El héroe y sus máscaras4, en un artículo dedicado a Gilgamesh, donde pretende incitar a la gente a esa lectura porque usted ha disfrutado mucho con ella. Lo comentaba hablando de Borges que, entre otras virtudes, tiene una importantísima: ayuda a encontrar lecturas arrebatadoras. Primero te invita a entrar en su mundo que es fascinante siempre, y luego está continuamente hablando de autores que te apetece leer. Es un auténtico revulsivo de lecturas. Y eso también he intentado yo hacer en mis ensayos: invitar a la gente a disfrutar con lo que yo he disfrutado. Para mí es importantísimo en literatura el concepto de placer o de disfrute. Yo no creo que la literatura esté para que suframos, que bastante nos hace sufrir ya la vida, sino para poner un poco de bálsamo o de pócima vigorizadora, como el elixir de Asterix o una cosa de éstas, que nos ayude a sobreponernos al duro trance de la vida cotidiana. ¿Le parece entonces que la poesía resulta útil? Toda poesía, toda literatura es, por esencia, útil, en la medida en que ayuda a la gente que se sumerge en su lectura a olvidarse del agobio cotidiano o a adquirir una dimensión de sí mismo que ignoraba. A veces las lecturas te dan muchas más pistas sobre tu propio yo que tus prospecciones íntimas o solitarias. El encontrarte con un autor te ayuda mucho a descubrir tu propia máscara o a quitarte una de las máscaras y descubrir que abajo hay otra. Yo creo que toda literatura es por definición un elemento que ayuda a vivir, y en ese sentido es útil. Le he leído que a los poemas les exige una especie de cóctel, en el que entran ingredientes como el dominio del oficio, la conciencia de género, el rigor en la construcción y, sobre todo, y aquí hace especial hincapié, el oído. Se queja de que está harto de leer endecasílabos mal acentuados. Independientemente de que creo que se puede utilizar endecasílabo (o alejandrino, o verso libre en cualquier proporción y de cualquier modo, porque creo que se trata únicamente de plantear de manera bella un contenido atractivo), de lo que no me cabe la menor duda es de que el poeta ha de tener oído.

Pero también, si me apura, el prosista. Alguien que tenga la mollera cerrada a la música probablemente escribirá cosas que tengan un interés científico, o psicológico, o teológico, como quiera llamarlo, pero no literario. Porque la literatura es un arte de transmitir belleza. Por eso creo que hay que tener oído, lo cual no quiere decir que hay que hacer versos rimados, o versos medidos; pero tiene que haber una cierta música interior en cada texto. Eso se ve muy bien en los columnistas de los periódicos: los mejores tienen siempre una música absolutamente irrepetible, personal e intransferible. Nadie la tiene más que ellos. Hay que buscar la propia música. La literatura lo que hace es escribir palabras que puedan decirse y pronunciarse, y no cabe duda de que con cualquier manifestación oral o fónica tiene mucho que ver la música. También se autodefine como un mal lector de poesía actual. Porque la vanguardia histórica, que a mí me apasiona, el dadaísmo, o el surrealismo, no encuentra, a mi modesto modo de ver, su correlato de calidad en la neovanguardia o la posvanguardia. Por lo general la poesía contemporánea no contempla ese cóctel de condiciones que yo le pedía a la poesía, del mismo modo que sí las contemplaba la poesía del Renacimiento. Tampoco la poesía del XIX las contempla. No es una manía personal contra este siglo que ahora termina, sino contra una visión de la poesía que se aleja de esos ingredientes. Pero no significa que no haya infinidad de cultivadores que sí se adaptan a este precepto personal mío. A mí la poesía contemporánea me interesa mucho. Hay muchos poetas que me apasionan. El poeta suele ser autodidacto. Quizá por ahí le vengan en general las carencias técnicas. ¿Qué cree que se puede aconsejar a un poeta joven? Yo creo que es muy difícil decir: vamos a educar poetas. Yo creo que nacen de esa sensibilidad, de esa mirada de la que hablábamos. Sin perjuicio de que eso le convierta en un perro verde. ¿Qué se puede hacer con alguien que tiene predisposición a escribir versos? Pues yo creo que ofrecerle lecturas fundamentalmente. Y eso significa que unas veces topará con gente que le ofrezca lecturas que le van a servir de algo y otras veces se equivocarán con él. Ese es el riesgo que hay que correr. En la escuela es muy difícil formar creadores. En la escuela se forma gente con una cultura general que creo que es imprescindible, sobre todo en los aspectos históricos y geográficos. Más vale enseñarles historia y geografía que otra cosa. Que estén ubicados en el conocimiento histórico de la literatura, del arte, de la filosofía. Si al niño o al adolescente lo ubicas en un contexto de historicidad, a la larga, si tiene esas facultades poéticas, se acercará a Petrarca, se acercará a los provenzales, se acercará a los poetas helenísticos, se acercará a los poetas surrealistas, se acercará a la generación del 50 en España, y escribirá versos. ¿Y no le parece que la poesía actual tal vez esté más cerca de su sensibilidad, de sus problemas y de su manera de expresarse?

No sé qué decirle. Yo creo que hay un elemento de permanencia en la gran poesía que sigue vigente. Hay cosas que se están escribiendo ahora mismo que son mucho menos actuales que por ejemplo leer a Bécquer o a San Juan de la Cruz. Los grandes escritores son de todos los tiempos y de todos los países. Su mensaje siempre es universal. No creo que la vigencia sea un problema de que se escriba con la voz de hoy. Usted desde luego no tiene dudas con respecto a su propia influencia. Reconoce a los provenzales y a los helenísticos como sus contemporáneos. Dice que, hace unos años, estas lecturas le indujeron a cambiar su manera de escribir. El humor, el coloquialismo, un cierto tono epigramático, yo creo que eso me lo dieron los antiguos. 0 sea que, a veces, el descubrimiento de la modernidad está en lo antiguo, descubres el futuro en lo pasado. Las líneas no son tan claras. Cuando los estudiantes demandaban en primero de carrera: queremos estudiar historia universal, pero sólo desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, creo que cometían un error. A mí me interesa, pero no me parece necesariamente más actual esa guerra que la guerra del Peloponeso. Hay que buscar siempre los espacios intelectuales y literarios que sean ucrónicos, es decir, que pertenezcan a todos los tiempos a la vez. En ese cambio citado en su escritura, ¿hubo un componente de premeditación? No, fue absolutamente espontáneo. Digamos que la vida me vino a visitar. Hasta entonces había estado como en formol. Es que la vida está preparada actualmente para que hasta los veintitantos años estés en formol porque, si quieres trabajar, vivir y alimentarte de todo eso, tienes que hacer primero la carrera, después la tesina, luego la tesis doctoral... Yo empecé a salir de ese mundo que era trabajo, trabajo y trabajo, cuando saqué la oposición a los veintisiete años. Afortunadamente la saqué muy joven. Pero es que hay muchos que hasta los cuarenta no la sacan. Es terrible. La vida está hecha para que los mejores años de la vida los pases haciéndote un huequito para poder vivir. Debería ser al revés. Debería el Estado proporcionarte cuando eres joven las posibilidades de vida y después ya harás oposiciones a los cincuenta. O al menos permitirte alternar una cosa y la otra. Intenté hacerlo pero, en aquel momento, tal y como estaba la vida, para alguien que como yo había estudiado filosofía y letras en la rama de filología clásica, había que ser el mejor. 0 eras el mejor o no comías. Está bien eso de que el ingreso en la vida coincidiera con el ingreso en una nueva poesía, como si se iluminara de pronto algo dentro de su sensibilidad. Yo creo que sí, que de pronto se abrió el balcón. Antes había demasiados libros solos, y luego siguieron habiendo libros y empezó a haber vida, porque los libros no deben faltar nunca. 11

Además, es que están llenos de vida: son recipientes llenos de pálpitos, y de corazones, y de labios, y de cuerpos, y de espíritus, y de todo, pero relacionado por supuesto con la vida. Para mí una biblioteca no es más que una exposición de hombres y de mujeres que algún día vivieron y respiraron.

mático de lo que acabamos de hablar y que puede resumir nuestra conversación. Digamos que los escritores, o los seres humanos en general, somos ciegos y llevamos una pistola en la mano. Como estamos ciegos, podemos utilizarla de cualquier manera, para el bien y para el mal. Pero todo es azaroso, no depende siquiera de nosotros mismos.

Y que, de alguna manera, están vivos: “la conversación con los difuntos”, de Quevedo. Pero, hablando de vivos, ¿qué clasificación le convence más dentro del panorama de la poesía española actual? Porque cada crítico y cada antólogo ha hecho una distinta. Yo veo, sobre todo, en la poesía española contemporánea, una gran vitalidad. Porque el hecho de que haya numerosísimas maneras de entender el hecho poético da la idea de que el huerto está en flor. Creo que, coincidiendo con el actual momento cultural de España, que es la posmodernidad, hay un anhelo de pluralidad muy beneficioso. Jamás se me ocurriría pensar que hay que ir por un determinado camino o por otro. Todos son válidos, y al final, como en el juego de la oca, llegas a la casilla donde está la reina. Unas veces tendrás que retroceder y otras tendrás que volver a empezar, si caes en la casilla de la muerte. Qué maravillosa casilla, la casilla de la muerte en la oca, que se puede volver a comenzar el juego.

Bibiografía citada

Esperaba que se decantase por la poesía que usted mismo llama “De línea clara”. Me he decantado por la poesía figurativa, de línea clara, pero siempre como antólogo ocasional y divertido. Me ha divertido jugar con el concepto de línea clara. Cuando me pongo serio, jamás recomiendo a nadie que utilice la línea clara. Es más, me espanta indicar a nadie lo que es mejor o peor. Pero me encargaron que hiciera una colección de poetas en una revista muy querida, además codirigida por Julio Martínez Mesanza, admirado y amigo. Se me ocurrió que podía tomar del cómic el concepto de línea clara, que es propio del cómic franco belga, con Tintín y otros. Se trata de esos contornos muy definidos y esos colores puros en el interior, como sabe. Me pareció que se podía hacer una antología divertida con ese epígrafe, pero sin que por ello hubiera que escribir poesía de línea clara. Aparte de que, en el fondo, en esa antología de poetas de línea clara que hice, en muchas ocasiones incluía poetas que a mí me gustaban. Entonces, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, los metía bajo el marbete de línea clara. Juan Eduardo Cirlot, que estuvo en esa sección, es un poeta muy abstruso, muy complicado, que a mí me fascina; también tiene una lectura digamos en línea clara, entendiendo por línea clara algo mucho más amplio de lo que podría ser su uso más estricto. Ha hablado antes de la muerte en la oca. En sus poemas aparece a veces esa muerte gratuita, absurda, que quizá provenga también de su afición a las novelas policiacas. La muerte absurda. Hay una novela de Chester Himes que se llama Un ciego con una pistola. Me parece que es muy sinto12

1. De Cuenca, Luis Alberto: Los mundos y los días. Poesía 1972-1998. Visor, Madrid, 1999. (poema El bosque, pág. 315) 2. El último tercio del siglo (1968-1998) Antología consultada de la poesía española. Visor Libros, Madrid, 1998. (Poética de L.A.deC. en página 395) 3. De Cuenca, Luis Alberto : El otro sueño. Renacimiento, Sevilla, 1987. 4. De Cuenca, Luis Alberto: El héroe y sus máscaras. Mondadori, Madrid, 1991.

“Un poeta no debe contar nunca las sílabas de un verso” Por Carlos Ferrer

uis Alberto de Cuenca Prado nació en Madrid el 29 de diciembre de 1950 y se licenció en Filología Clásica en 1973. Ha sido director de la Biblioteca Nacional y secretario de Estado de Cultura durante el gobierno en Madrid del Partido Popular. Colaborador en la prensa nacional, es autor de obras como Baldosas amarillas, La caja de plata y El bosque y otros poemas. La vida en llamas, su último libro, mereció el XXVII Premio Ciudad de Melilla.

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¿A qué se debe que su talismán sea una reproducción de la Venus de Willendorf, a quien usted dedicó un poema en El hacha y la rosa? Creo en el eterno femenino y la Venus representa bien ese concepto. Ya dijo Goethe al final de su “Fausto” que el eterno femenino nos conducía hacia arriba y para mí esa figura rechoncha, con los atributos femeninos exagerados al máximo, supone también una manera de conducirnos hacia arriba. ¿Por qué sigue leyendo tebeos? Y espero seguir leyéndolos durante muchos años, porque el octavo arte es una cosa muy seria, que supuso una fusión entre lo narrativo y lo plástico. El tebeo ha sido una revolución en la estética del siglo XX desde que se inició este arte secuenciado presidido por el concepto de bocadillo, en el que los persona-

jes hablan y que aparece por primera vez en 1896 en el “chico amarillo”. En países como Francia, Bélgica y Estados Unidos, el tebeo está presente en su vida cotidiana. Usted creó en los ochenta letras para la Orquesta Mondragón y Loquillo. No, en los ochenta escribo letras para la Orquesta Mondragón y ahora Loquillo pone música a mis poemas. Recibía las maquetas musicales de Gurruchaga y les ponía letras, alcanzamos algún éxito de campanillas, como “Caperucita feroz”. Me interesa la relación entre la poesía y el rock. Usted ha afirmado que la emoción poética surge de la conjunción entre claridad, sinceridad, técnica y sensibilidad. En algún momento lo he dicho y ahora lo sigo pensando. ¿Un poeta no debe contar nunca las sílabas de un verso? Un poeta que se precie de serlo, no. En España, los que cuentan los versos con las manos no tienen ni idea, no saben apreciar ni manejar la técnica del verso. ¿La poesía es de quien la necesita? Es de todos. El acto creativo de la poesía crea un vínculo de necesidad entre el poeta y su creación poética, en cuanto a la recepción de la misma, puede ser necesaria para desarrollarse como persona o tener una relación de puro disfrute o goce. Yo como lector me adscribo a esta segunda. ¿Se considera un poeta romántico? Me considero un poeta clásico más que romántico. De los barrocos podríamos decir que están adscritos a una línea romántica, si entendemos con Hauser los cuatros momentos de la creación: lo arcaico, lo clásico, lo manierista y lo barroco. Me ha influido mucho la literatura helenística, el epigrama, pero nunca puedo considerarme romántico, porque se escapa de mis concepciones artísticas. Usted posee cerca de 30.000 libros, ¿por qué? Simplemente he ido necesitando esos libros y he ido teniendo una relación con todos y cada uno de ellos. Pero ¿hay posibilidad de leerlos todos? Sí, de conocerlos todos, de apreciarlos todos, de saber ubicarlos en una línea diacrónica, de la historia de la cultura y de la evolución literaria. Creo que está bien tener una biblioteca nutrida y el viejo reproche de “te los has leído todos” me parece una broma.

¿Qué queda hoy de los novísimos? Lo que queda de otras escuelas estéticas españolas, una postura estética muy valiente y una impresión fugaz, porque reinaron en la escena poética española, poco tiempo, apenas diez años. Queda un recuerdo de haberse opuesto a la poesía social, de haber reivindicado una especie de neomodernismo trufado con la vanguardia. ¿A qué libro regresa siempre en los momentos de zozobra e inquietud? A las obras completas de Shakespeare en la edición de Luis Astrada Marín, de 1929 en Aguilar. Es una especie de libro religioso y sagrado que me descubrió la literatura y lo que es el ser humano. Su último libro es La vida en llamas. Fue XXVII Premio Ciudad de Melilla y lo ha editado Visor. Tiene 80 poemas dividido en siete partes, todas tienen diez poemas menos una, que tiene veinte haikus, y es un libro compensado y maduro, amargo en ocasiones, aunque en otras chispeante y todos mis viejos temas asoman aquí y allá en las páginas de este libro. Pero un poeta consagrado como usted, ¿por qué acude al reclamo de un premio literario? He pasado muchos años en la política, no me he presentado a ningún premio en mi vida y tenía ilusión por este premio que ha ganado gente muy buena, como Pablo García Baena, Luis Rosales. No he podido concurrir ni siquiera al Premio Nacional por ser político y tenía deseos de volver a la normalidad, como competir por un premio. ¿Para los jóvenes autores es imprescindible ganar un premio para publicar poesía? No necesariamente pero sí ayuda, porque las colecciones de poesía no son rentables y se publica por criterios de calidad. Si un poeta aparece de una manera deslumbrante no necesitará ningún padrino, pero, si es un poeta normal, le vendrá muy bien ganar un premio para salir adelante. Las editoriales dan un sentido a la poesía porque son las que criban más la producción poética. Publicado en el sitio digital Anika Entrelibros:

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Luis Alberto de Cuenca Poesíadigital.es

uis Alberto de Cuenca es un ex-personaje público que ha vivido treinta años de poesía con la misma intensidad con que sigue afrontando el día a día creativo. Nació en 1950, ha sido Secretario de Estado de Cultura y Director de la Biblioteca Nacional. Actualmente trabaja como Profesor de Investigación en el CSIC, institución que también ha dirigido. Ha publicado una docena de poemarios, entre los que podemos señalar La caja de plata (Renacimiento, Sevilla, 1985), Premio de la Crítica, El hacha y la rosa (Renacimiento, Sevilla, 1993) y Sin miedo ni esperanza (Visor, Madrid, 2002). Sorteando los compromisos nos abre generosamente un rato de su tiempo para contestar a nuestras preguntas. Son cuestiones dirigidas un poeta culto que ha vivido, y hechas a propósito de una singular selección de poesía del autor, recientemente publicada en Cátedra, Poesía 1979-1996.

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¿Por qué recopilar diecisiete años de poesía? ¿Se cerró un ciclo en el 96? Se cerró un ciclo biológico y vital. El ciclo estético sigue vigente. Se trataba de publicar críticamente cuatro libros publicados entre 1985 y 1996 y escritos entre 1979 y el año en que se publicó Por fuertes y fronteras. Años muy importantes en mi vida. Mirando atrás, ¿cree que su poesía ha seguido una evolución? ¿Ha habido en el camino sendas erradas por las que disculparse? ¿Hacia dónde se dirige ahora? Sí. Mi poesía evolucionó de unas estructuras abiertas a unas estructuras cerradas. No creo que haya sendas erradas y sendas correctas. Hay sendas que uno elige, y debe asumirlas. Me dirijo tal vez hacia una poesía más despojada, más reflexiva, pero no lo sé con seguridad. Desde su posición de poeta maduro, ¿qué análisis hace de la poesía joven actual? ¿Qué autores destacaría en el panorama nacional? Sin dar nombres, me consta que hay un puñado de poetas de ambos sexos que lo están haciendo muy bien hoy día en España. Soy optimista en relación con el futuro de la poesía española. Imagine por un momento que no es Luis Alberto de Cuenca y que le dan la posibilidad de dirigir hoy el Ministerio de Cultura. ¿Qué cambiaría? ¿Hacia dónde ha de ir un Ministerio de Cultura para dar el servicio que los ciudadanos esperan? 14

Ya dirigí el Ministerio de Cultura de 2000 a 2004. Mi Secretaría de Estado cubría exactamente el espectro de lo que hoy es el Ministerio de Cultura. Creo que los dos grandes partidos españoles deberían firmar un gran pacto cultural. La cultura no es de derechas ni de izquierdas, sino de todos. Sería bueno que ese pacto existiera para que las grandes instituciones culturales no padecieran sobresaltos cuando ganara uno u otro partido las elecciones. Y ahora podemos darle otro trabajo, un trabajo que quizá -por lo que tiene de creativo y de estudiada espontaneidadle pueda parecer más agradable. Es el director de la campaña publicitaria por el fomento de la lectura, bajo sospecha año tras año. ¿Qué propondría? Ya he hecho ese trabajo previamente. El fomento de la lectura pasa fundamentalmente por las familias, los colegios y los institutos. Un padre o un profesor que transmite temblor y placer de lectura acaba haciendo prosélitos, no me cabe duda. Volvemos a la poesía. Como ha dicho recientemente Gabriel Insausti, un poeta y crítico establece su propio canon al margen de las antologías que se venden. Se hace, como resultado de sus lecturas, indagaciones e intuiciones, un listado de autores que leer. ¿Cuál sería su lista de autores de entre los que publican desde 1970 para acá? Así a bote pronto, citaría, entre los poetas que más me gustan, a Jon Juaristi, a Miguel d’Ors, a Abelardo Linares, a Julio Martínez Mesanza, a Javier Salvago, a Eloy Sánchez Rosillo, a Lorenzo Martín del Burgo, a Pedro Casariego, a Juan Carlos Mestre y a muchísimos más. Soy lector de amplio espectro. Usted tiene una formación clásica y su voz es contemporánea. En sus poemas, las cuestiones cotidianas se insertan en medidas tradicionales. En la época actual de gelatina, donde la expresión poética se vehicula sin soporte en la mayoría de los casos, ¿qué utilidad tiene la métrica? Todo en la creación artística y literaria es diálogo con la tradición. La métrica ha sido y sigue siendo muy importante en la poesía española. Para terminar, una cuestión de la que quizá haya respondido muchas veces pero que puede considerarse de gran actualidad hoy. Su opción por la “línea clara” (“el concepto que valoro más a la hora de escribir es la sinceridad [...]. Pero no me interesa la sinceridad si no va acompañada de la claridad”), ¿es un aviso o reconvención dirigida a los poetas del silencio, a la expresión incomprensible? No es un aviso ni una reconvención para nadie, sino la expresión de mi pensamiento al respecto. Publicado en el sitio digital: poesiadigital.es

Luis Alberto DE CUENCA: “Un buen cómic engancha más a lectura que un best seller” Universidad de La Rioja

l poeta y ensayista Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) ha afirmado que “joyas” del cómic como “Sin City” o “300” enganchan más a la lectura que un “best seller” como El Código da Vinci de Dan Brown, “un libro de un vacío notorio para lectores avezados”. Cuenca ha presentado el nº 22 de Fábula, la revista literaria de la Universidad de La Rioja. “El Código da Vinci no crea lectores. Una persona que no lea habitualmente y que lo haya terminado no va a leer el Quijote o alguna obra de William Shakespeare, por ello. Como mucho va a leer una obra similar. Sin embargo, un cómic bien hecho acerca más a la gente a la verdadera literatura”, dijo. De Cuenca insistió en que los grandes grupos editoriales trabajan ahora más por obtener una buena cuenta de resultados que por conseguir un prestigio, a pesar de lo cual, en España existe el plantel de pequeñas editoriales “más interesante” de Europa, que suplen estas carencias. “A veces, estas editoriales de corta vida, nos ofrecen verdaderas joyas literarias y verdaderas primicias a las que hay que estar muy atentos y que muchas veces no aparecen ni reseñadas en muchos grandes periódicos. Ellas son ahora el orgullo de la cultura española. Yo me siento muy orgulloso de que existan”, afirmó. De Cuenca hizo estas afirmaciones durante la presentación del vigésimo segundo número de la revista literaria “Fábula” que apadrina y de la que es miembro de su consejo de honor. La publicación, de mil ejemplares, está editada por la Universidad de La Rioja y la Asociación Riojana de Jóvenes Escritores y Artistas. Este último número de la publicación incluye como principales novedades una amplia entrevista con el dramaturgo manchego Francisco Nieva, realizada por Gonzalo A. Perelétegui, en la que el académico aborda diversas etapas de su trayectoria creativa y un texto inédito de José Jiménez Lozano. Premio Cervantes 2002 y padrino del decimoquinto número de la revista, el texto del autor abulense lleva el título de “La educación política”, y través del mismo incide en alguna de sus más recientes inquietudes. De Cuenca alabó la “voluntad de permanencia” de Fábula, porque dijo que estas revistas universitarias suelen ser “flor de un día”, su afán de “universalidad”, porque no se quedan en lo meramente local y su interés por sacar a la luz a nuevos autores.

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“Uno de los grandes aciertos de la revista es que sabe mezclar entrevistas, textos y artículos de autores famosos, con otros de escritores que buscan una oportunidad. Soy muy partidario de este tipo de formatos, aunque siempre que sea exigente y me consta que el equipo de la revista es particularmente duro”, dijo. De Cuenca aprovechó su presencia en Logroño para anunciar la publicación de una nueva edición de Los mundos y los días. Poesía 1970-2002, la obra que recoge su poesía completa y que salió a la venta este pasado fin de semana coincidiendo con el final de la Feria del Libro de Madrid. “He revisado todos los poemas, los he vuelto del revés, he incluido algunos que no estaban en la anterior recopilación, he desechado otros que sí constaban. He hecho, como se dice vulgarmente, de mi capa un sayo para hacer un libro muy novedoso”, dijo. Publicado en el sitio web de la Universidad de La Rioja, el 12 de junio de 2007.

Hablando de libros con Luis Alberto de Cuenca Francisco Javier Illán Vivas

omo lector es un caso sorprendente, y estoy convencido de que a muchos de nuestros habituales les producirá esa sensación, pues cuando alguien le pregunta por qué sigue leyendo tebeos, responderá que “espera seguir leyéndolos durante muchos años, porque el octavo arte es una cosa muy seria, que supuso una fusión entre lo narrativo y lo plástico.” Para él, el tebeo ha sido una “revolución en la estética del siglo XX desde que se inició este arte secuenciado presidido por el concepto de bocadillo, en el que los personajes hablan y que aparece por primera vez en 1896 en el “chico amarillo”. Y, si no lo tenemos claro, nos insistirá que en países como “Francia, Bélgica y Estados Unidos, el tebeo está presente en su vida cotidiana”. Hasta aquí estoy convencido, desconocido lector o lectora, que argumentaréis que nuestro personaje es un joven friki del fandom. Y os equivocaréis. Un detalle antes de presentároslo: su biblioteca tiene más de treinta mil libros, y él ha ido teniendo una relación con todos y cada uno de ellos, pues aunque no haya posibilidad de leerlos todos, “sí de conocerlos, de apreciarlos, de saber ubicarlos en una línea diacrónica, de la historia de la cultura y de la evolución literaria”. Cree muy positivo

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tener una biblioteca bien nutrida y, referente al retintín de ¿te los has leído todos?, nos responderá que le parece una broma. Claro que también nos comentará que es a “obras completas de Shakespeare en la edición de Luis Astrada Marín, de 1929 en Aguilar”, el libro al que siempre regresa en los momentos de inquietud, porque es “una especie de libro religioso y sagrado que me descubrió la literatura y lo que es el ser humano”. Sí. Se trata de Luis Alberto de Cuenca Prado, doctor en filología clásica y profesor de investigación del CSIC, poeta, traductor y ensayista. Pero también ha sido director del citado Centro y de la Biblioteca Nacional. Y fue Secretario de Estado de Cultura, período en el cual tuve el honor de conocerle epistolarmente. Ha traducido, entre otros, a Homero, Eurípides, Calímaco, Charles Nodier y Gerad de Nerval. En 1987 obtuvo el Premio Nacional de Traducción por su versión del Cantar de Valtario. Y es una excepcional persona, amigo de sus amigos hasta un extremo que yo desconocía. Nacido un 29 de diciembre de 1950, acaba de cumplir cincuenta y seis años (Felicidades, amigo), creo que sigue siendo el gran desconocido de los jóvenes de este país, y no por su poesía, de la cual hablaré más adelante, sino a pesar de ella. Porque sus letras están en canciones de los años ochenta de la Orquesta Mondragón, ¿quién no se acuerda de Caperucita Feroz, El diablo dijo no, Feliz Navidad, Garras Humanas, Viaje con nosotros, Mis gafas, Lola Lola o Bubble Bubble?, y ahora es Loquillo quien está poniendo música a sus poemas. Suele decir que “le interesa la relación entre la poesía y el rock”. Y la fantasía, el mito, la leyenda, libros con los que- lo confiesohe pasado mucho de mis mejores momentos: Floresta española de varia caballería, ecesidad del mito- ¿es verdad o apócrifo aquello de que éste libro le permitió casarse?-, El héroe y sus máscaras, Baldosas amarillas o De Gilgamés a Francisco ieva. Por que “un buen libro de fantasía es una especie de Stargate, una puerta abierta a otras dimensiones donde la imaginación hace posible todo, incluso que el tiempo no pase”. ¿Sabéis cuál es su talismán? Una reproducción de la Venus de Willendorf, a quien dedicó un poema en El hacha y la rosa. Cree en “el eterno femenino y la Venus representa bien ese concepto. Ya dijo Goethe al final de su “Fausto” que el eterno femenino nos conducía hacia arriba y para mí esa figura rechoncha, con los atributos femeninos exagerados al máximo, supone también una manera de conducirnos hacia arriba”. Es padre de dos hijos: Álvaro e Inés y está casado con Alicia Mariño. Recuerdo que le invité a Los Martes de Luna Llena cuando mi invitado era otro buen amigo, Eduardo Segura Fernández. Aunque al día siguiente estaría en Murcia, declinó la oferta. Me confesó que yo, que había dedicado una novela a mi mujer, entendería por qué él debía estar en Madrid el 14 de febrero. Aún así, no se considera un poeta romántico, sino “clásico. De los barrocos podríamos decir que están adscritos a una línea romántica, si entendemos con Hauser los cuatro elementos de la creación: lo arcaico, lo clásico, lo manierista y lo barroco. 16

Me ha influido mucho la literatura helenística, el epigrama, pero nunca puedo considerarme romántico, porque se escapa de mis concepciones artísticas”. Le oiremos confesar que su poesía se la trae “la brisa que de vez en cuando sopla en mi calle, junto a los olores antiguos más o menos prohibidos, canciones olvidadas y deseos por realizar”, nos dirá que su poesía es figurativa, que se entiende, que busca moldes métricos y “es, casi siempre, epigramática. Hace unos quince años, y guiado por lecturas helenísticas (la Antología Palatina) y provenzanes (la lírica trovadoresca compilada por Martín de Riquer), abandoné una poesía de estructuras abiertas y empecé a escribir otra de estructuras cerradas, centrándome en los tres o cuatro temas que desde entonces aparecen una y otra vez en mi obra poética, y que son los temas de siempre.” Pero le escribe a Conan, y a Belit, y a las películas que le han gustado, y a esos monstruos que “pinta John Buscema enfrentándose a Conan el Bárbaro”. Le reconozco amante de los pequeños detalles de la vida, de esa vida que si no la aguantas, “si cada minuto que pasa te conduce a una pantalla de videojuego cada vez más aterradora, móntate un suculento desayuno y sumérgete en la prosa de Benito Feijoo”. A raíz de esto recuerdo la anécdota que contó cuando conoció la muerte de Barandiarán, que le dejó estupefacto. ¿Qué hizo después?: “terminé de ver el episodio de Merrie Melodies por la tele y desayuné vorazmente, como de costumbre.” Dicen los entendidos que en su poesía se funden el estudioso y el creador, sin que ninguna de las dos facetas corrompa a la otra. A través de sus poemarios, Luis Alberto de Cuenca nos ha ido entregando lo que han llamado una “poética transculturalista”: una lírica ironía y elegante, a veces escéptica, en ocasiones desenfadada, en la que lo trascendental convive con lo cotidiano y lo libresco se engarza con lo popular. Usa la métrica libre y la tradicional. Como homenaje a Hergé, el creador de Tintín, nuestro protagonista ha definido la segunda etapa de su poesía como línea clara. ¿Será por ello que le gusta recordar que su poesía “suele gustarle a gente que no lee poesía o piensa que la poesía es un asunto de señoras cursis y/o de tarados?” Para Luis Alberto de Cuenca “eso demuestra que la poesía puede y debe salir del guetto, de las mafias y las sectas, del malditismo. De su propia y tediosa iconografía.” Ahora mismo su último poemario, La vida en llamas, está como más vendido de poesía en la lista del ABCD de las Artes y las letras; un poemario que fue XXVII Premio Ciudad de Melilla, editado por Visor. En sus propias palabras: “tiene ochenta poemas dividido en siete partes, todas tienen diez poemas menos una, que tiene veinte haikus, y es un libro compensado y maduro, amargo en ocasiones, aunque en otras chispeante y todos mis viejos temas asoman aquí y allá en las páginas de este libro.” Le preguntaron, en una entrevista publicada en Anika entre Libros, ¿por qué un consagrado poeta como él acudía al reclamo de un premio literario? Fue claro “he pasado muchos años en

la política, no me he presentado a ningún premio en mi vida y tenía ilusión por éste, que ha ganado gente muy buena, como Pablo García Baena y Luis Rosales. No he podido concurrir ni siquiera al Premio Nacional por ser político, y tenía deseos de volver a la normalidad, como es competir por un premio.” Pero sin olvidar que la poesía es tan sólo una parte de su vida: “tengo poco o nada que ver con los poetas para quienes la profesión poética es toda su vida, con los poetas que se creen geniales y te derriten la cabeza con sus libros inéditos para que les des tu opinión. Alucino cuando alguien dice que ser poeta es una religión, que para escribir versos se necesita estar en trance o recibir señales de lo alto o de lo profundo.” Publicado en el Blog Diario Druida, por Francisco Javier Illán Vivas, viernes 22 de agosto de 2008.

treinta canciones de la Orquesta Mondragón, como la conocida ‘Viaje con nosotros’. Dos décadas después, regresa al mundo musical de la mano de Loquillo, que interpretará poemas del poeta madrileño en un disco que saldrá a la venta en el primer semestre de 2009. De Cuenca ha afirmado sentirse muy ‘ilusionado’ con este proyecto, en que se pondrá música a poemas ya existentes que ‘parecen estar escritos para él -Loquillo-, ya que ha conseguido hacerlo suyos’, ha matizado. De Cuenca, que se encuentra inmerso en un proyecto de traducciónLa Ilíada de Homero-, ha tocado múltiples ramas de las artes, que van desde la música hasta el cómic, pasando por sus participaciones en tertulias cinematográficas. Publicada en terra.es, el 22 de julio de 2008.

Cuenca destaca que “sin traducción no existiría la literatura universal”

l escritor Luis Alberto de Cuenca ha advertido hoy de que la literatura universal contemporánea ‘no existiría sin la labor de los traductores’, que desarrollan un proceso creativo tan ‘importante’ como el del autor, ya que deben ‘convertirse y sentirse poetas’. El filólogo, poeta, traductor y ensayista -ex director de la Biblioteca Nacional y ex secretario de Estado de Cultura- ha destacado a en declaraciones a EFE la labor de este gremio, con motivo de su participación en las III Jornadas de Traductores y Escritores que concluyen el jueves en Castrillo de Polvazares (León). De Cuenca ha recurrido a la literatura fantástica francesa del siglo XIX para ejemplificar la importancia de la traducción, sin la cual ‘este género no habría existido’, ha puntualizado. Además ha criticado el papel que España otorga a los traductores, a los que ha afirmado ‘no se da el puesto que se merecen’. Asimismo, ha recordado cómo ‘grandes autores’ de países hispanoamericanos, como Jorge Luis Borges u Octavio Paz, fueron antes ‘grandes traductores’. El autor, que también ha desarrollado labores de traductor, ha reconocido sentir ‘vibraciones positivas’ cuando se pone en la piel de un intérprete, ya que, ha afirmado, es una oportunidad ‘enriquecedora’ por la dificultad que supone su tarea. Además de la traducción, ha realizado más de una incursión en la música. A comienzos de los años 80 colaboró en más de

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Luis Alberto de Cuenca dice que la época de crisis es buen tiempo para la lírica. Agencia EFE

urcia.- El escritor Luis Alberto de Cuenca dijo hoy en rueda de prensa en la feria del Libro de la Región de Murcia que la crisis económica es un buen tiempo para la lírica, tal y como ocurrió en el Barroco, periodo en el que floreció como nunca la poesía en una de las mayores crisis que vivió el país. De Cuenca afirmó que vive un momento con mucha actividad, con traducciones, su labor en el diario ABC con la crítica de clásicos, diversas conferencias, en poco tiempo recogerá premios en Ávila y Buenos Aires, participará en un recital en el Instituto Cervantes, y prepara un libro de miscelánea sobre el tema de Fedra, princesa cretense, hija de Minos y de Pasífae, y hermana de Ariadna que fue raptada por Teseo. Entre sus pasiones está la lectura, y así lee cada semana entre siete y ocho libros, destacando de los últimos que ha leído al brasileño Rubén Fonseca, una de historia de España de un equipo dirigido por Javier Alvar, otro sobre la leyenda de Buda y uno sobre oráculos griegos. Preguntado por su opinión del actor Paul Newman, recientemente fallecido, dijo que lamentaba su muerte, si bien no es su

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actor fetiche como sí lo son Gary Grant y Gary Cooper, y de su filmografía destaca “El buscavidas”. Amante de los dibujos animados, ha dedicado un poema al personaje de Shreck, del que dijo que revolucionó el “cartoon” renovando “algo tan trillado y gastado” como es este género cinematográfico. De su reciente obra resaltó la antológica Hola, yo soy tu lobo, de la editorial Rey Lear, que incluye la canción “Caperucita feroz” que escribió para Javier Gurruchaga y la Orquesta Mondragón, cuyos dos primeros versos dan título al libro. Miguel Ángel Martín, coautor de la selección, se ha encargado de ilustrarlos expresamente para esta edición, con un trazo de «línea clara» muy próximo al estilo poético de Luis Alberto. Ambos comparten similar mirada pop, mordaz e irónica, para enfrentarse al mundo, según la editorial. De Cuenca tiene mucha relación con Murcia, amigo personal del director de la feria del libro regional, José María Pozuelo, dirige la colección de poesía de la editora regional “3 fronteras”. Comenzó a escribir a los 11 años y dice que lo seguirá haciendo hasta que se muera, que no está tentado por la novela, y que no cualquiera está capacitado para escribir versos, ya que se nace poeta, pero no se hace uno poeta. Publicado en soitu.es actualidad, el 30 de septiembre de 2008.

Luis Alberto de Cuenca: “Es un error no enseñar literatura” Ávila Digital l XI Premio de las Letras “Teresa de Ávila”’, Luis Alberto de Cuenca, consideró un “error brutal” que los planes de estudio no cuenten con una asignatura exenta de Literatura, lo que, a su juicio, implica que, cada vez, la cultura humanística y literaria “va retrocediendo”. De Cuenca, que acudió este viernes a Ávila a recoger los 10.000 euros y la escultura de Emilio Sánchez correspondientes al galardón concedido, señaló, en este sentido, que “desde el tardofranquismo, con el funesto proyecto del Libro Blanco de Villar Palasi, no hemos hecho más que retroceder”, además de considerar que esta situación, sin embargo, se puede “paliar” con la presencia de los escritores en los institutos y “leyendo libros”. Al respecto, destacó que su experiencia como creador es “muy positiva”, porque existe un plan del Ministerio de Cultura que

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posibilita la presencia de escritores vivos en los institutos de bachillerato, algo que, a su juicio, es “muy importante” para que los estudiantes se hagan una idea de que lo que van a leer procede de personas normales, con sus manías y sus problemas”, señaló quien fuera secretario de Estado de Cultura durante el Gobierno de José María Aznar. Teresa de Ávila Como una “enorme suerte” definió De Cuenca el Premio “Teresa de Ávila” que concede el Ayuntamiento de Ávila y que, este año, “recae en mi modesta persona”. Se trata de “una de las mayores satisfacciones que he recibido en mi carrera como escritor”, añadió, mostrándose, además, sorprendido por el escenario en el que tuvo lugar la entrega del galardón, el Auditorio Municipal de San Francisco, que visitaba por primera vez y que, recordó, se construyó con “aquellos famosos Fondos Feder que, ahora, como ya somos ricos, se han evaporado”. Sobre la santa abulense que da nombre al galardón, el autor repasó la “proximidad” de sus escritos con los de Teresa de Ávila, ya que “su prosa siempre ha sido un prodigio del buen hacer y de la buena escritura castellana”, además de porque “tiene un rasgo que nos une decisivamente”, como fue la incorporación, por parte de La Santa, de “una prosa retórica, alambicada, muy ligada a la estructura de la frase latina, convirtiéndola en algo fresco, espontáneo y con la inmediatez de lo hablado”. Así, De Cuenca resaltó que su poesía “también tiene ese coloquialismo que se advierte en las páginas de santa Teresa”, además de calificar de “compañía muy grata” la lista de nombres con los que va a compartir este premio y que han sido galardonados en anteriores ediciones. Destacó, al respecto, a Fernando Arrabal, “con quien me siento más cercano, porque tengo una relación muy directa con él de amistad desde hace tiempo”, pero también recordó a otros como Victoriano Crémer, Juan Gelman, Clara Janés, Olegario González de Cardedal o Ignacio Tellechea... Sobre todo, poeta Escritor, investigador, político, filólogo… Luis Alberto de Cuenca se decantó, entre todas estas facetas, por la de “creador literario” y, “más concretamente, en la poética”. “Soy un poeta que ha hecho, además de poesías, otras cosas, pero, fundamentalmente, me considero un poeta, porque es ahí donde creo que puedo dar, en la medida de mis posibilidades, de una manera más efectiva y más útil a los demás”, añadió, refiriéndose también a sus próximos proyectos, como son la edición de un libro de poesía que “podría ver la luz a finales del año que viene”, así como la publicación, en el último trimestre de 2009, de un disco con poemas escritos por él, musicalizados por Gabriel Sopeña e interpretados por Loquillo. Publicado en varios sitios web el 11 de octubre de 2008

ESCRITOS del AUTOR

El vicio solitario Luis Alberto de Cuenca

ay una cosa que me gustaría dejar clara desde el principio, y es que no sé cómo me las arreglo, pero el caso es que siempre estoy machacándome el alma con un libro o con un tebeo. No existe un solo día en el año, ni un solo día, en que no dedique unos minutos o unas horas a practicar ese vicio solitario. A veces lo comparto con alguien, y entonces tengo -o tiene ese alguien- que leer en voz alta, que es como hacían los antiguos griegos y Federico Nietzsche, entre otros. Durante muchas noches, mil y una o así, Alicia y yo nos hemos leído, alternativamente, en voz alta las Sonatas de Valle-Inclán, y sólo después de tan saludable ejercicio nos hemos dado cuenta, por ejemplo, de los errores garrafales que presenta la estructura de Sonata de estío y del perfecto ensamblaje arquitectónico de Sonata de primavera. Los filólogos deberían leer en voz alta, al menos una vez, las obras que se proponen comentar, y tendrían que hacerlo muy despacio, paladeando cada sílaba, con la misma santa pachorra con que Sahrazad eternizaba sus historias ante el sultán Sahriyar en las oches árabes. En el Museo del Juguete de Figueras (Gerona) se exhiben, junto a las piezas de la colección permanente, diferentes fotografías de gente «conocida» con muchos menos años a cuestas y un juguete en las manos. El director del Museo, mi amigo Josep Maria Joan i Rosa, me pidió una foto de ese tipo, y yo acabé enviándole una de hace más de cincuenta años en que aparecía sentado en las escaleras de entrada de nuestra casa de verano en Pozuelo de Alarcón, muy cerca de Madrid, y sumido en la (presunta) lectura de un Pulgarcito. No, no fue un oso de peluche, ni un coche teledirigido (¿los habría entonces?), ni un tren eléctrico, ni un tablero de parchís, el amuleto o fetiche lúdico que me acompañaba en la foto. Lo que envié a Josep Maria fue la imagen de un niño rubicundo y cabezón de dos años de edad leyendo un tebeo. Mis juguetes preferidos fueron, sin duda, los tebeos. Por generación (nací el 29 de diciembre de 1950) me correspondie-

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ron aquellas innumerables colecciones apaisadas de Bruguera, de Maga o de Valenciana. Las grandes series de Valenciana, Purk, El hombre de piedra, El espadachín enmascarado, El hijo de la jungla, Milton el corsario, Roberto Alcázar y Pedrín y El guerrero del antifaz eran mis favoritas. Había una tienda en la madrileña calle de los Hermanos Miralles (antes General Díaz Porlier y hoy General Díaz Porlier), muy cerca de la esquina con Ayala, donde vendían números atrasados de esas colecciones, de modo que era fácil completarlas. El dueño de la tienda se llamaba don César, era gallego y había sido condiscípulo de Franco en Ferrol, lo que situaba su nacimiento hacia 1892. Su ayudante tenía cuarenta años menos que él y fue quien, a su muerte, se hizo cargo del negocio, que pasó a ser una papelería normal y corriente, sin tebeos antiguos ni nada que se le pareciese. Hoy ni siquiera es ya papelería. Pero no sólo eran las colecciones de Editorial Valenciana las que me nublaban el sentido, sino otras series como El Cachorro, El Capitán Trueno y El Jabato (por citar sólo tres de las de Bruguera), o El Cruzado egro, Hacha y Espada y Don Z (por citar otras tres de Maga). Todos los sábados (entonces íbamos al colegio los sábados; librábamos los jueves por las tardes, como las chachas), al salir del colegio, me detenía en un quiosco de periódicos que había -y hay- en la calle de Goya, entre Castelló y Núñez de Balboa, regentado entonces por dos amables viejecitas con aspecto de brujas de cuento, y me compraba los tebeos de la semana, que eran como diez o doce, y luego los leía plácidamente tumbado en un sofá del cuarto de 19

estar de mi casa de Jorge Juan, después de merendar como un senador romano. Esos «cuentos» -así los llamaba yo en aquella época-, y los alargados de la mexicana Editorial Novaro (entre los que podría citar decenas de títulos, como Hopalong Cassidy, Gene Autry, Red Ryder, Tomajauk [sic], Vidas ilustres, Vidas ejemplares, La zorra y el cuervo o La pequeña Lulú), y las ediciones de dólar de los grandes clásicos del cómic norteamericano (Flash Gordon, El hombre enmascarado, El príncipe valiente, Mandrake, Brick Bradford) constituyeron el pan bendito de mi educación sentimental antes de que los libros empezaran a pedir paso. Dos librerías, dos, tenía abiertas la Editorial Aguilar cerca de casa de mis padres. Hoy se han convertido en sendas zapaterías, lo que habla del inexorable deterioro de los tiempos. La librería Aguilar que estaba en Goya, entre Núñez de Balboa y Velázquez, era mi Eldorado. La visitaba siempre que podía, o, mejor, siempre que lograba ahorrar las cincuenta y cinco pesetas necesarias para comprar un tomo de la preciosa colección Crisol, que era lo que más ilusión podía hacerme en este mundo. Cuando mi abuela Presentación, pongo por caso, me daba dinero para festejar mi santo o mi cumpleaños, yo me lo gastaba íntegramente en libros editados por Aguilar. Luego le pedía a mi abuela que me dedicase los volúmenes adquiridos para guardar un recuerdo de ella: conservo varias dedicatorias suyas, escritas en airosa cursiva de señorita nacida en tiempos de la Restauración alfonsina. Había otra librería, más pequeña, llamada Procultura, en la calle de Goya, entre Velázquez y Lagasca, donde compraba siempre los libros Amparo Robles, una mujer maravillosa que me cuidaba de pequeño. La dueña de Procultura se llamaba Ángela y era una señora bajita, de nariz grande y cutis mal cuidado, gran amiga de Amparo. Todavía me acuerdo del impacto que me produjeron los seis tomos de las Obras de Giovanni Papini (Aguilar), cuidadosamente alineados en una estantería de Procultura y marcados con un precio absolutamente prohibitivo para mi bolsillo de entonces. Pero donde de verdad se inició mi pasión por los libros y la literatura fue en la biblioteca familiar. Yo tuve la fortuna, y doy gracias a Dios por ello, de no tener que moverme de casa de mis padres para iniciarme en el vicio solitario de la lectura (todos los vicios los adquiere uno en la niñez; luego nos limitamos a regarlos para que crezcan). Allí estaban, por ejemplo, las novelas, editadas por Molino, de Rafael Sabatini. Mi padre las había encuadernado de dos en dos, respetando las deliciosas cubiertas originales. Contenían escasas, pero sugestivas, ilustraciones en blanco y negro, y sus títulos desbordaban de pasión aventurera: El capitán Blood, Bardelys el magnífico, El antifaz veneciano, El príncipe romántico, En el umbral de la muerte, Scaramouche, creador de reyes… Las novelas de Sabatini me traían y me llevaban desde el Caribe a la Italia de César Borgia, de la Revolución Francesa a la Inglaterra de Cromwell, envolviéndome siempre en el manto protector de la fantasía, que me hacía invisible para 20

poder asistir impunemente a hechos heroicos, desafíos, traiciones, emboscadas, situaciones comprometidas y amores absolutos sin que me salpicara una sola gota de sangre, una sola gota de odio, una sola gota de angustia. Junto a las formidables novelas de capa y espada de Sabatini, recuerdo con especial cariño El extraño caso del Doctor Jekyll y Míster Hyde, de Robert Louis Stevenson, que leí en un librito de la vieja colección Universal de Calpe y que me dejó anonadado de plenitud lectora. Me conmocionó toparme con un personaje que era capaz de llevar una existencia rutinaria, burguesa, pacata y victoriana de día, y que se transformaba de noche en un titán del mal por el mero hecho de trasegar un vaporoso bebedizo. Las drogas modernas nos han dado a conocer de cerca ese fenómeno. Pero no es necesario tomar pócima alguna para que el monstruo que habita en lo más hondo de nuestro ser tome las riendas de nuestra conducta y nos meta en un lío. De Kipling, cómo no, debo citar el poema If, o sea, Si (la conjunción condicional), que mi padre tenía enmarcado en su despacho y que ha servido de decálogo laico a muchísimos jóvenes de toda Europa a lo largo de varias generaciones, entre ellos aJosé Antonio Primo de Rivera. Lo de Serás hombre, hijo mío nos parecía un estremecedor vaticinio por cuyo pleno cumplimiento había que luchar hasta el final, ignorantes de que nuestra conversión en «hombres» nos acercaba peligrosamente a la edad en que los sueños se pudren en los vertederos y entra en barrena la imaginación. Luego estaba El libro de la selva, en aquella edición de Gustavo Gili con la cubierta en relieve que fuera de mi abuelo Luis, que devoró mi padre y que seguía conservándose estupendamente cuando cayó en mis manos. Y que Álvaro e Inés, mis hijos, recibirán en el mismo impecable estado, porque en mi casa no habremos aprendido cosas prácticas, como ganar dinero, pero nunca hemos sentido cariño, sino repulsión, hacia un libro zarandeado por usuarios negligentes, aunque éstos tengan nombres ilustres y salgan reseñados en las enciclopedias. El libro de la selva se sigue leyendo hoy en todo el mundo. Parte de la culpa la tuvo una excelente película de Disney, la última que Walt supervisó antes de morir. Pero estoy convencido de que Mowgli y sus amigos de la jungla hubiesen sobrevivido sin ese film al desgaste de los años. La elección de El libro de la selva sigue siendo una apuesta excelente a la hora de recomendar una obra literariaa los que apenas leen, porque abre el apetito lector como muy pocos libros son capaces de hacerlo. De Alfred de Vigny leí, en aquellos años, una novela de aventuras, Cinq-Mars o una conjura en tiempos de Luis XIII, que aún galopa por mi memoria, lo mismo que El rey de las montañas, de Edmond About, un relato de agrestes bandoleros ambientado en la Grecia del siglo xix. Mi padre, que fue siempre un aficionado impenitente a la novela de aventuras y que cuando había que jurar lo hacía siempre por el bigote y la perilla de D’Artagnan o por los venenosos ojos azules de Milady, me hizo cómplice de su afición y me asoció a su dependencia

literaria, cosa que le agradezco muy de veras. Como le agra- mos en esa Inés lo que significa «eterno femedezco, y aún más si cabe, que me dejara encima de la mesa los nino», una de las palabras con las que termina dos volúmenes de la colección Joya, de Aguilar, que contenían el inmortal Fausto de Goethe (das Ewig-Weilas hazañas completas de Sherlock Holmes. bliche / zieht uns hinan). Retrocedamos en nuestra máquina wellsiana del tiempo hasta Leer a Shakespeare ha sido lo más importante que me ha pa1962. Veraneábamos entonces, por absurdo que pueda parecer sado en los últimos cuarenta años. Leer a Shakespeare en la hoy, en el barrio de la estación de Pozuelo de Alarcón, en un cama es como hacer el amor, también en la cama, con la vida, hotel desvencijado de dos pisos (en aquella época llamábamos que es una morena espectacular de ojos verdes que se parece «hoteles» a lo que hoy llaman «chalés»), con aspecto de Casa a Hedy Lamarr. Y leerlo en la adolescencia, cuando uno está en Usher venida a menos. Allí me hicieron la foto con el Pulgar- esa etapa en la que sin remedio va convirtiéndose en uno cito en las manos a que he hecho alusión más arriba. Allí, y mismo, resulta una experiencia única. más concretamente en el hall de ese hotel, que era donde se Cuanto caracteriza al hombre y lo distingue de los demás aniestaba más fresquito de toda la casa, y a la hora de la siesta males se encuentra en el teatro de Shakespeare, en la fantástica obligatoria, fue donde me metí en vena a Sherlock Holmes, de e hiperrealista galería por donde circulan sus personajes, hela misma manera que el detective inchos del viento y de la arcilla con que glés se inyectaba en la sangre todo Dios creó al primer hombre, arquetitipo de drogas cuando no tenía trabajo. pos de todas nuestras culpas y de Tardé todo el verano en dar cumplida todos nuestros aciertos, rebosantes al cuenta de los dos tomos de Aguilar y, mismo tiempo de verdad y de ambia partir de ese momento, me convertí güedad. Una galería poblada por fanen un fanático de Conan Doyle, devotasmas reales de muy diverso género rando sus novelas históricas, el ciclo que, cuando pasan a nuestro lado, nos del Profesor Challenger y, desde arrojan a la mente la semilla de nihiluego, sus prodigiosos cuentos, de lismo que llevan en la mano, una setemas tan dispares como el boxeo, la milla que germina paradójicamente vida militar, la antigüedad, los médien nuestro interior, repoblando los cos o los filibusteros. bosques y las selvas de nuestra alma, Me da la impresión de que las primeque son los bosques y las selvas del universo, porque lo infinitamente peras series de los Episodios nacionales galdosianos fueron lectura familiar queño y lo infinitamente grande son (que no escolar) obligatoria durante tan sólo metáforas de una misma esmuchos años. Pongamos entre 1910 y pesura intelectual. 1965, más o menos. Cuando digo Así que cuando Macbeth, en la pieza «lectura familiar» quiero decir que la homónima, nos dice aquello de que familia prescribía a los niños, como [life] is a tale / told by an idiot, full of rito de iniciación en la adolescencia, sound and fury, / signifying nothing la lectura de los Episodios. No de («la vida es un cuento contado por un Shakespeare, por Gillian Drutchas todas las series, porque el republicaidiota, lleno de sonido y de furia y nismo y la libertad de costumbres asomaban con excesiva cru- que nada significa», acto V, escena V), no se refiere sólo a su deza en las últimas. Pero sí, al menos, de las dos primeras, vida -la de un tirano regicida cuya esposa ha perdido la razón protagonizadas respectivamente por los inefables Gabriel Ara- y cuya estrella política está a punto de declinar-, sino a la vida celi y Salvador Monsalud. Y si me apuran ustedes, sólo de la de cada uno de nosotros, y también a la vida del universo, teprimera, que es la que recomienda el Reverendo Padre Ladrón jida con los hilos del padre Caos. No sé si acierto, pero me pade Guevara en su indescriptible volumen ovelistas malos y rece que en esa frase de Macbeth y en aquella otra, tan célebre, buenos, condenando tajantemente el resto de la obra. de La tempestad en la que Próspero dice que «estamos hechos Decir que los personajes de esa primera serie están vivos no re- de idéntica materia que los sueños» (We are such stuff / as drefleja los niveles de respiración, y hasta de transpiración, con ams are made of, acto IV, escena I), está resumido todo el proque se pasean por la saga. Se diría que están siendo filmados grama anímico y vital del viejo Will. por una cámara y no descritos por una pluma: tal es la inme- Con los mimbres que anteceden, y otros muchos por el estilo, diatez, la frescura, la solidez, la realidad tangible, laverdad que fui tejiendo el cesto de mi biblioteca particular, que espara mí, desprenden sus ectoplasmas literarios. Inés, la novia de Ga- sobre todo, un ámbito donde ejercer con impunidad el vicio briel, el protagonista, fue entonces, a mis doce años, mi ideal solitario de la lectura. Ni más ni menos que eso. femenino. Lo sigue siendo hoy. Mi hija Inés se llama así por ella. Varias generaciones de adolescentes españoles aprendiPublicado en la Revista Eñe, el 22 de abril de 2008.

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POEMAS Inéditos

Luis Alberto de Cuenca (En primicia, de su poemario inédito El reino blanco)

y hace que me arrebuje entre las sábanas. Pasan las horas, lentas como un suplicio antiguo, y, cuando cae la tarde y la luna despunta, subo hasta la colina, alfombrada de flores, y te veo venir por el camino de mi imaginación, por el camino verde donde mueren los cisnes. Madrid, 15 de julio de 2005.

Lo que somos (II) para Emma Pérez Coquillat

Somos tiempo y espacio, aunque nuestra presencia en uno y otro sea, cuantitativa y, sobre todo, cualitativamente hablando, mera expresión de ausencia, mueca de despedida. Somos apenas un renglón torcido donde nadie, ni Dios, ha escrito algo derecho. El puntito de fuego moribundo que aún se mueve en la calle, después de veinte pisos de caída libre (y el adjetivo no es ocioso). Ese cuerpo sin brazos y sin piernas, con la cabeza a medio seccionar, que decora las pesadillas. Una esquina doblada en cualquier hoja de un libro con las páginas en blanco.

Sol poniente Atardece en el mundo y en mi alma. Hostigado por la tristeza, dirijo mi automóvil fuera de la ciudad, buscando carreteras comarcales, flanqueadas por árboles con los troncos pintados de blanco. El sol poniente se derrama en las hojas de las ramas, bañándolas de oro. Todo es tan bello que el esplín, avergonzado, pide excusas. ¡Lástima grande que el crepúsculo desaparezca en un instante! Tomo una curva y ya es de noche. Madrid, 18 de julio de 2005.

Madrid, 13 de julio de 2005.

El perfume de las flores

Por el camino verde No he podido dormir. Brilla un alba rosada en la cuadrícula de mi ventana abierta, y sé que hay margaritas, amapolas, geranios y alhelíes despertándose en el jardín. Sigo inquieto y ansioso los sonidos de la naturaleza, queriendo oír tus pisadas en la hierba, y sólo escucho el viento que cimbrea los juncos 22

Las flores se marchitan. El viento del otoño las arrastra hacia el polvo. Pero su aroma vive. ¿Dónde? No lo sabemos. Si existiese una sola forma de eternidad, una “ínsula firme” de bienaventuranza diferente del ciclo del carbono, estoy seguro de que sí sabríamos dónde vive el perfume de las flores. Madrid, 18 de julio de 2005.

La maltratada

Vieja fotografía con tebeo a José Luis Chousa

Tengo sed. Me has quitado las praderas del norte, regadas por arroyos de respeto y cariño. Tengo frío. Te has ido con el sur de mi alcoba, dejándome las huellas de tu hielo en mi cuerpo. No sé qué hacer. La vida me parece una tumba donde me has enterrado viva, una oscuridad irrespirable, un túnel sin salida, una muerte prolongada, el vacío, la ausencia, el desamparo. Me siento tan vencida por tu odio, tan débil, tan aterrorizada y tan inexistente, que no puedo llorar, ni llamar por teléfono a mis padres (que acaso me dirían: “Aguanta, que por algo naciste mujer”), ni hacerle señas a la vecina desde la ventana. Me quedo acurrucada en un rincón del dormitorio esperando que vuelvas y sigas arrasando con gestos de desprecio, con golpes y con gritos aquel campo de amor que cultivamos juntos. Madrid, 17 de enero de 2006.

Leer en voz alta Siempre ando con un libro en las manos. Ya sea uno viejo y gastado del siglo XIX con láminas y pauta final para ubicarlas en el texto, ya sea otro nuevo e intrépido que recibí ayer mismo y huele todavía a tinta fresca y joven, ya sea un libro antiguo que viajó por el tiempo hasta esa estantería de mi cada vez más poblada biblioteca... El vicio de leer suele ser solitario, pero puede, también, compartirse. Los griegos de la época de Sócrates leían en voz alta. Lo mismo hacía Nietzsche. A mí me gusta mucho leer en compañía y en voz alta los grandes libros de nuestra tribu, esa tribu perversa, racista y miserable que disfruta creyéndose superior. De ese modo, recuerdo haber leído el Poema del Cid, Beowulf, los Nibelungos, la Divina Comedia, los Psalmos, la Canción de Rolando, La isla del tesoro y la Ilíada, tal y como los griegos leían hace siglos, alto y claro, lanzando las palabras al aire, porque la voz añade temblor de biografía personal y caduca a tanta eternidad, al vértigo solemne de tanta permanencia. Aiguablava, 24 de agosto de 2006.

No he cumplido dos años. Aparezco sentado en las escalerillas de entrada al viejo hotel donde veranéabamos, sumido en la presunta lectura de un tebeo (parece un Pulgarcito, pero la foto es mínima y está mal conservada). Mis mejores juguetes, los que aún se dan cita en el café con velas de mi memoria, fueron aquellos deliciosos tebeos apaisados de Maga o Valenciana que valían seis reales. Los deseaba más que a la vecina rubia a la que José Luis y yo tanto espiábamos en misa de once. Eran lo mejor que tenía para vencer la angustia de ver pasar el tiempo que me hacía mayor, el antídoto ideal contra todas las penas. Los leía a la hora de la merienda, cuando la casa estaba más tranquila, a la hora del pan con chocolate o del pan con aceite, que dejaba perdidos de migas los tebeos. Los leía con pasmo, con avidez, con miedo de que se terminaran. Nací con un tebeo delante de los ojos (lo estaría leyendo, tal vez, la comadrona) y seguiré leyéndolos hasta el último guiño de luz, antes de hundirme en la definitiva noche oscura del alma. Aiguablava, 26 de agosto de 2006.

Viajes Hay viajes que comienzan en tus ojos y te recorren toda hasta los pies. Son viajes minuciosos, con escalas interminables, lentas, encendidas como espadas de luz. Son viajes íntimos rumbo al conocimiento de los límites, rumbo a otra dimensión. Tengo la carne cansada de esos viajes, y el espíritu consumido de tanta plenitud. Pero hay también, junto a esos viajes, otros, más ligeros, más frívolos, menores desde una perspectiva gnoseológica: viajes que comunican con espacios de pura diversión, que no transmiten más que mensajes huecos desde torres vacías, y que ayudan a olvidarte por un tiempo, que nunca es excesivo, para después poderte amar mejor. Madrid, 12 de abril de 2007.

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La Bruja La noche, mensajera de la muerte, vuelve a la biblioteca. En mi butaca, vieja y raída como mi existencia, cunde la oscuridad. El libro abierto que tengo entre las manos se diluye en las sombras. Podría levantarme y encender una luz, una tan sólo, que diese al traste con la pesadilla, pero no tengo fuerzas para hacerlo. Y viajo en mi sillón sin rumbo fijo, hacia ninguna parte, con el alma vacía, rodeado de tiniebla, sin distinguir objetos ni horizonte. ¿Dónde estará la luna? El firmamento es una mancha negra que se extiende por las ventanas de la biblioteca hasta cubrirlo todo con su manto, hasta asfixiarlo todo. Pienso en Lovecraft, en su cuento The Dreams in the Witch House, que leía hace un rato, con las luces del último crepúsculo. ¿Qué bruja innombrable y horrenda habrá vivido -sigue viviendo- en esta habitación? La veía de niño, y se me helaba el corazón de miedo. Pero entonces los días eran más largos que ahora, y por las noches siempre había luna, y tenía una imagen de la Virgen especial contra brujas, en la mesa de noche, que brillaba como un astro en medio del abismo, y sonreía. Estepona, 6 de septiembre de 2007.

En la muerte de Joker Ahora sí que te has muerto de veras. Hace años que escribí tu epitafio, poniéndolo en tu boca, con un solo objetivo: demorar tu partida, matarte en mi poema para que no pudieses morirte de verdad. Pero ese fingimiento, neurótico y absurdo, para evitar la pena —o, al menos, aliviarla— no ha servido de mucho, porque te has muerto, amigo, te has ido para siempre de este maldito mundo y has cruzado el espejo rumbo a nada y a nadie. Tu sillón favorito, aquel que le quitaste a Inés y acribillaste de pelos, está triste sin ti, sin tus babosas fauces, y tus juguetes se han quedado muy solos. Y los demás, ¿qué haremos sin ti? Ya no podremos 24

acariciar tu testa de príncipe perruno, ni pasear contigo por las calles gastadas de la ciudad, ni hablarte con alegre ternura. Perro fiel, distintivo de libertad y asombro ante la vida, escudo de abnegación a cambio de una leve caricia, cumbre de lealtades, nos has dejado el alma en carne viva, rota, con tu muerte, y los ojos arrasados en lágrimas. Desde el país del sueño eterno donde habitas, querido Joker, suéñanos y espéranos, que pronto volveremos a estar para siempre contigo, contigo donde nunca. Madrid, 19 de junio de 2008.

La ladrona de cuadros Habías prometido ser mi cómplice y has terminado en delator. ¿Qué quieres, que me trinquen sin más a las primeras de cambio? ¿Cómo voy a levantar un cuadro como ése? ¿Tú te crees que me iban a dejar entrar con una maleta de dos metros en la sala? ¿Estás idiotizado o qué te ocurre? O a lo peor es que en tu lado oscuro hay demasiada luz y te me pierdes de tanta claridad. Piensa un poquito, que no hacen daño a nadie unos momentos de reflexión, así que apaga todas las luces de tu alma y dime a tientas lo que quiero escuchar: que has decidido secundar mi carrera de ladrona y que vas a robar conmigo un cuadro pequeñito, que pueda sustraerse fácilmente y que quepa en este bolso, uno de esos retratos-miniatura tan divertidos y tan shakespeareanos que hizo Nicholas Hilliard a finales del siglo XVI. Madrid, 27 de junio de 2008.

El poeta y la traumatóloga para Álvaro García

Lánguidamente, apasionadamente (dentro de lo que cabe), se le iban los ojos a escrutar el intersticio que separaba las convexidades

de aquella deliciosa traumatóloga. Él se había caído en la bañera de forma aparatosa, golpeándose con profusión en codos y rodillas, y tenía equimosis en el cuerpo para dar y tomar, lívidas manchas que evocaban figuras espectrales. Ella estaba escribiendo unas recetas con antiinflamatorios y analgésicos de todos los colores, y su pecho se hinchaba y deshinchaba con el ritmo de su respiración, y aquello era el mayor espectáculo del mundo (con permiso de Cecil B. DeMille). Finalmente lo dijo, sin fisuras (salvo las de sus huesos), sin ambages, sin circunloquios, sin afectaciones: “¿Quieres viajar conmigo al paraíso cuando me ponga bueno?” “¿Dónde está ese lugar? ¿Hay que cruzar el charco para llegar allí? ¿Queda muy lejos?”, contestó ella, indiferente a todo. Y siguió rellenando sus recetas. Madrid, 30 de junio de 2008.

Las cuatro heridas Hagas lo que hagas, pienses lo que pienses, vas a acabar rindiéndote ante mí. Cómo no ibas a hacerlo. Nuestro caso es de los que aparecen en los libros: un tipo como tú, tan pusilánime, tan apocado, con tan poca sangre en las venas, tan sobrio, tan sereno, tan constante en afectos y en rencores (a la misma mujer), tan aburrido de sí mismo y de todo, tan maníaco de la limpieza y la puntualidad, y una hembra como yo, con dos cobayas, dos niñas casi adolescentes, una hipoteca, un marido y un bufete dedicado a cargarse matrimonios, formamos juntos una conjunción astral irresistible, un cataclismo, un tornado voraz (como el que sale en El mago de Oz), una hecatombe (o sea, un sacrificio de cien bueyes) que desmantela nuestras existencias, un torpedo cargado de explosivos en nuestra línea de navegación. Y prefiero no hablarte de las cuatro deplorables costuras que atraviesan

la parte baja de mi tripa, fruto de cuatro operaciones sucesivas, porque eso ya te volvería loco de deseo, y no quiero que te pierdas en unas cicatrices cuando tengo cuatro heridas guardadas para ti. Madrid, 17 de julio de 2008.

En la tumba de Soseki para Fernando y aoko

Soseki, nuestro tigre minúsculo, se ha ido, sin billete de vuelta, a visitar el Hades y las blancas praderas, tachonadas de asfódelos, donde incluso los reyes están tristes y hubiesen preferido ser siervos arriba que monarcas abajo, donde habita el olvido, y las sombras se ciernen sobre el mundo, y no amanece nunca. Y el Castillo del Frío, con sus escarabajos de cara de dragón, sus bustos de Siddharta y sus miles de libros, se ha quedado muy solo. Quiera Bastet, la diosa gata del viejo Egipto, proteger a Soseki en su hogar de tinieblas y llevarle el perenne recuerdo de sus dueños, que lo amaron en vida, y lo siguen amando en muerte, y lo amarán mientras duren sus vidas. Madrid, 2 de diciembre de 2008.

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Luis Alberto DE CUECA en Internet Luis Alberto online Ricardo Pérez Hernández

Viva la poesía! ¡Viva la Red!” No, no son ambas exclamaciones vítores intensos fuera de contexto. Por el contrario, son la despedida con que Luis Alberto de Cuenca cerró el encuentro digital mantenido con los lectores de Canal-Literatura (http://www.canal-literatura.com/htmltonuke.php?filnavn=Entrevistas/Luis_Alberto_de_cuenca_canal.html) el pasado sábado 23 de mayo con motivo de la presidencia del jurado de su VI Certamen de Narrativa (http://www.canal-literatura.com/6certamen/) En dicha entrevista, Luis Alberto ofreció ciertas consideraciones acerca de la relación existente entre literatura y medios digitales, pudiendo subrayar la siguiente: “Me parece magnífico que los libros estén en Internet y que quepan varios centenares de libros en un iPod. Lo veo compatible a que sigamos disfrutando de los viejos y nobles libros en papel y de la bibliofilia que traen consigo”. Esta defensa del ‘medio virtuoso’ y equilibrado es consecuencia coherente de una realidad innegable: los recursos digitales y, por excelencia, la Red, lejos de amenazar la permanencia del formato libro, son excelentes vías de comunicación con los lectores a disposición del escritor debido a su inmediatez y agilidad. Luis Alberto conoce las posibilidades de dichas herramientas al afirmar: “Mi obra poética está colgada en la Red prácticamente en su integridad y no me importa en absoluto. Es divertido que te lean, de una u otra manera”. El éxito de los nuevos soportes de lectura (tómese como referencia el reciente convenio suscrito entre la Biblioteca Nacional y Bubok (http://www. bubok.com) para la impresión de ejemplares bajo demanda) y el creciente predominio de Internet como herramienta profesional y recurso de ocio son variables a tomar en consideración en relación con la literatura. De hecho, Internet es asimismo un referente de popularidad. Esta particularidad comienza a articularse a través de portales como la lista ‘WIP’ (Web Important People), donde Luis Alberto de Cuenca, en cuanto a su presencia en Internet concierne, es considerado el cuarto poeta más importante de España y el trigésimo quinto del mundo (http://www.lalistawip.com/personaje/Luis+Alberto+de+Cuenca_1847/). Los resultados ofrecidos por los buscadores más conocidos avalan esta posición. Así Google (búsqueda: “Luis Alberto de Cuenca”) señala 64.800 resultados en la Red, 55.300 referidos a páginas en español y 35.200 páginas de España. Más gratificantes son los resultados obtenidos en Yahoo (si bien es preciso tener en cuenta que ambos buscadores trabajan con algoritmos diferentes) para la búsqueda: “Luis Alberto de Cuenca”: 342.000 resultados en la Red, 331.000 páginas en español y 315.000 páginas de España. Como en la mayoría de los ámbitos de la vida, la cuestión no se reduce tanto a lo meramente cuantitativo como a lo cualitativo, la consabida diferencia entre popularidad y prestigio. El primer paso se sitúa frente a la enciclopedia más consultada del mundo, Wikipedia, que ofrece una sucinta referencia biográfica pero una extensa categorización de la obra del escritor que puede consultarse en este enlace (http://es.wikipedia.org/wiki/Luis_Alberto_de_Cuenca). El segundo paso invita a resaltar el espacio dedicado a Luis Alberto de Cuenca en el Instituto Cervantes Virtual

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(http://www.cervantesvirtual.com/portal/poesia/decuenca/obra.shtml), una opción que permite disfrutar del recitado del autor (incluimos el documento con mayor calidad de reproducción en este enlace: http://www.cervantesvirtual.com/include/video_poesia.formato?titulo=Recital+po%E9tico &autor=Luis+Alberto+de+Cuenca&archivo=Luis_Alberto_Cuenca_Enrique/Luis_Alberto_Cuenca_Recital_&video=MX&ref=13943&multimedia=si&enlace=decuenca). Para consultar los contenidos del recital poético y otras informaciones siga este enlace (http://www.cervantesvirtual.com/FichaObra.html?Ref=13943). Para acceder al listado de poemas recitados con opción de reproducción individual de cada uno de ellos haga clic aquí (http://www.cervantesvirtual.com/portal/poesia/decuenca/videos.shtml), donde podrá consultar también la entrevista titulada ‘Del cultismo a la comunicación’ (http://www.cervantesvirtual.com/include/video_poesia.formato?titulo=Del+cultismo+a+la+comunicaci%F3n&autor=Luis+Alberto+de+Cuenca&archivo=Luis_Alberto_Cuenca_Enrique/Luis_Alberto_Cuenca_Entrevista_&video=MX&ref=13942&multimedia=si&enlace=decuenca). Como el mismo Luis Alberto de Cuenca señalaba en la entrevista del Canal-Literatura indicada arriba, su obra poética está a disposición de los lectores en la Red. El portal web ‘A media voz’ () ofrece una selección de poemas. Asimismo es posible acceder a cuatro archivos en formato Real Player: ‘Buenas noches’, ‘La mujer sin cabeza’, ‘La rosa en la urna’ y ‘Sobre ti’ (pulsar este enlace y seleccionar el archivo elegido; autores ordenados por orden alfabético: http://amediavoz.com/poetas.htm). La venta de libros a través de Internet es un mercado creciente y en España la librería online de referencia, como se sabe, es Casa del Libro ( h t t p : / / w w w. c a s a d e l l i b r o . c o m / l i b r o s / c u e n c a - l u i s - a l b e r t o de/cuenca32luis2alberto2de). También en ella disfruta Luis Alberto de Cuenca una presencia notable. El trabajo de los amantes de la literatura a través de blogs y páginas personales constituye la esencia de la efectividad de Internet como transmisor de contenidos literarios. Resaltaremos como modelo de éxito el caso de Anika entre libros, donde encontramos una interesante entrevista concedida por Luis Alberto (http://www.libros2.ciberanika.com/desktopdefault.aspx?pagina=~/paginas/entrevistas/entre85.ascx). No debemos pasar por alto un llamativo espacio que, bajo la explícita sentencia ‘Conocer al Autor’ concreta sus contenidos, videos en los que reconocidos escritores acercan su trabajo al lector. Este es el protagonizado por Luis Alberto de Cuenca: acceder (http://www.conoceralautor.com/5/5_1.asp?id=38). En esta misma línea de propuestas se puede disfrutar la oferta de LiteraliaTV: una conversación en torno a una partida de ajedrez entre el autor y el poeta Gonzalo Escarpa (http://www.literalia.tv/programacion/en-jaque/partida-10-parte-1-3.asp). Las búsquedas online devienen ocasionalmente en hallazgos curiosos, como el que nos ocupará a continuación con la certeza de que Luis Alberto sabrá disculpar esta pequeña indiscreción que no va más allá de la travesura. Existen dos motivos por los que disfruto teniendo algunos ejemplares autografiados por sus autores. Me produce un goce especial tener recordatorio de la presentación del libro de los escritores amigos y, por otro lado, me produce curiosidad conocer los rasgos de escritura de aquellos que leo, sigo o admiro. Si tienen ustedes interés por conocer la letra de Luis Alberto de Cuenca pueden acceder a la nota remitida por él a Eric Frattini con motivo del libro ‘Secretos Vaticanos’ obsequiado por éste. Está fechada en diciembre de 2003 y autografiada, lo que puede ser una buena curiosidad de despedida (http://www.ericfrattini.com/documentos/Vaticano/CARTA%20DE%20LUI S%20ALBERTO%20DE%20CUENCA.PDF)

Ricardo Pérez Hernández Periodista y escritor

Trabajos CRITICOS sobre SU OBRA

Luis Alberto de Cuenca: memoria personal a propósito de El hacha y la rosa Agustín Calvo Galán ompré el catálogo del encuentro, que se había realizado en Oviedo en diciembre del 1992, sobre los últimos 20 años de poesía española, sin saber que el libro iba acompañado de una cinta (o casete) donde se habían incluido grabaciones de los diferentes poetas participantes. Entre las voces que allí se pueden escuchar está la de Luis Alberto de Cuenca leyendo su poema “La malcasada”. La frescura, el divertimento socarró con una pizca de tristeza y la narratividad de una historia (¿generacional?), me atrajeron al instante. Volví corriendo hacia las librerías y busqué alguna otra referencia de aquel autor, así fue como me encontré con El hacha y la rosa, recién editado en Renacimiento. Transcurría el año 1993. Me gustaría rememorar aquí las sensaciones de aquel entonces, de aquella juventud mía que leía con ojos desmesuradamente abiertos, abiertamente inocentes y aprendedores, aquellos versos de Luis Alberto de Cuenca. Los releo ahora para añorar dulcemente mis veinte y pocos años, y para recuperar lo que aquel libro me dejó. Desde el título, en la contraposición de dos términos, -a la manera de los cómics llamados de espada y brujería-, aparentemente contrarios en su disparidad, el conjunto del libro une, en un único lazo poético, diferentes cuerdas. Tal y como dice el famoso verso de J.V. Foix: “me exalta lo nuevo y me enamora lo viejo”, de Cuenca hace del oficio de poeta virtud de marinero: ata un nudo de modernidad inseparable de la tradición. Además, forma y fondo se dan la mano desde distancias insospechadas, por ejemplo: un soneto (forma fundamental en la tradición poética occidental) trata sobre el Mahabharata (una de las fuentes de la tradición religiosa oriental). Ahondando en el enlazamiento de contrarios, personajes aparentemente incompatibles se codean con toda naturalidad: dioses y héroes de la antigua Grecia, como Paris, junto a personajes fantásticos del cómic, como Conan el Bárbaro, o de la literatura juvenil, como Meter Pan. Heroínas atléticas y belicosas, como Sonja la Roja, se dibujan junto a la desmesurada forma prehistórica, pero también canon de belleza, de la Venus de Willendorf. Tanto unos como otros se presentan ante el poeta o, mejor dicho, el poeta los encuentra en su entorno diario y habitual. Así, en el poema “Urganda, la desconocida” dice: “Descorro los visillos: es Urganda / La de entonces. Sin medias. Va desnuda / debajo de un exótico impermeable / que

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finge ser la piel de un tigre.” O, en “La Venus de Willendorf”: “Entre las chicas norteamericanas / que estudian español en la academia / de enfrente de tu casa, hay una gorda / que es igual que la Venus de sus sueños.” Y es que, al igual que la protagonista de “La rosa púrpura del Cairo” (de un Woody Allen en estado de gracia) de Cuenca se juega el tipo entre realidad y ficción y acaba concluyendo que prefiere, en un salto al vacío lleno de intencionalidad vital, convertir la ficción en realidad. Ante la dude, entre la sofisticación formal y la ternura juvenil, el poeta no deja en ningún momento de ser “un chico del barrio”, un lector tanto de cómics como de literatura clásica, que busca lo eterno en lo cotidiano y, aparentemente, banal. Todo ello aderezado siempre con unos toques de humor que consiguen una inmediata complicidad del lector. Por otro lado, la amistad, al igual que el amor, narrativamente recordados, reafirman la añoranza de una juventud de barrio; así, en el poema “Vbi svnt?” nombra a los amigos y lamenta su pérdida: “De todos aquellos amigos / que poblaron conmigo el mundo / sólo me quedan eneasílabos”. Toda esta confluencia de personajes y amigos, ficción y realidad en un mismo plano, se completa con la relectura o reescritura de algunos clásicos de la literatura universal, desde Homero a Baudelaire, desde Horacio a Bioy Casares, a la manera de variaciones, auténticos homenajes que van desgranándose hacia el final de El hacha y la rosa. Han pasado muchos libros desde entonces, pero el descubrimiento de Luis Alberto de Cuenca (como añora uno aquel tipo de deslumbramientos), para el joven barcelonés de barrio que yo fui, significó apegarme a las aceras que conocía y mirar, con referencias comunes, lo que desde Madrid un gran poeta construía y sigue construyendo: el mundo. Su voz, leyendo “La malcasada”, seguirá imborrable en mi memoria. Agustín Calvo Galán (Barcelona, 1968) Ha publicado los libros: Letras transformistas, una selección de sus poemas conceptuales y visuales (2005), Otra ciudad (libro objeto, 2006) y Poemas para el entreacto (2007). Su obra como poeta visual ha sido recogida en diferentes antologías especializadas como Poesía experimental española (1963-2004) Ed. Marenostrum (2004) Poesía visual española (antología incompleta) Ed. Calambur (2007), Fragmentos de entusiasmo, poesía visual española (1964-2006) Ayuntamiento de Guadalajara (2007), Esencial Visual, Instituto Cervantes de Fez, Marruecos (2008), etc. Por otro lado, ha participado en numerosas exposiciones colectivas con sus poemas visuales; además, ha realizado exposiciones en solitario: “Letras transformistas”, poemas visuales y collages, junio 2003, Centre Cívic Drassanes (Barcelona), “Fotopoemes”, diciembre 2006, La Vaquería (Tarragona), “Proyecto Desvelos”, abril 2008, Sala Valentina (Barcelona) y “Poemes i objectes”, octubre 2008, Ateneu Igualada (Igualada, Barcelona). Su blog: http://visualpoetry.blog.com Coordina: http://www.lasafinidadeselectivas.blogspot.com

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Aquellos años prodigiosos Antonio Colinas

ensar en la persona y en la obra de Luis Alberto de Cuenca supone para mí trasladarme, ante todo, a tres años prodigiosos de nuestra poesía: los que van de 1970 a 1973. Se ha insistido demasiado en la eclosión que hubo en la poesía española a mediados de los años 60, pero poco se ha reparado en esos tres años en los que se confirmó una estética valiosa, se abrieron caminos que el llamado “culturalismo” parecía haberse cegado prematuramente con sus excesos y surgieron valores nuevos que buscaban con seguridad la originalidad creadora. El de Luis Alberto de Cuenca fue de los más señalados. Pero si tuviese que entrecerrar aún más mis ojos para desvelar mi memoria, o si concentrase mi mirada, lo que probablemente surgiría sería un nombre mágico: Bezoar. Iba a ser el nombre de una revista de poesía maravillosa de la que los impulsores éramos Marcos Ricardo Barnatán, Antonio López Luna, José Luis Jover y yo mismo. Tangencialmente se unió también a nuestra aventura Ignacio Gómez de Liaño. De la revista hicimos entusiasmados los boletines de suscripción y llegamos a preparar el sumario del primero de los números. Pronto salieron también ilusionados hacia León –donde yo estaba haciendo el servicio militar– algunos de sus componentes. En León esperábamos contar con un mecenas para la revista: mi querido amigo Eduardo Martínez. el que nosotros reconocíamos como “El Mago Perugino”, el cual nos recibió en su palacete en compañía de dos enormes perros lobo: “Lenin” y “Troski”. No llegó a buen término el proyecto de la revista, pero el bondadoso Mago ejerció su mecenazgo tan directa como inesperadamente sobre mí, y de otra manera también mágica: enviándome como profesor invitado y Lector de Español a Milán. Otra aventura para mí de enormes consecuencias, entre las que no fue la menor la escritura de mi libro, allí en Italia, Sepulcro en Tarquinia (1975). A finales de aquel año, durante

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las Navidades, estaba haciendo guardia en los Montes de El Ferral con un metro de nieve y sólo unos días después de Reyes me encontraba en Italia hablando de la poesía y de nuestros poetas. ¿No fue esto, en verdad, fruto de la magia? Pero estoy escribiendo sobre Luis Alberto y de mis primeros recuerdos sobre él. Por eso, he recordado a Bezoar, que no pudo llegar a ser una revista, pero sí acabó siendo una valiosa colección de poesía dirigida por nuestro entrañable amigo Marcos Ricardo Barnatán. La recuerdo especialmente porque en la colección Bezoar publicó Luis Alberto, en 1972, su primer libro, Elsinore; en 1971 había publicado el suyo Luis Antonio de Villena, Sublime Solarium (1971), y un año antes, en 1970 el mismo Barnatán publicaría El Libro del Talismán. Guardo estos tres libros dedicados, y los consulto con especial afecto, en mi biblioteca. De esos tres primeros y prodigiosos años hay que recordar otra aventura creativa que también llegó a buen puerto. Me refiero a la antología de título alexandrino Espejo del amor y la muerte (1972), debida al profesor Antonio Prieto. En ella estaban incluidos cinco poetas muy jóvenes: Javier Lostalé, Luis Antonio de Villena, Luis Alberto de Cuenca, Ramón Mayrata y Eduardo Calvo. Antonio Prieto iba a ejercer sobre los poetas que entonces comenzábamos a escribir un magisterio directo y de generosos resultados. De algunos de estos poetas fue Prieto profesor; de todos ellos estuvo cerca a través de otra aventura editorial que también dio frutos de excepción: la colección de monografías que editó Planeta, dirigida por Antonio. En ella aparecieron, entre otros, los siguientes libros del grupo: Acontecimientos que cambiaron la historia (1975), de Barnatán, ecesidad del mito (1976) del propio Cuenca, mi Viaje a los monasterios de España (1976) y Dados, amor y clérigos (1978) de Villena. Se comprende a través de estos episodios creativos y editoriales la efervescencia cultural de aquellos comienzos de los años 70, la apertura hacia géneros literarios diversos, la cultura ejercida como vida, la libertad en la creación y, en definitiva, el mantenimiento de una nueva sensibilidad para la literatura. En aquella atmósfera fueron creciendo, pues, nuestros intereses, con derivaciones más o menos intensas en unos y en otros: en Luis Alberto más hacia la filología y la erudición, en Villena hacia el vitalismo, en Lostalé (futuro mecenas pronto de los poetas por los caminos radiofónicos) hacia la sencilla y depurada expresividad poética.

Guardo también de Luis Alberto un recuerdo posterior: el de nuestro encuentro en el Café Lyón, en Alcalá 59, a donde me llevó Lostalé para que conociera al grupo. Eran ya los días en que yo había publicado Sepulcro en Tarquinia. Luego, vinieron el resto de los libros de Luis Alberto, de los que fui temprano lector y fervoroso seguidor: tras Elsinore vino Scholia (1978) y, sobrevolando otros títulos suyos, recordaré determinados hitos: La caja de plata (1985), El hacha y la rosa (1993), Por fuertes y fronteras (1996) y la recopilación de su poesía Los mundos y los días, en la que el lector puede apreciar globalmente la sugestiva y honda evolución de su poesía. Obras poéticas como las de Luis Alberto o la de Villena, no sólo mantuvieron el pulso creativo de lo que tópicamente se ha venido reconociendo como “poesía novísima”, sino que supieron ir más allá. Ante todo, por esa adscripción a la vida de que una buena parte de la poesía novísima carece, insertada como estaba en un marco más libresco y “cultural” que vital. La poesía de Luis Alberto fundamenta con rigor la cultura, a la vez que aporta la fina ironía y el ingenio a la cotidianidad, le quita seriedad a la misma retórica y abre en definitiva esos caminos nuevos que eran tan dificultosos como necesarios en aquellos días. Desde aquella primera lectura de Elsinore he seguido leyendo con fervor la poesía de Luis Alberto de Cuenca. Y siempre recordaré, más con humor que con pesar, que en su casa tuvimos “acogida” Barnatán y yo en días políticamente convulsos, cuando, inesperadamente –durante un cándido paseo por el Barrio de Salamanca– ambos nos vimos asaltados y apaleados por una legión de “grises”. A Luis Alberto me siento unido por muchas cosas. Creo que nos separa sólo una: su rigor en la aplicación de la Filología, esa Diosa que él venera y con la que a mí me gusta ser díscolo, pues me impide creer en el don natural que es la poesía. Ese don que, según nos recuerda Platón en su Ión, es otro Dios el que nos lo concede.

Antonio Colinas (León, 1946) Poeta, novelista, biógrafo, ensayista, traductor y periodista. En la universidad de Madrid hizo estudios Técnicos y de Historia. Durante varios años fue lector de español en las universidades italianas de Milán y Bérgamo, donde realizó excelentes traducciones de autores italianos, entre los que cabe destacar la obra de Giacomo Leopardi y la poesía completa del Premio Nobel Salvatore Quasimodo. Es una de las figuras más sobresalientes de la literatura española de las últimas décadas. Tras el éxito de su primera publicación, Preludios a una noche total, han sido editados: Truenos y flautas en un templo en 1972, Sepulcro en Tarquinia en 1975, Astrolabio en 1979, En lo oscuro en 1981, oche más allá de la noche en 1983, La viña salvaje en 1985, Jardín de Orfeo en 1988, Los silencios de fuego en 1992, y posteriormente el Libro de la mansedumbre en 1997. Su obra ha sido reconocida con el Premio de la Crítica en 1975, el Premio Nacional de Literatura en 1982, la Mención Especial del Premio Internacional Jovellanos de Ensayo en 1996, el premio de Las Letras de Castilla y León en 1998, el Premio Internacional Carlo Betocchi en 1999 y el Premio de la Academia de Poesía de Castilla y León en 2001.

Imágenes, imágenes, palabras Eduardo García Las más grandes obras de la modernidad se detienen lo más posible, por una suerte de milagroso comportamiento, en el umbral de la Literatura, en ese estado vestibular donde el espesor de la vida es dado, estirado sin ser destruido, por el coronamiento de un orden de signos. Roland Barthes

n auténtico poeta nunca es lo que parece. Su don radica en trascender los límites de la común percepción lectora. Más allá de las convenciones de época sus palabras extienden las raíces hacia múltiples territorios, generando una irradiación de sentido capaz de inflamar sus textos. El buen poema no puede por menos de proclamar a los cuatro vientos, a contraluz, resortes insospechados, invisibles al lector común, quien permaneciendo apenas en la cáscara del texto accede sin embargo intuitivamente a la sensación de un “más allá” de dicha superficie de signos: resonancias en claroscuro, velado resplandor. Intuimos pues ese “algo más” que irradian sus versos, aunque a menudo parezca ocultarse a una mirada parcialmente cegada por los prejuicios literarios del momento. Asistimos en la poesía de Luis Alberto de Cuenca a un caso paradigmático de ese “más allá” de la llana apariencia de los signos que cabe esperar en un verdadero poeta. Como no podía ser menos, no le ha faltado reconocimiento crítico. Pero la lupa del lector se ha detenido a menudo en la superficie misma de sus versos, sin entrar a fondo en la riqueza de su apuesta. Fija la vista en la punta del iceberg, deslumbrada por su proximidad elocutiva, rara vez la crítica periodística se ha internado en los laberintos de sentido que irradian sus poemas. Bajo ese llamativo despliegue del coloquialismo late sin embargo un océano insospechado, de donde brota la enérgica vitalidad de una poesía que aspira siempre a trascender la “poética de la normalidad”. Tal equívoco en la recepción de la obra del poeta ha venido de la mano de los tópicos que han acompañado a su generación; estereotipos que han condicionado su lectura, reduciéndola a una sola dimensión. Desde su nacimiento la poesía de los 80 viene leyéndose a través del estrecho horizonte interpretativo que definen términos como “realismo”, “poesía de la experiencia” o “poesía figurativa”. Es cierto que tales instrumentos críticos tienen su origen en la poética esbozada por algunos de sus integrantes. Tales conceptos fueron sin duda útiles para despejar el campo en una primera aproximación al giro experimentado en buena parte de la poesía española en aquellos años. Se trataba de trazar una clara línea divisoria entre dos opciones estéticas del momento: la poesía del silencio y aquella otra que se proponía una dicción coloquial, un sujeto poético fingidamente cercano a esa otra convención literaria a la

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que suele denominarse el “hombre de la calle”. También es cierto que tales rótulos, nacidos por un legítimo afán de marcar las distancias frente a una línea estética que se consideraba un rival a combatir, tuvieron un considerable éxito en la secular lucha por acceder al canon literario. Transcurrido el tiempo, sin embargo, lejanas ya las guerrillas literarias por alcanzar el público reconocimiento, tales etiquetas críticas han revelado su excesiva generalidad, su patente insuficiencia a la hora de perfilar la personalidad lírica de los diversos poetas a los que pretenden designar. Mucho se ha insistido en los últimos años en que en cierto sentido “poesía de la experiencia” puede ser casi cualquier texto poético, con tal de jugar la baza de la verosimilitud y el coloquialismo. En definitiva, el que quizá fuera en su día un eficaz reclamo promocional ha devenido ahora un gran cajón de sastre que nos impide distinguir con claridad la extraordinaria diversidad de apuestas que latían bajo tan vasta denominación. Tal es la paradoja de la entusiasta recepción crítica de la poesía de Luis Alberto de Cuenca. El común aplauso oculta demasiado a menudo una sesgada visión de una obra que va mucho más allá de lo que suele verse en ella. Paradójicamente, su éxito entre el público lector, así como la popularidad de sus lecturas, acaban siendo los peores enemigos de un cabal acceso en profundidad en su poesía. La punta del iceberg –como decíamos- arranca el aplauso de muchos, pero casi nadie alcanza a paladear las honduras de una poesía engañosamente accesible. Permanecen pues en la sombra los umbríos recovecos, las profundidades insondables que hacen de ella lo que verdaderamente es: uno de los referentes inexcusables de la poesía española contemporánea. En efecto, una primera aproximación a su lectura nos sitúa frente a una voz de una pasmosa proximidad. Un tono en apariencia “desliteraturizado”, en las antípodas de la retórica ampulosidad de un sujeto poético romántico (en el sentido hispano-francés de la palabra, que no en el anglosajón, de muy diverso signo). El nivel de elocución tiende a imponerse sobre otros más profundos valores. La voz que habla en los poemas, cercana a la oralidad común, aparenta mirar a los ojos al lector. Los poemas nos hablan de tú a tú, en un tono a menudo confesional, ajeno a todo exceso retórico. Tal es el secreto de su capacidad de comunicación, la extrema facilidad con la que se opera así la identificación del lector con un discurso que siente próximo a su propio pensamiento cotidiano, a sus pequeñas querencias y desastres de todos los días. Hasta aquí nos encontramos en un territorio común al de otros poetas de su generación. Sin embargo, ya en este primer nivel encontramos una atractiva particularidad en el autor. Me refiero a su extrema humanidad. En efecto, hay en la obra de Luis Alberto de Cuenca una mirada cervantina hacia el hombre, una especial ternura por la cual suelen presentarse los personajes de sus poemas como una suerte de pobres diablos bienintencionados, frágiles juguetes sometidos a la liviandad de sus propias pasiones. Tanto desde el registro confesional en primera persona como en el relato del otro el ser humano se 30

nos revela siempre en toda su fragilidad. No hay lugar aquí para malvados o canallas, como tampoco para héroes morales de intachable condición. Es imposible no sentir simpatía por una voz que no vacila en revelar su flanco débil, su propia humana debilidad. Una mirada marcada por un cristianismo afable, consciente de las limitaciones de ser hombre, de nuestra inútil lucha por ser mejores de lo que somos. Ni monstruos ni héroes, en la poesía de Cuenca somos apenas criaturas imperfectas, que luchan torpemente por una frágil felicidad que tan sólo alcanzamos fugazmente, para caer una vez más en la desdicha a la que nuestros torpes impulsos nos conducen. No alienta en esta voz ningún santo varón, ningún inquisidor moral dispuesto a condenarnos. Por el contrario, suele prevalecer una benigna mirada, compasiva hacia nuestra humana incompletud. El lector lo intuye, se siente acompañado, aceptado en su propia fragilidad: de ahí que se identifique fácilmente con la voz poética, que experimenta como una prolongación de su propia vivencia interior. Sin embargo, si nos quedamos en tal apariencia realista, en la dicción próxima y la humanidad del sujeto que toma la palabra en sus poemas, apenas hemos empezado a vislumbrar su genuina perspectiva poética, el vendaval creativo que subyace a la convención realista que rige tal disposición de la voz. Pues si los versos fingen hablarnos desde la vida misma, en realidad lo hacen siempre a través de una compleja trama de referentes literarios y cinematográficos. Y es ahí, precisamente, en esa mediación de imágenes y palabras en cuanto signos de la interioridad, donde se opera un vuelco de la fingida superficie del texto a llos resortes afectivos de la memoria colectiva. El poeta clásico podía escribir desde la ingenua fe en la capacidad del lenguaje para traducir fielmente la experiencia vital. Por su parte, el poeta moderno dinamitó los puentes entre palabra y realidad, explorando las posibilidades de creación de sentido de un lenguaje liberado de la servidumbre a la normalizada concepción social de lo real. Pero el poeta posmoderno, que no puede olvidar el carácter de simulación de sentido de los lenguajes artísticos, se encuentra en una situación mucho más compleja. De una parte intenta desesperadamente recuperar el vínculo entre el lenguaje y las cosas, incorporar la vida al texto. De otro le está vedada –como ya nos revelara Umberto Eco- la ingenuidad primitiva respecto al lenguaje. Sabe que opera con signos, no con las cosas mismas, que es su destino tramar simulacros vitales con redes de palabras. Tal conciencia extrema de la opacidad de la representación, de la imposibilidad última de borrar las huellas de la lengua, le sitúa en la difícil situación del equilibrista que sobrevuela la vida sobre la cuerda en suspenso del lenguaje. Es en ese contexto en donde la poesía de Luis Alberto de Cuenca se revela como una de las más brillantes muestras en nuestra tradición reciente de esa compleja posición de la escritura posmoderna. Tal conciencia extrema de la representación poética, del juego de lenguaje en el que tan sólo puede la vida abrirse paso en sentido figurado, es el núcleo irradiador, el auténtico pilar de una poética que demasiado a menudo se confunde con apuestas de muy diverso signo. En definitiva,

mientras en la poesía de los 80 no faltaron, por ejemplo, quienes se limitaban a apostar por hacer oídos sordos a la entera tradición de la modernidad para intentar un imposible regreso a una poesía de corte clásico. Me refiero a quienes hicieron del desprecio y la difamación a la vanguardia su bandera personal, llegando incluso –en algún caso de anacronismo patológico- a reivindicar nada menos que el retorno a la generación del 98. [, de Cuenca, por el contrario, avanzaba un paso más allá de la modernidad, indagando en nuevos territorios en franco diálogo con la entera tradición cultural heredada, renovando la búsqueda de la identidad que cifra el afán de la poesía de nuestro tiempo. Habida cuenta de que una apuesta tan compleja reposa sobre muy diversos resortes, tanto psicológicos como estilísticos, intentaré resaltar en lo que sigue esa intrincada trama de referentes culturales, de imágenes y palabras, a través de los cuales se vehicula la emoción. Empezaré por subrayar la explícita voluntad del autor de rescatar todo ese patrimonio fílmico-literario en tanto sustrato e impulso de una sentimentalidad en el gozne del siglo XXI. No por casualidad, por ejemplo, Sin miedo ni esperanza (2002), su penúltimo poemario publicado a día de hoy, concluía con un poema que se me figura muy sintomático de tan posmoderna disposición de la palabra. Por su brevedad y valor paradigmático no me resisto a citarlo aquí en su integridad. IMÁGENES Imágenes, imágenes, imágenes. Idílicas, obscenas, horrorosas. Más veloces que el viento, más heroicas que una canción de gesta, más estúpidas que el dolor, la piedad y la traición, más lentas que la espina que atraviesa el corazón del pájaro, más locas que el amor, más sutiles que el deseo. Conmigo vais y moriréis conmigo. Ya habrá reparado el lector en que nos encontramos ante una franca declaración de principios. El poeta afirma enérgicamente su amor a las imágenes que pueblan su imaginación, el rico repertorio imaginal atesorado a lo largo de los años en la febril contemplación del cine y la no menos febril lectura. Tales imágenes -se nos dice- forman vivaz parte de la identidad más íntima del sujeto: lo configuran, surcando las entrañas mismas del yo. El poeta nos revela pues que somos las imágenes que hemos visto y leído, el espacio de la imaginación en donde se acumula nuestra experiencia como espectadores del arte y de la vida. Es ésta una muy significativa reivindicación en un poeta, tan errónea como comúnmente considerado “realista”, un presunto “poeta de la experiencia” que se supone acude a mostrarnos la vida directamente, con la mínima me-

diación imaginal. Muy al contrario, de Cuenca insiste en subrayar el carácter ficcional de la vida misma, su configuración como entramado de imágenes heredadas. Su rechazo del “realismo plano” es aquí evidente, como lo es su beligerante defensa de las líricas fantasías alentadas por las artes cinematográficas y literarias. Toda una encendida defensa de la imaginación como verdadero territorio de las emociones humanas, espacio en donde nos jugamos nuestra propia experiencia vital. Superado así el tópico de época, el simplista marchamo generacional, empezamos a vislumbrar un más profundo acceso a la poesía del autor. Abiertas de par en par las puertas de la imaginación, nada más natural que encontrar en sus poemas una verdadera proliferación de nombres propios -personajes del cine, el cómic, la novela o el cuento popular-, a la sombra de los cuales se perfila el relato de nuestra sentimentalidad. Será precisamente en diálogo con tales figuras imaginarias como se configura en esta poesía el retrato de nosotros mismos, nuestros afanes desgraciados o felices. Jacques Lacan afirmaba, en una tan lúcida como célebre sentencia, que “el lenguaje nos habla”. Luis Alberto de Cuenca construye sus poemas desde la similar intuición de que en las imágenes que amamos se encuentra el secreto de cuanto somos. Pero aún hay más. Tras su tan sólo aparente sencillez, se nos revela en estos versos una vasta red de referencias literarias. El posmoderno diálogo con la tradición acude a subrayar tanto una relativa continuidad con ésta como nuestro imposible regreso a tiempos premodernos. Se compara a las imágenes que atesora nuestra memoria afectiva con intensas emociones en estado puro (dolor, piedad, traición, locura, deseo), pero las imágenes se revelan siempre más enérgicas que los desnudos conceptos que designan a tales emociones. Al final del poema, que cierra el libro en su conjunto, la identificación del sujeto con las imágenes que nutren su entrañada imaginación se hace plena, total: “Conmigo vais y moriréis conmigo”. La vida es pues imaginación. La insalvable distancia entre ficción y realidad de la que los realismos de toda especie hacen gala se ha disuelto aquí casi por completo. Vivir es soñar, o al menos experimentar la realidad a través de las imágenes de la fantasía. El cine, el cómic y la literatura son la sustancia de la vida misma, o al menos su vehículo transmisor. Las imágenes no pueden ya limitarse a traducir fielmente las emociones humanas, como pretendería ingenuamente un poeta clásico. El signo no es pues un vehículo neutro, a la antigua usanza, sino que hace cuerpo con la emoción, con la vida. Un poeta posmoderno como Luis Alberto de Cuenca tiene, por el contrario, la máxima conciencia de la representación. Nunca olvida que el oficio de la palabra consiste en tramar una interpretación – en su doble sentido: escénico y reflexivo-, un simulacro artístico, autónomo respecto a la realidad efectiva, en el que se cruzan otras muchas voces y sensibilidades. Intuye que él mismo es un personal resultado de miles de lecturas, de tardes y tardes de inolvidables sesiones cinematográficas. Sabe, en definitiva, que sus propios sueños de poeta brotan de un diálogo incesante con la entera tradición. 31

Si acudimos -más allá del poema- al conjunto de su obra, encontraremos que tal tradición de la que bebe el poeta no se detiene en lo “literario”, en la alta cultura, investida de un secular prestigio por las élites, sino que integra en sí, en igualdad de condiciones en cuanto fuentes de la actual sentimentalidad, a los clásicos greco-latinos y a los superhéroes del tebeo, a los personajes de Howard Hawks como a los de la novela policíaca, Conan el bárbaro o los dramas de Shakespeare. En tal fusión de referentes de alta y baja cultura reconocemos también otra de las características más representativas de la escritura posmoderna. Fusión que en de Cuenca alcanza su clímax en una paradójica desmitificación de la voz poética, que corre paralela con una rehabilitación de los mitos clásicos y contemporáneos a la luz de una nueva mirada de nuestros días. (Regresando al citado poema pueden rastrearse en él referencias a esa tradición híbrida en la contraposición entre las “imágenes” que cantan sus versos y la alta literatura clásica, mencionada explícitamente en la expresión “una canción de gesta”, así como manifiesta formalmente en el tono y disposición retórica de un verso final digno de la más estricta tradición latina.) No es desde luego ninguna novedad la omnipresencia de los más diversos referentes culturales en la poesía de Luis Alberto de Cuenca. Sin embargo, quizá no se haya todavía profundizado lo bastante en hasta qué punto tal proliferación de imágenes y palabras heredadas dista mucho de manifestarse como una simple pose culturalista, una mera exhibición de erudición literario-cinematográfica o tan sólo –desde una más benigna perspectiva- un guiño al lector más avisado. Lo importante aquí es resaltar cómo tales referentes evitan limitarse a ostentar una función ornamental, decorativa, como si tan sólo se tratase de perlas engastadas en un entramado retórico previo, sin las cuales podría éste igualmente sostenerse. Muy al contrario, se nos revelan como signos entrañados en la sensibilidad del poeta, quien para decirse a sí mismo precisa acudir al tesoro de imágenes que le acompañan en su propio periplo vital. Imágenes y palabras, maceradas en la memoria sentimental, a fuego lento, enérgicas, vivaces, configuran ese “orden de signos” al que se refería con lucidez Roland Barthes en la cita que encabeza este artículo. Una constelación simbólica que acompaña al poeta en su fantaseo lírico. Nombres propios que ali32

mentan nuestra imaginación, despertando resortes olvidados en nosotros. Es así como fragmentos de nuestra vasta herencia cultural encarnan en el texto nuestra intimidad, consustanciados en la voz en la medida que somos –literalmente hablando- seres lingüísticos, sensibilidades forjadas en el vaivén mismo de imágenes y palabras. Como tantas veces nos recordara el propio Barthes, la literatura no es tanto la historia de la relación entre la vida y el lenguaje como la historia del secreto diálogo entre los textos. Sospecho que no hay aquí contradicción, en la medida que el sujeto mismo es un texto, un relato mítico que nos hacemos de nosotros mismos. Si Luis Alberto de Cuenca logra escribir la vida es porque ha sido y es capaz de vislumbrar la vida que alienta en los signos. Su apuesta se halla pues en las antípodas de la ingenuidad de los realistas avant la lettre, aquellos que se limitan a ignorar la distancia entre los signos y las cosas, creyendo ser capaces de traducir la vida en palabras, como si tal traducción no dejara de ser una reconstrucción en la que el lenguaje nos distancia más y más de la efectiva experiencia emocional. Denominar pues “realista” a la poesía de Luis Alberto de Cuenca es traicionar la médula misma de la exploración poética que representa. Su aventura creativa se encuentra, por el contrario, entre las más vivaces exploraciones poéticas de la posmoderna conciencia de la representación. Su territorio propio es el de la opacidad de los signos (imágenes, palabras), que lejos de limitarse a designar una realidad previa trazan una representación escénica de nuestra propia fracturada identidad. En resumen, lo que preocupa al poeta, los senderos hacia los que se dirige como creador, son los del sistemático desentrañamiento de los relatos que nos surcan, forjando nuestro frágil yo, haciéndonos quienes somos. Su destino es la vida entrañada en el lenguaje de la imagen y la escritura de la palabra, y no tanto –como decíamos- la presunta “traducción” de la vida en el lenguaje. Citaré para concluir, a modo de ilustración de mi particular lectura del poeta, los versos finales de “La sirenita”, poema que pertenece al mismo libro que el anteriormente citado “Imágenes”:

[...] y empezó nuestra historia de amor loco, que hoy sigue viva, más de treinta meses después, y que mañana estará viva y siempre vivirá, por que está hecha de la misma materia incombustible con que se hacen los mitos y los sueños. Tal es el sustrato del deseo, el núcleo mismo de la interioridad: “la misma materia incombustible con que se hacen los mitos y los sueños”. La célebre cita shakesperiana ha viajado de boca en boca hasta llegar aquí: textos que dialogan con otros textos. Desde La tormenta (obra que a su vez se inspiró en

Montaigne) hasta El halcón maltés de Dashiell Hammett, y de éste al tan espléndido como irónico final, en la voz de Humphrey Bogart, de su versión cinematográfica de la mano de John Huston, estas palabras han surcado el tiempo, señalando el núcleo imaginal de nuestro yo, para rebrotar en la voz del poeta desde una nueva perspectiva. Y en efecto, leemos estos versos y de inmediato sentimos una vez más que apenas somos un vendaval de palabras inspiradas, un revuelo de enérgicas imágenes que insuflan de deseo nuestras vidas: ese relato mítico en donde nos jugamos nuestra propia precaria identidad. No otra es la aventura del sujeto posmoderno, su sabiduría de los límites del lenguaje, su conciencia de sí en el juego de espejos de la imaginación.

Eduardo García (São Paulo, Brasil, 1965). A los 7 años se traslada a Madrid, donde pasa sus años de estudiante. Profesor de Filosofía, desde 1991 reside en Córdoba. Como poeta ha publicado los libros: Las cartas marcadas (Libertarias, Madrid, 1995), o se trata de un juego (col. Juan Ramón Jiménez, Diputación de Huelva, 1998; 2ª ed. Maillot Amarillo, Granada, 2003); Horizonte o frontera (Hiperión, Madrid, 2003), Refutación de la elegía (Antigua Imprenta Sur, Málaga, 2006) y La vida nueva (Visor, Madrid, 2008). Ha obtenido, entre otros, los premios Ojo Crítico de Radio Nacional, Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado en Baeza y Fray Luis de León. Su obra ha sido recogida en numerosas antologías de poesía española contemporánea. Poemas suyos han sido traducidos al sueco y al portugués. En paralelo a su obra de creación ha cultivado la reflexión sobre el fenómeno poético en los ensayos Escribir un poema (Fuentetaja, Madrid, 2000; 2ª ed. 2003) y Una poética del límite (Pre-Textos, Valencia, 2005). Premio Nacional de la Crítica 2008 por su libro de poemas La vida nueva.

Lo clásico y lo nuevo en Luis Alberto de Cuenca Enrique Gracia Trinidad

ablo de “nuevo” y no de “moderno” porque esta última palabreja, ya por su propia definición de diccionario — “contrapuesto a lo clásico” y “relativo al tiempo de quien habla”—, ya por la condición de reciente y poco experimentado, no es plenamente aplicable a Luis Alberto de Cuenca. La condición de “reciente”, “que se ve o se oye por primera vez”, “repetido o reiterado para renovarlo” o “distinto o diferente de lo que antes había”, que se asigna a la palabra “nuevo” me parece más adecuada al caso.

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Si a alguien le suena a rareza este asunto, que se de una vuelta por el diccionario que según dicen —yo no lo creo tanto— es el que manda. L.A. de C. no se enfrenta a lo clásico ni su poesía es sólo relativa a su tiempo. Parte del pleno conocimiento y gusto por lo clásico en la más amplia extensión —“todo cuanto nos precedió y de lo que aprendemos”— y resulta a la vez novedoso, reciente, distinto de lo que se tiene por aprendido. No es el primero ni el único en su especie, por supuesto, pero tampoco el último porque ha abierto caminos por los que circulan bastantes poetas de hoy. Hay quien dice que le han salido clónicos a porrillo; no sé si es para tanto, pero sí que tiene algún que otro epígono y, como es habitual, bastantes más poetas imitadores de baratillo que le hacen afortunado porque, como alguien dijo: de sus imitadores serán sus defectos. En su acercamiento al magisterio de lo tradicional, lo clásico, lo imitable en el mejor sentido, tienen que ver un excelente aprovechamiento académico, un buen gusto personal y una sensata forma de entender el arte literario. Nada somos sin cuantos maestros nos precedieron, y eso es algo que de Cuenca sabe, esgrime y aprovecha con notables resultados. En su condición de nuevo —moderno, si alguien se empeña— , cuentan la propia capacidad, su condición de artista auténtico y una aptitud de hombre voluntarioso en nada ajeno a cuanto vive y le rodea. Conciliar tales aspectos es lo que suele dar un resultado excelente en los grandes creadores de cualquier época. Rompió el Renacimiento, aprovechando usos anteriores y rompieron románticos y modernistas con pleno reconocimiento, más o menos fantaseado, de cuanto les precedió. En ese sentido, L.A. de C., aprovechando formas y fondos de la cadena de maestros de todos los tiempos, se instala en la línea más avanzada de la poesía actual, sin necesidad de estridencias ni alharacas formales y sin descuidar el fondo ni por un momento. Es capaz de aplicar los mitos grecolatinos, los más desconocidos nórdicos y cualquier otro, y de aplicarlos con los aspectos más actuales que tienen, porque conoce lo que muchos olvidan: su condición de arquetipos; y porque, hombre-literatura sin paliativos, sabe que el tiempo es poca cosa, relativa circunstancia, menudencia humana. Así, nada le resulta ajeno y concilia Bizancio con la Guerra de las Galaxias, Cnosos con Castrillo de los Polvazares, el Cantar de Baltario con Spiderman, y Píndaro con Humphrey Bogart De igual modo ejerce pasión en el recuerdo de una oda que en la visión de una página de Tin-tin. Si hay que disfrazar a su amada de Reina Ginebra lo hace con el mismo desparpajo que si la viste de princesa Leia Organa. Esta conciliación de clásico y nuevo aparece en de Cuenca por cualquier lado y nunca gratuitamente. Así, uno de sus libros donde recopila artículos publicados en ueva Revista, lleva un título esclarecedor: De Gilgamés a Francisco ieva. ¿Puede haber una trabazón más sugerente? Y si un libro suyo de poesía se llama, por ejemplo, Por fuertes y fronteras, otro, de ar33

tículos, lleva el título de Etcétera. El guiño a San Juan de la Cruz junto a ese etcétera que aunque sea locución latina, está instalada en el lenguaje más actual, supone un indicio de la exquisita simbiosis que disfrutan en este poeta la antigüedad ilustrada y la más ilustrativa modernidad. Se me dirá que es fácil esta mezcla intemporal a costa de personajes, de los que tanto abundan en la obra de este poeta. Pero el asunto va mucho más allá. No se trata sólo de los nombres que se agolpan en sus páginas, siempre dispares en formas y épocas —es uno de los autores que más y mejores referencias de este tipo tiene—, sino de otros aspectos igualmente notables. Las estructuras con las que versifica son clásicas en ritmos y nuevas en lenguaje, tradicionales en acentuación y rompedoras en sus intenciones. Se mueve tan cómodo en los terrenos del soneto como en los del verso blanco. Hablo de verso blanco y no de libre en el que apenas entra. Los avisados no tendrán problema con esta diferencia que suele distinguir al que sabe del que sabe menos; y Luis Alberto de Cuenca es sin duda de los que más saben. Son tantos los que ahora huyen de los versos bien medidos, por ignorancia más que otra cosa, que cuando uno encuentra los versos de este autor, perfectamente estructurados, compensados, casi siempre en una métrica “a la italiana” de versos impares, simples o compuestos, eufónicos a más no poder, se da cuenta de que hay mucho conocimiento clásico en fondos y formas tan decididamente nuevos. Si las referencias nominales y las cuestiones técnicas concilian nuevos y clásicos modos, igual ocurre en los temas que le son más caros. El ejemplo más recordado por él mismo y por otros en lecturas y antologías es el de un soneto que titula de esta sorprendente manera: “El editor Francisco Arellano, disfrazado de Humphrey Bogart, tranquiliza al poeta en un momento de ansiedad, recordándole un pasaje de Píndaro, Píticas VIII 96”. Es evidente la conjunción de términos que sobrepasan cualquier temporalidad y notable que un título de gusto tan barroco sirva para encabezar un soneto de hechuras clásicas en el que circulan letreros luminosos y gabardinas, tras una noche de farra, para acabar consolándose con un verso de Píndaro. Si alguien da más en menos, que venga y nos lo cuente. Le ahorro al lector más ejemplos que alargarían innecesariamente este escrito. Bastará con que abra cualquiera de los libros de L.A. de C., por cualquiera de sus páginas, y descubrirá cumplidas evidencias de cuanto estoy afirmando. Personalmente, me confieso aburrido de leer mala poesía en estos tiempos; y más que mala, pobre, pretenciosamente “poética” a costa de las mismas y repetidas palabras que “supuestamente elevadas” convierten la poesía en un aburrido ejercicio de pretendidos poetas que no paran de mirarse el ombligo y repetir hasta la náusea los términos de un vocabulario limitado pero pretencioso: Demasiados árboles estériles que apenas dejan ver el bosque con sus buenos y jugosos frutos.

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Cuando lees a de Cuenca, la cosa cambia radicalmente; en cualquiera de sus etapas bastante diferenciadas, uno ve con claridad al poeta de rabiosa actualidad que sabe conservar los muebles clásicos; un escritor que concilia números de la revista New Worlds con reproducciones de las tablillas sumerias del Poema de Gilgamés; un renacentista sin fisuras que combina ilustración con cotidianeidad sin que se le caiga un sólo anillo. Y lo que es mejor, sin que el lector se sienta incómodo por la carga cultural o la riqueza de vocabulario, mientras disfruta de un discurso absolutamente diáfano. Lope de Vega —oscuro el borrador y el verso claro— estaría encantado Yo también. Y seguramente el resto de los lectores.

Enrique Gracia Trinidad Madrid, 1950. Escritor, divulgador cultural y actor. Entre sus publicaciones: Encuentros, Canto del último profeta (poema coral), Crónicas del Laberinto, A quemarropa, Restos de Almanaque, Historias para tiempos raros, La pintura de Xu-Zonghui, Siempre tiempo, Todo es papel, Tiempo de Apocalipsis, Contrafábula (poesía reunida 1973-2004), (reúne íntegros todos los anteriores), Juego de Damas, Sin noticias de Gato de Ursaria, La poética del vértigo (Antología) y Pentimento (2009). También, Cantos de amor y de ausencia, Antología de poemas de la China medieval (chino y castellano) como adaptador, junto con Xu zonghui. Poetas en Vivo (43 poetas) como antólogo. Otras publicaciones en prosa: artículos, biografías, obra gráfica, etc. Ha recibido varias distinciones: Accésit Adonais, Rafael Morales y Ciudad de Torrevieja; Premios Encina de la Cañada, Feria del Libro de Madrid, Blas de Otero, Bahía, Juan Alcaide, Emilio Alarcos, y Premio Internacional Vicente Gerbasi, al conjunto de su obra (Venezuela). Dirige “Poetas en vivo”, en la Biblioteca Nacional Española.

Luis Alberto de Cuenca: “La poesía no es una cuestión de minorías” Enrique Villagrasa

Con este titular se despachaba el periodista del Diari de Tarragona, el miércoles 9 de abril de 1997, referido al IV Encuentro de Escritores en lengua castellana, que se desarrollaba en la Universidad tarraconense, y en el que el poeta participaba, por entonces director de la Biblioteca Nacional. Cuento todo esto, porque me vi implicado en el asunto. Les cuento: el periodista le dijo a Luis Alberto de Cuenca, tras escuchar su conferencia donde leyó y comentó una serie de poemas y situó su actitud sobre la poesía y la creación poética, “que es algo que se nos impone y nos hace escribir. Conseguimos liberar energía o pro-

porcionar bálsamos para la soledad de los seres humanos. En este sentido tiene algo de factor liberador”, que el poeta Enrique Villagrasa, en la presentación de su último libro Memoria impenitente, comentó que la poesía era para una selecta minoría y que no todo el mundo estaba capacitado para leerla . De Cuenca piensa que “eso depende del tipo de poesía. Mi objetivo es el de llegar a todo el mundo porque yo, con ella, cuento historias que pudieran sucederle a cualquier persona. Yo intento expresarme con la suficiente claridad para que todos me entiendan. En la poesía española contemporánea hay bastantes líneas y algunos hemos optado por la comunicación. La poesía no es una cuestión de minorías”. Esta es una de las anécdotas que tengo con el poeta y la siguiente es la que cito, porque lo cortés no quita lo valiente: nuestro autor actualizó Las cien mejores poesías (líricas) de la lengua castellana de Don M. Menéndez y Pelayo, del que guardo celosamente y manoseado en demasía la reimpresión de marzo de 1913, y en algún periódico malagueño escribí sobre esto, en su suplemento literario, y me metía un poco con el “otro” director de la Biblioteca Nacional hasta que el coordinador del suplemento me dijo que lo dejase que le tenía que pedir algún favor y no era cuestión de darle caña. Bien, lo cierto es que en estos momentos en que el poeta y autor de un precioso libro titulado Casi sin querer, me pide como especialista en poesía de la revista Qué leer que escriba lo que me apetezca sobre Luis Alberto de Cuenca, no me queda más remedio que reconocer mis veleidades al respecto de la persona del poeta y a la vez decir que leo sus libros, artículos y demás, y sobre todo su poesía porque me impactaron aquellos versos –por aquel entonces inéditos- recogidos en la antología de Julia Barella, Después de la modernidad (Anthropos), publicada 10 años antes del Encuentro de Escritores de Tarragona. Estos versos eran “La ignorancia es dolor, como el deseo.” Y, “Para ti, pecadora, escribo cuando el alba / me baña en su luz pálida y tú ya te has marchado. / Por ti, cuando el rocío bautiza las ciudades, / tomo la pluma, lleno de tu recuerdo, y ardo.” Y el último terceto de su soneto “El poeta a su amada para que no le tire bombas”: “Me rindo. Tú has ganado. Mientras vivas, / no alcanzarás un triunfo tan notorio: / me has volado la mente con tus ojos.” Así, pues creo firmemente en que nadie tiene que confundir lo culto con lo oscuro y que la poesía tiene y debe de comunicar su conocimiento, que al poeta De Cuenca se le supone como a los soldados en la mili de ayer. Pienso, además, que la poesía de Luis Alberto de Cuenca se entiende, roza lo epigramático, y la poesía con este pedazo de poeta ha roto moldes y ha salido de su “ghetto” y la leen y leemos casi todos. Poesía que aunque a veces parezca que es pura trivialidad nunca se sumerge en ella. Creo que Luis Alberto de Cuenca es uno de de los verdaderos poetas de nuestro tiempo, donde ese

ser poeta aúna la tradición y la modernidad, y es –no cabe duda- un poeta capaz de emocionar al lector dado que domina el arte de hacer protagonista al que lee sus poemas-historias. Es necesario y justo celebrar su poesía. ¡Amén!

Enrique Villagrasa (Burbáguena, Teruel, 1957). Poeta y periodista. Entre sus libros de versos se hallan La ofrenda (Cuenca, 2001), Las noches azules del alma (Fundación Euroárabe, Granada-España, 2001), Alzheimer: la otra voz (Salamanca, Celya, 2006). Colabora en revistas literarias especializadas (Qué Leer, Turia, Artes & Letras -Suplemento Heraldo de Aragón-). Premio León Felipe, 2004, con la obra Límite Infinito (Salamanca: Celya, 2005). Ha sido incluido en diversas antologías como Pentagrama. Cinco poetas españoles de hoy (Salamanca, Trilce, 2007). Su último libro publicado es Alzheimer: la otra voz (Salamanca, Celya, 2006).Sus poemas han sido traducidos al árabe, francés e italiano y han aparecido en numerosas publicaciones y antologías, así como sus reseñas de libros, artículos y opiniones sobre poesía.

Rita Macau, una musa para Luis Alberto de Cuenca Francisco José Peña Rodríguez

n la poesía de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1951) hay un tema recurrente al que los versos vuelven: poemas escritos con la intención totalizadora del recuerdo y de la memoria. Esto se ha producido independientemente de que su etapa poética fuera la culturalista de los años setenta y primeros ochenta o, más tarde, a partir de 1985 con La caja de plata, la del poeta urbano que ha llegado a un gran número de lectores. Ese tema, o esa musa poética si podemos bautizarla definitivamente así, es Rita Macau Fábrega. Rita Macau Fábrega nació el 18 de abril de 1951 en Madrid en el seno de una familia de origen catalán y para la Literatura Española y la Poesía fue la primera novia de Luis Alberto de Cuenca, la mujer intelectual y la lectora voraz (como recuerdan sus hermanas Carmen y Loles) que acompañó al poeta al final de los años de la adolescencia y los inicios de la juventud universitaria en la Universidad Autónoma de Madrid. “Fue mi primera novia, la primera novia, la primera mujer con la que descubres el mundo y la vida”1, dirá el poeta en la década de 1990. La vida de la mujer de piel blanca (como señala la profesora Carmen Gallardo, compañera suya y de Luis Alberto de Cuenca en la UAM) que hubo de regresar a Cataluña tras el

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fallecimiento del padre en 1970 se cortó en diciembre de ese mismo año en un accidente de tráfico en la ciudad condal. Rita Macau es, pues, en la poesía de Luis Alberto de Cuenca, el recuerdo vivo, la musa rememorada de los años febriles en la búsqueda de la poesía. El poemario Los retratos (Madrid, Azur, 1971) viene a ser el primer tributo a la amada ausente; un libro homenaje a Rita, quien en Elsinore (Madrid, Azur, 1972) se transmuta en Arit, anagrama permanente de la muchacha, una mujer que será para Luis Alberto de Cuenca, en este libro, como Ofelia para Hamlet en la obra del genial William Shakespeare. Así habla ella misma al frente de los versos en Los retratos: “Soy lo que no es derrota, ni absoluto, ni salvación, ni vosotros. ARIT MACAU”. Más tarde, aunque transmutada en un fantasma, será recuerdo aún vivo en ecrofilia (1983) a través del poema “El fantasma”. El tiempo pasa y el poeta resulta un autor muy leído, incluso muy estudiado, y participa en la vida social de España como Director de la Biblioteca Nacional de Madrid y como Secretario de Estado de Cultura en los gobiernos de 1996-2000 y 2000-2004. Se realizan tesis sobre su obra e incluso las dos editoriales que miman los clásicos publican estudios críticos sobre su poesía: Poesía 1979-1996 (Ed. Juan José Lanz, Cátedra, 2006) y Antología poética (Ed. Javier Letrán, Castalia, 2008). Rita Macau es, en ese tiempo, la mujer de los versos de Luis Alberto de Cuenca, compartiendo espacio con otras muchachas que giran en torno a la vida del poeta, pero nadie dice nada de ella: es, sencillamente, un nombre al pie de una página que explica algún poema de los que han salido de su pluma. Pero Rita debe ser algo más, de vivir con una intensidad mayor, del mismo modo que la siente el poeta y la manifiesta en el poema “Rita”, de El otro sueño (1987): Rita, ¿qué vas a hacer el domingo? ¿Hay domingos donde vives? ¿Hay citas? ¿Se retrasa la gente? No sé por qué te agobio con preguntas inútiles, por qué sigo pensando que puedes contestarme. Sé que te gustaría tener voz y palabras 36

en lugar de silencio, y escapar de la tumba para contarme cosas del país de los muertos. Pero no puedes, Rita, no yo debo soñarte una noche de agosto tan viva como entonces. Hay que guardar las formas. Al cabo, los domingos son los días peores para salir de casa. Cuatro poemas explícitos dedicados a Rita Macau podemos cifrar desde que en 1985 La caja de plata recogía “Cataluña”; luego vendrían “Rita” en El otro sueño (1987 como se ha citado), “La resucitada”, de El hacha y la rosa (1993) y “Voy a escribir un libro”, de Por fuertes y fronteras (1996). Además de algún otro poema escrito en el intermedio, la primera novia volverá a la vida en “Shakespeare y Rita”, que cierra Su nombre era el de todas las mujeres y otros poemas de amor y desamor (Renacimiento, 2008) y que fue escrito en el verano de 2006; también en el inédito que comienza con el verso: “Una noche de un frío diciembre, me encontraba”. En la vida y en la obra de todo poeta, y singularmente en el caso de Luis Alberto de Cuenca en quien Lara Cantizani vio en 2005 hasta diez tipos de poesía amorosa, debe haber una marca indeleble de amor que tiene, por necesidad y en mi opinión, que llevar aparejado el nombre real de una musa que lo inspire y, como hemos visto, en el caso de Luis Alberto de Cuenca no es otra que Rita Macau Fábrega (1951-1970). Dejemos al poeta, para concluir, que decida sus sentimientos de la mano de sus propios versos de “El fantasma”: Bésame. Pero nunca me digas la verdad. Nunca me digas: “Estoy muerta. No abrazas más que un sueño”. otas del artículo: 1.- Juan Luis Calbarro, “Luis Alberto de Cuenca. La poesía como arma de diálogo”, en Los cuadernos del Sornabique, Salamanca, 1994, pág. 4.

Francisco José Peña Rodríguez (Tobarra, Albacete, 1977). Doctor en Filología Española por la Universidad Autónoma de Madrid. En 2002 fue profesor de Lengua Española en el Dartmouth College (EE.UU.). Ha escrito algunos cuentos y artículos literarios en revistas universitarias sobre diversos escritores y poetas; entre otros, ha investigado sobre Mario Vargas Llosa, Luis Alberto de Cuenca, Ana Merino, Mercedes Formica, José María Carrascal, Gladys Guzmán, Lauren Mendinueta y la ‘Generación del 2000’. Realizó la entrada biográfica de Josefina Aldecoa, Álvaro Pombo y Vicente Molina Foix para el ‘Diccionario Biográfico Español’ de la Real Academia de la Historia en 2008. Su tesis doctoral la dedicó al escritor y político Joaquín Leguina. Es profesor de Literatura y Creación Literaria y lo ha sido, así mismo, de Historia de España, Historia Universal e Historia del Arte.

Trazos limpios José Luis Morante

a edición de Juan José Lanz, Poesía (1979-1996) subraya la importancia que La caja de plata tiene en la bibliografía de Luis Alberto de Cuenca. Es una entrega novedosa, escindida del enfoque novísimo; inaugura un ciclo denominado en algún texto teórico “Línea clara”. El aserto procede del lenguaje habitual del comic, concretamente de los tebeos franceses y belgas de Hergé o Edgar P. Jacobs, según precisa el autor. Posteriormente, el rótulo se utilizará en La vida en llamas para la sección inicial; en ella, una poética de igual título arremete con ironía contra lo abstruso y la vaguedad mística, disfrazada de metafísica. Nos hallamos ante una lírica sustentada en el trazo limpio y en una aspiración clarificadora. Frente al poema intertextual, atestado de citas, que se impuso en Elsinore y Los retratos, con “Amour fou”, primera composición de La caja de plata, el poeta intuye una nueva perspectiva en la que renuncia al sustrato metaliterario y además resitúa el concepto surrealista del amor loco. Los versos se escriben con un sentido más narrativo y un planteamiento estrófico de corte tradicional. Según Lanz, hay “una clara evolución desde una estética nocturnal hacia otra netamente matinal, diurnal o diurética”, aunque considera que este cambio no está exento de continuidad y coherencia. Esta línea continua también es defendida por Luis Muñoz en la compilación Doble filo. Por tanto, en el recorrido de Luis Alberto de Cuenca, el tramo epifánico participaba de un contexto expresivo generacional, cuyos signos encauzó la antología de Castellet ueve novísimos poetas españoles. Hay, después, una etapa de transición que sirve de enlace, representada por Scholia y ecrofilia. A partir de La caja de plata - que logró en 1986 el Premio de laCrítica e hizo quela poesía del madrileño se convirtiera en una referencia continua para los jóvenes- se establecen pautas que, poco a poco, llevan a El otro sueño. Este libro es casi una continuación natural del anterior, lo que justifica la reciente edición conjunta. Las referencias culturales cambian; se abre paso la mitología del cine americano y la ambientación de la novela negra. Los poemas hacen de la ciudad un espacio habitable en el que el yo lírico es cronista puntual. Una actitud irónica se pone en boca de la voz enunciativa; establece una media distancia para las circunstancias biográficas; el intimismo se vela y lo confesional es una ficción verosímil. La reflexión atenúa el tono solemne. El tránsito hacia El hacha y la rosa y Por fuertes y fronteras evidencia un perfil común. Resalta en la temática urbana una

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localización geográfica concreta y un sujeto poético instalado en la normalidad; lo cotidiano es sustrato natural. Se constata además que no existe una argumentación unitaria; los poemas se encadenan cronológicamente y comparten características técnicas. Poesía es una cala importante en la lírica de Luis Alberto de Cuenca que invita a descubrir libros posteriores y que puede complementarse con el conocimiento directo de otras facetas, como el ensayo y la investigación. En Luis Alberto de Cuenca el ejercicio literario es un todo orgánico en constante diálogo. Luis Alberto de Cuenca. Poesía. 1979-1996 Edición de Juan José Lanz Cátedra, Madrid, 2006

José Luis Morante (El Bohodón, Ávila, 1956) Es profesor en el IES Duque de Rivas, en RivasVaciamadrid, ciudad donde creó la revista Luna Llena y coordinó la revista gráfica y de textos Prima Littera durante una década. Ha dirigido el periódico Señales de humo y en la actualidad es subdirector de la colección de poesía Cinco estaciones. Su obra poética, formada por siete poemarios, ha recibido el Premio Luis Cernuda, el Internacional de Poesía San Juan de la Cruz, o el Premio Hermanos Argensola. Por el conjunto de su obra recibió el Premio Espadaña. Colabora en diferentes periódicos con ensayos breves y colaboraciones críticas. Ha publicado también el diario Reencuentros, el libro de entrevistas Palabras adentro y Protagonistas y secundarios, un conjunto de estudios sobre poesía contemporánea. Ha preparado ediciones de Joan Margarit, Luis Felipe Comendador y Herme G. Donis.

Epílogo del vértigo Juan Carlos Mestre

ive la vida en cuanto sobra de la muerte, y en esa amistad, hecha con la materia de las coincidencias de los que respiran al unísono el aire usado de las semejanzas, se reitera el pacto secreto con alguna de las conductas de lo invisible. Es la biblioteca del oxígeno en que las mismas manos pasan con análogo fervor las páginas sobre las que aún brillan las remotas estrellas que contempló Shakespeare, perciben el aroma de las rosas que cuidó Virgilio, oyen a los inmortales pájaros de la oscuridad que imaginaría Homero. Así viven la vida quienes han hecho de la vida un acto de creencia, el desafío de cuantos asumen el encargo de las palabras como reconciliación frente a lo que dura, como regreso a la casa primordial donde las

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categorías de lo bello son los actos familiares de un equilibrio entre la memoria y lo finito. Algo de la delicadeza con que se rige el universo, algo contra lo destructible que se resiste a ser sometido a la nada. No hay héroes abatidos sino niños invencibles en las plazas de la conciencia. Es la dignidad súbita que adquiere el mundo cuando los hombres extraviados por lo erróneo del tiempo fijan su vértigo con las piedras blancas latinas, con las vocales gemelas de otra luz sagrada. Y no se pone el sol, y la repoblación espiritual del mundo, el dibujo inmóvil de su rueda en los espejos del cráneo, se torna mandato de la poesía, la gran tarea, el ascua mínima y misteriosa de los antepasados del porvenir. Es esa sabiduría el habla de este libro, de este codicilo en que Luis Alberto de Cuenca y Luis Arencibia dejan dispuestas las cláusulas de lo hermoso para cuando el tiempo de lo objetivo ponga término a los ritos de las fábulas. Un libro habría de enseñar el camino a los errantes; un libro de poemas debería mostrar también la ruta de regreso a quienes habiendo llegado a la patria eterna siguen despiertos en la rebelión contra la amargura, la decepción y la soledad de su llanto. Hay esperanza en la voluntad del viento que recorre estás páginas, hay epifanía de cuanto sobrevive al tiempo dador de la experiencia. El poeta reconstruye el Amor, prolonga la espera de lo difícil, restituye lo hurtado a la mano que protege el corazón sobre el sarcófago fenicio. En verdad que este libro ha llegado a nosotros desde la tempestad y lo lejano, desde la profecía de aquellos que mirando su muerte han sido el centinela de la inminencia de todos. Son los poemas curando la hermosa fragilidad de lo breve detrás de la puerta de la muerte, son las visiones que tras el banquete póstumo proyectan la desafiante presencia de su sombra en la cueva platónica. Juntos, tras los sentidos de la alianza, haciendo sonar el acero inoxidable del que están hechos los sueños, el poeta que ve en la oscuridad y el dibujante que oye en el silencio, han entrado en la intimidad más antigua de la tierra, el lugar moral donde los enigmas de la muerte resuelven en paradójica justicia la altiva aspiración del más grande de los reyes y la del afable camarero de los barrios pobres. La muerte y su granada en flor entre el árbol del paraíso de lo otro, la dueña de las diosas blancas que tiñen junto a los afluentes bautismales de Heráclito los ocelos de las mariposas del Génesis. Porque no hay derrota en el ojo que mira lo que ama el escorpión, hay una columna griega sosteniendo el cielo por el que va descalza Helena raptada por lo únicamente perdurable de su propio mito: la Realidad, vecina de la primavera, del deseo y la noche… Como las nubes, como las naves, como las sombras. Pasan las glorias pisando la nieve con botas de cazador, pasan los intermediarios de la salvación con sus mantos deshilachados por las afueras de la razón. Pasan página a página por la cripta de grafito de este libro de horas los símbolos con el préstamo de lo simbolizado. Pasa la muerte, la mitra bizantina y la doncella de Carabanchel, pasa la muchacha de Aquiles y el príncipe de la corneja, pasan los amantes carbonizados por el resplandor de lo efímero, la estirpe de los domadores de caballos y la caravana azul de los sueños jóvenes. No hay infierno 38

para los que estrechamente vigilados por la locura ciñen con su abrazo de lumbre la pasión de estás páginas. Son los enamorados en los manicomios llenos de música, son los bienaventurados perdidos en el laberinto de sus propios cuerpos. Es la belleza pútrida de los niños salvajes huyendo de su premonición de ceniza por la pradera de las metamorfosis del ensombrecido invierno. Trazan los lápices la raya de cuanto desemboca en las nubes, anotan las cifras, dibujan el aura de la salvación sobre las flores que se marchitan. Habla el idioma de las flores de su semejanza con las chicas de Shakespeare acodadas en los reclinatorios rojos de la comedia. Hay un ruido de mediodía en las calaveras, un intolerable apetito de almas en la incertidumbre de la gran banquera de la fatalidad. Pero hay también un rumor de abejas en los colmenares del tobillo, un murmullo de tropas en las rodillas, un jeroglífico de colibríes de Citerea libando el cuenco vivo del corazón. Cosas menudas más allá del Leteo que hacen felices a los que van al cine, se amparan bajo la aurora boreal, comen pensamiento y minotauro. Viven aquí durmiendo, sobre el cáñamo y las estructuras sonámbulas de la imaginación. Han detenido con la voluntad de su amoroso recuerdo las clepsidras con hidrógeno del río de los muertos. Son oxígeno al margen de la profanación, lo anterior a la hendidura del miedo. Y hablan, dicen madre, estrella polar, isla del tesoro, dicen urna y ruiseñor, dicen Sócrates. Rueda la moneda magnética de este libro por la juventud de los suburbios donde tiene sed el cazador de lobos. No hay puertas para el bien, ni hay puertas para el mal, pero existe el bien y existe el mal que abre y cierra todas las puertas. Así, el que abre un libro y entra en la casa solo habitada por la búsqueda encuentra el amor y encuentra la discordia con lo ya presentido. Ahí está, sentada en el palco de Eros, derrocada sobre el lecho de Hécuba, la genealogía de la belleza convertida en absoluto, hecha cuerpo y tempestad, fruto de la armonía nacido para la muerte. Deja que me quede aquí dice la vida, déjame permanecer dice la voz sin boca que habla en este libro desde la patria de la memoria. Es tiempo de recordar, pero es tiempo también de ampliar los círculos de la pertenencia al destino de lo soñado más allá del tiempo. Palabra a palabra, dibujo a dibujo, el poeta lee la ilustración crítica de la ternura en el diccionario de las estrellas, y el artista, dibujante de los mapas que llevan las sombras en el pecho, hace visible la intención de las oraciones que no serán escuchadas por ningún dios. Es el viaje, el viaje sin nombre de los muchos nombres que no habitarán los secretos párrafos del silencio, sino la estancia de la adormidera y la reencarnación primera de los amantes. Es la conversación entre el amor y la muerte, hermanos gemelos de la plenitud. Luis Alberto de Cuenca, ethos de lo misericordioso contra las heridas de Atenas, reestablece sobre la escatología de lo trágico que contamina con su idea de fracaso la ventura de los cuerpos de gozo, el elogio de una memoria de placer que trasciende y resiste la historia inmediata. Luis Arencibia, visionario entre los disturbios de la imaginación, inevitable en su

identidad con la facción egipcia de Amón, el oculto, padre de todos los vientos, señor de los oasis, asume en tinta el paralelismo del mago. Ambos, en la dualidad de lo complementario, miden el peso de la muerte con el peso de una pluma, esa poética de lo suficiente y lo bello que ante la justa medida del enigma resuelve siempre lo indescifrable. Qué puede importar ahora que tras toda esta seducción del artista y el poeta se desvanezcan las suposiciones de este epílogo. La hora ya está cumplida, pero tras el beso de la noche con el que se podrían comprar otros mil días para la leyenda de la eternidad, el artista, el arquitecto de la fuente de agua, deja caer el velo que ha levantado de la tierra para mostrarnos el rostro de la infancia de la filosofía, el temor a la muerte, los oficios de tal incógnita sabiduría sin otra recompensa que su miedo. Y ahí, detrás de este pasado que ya es futuro, la voz del único don que sobrevive al terminar un libro, la extrema verdad contra la muerte de este libro: “…una chica besando, con el ruido y la furia de la vida, a un muchacho”.

Juan Carlos Mestre (Villafranca del Bierzo, León, 1957), es autor de los poemarios Siete poemas escritos junto a la lluvia (1982), La visita de Safo (1983), Antífona del Otoño en el Valle del Bierzo (Premio Adonais, 1985), Las páginas del fuego (1987), La poesía ha caído en desgracia (Premio Jaime Gil de Biedma, 1992) y La tumba de Keats (Premio Jaén de Poesía, 1999), libro escrito durante su estancia como becario de la Academia de España en Roma. Su obra poética entre 1982 y 2007 ha sido recogida en la antología Las estrellas para quien las trabaja (2007). La Casa Roja (2008), es su último libro publicado hasta la fecha. En el ámbito de las artes plásticas ha expuesto su obra gráfica y pictórica en galerías de España, EE.UU., Europa y Latinoamérica. Su colaboración con otros creadores y músicos como Amancio Prada, Hugo Westerdahl o Luis Delgado, ha sido recogida en varias grabaciones discográficas.

La vida en llamas Juan Manuel de Prada

Las penas arden en el pecho / con llamaradas más profundas / que las del sol de mediodía”. Así concluye uno de los poemas más hermosos de La vida en llamas (Visor), el último libro de Luis Alberto de Cuenca, que vuelve a explorar esos continentes sumergidos, atlántidas de secreto dolor, donde se agazapa la belleza, un tema que nuestro poeta ya había merodeado en anteriores entregas. Luis Alberto de Cuenca no gusta de los desgarros jeremíacos; pero bajo la fachada aparentemente risueña de sus versos se desliza, como un oro sombrío,



una brisa de sufrimiento y desolación, el aleteo de una pesadilla que nos lanza su arañazo, para después recogerse en la guarida de un humor estoico y mordaz a partes iguales. La poesía de Luis Alberto de Cuenca presenta una superficie quieta y apacible como un estanque; pero basta asomarse a sus aguas para descubrir que esconde reflujos y mareas altas, tempestades y arrecifes pavorosos, faunas abisales y carnívoras que muerden sin piedad, antes de entregar el tesoro que custodian. Como esos bajorrelieves asirios que el poeta celebra en otro pasaje del libro, los poemas de Luis Alberto de Cuenca esconden un tumulto de pasiones terribles, crudelísimas, un hervor de sangre y de miedo que se aplaca en la medida exacta de cada verso. La vida en llamas semeja a simple vista una estancia de pacífica felicidad hogareña; pero basta girar el picaporte de su puerta para que el lector se halle al borde del cráter, fatalmente invocado por su magma, fatalmente atraído por la pujanza de un abismo incandescente que se abre a sus pies. El poeta sabe que la literatura es “la llave / que nos abre la puerta del consuelo, la única / barricada posible contra el miedo de ahí fuera”. Y se esfuerza por hacernos la estancia lo más grata posible, exorcizando la angustia con poemas por los que deambulan los espectros benéficos de la bibliofilia, los héroes que “van a la muerte como quien va a una cita / de amor o de amistad”, los cantares de gesta, las mujeres fatales del cine, que con un golpe de ojos o una simple caída de pestañas repueblen el desierto del Gobi y prenden fuego a la selva del Amazonas. Las criaturas que pueblan La vida en llamas parecen revolcarse sobre un lecho de ortigas y vidrios rotos: se quieren con voluptuosidad y espanto, con un júbilo encarnizado y caníbal, como si necesitaran destruirse para sentirse vivas; se entregan a ensoñaciones tétricas y a oraciones feroces; se intercambian caricias y dentelladas, como si quisieran probar la recóndita verdad de aquella frase de Baudelaire: “El amor es un crimen en que tienes / que contar por lo menos con un cómplice”. Pero, tras la travesía por los páramos del dolor, atisban allá al fondo, refugiado en un valle, un jardín donde aún es posible plantar la tienda de campaña y recogerse, para lamerse mutuamente las heridas. Luis Alberto de Cuenca, que entre bromas y veras nos ha llevado de la mano por esos infiernos subterráneos que abrasan el corazón del hombre, conduce su libro hacia un desenlace donde el incendio se aquieta y hace rescoldo, para cobijarse en el corazón de la amada. En los últimos poemas de La vida en llamas vuelve a mostrarse la acendrada veta amatoria del poeta, y también su afilada y saludable ironía, como en esa joya titulada “Political incorrectness”: “Sé buena, dime cosas incorrectas / desde el punto de vista político. Un ejemplo: / que eres rubia. Otro ejemplo: que Occidente / no te parece un monstruo de barbarie / dedicado a la sórdida tarea / de cargarse el planeta. Otro: que el multi- / culturalismo es un nuevo fascismo, / sólo que más hortera (…) Dime cosas que lleven a la hoguera / directamente, dime atrocidades / que cuestionen verdades absolutas / como: ‘No creo en la igualdad’. O dime /

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cosas terribles como que me quieres / a pesar de que no soy de tu sexo, / que me quieres del todo, con locura, / para siempre, como querían antes / las hembras de la Tierra”. Como querían y seguirían queriendo si las dejaran, Luis Alberto. Pero la basura cósmica del feminismo ha apagado su fuego. Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) Premio Planeta, Premio Nacional de Narrativa, novelista y columnista de prensa, Juan Manuel de Prada es un referente de la literatura y el periodismo español. Su primera obra relevante fue Coños (1994), un inusual libro de prosas líricas concebido como un homenaje a Senos, de Gómez de la Serna, y que fue saludado con alborozo por grandes figuras de las letras españolas como Francisco Umbral. Le seguirían El silencio del patinador (relatos, 1995), y las novelas Las máscaras del héroe (1996), La tempestad (1997-Premio Planeta), Las esquinas del aire (2000), La vida invisible (2003Premio Primavera de Novela y el Premio Nacional de Narrativa 2004) y El séptimo velo (2007- Premio Seix Barral), entre otros. Su labor periodística ha merecido algunos de los más importantes premios que se conceden en España, como por ejemplo el “Julio Camba“ (1997), el “César González-Ruano” (2000), el “Mariano de Cavia” (2006), o más recientemente, el Premio Joaquín Romero Murube (2008).

Luis Alberto y el fantástico Julián Díez

n España se combina la escasez de conocimientos con la obsesión por simularlos. El simulador de cultura, por naturaleza inseguro en su calidad de impostor, emplea como arma el menosprecio hacia aquello que ignora. Especialmente si es nuevo y no ha sido aún bendecido por los oligarcas. O si, como en los viejos tiempos inquisitoriales, existe alguna sospecha de desviación de la heterodoxia en su genealogía, de impureza en su sangre que la aleje de la cultura oficial. Así pues, los medios, las instituciones, la mayor parte de los intelectuales consagrados, actúan frente a lo nuevo o distinto siempre de manera uniforme: originalmente con prepotencia y desprecio, más tarde con condescendencia y una mínima atención más bien antropológica. Cuento todo esto para poner el perspectiva cuál ha sido, en comparación con ese escenario, el rol que Luis Alberto de Cuenca ha jugado para los lectores y estudiosos de la literatura fantástica en España. Digamos que su apoyo, su disponibilidad, su obra crítica, han contribuido decisivamente a que

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nos diéramos cuenta de que, en efecto, no estamos locos: que es posible que llevemos razón al considerar que buena parte de la mejor literatura mundial –por hablar del siglo XX, de Lord Dunsany a George R.R. Martin, pasando por H.P. Lovecraft, J.R.R. Tolkien, Robert E. Howard, Philip K. Dick, Stanislaw Lem o Andrzej Sapkowski- se haya escrito dentro de nuestro modesto y olvidado feudo. Las reseñas de Luis Alberto en El Cultural son, junto con las más ocasionales de Fernando Savater en Babelia, las únicas que tratan a la literatura fantástica de una manera ponderada y experta en los medios generales españoles, colocando en su contexto a las obras y valorándolas por sus propios méritos, con conocimiento y sin prejuicio. Igualmente, ha defendido en otros medios –radio, televisión…- libros de nuestros géneros. En su faceta pública, Luis Alberto tuvo ocasión de albergar en la Biblioteca Nacional una histórica exposición de cómics – otro de sus reconocidos amores-, y aunque no hubo ocasión de organizar un acto similar para la literatura fantástica, tuvo la amabilidad de inaugurar el congreso nacional de 2003 –HispaCon- organizado en Getafe, en calidad de secretario de Estado de Cultura. Por comparar, los alcaldes de la mayor parte de las localidades en que se organiza anualmente esta cita no se toman la molestia de asistir a los actos de apertura, no vaya a ser que les confundan con un asistente –a la de Getafe, ni tan siquiera acudió la concejal de Cultura-; la clave está, precisamente, en cuán por encima de esos prejuicios se encuentra Luis Alberto. Pero mucho más allá de estas acciones visibles y “oficiales”, su apoyo se ha plasmado en incontables prólogos, en la presencia en innumerables actos, y sobre todo, en horas de conversación sobre placeres comunes con escritores y críticos que, como yo, hemos encontrado en sus palabras y sus gustos ese espejo reafirmante de los nuestros del que más arriba escribía. En una ocasión, pasamos largo rato ante un café charlando sobre la obra de Robert Silverberg, seguramente el mejor escritor de ciencia ficción que usted, que me está leyendo, no conoce. Por sus temáticas demasiado obviamente “de género”, la obra de Silverberg, un prosista excelente dotado de una imaginación portentosa, ha pasado inadvertida a casi cualquiera: las portadas chillonas y las ediciones baratas han hecho el resto en su contra para el lector medio español. Pero Luis Alberto le sigue, compartió con nosotros su decepción por el trabajo más reciente del escritor neoyorquino, y evocó las magníficas páginas que escribiera en los sesenta y los setenta. Todo esto, en el fondo, es demasiado personal. Porque tal vez debería extenderme más en su labor editora y creativa. Los excelentes trabajos de recuperación de clásicos como los Cuentos Jeroglíficos de Walpole, El diablo enamorado de Cazotte, o los relatos Villiers de l’Isle-Adam; las reflexiones capitales plasmadas en El héroe y sus máscaras y Baldosas amarillas, entroncando la tradición fantástica mundial con la obra especializada contemporánea; o las piezas que salpican sus poemarios tocando, como si tal cosa, el universo de Star Wars o el de los Mitos de Cthulhu.

La única conclusión posible es que hablamos de un imprescindible, por supuesto, también para nuestra parcela. Ojalá se convierta igualmente en un ejemplo. Sobre todo, de que la literatura es antes que nada placer y disfrute, sueños y vitalidad, nunca un pedestal sobre el que alzarse para prejuzgar a lo no convencional, lo sorprendente, lo distinto.

Julián Díez (1968) es periodista y trabaja actualmente en el diario económico Cinco Días, además de colaborar con medios como El País o XLSemanal. En el campo de la literatura ciencia ficción, dirigió la revista Gilgamesh durante siete años 1994-2001-, y co-seleccionó las antologías Artifex durante ocho -1998-2006, además de crear en 1992 las antologías Visiones y coordinar varios libros como ensayista y antólogo. Mantiene en la actualidad la web Literatura Prospectiva. Está casado, tiene una hija y vive a caballo entre Getafe y la comarca abulense de la Alta Moraña.

La prueba del tiempo Luis García Jambrina

uis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) es uno de los poetas más representativos de las últimas décadas. Su trayectoria resulta paradigmática en cuanto a la evolución seguida por la poesía española en los años ochenta, y su influencia en muchos autores posteriores ha sido, sin duda, considerable; según Carlos Marzal, es el autor «que desata un evidente cambio de rumbo en la poesía española que se escribe mayoritariamente desde 1983 u 84». De ahí la importancia de una edición como la de Poesía 1979-1996, en una colección tan emblemática y consagradora como Letras Hispánicas (Cátedra, Madrid, 2006), rigurosamente preparada por Juan José Lanz. En ella se recogen, íntegramente, las versiones últimas de los cuatro libros fundamentales del autor, esos que constituyen el núcleo o ciclo central de su obra, esto es: La caja de plata (1985), El otro sueño (1987), El hacha y la rosa (1993) y Por fuertes y fronteras (1996). De Cuenca se había dado a conocer en la antología colectiva Espejo del amor y de la muerte (1971), al cuidado de Antonio Prieto. Ese mismo año publica su primer libro, Los retratos, y, al siguiente, Elsinore. En esta primera etapa, su poesía conecta claramente con la vertiente más culturalista de su generación, la del 68 o de los novísimos. Tras un período de silencio, aparece Scholia (1978), donde ya se apuntan algunos de los ras-

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gos de su futura poética, por lo que bien puede considerarse un libro de transición. Esto hace que, en su trayectoria, no pueda hablarse de ruptura con la escritura anterior, sino de evolución dentro de una cierta continuidad. El cuadernillo ecrofilia (1983) supondrá luego el primer arranque o manifestación de su nueva estética, que cuajará, de forma definitiva, en La caja de plata (1985), compuesto por poemas escritos entre 1979 y 1983. Se trata, según ha visto Juan José Lanz, del paso de una estética nocturnal a otra diurnal, de la oscuridad a la claridad expositiva, la narratividad y el registro coloquial, de las formas y estructuras abiertas a las cerradas y ordenadas, de los escenarios cultos a los ámbitos urbanos, junto a otros rasgos, como el laconismo epigramático, el hiperrealismo, la ironía o la elevación de lo anecdótico a categoría mítica y su reverso, la encarnación del mito en la cotidianidad. De todo ello es bien sintomático el título de la tercera sección del libro: «La brisa de la calle». Pero la visión del mundo subyacente (la constatación de la escisión o disolución del sujeto moderno, la añoranza de un orden perdido…) sigue siendo básicamente la misma, lo que cambia es la óptica o la perspectiva, como fruto -entendemos- de la madurez y del paso del tiempo. El resultado es un poemario que abre caminos nuevos en la poesía finisecular. No es de extrañar, por tanto, que La caja de plata fuera galardonado con el Premio de la Crítica y acabara convirtiéndose en un «acontecimiento literario» y en un hito en la poesía de los ochenta. Como muy bien dice su autor, El otro sueño es un libro «gemelo» del anterior; con él comparte numerosos aspectos, personajes y referencias, lo que contribuye a consolidar su poética. El otro sueño, nos dice Lanz en su Introducción, «es aquel que sueña imponer un orden, aunque sea onírico, al caos de la existencia, vivida como sueño». El hacha y la rosa es una obra más heterogénea; ya desde el título, presenta una estructura dual y dialéctica, como reflejo de una realidad escindida que el sujeto poético no consigue reintegrar, lo que explica su escepticismo y su tono melancólico. Por fuertes y fronteras es, de nuevo, un libro muy orgánico, con un claro desarrollo narrativo -estamos ante un «recorrido espiritual»- y una estructura circular, presidida por una mirada desengañada y elegíaca. En la primera parte de su extensa y documentada Introducción, Juan José Lanz pasa revista a los cambios operados en la estética del autor, a través del estudio de sus declaraciones y poéticas, algo que, en este caso, tiene gran interés, puesto que nos encontramos ante uno de los poetas más lúcidos y conscientes de su generación; de hecho, algunas de sus formulaciones como la de poesía de «línea clara»- han servido para caracterizar no sólo su propia obra, sino también algunas corrientes posteriores, que tienen a Luis Alberto de Cuenca como uno de sus principales referentes. Pero el grueso de su trabajo -que se completa con las abundantes notas a los textos- lo dedica a analizar de forma minuciosa e interpretar en toda su complejidad los cuatro libros aquí editados, poniendo de relieve no sólo su importancia histórica y su valor estético, sino también 41

su vigencia y su profunda dimensión ética. He aquí, pues, una edición modélica de cuatro libros que ya han superado la primera prueba del tiempo. Luis García Jambrina (Zamora, 1960) es Profesor Titular de Literatura Española en la Universidad de Salamanca. Es Doctor en Filología Hispánica y Experto en Guión de Ficción para Televisión y Cine. Ha publicado numerosos artículos y varios libros de ensayo sobre literatura y preparado antologías y ediciones de grandes poetas españoles. Entre otros, ha recibido el Premio Fray Luis de León de Ensayo en 1999. Es crítico de poesía del suplemento ABCD las Artes y las Letras. Es autor de los libros de relatos Oposiciones a la Morgue y otros ajustes de cuentas (1995) y Muertos S.A. (2005). Sus cuentos han sido traducidos a varias lenguas y figuran en diversas antologías. Acaba de publicar, con gran éxito de público y crítica, su primera novela, El manuscrito de piedra (Alfaguara, 2008), protagonizada por Fernando de Rojas, el autor de La Celestina, y situada en Salamanca a finales del siglo XV. De esta novela han aparecido ya cuatro ediciones, y ha sido finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León.

Luis Alberto de Cuenca disfrazado de Humphrey Bogart busca a la princesa Leia entre Serrano y Velázquez Miguel Losada

oesía y Cine tienen en común el poder contrastado de sus imágenes -aunque la imagen cinematográfica no venga a ser igual que la imagen poética-. A pesar de ello, en España no se produce un punto de inflexión relevante entre ambos lenguajes hasta la llegada de las vanguardias, especialmente en torno a las tácticas surrealistas y su fijación por el mundo de lo onírico. Algunos de los poetas del 27, como Cernuda, Lorca o Alberti mostraron en su obra la atracción por los héroes y los modos cinematográficos del momento. Luego aquel interés decrecería hasta que los jóvenes poetas surgidos en torno a las convulsiones del 68 y los primeros años setenta recuperan el interés por el séptimo arte junto al gusto por el cómic y la música pop. Desde los primeros libros de línea culturalista hasta su posterior poesía más figurativa y cercana al mundo de lo cotidiano, podemos rastrear a lo largo de toda la obra poética de Luis Alberto de Cuenca una íntima e intensa relación con el mundo de la pantalla, más evidente en lo temático o en la referencia de algunos de los grandes nombres del cine pero muy interesante también a nivel de lenguaje, en la manera de construir algunos de sus poemas. Ya en un poema de “Elsinore” -1972-, el título, “La chica de las mil caras” podría recordar el título de la película “El hom-

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bre de las mil caras” que hizo célebre a Lon Chaney. Dedicado a una chica “que es todas las mujeres”, y en el que junto a Clodoveo, Ovidio, Lope o Stevenson, aparecen las actrices Mae West y Miriam Hopkins junto a las ninfas de las fuentes y los elfos. En otros poemas de este libro, el pecho de la muchacha evocada es “una película de Flash Gordon” mientras que “la muchacha velada se parecía demasiado a Judy Garland”. Sin duda son referentes que están en línea con el aire culturalista, más o menos pop, de la época, juntando los elementos de la cultura popular con los de la alta cultura. Habría que destacar la utilización de algunos recursos tan cinematográficos como el mostrar dos acciones a la vez, en paralelo. Así, en el poema “Cataluña”, mientras se cuenta como los almogávares entran en Atenas, el protagonista, en su imaginación, consuma su venganza en un improbable presente. Otras veces, el cine, las películas, son un referente de lo cotidiano, el lugar del encuentro. Ir al cine, estar en el cine, forma parte del hecho poético: “invítame los miércoles al cine”, “he visto una película”, “nos besamos como en las pantallas”. Incluso hay un poema que lleva por título “la película”, un extraño “collage” en el que se mezclan William Beckford, Jan Potocki, Villamediana, “el umbral de una casa de Córdoba”, “una tarde en La Granja”, la amistad, los piratas y los primos del personaje al que se evoca en el poema a modo de película. Es como si pasaran ante nosotros los recuerdos de una vida captados con esa precisión fotográfica, casi automática, que constituye la esencia del cinematógrafo. Considerando que para el autor la conciencia de género es muy importante no resultará extraño que en “La caja de plata” 1985-, agrupe una sección entera del libro bajo el epígrafe “Serie negra”. Aquí, el motor de todos los poemas es siempre una mujer - una mujer que suele estar al fondo del espejo-. Una mujer, “deseada”, “brillante”, “loca”, “peligrosa”, con frecuencia “casada”, que incluso puede estar ya “muerta” como indican los títulos de los poemas. Nos encontramos ante la “femme fatal” de la novela y el cine negros, que podría adquirir los rasgos de la Gloria Grahame de “Los sobornados”, la Barbara Stanwick de “Perdición”, la Lauren Bacall de “El sueño eterno” o la Rita Hayworth de “Gilda”. Incorporando con acierto la iconografía de este tipo de películas. Desde la gestualidad de los personajes, ella “dobló la gabardina sobre el brazo”, “se echó el pelo hacia atrás”... “y su mirada se cruzó con la mía”; hasta el fetichismo de la ropa interior o de los zapatos, el se quedó “acariciando tembloroso su ropa interior verde”. Todo contribuye a producir en el lector una inmediatez cubierta de cierto misterio. Nunca se dicen los nombres de los personajes que sólo se nos muestran a través de sus actos y de sus consecuencias. Su mayor acierto está en el poder de sugerencia, ofreciéndonos toda una historia -el equivalente a una película o una novela- en muy pocos versos. Pero junto a esa historia y esos personajes está la manera de contarla. Por ejemplo, en el poema “brillante”, él está afeitándose, y al fondo del espejo puede ver a la mujer que la hace decir “anoche estuve a punto de violarla”. No es tanto la escena, evidentemente pro-

pia de la novela negra, como la forma de mostrarla, totalmente cinematográfica. Al leer el poema visualizamos inmediatamente la escena que nos conduce al referente de la pantalla. Por contra, en el personaje masculino podemos ver un trasunto del anti-héroe del cine negro, el hombre de vuelta de todo pero que intuimos tiene conciencia de unos valores éticos, aunque estos se hayan deteriorado. Quizás no fuese aventurado señalar que, de alguna manera, estos personajes y ambientes podrían entroncar con los aires más canallas de la poesía modernista, sobre todo con la de Manuel Machado, tan apreciado por el autor, al que dedica un poema en el que precisamente confiesa su amor por las películas de Howard Hawks o los guiones de Dashiell Hammett, mientras le asaltan “los fantasmas de la erudición”. Ese interés por que la poesía salga de su propia iconografía, por re-escribir los mitos, hace que en su obra no encontremos una línea separadora entre los grandes nombres de la cultura universal y los héroes del cómic o del cine. “¿Qué haría yo sin mis tebeos?”se plantea el autor. El Príncipe Valiente, Popeye, Flash Gordon, Dick Tracy, Spiderman, aparecen con igual nivel, con la misma proximidad, que los grandes mitos de la tragedia griega. En el poema “Noche de ronda” se plantea hablar a sus ligues de libros y de viejas películas, y “amargarles la vida con Shakespeare y con Griffith”, uniendo así el nombre del gran escritor inglés con el de un director de cine también genial. Es curioso que todos estos referentes cinematográficos pertenezcan solamente al cine norteamericano -conocida es la feroz polémica que en los años sesenta enfrentó a la crítica especializada entre el cine europeo y el americano- pero más sintomático resulta que los dos directores más destacados sean nombres en apariencia tan distintos como Howard Hawks y Paul Schrader, ya que mientras los héroes del primero pertenecen básicamente al cine de acción y a la comedia más enloquecida, los protagonistas del segundo son seres atormentados por unos estrictos códigos éticos, enfrentados a una sociedad falta de valores morales como el obsesivo Robert de Niro de “Taxi Driver” -guión de Schrader- o el Richard Gere de “American Gigolo” que representa una inversión de los códigos morales desde una disolución del orden establecido. En esta línea no resulta extraña la atracción de Schrader por “Mishima” o por el mundo de la droga en “Aflicción”. Seres de una extraña pureza a pesar de su condición de “outsiders”. ¿Por qué Luis Alberto de Cuenca se muestra atraído por dos directores en apariencia tan distintos? Es esta aparente contradicción la que nos podría suministrar algunas claves para entender mejor aquella parte de su obra a veces más incomprendida. Sin duda es fácil reconocer en su poesía el tono vital y claro del mundo de Hawks, pero si nos detuviésemos en poemas como “el crucifijo de los invasores” encontraríamos algunos lazos con el de Schrader. En versos como “y convertí el secreto en alegría/ y la sabiduría del dolor/ se hizo amor en las llagas de mi cuerpo”, se nos muestra el viaje hacia la sombra, la revelación del dolor, alejado de una

ironía que quizás sólo sea una capa protectora contra la desidia del mundo. Sin duda la poesía de Luis Alberto de Cuenca no se reduce a una sola lectura. La suya es una obra que busca descubrir el mundo como representación, atrapar lo que subyace debajo de las máscaras. Una obra que permanecerá en nuestra literatura “más allá de fuertes y fronteras”. Miguel Losada Estudia Filología Francesa en la Sorbona de París y la UNAM de México. Licenciado en Fil. Hispánica por la Complutense de Madrid con una tesis doctoral sobre las vanguardias históricas. Desde hace quince años coordina el ciclo “Los Viernes de la Cacharrería” en el Ateneo de Madrid, programa por el que han pasado más de doscientos poetas, reunidos en los libros “La voz y la escritura” I y II. Cursos Universitarios, Congresos, Conferencias, jurados de cine y poesía, entre ellos algún Festival Internacional, colaboraciones en revistas de dentro y fuera de España, etc., etc. Libros de poesía: Los campos de la noche, El bosque azul y aparece en antologías como Millenium, Poesía Ultimísima, Aldea poética, uevas voces en la poesía española, Doce más uno, etc. Como actor ha representado obras de Lorca, Jardiel Poncela, Valle Inclán, Samuel Becket, T, Williams o Strindberg.

Luis Alberto de Cuenca: Cultura y Vida Francisco Juan Rodríguez Oquendo

. S. Eliot mezcla ajos y zafiros en un poema, la palabra coloquial y el término de tradición poética. Se trata de un ejemplo de la permeabilidad de los géneros literarios, fenómeno característico del siglo anterior en el que, como ya nos enseñara el maestro Bousoño, la poesía aprende prosaísmo y la prosa se contamina de lirismo. Nos hallamos una vez más ante la innovación del lenguaje literario, intentando, en frase de Mallarmé, “darle un sentido más puro a las palabras de la tribu”o de ir, como quiere Barthes, a “la búsqueda del sentido inalienable de las cosas”. En nuestra literatura, la trayectoria puede rastrearse en el primer tercio del siglo XX -Salinas introduce “teléfono” y “pitillera” en sus poemas, Vallejo habla de dolor en la carnicería-, más tarde los llamados poetas sociales enfatizan la retórica prosaica, ocasionando la reacción de la llamada “generación de los 60” (Gil de Biedma, Rodríguez, Brines, Caballero Bonald…) y, sobre todo, de los poetas novísimos, quienes, en nombre de una estética rupturista que considera ante todo la autonomía del poema (Castellet dixit), postulan un canon eminentemente culturalista en el que, sin embargo, el ruido de la

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vida se hace presente a través de la utilización de los mass media: cine, comics, canciones populares…, que ejercen una fuerte influencia sobre su poesía y la de autores posteriores, ya sean continuadores o disidentes de ese canon. Luis Alberto de Cuenca, postnovísimo o novísimo de 2ª generación, si se prefiere, ha sido consciente de ese culturalismo que, con matices importantes, atraviesa toda su trayectoria poética: “No nos apetecía escribir nada que no tuviera unos orígenes culturales librescos”, ha declarado a manera de palinodia. Naturalmente, este tributo a la postmodernidad es más patente en sus dos primeros libros Elsinore (l972) y Scholia (1978), donde las referencias librescas se mezclan con los mitos mediáticos:

De esta forma se consigue que el yo poético se funda sin estridencias con la vida, y que la literatura -tan importante como la propia vivencia- sea sustancia de ese itinerario vital; así, en el poema “Endecasílabos” de Sin miedo ni esperanza (2oo2), tras una larga enumeración de tono borgesiano, nos recuerda que esos versos, frutos de sus experiencias: “Me han hecho compañía tantos años que no puedo vivir sin su consuelo.”

“Antes leíamos novelas bizantinas, escuchábamos discos, (...) Pero las ninfas de las fuentes, los elfos, los dragones, Mae West y Miriam Hopkins compensaban la pérdida. Hacer versos, nadar, dar de comer a un pájaro, ejercer de sportwoman como Diana Palmer.”

También la composición de la lírica tradicional “No me las enseñes más”, ilustra una descripción de una parte de la anatomía de la amada; literatura y vida por doquier (“y era el Santo Grial una simple metáfora/ de tu cuerpo divino.”), porque “Cuando a uno lo invaden las luces y las sombras/del Quijote, no hay duda de que hay vida allí dentro”. Luis Alberto de Cuenca logra así una poesía elegante, vitalista y culta, rigurosa, sentimental sin estridencias, autoparódica y nostálgica, a veces; lejos de los excesos culturalistas de su primera etapa, poesía que logra acercarse al ideal de ese autor que, con palabras de Cortázar, “todo lo quiso leer, todo lo quiso abrazar”.

(De “La chica de las mil caras”, En Elsinore).

Francisco Juan Rodríguez Oquendo

“Pero su pecho es una flauta, un bebop de azucenas, un laberinto de marfil, una película de Flash Gordon.” (De” L.W.J.”, en Elsinore). Los ejemplos pueden multiplicarse, léase, en fin, como ejemplo concluyente el poema “De y por Manuel Machado”, contenido en Scholia y donde estos versos, anticipan la síntesis de literatura y vida, ese ensamblaje tan logrado de sus libros posteriores:

(Madrid, 1952). Profesor titular de Literatura Española en la Facultad de Educación de la UCM. Director del Seminario de Postgrado de Novela y Teatro en la Universidad para Mayores de la UCM. Ha impartido cursos y conferencias sobre Literatura Española y Europea. Entre sus líneas de investigación destacan la literatura medieval y la contemporánea. Principales publicaciones: Edición de la Danza General de la Muerte (Indec. Madrid, 1982), Una tarde lenta. Antología de relatos de Francisco García Pavón (Edhasa. Barcelona, 1991), Madrid para escolares. El barrio del parnaso (Universidad Complutense de Madrid, 1991.Premio de Investigación Pablo Montesino, 1990), coordinador del libro Estudios de Filología y su didáctica II (Publicaciones Pablo Montesino. Madrid, 1993), edición de El rayo de Pedro Muñoz Seca y Juan López uñez (Ayuntamiento de Navas de San Juan. Jaén, 2000).

“Mientras me asaltan todos estos fantasmas eruditos, los automóviles siguen murmurando a mi alrededor.” Poesía de Luis Alberto de Cuenca A partir de La caja de plata (1985), según indica García Posada, su poética experimenta una rectificación. Es cierto que no se abandonan las referencias culturales: de espectro muy amplio, pues abarcan el cine -véase la sección “Carteles de cine”, de La vida en llamas (2006)-, las soleares, el ubi sunt?, el haiku, los tebeos o la utilización del eneasílabo y el soneto alejandrino, metros preferidos de los modernistas, pero ahora todas ellas coexisten con una aparente sencillez, lograda fundamentalmente por el humor, la narratividad (algunos de sus poemas son microrrelatos de serie negra) y una cierta angustia glamourosa, de buen tono, en la que no está ausente la metrópolis madrileña. 44

Santos Domínguez Ramos eguir la evolución de la poesía de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) es hacer un recorrido por la poesía española desde los años setenta para comprobar la influencia que su obra ha ejercido en muchos autores. En efecto, el cambio de rumbo que se produce en los años ochenta en la poesía española tiene su mapa en La caja de plata (1985) y su hoja de ruta en El otro sueño (1987), El hacha y la rosa (1993) y Por fuertes y fronteras (1996).

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Las versiones últimas de esos cuatro libros centrales en la trayectoria de su autor son las que se recogen en el volumen Poesía 1979-1996 que publicó en 2006 Cátedra Letras Hispánicas, en una edición muy rigurosa realizada por Juan José Lanz. Las mañanas triunfantes es el título de una de las secciones de El otro sueño. Un título que orienta sobre el sentido del cambio estético que se había producido en La caja de plata, que se publicaba en 1985 y reunía poemas escritos entre 1979 y 1983. Con La caja de plata se abría el balcón a la brisa de la calle y se trazaba un camino por el que transcurre no sólo un itinerario personal, sino el rumbo de la mejor poesía que se escribiría en esos años. Se pasaba así, como indica Lanz, de una estética nocturna a otra diurna, de lo oscuro a lo claro. O, como decía Felipe Benítez Reyes, se empezaba a hablar en plata, a hacer compatible cultura y claridad en esa línea clara que procede de la terminología del cómic y que se convirtió en una seña de identidad de la poesía de Luis Alberto de Cuenca hasta el punto de que ese, Linea chiara, es el título de la edición italiana de su poesía que se publicó en Bari en 1995. Entre La caja de plata y Por fuertes y fronteras transcurre esta etapa central en la que se funden cultura y vida, comunicación y conocimiento, lenguaje poético y lenguaje cotidiano para dar lugar a una poesía figurativa que tiene sus referencias temáticas en asuntos como el amor, la memoria o la amistad, su marco espacial en los ambientes urbanos y sus modelos formales en la narratividad y el hiperrealismo. Realidad y deseo, memoria y presente, lenguaje coloquial y alusiones cultas, vida y arte, experiencia y literatura dan las claves de una poética de la fusión que se canaliza en un cambio de tono y de sujeto poético, en el paso del culturalismo a una desenvoltura mundana compatible con el clasicismo. Fusiones que integran en una síntesis enriquecedora los tebeos y la poesía helenística, a Euforión de Calcis y a Tintín, el jazz y la canción de gesta, y a Guillermo de Aquitania con Gerard de Nerval. La distancia y la ironía son las claves de un cambio que Masoliver definió certeramente como un egocidio. Como consecuencia de esa actitud egocida, el personaje interpuesto sustituye al yo autobiográfico o confesional y el sujeto lírico del poema es una voz doliente a veces, otras canalla, casi siempre melancólica y elegiaca. La gravedad del tono se intensifica en el libro que cierra el ciclo. Tras El hacha y la rosa, que es el exponente máximo de

estas claves literarias, Por fuertes y fronteras es un libro cuya estructura narrativa, sometida a un hilo argumental y a un tiempo unitario, transcurre en una jornada, entre el canto del gallo y la puesta de sol y narra una experiencia de crisis. La angustia y el desengaño son los motores de una búsqueda interior, de un itinerario ascético de depuración espiritual y estilística, de anclajes vitales e integración fructífera de literatura y vida en un brindis vitalista en el que se funden pasado, presente y futuro, melancolía y optimismo, humor y seriedad. Y así, con la convicción de que la nostalgia es un burdo pasatiempo, el poeta levanta su copa en ese brindis final: ¡Larga vida al fantasma del recuerdo! Luis Alberto de Cuenca. Poesía 1979-1996. Edición de Juan José Lanz. Cátedra. Madrid, 2006. Santos Domínguez Ramos (Cáceres, 1955). Catedrático de Lengua y Literatura. Crítico y poeta. Su obra poética figura en varias antologías nacionales e internacionales, la más reciente aparecida en Francia en 2008: Inuits dans la jungle. 25 poètes d’Espagne. Es autor de los siguientes libros de poesía: Pórtico de la Memoria. Colección Alcazaba. Badajoz, 1994; La orilla del invierno. Colección Almenara. Cáceres, 1996; Cuaderno de Abul Qasim. Colección Alcazaba. Badajoz, 2001; Tres retratos del frío. Tomelloso, 2004; Díptico del Infierno. Nava de la Asunción, 2005; Las provincias del frío. Algaida. Madrid, 2006; En un bosque extranjero. Aguaclara. Alicante, 2006; Las sílabas del tiempo ausicáa. Murcia, 2007; La flor de las cenizas. Fundación Kutxa. San Sebastián, 2007. Parte de su obra poética ha sido traducida al francés, inglés e italiano. Ha sido durante seis años director del Aula literaria Jose Mª Valverde, de la que fue también fundador, y desde 1997 dirige un Taller literario de poesía y relato corto. En 2006 fue becado como escritor invitado en la Universidad de Extremadura, en donde impartió cursos de verano y talleres de escritura. Como crítico, dirige la revista Encuentros de lecturas y lectores (http://encuentrosconlasletras.blogspot.com).

Alta y baja cultura en Luis Alberto de Cuenca: el mundo del cómic Vicente Luis Mora Imágenes, imágenes, imágenes. L. A. de Cuenca

uis Alberto de Cuenca ocupa un lugar singular en la poesía española, que seguramente es en realidad la suma de dos lugares: es el poeta donde el culturalismo ha encontrado su punto más álgido, con referencias más rebuscadas y eruditas, y es también y al mismo tiempo el poeta donde la cultura po-

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pular ha encontrado asiento un asiento más pertinente. En sus textos, sin solución de continuidad, podemos encontrar citados a Gilgamesh y a Judy Garland; al Porfirogéneta y a las novias reales del vate, a los héroes homéricos y a los televisivos. No es casual que, ya en uno de sus primeros libros, Elsinore (1970), aparezca la referencia al mismo icono popular que usara en sus pinturas Salvador Dalí o que apareciera en la portada del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967) de los Beatles: Mae West. El latín y el latón, los candiles y las candilejas, los eones y los neones se ayuntan en una poesía libérrima, promiscua, que a su manera intenta no dejar fuera ninguna de las referencias caras para el autor y considerados por este como imprescindibles. De Cuenca es un autor forjado en el mito. De hecho, en 1976 publica su ensayo ecesidad del mito, donde repasa la historia mítica desde el Gilgamesh hasta la mitología marxista, intentando leer el continuo mítico. En algún lugar ha dicho que “son absurdos e inútiles los esfuerzos de la razón por eliminar el mito, entre otras cosas porque el mito está en la base de las especulaciones de la razón y porque la razón pura y dura, sin el hálito vital que le transfiere el mito, es completamente estéril”1. Este gran conocedor de los mitos grecolatinos (no en vano fue traductor de La metamorfosis de Ovidio, por ejemplo), ha intentado rejuvenecer a los mitos clásicos, tratándolos como si fueran personajes actuales (algo en lo que ha coincidido con poetas de edad similar, como Pedro J. de la Peña o Pedro Rodríguez Pacheco). Si es cierto que el mito es una metahistoria y una pregunta constante por la actualidad de sus tipologías2, no cabe duda de que de Cuenca es de los autores que más se han ocupado en la poesía española contemporánea de actualizarlos: en “Nausícaa” (incluido en El hacha y la rosa, 1993), presenta al personaje homérico en un ambiente que podría responder por igual a una corte del Mediterráneo antiguo o a una cachupinada en una playa gaditana de hogaño. En “Helena: palinodia”, la representación de Paris es la que sigue: “no te fuiste / precipitadamente de la fiesta / de nuestro aniversario, con los ojos / clavados en el bulto que emergía / de entre sus piernas, y con las narices / saturadas de droga”3. Quizá en esta desacralización del mito, en esta despoblación de sus resonancias de alta cultura4, encontremos uno de los mecanismos de opo46

sición más hábil planteados por de Cuenca a la hora de distanciarse del férreo y alto culturalismo de los novísimos, la promoción poética anterior en cuyos límites emergió de Cuenca para luego distanciarse. Dentro de esas interesantes mixturas altibajo-culturales de L.A. de Cuenca, una de las más significativas sea, quizá, la que el autor tiene con los cómics. Gran lector y reseñista del género, ha luchado durante años por revalorar el cómic y situarlo en el lugar que, a su juicio, le corresponde. En numerosos artículos se ha referido al tebeo como un arte a la altura de la literatura o el cine (siendo director de la Biblioteca Nacional española organizó, en 1997, una exposición titulada Cómic, el noveno arte), o como otra forma de hacer literatura: Las relaciones entre literatura y cómic han sido ejemplares desde el principio. Entre otras razones, porque los cómics son, también, literatura sin dejar de ser arte. Literatura en imágenes, “arte secuencial” (como la definiera el maestro Will Eisner), la historieta aspira, como su propio nombre indica, a contar una historia, aunque sea pequeña, de la misma manera que el cine comme il faut, o sea, el norteamericano, ha aspirado siempre a contar historias y no a lanzar mensajes subliminales y tediosos a los “intelectuales” de turno.5 También en Elsinore aparece su primera mención al cómic y a los superhéroes, en concreto a Flash Gordon6; en el mismo poemario se referirá más adelante a Roberto Alcázar, el detective español de tebeo. En La caja de plata (1985) podemos leer en “Isabel” que en la casa de una suicida “sigue abierto un tebeo de Conan por la página / en que matan a Bélit, y otro de Gwendoline / con manchas de carmín en las dulces heridas”7. En el siguiente libro, El otro sueño (1987), regresa a Conan para dedicarle un poema a “Sonja la roja”, rival del héroe nórdico que entre 1970 y 1993 protagonizara una de las series de héroes más populares de la Marvel, a manos de Roy Thomas y Barry Smith. En su poemario Sin miedo ni esperanza (2002), corona su canto de amor al género: TEBEOS Los Karzenjammer Kids, Popeye, Blondie, Little Nemo, Flash Gordon y Li’l Abner, Mandrake, Daredevil y Prince Valiant, Dick Tracy, Spiderman y Silver Surfer, los Vengadores y esa Cosa tierna y acorazada de ojos azulísimos (me refiero a Ben Grimm), sin olvidar una novela gráfica del Ivanhoe de Scott, ¿qué haría sin vosotros? ¿Buscaría el amor?, ¿pelearía con una espada por un territorio?, ¿marcaría ganado en las praderas infinitas del Middle West?, ¿navegaría bajo las estrellas con una Jolly Roger ondeando en el palo mayor de mi navío?... ¿Qué haría yo sin mis tebeos?8

En la mayoría de las menciones, Luis Alberto de Cuenca deja caer a que parte de estas lecturas de cómic, como por ejemplo las de Little Nemo, son parte de su infancia, quizá la parte de su infancia que con más agrado recuerda. Y esta incardinación de lo infantil en la edad adulta es una constante, en realidad, de la lectura de cómics. A este respecto ha escrito Eloy Fernández Porta que “de ahí la paradoja del cómic para adultos, cuya lectura suele estar basada en una compleja serie de saltos desde una posición de crítica cultural hasta otra de goce infantil, y de ahí a ocasionales asunciones masoquistas: es una posición inevitable que no todos los lectores llegan a entender”9. En Luis Alberto de Cuenca ese salto se ha producido de una manera feliz, engastando la piedra preciosa del cómic infantil con las del cómic adulto dentro del collar mayor de la cultura, entendida de un modo posmoderno, sin separar alta y baja cultura. En ese proceso, luego generalizado, Luis Alberto de Cuenca es un precursor en la poesía española de finales del XX, y sería mezquino o grosero no reconocerlo.

Foto publicada en el Blog Mis Libros, de Rubén Castillo, el 12 de diciembre de 2008

otas del artículo: 1.- L. A. de Cuenca, “Mito y poesía: alrededor de La Odisea”, conferencia pronunciada en Bilbao, 17/04/2000, accesible en 2.- “El modo en que actúa el mito, se actualiza, es a través del rito. Es la repetición continuada que lo hace presente. Es el modo como el mito irrumpe en la historia desde otro tiempo, intemporal, el de la metahistoria. Cada época tiene su propia manera de oficiar esos ritos hermenéuticos en los que la tradición se hace presente, en que somos tradición de nosotros mismos. Para ello tiene una llave, y ésa es siempre la pregunta: ¿Qué tiene esto que ver con nosotros hoy?”; José Luis Molinuevo, Humanismo y nuevas tecnologías; Alianza, Madrid, 2004, p. 21. 3.- L. A. de Cuenca, “Helena: palinodia”, El hacha y la rosa; Renacimiento, Sevilla, 1993, p. 71. 4.- Cf. T. Malagrida, “Despoblar el mito”, Ré-Gaceta de creación nietzscheana, nº 3. 5.- L. A. de Cuenca, “Cómics y literatura”, 6.- “Pero su pecho es una flauta, un be bop de azucenas, un laberinto de marfil, una película de Flash Gordon”; L. A. de Cuenca, “L.W.J.”, Poesía 19701989; Renacimiento, Sevilla, 1990, p. 32. 7.- L. A. de Cuenca, “Isabel”, Poesía 1970-1989; op. cit., p. 136. 8.- L. A. de Cuenca, Sin miedo ni esperanza; Visor, Madrid, 2002, p. 19. 9.- Eloy Fernández Porta, Homo sampler. Tiempo y consumo en la Era Afterpop; Anagrama, Barcelona, 2008, p. 172.

Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970) Es escritor, gestor cultural y crítico literario. En la actualidad dirige el Centro del Instituto Cervantes en Albuquerque (New Mexico, USA). Sus últimos libros son la novela Circular 07. Las afueras (Berenice, 2007), el poemario Construcción (Pre-Textos, 2005) yel ensayo Pasadizos. Espacios simbólicos entre arte y literatura (I Premio Málaga de Ensayo, Páginas de Espuma, 2008). Este año aparecerá el libro de poemas Tiempo (Pre-Textos). Su trabajo de crítica cultural puede encontrarse en: http://vicenteluismora.blogspot.com.

Caricatura de Luis Alberto de Cuenca, publicada en el periódico El Mundo, de España, ilustrando el trabajo de Fernando Sánchez Dragó (publicado aquí y reproducido en ese diario el 10 de junio de 2009.

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Otros intelectuales OPIA sobre LUIS ALBERTO de Cuenca

La lógica del nómada Agustín Fernández Mallo

o que a mi modo de ver define el grueso de obra poética y ensayística de Luis Alberto de Cuenca es la errancia; en su caso, trasunto de su personalidad. Desde sus inicios, los que en aquella época éramos adolescentes, percibíamos en sus versos algo que no sabíamos nombrar, aquello que se llamó transculturalismo, y que para mí continúa siendo un nomadismo estético que, en el caso de Cuenca, te conduce sin brusquedad de estancia en estancia, aún cuando en apariencia fueran estancas. Ausencia de brusquedad, no obstante radical en su nomadismo estético, circular, profundo y juguetón, lo que lo aleja de la poesía moderna, esa que siempre anda a la caza de raíces profundas y teleologías. Cuenca fue uno de los primeros poetas en construir un estilo posmodernista en la poesía española. Eso es algo que le debemos. Visión, actitud. El cine, el cómic, la música pop y los grandes clásicos literarios son sus fuentes, vertidas en el poema con una contundencia absolutamente sincera; no hay impostación; si acaso fatalismo: no podría escribir de otra forma. Su “línea clara” propone un paso por todos esos territorios a la luz del día, como si todos ellos fueran desiertos, mares en calma en los que de repente algo se embosca, se oscurece, y hay que bucear, bajar a alguna profundidad a rescatar sabe Dios qué incógnita, y regresar después a cielo abierto, de desierto en desierto, de línea clara en línea clara. Ese modo tan warholiano de manejar el camuflaje, la ironía y el paisaje sentimental. Esta errancia entre la baja y alta cultura, concretadas en la cultura de masas norteamericana y la cultura clásica europea, hábito tan del posmodernismo de los años 80, tiene una continuación en el actual posmodernismo tardío; lo prefigura. Las artes visuales, a fecha de hoy, vienen definidas por esa enrancia y nomadismo cultural. No es tanto bajar a las profundidades de un mismo, como saber integrar en uno mismo lo que la globalidad ofrece, a fin de autoinventarse. Recientemente, la Tate Britain, Londres, ha dedicado su Cuarta Trienal, titulada Altermodern, a lo que su curador, Nicolas Bourriaud, ha denominado altermodernidad: la posmodernidad clásica toca a su fin, y la posmodernidad tardía convoca fusiones de territorios planetarios y personales en cada obra. Artistas sin una identidad prefijada que absorben influencias de todos los estilos y todas las épocas. No hay raíces comunes. Cada cual inventa su raíz a partir de un territorio global, y además es

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cambiante. Salvando las distancias generacionales y temporales, de Cuenca creó así su identidad como escritor: no hay tiempo ni espacio que se le opongan, todo es reciclable, en todo hay algo digno no sólo de contar, sino -y aquí radica su importancia- de igualar. Homero se disfraza de Tintin para ir a comunicarle a Shakespeare que después de él aún hay vida. Y tanto que la hay. Cuenca es una singularidad, extrañeza a la que todo escritor debería aspirar. Eso, además de muy saludable, es uno los atributos de la inteligencia. Agustín Fernández Mallo (La Coruña, 1967) es licenciado en Ciencias Físicas. En el año 2000 acuña el término Poesía Pospoética —conexiones entre la literatura y las ciencias—, cuya propuesta ha quedado reflejada en los poemarios Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus (2001), Creta lateral Travelling (2004) y el poemarioperformance Joan Fontaine Odisea [mi deconstrucción] (2005). En 2007 fue galardonado con el Premio Ciudad de Burgos de Poesía por su libro Carne de Píxel. Su libro, Postpoesía, hacia un nuevo paradigma, ha sido finalista del Premio Anagrama de Ensayo 2009. En el 2006 publica su primera novela, ocilla Dream (traducida a varios idiomas), que fue seleccionada por la revista Quimera como la mejor novela del año y por El Cultural de El Mundo como una de las diez mejores. Crítica y público han coincidido en el deslumbramiento que está suponiendo este Proyecto Nocilla para las letras españolas, del que Nocilla Experience (elegida mejor libro del año por Miradas2, TVE y Premio Pop-Eye 2009 a la mejor novela del año, incluido en los Premios de La Música y La Creación Independiente) constituye la segunda entrega de la trilogía, y que concluirá con Nocilla Lab.

El hombre que se mira a los ojos y los ve extraños Alejandro Céspedes

l hombre que se mira a los ojos y los ve extraños. El que se agazapa dentro de mí mismo para intentar no verse. El que está fuera y busca al que está dentro.

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El que vive simultáneamente en las dos arenas opuestas del reloj. El sepulturero y el sepultado. El que vive, sin mí, su propia muerte pero al que sólo la mía ha de matar. El que se queda allí y el que camina mientras le da la espalda al que se queda y el que se escapa por el hueco que dejo detrás de cada paso. La distancia que se mete entre la vida y yo. Lo que me obliga a seguir siendo mi otro mismo. El que aprieta los nudos en mi espalda. El que deja de ser para volver a mí y no se encuentra. La ausencia que me colma. El extraño que vive en mí y no me necesita. Quien no os necesita. El que con una línea todo lo divide. El que con una línea lo une todo. La deuda del pasado. El fósil, la cáscara de un hombre, la de todos los hombres, el vacío que la nombra. Una piel de culebra abandonada. La culebra que araña contra el suelo su piel nueva. Soy sólo vida, espacio, espacio que me ignora. El que a fuerza de jugar consigo mismo ganó por fin el miedo a encontrarse o perderse. La única víctima del juego. Soy el que va a morirse con los ojos abiertos. Comentario: En el año 1984 encontré un libro que a pesar de su título, “Necrofilia”, me llenó de una extraña luz. Recorrí una y otra vez sus pasadizos. Su luminosidad se hizo reverso de mis sombras. Un poema, sobre todos los demás, empezó a rebotar entre los contraluces de mi cerebro: “Cómo te defiendes de mí”. Ese poema de Luis Alberto de Cuenca, significó para mí la revelación del concepto de distanciamiento, de otredad, que muchos años más tarde acabaría plasmando en “Hay un ciego bailando en el andén”. El que escribe trata siempre de abrir alguna puerta en el que lee, pero muy raras veces la puerta del lector gira en los mismos goznes que el poeta ha propuesto. Aunque la puerta, el hueco que se abre, siempre le pertenece a quien lo ha escrito. No sabía Luis Alberto de Cuenca que el hueco que mostraba ante mí su poema iba a dar al pasillo de mi propia extrañeza; al de mi extrañamiento. Ni que esa distancia que empieza a nacer desde la ausencia no importa de quien venga ni a quien vaya. El camino es camino aunque empiece y termine en uno mismo. Tampoco sabía Luis Alberto, a quien todavía no conocía, que había decidido iniciar mi libro “Hay un ciego bailando en el andén” reproduciendo íntegramente ese poema: “Cómo te defiendes de mí…” Al final, por razones que no vienen al caso, opté por una cita de Ricardo Reis: “Sea mi ser idéntico a sí mismo”, pero esos versos de Luis Alberto de Cuenca siguieron golpeándome. El libro al que pertenece el poema que se publica aquí vuelve sobre el mismo asunto del extrañamiento, tan enraizado en mí. En realidad el poema es un amasijo de versos desperdigados a lo largo de “Hay un ciego…” que viene a reconocer que aquel libro no estaba concluido y necesitaba un desarrollo posterior. Por eso cuando empecé a escribirlo decidí saldar esa antigua cuenta que tenía con Luis Alberto. Después de muchos años mi libro “Una piel de culebra”, ya casi

concluido, comienza con estos versos suyos: Cómo te defiendes de mí. Cómo resistes, desde la torre de la ausencia, agitando el pañuelo para siempre, sin forma ni color, humo tan sólo, aérea y rígida en tu nube, diciendo adiós al mundo y a mis brazos, muerta y levísima. Cómo te defiendes de mí. Cómo, al fin, me derrotas y me sepultas, también a mí, en la tumba sin flores del olvido, donde mis huesos no conozcan la senda de tu cobardía. Alejandro Céspedes (Gijón, España) es licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación por la Universidad de Oviedo. Desde 1985 reside en Madrid, donde ha desarrollado su actividad profesional como Gestor Cultural y Director de Espacios Escénicos. Como Director de Producción y Director de Escena ha realizado numerosos montajes de ópera y zarzuela. Ha sido colaborador literario del diario El Mundo, miembro fundador y del Consejo Editorial de la Revista Número de Víctimas; Responsable del Área de Poesía de la Revista “La Cultura de Madrid”, y colaborador de otras muchas publicaciones literarias hasta el año 2004. También ha sido asesor literario en la revisión de libretos de ópera y zarzuela. Miembro de la SGAE desde 1987, ha escrito letras de canciones para importantes músicos españoles. Autor de varios poemarios y plaquettes, su título más reciente es La escoria de los días (Madrid, 2009).

W J, un recuerdo Álvaro Muñoz Robledano Encontré el poema en Florilegium, antología de poesía última española -así rezaba el subtítulo- publicada por Espasa Calpe en 1982. Un libro que se convirtió en mito en nuestras manos, las de la gente de mi edad, para los que supuso el primer contacto con la poesía realmente contemporánea, la primera mirada al paisaje al que pretendíamos salir.) Ocurre a veces en el transcurso de una noche calurosa. Alguien abre los ojos y sabe que no logrará dormir de nuevo. Escucha su respiración y la circulación de su sangre. Siente algo en los ojos que no es dolor y que le ayuda a ver a través de la oscuridad imperfecta. Siente también la serosidad del sudor seco en

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la piel, la torsión de las articulaciones, la reverberación del último sonido de su sueño. Sale al balcón y enciende un cigarrillo. Su sabor es extraño, dulce y lento. Le cuesta reconocer su calle, más que por la luz dura de las farolas, casi opaca, como un resto inapropiado de un invierno que no recuerda, por la sinuosidad de la penumbra a su alrededor, su tacto de agua marina, cada uno de sus inexactos tonos. Nada piensa, salvo en como necesita el aire que no le falta, en el agridulce volumen abierto sobre la mesa del comedor y de cuya lectura nada recuerda. En el edificio frente a él, dos pisos por debajo del suyo, queda una ventana con la luz encendida. Desde su posición alcanza a ver un sofá destartalado y una bandeja en el suelo con restos de la cena. Entra en el recuadro una muchacha pelirroja, tenue, vestida tan sólo con una camisa, que coge de la bandeja un cigarrillo, lo enciende y responde a una llamada desde el interior con una risa como un trago de ron caliente. Al desaparecer del cuadro la muchacha, casi pueden verse las gotas de un perfume en el que están su tabaco, sus rodillas carnosas, una carpeta en la que guarda apuntes de derecho mercantil o postales recibidas desde el hemisferio Sur. Al desaparecer, la muchacha ha dejado también el bullicio lejano de la ciudad a esa hora: una conversación oculta e ininteligible, un coche que se detiene justo a la vuelta de la esquina, un cierre metálico que cae o es alzado, el despertador de quien ha de emprender viaje, la palabra Buñuel desde una radio que alguien ha olvidado encendida en un patio. Tras él, en el suelo de la cocina, brillan alfileres caídos de un costurero; del perchero de la entrada cuelga un bastón que ya estaba allí cuando entró a vivir en la casa; en un cajón permanece el tebeo que lee todas las noches en secreto. Falta mucho para el amanecer. Hay un poema que tiene razón: el pecho de una muchacha es un be-bop, una película de Flash Gordon. La muchacha puede ser tres letras que no la nombran, y tal vez esa casa a oscuras. (Al cabo de treinta años, el paisaje, no sin romanticismo, ha sido desmantelado por el tiempo. No los poetas allí reunidos, que mantienen, casi todos ellos, la pujanza con la que asaltaron aquellas páginas. Obviamente, el tiempo, el viejo y querido enemigo, se ha cebado conmigo. Allí quedaron los poemas que no escribí por aquel entonces. Hoy apenas me atrevo a imaginarlos, del mismo modo en que cambio de acera cuando presiento que la mujer que se acerca pudiera ser una de aquellas muchachas a las que tan torpe y maravillosamente me declaré.) Álvaro Muñoz Robledano (Madrid, 1965) Licenciado en filología hispánica. Libros de poesía: Fotografía junto al pecio (1991), Hoteles (1995), Cuartel de invierno (1999), Salvoconductos (2006), Introducción, notas y traducción de los sonetos de Etiènne de la Boetie para los Ensayos de Michel de Montaigne (2004).

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La fiesta de la vida Amalia Bautista

reo que fue con Luis Alberto de Cuenca con quien descubrí que la erudición podía formar parte de la poesía más vital y eterna, que los seres humanos actuales nos parecíamos bastante a los de todos los tiempos y que a los poetas muertos hacía siglos les conmovían o preocupaban los mismos asuntos que a nosotros. Asistir al nacimiento de La caja de plata y a la génesis de muchos de los poemas de sus libros posteriores me regaló una mirada sobre la poesía de la que ya nunca podría prescindir. Si cultura y vida forman un binomio inseparable en cualquiera, en Luis Alberto son una y la misma cosa, y de una forma generosa, limpia y natural se ponen en pie en sus poemas y se destilan en el alma del lector con ternura y asombro, con temor y dicha, con contundencia, humor, desolación, rabia o desasosiego. Y resulta curioso que cada una de estas características pueda ser vista como una de las múltiples caras de la felicidad, porque Luis Alberto logra, aunque no sé hasta qué punto se lo propone, hacer poemas felices. Un amigo común, el fotógrafo José del Río Mons, me preguntaba qué nos habría hecho Luis Alberto para que todos recordemos tantos versos suyos y hasta tantos poemas completos, para que tantas veces acudan a nuestra memoria y a nuestros labios citas suyas, para que manejemos con total espontaneidad expresiones tomadas de su poesía, como hechas a la medida para cualquier persona y para todos los momentos. Lo memorable sólo está al alcance de unos pocos. Pienso ahora, mientras redacto estas líneas, en que algún día habría que organizarle una fiesta. Y pienso en cómo sería la fiesta ideal de Luis Alberto y dónde encontraríamos un local lo suficientemente amplio para que entraran todos, porque tendrían que asistir todos los caballeros de la Tabla Redonda y todas las princesas cautivas, las caperucitas más feroces y los sabios griegos y latinos, los poetas provenzales y hasta el último soldado del saco de Roma, Helena de Troya y todos los que se refugiaron en el vientre del caballo, Tintín, Conan y el Capitán Trueno y cualquiera que compartiera viñeta con ellos, los actores del cine negro y los personajes del mago de Oz. Y unos pocos a los que se podría convocar por email o sms. Agradezco haber podido conocer y leer a Luis Alberto de Cuenca, agradezco que la poesía lo eligiera y le pido desde aquí que siga permitiendo que esta diosa caprichosa y fascinante lo frecuente, que los poemas lo escriban y los versos continúen trazando su vida y parte de las vidas de los demás. Como Emilio Quintana, sé que los nibelungos avanzan por la

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calle de Serrano mientras la novia del poeta tiene la regla, y es probable que nos los encontremos una mañana de sábado con sol. Junio de 2009 Amalia Bautista (Madrid, 1962) Poeta española. Es licenciada en Ciencias de la Información por la Universidad Complutense. Ha publicado Cárcel de amor (Renacimiento, Sevilla, 1988), La mujer de Lot y otros poemas (Llama de amor viva, Málaga, 1995), Cuéntamelo otra vez (La Veleta, Granada, 1999), La casa de la niebla. Antología (1985-2001) (Universitat de les Illes Balears, 2002), Hilos de seda (Renacimiento, Sevilla, 2003), Estoy ausente (Pre-Textos, Valencia, 2004), Pecados, en colaboración con Alberto Porlan (El Gaviero, Almería, 2005), Tres deseos. Poesía reunida (Renacimiento, Sevilla, 2006), Luz del mediodía. Antología poética (Universidad de las Américas, Puebla, México, 2007) y Roto Madrid, con fotografías de José del Río Mons, (Renacimiento, Sevilla, 2008).

palabras que cerrarán una página y permanecerán impresas tras los párpados de un triste lector, o de un labio enmudecido. El poeta vive al borde del abismo, al límite del abandono, a punto de ironizar con su herida más tibia y más profunda. Descubrió, hace ya tiempo, que el humor es la manera más inteligente de sobrevivir, que el humor lleva al amor, pues la risa conduce con precaución y segura. Desde el principio conoce la cultura y sabe que la cultura no es sólo lo muerto. La cultura de cada uno se va creando con los compañeros inseparables de este viaje. Y al poeta le acompañan cómics, películas, los mitos de sus días. Seducir, ser víctima de lo sensual. Vivir de la belleza a caballo entre el reino del endecasílabo y el barrio del alejandrino, el barrio más alto de cualquier ciudad. Ser un seductor en Madrid, nostálgico de movidas y de bibliotecas. Entonces, todo se cantaba. Se tañía la lira y se rimaba el sueño con los dioses. Y porque ya nada es lo que era, Luis Alberto de Cuenca, el poeta, el seductor, el conocedor de rimas y artimañas, nos muestra el paso de los días y los trenes, como ese amigo cercano con quien compartimos heridas marchitadas entre el vaho de los hielos y el alcohol. Ese amigo que habla el lenguaje de nubes y de estrellas. Ana Martín Puigpelat

El que sabe el lenguaje de nubes y de estrellas Ana Martín Puigpelat

as cosas ya no son lo que eran.

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Entonces, el poeta trabajaba el lenguaje como si de piedra se tratara, igual que quien curte la obsidiana y le va dando forma de permanencia. Ahora, el poeta ya no es un dios, sino un pequeño Peter Pan, y busca la eterna relación con lo que vive. El día a día, las calles, el bar de la esquina, los portales y la mujer que sube la escalera sobre un tacón de escándalo. Y si de algo sabe el poeta, es de los finales, de los cierres, del ojal que paraliza a un botón, de aterrizajes: el último verso. Entonces, se decía que el primer verso lo daban los dioses. A Luis Alberto de Cuenca, los dioses le han dado siempre el último. Decir la última frase, pronunciar las palabras de una despedida, esas palabras que se quedarán colgando en la memoria, viviendo en el aire de una línea telefónica, o montadas en el humo de un cigarrillo apagado hace un silencio. Escribir las

(Madrid, 1968) Ha publicado los libros de poesía: Los amores de los días equivocados. Álbum de fotos. Los enemigos del alma (trilogía.) aranjas robadas. Estado de noria. De la noche a la noche. La Deuda. Ha recibido los premios: Jóvenes Creadores del Ayuntamiento de Madrid, Voces de Chamamé, Ciudad de Miranda, Marina Romero. Está incluida en varias antologías, tanto de su obra poética, como con pequeños ensayos sobre poesía. Ha estrenado en teatro: Coches: robo y lunas. Grita: Tengo sida! Blop (teatro para bebés) y una versión del Auto sacramental de Calderón de la Barca, La Paz Universal o El lirio y la azucena. También ha colaborado como asistente en diferentes dramaturgias.

El rostro que se oculta tras las aventuras galácticas de Luis Alberto (Estudio seudo-científico sobre el creador de uno de los cómics más legendarios de los confines del universo)

Por Ana Merino PhD. n 1950 el inolvidable artista Cuenca D’E creó la serie “Luis Alberto”, que daba nombre a uno de los personajes

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más entrañables del cómic del mundo hispánico. Además de poseer una fuerte dimensión poético-existencial, este cómic se caracterizó por las trepidantes aventuras de su protagonista, el apuesto Investigador Galáctico Luis Alberto, capitán de la nave C.S.I.C. Este héroe aventurero estaba secretamente enamorado de Alicia M, la reina del planeta Ariño donde habitaban los latidos de las musas que inspiraban a los poetas. Estas maravillosas tiras y planchas dominicales recordaban a las de Winsor McCay y su pequeño Nemo, aunque mezclando planos de acción que eran claros homenajes al universo de Alex Raymond y su Flash Gordon. “Luis Alberto” fue un cómic que renovó el arte gráfico de narrar y abrió un abanico de posibilidades estéticas. Una importante recopilación de sus cuadernillos y tiras en prensa ha sido reunida en los volúmenes “Los mundos siderales” y “Los días nucleares”. El rostro que se esconde tras la firma de Cuenca D’E ha sido uno de los secretos mejor guardados de la historia del cómic. Según comentan algunos eruditos del medio este artista fue un estudioso del mundo grecolatino que llevaba una doble vida como dibujante de tebeos a la par que dirigía excavaciones arqueológicas en las fronteras más remotas del imperio romano. En 1955 en la Isla de Malta Cuenca D’E tuvo un curioso encuentro con un pintor que le hizo un extraño retrato al óleo de corte realista. Esta obra en el fondo parece un homenaje a Luis Alberto, su inolvidable personaje de las viñetas del que era gran fan aquel pintor. En ese lienzo de pequeño formato ambos rostros se confundían en un trazo evocador y nostálgico que no resolvía las incógnitas sobre la verdadera identidad del autor del cómic ¿Cómo ha sido la relación de Cuenca D’E con Luis Alberto? Algunos estudiosos señalan que su historieta funcionaba como alter ego y que a su vez fue modelo para otros héroes del cómic contemporáneo como Corto Maltés que apareció en 1967 de la mano de Hugo Pratt. Otro dato clave que ayuda a entender la meticulosa elegancia de las tiras de “Luis Alberto” nos obliga a remitirnos a su periodo de formación cuando trabajó de aprendiz para el creador belga Hergé. Dato que no debe confundirnos. Es cierto que los estudios Hergé no se fundaron hasta 1950 y que anteriormente al creador de Tintín le gustaba trabajar solo, pero durante años tuvo a varios ayudantes que le asesoraban o asistían en sus investigaciones. Por ejemplo el joven estudiante Tchang Tchong le ayudó a documentarse para el álbum de “El Loto Azul”, y Cuenca D’E también asistió a Hergé a la hora de realizar “Los cigarros del faraón” (de 1932), “El cetro de Ottokar” (1938) o “Tintín en el país del oro negro” (1939). Sin embargo es su participación en el álbum “La estrella misteriosa” de 1941 el que mejor refleja el espíritu creativo de Cuenca D’E y su influencia en el maestro belga. El asistente de Hergé se toma la libertad de sugerir que se introduzca un elemento poético que represente las ansiedades del subconsciente y que de un toque maravilloso y aterrador a la aventura. De este modo en la isla formada por un meteorito crecerán sin control los pequeños seres vivos que la habiten. Una diminuta araña se transformará

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en la peor de las pesadillas de Tintín. La amistad entre Hergé y Cuenca D’E durará toda la vida, y cuando el joven aprendiz se independiza para centrarse de lleno en su personaje intergaláctico “Luis Alberto”, Hergé le dedicará un guiño muy especial mandando a Tintín a la luna en los álbumes “Objetivo: la Luna” de 1950 y “Aterrizaje en la Luna” de 1952. Ambos repletos de imágenes y alusiones al universo de naves espaciales inventado por Cuenca D’E. Cuenca D’E fue el primer artista hispánico que supo conjugar la esencia de la línea clara franco-belga con la influencia del cómic tanto clásico como de aventuras estadounidense. “Las aventuras galácticas de Luis Alberto” destaca por ser una referencia clave del cómic del siglo XX y merece el reconocimiento de todos los lectores. Ana Merino Profesora de escritura creativa y estudios hispánicos en la Universidad de Iowa (Estados Unidos). Ha publicado cinco libros de poesía Preparativos para un viaje (Rialp, 1995), Los días gemelos (Visor, 1997), La voz de los relojes (Visor 2000), Juegos de niños (Visor, 2003) y Compañera de celda (Visor, 2006); un ensayo académico El Cómic Hispánico (Cátedra, 2003), una monografía crítica sobre Chris Ware (Sinsentido, 2005) y una novela juvenil El hombre de los dos corazones (Anaya 2009). Ha ganado los premios Adonais y Fray Luis de León de poesía, y el premio Diario de Avisos por sus artículos sobre cómics para la revista literaria Leer.

Luis Alberto, el poeta grande, el amigo transparente Ángela Vallvey

iempre me ha interesado conocer las vidas de los poetas que admiro. Por ejemplo, hay poetas cuyas vidas son inseparables de sus versos, y no porque sus poemas glosen exclusivamente sus vidas, sino porque, eliminada la poesía de esas vidas, apenas quedaría vida para contarlas. A veces, me digo que éste es el caso de Luis Cernuda. Qué tortuosa y desdichada fue su vida. Qué grandes, claros y limpios sus versos. De carácter huraño, Salinas lo definió como “Difícil de conocer. Delicado, pudorosísimo, guardándose su intimidad para él solo, y para las abejas de su poesía que van y vienen trajinando allí dentro —sin querer más jardín— ha-

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ciendo su miel. La afición suya, el aliño de su persona, el traje de buen corte, el pelo bien planchado, esos nudos de corbata perfectos, no es más que deseo de ocultarse, muralla de tímido, burladero del toro malo de la atención pública. Por dentro, cristal. Porque es el más licenciado Vidriera de todos, el que más aparta a la gente de sí, por temor de que le rompan algo, el más extraño…” No es ese el caso de Luis Alberto de Cuenca, aunque sus versos también sean claros, limpios y grandes. El no se aparta, se ofrece; no se esconde, busca alegremente. Luis Alberto es, como persona, el hijo que todas las madres querrían tener, el yerno deseado por todas las suegras, el amigo siempre bienvenido. Su vida y su personalidad son como su poesía: limpias, claras y grandes. ¿Cómo no adorarlo mientras releo una y otra vez sus versos...? Ángela Vallvey Es poeta y novelista. Ejerce el periodismo en diversos medios de prensa, radio y televisión. Entre sus libros cabe señalar A la caza del último hombre salvaje, editado por prestigiosas editoriales europeas; Los estados carenciales (Premio Nadal 2002); o lo llames amor, Todas las muñecas son carnívoras y La ciudad del diablo (Premio Ciudad de Cartagena de novela histórica 2006), publicados todos ellos por Ediciones Destino. Es autora, entre otros, de los poemarios Capitanes de tiniebla, El tamaño del universo, y acida en cautividad (Premio Ateneo de Sevilla de Poesía 2005). Su última novela, Muerte entre poetas ha sido finalista del Premio Planeta 2008. Sus libros están traducidos a diecisiete lenguas.

Una cita con la muerte en LAdC Arturo Tendero e adentró en la poesía por la senda del culturalismo, embrujado por las huellas de Borges. No podía ser de otra manera, ya que los libros le cerraron la puerta de los vivos hasta que aprobó las oposiciones y cuando vino a asomarse ya era incapaz de ver las cosas si no era a través del tamiz de sus estudios. Sin embargo había en su erudición un ingrediente del que carecía el maestro porteño, el amor por los cómics. La polvorienta sabiduría, la gravidez legendaria, el tono sentencioso del venerable ciego, se teñían en manos de Luis Alberto de una mueca de desenfado, de una chispa de ironía, de una engañosa desvergüenza. Todo lo que ha tocado desde entonces contiene esos guiños en mayor o menor medida. Hay personajes que ya son tan em-

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blemáticos que le envuelven como una segunda piel cuando aparece su nombre en la portada de un libro. Ahí están Mi monstruo favorito, La malcasada o El desayuno, por citar tres ejemplos de todos conocidos. La voz de sus poemas disfruta disfrazándose. Pero siempre, al trasluz, se le adivina a él. Le gusta el papel de amante despechado, de los que ofrecen la bola del mundo a la doncella (que suele tener los ojos de alguna actriz bellísima, perdida en los rollos del Mar Muerto). Entre sus personajes, el que a mí más me fascina, es precisamente el de la muerte. Esa muerte de mentirijillas que amenazan infligirse los amantes si la amada no regresa de inmediato, el que sufren las adolescentes, que se van despedazando en un sendero cruento para luego despertarse tan frescas de la mala noche. La muerte de las historietas gráficas, la de volver en el poema siguiente o en el verso siguiente tan enteros como si no hubiera pasado nada. Mentiras que esconden verdades, cuentos que parecen para niños y que son para adultos atentos, como el de La princesa y el dragón. Pero en medio de esas muertes de poeta psicodélico, reside el dolor del disfrazado, que está detrás y se percibe y queda entre las manos del lector cuando termina el verso que abrocha la partida. Cuando se pone, por ejemplo, en el papel de Joker, el golden retriever que les habla a sus amos desde la tumba de hierba donde yace, y les sigue llamando amigos desde la memoria. O en La flor azul, cuando dibuja un laberinto abstruso, un mapa arrugado que conduce hasta ese vegetal mágico y con toda probabilidad inexistente, la flor azul; hasta que, en el remate, comprendemos que quien se pierde en las descripciones, y se está perdiendo para siempre, es la madre moribunda. Acostumbro a escribir anotaciones con lápiz en la última página en blanco de los libros. A veces destaco versos o poemas o palabras que he de consultar en el diccionario. En Los Mundos y los días de Luis Alberto, que devoré hace años y releo a menudo, encuentro ahora una enigmática cita en la que no había vuelto a reparar. No remite a una página, cosa infrecuente, ya que soy muy maniático. Son cuatro versos, no sé si suyos o míos. Tal vez de ambos. Me hago la ilusión de compartirlos: Ahora que consigo distinguir al ruiseñor, al mirlo y al jilguero, con oírlos cantar, me dice su canción que ya me muero. Arturo Tendero (Albacete, 1961) es profesor de Educación Física, periodista y escritor. Ha dirigido talleres de poesía en la Universidad de Castilla-La Mancha y centros de profesores de esta comunidad. De entre los libros que ha publicado, en diversos géneros, destacan los poemarios La memoria del visionario (Visor), Adelántate a toda despedida (Pretextos) y Cosas que apenas pasan (Hiperión). Fundó y dirige con Juanjo Jiménez la revista de artes La siesta del lobo. Mantiene una columna fija los domingos en el diario La Verdad.

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Poeta necesario. Clásico vivo Aurelio González Ovies

uando yo aún no distinguía ni de marbetes generacionales ni de la relevancia de los sujetos escribientes ni de capacidades significativas o categorías de símbolos, porque aún no estaba inmerso en este mundo; cuando empecé a introducirme en estos universos y no me interesaban tanto las escisiones poéticas ni las estéticas particulares como los hallazgos auténticos, los necesarios poetas primeros y para siempre, llegaron a mi vida poemas de Luis Alberto de Cuenca. Y fue entonces cuando desde lejos me empezaron a llegar las hazañas de los héroes modernos. Fue cuando descubrí cuánto me gustaría haber escrito lo que el autor madrileño expresaba con tanta certeza y tanto acierto: los secretos indecibles, el nácar de la muerte, el mármol con la duda… Fue cuando reconocí que las palabras, en boca del poeta, adquirían una amplitud infinita, una emoción inédita. Así lo recuerdo ahora. Fue un año memorable. Recuerdo una gran calma, por citar dos enunciados que me acompañaron durante largo tiempo. Me faltaban, sin duda, como todavía me faltan, experiencia vital y experiencia creadora, me quedaba un largo camino por la historia y la Antigüedad, todo aquel bagaje cultural que deducía en el filólogo y que le permitía renovar el habla común, dotarla de elegancia y precisión, hacer de cualquier término, un vocablo tan hermoso, tan reciente, tan vivo, tan puntualmente música y eterno. Sus reflexiones, insertadas en hemistiquios de adjetivos metálicos y quiasmos impactantes, me transportaban a los parajes homéricos. Su gentileza con la sintaxis y los altozanos de sus metáforas me situaban como sobre el césped nocturno de la nada. Elevación y beatitud, eso es lo que me transfería y lo que avisto. Leía sus pasajes más narrativos y me parecían la manera más poética de contar el mundo. Repasaba aquellos armazones de perfección y ritmo, y me animaban a escribir imitando su estilo y erudición; me inspiraba en sus deslumbramientos y en su propósito, tan alto y sonoro, de edificar la voz. Eran como un diálogo de cordialidad entre arquitecturas muy ancestrales y las más actuales referencias. Un acercamiento a los orígenes del sueño, un suministro, sintagma a sintagma, de lirismo y plenitud. Poesía. Perfección. Luis Alberto de Cuenca me ofertaba los valores y el fondo de los siglos a través de las formas más vigentes. Yo no asumía muy bien aquello de las vanguardias ni de los ismos, mas apreciaba cómo, por algún mecanismo misterioso, transfiguraba lo sublime en espontáneo y cómo lo cotidiano -los ventanales, el

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silencio, los gatos, el corazón- recibía un tratamiento de reliquia, una entidad fantástica. Reconocía en su discurso al hombre -ironía de carne- resignado entre el miedo a la vida y el temor a la muerte, el apego al amor y el desamor ineludible. Y poco a poco, en los inicios de mis estudios de Filología Clásica y con mi devoción fiel por su gramática, fui convirtiéndolo en un Horacio de mi época, en un Propercio presente, en un Catulo contemporáneo. Sus libros, en las repisas a las que no dejo de acudir de cuando en cuando, ocupan el estante de ‘clásicos vivos’, junto a los volúmenes que coleccionan los nombres más grandes de la primitiva Italia y los ecos universales de Moguer y Orihuela. Ellos, revelación y emblemas, me cedieron la sed de lo tradicional, la transparencia inagotable de los mitos, los mensajes perdurables de las efigies y las realidades que me abastecen la fe a medida que voy de decepción en decepción. Repito: aquel fue un año memorable. Por siempre, para siempre; las horas transcurrían doradas y como cerbatanas dóciles con un veneno humano se hundieron en mi existencia, por siempre, para siempre, tus abismos de crucifijo, tus verbos jónicos, tus salmos biográficos. Aurelio González Ovies (Bañugues, 1964) Doctor en Filología Clásica y Profesor Titular de Filología Latina en la Universidad de Oviedo. Articulista de opinión en LNE y La Voz de Asturias. Autor de títulos como: En presente (y poemas de Álbum amarillo) (Gijón, 1991), La hora de las gaviotas (Premio Hispanoamericano de Poesía JRJ, Huelva, 1992), Vengo del norte (Accésit del Premio Adonais, Madrid, 1992), adie responde (Accésit del Premio Esquío, El Ferrol, 1994), La muerte tiene llave (Avilés, 1996), Con los cinco sentidos (Avilés, 1999), Nada (Gijón, 2000), 34 (Poemes a imaxe del silenciu) (Oviedo, 2003), Tocata y Fuga (Oviedo, 2004), Una realidad aparte (Avilés, 2005), El poema que cayó a la mar (Infantil ilustrado, Oviedo, 2007), Chispina (Infantil ilustrado, Oviedo, 2008), Caracol (Infantil ilustrado, Oviedo, 2008), Esta luz tan breve (Poesía 1988-2008) (Oviedo, 2008), y El cantu’l tordu (Oviedo, 2009).

Luis Alberto Cuenca: A corazón alzado Beatriz Villacañas

l corazón es una flor azul. Tan remota que nos llama desde cualquier abismo. “Dónde la flor azul”, pregunta Luis Alberto, ésa, la que se esconde, la que nos llama. Es una flor oculta y explosiva que hay que buscar “al país de la rama de

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oro donde el pájaro/ azul se posa, más allá de fuertes/ y fronteras”, como dijo la made del poeta. Tan lejos y tan dentro. Esa flor azul invisible y abismal que nos arrastra a su búsqueda por caminos insospechados. Por el camino de la poesía: también por ése. Aquí, al lado izquierdo de mi escritorio, tengo Los Mundos y los días, abierto en la página dual que contiene un poema a cada lado: “Álzate, corazón” y “La flor azul”. Y ambos poemas aquí, a mi lado izquierdo, se me antojan uno. La flor remota, corazón azul, “habla el idioma primeval1 del amor y del coraje”. La flor invisible e íntima. Joven. Siempre. La buscamos mientras nos buscamos, mientras buscamos lo eternamente valeroso y joven en nosotros, a la vez que envejecemos y el dolor nos pesa. Corazón “consumido de penas” al que el poeta le pide que se alce, “Álzate, corazón”: clave perfecta para la cita con Luis Alberto de Cuenca. Momento verbal y emocional en el que confluyen libros, poemas, versos, todos del autor. Libros, poemas, versos: distintos entre sí, ricos en temas y tonos, producto lógico de la versatilidad de Luis Alberto, un poeta explorador. Él ha transitado por la historia y por la cultura, por la historia de la cultura, y ha recorrido un camino de vuelta que viene desde Platón a Humphrey Bogart. Su poesía es anfitriona que sabe albergar a Horacio y Sonja la Roja. Indaga en lo perturbador con la curiosidad de un entomólogo y sabe conducirse en el exceso gótico de tal manera que el conde Drácula podría confesarle sus secretos y William Beckford le abriría las puertas de Fonthill. “Álzate, corazón”, dice el poeta, “consumido de penas”, continúa. La pena, sí. La flor azul remota duele, aunque sea eterna en lo joven y en lo bravo. Mas no pensemos, no, que el corazón de Luis Alberto, o que su poesía, es de un romántico dolorido sentir. El espíritu poético de Luis Alberto es clásico. No le pide al viento del Oeste, como hiciera Shelley, que le lleve consigo, porque “I fall upon the thorns of life I bleed!”. Luis Alberto controla su propio espacio creativo a la manera apolínea y con humor (qué delicia releer ahora su “Soneto del amor de oscuro”). Puede hacer incursiones en lo perturbador, como atestigua “Serie Negra”, en lo marginal, en lo fantástico, es consciente de la tragedia que cabe en la vida y sabe del dolor, pero lo controla observando su propia emoción y su propia experiencia. Por eso, el corazón poético de Luis Alberto se alza sobre la pena, aunque tenga capacidad de albergar mucha, y se nos muestra reflexivo y amigo, humanista (entendiendo el humanismo como convergencia de lo culto y lo humano) y vigoroso. Yo lo celebro con esta lira: A corazón alzado voy leyendo tus versos, buen amigo. Un corazón armado de azules va contigo: lo celebro, lo canto y te lo digo. 1.- La palabra “primeval” es una referencia de la autora a una licencia poética utilizada por Luis Alberto de Cuenca en uno de sus poemas.

Beatriz Villacañas (Toledo) Poeta. Crítica literaria y ensayista. Doctora en Filología Inglesa y Profesora de literatura inglesa e irlandesa en la Universidad Complutense de Madrid. Miembro correspondiente de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Ha publicado los libros de poesía Jazz, (accésit, Premio Esquío, La Coruña,1991), Allegra Byron (Toledo, 1993), El Silencio Está Lleno De ombres ( Premio Ciudad de Toledo, 1995), Dublín (Premio Internacional Eugenio de Nora, León, Edición Provincia de Poesía, León, 2001) y El Ángel y la Física (Huerga y Fierro, Madrid, 2005). También entre sus libros académicos encontramos Los Personajes Femeninos en las ovelas de Thomas Hardy (Universidad Complutense, Madrid, 1991), La Poesía de Juan Antonio Villacañas: Argumento de una Biografía (Consejería de Cultura de Castilla-La Mancha, Toledo, 2003), Literatura Irlandesa. (Madrid: Editorial Síntesis 2007), y es Co-editora de cinco volúmenes de Estudios de la Mujer en el Ámbito de los Países de Lengua Inglesa. (Editorial Complutense, Madrid).

En Balmoral con Luis Alberto (Un fragmento para unas memorias inexistentes)

Carlos Marzal

el mismo modo en que otros cultivan la buena memoria y la precisión cronológica, yo suelo cuidar -sin hacer alardes- la vaguedad de carácter histórico y la condición personal de desmemoriado. Envidio a los memoriosos que saben decir, por ejemplo: En mayo del 68 estuve en París, lo recuerdo perfectamente, arrojando adoquines a los gendarmes, en compañía de una novia pelirroja que leía a Lacan y que se perfumaba el cuerpo con un sahumerio casero de patchouli. Me encantaría pertenecer al gremio de los puntillosos que pueden apostillar: Mi primera lectura del Ulisses en inglés comenzó el 16 de agosto de 1970, en un hotel de Dublín, bebiendo una pinta de tibia cerveza negra. O a los que aprovechan la oportunidad para deslizar en la conversación una minucia erudita: Borges no pudo tomar un matecito en La Biela, durante la tarde del 22 de octubre de 1952, porque en aquel momento se hallaba, como reflejan los diarios de Bioy, las distintas biografías de Barnatán (y como sugiere una nota a pie de página en el manuscrito de El idioma de los argentinos) paseando con bastón por La Recoleta.

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Yo estoy confinado en un universo de fronteras dudosas, de límites confusos: el reino del más o menos debió ser, del a ojo de buen cubero, del si la memoria no me falla, que es la excusa que solemos poner todos aquellos a quienes nos falla la memoria (entre las tantísimas cosas que nos fallan). He dado en creer que resulta mejor para la literatura de ficción, que es toda la literatura -la escritura al completo- que los hechos queden en una cierta niebla (incluso no está de más que de vez en cuando queden en la niebla de la exactitud, que es otra clase de niebla no menos enneblinada y no menos insegura, sólo que con hora, día y lugar concretos). El episodio que quiero referir ocurrió allá por los primeros 80, en Madrid. Había ido en compañía de Felipe Benítez a hacer algo que por aquel entonces se me daba muy bien: nada de nada, nada en particular, nada de provecho, nada que no fuese no hacer nada. Por aquel entonces, la forma en que simulaba ante mi familia dedicarme a alguna actividad respetable era codirigir con varios amigos, para la Diputación de Valencia, una revista de literatura y toros que se llamaba Quites. Sacábamos un número al año, así que no podía decirse que nos matásemos a trabajar; pero quiero que conste aquí el hecho de que dedicábamos mucha energía espiritual a la preparación de cada uno de esos números. Felipe y yo nos entregábamos por aquellos días, sin saberlo y sin proponérnoslo, a la recopilación de material para escribir una novela del realismo sucio más verista. Nos documentábamos con investigaciones de campo sobre la vida golfa de la capital. Trasnochábamos todo lo que nos permitían el cuerpo y el dinero, bebíamos mezclando con la despreocupación suicida que permite el organismo de los jóvenes y dormíamos de día en una pensión de la calle Ventura de la Vega ( y a decir verdad era un buen método de vida, porque en aquella pensión el ruido nocturno de los somieres y de los aullidos gozosos de la clientela no sólo no dejaba dormir a nadie, sino que despertaba a los muertos). Un buen día, Felipe me anunció que quedaríamos por la tarde con Luis Alberto de Cuenca. Yo había leído a Luis Alberto, primero, en la revista que Felipe y Paco Bejarano dirigían en Jerez -Fin de Siglo-, y más tarde en los libros que Abelardo Linares publicó en Renacimiento: La caja de plata y El otro sueño. La verdad es que me sabía sus poemas de memoria: en ellos había encontrada una voz que sabía combinar la proximidad interlocutora con la precisión, la sabiduría con el desenfado, el culturalismo con la inmediatez, la intensidad sentimental con el sentido del humor. Aquella tarde estuvimos primero en su casa de Ramón de la Cruz (de don Ramón de la Cruz, como hubiese dicho el dueño de la casa). Lo que mi memoria rescata de repente es el orden impoluto de la biblioteca de Luis Alberto. Todo estaba en perfecto estado de revista, incluidas las revistas de su colección. El orden le impresiona mucho a alguien como yo, desde todos los puntos de vista: como fenómeno azaroso que parece desmentir el caos del universo cotidiano, como milagro de la de56

dicación propia -porque no hay nada que cueste tanto de lograr y mantener como un poco de orden-, y como lección de cómo hay que emplear la energía para rodearse de un ámbito propicio a la felicidad, ya que siempre he tenido la sospecha de que los ordenados por fuera tienen que serlo necesariamente por dentro. Luis Alberto me acogió como si fuésemos lo que hemos sido después, buenos amigos, y me dispensó el tratamiento de lo que todavía no era: escritor. Hay gente que tiene la virtud de la cordialidad, que posee una temperatura afectiva que te hace sentirte como en casa, estés donde estés, y Luis Alberto posee esos dones. Nos llevó a tomar una copa a la coctelería Valmoral, que era uno de sus fondeaderos obligatorios. A la hora en que llegamos estaba casi vacía, y sumida en un cálido sopor de siesta prolongada. Me produjo la impresión de ser una mezcla de pub inglés y confortable confitería nacional, es decir, de local en el que uno puede encontrar tranquilidad durante la mayor parte de la jornada y ajetreo por la noche (como decía Faulkner de los burdeles, añadiendo que por esa razón constituían el mejor lugar para que viviera un artista). En mis recuerdos se mezclan dos nombres célebres de la clientela del establecimiento: Foxá y Alaska, la musa por entonces de la Movida. Los recuerdos son un barman extraño que propicia extrañas mezclas. Agustín de Foxá y la ex-diva pegamoide, que es algo así como beberse un cóctel de champán con foie-gras, o como llevar esmoquin con una corona de plumas de gran jefe sioux. Yo me bebí un bull-shot, que no por ser espléndido dejaba de ser un cóctel extravagante. Me dejé aconsejar por Luis Alberto y la verdad es que no me arrepentí. El bull-shot tiene algo -no degusten aquí nada peyorativo- de complejo sopicaldo singular, porque está hecho con carne y salsa inglesa y se sirve por lo común caliente. Después de tomar un par de esos disparos de toros, cualquier mortal puede salir a pasear desnudo por las calles de Madrid, en pleno invierno, investido de una rara dignidad espiritual, y convencido de haber encontrado por fin el equilibrio místico que le hace hallarse en perfecta armonía con el mundo. Al acabar la tarde, en una esquina del barrio de Salamanca, nos citamos durante unos minutos con Carlos García Gual, para que él y Luis Alberto hiciesen un intercambio de papeles y libros. Fue un buen remate del día, ese de conocer al gran Carlos y poder comprobar que era un ser de carne y hueso, y no un fantasma que vivía en una torre de cristal entregado a los sabrosos quehaceres de la alta especulación erudita, que era como yo me lo imaginaba, siempre con legajos entre las manos. Después de aquella tarde inaugural, he estado con Luis Alberto en muchos sitios a lo largo de los años. Hemos leído juntos y compartido jurados y viajes: en Lisboa, en Melilla, en Barcelona, en Valencia. Ha pasado el tiempo, incluso por encima de nosotros. Pero permanecemos atrapados en aquella tarde, en aquel ámbito, con aquel mismo clima de alegría y compañe-

rismo de juventud. Porque siempre que estoy con Luis Alberto estoy en Valmoral. Carlos Marzal (Valencia, 1961) es uno de los principales representantes de la poesía de la experiencia, que dominó la lírica española en los años 80 y 90. Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Valencia, durante sus diez años de existencia codirigió Quites, revista de literatura y toros. La obra poética de Marzal alcanza su punto de mayor éxito con la publicación de Metales pesados, poemario que tras su publicación consigue los premios Nacional de Poesía y de la Crítica. El año 2003 obtuvo el Premio Antonio Machado de Poesía y en 2004 el XVI Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe por su obra Fuera de mí. Ha debutado en la narrativa con la novela Los reinos de la casualidad (Tusquets, 2005), considerada como la mejor novela del año por el suplemento El Cultural del periódico El Mundo. Ha publicado los libros de poesía El último de la fiesta (Renacimiento, 1987), La vida de frontera (Renacimiento, 1991), Los países nocturnos (Tusquets, 1996), Metales pesados (Tusquets, 2001), Poesía a contratiempo (Maillot Amarillo, 2002), Sin porqué ni adónde (antología a cargo de Francisco Díaz de Castro; Renacimiento, 2003), Fuera de mí (XVI Premio de Poesía Fundación Loewe; Visor, 2004), El corazón perplejo (poesía completa; Tusquets, 2005).

El que mira a un verdadero amigo, mira, por así decir, un modelo de sí mismo Chus Visor Vengo de pasar una semana especialmente muy dura y difícil para mí porque en ella se han quedado tres personas a las que mucho quería precisamente por sus personas y sus obras. Tres amigos que también lo han sido tuyos y que nos han dejado de manera muy triste. Me refiero a Mario Benedetti, a Rafael Conte y a José Miguel Ullán. Tres amigos muy queridos tanto por ti como por mí que hemos tenido la desgracia de que nos hayan dicho el último adiós en tan breve espacio de tiempo. Apenas una semana. Una tragedia que al mismo tiempo nos hace reflexionar sobre tantas vivencias con ellos, pero también apreciar más profundamente sobre el sentido de la amistad. Y puedo pensar que en éstos momentos muy poco me importa que nuestro amigo Mario sea de los poetas indiscutibles de la segunda mitad del siglo pasado, que Rafael haya sido el guía de la más responsable crítica literaria que se haya escrito en España en muchos años o que José Miguel fuera un intelectual sin tacha. Pero no es eso lo que más me importa en estos momentos ni creo que tampoco a ti. Lo que sí vamos a echar de

menos es a tres amigos sin fisuras ni dobleces. Y eso es ahora lo único que me importa. Es muy complicado mantener una amistad durante treinta años, quizás más, y ese es el tiempo que nosotros la mantenemos y ahora sólo hay argumentos para congratularnos más y más. Si. El tiempo ha pasado muy rápidamente pero no podemos olvidar cuando en los primeros, muy primeros años de la década del 70 comenzamos juntos a escribir nuestros primeros trabajos literarios en el desaparecido Diario Madrid, cuando tan jovencitos colaborábamos en las páginas tan acreditadas del Diario Informaciones que nos brindaba Rafael Conte o en los Cuadernos Hispanoamericanos de Félix Grande. Y cómo disfrutamos cuando un par de años después el queridísimo profesor, como le llamábamos, Antonio Prieto, nos encargó un libro. Nuestro primer libro que publicamos con tan poca diferencia de tiempo. Quizás serían semanas. Tú sobre los mitos. La necesidad del mito. Muchos son los recuerdos que se me agolpan y de todos estoy disfrutando ahora a pesar de la lejanía que ha puesto el tiempo. Tu siempre un lustro más joven y una década más documentado. Siempre el jovial maestro. Ya habías publicado tu primer libro de poemas, Los retratos (1971) que tanto te elogié y que aún a mi pesar siempre te has negado a incluir en tus poesías completas, en Los Mundos y los días. Desde aquellos tiempos tan cercanos en la memoria y tan alejados en el tiempo, no he vuelto a leer Los retratos pero sabes bien que tengo un cariño especial a este libro tuyo. Quizás por ser el primero que un amigo publicaba de poesía. Muy posiblemente, pero tampoco me parece que sea importante el motivo. Todos tenemos debilidades por ciertas cosas y sin motivo aparente, pero así es. Por motivos totalmente nebulosos para mí, que también te supongo partícipe, hasta 1996 no acabamos editando un libro tuyo en Visor. Por fuertes y fronteras. Qué raro. Gestionamos editarlo, recuerdas, en La Habana y lo celebramos con un tremendo solomillo en un restaurante de la calle Lagasca de Madrid. Me invitaste. Nos reímos constantemente por la curiosa e inexplicable tardanza en llegar aquel momento: Luis Alberto de Cuenca en Visor. De tu poesía ahora no te voy a decir nada, porque ni es el momento apropiado ni tengo que decirte nada que ya no sepas. Siempre he sido transparente y más aún con los amigos a los que quiero. Este escrito no es más que una mera carta evocadora de una amistad larga y profunda, consolidada con el tiempo, que bien pudiera haber unido nuestro Guerrero del Antifaz y también aflojado tu Real Madrid, pero no. Después del fallecimiento de los tres comunes amigos, tan queridos los tres por los dos, y motivo por el que comenzaba este escrito, el mismo domingo que enterramos a José Miguel, quise releer a tu queridísimo Cicerón. Allí encontré estas líneas que transcribo “pues aunque la amistad contenga en sí grandes y múltiples ventajas, la que supera sin duda a todas es que hace brillar la nueva esperanza en el porvenir y no tolera

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que se debiliten los ánimos o que decaigan: el que mira a un verdadero amigo, mira, por así decir, un modelo de sí mismo. Por eso, están presentes incluso los ausentes, los pobres se vuelven ricos, se fortalecen los débiles e incluso, lo que resulta más difícil de decir, viven los muertos; tanta es la estima, el recuerdo y la añoranza que les sigue de parte de sus amigos. De ahí que la muerte de aquéllos parezca feliz y la vida de éstos, digna de encomio”. Chus Visor Librero y editor. Uno de los nombres míticos de la edición en lengua hispana.

Luis Alberto de Cuenca David Torres

ste señor se dedica a la poesía pero por su cara, nadie lo diría. En estos tiempos en que la gente confunde la poesía con la falta de higiene, las greñas, las uñas sucias y los pantalones zurcidos, en estos tiempos -decía- la corbata inmaculada y el aspecto impecable están condenados a ejercer una carrera diplomática. Así nos va. Así nos luce el pelo. En cambio, a este señor el pelo le luce mucho y bien. Se lo echa hacia atrás y lo doma con gomina, con la misma mano firme con la que amansa los endecasílabos y peina los acentos para que caigan cada uno en su sitio. Los rizos encabalgados, los ojos claros y la impasible frente parecen desempolvados del mármol, extraídos de un busto pretérito, un prócer de la patria, un caballero de antes de la guerra, de cualquier guerra. Porque éste es el rostro mismo del clasicismo y la civilización, de quien siempre preferirá conversar a gritar, cantar a llorar, sonreír ligeramente a reír a carcajadas. Y sin embargo, la fijeza de los ojos, el mentón duro y un tanto desmesurado están pidiendo a gritos una máscara, un antifaz de superhéroe es-

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condido detrás de un disfraz de mayordomo. ¿Cuántos tercetos le pongo, señor? ¿Un poco más de hipérbaton? ¿Está a su gusto la epopeya? Alto, elegante, inmutable, tiene empaque de sobra para ejercer de secundario en cualquier superproducción histórica. Como le gusta permanecer en la sombra, fue Secretario de Estado, pero lo mismo podía haber sido piloto de líneas aéreas o contramaestre en funciones de almirante: cualquier oficio que requiera destreza y discreción, llevar la nave a buen puerto durante el paso de las tormentas sin que hagan falta medallas ni se note mucho el ego. No lleva más uniforme que la corbata, y sin embargo, es un hombre al que le sentarían bien los uniformes de cualquier época y lugar salvo aquellos donde abunden los bigotes. Pudo haber sido, sucesivamente, un oficial del Afrika Korps recitando a Hölderlin entre las dunas del Sahara; un nuncio papal con una secreta afición por la ropa interior de ciertas marquesas; un caballero artúrico con un halcón al puño; un senador romano con la toga al hombro; un embajador aqueo con la armadura algo descolocada, artísticamente rebozada de sangre. Hombre, Príamo, cómo te va. Se me reprochará que el caballero artúrico o el embajador aqueo no son figuras propiamente históricas, pero es que este señor -ya lo dije- es poeta y los poetas son lo que les da la gana. La amistad sobre todas las cosas. Amigos o enemigos, griegos o troyanos, derecha o izquierda: Aquiles, Héctor, queridos, vamos a tomar algo. Las manos firmes y suaves, de uñas recortadas y líricas, no están hechas para contar sílabas, sino para estrechar otras manos. Los dedos conectan directamente, mediante un sistema de válvulas y redecillas secretas, con el pecho ancho y homérico, una auténtica bahía de abrazos ligeramente salpicada de canas. No tiene pulgares ni índices ni anulares ni meñiques. Toda la mano es corazón. Le hubiera gustado llevar otras vidas, ser un superhéroe azul, un caballero que rescata princesas, un detective secreto, un vampiro a dieta de muslos femeninos, un valiente guerrero griego, un pirata bien educado, el amante secreto de Alicia, con o sin gato. Y a quién no. La diferencia consiste -ya lo dijeen que este señor es poeta y por tanto puede ser todas estas cosas y algunas ya las ha sido y otras está a punto de serlo. Eso sí: como los vampiros y los superhéroes, siempre de noche. Del libro Bellas y bestias (ed. Sloper) David Torres (Madrid, 1966). Es considerado uno de los narradores más destacados de la actual narrativa española. Estudió Filología Hispánica en la UAM. Ha publicado, entre otros, las novelas iños de tiza (2008), El mar en ruinas (2005), El gran silencio (2003), anga Parbat (1999)), los libros de cuentos Cuidado con el perro (2002), Donde no irán los navegantes (1999); el libro de viajes, La sangre y el ámbar (2006); y el poemario Londres (2003). Es colaborador habitual del diario El Mundo y guionista del programa de televisión Al filo de lo imposible.

Luis Alberto Elvira Lindo

Siempre amable, siempre caballeroso, elegante pero no pretencioso, con sentido del humor, con capacidad de admirar el trabajo ajeno (que no es poco, en el mundo de la cultura), poco sectario. Alguien que te gusta siempre tener a tu lado en una mesa para contrarrestar el aburrimiento de un encuentro social. Poeta original, irónico, cazador perspicaz de la miseria humana. Así lo veo yo. Elvira Lindo (Cádiz, 1962) Ha abordado el Periodismo, la Novela y el Guión televisivo y cinematográfico. Su primera novela se construyó en torno a uno de sus personajes radiofónicos, que ella misma interpretaba en la radio, el niño madrileño Manolito Gafotas (1994), que se hizo muy popular y un clásico de la literatura infantil española. Además de los libros de Manolito Gafotas, Elvira Lindo ha publicado cinco libros de otro personaje, Olivia (una niña muy traviesa, cuyas aventuras van destinadas a un público de corta edad). Desde su columna veraniega en El País ha caricaturizado su vida de intelectual ‘progre’, publicándose después las crónicas en forma de libros (Tinto de verano, El mundo es un pañuelo, Tinto de verano II y Otro verano contigo). Aunque reside en Nueva York, sigue colaborando de forma asidua en El País con artículos de opinión, así como en diversas revistas y diarios. En 1998 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Los trapos sucios de Manolito Gafotas y en 2005 el XIX Premio Biblioteca Breve por Una palabra tuya.

Esbozo de Luis Alberto Eloy Sánchez Rosillo

acer un dibujo contrastado -con sus líneas de luz y sus trazos de sombra- de Luis Alberto de Cuenca resulta tarea imposible para quienes no pertenecemos al círculo primero de la intimidad del poeta, o sea, para casi todo el mundo. Se me podrá decir que eso, en términos absolutos, pasa con él y pasa con cualquiera. Sí, sí, pero con el amigo Luis Alberto ocurre más que con nadie. La mayoría de los seres humanos, aunque

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intentemos evitarlo (salvo los muy exhibicionistas), nos revelamos en lo bueno y en lo malo a los ojos del prójimo no sólo por lo que de modo consciente hacemos y decimos, sino aún más por nuestros gestos imprevistos, por ciertos deslices verbales y actitudes involuntarias. A Luis Alberto no se le puede incluir de ninguna manera en esa mayoría. Posee un envidiable y muy controlado carácter compuesto de elementos apolíneos y joviales -Apolo y Jove nada menos-, fruto de la propia naturaleza y de una refinada educación, y no resulta nunca posible pillarlo en un renuncio. He coincidido con él muchas veces, en muchos sitios, a lo largo de muchos años, y lo tengo por un buen amigo. Pues bien, en las más variadas ocasiones y circunstancias siempre lo he visto mostrarse idéntico: cordialísimo, simpático, sereno, sin recovecos extraños, incómodas esquinas ni secretas galerías. Este don de saber mostrar invariablemente en sociedad sólo el lado mejor, evitándole a los otros nuestras oscuridades y neuras (que Luis Alberto sin duda tiene también, como cada hijo de vecino), es una bendición para las relaciones sociales, y ahí creo yo que reside el secreto de la firme unanimidad establecida en torno a la figura de nuestro poeta: todo el mundo opina que es hombre con el que da gusto tratar. Al agrado general que concita la manera de ser de Luis Alberto de Cuenca contribuye también no poco su aspecto personal, elegante y desenfadado a un tiempo: elegante de cintura para arriba (chaquetas de buen corte, camisas buenas y alegres corbatas de seda); informal de cintura para abajo (infaltable pantalón vaquero y zapatos cómodos de esos que ahora llaman casuales). No hay en el porte de este hombre excesos ni atildamientos, pero tampoco ningún descuido. Muy característico asimismo de su imagen -sobre un rostro de frente despejada, facciones regulares y sonrisa pronta- es ese pelo suyo, ahora entrecano, siempre muy bien planchado hacia atrás con la ayuda de algún fijador. No creeré nunca a nadie que diga haberlo visto despeinado, por más que afirme que tal insólito hecho ocurrió en día muy revuelto y con un viento de mil demonios. Todo el mundo sabe que Luis Alberto ha compatibilizado durante bastantes años su actividad poética e intelectual con el desempeño de muy importantes cargos en la administración pública y en la política. He de decir enseguida, porque es muy justo hacerlo, que ninguno de tales cargos ha podido con él. La percepción que he tenido del poeta cuando éste atravesaba las procelosas aguas de los altos empleos ha sido la imperturbable imagen amable, sonriente y cercana del Luis Alberto de siempre. El revestimiento solemne o la falsa naturalidad evidentísima con que tantos se muestran durante su tránsito por los puestos de mando no le afectaron nunca. Y por fortuna el desarrollo de su obra poética durante los años entregados al trabajo político ni se detuvo ni se resintió. Por lo que yo sé, y por lo que muchos me han referido, no utilizó el poder de manera sectaria. Logró pasar por la política sin que ésta produjera en su impecable aspecto feas ni deshonrosas salpicaduras (lo cual, en España, raya en la extravagancia). 59

Como poeta es, por el tono de sus composiciones y por el tratamiento de sus temas, uno de los más singulares de la generación a la que tanto él como yo pertenecemos. Tras los juveniles excesos culturalistas de las primeras publicaciones, vino a desembocar su poesía en La caja de plata (1985), libro en el que alcanza la madurez y que supone un giro importantísimo en su trayectoria. Ante todo, Luis Alberto de Cuenca se decanta a partir de ahora por un lenguaje poético transparente, coloquial, cotidiano y de fácil acceso para el lector (aunque las referencias culturales de todo tipo continúen estando siempre muy presentes). Se trata de la famosa “línea clara”, de la que el autor ha hablado tantas veces. El humor, además, habrá de ser en adelante elemento fundamental de su obra. Es éste un ingrediente a primera vista antipoético, más propio en apariencia de la poesía festiva o satírica que de la estricta poesía lírica, siempre tan sería y grave por estos rumbos. Con la incorporación del humor consigue Luis Alberto una poesía chispeante, vital, inteligente y amena, que sabe dibujar la sonrisa y hasta la risa en el rostro del lector. Baste recordar a este respecto, entre tantos otros, poemas como “La malcasada” o “Bébetela”, de una gracia y una efectividad antológicas. Pero la obra madura del poeta madrileño no sólo se mueve en ese deliberado registro ligero y frívolo; composiciones como “Nausícaa”, “En la tumba de Joker” o “El cuarto oscuro” demuestran que también es capaz de hondura y emoción en poemas sencillamente inolvidables.

Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) Obtuvo el Premio Adonais de 1977 con su libro Maneras de estar solo (Ediciones Rialp, Madrid, 1978), que lo dio a conocer como poeta. Ha publicado posteriormente otros seis libros de poemas: Páginas de un diario (El Bardo, Barcelona, 1981), Elegías (Trieste, Madrid, 1984), Autorretratos (Ediciones Península/Edicions 62, Barcelona, 1989), La vida (Tusquets Editores, Barcelona, 1996), La certeza (Tusquets Editores, Barcelona, 2005), al que se le concedió el Premio Nacional de la Crítica, y Oír la luz (Tusquets Editores, Barcelona, 2008). Su poesía completa ha sido publicada hasta la fecha en tres ocasiones: Las cosas como fueron (1974-1988), recopilación de los cuatro primeros libros del autor, con numerosas correcciones (Editorial Comares-La Veleta, Granada, 1992; segunda edición, revisada, 1995) y Las cosas como fueron (Poesía completa, 1974-2003), que recoge todos los títulos de Sánchez Rosillo (excepto La certeza), con nuevas correcciones y algunos poemas inéditos (Tusquets Editores, Barcelona, 2004). Hay también una antología de su obra, Confidencias, con prólogo y selección de Andrés Trapiello (Editorial Renacimiento, Sevilla, 2006), editada posteriormente en México con variaciones y bajo el título de El manantial del tiempo (Universidad de las Américas, Puebla, 2007). Es profesor de literatura española en la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia.

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Un hombre de cultura Emilio Calderón

a primera vez que vi a Luis Alberto de Cuenca, fue en la sala general de la Biblioteca Nacional de Madrid, de la que era director. Iba acompañado de alguien que yo no reconocí; en cambio, sí lo era el entusiasmo que Luis Alberto exhibía al mostrar aquella hermosa sala de lectura. Luego volví a ver su figura montarse en el coche oficial en varias ocasiones. Por aquel entonces, yo iba a la Biblioteca Nacional por el puro deleite de escribir allí mis novelas, y me congratulaba saber que el autor de La caja de plata (Premio de la Crítica de 1985) y “El otro sueño” dirigía el mayor santuario de libros de nuestro país. Si menciono estos títulos de Luis Alberto de Cuenca y no otros es porque sendas obras se convirtieron para mí en reveladoras de algo que, por aquel entonces parecía imposible: que la poesía, desvestida de esa carga de profundidad que es la política, pudiera volver a ser poesía, ni más ni menos. Luego Luis Alberto fue nombrado Secretario de Estado de Cultura, labor que, para los que seguíamos encerrados escribiendo en la Biblioteca Nacional, ejerció de manera admirable. La razón de su buen hacer es bien sencilla: Luis Alberto no es un político, sino un hombre de la cultura, o casi sería más apropiado decir que entregado a ella. En 2006, con motivo de la publicación de mi primera novela para adultos, conocí por fin a Luis Alberto, quien se prestó amablemente a presentarla. Fue en la Fnac y él mismo se dirigió a mí con la naturalidad de quien ha pasado un millón de veces por el mismo trance. Luego comimos con las editoras y con Alicia, su mujer, y descubrí una nueva faceta de Luis Alberto: la de magnífico y ameno conversador. Pero aún hice otro descubrimiento más importante: detrás de Luis Albeto de Cuenca se esconde un gran curioso, una persona a la que cualquier manifestación artística le produce un inmenso gozo vital. De ahí sus devaneos como letrista, como gran conocedor del mundo de cómic o como crítico de cine. A aquella presentación le siguió una reseña en ABC. Él no lo sabe, pero aquellas amables palabras suyas ayudaron a que la novela acabara publicándose en veintitrés países y, lo más curioso, que alguno de los párrafos por él escritos fueran empleados como reclamo publicitario por mis editores extranjeros. Ahora, cada vez que viajo al extranjero para promocionar esta novela, siempre tengo presente a Luis Alberto de Cuenca, pues allí donde voy me veo su nombre unido al mío en el mismo libro. Todo un honor para mí. El currículum de Luis Alberto como creador, investigador y servidor público, es directamente proporcional a la grandeza de su persona y, sobre todo, a su proverbial generosidad. Por cierto, Luis Alberto acaba de obtener el Premio de Poesía Ma-

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nuel Alcántara, que se concede en mi ciudad, Málaga, y que es el de mayor dotación económica para un solo poema. ¡Enhorabuena! Emilio Calderón Licenciado en Historia Moderna, trabajó en la editorial Cirene, de la que fue fundador. Ha sido gerente de una empresa de teléfonos y actor en sus ratos libres. En 1980 estudia cine en el taller de Artes Imaginarias y se aficiona a la fotografía. En 1985 ordena y cataloga parte de la biblioteca del Museo Arqueológico Municipal. En 1990 trabaja como documentalista en un proyecto de reconstrucción de la fortificación de Melilla, bajo la dirección del arquitecto Javier Vellés. En 1984 se licenció en Historia Moderna por la Universidad Complutense de Madrid. En 1989 fundó la Editorial Cirene. Se inició escribiendo ensayos históricos, como Historias de las Grandes Fortunas de España o Amores y desamores de Felipe II, y en 1995 comenzó a escribir novelas juveniles y cuentos para niños. Desde entonces ha publicado una docena de títulos, entre los que destacan La momia que me amó, Continúan los crímenes en Roma, Roma no paga traidores, El cielo encendido y otros misterios, El último crimen de Pompeya y El misterio de la habitación cerrada. En 2003 obtuvo la beca Valle-Inclán de la Real Academia de España en Roma. Su obra El mapa del creador, ha sido publicada en diversos países, entre ellos: EE.UU., Gran Bretaña, Noruega, Alemania, Holanda. Recibe, en el año 2008, el XIII premio de novela Fernando Lara por su obra El judío de Shanghai, editada por Grupo Planeta.

Centón Albertino Emilio Pascual

Años atrás abrimos una caja de plata que encerraba extraños seres: un látigo de hielo, algunos bucles, un puñal junto al Támesis, palabras de doble filo, el agua, toda el agua, los mastines del odio, el abanico... Debajo, al lado, en un armario acaso, un vestido amarillo, y en la arena sangre y perfume; al borde del lavabo una brocha insidiosa; tras la puerta, una mirada o ropa interior verde; cartuchos, un cadáver en el baño, déjame ser feliz ahora que beso.

Por el este la plata da a la calle: tal vez la gabardina y el sombrero proyectan sombra, o sueño de una sombra; apócrifa o real, condona deudas, como el rojo estrellero finge el alba; hay lugar para todo: desembarcos, huidas, perlas tristes, papelinas, la daga del ingenio, las excusas, extractos de tragedia, barras rojas, una escoba galáctica, las venas surcadas de ponzoña y pesadillas, la piel de tigre de un impermeable, la fe en el disparate, y sobre todo esa envidiable ciencia de las manos. Otros seres encierra el otro sueño, o los mismos quizá, nunca se sabe: la estela de una fuga, cuando el alba baña de palidez la fugitiva, ojivas y misiles salpicados de seda oscura, yelmos relucientes, un ejemplo de subliteratura. Convocados están Sonia la Roja, un chapero sin nombre, Rita ausente, la malcasada, aquel perro alistado a la legión helada de las sombras, las torres sobre roca que forjaron los sosegados héroes de Europa. Las mañanas triunfantes nos ofrecen los dedos de la aurora, que acarician el patio de un benévolo teatro, los contrarios por fin inconciliables, el sol, las perversiones, la semana. Ved las viñetas: contemplad la lágrima que ha llegado rodando de la Edda, los ojos de Teodora, el espatario, un aroma lejano, el crucifijo hecho montante en manos de cruzados, un lugar triste y pobre, soleares, el monstruo favorito, los ayunos de roscas o la casa desolada; y, antes de las trompetas, el embrujo de un Castro que arruinó entre sus morrillos el sabor del cocido maragato. ¿Cómo casar el hacha con la rosa? La Diosa Blanca con su sombra leve, disuelta en chicas, Venus y divanes, cubre los adoquines de aquel barrio. Un álbum de recortes empareja misántropos e imbéciles, amigos 61

y puñales, olvidos y espejismos, desengaños y amores espectrales. Recordemos el polvo de las eras y las nieves de antaño, la visita descalza, los amores imposibles, la evocación de cierto alejandrino. No olvidaré el perfil de los Marcelos, ni el de Walpole o Beckford, ni el de Helena, y menos, entre todos los posibles, el de la dulce, musical Nausica. Si no pasas por fuertes y fronteras no verás el confín del universo. Entre todas las chicas que lo pueblan, dejadme que prefiera a las que arguyen al propio Hammurabi, a aquella musa que acepta un par de copas y un mordisco diminuto en el cuello, la que ofrece curvas de Dánae en el Adeene, y la virgen que no espera a mañana para arrancar las rosas una a una o mil a mil) desaforadamente. Versos a quemarropa, voces góticas, la triste realidad tras la nublada noche de paraíso y los zapatos de cristal pateándote la espalda -la otra realidad no es de este mundo-, el náufrago mensaje, el bronce viejo, un pétalo reseco en algún libro -tal vez el de las novias que pasaron-, los ocasos, Heráclito y sus ríos, equilibrados con Virgilio o Valle, las líneas nunca escritas y otras flores azules. Hay dragones y princesas, ramas de oro, proverbios y misterios que no denostaré. Cierro la Biblia, mientras en otro libro nos visitan insomnios y regresos, que a la lengua catalana propuso Parcerisas. 28 de mayo de 2009

Emilio Pascual Ex director de Infantil y Juvenil en Anaya; ex director de Cátedra; ex filólogo; Premio Nacional de LIJ por Días de Reyes Magos...; Y, como solía decir en un CV de arquitectura poco usada, “coqueteos permanentes con la literatura quedaron atestiguados en cuentos y relatos dispersos, alguna obra de teatro inédita, ciertos endecasílabos. Unos Apócrifos del Libro lo confirman. Hace tres años recibió el XV Premio Glauka, que da la Asociación de lectoras de la Biblioteca de Cuenca, premio que, por ser de pura devoción y sin dotación alguna, es el más estimado. No sabríamos decir si es un buen lector, pero, lo mismo que de Borges, podría aventurarse que es un lector agradecido”.

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Referido a Luis Alberto de Cuenca Emilio Porta

uis Alberto de Cuenca es ya Patrimonio de las Letras Españolas. Nadie puede ser escritor, buen escritor, sin partir del conocimiento, de la cultura previa. Para poder mirar y traducir esa mirada al papel, o al espacio electrónico en el que también ahora nos movemos, hay que conocer el lenguaje, dominarlo en la expresión, cuidarlo en la confluencia. Eso lo hace como nadie este extraordinario escritor, de larga y siempre nueva andadura. Desde su sorprendente aparición en la que la crítica observó al poeta que enlazaba ruptura temática y referencias a los clásicos, hasta sus últimos escritos, capaces de taladrar la serenidad del discurso, y en los que las sensaciones discurren con fluidez y sencillez, a la vez que ofrecen una mágica complejidad en las sugerencias. Es exacta y armónica la poesía de Luis Alberto de Cuenca. También llena de intenciones secretas. En ella la oscuridad se une a la luz en ese lenguaje, donde todo lo oculto trasciende más allá del misterio. Luis Alberto cambia de contenido y forma. Y siempre, como en las películas de su amado John Ford, su obra, que a veces también es juego e ironía, va más allá, está en la frontera. En esa idea, tan querida por él, de que sin la buena arquitectura de la palabra el poeta no existe, quiero que compartamos este poema.

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El lenguaje a L.A. de Cuenca.

Y así vamos. Caminando. Tratando de dejar piedra en la piedra. Escribiendo un único poema colectivo, infinito y eterno. Ese poema es la Palabra. La Palabra, que es todas las palabras. El instrumento al servicio de la idea. Que es la misma Idea. ¡Oh, poderoso lenguaje, tú eres el Creador! Pues, desde el miedo y la necesidad, creaste la conciencia.

Sin ti no hay referencia de lo Humano. Sin ti tan sólo somos una mísera especie. Tan extraña como las otras. Tan animal como el nombre que les damos. Es nuestra la Palabra. Es de todos. En el idioma de cada territorio. En la forma de cada época. Nadie puede adueñarse de su uso. Aunque seamos nosotros, los arrogantes esclavos de la vanidad, los que le confiramos su valor. El mamífero herido por el rayo de Luz. El ser que habla. Capaz de crear con Ella. De pensar. De vivir. De soñar. Y que, en su pretensión de Eternidad, desea ser habitado por su propio instrumento. Y la guarda en sus códigos. Para que el tiempo no le destruya. Emilio Porta Escritor. Crítico literario y cinematográfico. Ha escrito y publicado más de una decena de libros de poesía, filosofía y narrativa, entre ellos, Porlock, Compás de Espera, Diseño de la oche, avegación del Vacío, Anamarel, Diario Despertar, Destinos y Caballeros y Tomo Secreto. Profesor de Español en Tiverton y Crediton (Inglaterra) durante dos años, articulista, conferenciante y viajero por todo el mundo, actualmente vive en Madrid y es Vicesecretario de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles y Director de su Departamento de Publicaciones.

Nuestra vecina Enrique Gracia Trinidad

ace unos años, en una reunión de homenaje a Luis Alberto de Cuenca, celebrada en el Cigarral del Ángel, al amparo de nuestra común amiga Fina de Calderón, se me ocurrió escribirle algo a mi amigo con el que, viéndonos menos de lo que desearíamos, he compartido buenos momentos, algunas

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tareas, varias complicidades en momentos alegres o tristes de nuestra vida, y sobre todo afecto. Quise hacerlo al modo clásico, en el que los autores se respondían unos a otros en versos. Elegí para ello un soneto en el que Luis Alberto, con su habitual e ingeniosa fabulación, fantaseaba sobre una apócrifa vecina guapa, dirigiéndose a un amigo suyo —Javier del Prado— y urdiendo, artificiosamente, malvados planes sobre la vecina en cuestión. Se me ocurrió que la vecina tendría algo que decir y, también fantaseando, le puse voz a la vecina en otro soneto. Pura broma. Con todo mi cariño, aquí van los dos sonetos (el de Luis Alberto sirve, lógicamente, como cita inevitable del mío)

SONETO APÓCRIFO DE UNA VECINA DE LUIS ALBERTO DE CUENCA, HARTA DE CONSPIRACIONES DE OPERETA EN SU DESCANSILLO

“NUESTRA VECINA (A Javier del Prado)

Tiene, Javier, nuestra vecina un talle que resucita a un muerto, y unos ojos que derriten el plomo y dan antojos a quien se los tropieza por la calle. Hay que trazar un plan que no nos falle para descerrajarle los cerrojos y pasear en triunfo sus despojos cuidando hasta el más mínimo detalle. Tú en el portal y yo en el descansillo, siempre al acecho, cristalina media velándonos la cara y un cuchillo afilado. Si Dios no lo remedia, de la vecina haremos picadillo y de un cuento vulgar una tragedia.” (Luis Alberto de Cuenca) (Por Fuertes y Fronteras. Visor,1996)

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Menudo vecindario me ha tocado en suerte. No me explico cómo puedo salir del ascensor, bajar sin miedo la escalera, si un tal Javier del Prado

Especial y adorable

y un poeta famoso y descarado andan urdiendo planes con denuedo para hacerme escabeche. Y lo hacen quedo, huidizo el cuerpo, el rostro enmascarado.

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En el portal ocultan su colmillo acechando el palmito de mi menda y dicen que han de hacerme picadillo. Mujer al fin, decido la contienda: No hagáis más el canelo en el pasillo y pasad a mi casa que hay merienda. (Enrique Gracia Trinidad)

Enrique Gracia Trinidad Madrid, 1950. Escritor, divulgador cultural y actor. Entre sus publicaciones: Encuentros, Canto del último profeta (poema coral), Crónicas del Laberinto, A quemarropa, Restos de Almanaque, Historias para tiempos raros, La pintura de Xu-Zonghui, Siempre tiempo, Todo es papel, Tiempo de Apocalipsis, Contrafábula (poesía reunida 1973-2004),(reúne íntegros todos los anteriores), Juego de Damas, Sin noticias de Gato de Ursaria, La poética del vértigo (Antología) y Pentimento (2009) . También, Cantos de amor y de ausencia, Antología de poemas de la China medieval (chino y castellano) como adaptador, junto con Xu zonghui. Poetas en Vivo (43 poetas) como antólogo. Otras publicaciones en prosa: artículos, biografías, obra gráfica, etc. Ha recibido varias distinciones: Accésit Adonais, Rafael Morales y Ciudad de Torrevieja; Premios Encina de la Cañada, Feria del Libro de Madrid, Blas de Otero, Bahía, Juan Alcaide, Emilio Alarcos, y Premio Internacional Vicente Gerbasi, al conjunto de su obra (Venezuela). Dirige “Poetas en vivo”, en la Biblioteca Nacional Española.

Espido Freire

uis Alberto debería resultarnos antipático, porque es demasiado erudito, alto y generoso para no sospechar de él. En otro mundo, un hombre atractivo y alto, amable y modesto, no debería recurrir a las malas artes de la literatura y la poesía. Ama a una mujer rubia y élfica, una delicada flor de acero que tiene la indecencia de llamarse Alicia. No cabe nada que hacer frente a un hombre así, salvo rendirse. Pero yo decidí no rendirme. Presentemos batalla. Luis Alberto ama a Beowulf y a Hamlet, a Snorri, a todos los nibelungos con su orgullo bilbaíno con la misma desesperada ansia que yo, pero sin la pasión casi erótica que a mí me domina. ¿Quién es Fafnir?, puedo gritar al viento, y Luis Alberto contestaría. ¿Dónde habitó la madre de Grendel?, y él lo sabría. Luis Alberto (creo yo) ama el instante, y eso le hace disfrutar de una conversación inesperada, y de melodías halladas en el AVE y de un aceite nuevo y casi prohibido porque, precisamente, es delicioso. Y sabe, y a veces, por delicadeza, oculta que sabe. Y eso lo hace especial y adorable; su modestia, su carácter, su exotismo. Lo que debió ser. Lo que es.

Espido Freire Debuta como escritora con Irlanda (Planeta, 1998). La novela fue galardonada con el premio francés Millepage (Seix Barral, 1999). Seis meses más tarde consiguió el Premio Planeta por su obra Melocotones helados (1999). Se convertía con veinticinco años en la ganadora de menor edad en la historia del galardón. Soria Moria, su última novela, (Algaida, 2007), obtuvo el premio Ateneo del Sevilla 2007. Nuevamente se convirtió en la ganadora más joven que posee este galardón. Colabora con varios medios de prensa nacionales, como Público, AD, El Mundo, Onda Cero, (Julia en la Onda), así como en revistas como Yo Dona, Jano, o Psychologies. También ha trabajado como traductora literaria. Desde octubre del 2006 dirige su propia empresa E+F de nuevos conceptos culturales.

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El poeta necesario Eugenia Rico

s difícil escribir de lo que se ama porque contiene siempre un elemento innombrable. Uno puede decir que admira a Luis Alberto de Cuenca por su palabra, por su transgresión, por haber conquistado para la poesía un ámbito de libertad alejado de las modas. Por más que su poesía inaugure la posmodernidad no deja de ser sobre todo una celebración de la palabra. Luis Alberto desde la cultura más refinada atacó los bastiones de la cultura pop y los conquistó para la lengua. Leerle es dejarse fluir. En sus poemas late siempre una voz asombrada. Por eso y por muchas virtudes más admiro la poesía de Luis Alberto y admiro a Luis Alberto como persona y como poeta. Decir en cambio porque le quiero tanto tiene que ver con las otras virtudes: las difíciles de nombrar, las que diferencian lo que nos gusta de lo que nos conmueve. Entre temblar y decir prefiero temblar. Hay ciertos poetas que nos deslumbran con su inteligencia y Luis Alberto es uno de ellos, pero hay otros que se nos meten carne adentro y se hacen imprescindibles para comprender todos los otros libros que leemos: poetas necesarios. Estos últimos son muy pocos. Luis Alberto de Cuenca no sólo es uno de ellos. En este principio de siglo atormentado si hay un poeta necesario es Luis Alberto.

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Eugenia Rico Ha sido escogida por la Revista Leer, El cultural y el Periódico de Catalunya como una de las novelistas fundamentales de su generación. Ángel Basanta la ha consagrado como la creadora en España de un nuevo género de novela. Colaboradora de El País y la Revista de Occidente y ganadora de importantes Premios Literarios como el Azorín con La muerte blanca o el Ateneo de Sevilla con El otoño alemán. Su última novela es Aunque seamos malditas.

Al amor de unos versos Fernando Beltrán orque quien ama nunca sabe lo que ama / ni sabe por qué ama, ni lo que es amor... Así describía el poeta Fernando

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Pessoa, aquel gran fingidor de las pequeñas verdades como puños envueltas en palabras de seda, su eterna aproximación a esa amada invencible que todos llevamos dentro. Lo hacía con sencillez y resignación, pero con alegría hímnica también al proclamar versos después que Amar es la eterna inocencia y que El mundo no se ha hecho para que pensemos en él. Luis Alberto de Cuenca supo muy pronto que este último verso del portugués era mucho más que una simple intuición poética. Supo antes que ninguno de nosotros que el mundo, este mundo que caminamos, sentimos, sufrimos, pedaleamos o abrazamos cada día, no se ha hecho para que pensemos en él, y lo supo además de una forma tan clara y rotunda que quizá sea por ello por lo que se ha dedicado siempre a pensarlo doblemente con minuciosa, infatigable y erudita precisión, y a regalarnos a continuación –y ahí habita el milagro y su grandeza- el supremo don que supone despojarse de toda sabiduría previa para enfrentarse simplemente a ras de tierra al verso con la conciencia de que por mucho que conozcamos ya el final de todas las historias que leímos y aprendimos en los libros, el bagaje no sirve para enfrentarse a ese punto y seguido de las historias reales –sus poemas de amor lo son- en donde las heridas siguen latiendo en nuestros hombros como un segundo corazón, y el extracto de la tragedia, la soledad o el regreso a casa a altas horas de la sensibilidad intuye ya su amarga melancolía en el perfume que sabes no abrigará tus manos frías, pero al que estás dispuesto a dedicar tu vida entera. Tu obra completa también. La tierra estaba seca. No había ríos ni fuentes. Y brotó de tus ojos el agua, todo el agua. El mundo no se ha hecho para que pensemos en él. El mundo está ahí tan sólo, y a veces nos creemos que somos nosotros los que lo atravesamos, y otras veces sentimos que es el mundo el que nos atraviesa a nosotros y que poco o nada, salvo sentir o resentirnos, podemos hacer. A veces la tierra está seca, y a veces fluyen los ríos y las fuentes con latido inaudito, y a veces, otras veces, de cuando en cuando, incluso ahora, sin que sepamos ni por qué, ni de dónde, ni cómo el agua de tus ojos pudo abrigarnos tanto, la vida deja de pensarnos o nosotros dejamos de pensarla a ella, y somos simplemente un poema que camina por sus lunes o sus jueves y sabe que la Vida dura muy poco, que no hay manera de reunir los suficientes días para enterarte de algo y que sin embargo existen la pasión, los grifos, las caricias, las camas vacías, las chicas como tú, las botellas tiradas por el suelo y el compás de vivir. Luis Alberto de Cuenca no ha pensado en el amor, lo ha escrito. Sin filosofía, sin credo, sin vergüenza, sin decálogo al-

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guno. Despojado, derrotado. Acompañado a solas siempre. Sin querer enseñarnos nada, pero dejando a nuestro alcance una hermosa intemperie y una imprescindible lección. Fernando Beltrán (Oviedo, 1956) Se trasladó a Madrid en 1964, donde actualmente reside. Es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Complutense. En 1982, obtuvo con Aquelarre en Madrid el accésit del Premio Adonáis, en el mismo año que Luis García Montero ganó dicho premio con El jardín extranjero. Aquelarre en Madrid ha sido reeditado dos veces con posterioridad. La poética del autor quedó definida a través de dos manifiestos. En 1987 publicó el manifiesto “Perdimos la palabra” en el diario El País, y posteriormente también fue el autor de “Hacia una poesía entrometida”, aparecido en la revista Leer en 1989. Este segundo manifiesto es de gran importancia para entender al autor como “poeta entrometido”, como así se define él mismo. Con anterioridad el poeta había sido uno de los fundadores del sensismo, 1980, un movimiento que supuso un rechazo generacional a las estéticas culturalistas de los años setenta. A lo largo de los años ha publicado más de diez poemarios. Su obra ha sido traducida parcialmente a quince idiomas y de forma completa al francés en un libro titulado “L’Homme de la Rue” por la editorial L’Harmattan. Ha sido fundador del Aula de las Metáforas, una biblioteca poética a la que el autor donó mil quinientos ejemplares, y que se encuentra ubicada en la Casa de Cultura de Grado (Asturias). En la actualidad es director de la revista poética “El hombre de la calle”. Además de poeta, es profesor del Instituto Europeo de Diseño, de la Escuela Superior de Arquitectura y es fundador del estudio creativo El Nombre de las Cosas.

Con admiración, pero sin envidia Fernando Sánchez Dragó

i yo fuese Luis Alberto no querría ser Dragó, porque saldría perdiendo, pero siendo, como soy, Dragó, me gustaría ser Luis Alberto, porque saldría ganando. Lo digo en serio. Pasaría yo de ser un humilde prosista que yerra (de error y de errar) por el mundo y por la literatura a ser el mejor poeta de cuantos hoy escriben en España. Sigo hablando en serio. Nadie atribuya a hipérbole, ditirambo o tropo la contundente opinión que acabo de expresar. Luis Alberto no sólo alza la voz, sino que la sostiene, y no sólo canta, sino que, además, cuenta.

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Eso es extraordinariamente difícil: bailar, sin caerse nunca, sobre el filo de la navaja barbera que sirve de hilván, cicatriz y sutura a la lírica y la épica, a Horacio y Virgilio, al haiku y la octava real, a la fantasía y el sentido común, a don Quijote y Sancho, al amor y el humor, a la sátira y la ironía, al florete y el martillazo, a la serenidad y la ebriedad, a la categoría y la anécdota… Otros lo hicieron en el pasado, pero sólo Luis Alberto lo hace hoy. Es ubicuo. Es multicéfalo. Es centrífugo y centrípeto. Es aguja de navegar que señala a la vez todos los puntos de la rosa de los vientos. Es como esas stupas del budismo que tienen ojos en sus cuatro caras. Es poeta y veleta. ¡Qué milagro el de abrazar un libro suyo, meterse con él en la cama y sentir lo que se siente al leer un poema mientras el sol se pone y, al mismo tiempo, divertirse como divierten a los quince años las novelas! Insisto: eso, en la España zapatera, zaragatera y hortera, que es la de hoy, nadie lo hace. ¡Ah, Luis Alberto, simultáneamente sutil e inconsútil, narrador y poeta, juglar y clérigo! ¡Doble mester el suyo, como mandan las cánones de la historia de nuestra literatura! Y, encima, estudió clásicas, que es lo que yo estudiaría ahora si estuviese en edad de hacerlo. Lo diré en latín macarrónico: es condición sine qua non conocer esa lengua, la latina, y no viene mal leer de corrido el griego, para escribir como Dios manda en castellano. Le guardo gratitud a Luis Alberto porque me presta pacientes servicios de latinista y helenista. Soy capaz de consultarle muchas veces cada día, a cualquier hora, y siempre me saca del atolladero. Debería cobrarme. No lo hace. Estoy en deuda con él. Por navidad le enviaré un Mercedes. Tiene un coche que da pena. Le guardo gratitud a Luis Alberto porque nunca habla mal de nadie y consigue que nadie hable mal de él. No sé lo que es más difícil. Le guardo gratitud a Luis Alberto porque se atreve a decir que es de derechas y la izquierda se lo perdona. Eso se llama cuadrar el círculo. Le guardo gratitud a Luis Alberto por su buena educación, por su cultura concéntrica, excéntrica y enciclopédica, por su constante atención a los raros y curiosos, porque sabe de todo y nunca abruma, por su afabilidad y por ser un caballero en un país de escuderos. Luis Alberto me honra con su amistad, y eso es algo que debo agradecer a los dioses, pero a la vez los execro por haber tardado tanto en propiciar nuestro encuentro. Teníamos un destino común, nuestro pasado lo era... Nacimos en el mismo barrio, fuimos al mismo colegio, pateamos las mismas calles, leímos los mismos libros y nos gustan las mismas mujeres. Seré tan políticamente incorrecto como lo es su poesía: a mí me gusta la suya. Su mujer, digo. Su poesía, también.

¡Malhaya! Él llegó antes, y eso que es más joven. Termino ya, y lo hago diciendo que deberíamos poner escolta literaria a Luis Alberto porque sus dones, virtudes y saberes, en un país donde la aristofobia es mal endémico (Ortega dixit), lo convierten en blanco de malandrines. Es apuesto, es de buena familia, nació en el barrio de Salamanca, estudió en colegio de mucho pago, llegó casi a ministro, debe de ser hombre de posibles, su conversación es amena, sagaces sus puntos de vista, originales sus juicios, extravagantes sus conjeturas, sabe latín, tiene nociones de gramática parda, no carece de sentido del humor y escribe tan luciferinamente bien como si fuese un ángel. ¡Guárdate, Luis Alberto, de los idus de la envidia! Agradecía Platón a Zeus haber nacido hombre, varón, griego y ciudadano de Atenas en el siglo de Pericles. Yo, que no soy envidioso, me conformo con ser amigo, per saecula saeculorum, de Luis Alberto de Cuenca. ¡Caramba! ¿Lo habré escrito bien? Voy a pegarle un telefonazo.

Luis Alberto de Cuenca Francisco Balbuena

Fernando Sánchez Dragó (Madrid, 1936). Licenciado en Filología Románica y Lenguas Modernas (Sección de italiano), ha sido profesor de Lengua, Literatura e Historia de España en universidades de diversos países como Japón, Senegal, Marruecos y Kenia, además de dirigir Cursos de Verano en El Escorial, Almería, Sevilla, Cuenca y Ávila. Como escritor ha cultivado la narración, la reseña literaria, el ensayo y la colaboración en prensa y revistas. Desde mayo de 2001 dirige el Colegio de España en París. Ha sido enviado especial en numerosos destinos de Asia, África y América como colaborador de prensa. Su vida literaria ha estado frecuentemente ligada con su quehacer en medios de comunicación, tanto visuales como escritos, habiendo trabajado en televisión también en el extranjero, como en la Radiotelevisión Italiana y en la Japanese Broadcasting Corporation (NHK). Ha sido colaborador habitual de El Mundo, Época, Onda Cero, la COPE, y otros medios de información. En 1955 fundó la Revista Aldebarán; de 1963 a 1967, y de 1969 a 1971 fue colaborador de la RAI (Radiotelevisión italiana); trabajó en la televisión japonesa desde 1967 hasta 1971; fue columnista de las revistas en las publicaciones del Grupo 16, donde fundó el suplemento de libros ‘Disidencias’, en la SER, en Radiocadena (donde obtuvo el premio Ondas 1988 por su programa ‘El mundo por montera’) y en Televisión Española (con programas como ‘Encuentros con las Letras’, ‘Tauromagia’, ‘Biblioteca Nacional’, ‘La Noche - El Mundo por Montera’, ‘La Tabla Redonda’, ‘Negro sobre Blanco’). Actualmente, dirige y presenta en Telemadrid el programa literario ‘Las Noches Blancas’.

Francisco Balbuena España, 1966. Escritor y periodista. Ha ganado el IV Premio de Novela Ciudad de Badajoz con Portentos de ultramar, y el IX Premio de Novela “Francisco García Pavón” con El oráculo de la tortuga, ambas publicadas por la Editorial Algaida. En el 2009 obtuvo el Premio de Novela Río Manzanares.

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Anónimo madrileño (atribuido a Francisco Rico)

Desayunar contigo Graciela Baquero

DIÁLOGOS DE CORTESANOS (5 de mayo del 2000) — ¿Y quién va donde Cortés? — Es... — Luego ¿lo sabes de cierto? — ...Luis Alberto... — ¡Ea, no te hagas de penca! — ...de Cuenca. — ¡Qué mollera tan flamenca, vate con cuerpo de jota, polígrafo y poliglota, es Luis Alberto de Cuenca! OTA 5 hacerse uno de pencas: ‘no consentir fácilmente en lo que se pide, aun cuando lo desee el que lo ha de conceder’ (DRAE); cf. “Avellaneda”, Quijote, xxvii: “¡y agora se nos hace de pencas! Páguenos la saya y sayuelo colorado...” ESTA EDICIÓ Nos hemos atenido rigurosamente al texto de la princeps, que circuló en la fecha aneja al título, en tirada de tres ejemplares, con el pie de Alla tipografia della gioia, s.l. Francisco Rico Manrique (Barcelona, 1942) Filólogo y académico de la lengua español. Es catedrático de Literaturas Hispánicas Medievales en la Universidad Autónoma de Barcelona y miembro de la Real Academia Española desde 1987, así como de la Accademia Nazionale dei Lincei y la British Academy. Ha editado numerosos clásicos medievales y del Siglo de Oro español y ha escrito varias obras sobre literatura e historia medieval y renacentista, con especial atención al Humanismo. En la actualidad dirige la colección Biblioteca Clásica, iniciada en la editorial Crítica, pero que actualmente edita Círculo de Lectores bajo las pautas del Centro para la Edición de los Clásicos Españoles que el propio Rico promovió y dirige. En 1998 ganó el XII Premio Internacional Menéndez Pelayo y en el 2004 el Premio Nacional de Investigación Ramón Menéndez Pidal.

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avier Vázquez Losada me ha pedido que escriba algo para un dossier literario sobre la poesía de Luis Alberto de Cuenca. Soy desmemoriada, pero creo que nunca nos hemos emborrachado juntos (Luis Alberto y yo), sin embargo, existen las palabras que han ido transitando del uno al otro, entrando en las cuevas más recónditas, haciéndonos íntimos en esta ciudad hueca y adorable. Perdona la confianza. Es de mañana, hoy se anuncia un calor desesperante, ya he sacudido el amor de entre las sábanas, he regado mis verduras y ahora “…Voy a empezar contigo el desayuno”. Frente a la biblioteca busco tus libros y aquí están, naturalmente desordenados, entre mi favorito de Szymborska y un autor desconocido. Leo y regreso a sus títulos: Su nombre era el de todas las mujeres y Los Mundos y los días. Hace tiempo que no me alimento con tus poemas pero recuerdo el sabor que dejan, ese agridulce del amor más próximo, esa familiaridad de la piel y de las perdidas. Elijo el primero “y nos besamos como en las películas, /y nos quisimos como en las canciones”. Todo parece tan fácil en este estado que olvidamos la fragilidad de los encuentros, esa forma de borrarse que tiene la alegría. Sigo y voy encontrando mujeres licuadas, delirio de sombras, vestidos que se abren y caen, navajas de afeitar, ginebra, bosques, complicidad, perfume y risa. También hay trozos de barco, restos del amor y sus naufragios que a todos nos conciernen. Ahora abro al azar y me detengo en “… el bikini/ amarillo, comido por las moscar,/ que tanto me gustaba, no se hable/más: se viene conmigo, a mi museo/de residuos, junto al esparadrapo/que te puse en la boca aquella vez/en que decías la verdad,…” La forma de las palabras, la alquimia del sonido, el campo de significaciones tienen energía propia. Y aquí estoy yo, emocionándome. Lo leo en voz alta para que me llegue desde lejos. Repito la operación una, dos, tres veces. Respiro. El poema contiene su propio silencio. Soy un animal lento y este desayuno se prolonga un par de días. Mientras una lluvia generosa ha limpiado locuras y rincones, yo he buscado la forma de cerrar este texto. Anoche acudí a la invitación de José Luis Gallero amigo, poeta, editor y sabio. Después de los abrazos y del vino me regaló lo último editado por Árdora, Heráclito: fragmentos e interpretaciones. ¿Cómo no creer en la sincronicidad, si cuando abro el libro descubro un texto escrito por ti? Yo que te había dejado en casa para luego, te encuentro en la fiesta, junto a la gente que quiero y hablando de Heráclito; este viejo cómplice que siempre va conmigo. Leo tus certeras pa-

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labras sobre el pensamiento del filósofo: …el corpus de fragmentos que ha llegado a nosotros funciona como un faro que ilumina nuestra mente e infunde en ella una extraña sabiduría, pues se parece más a la duda que a la incertidumbre, a la perplejidad que a la fe, y nos deja gloriosamente deshabitados… Deshabitados, así me gusta vernos, expuestos a la fragilidad… “Somos bien poca cosa”, dice Octavio Paz sólo “somos un signo que alguien hace a alguien”. Pareciera que nos vamos escribiendo mutuamente, como si dejáramos la huella de nuestra mano pintada sobre el cielo raso y profundo de la vida… Mano que conoce los pliegues de este extraño placer de ser demasiado humanos. Graciela Baquero Poeta. Tiene publicados los siguientes libros: Contactos, de poesía (Arnao Ediciones), Pintura sobre Agua, de relatos (Exadra de Ediciones) y Crónicas de Olvido, de poesía (Editorial Pamiela), La Isla (Mundos Posibles), Oficio de Frontera, de poesía. (Editorial Eclipsados). Y la reedición de Crónicas de Olvido (Libro y CD MUNDOS POSIBLES Ediciones). Sus poemas están incluidos en varias antologías entre las que destacamos: Ellas tienen la palabra (Editorial Hiperión), A Ciência do Adeus (Ediçoes pirata. Portugal), Feroces (DVD Ediciones), Antología de poesía erótica española e hispanoamericana (biblioteca Edaf), Campo Abierto (DVD Ediciones) y en la antología de cuentos: Pequeñas Resistencias (Páginas de Espuma).

Horas de visita Irene Zoe Alameda

ue un amable ritual de descanso, un receso en el palacete. Avancé los 40 pasos en forma de 7 que mediaban entre mi despacho y el suyo. “¿Vienes a rendir pleitesía al viejo maestro? Adelante, Zoe.” “Hola Luis Alberto. Vengo a saludarte.” “Ay, querida amiga, nos evacuan del Centro. Regalan nuestro palacete a los diputados.” “Y tú aún tienes las paredes llenas de pósters. ¡Ay! Ese reloj de Tintin es una maravilla.” “Es de El Tesoro de Rackham el Rojo. Me lo ha regalado Alicia, mi mujer. Nunca me has dicho cuál es tu cuento favorito, no de Tintin, en general.”

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“Precisamente, Alicia.” “Una escritora como tú habrá leído, sin duda, los cuentos de Madame Leprince de Beaumont.” “No, no... No los he leído”. “Madame Leprince es una escritora interesante. Sobre su versión de La bella y la bestia, alguien dijo que empieza donde acaban los demás cuentos. Está en Magasin des Enfants.” “Tomo nota”. “Lees en francés, claro”. “No.” “Es que tú eres joven. A mí me enseñaron francés. Tú eres más anglosajona. Y germanófila. Habrás tenido el inmenso placer de leer a Wilhelm Hauff en alemán.” “No. Pero lo anoto y lo haré enseguida.” “¡Qué suerte tienes de no haberlo leído! Así puedes disfrutarlo. Ese es un placer que yo ya he consumido. Te gustarán sus cuentos. Tiene grandes cuentos de terror.” “Anotado.” “Bien.” “ A ti te gusta la literatura gótica, ¿verdad?” “Sí, pero no tanto como a ti, me temo.” “A mí me encanta. Has leído a Mary Shelley, claro.” “Claro.” “Te gustará leer El vampiro, de Polidori. Polidori era el médico que acompañaba a Byron y a los Shelley. Se suicidó joven, el pobre.” (Su aspiración casi desvanecida, como un suspiro aspirado.) “¿Qué estás leyendo estos días, Zoe?” “A Alkman, un poeta grieg…” “Espartano. Yo lo he traducido. ¿Qué es exactamente lo que te gusta de Alkman?” “Que sabe que la retórica es el instrumento al servicio de lo ilógico.” “Eso es lo que saben los poetas.” “Lo que sabéis los poetas”. (De nuevo, su aspiración casi desvanecida, como un suspiro aspirado.) Proseguí: “También le doy vueltas a un texto de Anne Carson que me ha llevado a Virginia Woolf; y ésta me ha conducido a Leopardi. Son variaciones sobre el infinito y el centro, que se desmorona y cae – cae, con él, todo.” “e il naufragar m´è dolce in questo mare. Leopardi me recuerda a Dylan Thomas. ¿Qué dicen del infinito Woolf y Carson? “Hablan de una muesca en la pared, y de las off hours. Las off hours son las horas de indefinición, las horas que no cuentan porque no producen, las horas que se pierden. Las que se definen por un salto entre antes y después – vacías de causa, sos69

pechosas de ser, o de dar, un cobijo clandestino. Las horas que transcurren entre los pulsos y los dígitos de un reloj en forma de sonido o de espacio por recorrer. Son tiempo, son horas, pero dejan poco rastro y casi no se puede decir que existen.” “Off hours. Es un buen concepto.” “Sí. Tienes que descolgar los pósters. Te dejo para que puedas seguir recogiendo.” “No será lo mismo en el nuevo edificio, porque no me han puesto sofá ni asientos adicionales. Quieren evitar que gastemos nuestro tiempo charlando; quieren que produzcamos.” “Adiós a las off hours.” (Y la última aspiración desvanecida. El suspiro aspirado.) Me despedí: “Hasta la próxima, entonces.” “Hasta la próxima. Cuanto estemos en el nuevo edificio, envíame un SMS antes de ir a mi despacho, por si estoy fuera.” Irene Zoe Alameda Nació en Madrid en 1974. Se licenció en Filología Hispánica en la Universidad Complutense, y prosiguió sus estudios en Alemania y Estados Unidos, donde se doctoró en Literatura Comparada por la Universidad de Columbia. Ha traducido al español varias novelas y un libro de poemas. Ha sido profesora de Literatura en diversas universidades norteamericanas, y en la Universidad Carlos III de Madrid. Actualmente es Investigadora de Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Durante los últimos años sus trabajos sobre cine, lenguaje y literatura han aparecido en distintas publicaciones especializadas. Aparte de su actividad académica y literaria, es autora de varios guiones de cine y directora de dos cortometrajes. Sueños itinerantes es su primera novela, de la que la editorial Seix Barral tiene los derechos para la lengua española.

El latido claro de la vida Javier Lostalé

e releído de nuevo la poesía de Luis Alberto de Cuenca, y otra vez la vida me ha mostrado su rostro en el que , en misteriosa alianza, lo mínimo alberga en su seno un horizonte infinito, pues el suceso humano se manifiesta en ella pleno de posibilidades debido a la permanente interrelación de espacios y tiempos, a la encarnación en sus versos de vivencia y cul-

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tura en el mismo grado de tensión, llegándose así al poso más lúcido del amor y del dolor y a extraer de los sueños y de los deseos su cuerpo más transparente. Todo amanecido por la fuerza siempre virgen, nunca separada de la realidad, de la imaginación. Desde Los retratos y Elsinore, donde ya la pasión por el lenguaje y la lectura son lumbre de poemas “culturalistas, en la estela de Pound”, como señala el propio poeta, hasta la gravidez anímica y el peso de la reflexión de Por fuertes y fronteras, Fiebre alta, Sin miedo ni esperanza y La vida en llamas, pasando por La caja de plata, tan íntimamente poblada de sombras con fiebre, de historias con pulso, El otro sueño y El hacha y la rosa, la poesía de Luis Alberto de Cuenca aúna lo mítico y lo cotidiano en una síntesis que lleva al límite la realidad hasta comunicar su temblor último. Su carácter narrativo crea en la mirada del lector escenas tan incubadas por el corazón que es imposible que éste no participe de lo que allí sucede o se imagina, hasta el punto de hacerse él mismo escritura, sumando sus huellas a las del autor. Narración que incluye distintas gradaciones de humor para “resistir-como dice Javier Letrán- al destino”, y posee la semilla de la sorpresa. Nada hay que no sea habitable en los poemas de este creador de un mundo en el que las mujeres son crisálidas del sueño, emanación física de la aventura, fuente inagotable de melancolía, soplo que mueve y enciende la caligrafía, explosión incontrolada, criaturas de ficción en llamas, biografía doméstica con diamantes, barómetro de la ausencia y de la tristeza, termómetro de lo fugaz y esperanza de juventud, olor de lo perdido, lugar primero sin tiempo: Fui feliz en aquella casa llena de flores / y de libros prohibidos. La casa en que tú eras/ Ginebra en nuestros juegos, y yo era el rey Arturo/(no había un Lanzarote que echara a perder todo)./La casa donde fuiste doncella de mis ansias,/dueña de mis suspiros, muralla de mi pecho,/cofre de mi tesoro, brindis de mis soldados./La casa que tenía un arcón misterioso/ que guardaba el secreto de la sabiduría/ y del amor eterno, la droga de la fe,/la copa del olvido y el cáliz del coraje./La casa en que una tarde de sueños compartidos,/mientras se soleaba la ropa en la terraza,/te nombré soberana de un reino en que la noche/ no existía y la muerte no dictaba sus leyes. Mujeres que son el eje de rotación de la existencia, calendario de tormentas y días apacibles, mapa de lugares conquistados en su compañía, desiertos también tras algunas despedidas, ámbito en que la entrega se torna dulce antropofagia, con su filo de humor y relámpago final o sorpresa: Dile cosas bonitas a tu novia:/ “Tienes un cuerpo de reloj de arena/y un alma de película de Hawks”(…) Y cuando se lo crea/y comience a licuarse entre tus brazos,/no dudes ni un segundo:/bébetela, o la fusión entre los amantes adquiere una dimensión metafísica, sin separarse de lo concreto: Cómeme y, con mi cuerpo en tu boca,/hazte mucho más grande/o infinitamente más pequeña./Envuélveme en tu pecho./Bésame. / Pero nunca me digas la verdad./Nunca me digas: “Estoy muerta./No abrazas más que un sueño. Mundo fecundado por la presencia femenina el de Luis Alberto de Cuenca, en el que, como otra forma de amor, también brilla la amistad, generadora de equilibrio y de paz (…) Cuando pienso en los viejos

amigos que, en el fondo/del mar de la memoria, me ofrecieron un día/ la extraña sensación de no sentirme solo/ y la complicidad de una franca sonrisa...Amistad cuyas heridas-parafraseo al poeta-no cicatrizan nunca. La poesía de Luis Alberto de Cuenca tiene una simiente coloquial que facilita la comunión del lector con lo que en ella se cuenta(porque ya lo dijimos hay narración), está atravesada por la brisa que-afirma-“ de vez en cuando sopla en mi calle, junto a olores antiguos más o menos prohibidos, canciones olvidadas y deseos por realizar. Una poesía-añade-figurativa, que se entiende”, poseedora, pensamos, de la precisión y la agudeza del epigrama. Sus raíces clásicas insertadas en el aliento poético más contemporáneo, su memoria a flor de piel, el humanismo fruto de la insaciable curiosidad de su creador que la impregna, así como el fluido sentimental y pasional que la recorre, consiguen que los poemas sean el latido claro de la vida, en el que cada lector se reconocerá y saldrá fortalecido con esa energía que se desprende de la verdadera poesía. Estamos hablando de un clásico. Javier Lostalé (Madrid, 1942) Además de por su condición de poeta, Lostalé es ampliamente conocido por su trabajo en el mundo de la radio. Desde Radio Nacional de España ha venido desarrollando una constante labor divulgadora de la literatura y especialmente de la poesía, a través de programas como Escribir, El ojo crítico y La estación azul. Su poesía –reunida en la antología La rosa inclinada (Calambur) y espigada a lo largo de los años en libros como Jimmy, Jimmy (1976, 2000), Figura en el paseo marítimo (1981), La rosa inclinada (1995), Hondo es el resplandor (1998) y La estación azul (1998-2000). Entre los premios que ha recibido están el Ondas, el Nacional de Fomento de la Lectura a través de los medios de comunicación, el Internacional para medios audiovisuales Antonio Machado por su programa sobre poesía, el de Poesía Juan de Baños por La rosa inclinada y el Villa de Madrid de Poesía Francisco de Quevedo.

Luis Alberto de Cuenca Javier Puebla

onocí a Luis Alberto de Cuenca en una fiesta organizada en el palacete de Planeta. Fue él quien se me acercó, para decirme algo -como mínimo- sorprendente.

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-Me ha encantado tu novela. Me habría gustado ser yo quien la hubiese escrito. Se refería a Sonríe Delgado, en aquel momento obra popular gracias al respaldo del premio Nadal (ahora - más libro de “culto” que “popular”). Considerando que Luis Alberto era, o había sido, Secretario de Estado de Cultura, me lo tomé como una frase diplomática, desmesuradamente generosa viniendo de un poeta tan brillante. Porque aunque no le conocía en persona había escuchado en boca del genial Emilio Pascual uno de sus poemas, “Bébetela”, en Libertad; y la calidad de los versos, su narrativa perfecta sin perder en ningún momento la musicalidad, me dejó asombrado. Mi asombro nacía, claro, de mi proverbial ignorancia. Luego he realizado el experimento de preguntarle a mis amigos verdaderamente cultos, tanto de izquierdas como de derechas, qué poeta consideran el mejor, o más brillante, en lengua castellana al día de hoy, y siempre la respuesta ha sido: Luis Alberto de Cuenca. Volví a encontrármelo una segunda vez en el programa de Dragó (que el pasado año estaba se convirtió en el epicentro absoluto de la vida literaria española). Y de nuevo la sensación de cercanía, de comprender y sentirme comprendido, me embargó durante los minutos que estuvimos charlando entre bambalinas. Así que cuando me enteré que daba una conferencia sobre Rubén Darío en La Casa de América acudí a escucharle; y verle. - ¡Qué bonito! Y señaló el pin del Capitán Haddock sujeto a una de las solapas de mi blaizer. Moví la cabeza, incrédulo. Era demasiado. Que le hubiese resultado aceptable mi novela, tenía un pase... Pero que al poeta, al más activo Secretario de Estado de cultura jamás visto, le gustase el mundo de Tintín, resultaba demasiado increíble. Entonces Luis Alberto, con un giro de muñeca de prestidigitador, y sin duda habiendo notado mi incredulidad, volteó la carpeta gris o azul que llevaba con el nombre de Darío rotulado y en el envés de la misma apareció ¡el diario de Tintín! Nos abrazamos -como cómplices o conspiradores- aquella tarde noche, al despedirnos. El siguiente encuentro fue en su casa, o más concretamente en la biblioteca de Don Ramón de la Cruz. Había quedado con Emilio Pascual, el mismo que me descubrió sus palabras, para fotografiar los grabados de Las Mil y Una oches. Esa tarde le llevé mi célebre “Jaula-Tarjetero” y él me regaló su poemario, recién salido de imprenta, La vida en llamas. El libro ha sido mi mejor amigo de este verano. A mí sí que me habría gustado haber sido el autor, haberlo escrito (porque, al menos en lo narrativo, parece mío, y perdón por la inmodestia). Pero también porque es la primera vez que he encontrado un escritor cuya compañía es tan cálida como lo que escribe, que es capaz de sacar a sus lectores, o amigos, de la realidad, y hacernos creer en la mejor de las magias, como cuando releemos nuestros vie71

jos tebeos de Tintín, y volvemos a sentirnos limpios, nuevos, y niños. Javier Puebla Es autor de una obra extensa y versátil premiada en los concursos Silverio Lanza y La Ventana de Cadena Ser, y el Premio Nadal, finalista, en el año 2004 con Sonríe Delgado, novela que fue considerada por la Asociación de Amigos a la Lectura como la mejor novela del año. En Blanco y egra, ofrece en diecisiete relatos y una novela una insólita visión de la vida en África, fruto de sus cuatro años al frente de la Oficina Comercial de la Embajada de España en Dakar. Con Tigre Manjatan, grupo Anaya 2008, comienza una peculiar trilogía, que sigue en La inutilidad de un beso, XVIII Premio Internacional de novela Luis Berenguer. El protagonista de la trilogía es Arturo Briz, alias Tigre Manjatan, un personaje fascinante, que enamora. Javier Puebla es el único autor en la historia de la literatura que ha escrito un cuento literario cada día durante un año completo, resultando de tal hazaña la novela atípica El año del Cazador de Cuentos. También ejerce Javier Puebla de periodista, es Director Literario de la revista Cambio 16, colabora como articulista en Cuadernos para el Diálogo, Cambio 16 y La Opinión (Murcia), y firma reportajes para La Clave y El Mundo. Además dirige cine, son ejemplos el largometraje rodado en Nueva York The Long Hello, varios cortometrajes y algunos videocuentos. Es profesor de escritura creativa cinematográfica en la Universidad de Alcalá de Henares, y creador de uno de las talleres literarios de mayor prestigio en Europa: CREACIÓN DE PERSONAJE: 3 ESTACIONES, tarea de la que resulta su faceta de editor con Los libros del Capitán, colección de novelas escritas por los autores que se inspiran en las pautas de su taller.

Una vivísima, sencilla, viril y fresca emoción personal

bresco y polvoriento y las presenta tan vivas y frescas como una flor que nos salpica de rocío. El resultado es un poema de profunda vibración íntima y de una elegancia y universalidad que conecta directamente con el corazón y el gusto del lector. Con Luis Alberto de Cuenca yo he sido muchos amantes y he descubierto con estupor mis propios gigantes de hielo, porque él no despista con retahílas de imágenes superfluas ni se va por elegantes ramas, sino que comienza el poema in medias res, con una voz segura, viril y gentil que dice más de lo que dice y todo en un poema cargado de brevedad y de sustancia viva, tan personal como literaria. Para colmo, con la relectura de su obra he vuelto a escribir poesía después de más de un año. ¿Qué más le puedo pedir? Por todo ello me uno a este homenaje.

Jesús Cotta Lobato (Cártama, Málaga, 1967). Estudió la carrera de Filología Clásica y, actualmente, imparte clases de filosofía en un instituto de Alcalá de Guadaíra (Sevilla). Es autor de Topicario y de Arpones contra el pensamiento simple.

Los poemas de romanticismo feroz Jesús Egido

Jesús Cotta Lobato

e Luis Alberto oí hablar por vez primera en Atenas. Era yo estudiante y filosofábamos en un bar de copas y entonces una española recitó de memoria unos versos que me deslumbraron y me emborracharon aún más. Si dijo el nombre del autor, ya no lo recuerdo. Sólo sé que, diez años más tarde, reconocí esos versos en un libro de Luis Alberto de Cuenca y surtieron en mí el mismo efecto que en mis noches áticas. Sin alcohol, aquel poema volvió a embriagarme. Sólo ahora he caído en la cuenta de por qué este poeta me gusta tanto: es esa capacidad invisible de poner literatura y mitología al servicio de una vivísima, sencilla, viril y fresca emoción personal que desecha en ellas todo lo que pudiera haber de li-

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uis Alberto de Cuenca ha logrado el principal objetivo al que aspira un poeta, que la gente cante sus versos sin conocer la identidad de quien los ha escrito. Eso le ha ocurrido, por ejemplo, con Garras humanas, Caperucita feroz y la mayoría de las canciones que creó para Javier Gurruchaga y la Orquesta Mondragón. El estribillo de Garras humanas –“Hola, mi amor, yo soy el lobo…”– dio título a una antología que el ilustrador Miguel Ángel Martín y yo mismo publicamos en octubre pasado en la editorial REY LEAR. En el prólogo acertamos a calificar una parte de la producción de Luis Alberto como poesía de “romanticismo feroz”. Calificábamos así sus poemas relativos al amor real y urbano, el que se sustenta en lo físico y, por tanto, suele ser más sincero y reconocible. En ellos traslada al verso

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asuntos tan prosaicos como el oficio de chapero, una huelga general o las múltiples aristas del engaño amoroso. El sutil humor amargo e irónico que los anima sirve de denominador común. Luis Alberto de Cuenca es un poeta pop que bebe de los aspectos más inmediatos de la sociedad de consumo (esta definición de pop es la de la Real Academia Española): el cine, el cómic, la literatura de género… Eso sí, es un poeta pop de 24 kilates, porque las referencias al tebeo o a las películas de terror conviven con otras del mundo clásico que delatan su condición de sabio, capaz de disfrutar con idéntico placer de los versos de Virgilio y de los álbumes de Tintín. Y este amplio abanico de saberes y aficiones se percibe claramente en su obra. Su erudición clásica domina sus primeros poemarios, como Elsinore (1970-1971), donde la actriz Mae West coincidía con Ovidio y competía en belleza con Diana Palmer, la novia de El hombre enmascarado. ¡Qué mejor ejemplo del pop de 24 kilates! Posteriormente, Luis Alberto se ha decantado por lo que él denomina «línea clara», término extraído del cómic francobelga, que tiene como principal ejemplo las aventuras de Tintín. El personaje de Hergé resume la estética de la sencillez, la exquisita limpieza de trazo de la que se han aislado los elementos más barrocos. Esa línea se aclara definitivamente en su poemario más importante, La caja de plata (1985), donde el pop se alía con el humor para atrapar a un lector que había sido expulsado de la poesía conforme ésta se alejaba del mundo real, perdida en complejos barroquismos sintácticos. Por eso me gusta decir que Luis Alberto de Cuenca puede ser disfrutado con placer por quienes no acostumbran a leer poesía. A partir de La caja de plata el poeta se va poniendo cada vez más triste. Se convierte en un trovador sin miedo ni esperanza, como titula uno de sus últimos libros. Y esa tristeza también nos es próxima, porque no se aproxima a ella desde el dramatismo sino a través de la distancia que da la principal característica exigible al humor de calidad: la inteligencia. Jesús Egido (Ponferrada, León, 1959) Es editor y periodista. Actualmente dirige la editorial Rey Lear y anteriormente fue redactor jefe de Diario 16 y del semanario Tribuna. Ha dirigido publicaciones como Madrid Económico y ha colaborado en los principales medios de comunicación españoles: ABC, Tiempo, Interviú, Cambio 16, Capital… Como crítico literario ha colaborado con Leer y Revista de Libros.

Bibliotecas/Luis Alberto de Cuenca Luis Alberto de Cuenca, Todos los libros Jesús Marchamalo

a historia comienza con un joven alto y delgado -algo tímido-, vestido como un pincel: traje, corbata con nudo windsor, impecable,y zapatos brillantes, como de boda o cena de compromiso. Tenía 18 años y andaba hojeando libros en una librería de viejo de la calle del Prado, en Madrid, cuando dio con una extraña edición de Dr. Jekyll y Mr. Hyde publicada en 1886 en Edimburgo: tapas de tela sajona, corte superior pintado, perfecto estado, y el precio escrito a lápiz en la primera página: 1.600 pesetas. Como no tenía allí el dinero, fue a casa y se lo pidió prestado a su madre. Y al día siguiente, cuando volvió, el librero, con cierta indecible parsimonia, tal vez secretamente complacido, mirando por encima de sus gafas, le dijo que acababa de venderlo. No ha querido volver a buscarlo. Ni a preguntar por él, o encargarlo, para no tener que vivir el desconcierto, la fatalidad posible de encontrarlo de nuevo, y volverlo a perder. Salvo ese libro, en la biblioteca de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) se vive la impresión abrumadora de poder encontrar cualquier otro. O todos: Poeta en ueva York, de Lorca, en la edición de Norton; Paradiso, de Lezama, en la mítica de la UNEAC, con sus 798 erratas; El túnel, de Sabato, publicado por Sur en 1948; todo Gil de Biedma, y mucho Borges, también en primeras ediciones, incluido un ejemplar del Libro de sueños, con firma autógrafa del propio Borges... Hay una parte, sí, de selva amazónica, de lomos cruzados y torres en equilibrio inestable, y otra, también, de jardín francés, recién podado, o casi. Hay Azorín, Panero, Arreola, José del Río Sáinz, Martín Santos... Todo en un juguetón universo de muñecos y de exvotos paganos: R2D2, el robot de La guerra de las galaxias, Winnie the Pooh, Tintín, la cerdita Piggy, Mickey, el Capitán América, una bandera pirata... Dos.

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Por la ventana Se cuenta de un poeta laureado -nunca ha llegado a dilucidarse quién, y es una historia que se atribuye a varios- que un día tuvo que escapar de sus propios libros. Repletos los estantes, amontonados, por el suelo, ocupadas las mesas y las sillas, a punto de ser aplastado o engullido, consiguió huir en el último minuto saltando por una ventana. No es éste el caso, siquiera por la altura: es difícil saltar desde un ático, al menos con la idea de salvar la vida. Pero la de Luis 73

Alberto de Cuenca es también, como aquélla, una biblioteca victoriosa, sobrada, que, como las viudas negras, se acabó quedando con la casa. Aquí no vive nadie, sólo los libros. De ahí el comentario del editor y librero Abelardo Linares, atónito, hace tiempo: “Desengáñate, tu casa es ya una librería de viejo”. Y como en las librerías de viejo, hay algo de inextricable, laberíntico, de código secreto cuya clave sólo conoce él. Hay libros en francés, en inglés, en alemán, los idiomas que habla o que traduce, pero también en ruso o en acadio, de los que no sabe una palabra. Y uno salta de El Conde de Montecristo -primera edición ilustrada, en francés- al Capitán Trueno o a Ferlosio, El Jarama, y de ahí a Valéry, Le cimetière marin, y sin transición, al Shakespeare, de Víctor Hugo, del que tiene dos ejemplares, uno para cada uno de sus hijos. “Son muchos años ya, desde los 16 ó 17, obsesionado con los libros, incluso antes”, recuerda. “A los doce tenía ya un mueble donde empecé a guardar mis primeros libros: dos tomos de Juan Ramón Jiménez, de la Biblioteca de Premios Nobel; las obras completas de Shakespeare, que me regalaron por la reválida de cuarto; novelas de aventuras y tebeos. He sido, y soy, un gran consumidor y coleccionista de tebeos: Roberto Alcázar, El Espadachín Enmascarado, El Guerrero del Antifaz... Las ediciones de la editorial Maga, y las de Bruguera, en formato apaisado, que se vendían por entregas y que acaban siempre con un misterioso continuará...” En esa antigua, al tiempo juvenil, estantería -azul- de adolescente, están hoy las obras completas de Valle-Inclán, todas en primeras ediciones, salvo Epitalamio y dos sonatas: la de Estío y la de Otoño, que faltan. Porque confiesa, entre otras obsesiones, una por lo que llama ”completismo”. Tiene completas las colecciones de La Novela Semanal, El Cuento Semanal, La Novela de Hoy -en la que encuentra un tomito, ¡hélas!, con una esquina doblada-, la de Clásicos de Gredos, la de novela policiaca de Júcar, la de la Isla de la Tortuga, sobre piratería, de Renacimiento... Y hay una infantil obsesión por acabarlas, como los viejos álbumes de cromos. Por eso no sólo cuenta lo que tiene, sino también, llegado el caso, lo que le falta. Por ejemplo, de la colección Crisol, un único tomo, el 43 (bis), de Lorenzo Riber, titulado Marco Valerio Marcial, que busca desde hace años. La fila de atrás Hay también una biblioteca secreta. Tan grande, por lo menos, como la que se ve a simple vista, con algo de iceberg sumergido: la segunda fila -y en ocasiones tercera- que obliga a un trajín de libros que va retirando y a los que le cuesta buscar acomodo, siquiera provisional, para ir abriendo huecos. Ahí, en la fila de atrás, invisibles pero perfectamente localizados, están Larra, El pobrecito hablador, obras de Mary Shelley, o Keats en unos tomitos minúsculos, encantadores, del editor Cabrerizo; Moratín, Iriarte, Samaniego... Recoloca los libros, eso sí - otra manía-, cuidando que los lomos coincidan con el borde de los estantes. Como un tetris 74

libresco: cada hueco lo ocupa un libro hecho a medida, en apariencia, para el sitio. Tolkien en una balda completa, junto con la colección, también completa, de personajes de Asterix de los Kinder Sorpresa, y Chateaubriand, al lado de Lucky Luke. También Frank Miller, Dostoievski, Mallorquí... La poesía, toda, en lo que fue en su día la terraza, el lugar de las plantas y las regaderas, y donde hoy apenas cabe un libro. “Soy muy selectivo”, dice. “Podría tener muchos más, pero procuro quedarme con los que me interesan, los necesarios. Y no, nunca los firmo, ni los sello, ni hago anotaciones, porque los libros no tienen dueño, son de todos; ahora están aquí, pero acabarán en otro sitio, donde sea, y serán de otros lectores: la primera edición de Tarzán, de Burroughs, que está ahí atrás, o ése, del padre Calmet, que es el primer tratado de vampirología, publicado en 1751, o los quince tomos de las obras de Agatha Christie de Aguilar”. Y ahí seguimos un rato, casi pasando lista: los Machado en un mueble, Ibsen en otro, Evelyn Waugh, Sartre, Voltaire, Mozart... “Donde no te voy a subir es a la buhardilla”, dice, y miro a hurtadillas por la ventana, disimulando, abajo. Por si hay que acabar tirándose. El presente artículo fue publicado originariamente en ABCD, el suplemento cultural del diario ABC, dentro de la serie Bibliotecas de autor. Jesús Marchamalo (Madrid, 1960) es periodista y escritor. Colabora habitualmente con ABCD y tiene una sección de palabras en Muy Interesante. Ha publicado casi una decena de libros, entre ellos 39 escritores y medio (Siruela, 2007), Las bibliotecas perdidas (Renacimiento, 2008) y Tocar los libros (CSIC, 2008).

Fotografía: Alberto Rodrigo

Soneto en acróstico con estrambote en lira Jesús Urceloy llá a finales de los ochenta del siglo pasado conocí a Luis Alberto. Por aquellos años a un grupo de jovencísimos poetas, entre los que me encontraba, se nos ocurrió la idea de montar unos recitales de poesía en un pequeño local del centro de Madrid: El rincón del Arte Nuevo. Teníamos un presupuesto muy reducido y podíamos pagar, renunciando a nuestros emolumentos, la cantidad de 5.000 pesetas, unos 30

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euros de hoy, al poeta invitado. En ese sueldo ya iban ya incluidas las copas y el transporte. Me tocó contactar con Luis Alberto, al que sólo conocía por sus libros. Con la ayuda de la guía telefónica y con más miedo que vergüenza, emprendí el asedio. No sé qué fue, si la absoluta sinceridad con que le describí nuestra causa, o que en la conversación que mantuvimos aparecieron algunos temas de su agrado, pero no sólo aceptó, sino que me invitó a su casa aquella misma tarde. Allí hablamos y hablamos hasta casi la madrugada de nuestro amor por la literatura fantástica, el ciclo artúrico o La dama de Shalott –por entonces ignoraba que me encontraba con el mejor traductor al español del famoso poema de Tennyson- y que para rematar la velada me recitó como jamás he visto hacer a nadie. De su casa salí no sólo cargado de libros, que hasta en esto es persona elegante y dadivosa, sino convencido de que allí nacía una hermosa amistad. Desde entonces hasta hoy nos hemos encontrado muchas veces, hemos compartido desayunos y comidas, estrenos de teatro y tertulias, recitales y antologías y, lo más importante, amigos que, bien llegados de mi parte o de la suya, han ido engrosando ese sueño de la sombra que bien puede ser el cariño. (Hasta, y lo digo con boca chiussa y entre paréntesis, me ha cabido el dudoso honor de haber sido profe de poesía de su hijo Álvaro de Cuenca, que es hoy un estupendo poeta).

Hace unos años aunque no recuerdo dónde, me tocó presentarle en uno de sus recitales. Para la ocasión me atreví a escribirle en acróstico un soneto con estrambote en lira, pues diecinueve son las letras de su nombre. Revolviendo entre papeles lo he encontrado y –él podrá decir si miento o no, ya que todo lo guarda- lo he reformado en algunos versos y rimas para esta ocasión. Espero que sea de su agrado y del vuestro. Ya sabes, Luis, siempre con toda mi amistad y admiración. Luis Alberto de Cuenca Soneto en acróstico con estrambote en lira Las voces del ayer, los que murieron un mundo y unos días, y en tu boca insomnes viven, con tu lengua loca siempre de amor y soledad. Que hirieron audaces la palabra y esculpieron lágrimas pétreas en cristal de roca: burla del tiempo que tu luz enfoca, esconde y resucita. Y los que huyeron rotas sus lanzas ante un lienzo inerte: temidos perdedores que en tu espalda ofrendan el dibujo de la muerte. (Damas negras de seda negra y falda enmascarada en cuero, y unas glosas cuentan por fuertes y fronteras, rosas).

Una línea muy clara es necesaria aún por los papeles. No sea tu letra avara: con Shrek y sus fieles alza a Tintín contra esas hordas crueles. Mayo de 2009

Jesús Urceloy (Madrid, 1964) Poeta, escritor y editor. Profesor de los Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja y de la Fundación José Hierro, ambas de Madrid. Ha publicado como poeta, Libro de los salmos (Devenir, 1997), La profesión de Judas (Sial, 2000), Berenice (Amargord, 2005), y Diciembre (Fundación José Hierro, 2008). Ha aparecido en las antologías: 100 sonetos contemporáneos, Feroces y La Voz y la Escritura. Ha sido traducido al portugués (Poesía espanhola anhos 90). Experto en novela negra es responsable de la edición crítica de los libros Todo Sherlock Holmes para la Editorial Cátedra y Shrelock Holmes, los relatos imprescindibles, para Alianza Editorial, así como, junto a Antonio Rómar, de la última edición crítica completa del clasico Las mil y una noches, también para Cátedra. Es miembro fundador y coordinador de la decana revista en internet Ariadna-rc.com.

Luis Alberto de Cuenca o la íntima conciencia Jorge de Arco

ace años que sigo la obra poética y humana de Luis Alberto de Cuenca. Y de ambas he aprendido. De la poética, por la clarividente maestría en su dominio formal y estrófico del verso -desde el endecasílabo o alejandrino…, pasando por el versículo, el soneto, el haiku…-. Y de la humana, por su amistad y su siempre sincera cercanía. Muchas han sido las reseñas y comentarios que he dedicado a su quehacer, porque cada nueva entrega del poeta madrileño ha sido -es y será- motivo de gozo para quien esto escribe. De Cuenca ha mantenido un estilo casi inconfundible, que confiere a su poesía una veta culturalista, en donde la íntima conciencia queda acentuada por el tono narrativo de sus composiciones. Se siente a gusto el autor en el ámbito de la

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cotidianeidad y su fidelidad queda plasmada en los paisajes y protagonistas que van desfilando por tantas páginas de poesía muy bien hecha y muy bien dicha. “Orden, claridad, concisión y sobriedad”, proponía Quintiliano en su Retórica y desde esta máxima parecen nacer muchos de los versos de Luis Alberto de Cuenca: “Y bailamos, mejilla con mejilla,/ trasladados a un mundo sin mañana/ y sin ayer, ardiendo en una hoguera / de plenitud, como ángeles rebeldes/ que al final se han salido con la suya/ perdiendo la batalla como sombras/ que, en la victoria del amor, se dicen/ en silencio, sin miedo ni esperanza,/ las palabras que nunca se dijeron”, anotaba en uno de sus poemas incluidos en Sin miedo ni esperanza (Visor. Madrid.2002) En una entrevista que concediera tiempo atrás, confesaba el poeta madrileño su devoción por Shakespeare: “Se limita a mirar lo que pasa en el mundo y a contarlo. Me gusta eso”, decía. Al adentrarnos en su acontecer lírico, puede apreciarse que hay mucho de esa contemplación shakesperiana, al igual que una cómplice y sugerente intención para con el lector. Desde la publicación en 1985 de “La caja de plata”, su cántico abrió una nueva vía, desde la cual asumía el latido de la escritura como algo vital. Su experiencia le hará conmoverse desde un plano venturoso o desdichado, pero siempre con un pulso repleto de intensidad, como podía leerse en su poema “Conversación”: “Cada vez que te hablo, otras palabras/ escapan de mi boca, otras palabras (…) Tienen como lanzas de los héroes,/ doble filo, y los labios se me rompen/ a su contacto…” Su versatilidad le permite acercarse a una temática trascendente, humorística, vital, irónica, reflexiva (“Cómo quisieras despertar del sueño/ que te sepulta en la desesperanza./ Buscas culpables en el territorio/ desolado y sombrío de tu alcoba,/ y golpeas la nada. Al fin y al cabo,/ qué otra cosa es la vida sino dar/ palos en el vacío, herir el polvo,/ apuñalar el aire y dejar suelto/ al enemigo oculto que nos ronda”, afirmaba en “El enemigo oculto”), a la vez que hacer inventario de los viejos amigos, vivir la vida “en madrugadas infelices o mañanas gloriosas”, conocer la felicidad al rodearse de “muchos libros” y mirar “un paisaje de Fiedrich”, y descubrir para la eternidad “un Dios por quien jurar”. Al hilo de su poesía reunida, escribí que estábamos ante un clásico futuro. La constancia de sus nuevos versos viejos no hace sino seguir corroborando esa personal aseveración. Jorge de Arco (Madrid, 1969) Licenciado en Filología Alemana. Profesor universitario de Literatura Española en Madrid. Además de su labor como poeta -cuatro libros editados hasta la fecha-, es crítico literario y traductor. Es Director de la Revista Poética Piedra del Molino. Tiene en su haber distintos galardones de poesía como el “Vicente Aleixandre”, “Villa de Aoiz”, “Santa Teresa de Jesús”, “Fray Luis de León”, “Ciudad de Alcalá”, “Andalucía”, entre otros. Es Hijo Adoptivo de Fontiveros, cuna de San Juan de la Cruz.

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Luis Alberto de Cuenca José Corredor-Matheos

El poeta y el hombre, merece el homenaje, no sólo de su tiempo, sino de otros tiempos distintos y alejados entre sí, por los que él transita con la mayor naturalidad. Su extraordinaria obra poética y la amplitud y riqueza de su bagaje cultural le permiten comprender culturas muy diferentes, que él sabe que son una misma y única cultura. Por ello, este supuesto poeta del mester de clerecía, tan falso como tantas otras cosas, y que podríamos llamar Joseph Matheos, por decir algo, ha querido participar en el homenaje desde unas fechas indeterminadas a caballo de los siglos XIII, XIV y XXI. Tú, amigo Luis Alberto, é de Cuenca nomnado, por tus muchos saberes gran favor nos has dado, é es de mucho alabar que te sientas pagado con que todos gocemos é el goce sea sobrado. A tu digna prestancia é tu grand simpatía se suman los valores que há tu poesía, de la que se hacen lenguas las gentes a porfía, en latín, en romance é hasta en cuaderna vía. Con qué fablar tan culto é con qué sabio acierto sabes llevar tu verso al más lejano puerto, donde Amadís é Aquiles el coloquio han abierto con los héroes del cómic, en amable concierto. Por arte no há cosa á que tú no respondas. Sabes jugar las cartas é ninguna hay que escondas. Con la mayor soltura dizes cosas muy hondas, é todas ellas, todas, quedan siempre redondas. Si lees, Luis Alberto, mi cantar, por ventura, confío en que no caigas de tu cabalgadura é sepas perdonar que, por mi desventura, di en trazar homenaje de afecto a tu figura. José Corredor-Matheos (Alcázar de San Juan, 1929). Reside en Barcelona. Es licenciado en Derecho, que no ha ejercido. Académico C. de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Ha publicado quince libros de versos, reunidos en Poesía 1951-1975 (1981) y Poesía 1970-1994 (2000). Posteriormente ha publicado: El don de la ignorancia (2005) y Un pez que va por el jardín (2007). Es autor también de más de cincuenta libros sobre arte contemporáneo, arte popular, diseño, arquitectura e historia del juguete. Premios: Boscán de Poesía (1961), Nacional de Traducción entre Lenguas Españolas (1984), de Artes Plásticas de la Generalitat de Cataluña (1993), Nacional de Poesía (2005) y Ciudad de Barcelona de Literatura 2007. Medalla de Oro del Ayuntamiento de Barcelona e hijo predilecto de Castilla-La Mancha.

El buen precepto José Luis Morales

er pilarista es una condición de la memoria, un modo de ir por el tiempo y por la vida, una cierta manera de desenvolverse en las procelosas aguas del siglo y de sus crisis. Aquel colegio de la calle Castelló no era Yale, ni Harvard, ni Eton, pero era una isla de claridad en medio de la luz opaca y grisácea que emanaba de las luminarias del régimen. Y no, no era un colegio liberal, como se decía en los 60, queriendo decir tolerante; era lo que los estatutos fundacionales de la orden Marianista se habían propuesto crear: un centro para la formación de élites, a través de las cuales influir más honda, pero menos visiblemente, en la sociedad española. Por eso era tan lógica la respuesta que daba el padre Francisco Armentia -verdadero artífice y muñidor de todo aquello que llegó a ser el colegio de El Pilar entre los cincuenta y los setenta- cuando se le preguntaba por los pocos escrúpulos políticos que parecía tener la Orden, de la que se conocían íntimas relaciones con todas las tendencias organizadas, así legales y triunfantes, como clandestinas o perseguidas, de la época. -Pues mira, hijo mío -solía contestar-, para tener futuro, la Iglesia ha de poner un huevo en cada cesta, y nosotros, que además somos una orden pequeña y débil, con mayor motivo. Lo que no se puede negar es que en las orlas que cuelgan de las viejas paredes de los pasillos del colegio hay retratos juveniles de muchos, muchísimos personajes de nuestra historia reciente, que han llegado a formar parte de las castas más influentes y, por supuesto, de casi todos los gobiernos, desde los de la ultima etapa del general Franco a los más recientes, incluyendo los de Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar. Se conoce que los huevos que ponía el padre Armentia incubaban bien en cualquier cesta. No coincidí con Luis Alberto en el colegio -ni con Luis Antonio de Villena y otros esforzados curritos de la pluma-, pero reconocí su condición de pilarista en cuanto nos conocimos, bastantes años después. No es difícil: rigor en la formación, tolerancia en la actitud y excelencia en el trato; son marcas de la casa, cicatrices frontales indelebles, inapreciables para ojos no entrenados, pero perfectamente visibles para cualquier polluelo del padre Armentia, por descarriado que ande, como ando yo, a pesar de haber sido casado por José Antonio Romeo Horodiski, curioso ejemplar de heterodoxia y nobleza, en la capilla del propio colegio. Entre los pilaristas -incluso entre los antiguos alumnos marianistas de otros centros- hay una regla no escrita que obliga a la solidaridad y la atención mutua, por diversos y hasta opuestos que sean pareceres o intereses de los viejos camaradas. Sirva la broma que acompaña estas líneas para cumplir con el pre-

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cepto, uno de los mejores que se nos inculcaron, junto con aquella máxima grabada en el frontis de la escalera: “La verdad os hará libres”, que tantas veces usé, descontextualizada, para discutir con mis profesores. FALSO AUTORRETRATO DE L.A. CON PIZARRA Y UN CIERTO REVUELO ENTRE LAS CHICAS DEL FONDO “Mohosa está la lira de Homero en estos tiempos” L.A. de C.

A Luis Alberto, vestido de profesor

Un soneto me obliga a hacer la clase para explicarles cómo es un retrato, y los tengo esperanza hace ya un rato a ver si lo que diga tiene base. “Profesor no mayor, que está en la fase de agradar por su aspecto y por su trato, liberal, con humor, nada beato, y explica medio bien…” “Eh, no se pase, -chilla Alicia- que dando Teoría Literaria es un plomo y nadie entiende lo que suelta en latín, ni esa manía de practicarlo todo…¿Así pretende enseñarnos?” “ ¡Por Dios -salta Sofíaqué retrato más malo! ¡A ver si aprende!”

José Luis Morales (Ciudad Real), 1955. Licenciado en Filosofía y Letras. Ha ejercido el periodismo y la docencia. Como antólogo ha preparado y publicado Antología recordada de José Hierro (1994); y Frente al Espejo (1999), La vida entera (2002), y Espejismos (2005) de Juan Van-Halen. Como poeta ha publicado : 7 x 7 Antología (1975), Por las deshabitadas arboledas (1991) Premio Blas de Otero 1990, Par(entes)is (1995) Premio Rafael Morales 1994, El aroma del Tacto (2000) Premio José Hierro 1999 y Otoños del amor (2002) y El viento entre las ruinas (2009), Premio Internacional de poesía “Miguel Hernández” 2009. Breves incursiones en otros géneros literarios Cuentos para niños tristes (1977) y un libro de viajes: El bierzo y las tierras de Babia (1991).

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Una voz imprescindible José María Merino El justo José Manuel Caballero Bonald

A Luis Alberto de Cuenca

quel que edificó su casa con nobles piedras y a su abrigo vivió decentemente sin mandar ni ser mandado, aquel que obedeció los estatutos de la naturaleza y así pudo igualar con la vida el pensamiento, aquel que compartió los venerables ordenamientos de la soledad, ese no podrá nunca ser vencido porque nunca tampoco usará contra nadie su poder.

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José Manuel Caballero Bonald (Jerez de la Frontera, Cádiz, 1926) Poeta, novelista y ensayista español. Estudió Astronomía en Cádiz y más tarde Filosofía y Letras en Sevilla y Madrid. Militante anti-franquista, pertenece al grupo poético de los 50 junto a José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, José Agustín Goytisolo y Jaime Gil de Biedma, entre otros. Vivió fuera de España por varios años y a su regreso trabajó en el Seminario de Lexicografía de la Real Academia Española. Obtuvo el premio Boscán y de la Crítica de Poesía en 1959, el Biblioteca Breve en 1961, el de la Crítica de Novela en 1975, el de la Crítica de Poesía en 1978, el Plaza y Janés en 1988, el premio Andalucía de las Letras en 1994, el XIII Premio de Poesía Iberoamericana Reina Sofía en 2004, el Premio Nacional de Letras en 2005 y el Premio Nacional de Poesía 2008. En 1996 fue nombrado Hijo Predilecto de Andalucía. De su obra poética se destacan: Las adivinaciones, en 1952, Memorias de poco tiempo, en 1954, Pliegos de cordel, en 1963, Vivir para contarlo, en 1969, La costumbre de vivir, en 1975, Toda la noche oyeron pasar pájaros, en 1981, Tiempo de guerras perdidas, en 1995, Diario de Argónida, en 1997, Copias del natural, en 1999, y Manual de infractores, en 2005.

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uis Alberto de Cuenca y yo nos encontramos en el año 1986, cuando el Premio de la Crítica - a él, por La caja de plata, a mí, por La orilla oscura - estableció entre nosotros la peculiar amistad que puede surgir cuando los agraciados por una de esas sorpresas literarias se buscan, como fue nuestro caso, para conocerse y celebrar juntos el inesperado galardón. Así pude disfrutar por primera vez de su talante jovial y afable y de su abierta curiosidad intelectual. Por aquellos años presenté en el Círculo de Bellas Artes la primera antología de poemas que publicó, Poesía 1970/1989, donde pretendí centrar la mirada en sus mundos y temas recurrentes hasta aquella fecha, provenientes de su experiencia vital entrelazada con sabiduría con lo que pudiéramos llamar “la gran cultura” y la cultura popular, incorporadas con naturalidad a su sentimiento poético, formando parte a la vez de lo cotidiano y de su sombra simbólica, donde resaltan las imágenes, muchas en la que se reconoce cierta estirpe surrealista, y una inclinación narrativa que, sin traicionar lo lírico, permite que sus poemas -sonetos, baladas, toda clase de formas y formatos...- gocen de un movimiento singular. Algunos de sus poemas breves, más allá del haiku, se ofrecen como extraordinarios minicuentos. Recordemos uno, para mí inolvidable:

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Angélica en la isla del llanto Me tiemblan las escamas al verte tan hermosa. Cómo me gustaría dejar de ser un monstruo. Y es que hay en la poesía de Luis Alberto de Cuenca una sutil capacidad para convertir en sentimientos reconocibles, cercanos, conmovedores, elementos que pertenecen al mundo mítico de la épica y de la fantasía más venerable o que son producto de la cultura de masas. De los clásicos griegos a los héroes y superhéroes del cómic, pasando por el ciclo artúrico, los novelistas góticos ingleses, el cine “negro”, Luis Alberto de Cuenca es capaz de valorar todo arquetipo verdaderamente significativo de cierta relación de pugna con el destino, sin establecer jerarquías artificiosas sobre su naturaleza, y de incorporarlos como sustancia verdadera a sus poemas, nunca relegando a un segundo plano las requisitorias del día a día, el amor y el desamor, el sentimiento de otredad, el tiempo fugitivo... con mirada alegre o con regusto melancólico, con humor o con ternura, con cercanía o con extrañeza. Creo que Luis Alberto de Cuenca es uno de nuestros mejores poetas contemporáneos, un poeta imprescindible, con una voz personalísima que, a lo largo de los años -en los que he pro-

curado seguir con atención su labor de creador, del mismo modo que soy lector de muchas de sus traducciones y ensayos- ha sido siempre fiel a sus temas, hasta consolidar un universo poético de primera magnitud. José María Merino (La Coruña, 1941) Hijo adoptivo de León. Reside en Madrid. Poeta, novelista, cuentista, ensayista. Premios: Novelas y Cuentos (1976) -ovela de Andrés Choz-, De la Crítica (1985) La orilla oscura, novela-; Nacional de Literatura Juvenil (1993) -o soy un libro, novelaMiguel Delibes de Narrativa (1996) -Las visiones de Lucrecia, novela-; Mario Vargas Llosa de relatos (2003) -Días imaginarios-; Ramón Gómez de la Serna de Narrativa (2004) -El heredero, novela -; Gonzalo Torrente Ballester de Narrativa (2007) -El lugar sin culpa, novela-; y Salambó de Narrativa (2008) -La glorieta de los fugitivos, minicuentos. Desde marzo de 2008 es miembro de la Real Academia Española y en 2009 ha recibido el Premio Castilla y León de las Letras.

Luis Alberto campeón Juan de Dios García

e este Petronio del barrio de Salamanca me gustan todos los libros que ha escrito. No quisiera hablar de ninguno de ellos por esa razón y porque mucho mejor lo harían especialistas en su obra, pero sobre todo porque para mí Don Luis Alberto es, antes que escritor, conquistador de las letras. Mientras trabajo en este artículo, si escribo el nombre de Luis Alberto de Cuenca en Google, me aparecen 284.000 entradas aproximadamente. Si aprieto la pestaña de imágenes, se registran 152.000, más que cualquier otro poeta español. Panero, Gimferrer, Gamoneda, Brines, Juaristi, García Montero, Villena, Caballero Bonald, ningún otro lírico vivo que tenga relevancia mediática posee más fotografías colgadas en internet que el maestro madrileño. A estas alturas me pregunto cuántas personas llamadas Luis Alberto de Cuenca existen. Yo conozco, al menos, ocho: el secretario político-cultural, el tertuliano liberal, el bibliotecario nacional, el apólogo intelectual del cómic, el letrista pop, el conferenciante juicioso y espectacular, el traductor sagaz y el apacible presidente de jurados literarios. Bueno, se me ha olvidado una. Luis Alberto de Cuenca, fundamentalmente, es poeta. Ya contamos nueve. De todas las veces que lo he visto en televisión hay una que me dejó perplejo. Fue en una intervención en el programa Negro

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sobre blanco de Dragó. El presentador convocó una mesa redonda de autoridades ilustradas para que debatiesen sobre el canon literario occidental que propugnara el celebérrimo obeso Harold Bloom. Luis Alberto llegó tarde a la convocatoria —cosa bien rara en televisión, lo de llegar tarde, y más tratándose de un programa en diferido—, se disculpó cortésmente y en seguida fue preguntado por el tema del canon. Empezó a narrar la historia de la literatura europea y no llegó a los cinco minutos cuando ya iba citando a Virgilio. «Perdona, Luis», le interrumpió Dragó, «pero quizá deberíamos centrarnos en el canon, no en las cumbres literarias de la historia». La respuesta fue tan perspicaz como instruida: «Ya, Fernando, comprendo, aunque por mí nos podríamos quedar a vivir entre los griegos y los romanos». Aquí me acuerdo de un Luis Alberto más, el doctor en Filología Clásica. Hemos llegado a diez, y no sumaremos más por falta de espacio. ¡Luis Alberto de Cuenca es tantas cosas! Es un hidalgo decadente que pasea su perfume de angustia por calzadas y cafés de Madrid, un caballero que sigue envenenando a jovencitas y maduras citando a Juvenal o tomando prestados versos de Nerval. La agenda laboral de este erudito pantagruélico e hiperdinámico es delirante, pero él se esmera en ordenarla de tal manera que no afecte a su sistema nervioso. Un lunes inaugura una exposición en el Instituto Cervantes de Tánger, desembarca el martes para una lectura en el Aula José Cadalso de San Roque, pasa por un instituto extremeño el miércoles para dar una conferencia, el jueves hace parada en Cosmopoética y el viernes pasa la noche en un hotel de Cartagena porque al día siguiente, sábado, se falla el premio Antonio Oliver Belmás. Y aunque nuestro autor parece tener el don de la omnipresencia literaria, no es Dios, y trabaja en el Día del Señor, así que el domingo se reúne con Loquillo en Almería para hablar de la libertad creativa de los años ochenta… Hay muy pocos conquistadores que sepan cargar con tanta tarea y disfrutar simultáneamente del arte y de los placeres mundanos. Como le ocurre a Michael Stipe en el mundo del rock, Luis Alberto de Cuenca es un poeta “pijo” que cae bien a todo el mundo. Por encima de cualquier obstáculo ideológico o social. Un ejemplo. A un amigo mío, ingenuamente entrañable, estalinista, que aún considera sinónimos los vocablos ‘comunismo’ y ‘bondad’, se le fue la lengua una noche beoda y soltó con la boca pequeña: «En realidad, Juande, me encantaría ser como Luis Alberto de Cuenca». Si eso no es ser campeón del mundo que venga la Virgen del Carmen y lo vea. Juan de Dios García (Cartagena, 1975) Escritor. Ha publicado el ensayo Alejandro Casona: la poesía de la muerte (Universidad de Murcia, 2001), el libro ómada (Fundación María del Villar, 2008) y varias plaquettes poéticas. Desde 2000 es director de la revista digital de literatura El coloquio de los Fotografía: Zoraida Angosto perros.

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De amor y de amargura Juan Manuel de Prada

lguna vez pensé que la dedicación a la política acabaría matando al poeta que había entregado a la imprenta obras tan emblemáticas y perdurables como La caja de plata o Por fuertes y fronteras. Pero la inspiración de Luis Alberto de Cuenca, lejos de agostarse, nos ha brindado en estos últimos años una de sus entregas más hondas y serenamente conmovedoras, Sin miedo ni esperanza, en la que, rehuyendo el énfasis jeremíaco, se nos habla del dolor de ser hombres, que a la postre viene siendo el tema recurrente de su poesía. Hace algunos años, Luis Alberto de Cuenca definió su estética — fundadora de un nuevo clasicismo— apelando a una expresión procedente del ámbito del cómic, “línea clara”. Sus poemas, en efecto, son de “línea clara”, puesto que abominan de esa petulancia abstrusa con que algunos disfrazan la pacotilla; son de “línea clara” porque confían en la capacidad de la palabra para designar estados de ánimo, pasiones, pasadizos de la conciencia que otros poetas prefieren confinar en el brumoso ámbito de lo “inefable”, que con frecuencia es la coartada con la que se disfraza el timo autista o la verborrea vagarosa. Pero que sus poemas sean de “línea clara” no significa que la poesía de Luis Alberto de Cuenca rehúya la pujanza de lo oscuro; por el contrario, pocos poetas de nuestro tiempo se han atrevido a indagar con tanta decisión en esos continentes de turbiedad que acechan la naturaleza humana. Luis Alberto de Cuenca sabe que somos híbridos de ángel y demonio, atraídos igual por la luz y las tinieblas; sabe también que el amor —el Amor— es un sentimiento redentor, a la vez que un agujero negro que nos convoca entre sus fauces y nos despedaza. En De amor y de amargura (Renacimiento, Sevilla, 2003), Diego Valverde Villena ha espigado, con tino y perspicacia, la poesía amatoria de Luis Alberto de Cuenca, logrando capturar en unas páginas el universo intransferible de un poeta que es a un tiempo vitalista y escéptico, exultante y angustiado, risueño y afligido. En estas páginas, el amor es celebración y catástrofe, victoria y agonía, generosa donación y cruel canibalismo. Encontramos aquí, junto a celebraciones luminosas en las que la mujer amada se erige en un atlas de belleza, descensos a los sótanos del amor, donde el amante siente crecer “la rabia inútil, los mastines del odio / y estos muros de cal en mis ojos dorados”. En esta antología encontramos también una de las proclamaciones de amor más abrumadoramente hermosas de la poesía contemporánea: “Mientras haya ciudades, iglesias y mercados / y traidores, y leyes injustas, y banderas; / mientras los ríos sigan vertiendo su

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basura / en el mar y los vientos soplen en las montañas, / mientras caiga la nieve y los pájaros vuelen, / y el sol salga y se ponga, y los hombres se maten; / yo te estaré queriendo, vida mía, en la sombra, / mientras mi pecho aliente, mientras mi voz alcance / la estela de tu fuga, mientras la despedida / de este amor se prolongue por las calles del tiempo”. Luis Alberto de Cuenca posee el don secreto para renovar los topoi eternos, liberándolos de hojarascas retóricas, revitalizándolos con palabras de nítida frescura y una pizca de sarcasmo. Y posee, desde luego, una gracia leve, nada estridente, para invocar esa ansiedad, ese sentimiento de exterminio mutuo que aflige a los amantes, cuando se saben “náufragos en la hiel del desengaño” y el “silencio que es olvido” se derrama sobre “el huerto concluso / donde el amor reinará”. Pero los amantes, a la postre, “no están dispuestos a olvidarse”, y otra vez se enzarzan en su batalla, otra vez se matan y se dan vida, se enviscan y azuzan, se arañan y se odian y arden en la hoguera de su destrucción, en cuya llama resucitan. Luis Alberto de Cuenca ha entendido mejor que nadie la naturaleza paradójica del amor, medicina y veneno para nuestro dolor de ser hombres. Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) Premio Planeta, Premio Nacional de Narrativa, novelista y columnista de prensa, Juan Manuel de Prada es un referente de la literatura y el periodismo español. Su primera obra relevante fue Coños (1994), un inusual libro de prosas líricas concebido como un homenaje a Senos, de Gómez de la Serna, y que fue saludado con alborozo por grandes figuras de las letras españolas como Francisco Umbral. Le seguirían El silencio del patinador (relatos, 1995), y las novelas Las máscaras del héroe (1996), La tempestad (1997-Premio Planeta), Las esquinas del aire (2000), La vida invisible (2003- Premio Primavera de Novela y el Premio Nacional de Narrativa 2004) y El séptimo velo (2007- Premio Seix Barral), entre otros. Su labor periodística ha merecido algunos de los más importantes premios que se conceden en España, como por ejemplo el “Julio Camba“ (1997), el “César González-Ruano” (2000), el “Mariano de Cavia” (2006), o más recientemente, el Premio Joaquín Romero Murube (2008)

Brillante estilete de nieve Juan Pedro Aparicio

unca he escrito un solo verso, acaso por mi miedo adolescente a la rima, cuya esencia me parecía casi la misma que la de la geometría o las matemáticas, por más que el espí-

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ritu aliente y se refuerce en sus moldes. Luego estaban los poetas siempre rodeados de mujeres que los admiran con fervor, inspirándome un respeto algo supersticioso, similar al que me inspira el oficiante de una misa y sus acólitos. Los poetas que, al menos entre nosotros, suelen mostrarse en banderías muy prietas. Y son reñidores, y, si es preciso, también crueles. Creen estar sirviendo a una causa y la sirven con todas sus consecuencias. Uno se pregunta si no será eso un mal necesario. Porque la bandería o la facción, de naturaleza verbal naturalmente, suele estimular el intelecto y la pasión, para luego condensar todo ese fuego y ese vapor, que se hace, a veces, brillante estilete de nieve en el renglón de un verso. Pero de todo eso se ríe Luis Alberto y nos hace reír a los demás. Jerifalte sin ejercicio, acaso también sin vocación, de una banda que él no ha reclutado, nos cuenta en verso esquinazos y flirteos, blandos desengaños y anhelos galantes, esa cita frustrada, ese que la quiero y la odio al mismo tiempo, porque cómo son, cómo son ellas, Luis Alberto… Y siempre nos arranca una sonrisa emocionada y tierna. Si hay que hablar de influencias en su poesía, habría que volver la vista al Guerrero del Antifaz de nuestra infancia, en aquel franquismo paupérrimo y matón. Al Guerrero lo querían todas, hasta la Mujer Pirata con aquellos muslos prietos que tanto debían de excitar al censor de turno; y el Guerrero sólo quería a doña Ana María, la obligada destilación, por imperio de la ley, de todos los novenarios y Semanas Santas del franquismo. Dicen, acaso por eso, que el Guerrero era un fascista, pero los que lo hemos leído más de una vez, sabemos que no es cierto. De haber algún fascista, pienso yo que lo sería más el capitán Trueno que se enrolló con una aria pura, la sueca Ingrid, porque en Barcelona son más modernos y más guays. Y el pobre Guerrero probablemente no era más que un muchachito de Valladolid, como su creador el gran Manuel Gago.

Juan Pedro Aparicio (León, España, 1941). Estudió Bachillerato en su ciudad natal y Derecho en las Universidades de Oviedo y Madrid. Realizó también algunos cursos de Periodismo en la antigua Escuela Oficial. Ha vivido durante algunos años en Inglaterra, donde ha sido director del Instituto Cervantes de . Como narrador se dio a conocer en 1975 con El origen del mono y otros relatos. Posteriormente ha publicado las novelas Lo que es del César (1981), El año del francés (1986), finalista del Premio Nacional de Literatura, (ambas recientemente reeditadas en Espasa Bolsillo), Retratos de ambigú, Premio Nadal de Novela en 1989, La forma de la noche (1994), Malo en Madrid o el caso de la viuda polaca (1996), El Viajero de Leicester (1997), Qué tiempo tan feliz (2000), La Gran Bruma (2001), los libros de cuentos La vida en blanco (2005) y La mitad del diablo (2006). Su obra El Transcantábrico (1982) ha inspirado la puesta en marcha del tren turístico con el mismo nombre.

Luis Alberto de Cuenca Juana Vázquez

ra un día cualquiera, pero recordaré mucho tiempo cómo me sentí de bien, habitando en los poemas de mi amigo Luis Alberto. Yo conocía a Luis Alberto hacía años, pero no había leído su poesía, pues de oír tantos- hoy pienso que “tópicos” sobre la misma... “si pertenecía a la poesía de la experiencia”, “una poesía desposeída de duende”...- no me apetecía abrir ninguno de sus libros. Pero Luis Alberto educado, cortés, generoso y elegante donde los haya, un día me regaló su antología: Los Mundos y los días (Poesía 1970-2002) con una dedicatoria amistosa: “Para mi querida amiga Juana Vázquez con la admiración y el cariño de Luis Alberto”. Madrid, 3 agosto 2007. Nobleza obliga, y yo que viajo casi todos los días en metro desde La ciudad de los periodistas hasta Príncipe de Vergara, y que tengo fobia a este trasporte, pensé: bueno, ya que mi amigo me regaló esa antología me entretendré con ella en el trayecto. Y así sabré de primera mano, de que va su poesía. Además me olvido de este entorno tan cutre e impersonal del metro, y cuando lo vea le comento algo sobre la misma. Es de biennacidos ser agradecidos. Abrí el libro y... ¡¡¡wwwooowww!!! entré en otro mundo, un universo en el que el misterio de lo cotidiano se ensamblaba con lo literario creando mundos a los que nunca había tenido acceso, y que eran un puro deleite, perturbador e inquietante. El poeta Luis Alberto había conseguido llevar la magia a lo del día a día, a lo culto, a lo libresco, a lo clásico, a lo maldito, a lo amoroso, a lo mítico, a lo erótico,... ¡¡Demasiado!! puedo decir, que cada vez que veía que me quedaban menos páginas para terminar la antología me entristecía, aquel placer se me agotaba, se me hacía corto, y eso que la obra tiene 452 páginas. Pues bien salí a cincuenta cada día, ya que cuando llegaba a mi cita, que es el Café Gijón- para una vez allí escribir- dejaba la escritura de lado para otro día, con el objetivo de seguir leyendo y releyendo sus poemarios. Me encontraba tan a gusto en aquel ambiente, que la mayoría de las poesías eran leídas siete y ocho veces, y es que era tan feliz en ese pequeño universo poemático que yo, de sí melancólica, me olvidaba de todo lo que me rodeaba. Fue una semana en la que viví en una dimensión gozosa y deseada. Gracias querido amigo, por esa parte de felicidad que te debo. Hoy voy a señalar algunas de esas poesías que batieron el record de lecturas. Claro está el espacio que tengo para hablar de ellas me hará que aluda a unas pocas, cuando fueron centenas.

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Así de traidor es el espacio, por eso lo haré al azar, no quiero ser infiel a la inmensa mayoría de mis preferidas. Y obvio, he pensado volver a llevarme de nuevo la antología al metro, y eso que tengo compromisos con libros que deben ser leídos para futuras entrevistas, pero al ojear la antología me he enganchado de nuevo. Así que dejaré atrás “el debo” y lo cambiaré por “el quiero”. Es fuerte el deseo de vivir en esos mundos tan tentadores y a la vez tan reconocibles y cotidianos. Sin más, voy a dar unas pinceladas de lo que fueron mis más intensas emociones en estas poesías. Del libro La brisa de la calle: “La huida a Egipto”. “La pagaba para que me matase”...Seguí leyendo el poema y me transformé en esa mujer a la que el poeta quería convertir en su asesina. “Cogí un mapa de Egipto y las llaves de su coche”. Metida en el poema una lluvia roja quemó mi corazón. Me sentí otra. Del mismo libro: “Sobre un tema de J.M.M”. “No quiero ser feliz. Estoy enfermo de haberlo sido tanto. Me fastidia/ que la gente me quiera y los dioses/ me protejan...” Os cuento: tuve unos días en que gocé mucho con mis acompañantes fieles, que son la tristeza y la desesperanza. Todos se transformaron en placeres. Dichoso poema, ojalá te quedaras en mi corazón clavado. Del libro Los invitados: “La malcasada”. “Me dices que Juan Luis no te comprende/ que solo piensa en sus computadoras/ y que no te hace caso por las noches/ y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?/ ¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?/...Te quise como un loco. No lo niego./Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo/ era una reluciente madrugada/ que no quisiste compartir conmigo/...Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,/ píntate más, alisa tus arrugas/ y ponte ropa sexi, no seas tonta.” Y después de leer este poema yo me fui de tiendas y pensé en amores imposibles antiguos, y gocé mandando SMS a aquellos que me amaron y me monté una historia de desamor, e incluso casi casi pensé en un estúpido Juan Luis, y me dije que me pondría sexi por mi amor antiguo. Fue un tema inquietante, tenía cristaleras que daban hacia el palacio de Oriente, y se oían los cascos de los caballos cuando venía algún presidente o autoridad extranjera. Que bien se estaba sentada y tomando un gin tonic en este poema. La herida oculta: “Vamos a ser felices”. “Vamos a ser felices un rato, vida mía,/ aunque no haya motivos para serlo, y el mundo/, sea un globo de gas letal...Felices porque sí.” Quizá no me entendáis, pero os juro que desde que viví en este poema por unos segundos, he sido feliz con su filosofía “de andar por casa” que es la mejor y más útil, y que he cerrado muchos días el balcón de la vida para no oler a gas letal y seguir instalada en la felicidad más allá de “diez minutos seguidos”. El enemigo oculto: “El velo protector”. “Ha amanecido con nosotros dentro/ la vil realidad, y eso no puede ser bueno....que regresen las noche y sus estrellas a envolvernos/ en su velo fantástico y a darnos/ la sensación inútil de estar vivos.” Y ¿sa-

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béis?... Desde ese momento no me encontré sola en el tedio de los días, y se abrieron las puertas de la noche, y dialogué con el poema. Así le dije: No, eso no. Hay que tragarse la noche con alcohol y humo ... Que me sirvan una copa y muchas más... que me sirvan la noche “desvelada” para guardar el velo y ponérmelo a la mañana siguiente, los días hay que tragárselos velados, sino se te atragantan. Que no son los mejores poemas de Luis Alberto...claro que no, ni mucho menos. Que como estos tiene decenas y quizá centenas... Obvio. Pero tenía que darle cancha al azar, y quien sabe si estos poemas tienen entre sus versos balconadas interiores que no hemos visto...¡¡Ah, con esto de los duendes y los versos hay que andarse con mucho cuidado!!... Donde menos se piensa... salta “la belleza”. Juana Vázquez (Salvaleón, Badajoz) Es doctora en Filología Hispánica y Licenciada en Ciencias de la Información, por la Universidad Complutense de Madrid. Catedrática de Lengua y Literatura, ha publicado varios libros, entre ellos, una edición crítica de San Juan de la Cruz, El Madrid de Carlos III, El costumbrismo español del siglo XVIII, Zugazagoitia precursor de la novela social, y La Literatura del siglo XX. Asimismo, ha publicado los siguientes poemarios: Signos de sombra, En el confín del nombre, os+otros y Gramática de Luna. Su último libro, la novela Con olor a naftalina (2008). Por otro lado, ha colaborado en la Colección Historia de la Literatura Española e Hispanoamericana, en el libro Historia literaria en el siglo XVIII en el ensayo colectivo: El Quijote en clave de mujer/es, etc. Asimismo, ha sido crítica literaria en el suplemento Culturas de Diario16 y, en La Esfera, de El Mundo, (suplementos desaparecidos). Lo fue también de ABCD, Cultural y de Tribuna en ABC. En la actualidad da clases de postgrado en la Universidad de Alcalá de Henares, y colabora en Cuadernos del Sur, Tribuna y Babelia de El País.

Lo esencial y lo visible de Luis Alberto de Cuenca Julia Uceda

ntre la realidad y la palabra encuentro un vacío, sobre todo si con muy pocas trato de esbozar la figura de Luis Alberto de Cuenca, un escritor, un intelectual del siglo XXI que ama a los héroes, desde Gilgamesh al Hobitt Frodo, desde Arjuna a Casius Clay, y que se desenvuelve en lo complejo y enredado de la cultura de su tiempo, que son muchos y en diversas len-

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guas, con emoción pero también con deportividad. Acude en mi ayuda una idea feliz, que no es mía: “lo esencial es invisible” y que me ayuda a recordar diversos momentos de mi amistad con Luis Alberto. El fue visible para mí por primera vez cuando vino a Ferrol para formar parte del jurado del XV Premio de Poesía Esquío. Coincidió con Fernando Arrabal que nos había dado una conferencia sobre el lenguaje de los pájaros, y recordaré siempre aquella cena: Arrabal entre Julia y Julia (Barella y Uceda), la conversación viva, rica, y la desgana más tarde de tener que dar la reunión por concluida. Pero creo que fue en su segundo paso por Ferrol cuando sucedió lo que me obligó a soportar, en mi estudio, una disparatada silla, más de TBO que de señora respetable, adquirida para trabajar en el ordenador. Sintiéndome un poco avergonzada de que viera tal extravagancia (respaldo verde chillón mezclado con un celeste sin atributos en el que un esforzado tenista animaba el juego), me excusé. No había podido adquirir otra en Ferrol y en 1991. A Luis Alberto le pareció chocante y original y me aconsejó que la conservara. Así lo hice porque vi su lado cómico. Cuando la silla desapareció de mi casa, me acordé de Luis Alberto. Él y mi silla. Un punto de humor. El Luis Alberto visible se redujo a dos o tres ocasiones más, pero siempre permaneció en mi memoria, casi como una definición de su personalidad, el rasgo de lo que llamo esencial. Y he tenido conciencia de su fuerza y permanencia al escribir estas líneas, de que todo lo relacionado con él, incluso situaciones difíciles, ha estado siempre impregnado de cordialidad, cortesía y de la distancia que toda persona civilizada establece entre extremos. En mi estudio queda algo más de ese matiz cordial de lo invisible en Luis Alberto: los tres volúmenes de Ovidio, Metamorfosis, que yo trataba inútilmente de adquirir y él tuvo la amabilidad de enviarme un día. Y en éstos, tan monótonos, de la cultura española, Luis Alberto de Cuenca me parece un raro.

Les Ombrelles Julio Martínez Mesanza

Si yo supiera, como Luis Alberto, hacer poemas con los nombres propios y que cada uno de esos nombres propios evocara con fuerza a quien lo lleva, escribiría aquí Virginia y Silvia, y pondría Santiago en este verso, para evocar con ellas la hermosura, para evocar con él la gentileza. Si la noche no hubiera sido extraña y tuviese en el alma a Leopardi, diría de las luces de las barcas como vagas estrellas en las olas, de las barcas lejanas y perdidas en el inmenso mar sin nombre propio, para evocar con ellas la tristeza, para evocar con ellas la esperanza. Si la noche no hubiese terminado en un jardín cerrado y con insectos, si frente al mar hubiese terminado, junto al ladrido fiel del oleaje; si Europa me dejara indiferente, si al corazón me hubiese hablado Horacio para salvar el tiempo que no vuelve, para salvar los nombres y los rostros. Túnez, agosto 2008

Julio Martínez Mesanza Julia Uceda (Sevilla, 1925) Poeta española. Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad Hispalense donde ejerció la enseñanza durante algunos años, obteniendo el Doctorado, por la misma Universidad. Fue catedrática en Michigan State University desde 1965 hasta 1973. Después de una breve estancia en España, abandonó nuevamente el país para residir en Irlanda hasta 1976, año en que trasladó su residencia a Galicia, donde actualmente vive. Es catedrática de Literatura Española de Institutos Nacionales de Enseñanzas Medias y de Escuelas Universitarias. Es miembro correspondiente de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, de la Asociación Española de Críticos Literarios y de la Asociación Internacional de Hispanistas. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía 2003 por En el viento, hacia el mar (1959-2002). En 2007 obtuvo el Premio Nacional de la Crítica por su obra Zona desconocida.

(Madrid, 1955) Poeta y traductor. Como poeta ha publicado Europa (El Crotalón, Madrid, 1983), Europa (Renacimiento, Sevilla, 1986), Europa (1985-1987) (La Pluma del Águila, Valencia, 1988), Europa y otros poemas (1979-1990) (Puerta del Mar, Málaga, 1990), Las trincheras (Renacimiento, Sevilla, 1996), Fragmentos de Europa, 1977-1997 (Universitat de les Illes Balears, Palma de Mallorca, 1998), Entre el muro y el foso (Pre-Textos, Valencia, 2007) y la antología Soy en mayo (Renacimiento, Sevilla, 2007). Ha traducido a Dante (Vida nueva), Sannazaro (Arcadia) y Miguel Ángel (Epigramas).

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en una dedicatoria, siempre se halla en el fondo de nuestras conversaciones. Luis Alberto de Cuenca con Gastón Baquero al fondo León de la Hoz

ada persona es muchas personas a la vez y de ellas sólo tenemos fragmentos, unas veces diamantinos y otras no. Así las aceptamos y las rechazamos, las amamos y las odiamos. Como en una secuencia fotográfica la persona va adoptando posturas y su imagen es alterada por el movimiento de la luz sobre esos fragmentos. Luis Alberto de Cuenca no es una excepción y desde que lo conozco he visto como sus muchas personas se correspondían –aunque- diferentes con el poeta, y eso me ha permitido acercarme siempre a él con la misma intensidad y distancia, sin ambigüedades ni ambages, sabiendo en todo momento que de todas sus personas nunca faltaría aquella más radiante, la del poeta. En mi relación con él, que va siendo vieja como nosotros, siempre nos hemos visto “con Gastón al fondo”, inevitable, incluso cuando no tenía que estar. La primera vez fue a través de un hecho en el cual él no participaba. Gastón me mostró un artículo que había escrito a raíz del nombramiento de Luis Alberto como director de la Biblioteca Nacional española y me expresó su duda de publicarlo por los elogios que emitía. Temía que sus palabras fueran interpretadas como un gesto oportunista. No recuerdo en aquel entonces si ya se conocían, tampoco se lo he preguntado a Luis Alberto, lo que sí sé es que Gastón había conocido al padre de éste y tenía una alta consideración del mismo como intelectual y persona. No obstante el viejo poeta sí conocía el trabajo de Luis Alberto y rebosaba de alegría al reconocer en el vástago la imagen del padre. Luego, cuando ya Gastón nos había dejado en 1997, Luis Alberto fue uno de los amigos que más apoyo dio a los reclamos por impedir que el autor de “El viajero” se fuera silbando solo La Barcarola de Los Cuentos de Hoffmann desde su exilio madrileño. El otro amigo fue Fernando Rodríguez Lafuente. Entre los tres se forjó una complicidad emocionante, sensible y productiva que permitió reunirnos en torno a Gastón en muchas ocasiones. No recuerdo si llegamos a enviar el artículo al diario ABC que era adónde iba dirigido y tampoco he podido buscarlo en la papelería, sin embargo siento que desde algún lugar donde se encuentre, el eterno viajero Gastón Baquero nos acompaña en este homenaje a Luis Alberto con aquellas palabras escritas con su peculiar caligrafía, que describían a un hombre y a un poeta por encima de cualquiera de aquellas personas que llevamos a veces como membretes. El periplo ganador que ha realizado la poesía de Luis Alberto es el que nos muestra su mejor perfil viniendo hacia la luz, como los héroes griegos, y eso pareció verlo ese brujo que, como me apunta Luis Alberto

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León de la Hoz (Cuba, 1957). Escritor. Ha publicado Coordenadas (poesía, La Habana, 1982); La cara en la moneda (poesía, La Habana, 1987); Los pies del invisible (poesía, La Habana, 1988); Preguntas a Dios (poesía, Madrid, 1994); La poesía de las dos orillas. Cuba (1959-1993) (poesía, antología, Madrid, 1993); Cuerpo divinamente humano (poesía, Madrid, 1999); La semana más larga (novela, Madrid, 2007). Ha ganado, entre otros, los premios David y Julián del Casal, ambos de la UNEAC. Dirigió la revista La Gaceta de Cuba, en La Habana. Es director editorial de la Revista Hispanoamericana de Cultura Otrolunes.

Siendo un monstruo, podía vivir Lorenzo Silva

engo que empezar confesando una cosa vergonzante. A veces, en uno hay reductos de ignorancia que desafían al tiempo y sobreviven a multitud de avatares que lógicamente habrían debido destruirlos. Verbigracia: yo debería haber sabido hace mucho que Luis Alberto de Cuenca, a quien conozco, leo y admiro desde hace años, era el autor de la letra de la canción Garras humanas, de la Orquesta Mondragón, que he escuchado mil veces y que me acompañó muy a menudo durante mi adolescencia (de hecho, siempre fue mi favorita entre las de aquella legendaria formación musical). Sabía, claro, que al talento de Luis Alberto de Cuenca se debía la letra de la celebérrima Caperucita feroz, entre otros éxitos del grupo, pero nunca me había detenido a buscar la lista completa. Y he aquí que hace unos meses, leyendo la estupenda antología Hola mi amor, yo soy tu lobo (publicada por Rey Lear Ediciones e ilustrada por el siempre vibrante Miguel Ángel Martín) descubro que Luis Alberto es también el autor de esta triste historia del hombre sin brazos del circo, que tan inspiradora le resultara a quien suscribe en sus años jóvenes y limpios, y con cuyas hebras, feroces y tiernas a la vez, se tejieron no pocas de sus ensoñaciones sobre el amor. Siendo un monstruo podía vivir, decía mi verso preferido de aquella letra, y la frase ha sido divisa de no pocos de los seres de ficción a

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los que he dado la mano (o ellos me la dieron a mí) para caminar por la senda de la literatura, tanto en mi calidad de lector como en la de autor de narraciones. También Luis Alberto, siendo un monstruo, podía y puede vivir. Lo atestiguamos quienes hemos paladeado sus versos, cercanos y a la vez terribles, compasivos y de pronto crueles, serenos y súbitamente capaces de infligir la herida de la luz más desnuda y relampagueante. Quien esto suscribe, que no compone versos por inepto, sucumbe con envidia a la ordenada progresión de sus estrofas, y a menudo, por no decir casi siempre, a la apabullante resolución de verdugo con que sabe zanjar el poema. Pero hay otra faceta en la que Luis Alberto de Cuenca resulta casi humillante para los demás. No conozco a nadie en España que lea versos tan bien como él. Los suyos, por supuesto: sin afectación, sin sombra de monotonía, con una naturalidad y una firmeza que les dan una vibración única, con una ironía que conjura definitivamente el riesgo de la vana solemnidad. Pero también los de otros: con una generosidad y una entrega de las que sólo son capaces quienes saben que el talento ajeno es una de las pocas cosas que verdaderamente nos pertenecen, cuando sabemos reconocerlo, admirarlo y disfrutarlo. Lo he escuchado varias veces, pero recuerdo una vez que leyó un poema de José Hierro, en un homenaje en el aniversario de su muerte, y José Hierro no tuvo más remedio que levantarse, y venirse a vivir de nuevo unos minutos entre quienes escuchábamos. Con una vergüenza empiezo y con otra acabo. Una vez Luis Alberto no pudo venir a una lectura en la que íbamos a estar juntos Jesús Urceloy, él y yo (todavía no sé muy bien qué pintaba yo allí, pero bueno). Ni Jesús ni yo quisimos que faltaran sus versos, y mano a mano leímos varios de sus poemas. No como lo habría hecho él, desde luego. Pero aquella tarde de ausencia, Luis Alberto me hizo el regalo de poder parecer poeta. Para quien no tiene versos propios, fue un privilegio poder leer los suyos. Que, pensándolo bien, ya no son suyos. Corrijo: esa tarde leí mis versos, los que le robé, porque yo también, siendo un monstruo (un cuentista), quiero y puedo vivir. Y gracias a la existencia de poetas como Luis Alberto de Cuenca, ello es felizmente posible. Lorenzo Silva (Carabanchel, Madrid, 1966) Ha escrito relatos, artículos y ensayos literarios, pero es conocido principalmente por sus novelas. Una de ellas, El alquimista impaciente, ganó el Premio Nadal del año 2000. Esta novela es la segunda en la que aparecen los que quizá sean sus personajes más conocidos: la pareja de la Guardia Civil formada por el sargento Bevilacqua y la cabo (en la última novela) Chamorro. Otra de sus obras, La flaqueza del bolchevique, fue finalista del Premio Nadal 1997 y ha sido adaptada al cine por el director Manuel Martín Cuenca. La revista Otrolunes dedicó su dossier de autor del número 6.

Luis Alberto, el jovencito izquierdista Luis Antonio de Villena

onocí a Luis Alberto de Cuenca en el Colegio del Pilar cuando él (algo mayor que yo) tenía 15 años y yo 14. No estábamos, pues, en el mismo curso, y yo creo que nos vimos más fuera que dentro del colegio; pero lo que nos unió fue el gusto por la literatura y escribir en la revista del centro: Soy Pilarista. También nos juntó un amigo común, muy letraherido en esas jornadas y que hacía de puente entre ambos: Tomás Andrés. Al curso siguiente ya éramos amigos muy cercanos y salíamos a menudo (incluso muy a menudo) Rita Macau, la novia de Luis Alberto, él y yo. Yo era un poeta modernista y simbolista que también escribía novelas de romanos como Mircea, mujer romana. Yo tenía un punto de conservadurismo esteta. Luis Alberto y su novia eran muy modernos, vanguardistas e izquierdistas, aunque hasta donde sé lo izquierdista estaba más en el pensamiento que en la acción, además de en un cartel de su habitación de estudiante, con una flecha en la dirección aludida y una frase (parece que proviene de un poema de Evtuchenko) que decía: “Más a la izquierda”. Era Luis Alberto fervoroso de Neruda y por poner un nombre muy distinto, de Fernando Arrabal. A él le debo haber leído Cementerio de automóviles que en aquel momento me gustó poco, y Fando y Lis, que sí me atrapó. Escribía Luis Alberto versos largos o muy cortos (como en las Odas elementales), todo lo que sonara a ruptural, y algunas piezas breves de teatro más que absurdo que llamaba (en su conjunto) “teatro ortododecaédrico”. Ignoro si ha conservado alguna. Yo terminé rompiendo Mircea, mujer romana. Todos éramos muy literarios y soñábamos (en las cafeterías de la calle Goya) morir tras larga y fecunda senectud aplastados por los libros de nuestras abundantísimas bibliotecas. Muchos años después el novelista y periodista Jesús Pardo ha tenido el mismo sueño mortal… Luis Alberto y yo éramos muy diferentes y muy iguales, por ello debe ser verdad aquello de que los extremos se tocan. En aquel lejano entonces (1967) empezó una amistad que con sus alzas y bajas, nunca ha decaído. Ha pervivido y pervive. Quizás una de nuestras etapas más divertidas e íntimas haya sido nuestro periodo “veneciano” y la aparición de nuestros primeros libros. Sin firmar, él escribió la contraportada de Sublime Solarium y yo hice lo propio con la de Elsinore. Fue una época (en mi recuerdo) joven y feliz, leyéndonos uno al otro los poemas que acabábamos de escribir. Pero no era justo decir que nuestra amistad empezó entonces, como alevines “novísimos”, porque éramos los más jóvenes. No, la amistad empezó con el jovencito Luis Alberto revolucionario y ortododecaédrico, y el jovencito Luis Antonio monárquico y émulo de los roman-

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ces modernistas de JRJ. ¡Por Hércules, qué lejos ha quedado todo! Tanto que sólo él y yo (o casi) podemos compartir estos recuerdos. Por eso me ha apetecido evocarlos. ¡Hasta pronto, Siul! Luan te manda un abrazo. Madrid, Primavera de 2009.

Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951) Licenciado en Filología Románica. Ha dirigido cursos de humanidades en universidades de verano y ha sido profesor invitado y conferenciante en distintas universidades nacionales y extranjeras. Publicó, aún con 19 años, su primer libro de poemas, Sublime Solarium (1971). Su obra creativa -en verso o prosaha sido traducida, individualmente o en antologías, a muchas lenguas, entre ellas, alemán, japonés, italiano, francés, inglés, portugués o húngaro. Ha recibido el Premio Nacional de la Crítica (1981) -poesía- el Premio Azorín de novela (1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997), el Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999) y el Premio Internacional de poesía Generación del 27 (2004). En octubre de 2007 recibió el II Premio Internacional de Poesía “Viaje del Parnaso”. Desde noviembre de 2004 es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lille (Francia). Ha escrito y escribe artículos de opinión y crítica literaria en varios periódicos españoles desde 1973. Actualmente colabora en El Mundo, El Periódico de Cataluña y el suplemento Babelia de El País.

Cuarto y mitad de musas Luis Felipe Comendador

ui a comprar hace años cuarto y mitad de musas a una tiendita chica que me recomendaron y el tendero, atentísimo, me indicó con cierto desaliento que hacía unos minutos que Luis Alberto de Cuenca se había llevado el total de existencias de ese producto rarísimo y difícil. Me ofusqué, no lo niego, y ardí durante días en trazar estrategias para robarle al vate parte de aquella compra. Fue entonces cuando contacté con mi amigo José Luis Morante para que propiciara un encuentro pirata con el que ya era un pope de las letras modernas. Con engaños -no muchos, pues L. A. se deja, aún sabiendo los fines y sus restas-, quedamos en un restaurantito de Rivas-Vaciamadrid para buscar el truco -entre viandas, claro- con el que hacernos con el botín pensado y deseadísimo. Los otros personajes de la trama fueron Juan Luis Calbarro, Pepe Barrios, Juanito Hernández Heras, Julio Martínez Mesanza, Agustín Porras y Arturo Ledrado [que no debo negar que pasaron de

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meros secundarios a entrar en competencia directa por las musas]. De aquel día recuerdo con nitidez preclara que L. A. se levantó a los postres y, de memoria, recitó un poema mío y quedé boquiabierto. Fue entonces cuando me planteé empaparme de su obra como agradecimiento al detalle que me dejó narcisito perdido y muy blandete... y de ahí se consumó el robo más grande de mi historia personal y discreta, pues teniendo en mis manos “La caja de plata”, descubrí de pronto el apartado genial que leva por título “Serie negra”... allí estaban las musas necesarias, las que andaba buscando como un loco, y las robé y las violé una por una hasta agotarlas y agotarme [así consumé tres años enteros de poemarios que tuvieron blasón en premios magros y pusieron el tono que tanto deseaba en mi obra]. Y con el tiempo descubrí poco a poco al Luis Alberto más hermoso, al amigo total que no dimite y que te echa una mano si la precisas, al que habla de ti de puta madre en foros donde eres un auténtico desconocido, al que te cita o te dedica algún artículo de prensa, al que te visita en casa con chauffeur oficial para compartir mesa, lotería y carcajadas [el chauffeur incluido, por supuesto], al que te manda de vez en cuando libritos deliciosos dedicados [lo último que recibí de sus manos fue una edición primorosa y chiquita de Bocángel en dos volúmenes de “El Parnasillo” o un libro delicioso de caballerías. Y luego oírle hablar como embobado en alguna noche bruja de Lucena o de Béjar- de héroes del cómic, de historias de algún clásico rarete, de andanzas literarias pretéritas y nuevas, de música o de cine... Mi afán pequeño en el mar interior de estas letras es declarar bajito que pude consumar el robo aquél... y que, además, soy un tipo con suerte, porque gané a un amigo enorme que se mantiene ahí aunque medien distancias y silencios, aunque no nos veamos en tres años... un amigo grandote y bien vestido que escribe como nadie y que me enseña con cada verso suyo a ser poeta. De otros temas más arduos apenas puedo hablar, porque me siento anémico frente a los culos planos de la lírica y la crítica literaria pomposa. Vine a decir que Luis Alberto de Cuenca es un hombre entre los hombres, pero un hombre especial, especialísimo, especialisísimo, al que le debo tanto... que ni tengo intención ya de pagarle. Por cierto, que mi placer mayor fue ser el editor de su libro “No me las enseñes más...“, un lujo que subió mi currículo de editor malo de atar a editor golosete.. Mil gracias, amigo. Luis Felipe Comendador (Béjar, Salamanca, 1957) Tiene en su haber los poemarios: Versos giróvagos (1992), En fin, ya veis, amigos, Sentado en un bar (1996), Un suicidio menor (1996), Sesión Continua, (1996) ), Banda Sonora (Col. Beni Gazlo) y Beard Between thigs (1999), las novelas os vemos en el cielo (1998) y El tipo de las cuatro (1999) y la colección de relatos Angelitos egros (1997) en colaboración con el dibujante Ops.

Una caja de plata

El poeta leyendo

Luis Mateo Díez

Luis Muñoz

ay escritores que trasmiten en su obra lo que sientes o adivinas al conocerlos. A Luis Alberto lo conozco desde hace mucho tiempo, pero tengo la sensación de haberlo leído antes. En cualquier caso, mis deudas con él son grandes, y todas provienen de lo que pudiera ser un mundo lírico contenido en una caja de plata y de una amistad que se extiende entre el afecto, la discreción y la elegancia. Le debo, por ejemplo, el Cantar de Valterio o las Canciones de Guillermo y Jaufre Rudel. También algunos viajes ilustrativos a lo que supone el mito y a lo que son las máscaras del héroe. Lo afectuoso está en su poesía, el afecto, la línea que ahonda entre amistad y amor, la evaluación irónica de lo que en los sentimientos se gana y se pierde. Algunos de los poemas amorosos más alegres y melancólicos se los he leído a él. No es habitual en la poesía contemporánea la mirada lúdica, tampoco el contraste entre la exaltación y el declive, los presentimientos de la edad en la memoria y el destino. Por fuertes y fronteras tiene unos cuantos poemas inolvidables y, como siempre, lo que Luis Alberto le requisa a la vida y el espejo de lo que el arte, la propia literatura de todos los tiempos, sustenta como herencia aceptada. La hondura o la gracia o la espontaneidad que se corresponde con el rigor de lo que está perfectamente medido en su expresión, son avales de su línea clara pero, no nos engañemos, la claridad no desdeña la complejidad. Es frecuente en los poemas de Luis Alberto detectar la carga de profundidad que emerge en la misma inquietud de su lectura. La caja de plata contiene secretos insondables y, al abrirla, podemos percibir un aliento misterioso. Ah, también se me olvidaba decir que Luis Alberto es de los poetas que más lúcida conciencia tienen de sí mismos, si me atengo a las impagables revisiones y antologías de su obra, las poesías reunidas donde el propio creador se lee y ofrece su patrimonio en el tiempo.

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Luis Mateo Díez (Villablino, León, España, 1942) Escritor y académico. Fue director general de la editorial Anagrama, además de su consejero delegado hasta 1984. Es miembro de la Real Academia Española: elegido el 22 de junio de 2000, tomó posesión el 20 de mayo de 2001. Tiene, entre otras obras, las novelas El paraíso de los mortales (1998), Días del Desván (1999), Fantasmas del invierno (2004) y las fábulas reunidas en El diablo meridiano (2001) y en El eco de las bodas (2003). Es patrono de honor de la Fundación de la Lengua Española.

n algunos de sus poemas Luis Alberto de Cuenca aparece leyendo, cotejando su realidad con la del libro que tiene entre las manos, comentando, como en notas, lo recién leído o haciendo variaciones sobre un poema de otro autor. Así aparece, por ejemplo, ante Julio Martínez Mesanza, Manuel Machado, Marcel Schwob, John Keats, Baudelaire, Heráclito o el Poema de Gilgamesh: delante de lo que lee, que es una manera también de estar a medio camino entre la literatura que pasa por sus ojos y la vibrante vida. Esos poemas son, por una parte, ejercicios de admiración, esa “a” del abecedario de la poesía, porque la admiración, la emoción ante lo que se lee, es el primer paso hacia la emoción de lo que se escribe y sus múltiples posibilidades indagatorias. Por otra parte, son formas de establecer un diálogo imaginario con lo que se lee, que es la ilusión principal que toda buena lectura llega a producir: la de responder a lo leído, pero también la de ser respondido, interpelado por lo leído. Y, además, en otro sentido, se trata de modos de deslizar delicadamente algunos autorretratos del autor, que elige de sí mismo, cuidadosamente, imágenes leyendo, o mejor dicho, leyendo y escribiendo. Cualquier cosa que sea la elegancia, esa fórmula etérea, tiene una materialización feliz, concreta y principal en Luis Alberto de Cuenca. Tanto en la dicción natural de sus poemas como en las imágenes que son capaces de convocar o en la lucidez melancólica y fervorosa de su pensamiento. Como muestra, un botón, el poema “Cosas de Heráclito” de su libro Por fuertes y fronteras, que merece un lugar en la memoria de sus lectores: “Decía el viejo Heráclito: “Nadie puede bañarse/ dos veces en el mismo río, pues todo fluye.”/ Y también: “No podrías recorrer los dominios/ del alma, ni escapar de un sol que no se pone.”/ Si sólo fuera eso, no tendría importancia,/ pero dice otra cosa que golpea mi mente/ cada vez con más fuerza y me tiene hecho polvo:/ “El camino hacia arriba y hacia abajo es el mismo”. Luis Muñoz (Granada, 1966) Ha publicado los libros de poemas Septiembre (1991), Manzanas amarillas (1995), El apetito (1998), Correspondencias (2001) y Querido silencio (2006). Su obra poética hasta 2005 está recogida en el volumen Limpiar pescado. Poesía reunida 1991-2005 (2005). En 1994 preparó el libro colectivo El lugar de la poesía y ha traducido, entre otros autores, a Giuseppe Ungaretti (El cuaderno del viejo, 2000).

Fotografía: Mauricio Peña

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Poética de la temporalidad Manuel Jurado López

anto el lector como el crítico puede acercarse a la poesía de Luis Alberto de Cuenca desde muy distintas perspectivas y diversos planteamientos de análisis. Una de esas constantes literarias en la poesía de Luis Alberto de Cuenca es el tratamiento de la temporalidad. Quizás otros estudiosos prefieran denominarla “intemporalidad”. La concepción del tiempo no como linealidad absoluta sino como sustrato de la existencia, sustrato de la esencia al mismo tiempo es muy rica y está muy bien matizada. El tiempo no es computable sino esenciable; es decir: “humus” en el que los sucesos tienen una germinación y significación adecuada a las circunstancias de una temporalidad “histórica” y que aquéllas pueden ser tratadas por el poeta con la flexibilidad necesaria para establecer un orden prioritario según la visión personal de esos sucesos. De este modo, la secuenciación de la referencia interna del poema la estratifica el poeta en tres ejes notablemente destacados: una temporalidad mítica, una temporalidad historico-geográfica y una temporalidad personal. Ahora bien, estos tres ejes fundamentales no están rígidamente establecidos ni son excluyentes. La materia poética y el tiempo poético establecen entre ellos un diálogo no una dialéctica, una intercambio de nutrientes no una erosión desproporcionada y agónica. La interrelación temporal hace que el tiempo mítico –la intemporalidad del mito siempre está presente en su obra-, el tiempo histórico y el personal sea de una fluidez tal que los compartimentos estancos de la adecuación histórica con la actualidad y la intertextualidad literaria se desarrollen sin estridencias. Una asimilación magmática de los componentes culturales, en el más amplio sentido de la palabra y con los más amplios límites, permite que la temporalidad referencial sea sólo un apunte de sincronía y no de cronología. El dato concreto está, la fecha también, la localización geográfica igualmente, el referente literario y formal no se ausenta, sino que se evidencia o sugiere y lo que pudiera resultar pura información erudita queda revestido de una amplia sensibilización poética gracias al lenguaje en ocasiones “irreverente” con la tradición literaria. El respeto a la herencia mítica no significa sometimiento servil. El pasado y el presente, y el futuro como consecuencia de los dos anteriores, se unifican en una temporalidad poética sostenida en una constancia rememorativa que actualiza el “hoy” en el pasado y el pasado en el “hoy”. Ese ir y venir en el tiempo irreal –que es el tiempo poético- permite la creación de un ámbito espaciotemporal que no precisa identificarse con subrayados específicos. En el uso de los mitos, por ejemplificar de un modo directo, Luis Alberto de Cuenca nos presenta un juego de multiplici-

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dades bajo un prisma de versatilidades diversas y elocuentes: los mitos grecolatinos, los grandes mitos medievales con personajes del ciclo artúrico o con referencias a leyendas y personajes provenzales –sean o no héroes, villanos, escritores o artistas-, los mitos cinematográficos –Bogart, cómo no-, los héroes del comic: el Guerrero del antifaz, Mandrake, etc; los mitos literarios y sus secuelas artísticas, la plasticidad pictórica y musical; todos ellos configuran un retablo con anacronías y superposiciones temporales de indudable y efectivo juego creativo. En este proceso de “temporalización digestiva”, es decir: el tiempo sin el tiempo, los mitos se “actualizan”, se familiarizan, se hacen materia cotidiana. Ese es el proceso de acercamiento que Luis Alberto de Cuenca ha ido proyectando en su poesía. Ciertamente, como señala Juan José Lanz, aunque en referencia a otro aspecto de la evolución poética de Luis Alberto de Cuenca, se produce: “una clara evolución desde una estética nocturnal a otra netamente matinal, diurnal...”. De lo cerrado y oscuro, a lo abierto, y claro. De lo exclusivo a lo participativo, del tiempo recluido al tiempo evolutivo y presente. De ese modo, su inicial poética “nominativa” se va a hacer más generalizada, cercana, personal y directa. Los nombres propios adquieren un peso específico. Ya no son personajes de los” mitos”, personajes esplendorosos por su proteica proyección universal, sino que son seres cercanos en el tiempo inmediato, de carne y alma tan próximas que pueden hacerse familiares. De ese modo, el supuesto culturalismo, tan característico por otro lado en la poesía de Luis Alberto de Cuenca, se puede considerar como elemento secundario, porque lo que con la temporalidad nominativa nos ofrece es una interrelación entre la “cultura clásica”, para entendernos, y la cultura contemporánea. Permaneciendo la primera como sustrato inconfundible, la proximidad de temporalidad humana nominal acrecienta su valor lírico. Es la gran veneración por el nombre propio. Nombrar es crear. Dar vida por encima de la propia vida individual del nombrado. Es el intento de incorporarlo a un tiempo fuera del tiempo. Ese tiempo que Luis Alberto de Cuenca maneja sin estridencias. Julio Martínez Mesanza, Abelardo Linares, Rita, Francisco Arellano, Nicanor(el perro), Juan Luis, Javier (del Prado), Lola, etc. En esta complejidad de interrelaciones, el humor, la ironía y la complicidad con el lector para alcanzar el mismo grado, o similar, de coincidencias temporales y cultas, amparan la solidez de toda la obra de Luis Alberto de Cuenca. Manuel Jurado López (Sevilla 1942) Es poeta, narrador, crítico literario y traductor. Ha publicado siete novelas, varios volúmenes de relatos y una veintena de libros de poemas, entre los que destacan El cantor de boleros (1995); El invitado incómodo (2005); La luz es una espada (2005), Épica de otros territorios (2006), Café Zimmermann (2006), El hombre inesperado (2007), En cielo ajeno (2007), Apartamento en Pont euf (2007), Los dioses vulnerables (2008) y Huesos de pájaro (2009)

Luis Alberto Manuel Vilas

scribo estas líneas sobre Luis Alberto después de haberlo dejado hace unas horas. Hemos hecho un viaje juntos muy original. Estábamos en Málaga, y teníamos que viajar a Murcia. Un taxi blanco vino a buscarnos y nos condujo hasta Murcia. Los dos valoramos mucho lo chulo que era el taxi. Estuvimos hablando cerca de cuatro horas, el trayecto que dura el viaje Málaga-Murcia, mientras atravesábamos esos desiertos españoles, a 39 grados de temperatura exterior, según medición exacta del sensor de temperatura del Mercedes superblanco en que viajábamos. Esto ocurre entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde del día 11 de junio de 2009. Hemos estado hablando de libros, de películas, de amigos, de coches, de Elvis Presley y de teléfonos móviles. Luis Alberto tiene un Nokia bastante viejo, por cierto. Un Nokia que no hace fotos. Pero me ha dicho que le gusta que las cosas le duren. La amistad también es eso: una duración. Conozco a Luis Alberto desde el año 92. Dicho sea de paso, Luis Alberto tiene una excelente memoria. Nos conocimos en Zaragoza, cuando vino a leer poemas a “Poesía en el Campus”. Con ocasión de su venida, se editó un cuaderno, que tuve el placer de coordinar. En ese cuaderno escribían Abelardo Linares, el desaparecido Manuel Soto, Javier Barreiro, Carlos Marzal, Jaime Siles y Ramón Acín. Es un cuaderno ya inencontrable, una pequeña joya bibliográfica, pero está colgado en la red. Esta es la dirección: . En ese cuaderno escribí un artículo de crítica literaria sobre Luis Alberto, y lo titulé “Pasión”. En ese artículo me afanaba en explicar la poesía de Luis Alberto. Lo he releído ahora, y me ha gustado. Recuerdo una pequeña hazaña épica: una vez nos bañamos juntos en la piscina del Hotel Mencey de Tenerife. Recuerdo que era una tarde dorada de finales de febrero del año 2000, el agua estaba fría, pero nadamos en ella un buen rato. Luis Alberto sabe ver lo mejor de la gente, ese es un don grande. Siempre me ha dejado perplejo su generosidad sin límites. Es una generosidad muy cool, porque es una generosidad que procede más de la inteligencia y de la elegancia que de la beatitud moral. Sé que en el fondo de su corazón guarda secretos. También sé que en ese fondo Luis Alberto es un eterno adolescente. A finales de los ochenta y principios de los noventa, su poesía nos caló a todos. Hizo un milagro literario: convirtió nuestras vidas reales, nuestras vidas ordinarias, en leyendas fabulosas, en leyendas épicas. Adaptó la épica a nuestras circunstancias, a nuestras necesidades. Eso es lo que hizo su poesía. Nos devolvió la posibilidad de mirarnos en el espejo como si fuésemos grandes hombres, grandes hombres viviendo la realidad de las cosas. Comprendimos que la épica es el estado más po-

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deroso de la alegría. Comprendimos que la alegría es superior a la felicidad. Luis Alberto sabe griego clásico. A mí eso me fascina. Sabe lo que dijo Tucídides, lo que dijo Heródoto. No es como saber inglés, que eso lo sabe todo el mundo. Conoce las palabras secretas de Homero, las que no salen ni en la Iliada ni en la Odisea. Las otras palabras. Los códigos oscuros. Nos acordamos de Borges, en este momento. Manuel Vilas Es narrador y poeta. Ha publicado los libros de poemas: El Cielo (DVD Ediciones, 2000), Resurrección (Visor, 2005), Calor (Visor, 2008). Como narrador es autor del libro de relatos Zeta (DVD, 2002), de las novelas Magia (DVD, 2004) y España (DVD, 2008). En 2009 aparecerá su nueva novela, publicada por la editorial Alfaguara.

Fotografía: Daniel Mordzinski

Magnífico conversador y excelente compañero de viaje Marta Rivera de la Cruz

eí por primera vez a Luis Alberto de Cuenca hace muchos años. No diré cuantos porque no me acuerdo, pero sí confesaré que usé sus versos para remachar cartas de amor, misivas incendiarias de reconciliación y de ruptura - eso sí, reconociendo siempre la autoría, faltaría más - y textos destinados a minar o animar el ánimo ajeno. Escribí, por ejemplo, “Cada vez que te hablo, otras palabras / hablan de mí, como si ya no hubiese / nada mío en el mundo, nada mío / en el agotamiento interminable / de amarte y de sentirme desamado”, teniendo buen cuidado de aclarar al principio “como decía Luis Alberto de Cuenca”. En una espinosa ocasión fui más allá cuando copié unos versos del poemario “Por fuertes y fronteras”, y esta vez sólo reconocí “como alguien escribió una vez “De tanto amarte y tanto no quererte / te has cansado de mí y de mis locuras / y le has prendido fuego a nuestra historia”. Ahí queda eso, me dije, sintiéndome muy digna, muy culta y muy elegante, rematando un capítulo sentimental con unas hermosas palabras prestadas por alguien a quien no conocía.

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No siempre usé sus versos, por supuesto. Otros se me vinieron a la cabeza cuando quise explicarme a mí misma las cosas que no sabía que sentía, como al echar de menos por primera vez a un amor incipiente recordé un poema que se llama, - de forma muy oportuna - , “Mal de ausencia”: “Desde que te fuiste, no sabes que despacio / pasa el tiempo en Madrid”. Quizá ahí está el secreto de los poetas buenos: en la capacidad para anticiparse a lo sentido por otros, en darnos la llave maestra para que entendamos lo que nos pasa y le pongamos - más que letra - música. En otra ocasión, cuando aquel hombre regresó después de una ausencia larga - o si no, a mí me pareció que lo era - volvió a mi memoria un verso de de Cuenca “cómo echaban de menos tus pisadas / las baldosas del barrio”. Entonces, yo ni siquiera pensaba que el camino de Luis Alberto de Cuenca pudiera cruzarse con el mío. Era secretario de Estado de Cultura cuando alguien me lo presentó, y yo dije dos frases de cortesía en vez de reconocer lo que ahora sé que le hubiese gustado oír, que le tomaba prestadas frases para las cartas de amor, que saboreaba versos suyos en los preámbulos de un reencuentro feliz o en los momentos de sentimentalismo y de nostalgia. Luego volvimos a encontrarnos, cuando él fue jurado de un premio de poesía a cuya entrega asistía yo. No recuerdo el nombre del premiado, pero sí que había leído una parte del poemario ganador y no me había parecido nada del otro mundo. Hasta que llegó Luis Alberto de Cuenca y declamó, calmoso, ante todos, los versos ajenos, y su voz le dio al texto la resonancia de una breve obra maestra. Creo que no he escuchado a nadie recitar con tanta maestría. Por lo general, quien recita un poema - más si es ajeno - se vuelve actor sobreactuado, cuando no deviene en histrión. Luis Alberto de Cuenca, sin embargo, se distancia del verso para hacerlo suyo, y lo dice más que lo recita, y le da una dosis extra de acierto, de belleza, de armonía. De música verbal de la que habló Borges. Y de la mano del argentino llegué yo a tramar complicidad con un hombre al que admiraba en silencio porque me prestaba versos y porque leía bellamente los versos de otro: él y yo nos encontramos en una velada literaria, y no sé porqué camino descubrimos nuestra mutua pasión borgiana. Pasamos parte de la noche recordando poemas, poniendo trampas a la memoria del otro, evocando versos geniales, desmontando otros - él más y mejor que yo, evidentemente - y rindiendo culto al ciego que se figuraba el paraíso “bajo la especie de una biblioteca”. Esa noche hice yo mi tercer descubrimiento: Luis Alberto es poeta, recitador excelso y trasunto amable de Funes el Memorioso, capaz de recordar puntos y comas y de adentrarse en profundidades donde no se aventura la memoria de los demás. Pero Luis Alberto - o el destino - me reservaban aún otra sorpresa cuando me enteré, hace sólo unos meses, de que había puesto letra a algunas canciones de la Orquesta Mondragón. Y confieso que me alegré de haber conocido a de Cuenca antes de hacer semejante hallazgo, pues me hubiese resultado difícil relacionar al hombre serio, incluso distante, de las fotos de las 90

solapas, con el autor de las palabras de “Caperucita Feroz”, “Lola, Lola” o “Viaje con nosotros”. Ahora no me extraña nada que Luis Alberto haya puesto letra - o más música - a las canciones del maestro Gurruchaga: tiene el invencible sentido del humor que se necesita para escribir aquello de “Hola mi amor, yo soy tu lobo, quiero tenerte cerca para hablarte mejor”. Cuando leía sus poemas, cuando copiaba sus versos en cartas cuyo destinatario no merecía a buen seguro tanta devoción ni tanto esfuerzo, no imaginaba yo que andando el tiempo iba a conocer al poeta y al hombre, ni a descubrir que además de literato de altos vuelos es Luis Alberto magnífico conversador y excelente compañero de viaje, quizá porque siempre va armado de un invencible sentido del humor. Sea este texto un modesto homenaje a su voz y sus sabias palabras, y una mínima forma de pagar la deuda eterna que con él tenemos todos aquellos que, alguna vez, hemos cedido a la tentación de escribir cartas de amor. Marta Rivera de la Cruz (Lugo, 1970) es licenciada en Ciencias de la Información, rama periodismo, por la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y especialista en Comunicación Política e Institucional por la misma Universidad. Como novelista, ha publicado Que veinte años no es nada (Premio Ateneo de Sevilla); Linus Daff, inventor de historias, Hotel Almirante, En tiempo de prodigios, con la que fue finalista del Premio Planeta 2006 y La importancia de las cosas. Además, ha participado en diferentes antologías de cuentos con otros autores contemporáneos, y es autora de la novela juvenil Otra Fotografía: Víctor Echave vida para Cristina”.

Luis Alberto de Cuenca Martín Casariego

onozco a Luis Alberto de Cuenca desde hace mucho tiempo, y siento por él –si se permite la expresión- un fuerte cariño fiduciario, pues de alguna forma soy un eslabón entre él y mi hermano Pedro. A Luis Alberto le gustaba mucho la poesía de Pedro Casariego Córdoba, y yo conocí sus versos a través de mi hermano. Quizá haya escrito después libros que a él le gusten más, pero uno es hijo no sólo de su tiempo, sino también de determinados momentos, y para mí Luis Alberto será siempre –aun sabiendo que es otras muchas cosas- el autor de La caja de plata (Renacimiento), que leí en el mismo año

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de su publicación, 1985, y que recibió el Premio de la Crítica. Reunía allí poemas muy variados, tersos y sugerentes, a menudo teñidos de nostalgia y melancolía, en los que sobrevolaban el dolor, la muerte, la violencia, el deseo, el amor, el peligro, la amistad, el suicidio, y en los que lo clásico y lo moderno se daban la mano (quizá clasicismo y modernidad sean las dos caras de la misma moneda). Recuerdo cómo empezaba un maravilloso poema de amor: Apagaste las luces y encendiste la noche. / Cerraste las ventanas y abriste tu vestido. O la fuerza de estas líneas: Vuelven la rabia inútil, los mastines del odio / y estos muros de cal en mis ojos dorados. Podría citar otros muchos versos. Aquella cajita, aparentemente frágil, pero bella y poderosa, estaba llena de deslumbrantes destellos plateados, tantos y tan intensos como para ocupar para siempre un lugar preferente en mi biblioteca particular. Martín Casariego (Madrid, 1962) es novelista y guionista. Su última obra, La jauría y la niebla, una novela sobre el acoso escolar, obtuvo el II Premio Logroño de novela.

Fotografía: Luis de las Alas

Amor fou Paula Cifuentes

os reyes se enamoran de sus hijas más jóvenes. Pongamos que este rey se llamaba Felipe, y a ella sus hermanos la llamaban Isabel, como a su madre difunta. Pongamos que él era el hombre más poderoso de la tierra, que nunca recorrió ni un tercio de sus posesiones y que por orgullo disfrazado de humildad, nunca quiso que los cronistas del reino relataran sus victorias o derrotas. Pongamos que de ella decían que era pequeña, de ojos claros y carnes mórbidas y de una inteligencia bastante cuestionable. Ella vestía con ropas oscuras y gorgueras a la moda y cuellos blancos y rizos que la hicieran parecer más alta. Él era sobrio y recto y nadie que no fuera de su círculo más cercano hubiera podido decir que el rey quería a su hija como un hombre y no como un padre.

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Cuando Isabel tenía cuatro años, el rey volvió a casarse. La nueva reina era fría y estirada y no podía entender a un marido que era tan frío y tan estirado como ella, y que sólo se mostraba cariñoso con la hijastra que tuviera con su anterior mujer. Cuando hacían el amor, siempre en las posturas más canónicas y a ser posible con testigos delante, al terminar, él le preguntaba: Beatriz, ¿eres feliz? Y ella mentía y decía que sí, aunque echara de menos sus tierras del norte, a sus ayas, a su madre y a su corte tan llena de ropas coloridas. Decían que la reina Beatriz se quedó tantas veces embarazada porque buscaba una hija, porque quería para sí otra princesa Isabel. Y que cada vez que daba a luz el rey le preguntaba: Beatriz, ¿eres feliz? El rey por las tardes llamaba a Isabel a su despacho. Ella era la única que podía repasar el trabajo de su padre. Hablaban entre ellos en italiano, como si de un idioma sólo suyo se tratara. Él se reía, y que el rey se riera daba miedo. Por eso cerraban la puerta y así ningún oído curioso podría saber de los temas de los que discutían: qué nuevas guerras, qué nuevas conquistas. Al caer la noche, salían los dos, tan satisfechos que a nadie le cabía duda de que en esas sesiones se habían solucionado los grandes problemas del reino. La reina Beatriz murió diez años después de su boda. Estaba de nuevo embarazada. El rey ordenó que su cuerpo descansase en el Panteón Real, pero que antes le extirparan las entrañas. El hijo nonato se enterró en el coro de un monasterio perdido. Padre e hija se quedaron solos. Ella con catorce años, edad de concebir. Él con cuarenta y tres, viudo por cuarta vez y sin ningún deseo de volver a casarse. Cuando empezaba a amanecer, salían a montar a caballo y juntos se perseguían a través de los bosques y descansaban en los riachuelos y él le tendía sus manos llenas de agua para que Isabel bebiera de ellas. Volvían a la ciudad antes de que ésta se despertase. Sólo tres perros eran testigos del amor ilimitado que el rey sentía por su hija. Iban a misa diaria. Rezaban con fervor. Todos en la corte hablaban de la piedad del rey viudo. El monarca era la imagen del cristianismo redivivo. Felipe se confesaba diariamente, ayunaba, construía iglesias, llevaba cilicio y apoyaba las decisiones del Papa. La curia al completo decían que de no haber sido rey, hubiera sido santo. Después de la comunión Isabel se retiraba a sus habitaciones, con el resto de sus hermanos y jugaba con ellos como si aún fuera niña. Le daba mucho pudor tener que subirse las faldas ante sus ayas cada vez que se caía y había que comprobar que las heridas habían cicatrizado, o cada vez que el periodo le volvía y comenzaba a sangrar copiosamente, tanto que manchaba las sábanas de su cama. Iba a sus lecciones, aprendía latín, alemán, matemáticas, geografía y baile. Y siempre por la tarde regresaba al despacho de su padre y su paso al acercarse se hacía más seguro, más sinuoso, más de mujer. Y ya nada le daba vergüenza: se colocaba las mangas, el pelo, se pellizcaba las mejillas. El rey dejó de viajar. Decía que le gustaba estar allí, en el centro de todo, para poder controlar tantas tierras y tanta gente y 91

tanta riqueza y tantos problemas. Su vida casi era monacal. Y la corte cada vez más austera: se acabaron los bailes y fiestas de antaño y los vestidos que no fueran negros. La sobriedad elegante del luto. Incluso las risas estaban prohibidas. Y sólo tras las puertas cerradas uno era capaz de quitarse los corsés y los disfraces y dar rienda suelta a la alegría, que siempre es pecado. Casó a sus hijos con rapidez. Matrimonios de convivencia todos, con familiares más o menos lejanos, pero todos de sangre real. Y se olvidó de ellos. No se conserva ninguna de las cartas que se intercambiaron, si es que se escribieron alguna. Sólo Isabel permanecía a su lado. Tan sobria también ella (y poco a poco tan mayor) que nadie dudaba de su vocación religiosa. Felipe sentía por ella un amor infinito. Y ¿quién podía reprochárselo? En su familia se casaban entre primos y tíos y hermanos. El incesto existía sólo para las clases más bajas. Le gustaba la piel de su hija, el sabor de su hija, que tan cercano le era. El rey quería a su hija desmesuradamente, tanto como se amaba a sí mismo. Le gustaba desnudarla y reconocerse en cada centímetro de su piel. Dormían abrazados, con las piernas entrecruzadas y el uno parecía la continuación de la otra. Respondían sus cuerpos a mecanismos familiares: se conocían desde siempre y sus sueños eran los mismos. Pero como rey, también él tenía responsabilidades. Y ya era viejo, y ella pronto también lo sería. Y tuvo que dejarla ir: la casó con su primo carnal, Alberto. La boda de hizo por poderes y ella embarcó en un puerto del norte y ya no se reía ni rezaba, y sus mejillas por primera vez estaban mustias y vestía de negro, aunque esto último a todo el mundo le pareció normal. El rey no rompió a su hija en la cama sino cuando la dejó ir. Y ese día firmó más leyes que nunca.

Paula Cifuentes (Madrid, 1985). Paula Cifuentes estudia actualmente Derecho Español y Francés en la Sorbona. Tras haber obtenido varios premios literarios por sus cuentos, emprendió un ambicioso proyecto al que dedicó cuatro años de investigación, y que culminó con la publicación de su primera novela: La ruta de las tormentas (Martínez Roca, 2005), sobre la vida de Hernando Colón, el hijo ilegítimo de Cristóbal Colón. Su segunda y última novela hasta la fecha es Tiempo de bastardos (Martínez Roca, 2007) con la que ha sido finalista del VII Premio de Novela Histórica Alfonso X el Sabio.

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Luis Alberto de Cuenca, el trilero Rafael Reig

l primer libro de Luis Alberto que leí fue La caja de plata, en los ochenta. En mi vida había oído su nombre. Lo compré en La Tarántula, calle Sagasta, y por una sola razón, pero de peso (es decir, por capricho): lo vendía con la tapa en tres colores distintos, a elegir. Me impresionó tanto que, al día siguiente, compré otro ejemplar para regalárselo a Javier Azpeitia. Sé que él hizo la misma operación y así sucesivamente. Muchos años después he conocido al autor y me honro de ser su amigo. Para mí lo que caracteriza a Luis Alberto es la disciplina. No me refiero al rigor prusiano, sino a la disciplina cordial, la del corazón: creo que es un tipo que se obliga a ser generoso, a hacerle la vida más fácil a los demás, a intentar entender antes de juzgar y a no mirar nunca a nadie por encima del hombro. El suyo podría ser el lema que proponía Kafka: la alegría es mi deber diario. Como Nelson, lo cumple sin exigir nada a los demás ni esperar galardón: “England expects every man to do his duty”. Siempre he pensado que las facultades superiores de la inteligencia humana son la compasión y el humor. Compasión para ponerse en el lugar de otro, para ver las cosas desde dentro. Humor para distanciarse, como quien se aleja para mirar un cuadro, y ver las cosas (y sobre todo verse uno mismo) desde el otro lado. Así, con esa mirada estereoscópica (un ojo humorístico, otro compasivo), ha logrado Luis Alberto una poesía en tres dimensiones, en relieve, con varios planos. Creo que ha evitado la poesía, digamos, expresiva. Sus versos no tienen su propia intimidad como asunto. Seamos sinceros, la intimidad de Luis Alberto ¿a quién le importa? Todo lo contrario: su poesía trata de mí. He aquí, en cambio, un asunto de verdadero interés general. Qué gran acierto: si Luis Alberto quiere expresarse a sí mismo, que cambie de peinado o que se compre una caja de ceras Dacks y vuelque su atribulado corazón pintando monigotes. Cuando escribe, tiene la amabilidad de elegir asuntos apasionantes, de alcance universal: poesías que traten de mí, y no de él. Es curioso: muchos amigos me han comentado que tienen la misma sensación. Cada uno de ellos pretende que trata de él. Se equivocan, qué duda cabe, pero esto, a mi modo de ver, revela los principios esenciales de su ars poetica: 1) Es un trilero, su poesía está viva porque cambia sin parar la bolita de cubilete; la mano que escribe es más rápida que la vista lectora. ¿Humor, costumbrismo, romanticismo? Nada es lo que parece: antes de que acabes de leer el soneto, ya te ha dado el cambiazo. 2) La naturalidad: como los trapecistas, nos hace creer que dar un triple mortal es fácil.

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¿Quién quiere ver a un trapecista que suda y duda, al que le cuesta esfuerzo decidirse a saltar? Frente a tanto poeta que lloriquea sobre la dificultad de expresarse, Luis Alberto sigue el adagio del Don Juan de Byron: “Good workmen never quarrel with their tools”. 3) “Stetit illa tremens”: se clavó temblando (creo, el que sabe latín es él), es decir, una poesía más narrativa o, por así decir, en la que pasan más cosas por fuera que por dentro, resulta ser, a la postre, la que provoca al clavarse una vibración más intensa. Una poesía, me parece a mí, que debería venir con advertencia sanitaria: provoca efectos secundarios, porque su principio activo no es analgésico, sino perturbador. Rafael Reig (Cangas de Onís, Asturias, 1963). Ha publicado las novelas Esa oscura gente (1990), Autobiografía de Marilyn Monroe (1992), La fórmula Omega (1998), Sangre a borbotones (2002), Guapa de cara (2004), Hazañas del capitán Carpeto (2005) y Manual de literatura para caníbales (2006).

Luis Alberto de Cuenca: Caleidoscopio creativo Rogelio Blanco Martínez

raductor y traducido. Editor y editado. Clásico y moderno. Investigador e investigado. Crítico y creador. Culto y transcultural. Antólogo y antologado. Poeta y funcionario. Coleccionado y coleccionista. Bibliógrafo y bibliófilo. Gestor cultural y gestionado. Y un lema: -“Vive la vida (...) por paraísos sin mirar atrás”. Y sobre todo: poeta; mas no exclusivamente. Luis Alberto de Cuenca es todo un caleidoscopio en permanente movimiento, creativo, antagónico y... Todas las expresiones, todos los contenidos que el soporte papel/libro y cualquier formato del paralepípedo de la Galaxia Gutenberg y pudiera soportar son de su interés, bien para recibir bien para proponer, máxime si el folio se encuentra en blanco. Es todo un mundo de afinidades y disparidades, pues nunca abandona la filogenia cultural y, a la vez, propone nuevas fórmulas. Así, para el poeta y más ningún genero literario en exclusiva ha sido capaz de atrapar en exclusiva ni encerrar toda su fuerza

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creativa, si bien las veredas poéticas le han detenido con mayor asiduidad. Traductor de Homero, Eurípides, Virgilio, Llull o Nerval, entre otros, traducido a todas las lenguas modernas dominantes. Autor, ampliamente editado, y, a la vez, director e impulsor de numerosas colecciones o ediciones críticas, de las que destaca la colección BLU (Biblioteca de Literatura Universal). Luis Alberto de Cuenca es investigador en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y, a la vez, investigado, de acuerdo con las numerosas referencias habidas. Dedicado a los clásicos, no abandona los ritmos y rutas más puntuales, si bien combina el esfuerzo de arrastre por insertar lo perenne de la cultura en lo novedoso, pues “el efecto lastre” que la buena formación cultural procura no puede esquivarse, ya que reiteradamente se presencia. Este culturalismo y eclectismo no restan, sino que modelan las nuevas propuestas; de ahí que lo popular y lo cotidiano se entremezclan con lo erudito, lo hermético con lo transparente. A todo este agregado de propuestas creativas se añade la tarea de crítico, de antólogo y bibliógrafo, que a la vez lo condenan a ser analizado, antologazo. Y, también a sufrir los daños que la irracionalidad del coleccionista condenan al bibliófilo. Valgan estas pinceladas dispersas para otorgarnos un cuadro, sin duda impresionista, de Luis Alberto de Cuenca. Cada brochazo fijado es un color puro que la plomada aproxima a los ya citados u a otros (letrista musical, gestor cultural, funcionario con altos cargos, conferenciante, etc.). Todo pudiera conformar una vidriera gótica, mas no. ¿Acaso cuadro impresionista que requiere la necesaria distancia para la contemplación plena? Tampoco. Opino que reducir a Luis Alberto a la superficie plana y fija no es adecuado. Es un caleidoscopio cuyo interior se activa con atenta mirada y aliento sostenido mientras las manos lo giran en pulso sosegado. Esta contemplación (con templanza) permite discriminar las “polis”-cronía-foníamorfía de un alma sin resuello, atenta a lo sucedido para encerrarlo en el presente con mirada hacia el horizonte. El caleidoscopio es, pues, dinámico y creador. La fuerza que lo agita es humana, pus su creación a diferencia de la violenta ex–nihilo y propia de los dioses, parte de la recepción de lo perdurable de la acción (creación) humana sin olvidar las posibilidades que unas encadenan a otras. Mundo clásico e intimismo, erudición y erotismo, pasado y futuro, sinodal y digital, vida o la letra muerta u olvidada, esteticista que no elitista, real y realista, enmascarado con sonrisa cálida y mirada humilde (humus). Diletante y provocador, experimental, pero creador de una poesía humana, la propia de quien sabe que “vivir es resistir”, pues “el fuego es vida, pero también convierte en ceniza lo que toca. A uno siempre le parece que su mundo es el más duro y terrible de los que han existido, pero siempre ha sido igual, este mundo no está más en llamas que los anteriores”.

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De este modo cierro estas breves reflexiones con otro lema válido para Luis Alberto de Cuenca “Nihil vitae alienum mihi est”

Rogelio Blanco Martínez (1953). Doctor en Pedagogía, Licenciado en Antropología y Ciencias del Hombre y en Filosofía y Letras y diplomado en Sociología Política. Ha ejercido de director del CEBYD (Centro de Estudios Bibliotecario y Documental), Consejero Técnico en los Ministerios de Cultura y de Educación, Vocal Asesor y, actualmente, Director General del Libro, Archivos y Bibliotecas. Además de numerosas colaboraciones en prensa diaria y revistas, ha publicado las siguientes monografías: La Pedagogía de Paulo Freire; La ciudad ausente; Pedro Montengón y Paret, un ilustrado entre la utopía y la realidad; Por un socialismo participativo; La ilustración en Europa y España; Zambrano; La escala de Jacob; El odre de Agar; María Zambrano, La vara de Aarón; Heterodoxos leoneses (ed.). Es coautor en varias monografías que versan sobre filosofía, sociología, educación, antropología, crítica literaria.

Poeta, amigo Roger Wolfe

ecuerdo encontrarme por primera vez con la poesía de Luis Alberto de Cuenca en un volumen antológico titulado, si la memoria no me falla, Florilegium, publicado a finales de los setenta o principios de los ochenta en Espasa Calpe. Se trataba de una antología en la que se incluían varios autores, y los poemas de Cuenca eran breves muestras de hermética droga dura poundiana, de diamantina perfección culturalista inasequible al abordaje, que me dejaron algo frío. Había misterio en ellos, como en muchos de aquellos poemas de los llamados novísimos, y tenían una paradójica frescura, como de cerezas recién cogidas en un exquisito jardín semisecreto; uno intuía que aquellos autores estaban hartos de aguachirle, y querían algo más rutilante y nuevo, y al mismo tiempo elegante y exclusivo. El problema era que no se podía acceder al jardín; había que echar un vistazo, no del todo satisfactorio, por encima de la tapia. Algunos años después, en la segunda mitad de los ochenta, me volví a cruzar con Luis Alberto de Cuenca en las páginas de la

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revista Poesía. Se recogían en el ejemplar que cayó en mis manos unos cuantos poemas del libro La caja de plata, y quedé, cuando los leí, instantáneamente electrizado. El que se me quedó grabado de forma especial fue «La malcasada»; pero había varios más, entre los cuales se contaban, si no me equivoco, piezas como «Amour fou» o incluso alguno de los brevísimos poemas de la «Serie negra» (estoy hablando, desde que me he puesto con estas líneas, de memoria; y no quiero levantarme a hacer comprobaciones, para colocar luego puntos sobre íes y sobre jotas, porque no quiero estropear la magia de las cosas como ahora las recuerdo). Salí inmediatamente en busca del volumen mencionado, y tuve suerte: el simpar Chema, de la librería Ojanguren, de Oviedo -que era donde vivía yo entonces-, me consiguió rápidamente La caja de plata, y me pidió también, a la editorial Renacimiento, el siguiente volumen de Luis Alberto de Cuenca, que se titulaba El otro sueño y era casi como una continuación o segunda parte del anterior. - Es asombroso -le comenté a Chema-. Hacía mucho tiempo que no me encontraba con algo tan fresco y nuevo, tan coloquial, tan de la calle y al mismo tiempo tan elegante, y luego tan sencillo. ¡Habla de la vida, tal como la conocemos todos! - Sí -me dijo Chema-. ¿No conocías estos libros suyos? Últimamente viene mucha gente preguntándome por ellos. - No me sorprende. No...; yo conocía un poquito al Luis Alberto de Cuenca del principio, y nunca había podido entrar del todo en él. ¡Pero esto me ha dejado boquiabierto! Pasó el tiempo, y hete aquí que por esas predestinadas vueltas que parece dar la vida tuve la enorme suerte, a principios de los noventa, de viajar a Madrid y conocer en persona a Cuenca, que a partir de entonces se convirtió ya para siempre, para mí, en Luis Alberto: ese pedazo de humanidad, generosidad, inteligencia, erudición e inefable desparpajo madrileño que es Luis Alberto; uno de los pocos amigos verdaderos que tengo en el mundillo literario. Luis Alberto y yo nos seguimos viendo, por supuesto; pero dosificando, yo creo que muy sabiamente, nuestros encuentros. Solemos quedar algún domingo a media mañana en el VIPS de López de Hoyos, esquina con Velázquez, en este bendito Madrid que ya es tan mío como suyo, para engullir un segundo desayuno y charlar un rato. Luego nos paseamos entre las insospechadas maravillas encuadernadas que contiene ese curioso bazar polivalente: magníficos catálogos fotográficos de Brassaï o de Cartier-Bresson; suculentas ediciones del más perverso erotismo gráfico; inverosímiles ediciones ilustradas de Oscar Wilde o de Edgar Allan Poe; e innumerables muestras, cómo no, de rutilantes comics para todos los gustos. Luis Alberto de Cuenca: clarísimo poeta y entrañable amigo. ¿Puede pedírsele más a un ser humano? Me despediré ahora cometiendo la humilde inmodestia de citar unos versos que tuve la fortuna de que Luis Alberto me dedicara un día:

MENSAJE EN UNA BOTELLA ROTA Aquí estoy, aburrido como un hongo, en la isla de siempre (la que tiene una palmera en medio), rodeado de tiburones, como un náufrago de esos que salen en los chistes. Haz algo, amigo mío: escríbeme una carta larga y maravillosa, llámame por teléfono, envíame una cinta con tu voz. Los hombres, por suerte o por desgracia, no somos islas, como en famosa cita dijera hace siglos el inmortal John Donne. En este caso no hay duda de que es una tremenda suerte; la que me concedieron a mí los dioses cuando me permitieron gozar de la amistad de Luis Alberto, para el que siempre habrá un recodo de mi voz que será su casa, su refugio y su consuelo. Madrid, mayo de 2009

Roger Wolfe (Westerham, condado de Kent, Inglaterra, 1962). En 1967 su familia se trasladó a Alicante, y allí se crió el escritor, que cursó sus estudios primarios, secundarios y de bachillerato en el colegio Inmaculada, de los padres jesuitas, en la citada ciudad. Desde 1999 reside en Madrid, donde ejerce de traductor e intérprete de conferencia. Roger Wolfe ha publicado nueve libros de poesía, dos volúmenes de relatos, dos novelas, tres libros de lo que él mismo denomina «ensayo-ficción» (que son lo que podríamos llamar cuadernos de bitácora, o cuadernos de escritor) y un diario. Actualmente trabaja en varias obras de ensayo, poesía y narrativa. Heredero directo de autores norteamericanos como Saroyan, Hemingway, Bukowski, Carver o Hubert Selby, y de grandes maestros franceses como Sartre o Céline, Roger Wolfe está considerado como el impulsor, a partir de la década de los noventa, del nuevo realismo literario español, y como el escritor más vigoroso y original de su generación, con una obra de gran peso filosófico, que derriba barreras entre géneros y se conforma como la expresión de lo que el propio autor llama Escritura Total.

Garras Divinas Román Piña l poeta Luis Alberto de Cuenca entró en el despacho de Dios Todopoderoso, se sentó en el taburete que le espe-

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raba frente a la maciza mesa de nubes (los asuntos de Dios siempre en el aire) y esperó que el gran Espíritu hablara: - Tú, Luis Alberto, eres un caso raro. No hay duda de que te has ganado la vida eterna. Has sido un buen hombre. Te has portado tan bien con tanta gente. ¿Sabes cómo te quieren tus amigos? Porque has tenido para todos mil amabilidades. Los has apabullado con tu simpatía y cariño. Y yo sé que es muy difícil repartir amores. - Bueno, no exageremos. - No tan rápido. Nadie es perfecto. Sé también que has cometido algún pecadillo - dijo Dios. - Claro, quién no. - Mira, aquí tienes este informe de mis ángeles. Lee. - No puedo, Jefe. Me arranqué los ojos. - ¿Por qué hiciste tal cosa? Eso me ofende, ¿sabes? Dañarte a ti mismo es dañarme a mí, y dañarme a mí es dañar a tres personas. - No, no. No fue cosa mía. Me los arranqué sin querer. Por amor. - ¿Amor a quién? - A los libros, Jefe. Los libros me herían, pero no podía dejar de estar con ellos. Eran igual que las Sirenas: me llamaban y me aniquilaban. Me prometían placeres, pero me acababan dejando ciego con su veneno. - ¿Qué veneno? - preguntó Dios. - ¡Las erratas! - Ah, claro, te entiendo. Es que las erratas duelen. Si lo sabré yo, con la de pifias que he hecho. Te haré una confidencia, que no salga de aquí: Yo tenía antes millones de ojos. Lo veía todo. Ahora sólo tengo uno. Y no quiero perderlo. Por eso procuro no abrirlo. - Yo perdí mis ojos y perdí su amor. - ¿El de quién? - El de los libros. Las malditas erratas me fueron royendo la vista hasta dejarme las cuencas de los ojos tan limpias como mi apellido y mi cabeza. Peinadas. Un fastidio, por cierto, ganar la vida eterna y no poder verte. ¿No decían que el paraíso era ver a Dios? ¿Por qué no me devuelves la vista? - Te estaba comentando algo de un pecadillo… - Sí, bien, pero… ¿Me he ganado el Cielo o no? - Depende. Tienes que superar una prueba. - A mandar. - Tengo un enorme problema de criterio estético. Y tú, sabio y celebrado literato, podrías orientarme - dijo Dios. - Será un placer. - En la bóveda celeste estamos pintando un coro de ángeles, y hemos pensado en utilizar de modelos a unos amigos tuyos. - ¿Ah sí? ¿A quién? 95

Escrito y confrontado con el original* - A Sánchez Dragó, a Montero Glez, a Rafael Reig, David Torres y Javier Puebla. Pero uno de ellos va en primer plano y sopla la trompeta. Y no sé a quién escoger. Puebla tiene el problema de que no se quita el sombrero. Torres se niega a soltar el puro. A Montero no hay quien le separe del pellejo de Javier Rioyo, que lleva sobre sus hombros como un Hércules. Sánchez Dragó no acaba de dar la foto, que se le han puesto los ojos japoneses, y este es un Cielo latino. ¿O me ves a mí el único ojo rasgado? - ¡Yo qué voy a ver, con estas cuencas! - Ay, sí, perdona. En fin, Rafael Reig dice que se presta a posar, pero que su ángel ha de llevar bigote y los mofletes iluminados por un buen trago de whisky de malta. Y de eso aquí no tenemos. - Estos chicos son la monda. Pero, ¿no tienes por ahí a Román Piña? Es el ángel perfecto. Es un camaleón sin remedio. No se apega a nada, ni al bigote, ni al sombrero, ni al cigarro. Bueno, las mujeres es otro cantar. - Lo siento. Se condenó. - Qué lástima. ¿Y a Manuel Vilas? Es un pedazo de ángel también. Y Dios vio que era bueno y usó a Manuel Vilas para poner cara a los cientos de ángeles de aquella bóveda celeste. Incluido el ángel protagonista, el de la trompeta. Los amigos de Luis Alberto se quedaron fuera por pelmazos, consolándose recitando poemas de Luis Alberto. Dios sopló en el rostro del poeta de Madrid y le guinó el ojo. El poeta recuperó la vista y gritó de júbilo. - ¿Hay libros en el Cielo, Jefe? - preguntó entonces.

Túa Blesa

useo, acopio y ensamblaje de lo reunido a modo de dar vida al proyecto de Pound, “These fragments you have shelved (shored)”, o de Eliot, “These fragments I have shored against my ruins”, y en el “Preliminar”: “Yo he reunido en un pequeño Museo treinta fragmentos”; por mucho que lo seleccionado sea dispar en todos los sentidos lo armoniza el que siempre ha sido leído, de versos de Gilgamesh a algunas de las recetas de Tristan Tzara; las lecturas son reescritas, o simplemente escritas, al trazarse la nueva (aunque ¿lo es?) firma “Luis Alberto de Cuenca” —“¿Quién es? ¿Qué significa todo esto?”— atravesando, calcando y emborronando un único quehacer, “uno y lo mismo”, toda una retahíla de diversidades que cobran aquí otra identidad; firmar como si en cada una de las páginas se dijera “Doy fe” o “Ahí va la fe que tengo en todo ello”, en el arte, en la cultura, en las emociones leídas en las palabras de otros y que ahora se repiten para hacerse propias, lo cual desdibuja la idea de unidad del estilo en una imagen de lo variopinto: la de un museo; y el rostro del escritor es el del hombre de las mil caras; confeccionado por acumulación, dada su exuberancia, habrá de entenderse como la puesta en práctica de un cierto modo de asianismo: “si un libro debe ayudar a expresarse con claridad y a pensar diáfanamente, Museo aspira a todo lo contrario”; se incluye su propio presupuesto, su legitimación: “el arte sigue siendo plagio” o “Nuestro universo es una gran pirámide llena de nombres, de palabras”, piezas que se ordenan, reordenan, desordenan en un orden, el orden de Museo.

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- Pues claro. - Los quiero todos, pero pásamelos en braille, que estos ojos nuevecitos no me los quiero estropear.

Téjne: ars: técnica: arte.

* Luis Alberto de Cuenca, Museo, Barcelona, Antoni Bosch, editor, 1978.

Román Piña Mallorquín, es autor, entre otros libros, de las novelas Las Ingles Celestes, Un turista, un muerto, Museo del Divorcio, Gólgota y Stradivarius Rex. Colabora semanalmente en El Mundo – El Día de Baleares, y edita la prestigiosa revista literaria La Bolsa de Pipas.

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Túa Blesa Catedrático de Teoría de la literatura y literatura comparada de la Universidad de Zaragoza, editor y director de Tropelías. Revista de Teoría de la literatura y literatura comparada. Crítico literario de El Cultural de El Mundo.

Cinco amigos en La caja de plata Vicente Gallego

onocí a Carlos Marzal hacia mitades de los años ochenta, cuando, tanto él como yo, casi no éramos él y yo, o cuando más lo fuimos, quién sabe, lanzados todos como estamos en este tobogán de extrañamientos y bienvenidas para con lo diversos modos de nosotros mismos. Quedábamos entonces algunas tardes a tomar el te como buenas abuelas y, entre los brazos, cada cual acunaba algunos versos que habían nacido nietos de don Manuel Machado y don Luis Rosales, respectivamente. Los propios de Carlos no tardarían en venir sin traicionar a la parentela, mientras yo tuve que ir a buscarlos un poco más lejos, porque la sombra grande de Rosales me opacaba. Por ambas partes, el solitario que es, a falta de contertulios, un poeta en ciernes, había encontrado un espejo en que mirarse. Ni una mota de polvo ha venido a enturbiar ese claro espejo de la amistad tras casi treinta años de batalla. Y como la amistad es cosa contagiosa y la poesía la propaga como fuego, recuerdo que en aquellos días vinieron a sumarse a la fiesta los versos de dos poetas recién descubiertos. Fue Carlos quien me recomendó la lectura de Europa, de Julio Martínez Mesanza, la cual dejó en mí la impresión de que había un tipo capaz de hacer lo imposible, aquello que hace todo buen poeta, desde luego, pero mucho más si toma como base el mundo de la épica y lo llena de la claridad meridiana del espíritu. Pocos meses más tarde, se nos aparecía La caja de plata, de Luis Alberto de cuenca, como otra urna atestada de sorpresas argentinas. ¿Cómo podía ese bribón hacer que la poesía resultara tan sencilla en su ser cierta? Era como si se hubiera ido encontrando con los poemas por casualidad y los hubiera apuntado en unas hojas sueltas que, puestas la una detrás de la otra, uno veía luego que habían estado desde siempre en ese orden. Aquí brillaba la epigramática mejor de sus queridos clásicos griegos y latinos, pero estaba floreciendo nueva en mitad de aquel siglo de bonanza poética que fue el siglo pasado en nuestro país. La serie negra suponía, me parece, una apuesta de riesgo suicida que, sin embargo, se presentaba ganada desde el primer golpe de dados. Y esto porque el poeta, al situarse en el clima del cine negro, se paseaba por los vericuetos de su propia vida, consciente de que la realidad es un asunto del sentir antes que cosa alguna de carácter objetivo. En el imaginario de Luis Alberto conviven los más diversos mitos literarios junto a iconos de la cultura universal y personajes emblemáticos, y todos caminan sobre sus pies como cualquiera de los hijos de vecino que también transitan sus poemas. Peatones de ese otro sueño que es el ámbito más real que conoce cualquier lector devoto, el de la fábula, el de la lírica. Yo había leído algunos poemas anteriores de Luis Alberto en varias antologías. Y de pronto, aquello. El espíritu sopla donde quiere, dice la frase evangélica, y tengo por seguro que no hay

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mayor verdad, porque he vivido. La caja de plata fue una ventana abierta en el mundo interno de Luis Alberto que aún no se ha cerrado, pues toda su obra posterior aparece bajo esa nueva luz, una luz, diríamos, de espontaneidad y de frescura, pero siempre acerada y temible como la de la aurora del trasnochador. No fuimos pocos, me consta, quienes celebramos la aparición del libro entre los círculos que se dedican a comentar tales acontecimientos, tan diminutos como inconmensurables. Poco después, supimos por Abelardo Linares, su editor y otro de los cofrades insustituibles, que Julio y Luis Alberto se querían tanto como Carlos y yo. Y, pasado otro rato, la vida nos permitió gozar de la amistad de esa pareja que son nuestros dos ya viejos amigos, quienes no han dejado de repetir la hazaña de decirse en su mejor color con cada libro. La poesía sólo puede nacer de los afectos, aunque sea de los contrariados, quizá por eso siempre la he sentido tan anclada en la amistad que ya no veo manera de distinguir a la una de la otra. Queden aquí los cinco poetas, los cinco amigos, dialogando cordialmente en la gran estancia con mil moradas que es la poesía, en la caja de plata. Vicente Gallego (Valencia, 1936) Ha publicado varios libros de poemas. Los dos últimos son Cantar de ciego, Madrid, Visor, 2005 y Si temierais morir, Barcelona, Tusquets, 2008. Como narrador, su último trabajo es El espíritu vacío, Valencia, Pre-Textos, 2004.

Con Luis Alberto de Cuenca, en homenaxe Yolanda Castaño A malcasada Cóntasme que Xoan non te comprende, que só matina no nacionalismo e nin caso che fai xa polas noites. Disme que os teus fillos non te escoitan, que te comen os nervios, que tanto lles dá todo e que estás farta de aturalos. Contas que os teus pais van indo vellos, que se volveron cutres e egoístas e xa non es o centro das súas vidas. 97

Aprende a cociñar como a miña nai.” “Cando ti aprendas a me comer a cona”. Dis que xa fixeches os corenta e non é doado comezar de cero, que os únicos homes cos que falas son camaradas de Xoan no BNG e non gostas dos militantes. E eu, como entro eu en todo isto? Que queres? Que poña unha bomba? Que promulgue a independencia do teu corpo? Ameite coma un tolo. Non cho nego. Pero iso foi hai moito, cando a vida era unha alborada escintilante que non quixeches almorzar comigo. A nostalxia é un pretexto tan absurdo. Volve ser quen fuches. Vai a clases de pilates ou tai-chi, alisa esas enrugas e pon roupa máis sexi, non sexas parva, que ao mellor Xoan ao fin volve mimarte, e os teus fillos marchan de colonias, e os teus pais van morrendo.

A merenda Gústasme cando pensas en voz alta, cando relatas o día coma unha aventura, cando deixas a roupa polo chan e no baño tropezo coas túas bragas. Gústasme máis cando fago anos e cóbresme de apertas e agasallos, ou cando falas e falas sen parar porque estás moi contenta e se che nota, ou cando es ben certeira cunha frase tan brillante e tan sabia, se sorrís (o teu sorriso é un refresco nos infernos), ou se quedas durmida á miña beira. Pero gústasme aínda máis, tanto que case non podo soportar o que me gustas, cando chegas da comida de traballo e o primeiro que fas é espetarme: “Non me chegou a nada o xantar de hoxe. Vou solucionar contigo unha merenda”.

No McDonalds Calquera lugar é bo para a carraxe, ata as cadeas de comida rápida. “Quen, a parte de ti, pediría peixe nun McDonalds? Faste a sueca ou qué: cres que estou cego e que non vexo o xeito en que te miran os rapaces? Abúrrome. Non te aturo. Non esquezas coller algún sobriño extra de ketchup. E non me traias máis a estes tugurios. 98

Yolanda Castaño (Santiago de Compostela, 1977). Licenciada en Filología Hispánica, ha realizado también estudios audiovisuales. Premio Espiral Maior y Premio Nacional de la Crítica, además de poeta es conferenciante, así como articulista semanal fija en varios periódicos y revistas gallegas. Activa dinamizadora literaria, fue Secretaria General de la Asociación de Escritores en Lingua Galega y formó parte de su directiva durante varios años. Dirigió, presentó y elaboró los guiones de su propio programa de TV dedicado a las vanguardias artísticas gallegas: “MERCURIA”, por el que fue galardonada como “Mejor Comunicador/a de TV 2005”. Además de Fotografía: David Rodríguez muchas otras colaboraciones en el medio audiovisual, actualmente es co-presentadora de un concurso diario de contenido cultural en la Televisión de Galicia. Ha publicado Elevar as pálpebras (Espiral Maior, 1995, Premio Fermín Bouza Brey), Delicia (Espiral Maior, 1998, 2ª ed. en el 2006), Vivimos no ciclo das Erofanías (Espiral Maior, 1998. Premios Johán Carballeira y Nacional de la Crítica), Vivimos en el ciclo de las Erofanías (Huerga & Fierro, 2000, edición bilingüe gallego-castellano), Edénica (Espiral Maior, 2000, antología personal + CD con versiones cantadas de sus poemas), O libro da egoísta (Galaxia, 2003, 2ª edición: 2004), Libro de la egoísta (Visor, 2006, edición bilingüe), Profundidade de campo (Espiral Maior, 2007, XV Premio de Poesía Espiral Maior).

Oigo pasos dentro de mí Yolanda Sáenz de Tejada

igo pasos dentro de mí. Me giro alrededor de mis costillas y descubro, enredados en las venas que me nacen de nuevo, unos versos que me aprietan el corazón hasta casi partirlo en dos: Entraban en mi alcoba sin llamar a la puerta, deshojando en el aire la flor de su perfume. Los oía arrastrarse, leves, hasta la alfombra. Trepaban a la cama y luego, entre las sábanas, me anunciaban el día con sutiles caricias. Repito cada palabra sin mover los labios. La escribo (sin tinta) en cada lunar de mi espalda, formando un cíclico bienestar

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para que me acompañe todos los días de mi vida -por ahora-, y después, los de mi muerte... Así descubrí a Luis Alberto de Cuenca, inyectándome sus versos en mis primeros poemas de azúcar. El caso es que mi admiración se ve acentuada por mi agradecimiento a este gran poeta; él, junto a otros grandes, me enseñó que la poesía no era una secuencia ilógica de palabras, sino una ensalada excitante de emociones. Un collar de historias y sentimientos que te hacen más hermoso el escote de los días. Y así crecí por dentro, con sus poemas, con sus historias, con su (posterior) imprescindible amistad. Recuerdo un día en el que leí: ... De modo que instalé en tu corazón mi tienda de campaña, y tú cerraste con llaves las ventanas de tu pecho, y nos quedamos a vivir allí, calentitos, felices. ¿Pero es posible que se pueda decir algo tan bonito?... Recuerdo leer al menos cinco veces esta estrofa y guardarla bajo llave entre mi piel. La hice mía, tanto que la utilicé en diseños de invitaciones de boda, de camisetas, de llaveros... Luis Alberto había pasado de ser un poeta de libro a un poeta de marketing. Cuando se lo decía, siempre me respondía lo mismo: gracias, querida, envíame la invitación, que me encantará tenerla... A veces le preguntaba a borbotones: ¿Esto que has escrito es verdad? ¿Sentiste esto de verdad cuando viste a Alicia?... Él se reía: Sí, es verdad, querida Yolanda... Lo invité a leer a un ciclo que dirijo en Granada. En el hotel Hospes Palacio de los Patos. Es un ciclo lírico mensual. Le pedí que al final leyera un poema para mí. Imaginad lo que es tener delante de ti a uno de tus poetas favoritos; a alguien que ha parido versos que te han influido, que te han incitado a escribir sobre él.

pues la tengo bien merecida.” Y el lazo comenzó a ejercer su oficio antirrespiratorio, y la sangre azul de la reina se fue haciendo más y más pálida, y el enano veía como su enamorada se iba ahogando y despidiéndose del mundo poco a poco, sin estridencias... Me encanta esta forma de colocar en el suspiro del poema: sin estridencias. Cuando Luis Alberto de Cuenca escribe, no lo hace con los dedos (como cualquier humano), sino con el pellejo del protagonista que vive en su tinta. Él es el enano y la reina. Y nosotros (humanos), al leerlo, sufrimos el ahogo intermitente del llanto y de la cuerda. Cuando termina la lectura de este poema, al ver a la gente en silencio, asustada de tanta verdad, Luis Alberto dice: querida Yolanda, creo que no puedo terminar mi lectura con un poema tan triste... Y a continuación leyó otro mucho más alegre. Tanta es su profundidad cuando lee y cuando escribe que, si tienes el privilegio de estar cerca de él, te salpicará el olor a sal de sus mares o se te quedará pegado en la chaqueta el rizo rubio de su golden retriever... Tengo una pequeña parcela en el campocorazón de Luis Alberto. En ella cultivo unas raíces de esperanza para seguir bebiendo en sus poemas. Espero (por mi sed) que no deje nunca de fabricar sus poesías. Cultivo también un privilegio: el de saberme apreciada por un poeta tan imprescindible para cualquier lector, sea o no un amante de la lírica... Luis Alberto de Cuenca hace realidad el milagro de la conversión de la prosa al verso. Si alguien no es un lector asiduo de poesía, mi gran recomendación es que empiece por él, así descubrirá que la poesía no es patrimonio del poeta sino de quien la lee. Yolanda Sáenz de Tejada Vázquez

Y él, tan amable como siembre, así lo hizo. Es una historia que me hizo llorar cuando la leí. Ese día, oyendo su voz agonizando en el aire y partiendo la luz en mil fragmentos de silencio, pensé que me desmayaría. La sala estaba llena: “¿Por qué abandonaste a tu enano y te casaste con el rey? Ahora no tengo más remedio que matarte por tu traición.” Ella no pudo contestar -tenía puesta la mordaza-, pero le dijo con los ojos oscurecidos por el llanto: “No te vaya a doler mi muerte,

Creativa y escritora. Muy interesada en los temas científicos de actualidad, colabora con empresas que aplican sus diseños a la ciencia para conseguir una mayor calidad de vida. Su primer libro: ¡A Jugar! (Mondadori 2008, en colaboración con Eduard Estivill), ha obtenido un gran éxito y se ha traducido a varios idiomas. Ha publicado también Tacones de azúcar, Primer Premio Internacional de Poesía Sial (Sial 2008) y, El Camino del Sueño (Aras llibre 2008) una serie de normas higiénicas para dormir bien. Actualmente coordina varios proyectos culturales entre los que destaca POESÍA EN EL PALACIO (ciclo lírico mensual patrocinado por Hospes en la ciudad de Granada).

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El ingenioso caballero Don Luis Alberto de Cuenca Vanessa Montfort

quel pensamiento fue una revelación: el mito era la palabra misma. Gracias a su primer ensayo, descubrí que los mitos no se extinguieron con Ulises. Que sólo se habían escondido, reencarnándose en los tebeos franceses, en Roland, en Hamlet y en las viñetas Manga. Cuando por primera vez rescaté La necesidad del mito de la biblioteca de mi madre, era un libro deslustrado y lleno de polvo, publicado un año después de mi nacimiento. Sin embargo yo lo subrayaba con hambre en el 2000 dispuesta, sin saber aún por qué, a que me guiara en la escritura de Quijote’s Show, la que sería mi primera obra de teatro. Me presentaron a Luis Alberto de Cuenca dos veces con nueve años de diferencia y en ambos casos lo precedió, como un mensajero griego, ese libro. Nuestro primer encuentro lo provocó un ascensor al abrirse en la zona de oficinas del Teatro Real donde yo trabajaba por aquel entonces, y entró, junto a un amigo común, el que para todos era el Secretario de Estado para la Cultura y para mí, el autor de un texto devorado por anotaciones. Salían de una reunión ejecutiva y la persona que le acompañaba me dijo: “Vanessa, te presento a Luis Alberto. Sois lo único agradable que me ha ocurrido en todo el día”. Recuerdo mi primera impresión: el porte victorioso de un caballo de espadas, la mirada lúcida de un estudiante y una sinrazón en la boca suficiente para no cejar en el empeño de hacer cultura desde la política. De pronto, una lanza apareció en la mano en la que sujetaba el paraguas, un peto rutilante sustituyó al chaleco y la corbata, y así, cabalgando sobre el mármol del recibidor del teatro, se alejó por la Plaza de Oriente en dirección al ocaso, dejando una estela de polvo detrás. Aunque parezca insólito, a pesar de tan espectacular preámbulo y de numerosos amigos en común, no nos reencontramos hasta nueve años después, siempre tras su fiel emisario: acababa yo de comprar una reedición de 2008 de La necesidad del mito mientras terminaba mi segunda novela, con la intuición de que una vez más, aquel texto desaparecido tras innumerables mudanzas me arrojaría algo de luz. Nuestro reencuentro también fue en un teatro de Madrid. Pero esta vez ambos asistíamos como público, lejos de las tensiones administrativas del arte. Me encontraba en el patio de butacas hablando con el lingüista Manuel Criado de Val cuando éste exclamó: “Buenas noches, caballero andante”. Y yo supe que no podía ser otro porque, desde luego, Don Manuel es un es-

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pecialista. Allí estaba. Desmontado. Y yo me pregunté si acaso habría atado a su corcel a una farola de la Gran Vía. Desde entonces y a medida que avanzo en la lectura de su obra, estoy más convencida de que de “Don Luis Alberto de Cuenca” protagonizará gestas y epopeyas, más allá de las que escribe en primera persona. ¿No es acaso lo que ya estamos haciendo? Porque algunos de sus versos son míticos, en el sentido de Van der Leeuw que él mismo rescató en su libro para mí: poseen un valor decisivo si se los repite. Tienen la facultad de transubstanciar la realidad y las conciencias: “El mundo es una catedral helada” o “Nunca me digas: estoy muerta. / No abrazas más que un sueño.” Sus versos comienzan siendo palabras vestidas de alta costura, pero al recitarlas, sentimos como si el poeta nos dejara observar por el ojo de una cerradura cómo las desnuda. En esto estaremos de acuerdo, porque así lo dicta el diccionario: que un caballero andante es aquel que cree en lo que no ve, aquel que sale en busca aventuras para demostrar su heroísmo y conquistar a la dama, el que se piensa hijo de sus obras, el que se lanza al camino como aprendizaje. Entonces, como Don Quijote de La Mancha, como Amadís de Gaula, Don Luis Alberto de Cuenca es caballero. Un caballero fetichista de verbo escéptico y culto que admira a Flash Gordon y le reza a la Dulcinea de Willendorf: “Otras muchas veces lo he dicho, y ahora lo vuelvo a decir: que el caballero andante sin dama es como el árbol sin hojas, el edificio sin cimiento, y la sombra sin cuerpo de quien se cause”, Don Quijote dixit. En palabras de Luis Alberto: “la sonrisa/ feliz y tonta que le arrebataste/ a tu oso de peluche y la uña rota/ que me diste una noche de tormenta./ Sólo quiero esos míseros despojos/ después de la batalla. Y que la nieve/ me cubra con su manto, hecho de olvido.” Sólo que él, cabalga por su “línea clara” desde que amanece, es capaz de recitarle a sus Dulcineas cuando sólo son Aldonzas y de ser caballero e ingenioso hidalgo al mismo tiempo. Vanessa Montfort (Barcelona, 1975) Reside en Madrid desde la infancia. Es novelista y dramaturga, Licenciada en Ciencias de la Información y Experta en Comunicación y Arte por la Universidad Complutense de Madrid. Es autora de los textos teatrales: Quijote´s Show (2000), Paisaje Transportado (2003), Estábamos destinadas a ser ángeles (2006) año en que se alza con el XI Premio Ateneo Joven de Sevilla por su primera novela El Ingrediente Secreto (Algaida, 2006). Su paso por el Royal Court Theatre de Londres ha dejado los títulos traducidos al inglés Flashback (2007), La cortesía de los ciegos (2008) y La mejor posibilidad de ser Alex Quantz (2008). Ha sido reconocida con La orden de los descubridores de la St. John’s University de Nueva York, concedido a escritoras como Carmen Conde y Carmen Laforet, y con el Premio Nacional Cultura Viva al Autor Revelación del año, destacándola como uno de los más sólidos valores dentro de la nueva generación de escritores españoles.

Luis Alberto de Cuenca Clara Sánchez

ntes de conocer personalmente a Luis Alberto de Cuenca, conocía su hermoso libro de poemas La caja de plata, premio de la Crítica de 1986. Me había dejado impresionada su frescura y cercanía, la mezcla de espontaneidad y reposo, como si quisiera crear una realidad que todos comprendiésemos y compartiésemos, la realidad cotidiana de nuestras vidas para luego arrancarla del suelo y elevarla un metro en el aire y así poder contemplarla y poder decir: eso lo siento yo y no me había dado cuenta. En el fondo la poesía de Luis Alberto tiene la cualidad de atribuirnos poderes mágicos a los lectores, igual que su bruja de Madrid: “Qué has hecho con tu casa de la Ciudad Lineal?/ ¿Por qué has roto el jardín con tu cuchillo mágico?/ ¿Dónde está la serpiente que llevabas al cuello?/ ¿Qué has hecho con la bici que se movía sola?” No es necesario vivir en lugares exóticos, ser aventurero ni hacer nada fuera de lo corriente para saber que se es especial, sólo por vivir uno ya es especial y cuando se nos olvide y nos creamos tragados por el anonimato, por las miles de calles iguales a la nuestra, por los millones de amores iguales a los nuestros entonces siempre podremos recurrir a sus versos: “Me gusta cuando dices tonterías,/ cuando metes la pata, cuando mientes,/ cuando te vas de compras con tu madre/ y llego al cine tarde por tu culpa.” Hay que vivirlo, hay que sentirlo intensamente, sea lo que sea, porque es nuestro e intransferible. No es nada fácil lograr tanta naturalidad en poesía. A Luis Alberto, persona culta por los cuatro costados, le sobran palabras y conceptos brillantes como para incendiar varias ciudades y, sin embargo, ha elegido esta equilibrada sencillez con toques de suave ironía, de ternura, de humanidad, de una experiencia cotidiana iluminada por su talento. Nunca ha abusado de los conocimientos que su profunda cultura en filología clásica, en cuya especialidad es doctor y profesor del CSIC, le ha proporcionado y que le llevaron a recibir al Premio Nacional de Traducción por su versión del Cantar de Valtario, también en los ochenta. Los ochenta y Hola, mi amor yo soy tu lobo, la Orquesta Mondragón y este poeta, profesor, amante del cómic y del cine, profundo cultivador de su aire de chico bien del barrio de Salamanca, al que de vez en cuando da esquinazo para desconcertarnos. Y por encima de todo Luis Alberto (como Garcilaso o Quevedo) parece un hombre siempre locamente enamorado de una mujer, a la que entrega sus libros, sus dedicatorias, sus suspiros, imaginamos que también cartas, sus desvelos y todo lo que se le ocurra, que sin duda será mucho. Aunque no le conociera personalmente, sólo por estos rastros

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que va dejando en lo que escribe, le consideraría un hombre apasionado. Como tengo la suerte de conocerle puedo hablar de la impresión, la que he tenido muchas veces, de que no hay traje, ni los educados modales que lo caracterizan, ni serenidad suficiente en el mundo como para contener al torrente Luis Alberto de Cuenca que fluye en su interior y que necesita volcar en una constante actividad creativa para sorprendernos con otro Por fuertes y fronteras o con otro El hacha y la rosa. Los esperamos. Clara Sánchez Nació en Guadalajara, pero pasó su infancia en Valencia, hasta que se trasladó a Madrid, donde reside en la actualidad y donde estudió Filología Hispánica en la Universidad Complutense. Tras desempeñar otros trabajos, enseñó durante bastantes años en la universidad. También participó regularmente en el programa de TVE Qué grande es el cine y en distintos medios. Ahora se dedica por entero a escribir. Colabora en El País y tiene un blog en www.elboomeran.com. Empezó a publicar en 1989 con la novela Piedras preciosas, a la que siguieron o es distinta la noche (1990), El palacio varado (1993), Desde el mirador (Alfaguara, 1996), El misterio de todos los días (Alfaguara, 1999), Últimas noticias del paraíso, por la que recibió el Premio Alfaguara de Novela 2000, Un millón de luces (Alfaguara, 2004) y Presentimientos (Alfaguara, 2008). Su obra se ha publicado en varios países. Ha sido galardonada con el premio Germán Sánchez Ruipérez al mejor artículo sobre Lectura publicado en 2006. www.clarasanchez.com

La importancia de llamarse Luis Alberto José Luis Gutiérrez

n este país, en el que resulta casi imposible zafarse de las mallas de grupos, subgrupos y demás a la hora de hablar de un escritor, quizás la comparecencia menos comprometida sea la de la amistad y el reconocimiento limpio hacia un autor. Como el que está abajo firmante le profesa a Luis Alberto De Cuenta, cuya biografía detallada supongo que estará al acceso de cualquiera que se entretenga en leer estas breves y apresuradas líneas. Diré, en primer lugar, que Luis Alberto, sus ademanes tan pulcros y exquisitos, su dandismo de buena crianza, tan wildeano, suscitan en mi el muy grande respeto que merecen los poetas sentidos y Luis Alberto lo es. De su condición de persona tolerante, de ánimo dialogante – rehuiré, por manoseado, el ad-

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jetivo “democrático”- de su inteligente escepticismo, virtudes de las que dio buena prueba desde su condición de gobernante, de alto funcionario público, seguro que se ocuparán otros amigos. En mi caso, reconocerlo y recordar su buena disposición de siempre a comparecer en debates, orales o escritos, en las páginas de LEER- incluida su adorable mujer, Alicia Marino- o en cualquier otro medio televisivo. Y una preferencia en su reconocido itinerario lírico, entre sus poemarios: me gustaron mucho, me gustan las letras irreverentes, inteligentes, surrealistas a veces que dieron sustancia a las canciones de Gurruchaga y la Orquesta Mondragón. Es ciertamente importante llamarse Luis Alberto. Viajemos con ellos. José Luis Gutiérrez Escritor y periodista de una larga y trascendental trayectoria en el periodismo español. En la actualidad, José Luis Gutiérrez es Editor y Director de Leer, columnista del diario El Mundo- en cuyas páginas editoriales publica una muy leída columna diaria desde hace varios años que firma con el pseudónimo de “ERASMO” –y los textos de sus columnas recogidos en un libro antología “ERASMO. Censores, inquisidores y maledicentes” - y colabora en diversos programas de radio y televisión. Es miembro desde hace más de 25 años del IPI ( International Press Institute) , Instituto Internacional de la Prensa, con sede en Viena (Austria) la organización de defensa de la libertad de Prensa más importante y antigua del mundo – fue fundado en Nueva York en 1950 - presente actualmente en más de 120 países. Es también socio del CPJ ( Commettee to Protect Journalists), Comité para la Protección de Periodistas, con sede en Nueva York.

Luis Alberto Fernando Marías

ajo la ardiente luminosidad exterior, Luis Alberto no sospecha que espío sus movimientos. Su mano, bajo el sol, dibuja lentamente letras sobre un papel rosado. Las letras componen palabras. Lo imagino mimando la calidad de esas palabras, igual que hace cuando habla. No puedo leer lo que escribe, ya que espío desde una esquina, a dos metros de distancia de él.

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En esta tarde calurosa –son los últimos minutos del día último de la última Feria del Libro de Madrid-, Luis Alberto no sospecha que este acto, mi observación de su movimiento calmoso sobre el papel rosado, es en realidad el broche secreto de un círculo que abrí meses atrás en un restaurante de la ciudad. Nos habíamos prometido comer juntos al finalizar unas jornadas literarias donde coincidimos en una mesa redonda que resultó especialmente divertida. Antes de ello no nos conocíamos en persona, pero ninguno de los dos solemos dejar pasar la oportunidad de ampliar la amistad con quien simpatizamos de entrada. Esa era la razón de la comida, y también la de que me atreviera, hacia la mitad del segundo plato, a lanzarle una propuesta insólita. Hace algunos meses dirijo para la editorial 451 editores una colección llamada “Ternura para los monstruos”, en la que autores españoles de hoy revisan mediante relatos originales los mitos clásicos del terror; existía el proyecto de hacer un libro dedicado a Edgar Allan Poe, y sería una hermosa idea, pensamos, que un poeta como Luis Alberto escribiera una versión libre del “El cuervo”. Seguramente él no sabe que mientras esperábamos que nos sirvieran el pescado a la sal, yo mantenía los dedos cruzados bajo la mesa. Estaba seguro de que iba a recurrir a cualquier excusa para rehusar una propuesta tan arriesgada, y para convocar la suerte a mi favor empeñé toda mi fuerza mental en imaginarme a Luis Alberto meses después, cuando el libro estuviera ya terminado, firmando ejemplares del mismo. Esa especie de sortilegio barato suele favorecerme, como si mi capacidad de visualización del futuro tuviera influencia sobre la realidad aún no producida; eso sí, a cambio debo luego cumplir el protocolo de acudir a observar esa “realidad ya producida”. Un intercambio absurdo pero efectivo que por mi parte respeto siempre, de forma igualmente también supersticiosa; pienso que si dejo de hacerlo la suerte de apartará de mi lado. El camarero no había aún terminado de limpiar el pescado cuando Luis Alberto dijo “sí” sin dudarlo, con naturalidad absoluta, relajada, suave como sus maneras habituales. Por la sorpresa, casi me quebré los dedos bajo la mesa. ¿Cuántos poetas habrían aceptado revisar a Poe, reescribir “El cuervo” hacerlo para “nuestro” libro? Esa tarde, tras despedirnos, no tardaron sin embargo en asaltarme las dudas. Había accedido a escribir “El cuervo”, cierto; pero ¿sería serio en su compromiso? ¿O me vería envuelto en una batalla contra el mito del escritor perezoso, incapaz de cumplir los plazos, que se vuelve la pesadilla del editor? Al día siguiente -¡al día siguiente!- llegó un archivo desde su correo titulado “Sobre El cuervo de Poe”, con una breve nota de Luis Alberto en la que explicaba que se trataba del poema más largo que había escrito en toda su carrera. Abrí el archivo con inquietud y comencé a leerlo lleno de temor, como si hubiera comprendido en ese instante que ambos, yo instigándole a escribir y él escribiendo, habíamos cometido una blasfemia sin retorno. Y sin embargo, ahí surgía verso a verso el cuervo

paralelo de Luis Alberto sobre el cuervo intocable de Poe: otro amor muerto, otra soledad desgarrada, la única forma posible de resolver con belleza y emoción el encargo imposible. No se puede criticar un poema, al menos yo no sé cómo hacerlo. Pero sentí la emoción de haber alentado una obra única y hermosa, intocable como los versos lejanos que la habían inspirado. El libro editado tiene una portada de intenso color rosa sobre la que destaca un cuervo nítidamente negro. En las páginas interiores prolifera también, entre las ilustraciones y los relatos que componen el homenaje de otros autores a Poe, el color rosado. Es sobre ese intenso color donde Luis Alberto, sin sospechar que lo espío, dibuja hoy una dedicatoria a uno de los lectores que se ha acercado a la feria del libro para llevarse su firma. Cierro así, secretamente, el viejo pacto de superstición absurda acordado conmigo mismo. Firma, le observo firmar sin que lo sospeche. Pesa más el orgullo de amigo que el de editor. A pesar de lo cual, me adentro en las oscuridades del papel rosado: Una noche de un frío diciembre, me encontraba solo en mi biblioteca, pensativo…

Presentación de "Paisajes interiores", de Luis Alberto de Cuenca y Vicent Román.

Fernando Marías (Bilbao, 1958) Vive desde 1975 en Madrid. Es novelista, guionista de cine y desde hace unos meses también editor. Ha ganado, entre otros premios, el Nadal 2001 (El iño de los coroneles) y el Ateneo de Sevilla 2005 (El mundo se acaba todos los días). Entre sus novelas dirigidas al público juvenil destacan Cielo abajo (Premio Anaya 2005 y Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2006) y Zara y el librero de Bagdad (Premio Gran Angular 2008). La adaptación al cine de su novela La luz prodigiosa (adaptada por él mismo y dirigida por Miguel Hermoso) recibió numerosos premios internacionales.

OTA DE LOS EDITORES

Las fotografías de este dossier que aparecen sin crédito han sido escogidas de diferentes sitios públicos de internet, entre los que agradecemos al Instituto Cervantes, Fuentetaja, Fundación Juan March, revistas Qué Leer, arquitrave.com y literaturas.com, Moleskine Literario, Escritores Vascos, Cátedra Miguel Delibes, Semana Negra de Gijón, une.es, y los periódicos digitales elmundo.es, la verdad.es, elporvenir.com, larioja.com, laopinión.es, elpaís.es, nortecastilla.com, adn.es, entre muchos otros consultados.

Durante su lectura en el ciclo Ficciones en el Paraninfo, de la Universidad de Zayagoza, coordinado por el profesor y escritor Ramón Acín Fanlo

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Luis Alberto DE CUECA FICHA BIOBIBLIOGRÁFICA

En su poesía se funden el estudioso y el creador, sin que ninguna de las dos facetas corrompa a la otra. A través de sus poemarios, Luis Alberto de Cuenca nos ha ido entregando lo que se ha llamado en la poesía española contemporánea una «poética transculturalista»: una lírica irónica y elegante, a veces escéptica, en ocasiones desenfadada, en la que lo transcendental convive con lo cotidiano y lo libresco se engarza con lo popular. Usa la métrica libre y la tradicional. Como homenaje a Hergé, el creador de Tintín, De Cuenca ha definido la segunda etapa de su poesía como línea clara. Además de su obra como poeta, ensayista y filólogo, hay que destacar su faceta de letrista musical; suyas son algunas de las letras más conocidas del grupo de rock la Orquesta Mondragón. Alguno de sus poemas ha sido también musicalizado por Gabriel Sopeña e interpretado por Loquillo.

Fotografía: León de la Hoz

Luis Alberto de Cuenca y Prado (Madrid, España, 29 de diciembre de 1950), filólogo, poeta, traductor y ensayista español. Casado en terceras nupcias con Alicia Mariño desde 2000, tiene dos hijos: Álvaro (1976) e Inés (1989). Interrumpió los estudios de Derecho en la Universidad Complutense de Madrid para licenciarse en Filología Clásica en 1973. En 1976 obtiene el grado de Doctor en Filología clásica. Ha sido director del Instituto de Filología del CSIC y de la Biblioteca Nacional de España, así como Secretario de Estado de Cultura durante el gobierno popular de José María Aznar. De su actuación en este cargo cabe sobre todo destacar la puesta en marcha de la llamada "BLU" ("Biblioteca de Literatura Universal", creada sobre el modelo de la célebre colección de clásicos franceses "La Pléyade"), y la estimación del gremio de historietistas para la Medalla al Mérito en las Bellas Artes. Ha traducido, entre otros, a Homero, Eurípides, Calímaco, Charles Nodier y Gérard de Nerval. En 1987 obtuvo el Premio Nacional de Traducción por su versión del Cantar de Valtario. Parte de su obra ha sido traducida al francés, alemán, italiano, inglés y búlgaro. 104

Ha publicado los libros de poesía: Los retratos (1971), nunca más editados ni recogidos en las “poesías completas” de los años 1990 y 1998. Elsinore (1972) Scholia (1978) ecrofilia (1983) Breviora (1984). La caja de plata (Premio de la Crítica, 1985) Seis poemas de amor (1986). El otro sueño (1987. Poesía 1970-1989 (1990), antología donde recoge toda su obra hasta ese momento. ausícaa (1991). El héroe y sus máscaras (1991) 77 Poemas (1992). Antología. Poemas (1992). Antología. Willendorf (1992). El hacha y la rosa (1993) El desayuno y otros poemas (1993). Los gigantes de hielo (1994). Animales domésticos (1995). Luis Alberto de Cuenca (1995). Antología. Tres poemas (1996). Por fuertes y fronteras (1996) El bosque y otros poemas (1997).

En el país de las maravillas (1997). Separata de El Extramundi y los Papeles de Iria Flavia, XI. Los mundos y los días (Poesía 1972-1998) (1998), antología donde recoge toda su obra hasta ese momento. Alicia (1999). Insomnios (2000). Mitologías (2001). Antología. Sin miedo ni esperanza (2002). Vamos a ser felices y otros poemas de humor y deshumor (2003). Antología. El enemigo oculto (2003). Antología. El puente de la espada: poemas inéditos (2003). De amor y de amargura (2003), antología, edición de Diego Valverde Villena. Diez poemas y cinco prosas (2004). Ahora y siempre (2004). Su nombre era el de todas las mujeres y otros poemas de amor y desamor (2005), antología. La vida en llamas (2006), premio Ciudad de Melilla 2005. Poesía 1979-1996 (2006), Edición de Juan José Lanz Jardín de la memoria (2007), Universidad de las Américas, Puebla, México, antología personal. Fernando Albor Estalayo y las técnicas de búsqueda y uso de la información, Universidad Carlos III, Getafe, Madrid (2008). Hola, yo soy tu lobo, antología (2008) También ha publicado los libros de ensayos: ecesidaddel mito (1976), Planeta, Barcelona Museo (1978), Antoni Bosch, Barcelona El héroe y sus máscaras (1991) Etcétera (1993) Bazar (1995) Álbum de lecturas (1996) Señales de humo (1999) Baldosas amarillas (2001) De Gilgamés a Francisco ieva (2005) Adrián Díaz Arteche y la búsqueda del balsamo encantado (2005) ecesidad del mito (2008)

Euforión de Calcis, Fragmentos y epigramas (1976). Guillermo (IX Duque de Aquitania) y Jaufre Rudel, Canciones completas (1978). Edición bilingüe preparada junto a Miguel Ángel Elvira. Eurípides, Helena. Fenicias. Orestes. Ifigenia en Aulide. Bacantes. Reso. Introducciones, traducción y notas de Carlos García Gual y Luis Alberto de Cuenca. Calímaco, Himnos, epigramas y fragmentos (1980). Junto a M. Brioso Sánchez. Antología de la poesía latina (1981; 2004). Homero, La Odisea (1982; 1987). Auguste Villiers de l'Isle-Adam, El convidado de las últimas fiestas (1984; 1988). Selección y prólogo de Jorge Luis Borges. Traducción de Jorge Luis Borges, Luis Alberto de Cuenca y Matías Sicilia. Jacques Cazotte, El diablo enamorado (1985). Selección y prólogo de Jorge Luis Borges. Traducción de Luis Alberto de Cuenca. Cantar de Valtario (1989). Las mil y una noches según Galland (1988). Guillermo IX (Duque de Aquitania), Canciones completas (1988). Nueva traducción. Filóstrato el Viejo, Imágenes. Filóstrato el Joven. Imágenes. Calístrato, Descripciones (1993). Edición a cargo de Luis Alberto de Cuenca y Miguel Angel Elvira. Horace Walpole, Cuentos jeroglíficos (1995). Eurípides, Hipólito (1995). Edición bilingüe. Apolonio de Rodas, El viaje de los Argonautas. Calímaco, Himnos (1996). Traducción junto a Carlos García Gual. Virgilio, Eneida (1999). Chrétien de Troyes, El caballero de la carreta (2000). Ramón Llull, Libro de la orden de caballería (2000). Geoffrey of Monmouth, Historia de los reyes de Britania (2004).

Sus libros de narrativa son: Héroes de papel (1990). Fragmento de novela (1996). Con Álex de la Iglesia. Como traductor tiene: Calímaco, Epigramas (1974-1976). 105

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